Sergio A. Rossi
Los incendios en el Amazonas alarman al mundo, un mundo que no siempre se alarma cuando debe, y que ni siquiera se alarma siempre y parejo ante cosas parecidas. Las alarmas tienen que ver con hechos que a veces se vuelven problemas; pero también con cómo se perciben los hechos y cómo se propagan las percepciones de los hechos. En la propagación de las percepciones inciden las muy asimétricas capacidades de transmisión y propaganda. Esa asimetría a veces muestra y a veces tapa. Muchas voces que hasta ayer negaban o minimizaban el cambio climático hoy claman al cielo por alivio, descubren lo evidente y gritan lo callado. Trato de pensar un poquito e interrogarme a contrapelo, no de los fuegos sino de voces y silencios que aturden al planeta, a la región y a la Patria.
En agosto de 2013 se hizo en Manaos el Seminario Sud Americano de monitoreo de áreas especiales. El encuentro fue un hito más en la dinámica del Consejo de Defensa de UNASUR, con la participación y el trabajo integrado de militares y funcionarios de defensa de Venezuela y Colombia, Perú y Ecuador, Bolivia y Chile, Brasil y Argentina, Uruguay, Surinam y Paraguay.
El Ministerio de Defensa de Brasil organizó aquel encuentro en la sede del CENSIPAM, Centro de protección del Amazonas. Su exposición giró en torno al funcionamiento de aquel organismo, y explicaron el trabajo integrado de las Fuerzas Armadas en el estudio y monitoreo de clima y régimen hídrico, su tarea de procesamiento e interpretación de imágenes aéreas y satelitales, y su accionar de inteligencia contra ilícitos que afectan a la región: minería ilegal, deforestación, contrabando, ocupaciones de tierras indias, narcotráfico. Brasil trabajaba, buscaba presentarse y se posicionaba como país líder en la protección de la Amazonia y la prevención del calentamiento global.
Durante las presidencias de Lula y Dilma se crearon nuevas áreas de conservación y lograron los niveles más bajos de deforestación de que se tuviera registro. El fortalecimiento de la presencia estatal, de sus capacidades militares y de la investigación científica en la Amazonia, se planteaba en cooperación con el resto de los países de la UNASUR en el marco de lo que Celso Amorim llamaba política de defensa regional disuasiva y cooperativa. El cuidado ambiental y el ejercicio de la soberanía nacional iban de la mano. Además del cuidado de la biósfera había una clara política de mostrarse como un estado capaz de cuidar su propio territorio, capacidad cuestionada desde centros imperiales desde hace décadas.
Esos cuestionamientos no siempre gozan de credibilidad, por cuanto provienen de potencias que no sólo no cuidaron sus propios recursos y ambiente, sino que han promovido un extractivismo extremo que degrada áreas enteras del planeta. Cierto ambientalismo imperial promueve la internacionalización de vastas regiones, alegando falta de interés o de capacidad de los estados soberanos, y postula la existencia de bienes públicos globales, quizás para establecer zonas ambientales reservadas para la ambición del capital trasnacional. Todos sabemos que Avengers: Infinity War, la película de Disney, no es más que un sano entretenimiento de superhéroes Marvel; pero Thanos, el más malo de los malos, justifica sus planes de exterminio poblacional afirmando que es necesario preservar ambientes planetarios para salvar un universo amenazado por la superpoblación.
Bolsonaro, que junto con Macri ha promovido la destrucción de la UNASUR y el alineamiento bobo con los EEUU, está en llamas por la cuestión ambiental, pero también amenaza hacer humo la soberanía de Brasil, arrastrando con su ruinosa política a toda la región. Las bravuconadas patrioteras y autoritarias son máscara y contracara de la resignación nacional y la balcanización sudamericana.
Un buen gesto del presidente Macri ha sido ofrecer colaboración ante los incendios forestales. Contrasta un poco con lo que ha hecho fronteras adentro, las ausencias de su ministro de Ambiente, su irrelevancia grotesca y las invitaciones a rezar ante las catástrofes. Apenas asumió trasladó las competencias de intervención ante emergencias a la órbita del Ministerio de Seguridad. El 28 de diciembre de 2015, Día de los Santos Inocentes, anunció que la coordinación del SIFEM (Sistema Federal de Emergencias) pasaría del Jefe de Gabinete también a la Ministra Bullrich.
Tras la caída del Muro de Berlín, la cooperación ante emergencias y catástrofes ha sido una de las políticas estadounidenses de softpower, una de las líneas de sustitución de la vieja y funesta doctrina de la seguridad nacional, para influenciar sobre las Fuerzas Armadas de los países latinoamericanos. El modelo exportable de la FEMA mostró debilidades cuando las inundaciones de Nueva Orleans, y sus rasgos injerencistas cuando la intervención tras el terremoto en Haití. Que el Consejo de Defensa de UNASUR situara entre sus objetivos la construcción de un sistema de cooperación entre sus miembros para intervenir ante catástrofes y emergencias, tenía un objetivo humanitario, y al mismo tiempo de afirmación de nuestras soberanías.
En paralelo a sus anuncios Macri ha desfinanciado —como no se recuerda— al Servicio de Hidrografía Naval, al Instituto Geográfico Nacional y al Servicio Meteorológico Nacional, esenciales para conocer, relevar y monitorear el territorio. Trasladó desatinadamente a Seguridad la responsabilidad en Emergencias, con desmedro de competencias, recursos y capacidades de las Fuerzas Armadas. Como refutación a su propia decisión, como para mostrar que sería mejor que estuviera en la órbita de Defensa, tuvo que poner al frente de la Secretaría a un militar retirado, hombre con preparación y prestigio. Las fuerzas policiales no están diseñadas, equipadas ni entrenadas para esas intervenciones, por lo que el sistema sigue descansando en los recursos humanos y medios militares, que tienen equipos, probada preparación y larga intervención en catástrofes y emergencias.
Así como entre los ambientalistas hay algunos disfrazados que buscan diferir la depredación reservándose la exclusividad a futuro, así entre los deforestadores los hay que se visten de gente preocupada por solucionar el problema del hambre en el mundo. Sumar tierras a la producción y expandir la frontera agropecuaria, incendiar para ahorrarse trabajo de tala, quemar para que la ceniza fertilice y la cosecha venga con más fuerza, son consignas que recogen y entremezclan saberes de subsistencia que vienen del neolítico, tecnologías y modos de producción superados, con la nueva pugna del agronegocio que busca hacer en América lo que no se permite en Europa. La deforestación sudamericana no busca resolver el hambre ni la desigualdad de los sudamericanos, sino abrir más, en favor de multinacionales de comercialización de commodities, una nueva sangría de recursos naturales, como agua dulce, suelo y biodiversidad. Nuestro país conoció experiencias de otorgar tierras en la Patagonia imponiendo la necesidad de terminar con el monte para que vinieran pasturas para fomento de la ganadería, lo que terminó en degradar árboles primero y pastos después. Hoy vemos todavía, en algunos parques nacionales, viejos troncos de lenga tiznados junto a renovales que, cien años después, no han podido alcanzar el porte del bosque quemado. En la llanura chaqueña son conocidas las consecuencias del extractivismo maderero y la tala posterior del bosque degradado, con ciclos de sequía y de inundaciones. La quema de pastos en las islas del Paraná para hacer lugar a la ganadería, también ha sido consecuencia de la puja por tierras para soja, con su carga de agroquímicos asociada. No está claro que sea productivamente sostenible, y sí está claro el impacto ambiental.
Salud y hábitat, seguridad y soberanía alimentarias, se entrelazan con nuestra política exterior y de defensa. Como ha dicho el poeta, no hay destino para los que no andan unidos, ni se pueden resolver aspiraciones sectoriales sin estrategias comunes y nacionales.
Tomado de Sergio A. Rossi http://sapitorossi.blogspot.com/2019/08/se-incendia-se-incendia.html
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