Marcelo Javier de los Reyes*
La primera observación que hacemos sobre el pensamiento es que es el elemento inobservado de nuestra vida.
Rudolf Steiner.
Imagen de Gordon Johnson en Pixabay
El diccionario de la Real Academia Española nos brinda varias acepciones del término cultura y en la primera nos deriva a cultivo, “acción y efecto de cultivar” y cuando el hombre cultiva espera, naturalmente, obtener frutos.
Una segunda definición alude a un “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” y una tercera acepción al “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”
Luego podemos hacer una distinción entre una “cultura clásica” —entendida como un amplio conjunto de conceptos culturales y artísticos propios de la civilización occidental, que encuentra sus orígenes en las civilizaciones clásicas, en Grecia y Roma—, una cultura que podríamos considerar universal, aquella que puede ser común a numerosas sociedades —por supuesto que no a todas— y una cultura popular, que se refiere a un “conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”.
La riqueza cultural de un pueblo de una sociedad perteneciente a la sociedad occidental, como la nuestra, requiere de un equilibrio de ambas. Cuando una sociedad deja de lado la “cultura clásica” empobrece la calidad de su cultura y la aleja de otras sociedades con las que comparte los mismos valores, el mismo patrimonio cultural. Por otro lado, cuando una sociedad pierde su interés por su cultura popular, pierde identidad y se enajena. La pérdida de ambas implica una degradación general del nivel cultural de los miembros de esa sociedad.
Hasta hace unas cuatro décadas, cuando muchos de nosotros éramos niños, nos movíamos entre una y otra. Era común que las orquestas sinfónicas fueran a alguna plaza u otro lugar público al que la gente podía acercarse y disfrutar de un momento de esparcimiento pero, a la vez, de enriquecimiento cultural. Lo propio hacían las bandas militares, las que ejecutaban las típicas marchas que escuchábamos en las escuelas, con lo cual nos imbuían de un sentimiento patriótico al que contribuían los coloridos uniformes de los soldados, o también tocaban piezas de una amplia variedad musical. Conocida y singular fue la conformación de la banda de la Armada Argentina que pasó a denominarse “Tango a Bordo”.
Por aquellos años también nos daban entradas gratuitas para asistir al Teatro Colón, en el que podíamos disfrutar del ballet o la ópera. Teníamos radios dedicadas a lo que genéricamente denominamos música clásica, como Radio Nacional, y vale aquí recordar que Radio Municipal fue creada en la década del 30 para transmitir las funciones del Teatro Colón, mientras que otras radios también tenían programas en los que difundían música clásica. Del mismo modo, muchas radios y algunos programas de televisión difundían nuestro folklore.
TTeatro Colón de Buenos Aires. Imagen de Felipe Barchi Pim en Pixabay
En las últimas décadas, el populismo y ciertos intereses se encargaron de ir erradicando la música clásica porque era considerada “elitista”, sin comprender que es precisamente esa ignorante concepción la que lleva a que ese género musical se mantenga como un reducto para los placeres auditivos de una élite. Radio Municipal sufrió ese proceso en 1973 y la Nacional con la llegada de Carlos Menem en 1989, al poner a Julio Marbiz al frente de la radio. Los valiosos discos fueron indolentemente dejados en la calle.
En este sentido, la degradación continúa. Al Teatro Colón, uno de los cinco principales teatros líricos del mundo —considerado por el tenor alemán Jonas Kaufmann el teatro más fascinante, “sobre todo el de la acústica más perfecta del mundo”—, hoy concurren a cantar Valeria Lynch, Cacho Castaña, Alejandro Lerner o Palito Ortega, como si no existieran muchos más teatros para los géneros musicales que interpretan esas reconocidas voces argentinas. Claro que esto no quiere decir que el teatro se cierre a la gente. Muy por el contrario, el Colón debe mantenerse como teatro lírico pero abierto a la población en general.
Por otro lado, respecto a la cultura popular, en nuestras escuelas públicas nos enseñaban a cantar y a integrar un coro, en el que aprendíamos no sólo las marchas patrias sino también numerosas piezas del folklore argentino y americano y de tango. Eso nos imbuía de la necesaria identidad nacional que debe transmitir una escuela a sus alumnos. Sin embargo, hoy no existen muchos medios que difundan nuestro folklore ni el tango y, menos aún, espacios en los que los jóvenes puedan aproximarse para conocer nuestras expresiones culturales.
La cuestión cultural mantiene un estrecho vínculo con la educación y aquí es donde, si bien ya venía decayendo con el gobierno del Proceso de Reorganización Nacional, la democracia ha demostrado su fracaso. Por ejemplo, mientras se despilfarra dinero en obras innecesarias o en gastos políticos se recortan gastos en educación, lo que lleva a un descenso del nivel cultural de la población.
En 2018 el gobierno nacional implementó una “reorganización” que implicó una reestructuración de los ministerios. En este marco, los ministerios de Ciencia y Tecnología, Cultura y Salud, entre otros relevantes para la población, fueron degradados a secretarías dependientes de otros ministerios. Toda una expresión que indica cuál es el interés de los políticos por estos temas.
Hoy tenemos el serio dilema de los jóvenes que no terminan el secundario, de una reducción en el número que accede a la universidad, incluso comparado con países de la región.
Para ayudar en este deterioro de la cultura nacional, la televisión argentina ha bajado considerablemente su nivel y abundan los programas de chimentos —que eufemísticamente denominan de “espectáculos”—, los noticieros con una fuerte impronta policial, el fútbol y programas de baile que tendrían un fin filantrópico y que sus productores y participantes consideran una “academia de bailes”, aunque buena parte del mismo sea un show de peleas y otras bajezas que lo alejan de lo que puede denominarse “arte”. La Televisión Pública, naturalmente politizada y enajenada de los intereses de la Nación, no cumple la función de agente cultural.
En este contexto de degradación, los padres han preferido enviar a sus hijos a una escuelita de fútbol, mientras que las otras alternativas para los niños y jóvenes han ido desapareciendo. No se les ha incentivado a canalizar sus inquietudes en las artes o en la música. Si bien aquí existen las orquestas infanto juveniles, el programa carece del énfasis que ha tenido en Venezuela y, como todo lo que está en el ámbito de la cultura, ha sido sometido a un recorte de presupuestos en 2018. Uno más.
Vale aquí recordar a José Antonio Abreu, quien llevó la música clásica a las zonas más pobres de Venezuela desarrollando un sistema de orquestas juveniles modelo que fue lo que le permitió a Gustavo Dudamel ser un director de fama mundial, además de ser quien continuó la obra de su maestro, Abreu. El sistema incluye enseñanza gratuita de música para niños pobres bajo la órbita de la Fundación Musical Simón Bolívar.
José Antonio Abreu, creador del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela
Prueba de ese programa exitoso es que numerosos refugiados venezolanos en Argentina se han unido gracias a la música, formando una orquesta, la Latin Vox Machine, bajo la dirección del maestro surcoreano Jooyong Ahn. Precisamente, estos jóvenes se formaron en el sistema de orquestas infantiles y juveniles de Venezuela creado por Abreu en 1975, modelo que fue imitado en otros países. Muchos de ellos llegaron a Buenos Aires y comenzaron a tocar en el subterráneo de la ciudad para ganarse la vida.
Latin Vox Machine, fundada en el año 2017 por músicos venezolanos, actualmente cuenta entre sus filas con más de 100 músicos de diferentes nacionalidades, entre las que se destacan argentinos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos, uruguayos, chilenos y sirios.
Claro que lo que sucede en Argentina también ocurre en otros países, pero nosotros siempre ponemos una mayor devoción al momento de destruir lo que debería ser nuestras herramientas para crecer, para desarrollar a nuestros jóvenes.
En 2019 la Radio Televisión Española (RTVE) llevó a cabo una competencia de la que participaron nueve niños de entre 10 y 16 años, quienes debían demostrar sus habilidades en las disciplinas de danza, música clásica e instrumentos para convertirse en el “Prodigio del año”. Precisamente, el programa se llamó Prodigios, y formaron parte del jurado la cantante Ainhoa Arteta, el coreógrafo Nacho Duato y el director de orquesta Andrés Salado. El ciclo tuvo lugar en el Centro Cultural Miguel Delibes de Valladolid y la música estuvo a cargo de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Durante la transmisión de los programas se hizo referencia a que el programa no encontraba eco en la audiencia. Buena parte de la población no se interesó por esta excelente propuesta. Todo un indicativo de una indiferencia que finca en el desconocimiento.
La cantante Ainhoa Arteta expresó que “es tan importante que cantemos todos pero sobre todo que inculquemos a nuestros hijos, el canto coral que es muy importante porque cantando coralmente se unen las almas de los que estamos cantando”. Agregó que el canto coral le ha permitido tener amigas que aún mantiene. Por su parte, el coreógrafo Nacho Duato, también miembro de ese jurado, en una entrevista advirtió sobre la necesidad de mejorar la calidad de los programas de televisión al expresar: “menos ‘MasterChef’ y más ‘programas de cultura’. Pones cualquier canal y siempre están friendo un huevo”.
De regreso a la Argentina, parece paradójico, o hasta sorprendente, que nuestra mayor degradación cultural ha venido a la par de nuestra recuperación de la democracia. Esto, necesariamente, debe llamarnos a una concienzuda reflexión.
Debemos comprometernos
Como sociedad debemos procurar no seguir por la senda de los prejuicios, del populismo, de la igualación cultural hacia abajo, de la regulación de nuestras vidas por parte del mercado, sino exigirle a los funcionarios la elevación de la cultura porque unos ciudadanos que posean un alto nivel cultural serán personas ávidas de conocimiento que encaminarán a sus hijos por el mismo camino y serán capaces de discernir lo que será más apropiado para la comunidad en general, fortaleciendo los lazos sociales y, en lo personal, desarrollando un criterio propio y contribuyendo a cultivar mejores frutos para el país. Y aquí hemos vuelto al principio, a la definición de cultura.
Debemos velar para que la cultura de una nación no quede más a merced de los vaivenes del mercado, ni esté en manos de funcionarios políticos improvisados que sólo gozan de los privilegios de un cargo público, con un absoluto desinterés por la responsabilidad que se ha puesto en sus manos. Debemos internalizar que la inversión en cultura es fundamental, pues nos da un valor agregado como sociedad.
¿Cuál es la importancia de la cultura?
En principio debemos tener en cuenta que el ser humano tiene tres dimensiones básicas: la dimensión física, la dimensión intelectual y la dimensión espiritual. Precisamente la última es la que progresivamente vamos dejando de lado en esta sociedad que antepone lo material, la falsedad de la regulación del mercado y la inteligencia.
El filósofo, pedagogo y arquitecto austríaco Rudolf Steiner (1861-1925), autor del libro Die Philosophie der Freiheit (“La filosofía de la libertad”), escrito en 1894, expresó:
La naturaleza hace del hombre un ser natural, la sociedad hace de él un ser social, sólo el hombre es capaz de hacer de sí un ser libre.
Steiner desarrolló la antroposofía, lo que el mismo definió como “un camino de conocimiento que quisiera conducir lo espiritual en el ser humano a lo espiritual en el universo”. Del mismo modo, desarrolló la que es conocida como pedagogía Waldorf, que considera que “una escuela solo cumple con su objetivo de educar cuando el alumno, una vez abandonada la escuela, muestra una fuerte inclinación a las esferas de pensamiento, del sentimiento y de la voluntad”.
Rudolf-Steiner
Que una persona logre desarrollar una vida propia no depende del estudio de conocimientos abstractos sino más bien de la enseñanza artística que cala en la dimensión espiritual y social del ser humano. La pedagogía Waldorf se centra en el arte, en contacto con los materiales, en la creatividad y en la espiritualidad, atendiendo a las capacidades individuales de cada niño.
En Stuttgart, en 1919, Steiner fundó la escuela Waldorf de pedagogía con la intención de educar para el futuro.
Por su parte, a finales del siglo XIX y principios del XX, la médica italiana María Montessori (1870-1952), también desarrolló un método pedagógico que lleva su nombre. Su objetivo es liberar el potencial de cada niño o joven para que obtenga un desarrollo integral, para que alcance un máximo grado en sus capacidades intelectuales, físicas y espirituales.
María Montessori
Jakob Streit (1910-2009), profesor y antropósofo suizo, maestro Waldorf, expresó:
Los primeros siete años son los años dorados, luego serán plateados y finalmente tendrán que ser de hierro. Pero el oro de la primera infancia brillará a través de toda la vida.
Se hace urgente una nueva mirada sobre la educación con el objetivo de generar conciencia, sobre todo conciencia por el futuro, ya que la sociedad actual no solo está demostrando que ha fracasado sino que también está poniendo al planeta y a las nuevas generaciones en un serio riesgo.
Debemos repensar nuestro lugar en la naturaleza, en la creación, y no considerarnos sus dueños, sus creadores. La vuelta a la naturaleza y a la cultura debe llevarnos a esa toma de conciencia porque la cultura le da sentido a la vida del hombre al desarrollar su dimensión espiritual. El desarrollo de las habilidades artísticas, el acceso a las disciplinas humanísticas, le permite al hombre ser libre, tener la capacidad de elección, la capacidad de desarrollar una toma de conciencia frente a determinadas situaciones, algo fundamental para enfrentar el mundo actual dominado por el individualismo, la economía de mercado que pone el acento en la maximización de los beneficios y la reducción de los costos, el calentamiento global, las migraciones por diversos motivos, en fin, todas cuestiones que han llevado a la deshumanización del hombre, a la pérdida de la dignidad humana, a la pérdida de su libertad, al incremento de la depresión en las sociedades.
El mundo actual requiere de un cambio del sistema educativo que prescinda de los intereses del poder político o del poder económico. Requiere de un desarrollo de lo espiritual y de un acercamiento al humanismo que permita a los hombres vencer el miedo y la opresión del sistema actual para tomar coraje e involucrarse en cambiar nuestro futuro. Debemos involucrarnos en este cambio, de lo contrario ya sabemos cómo terminará esta aventura.
* Licenciado en Historia y Doctor en Relaciones Internacionales. Director Ejecutivo de la SAEEG.
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