Principios, hechos, moral y ventaja totalitaria (La realidad de las relaciones internacionales)

Agustín Saavedra Weise*

A nivel didáctico es tradicional la división del estudio de las relaciones internacionales (RRII) entre principios y hechos. Los principios constituyen el marco ético-legal de la comunidad internacional, son el conjunto de normas que reglan los vínculos multilaterales. Muchos de estos principios —pese a ser evocados permanentemente— son desdeñados. La mayoría de las acciones en la esfera mundial son fruto de pragmatismos puntuales o de la violencia. Y esto es válido hoy más que nunca; factores de fuerza y aspectos geopolíticos son componentes esenciales de la dinámica planetaria del tercer milenio. Sería ideal que los actores de la arena mundial se comporten en concordancia con los principios, pero he aquí que la inmensa mayoría ejerce acciones en función de su propio interés, particularmente cuando están en juego elementos materiales, humanos o geopolíticos, tales como recursos naturales, territorios, zonas estratégicas, etnias cautivas, etc.

Al final —resulta penoso admitirlo— en la dura arena de las relaciones internacionales la moral importa poco y el poder efectivo sí importa mucho. El propio sistema internacional que nos rige refleja esa condición mediante el Consejo de Seguridad y sus cinco miembros permanentes con derecho a veto (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China). Ahí radica el poder real. La Asamblea General de las Naciones Unidas es una vocinglería multitudinaria, cuyas especialidades son la demagogia de turno y muchas resoluciones sin valor efectivo.

Y eso de la moral, aunque se cacarea al respecto, casi siempre es una muletilla de aquellos que no son lo suficientemente fuertes como para acosar a otros y entonces se escudan en ella; los débiles disfrazan su impotencia con un manto de virtuosa apariencia pero en el fondo —si pudieran tener fuerza— quisieran ser tan o más rudos que los otros. Los más pequeños parecen inocentes y pacíficos, pero si fueran capaces de agrandarse por arte de magia, créanme que dejarían de serlo y se transformarían en belicosos sin nada de inocencia. Toda esa retórica sobre la moral es el disfraz de los débiles para fingir superioridad espiritual y disimular así una debilidad material que les impide salirse con la suya. Para mantener ese falaz sentido de “superioridad” se aparenta “preocupación” por valores que no se los tiene ni se aplican. La moralidad no importa para nada en la competencia geopolítica. Solamente se la invoca entre países débiles que se enfrentan al hecho concreto de no tener capacidad de hacer “bullying” ni ser belicosos, lo que sin duda harían si tuvieran mayor fortaleza.

Quienes son realmente poderosos siempre usarán primero la parte “blanda” del poder para persuadir mediante promesas de cooperación, ayuda internacional y otros elementos de influencia. Pueden hacerlo —y preferiblemente lo harán— antes de usar el poder duro, la fuerza bruta que en términos político-militares ese actor internacional posee y utilizará para doblegar al contrario, torcer su voluntad e imponer la propia. En el contexto del poder duro los totalitarismos tienen una ventaja enorme sobre las democracias: actúan drásticamente y sin vueltas. El fin justifica los medios, punto. Las democracias dudan, le dan rodeos al asunto, esperan, confían, debaten, consultan, y aún así, muchas veces terminan siendo sorprendidas por algún súbito golpe inesperado. En definitiva, se verán obligadas a actuar recién al ser atacadas o sorprendidas con un hecho consumado. En este mundo de hipócritas y cuando les conviene, unos y otros hacen valer el principio de la no intervención, gestado en Westfalia desde 1648, aunque al final se hace, no se hace nada, o se deja hacer. México y algunos otros países son afectos a proclamar la no intervención, olvidando la célebre sentencia al respecto de Talleyrand: “no intervenir es otra manera de intervenir”…

Las democracias rechazan pensar estratégicamente, salvo que se vean obligadas a defenderse o atacar. Y definitivamente no tienen la ventaja totalitaria de los estados autocráticos, que sí actúan con drasticidad, sin consultas ni deliberaciones previas. Pese a que las democracias occidentales carecen del sentido de la ventaja totalitaria, han aprendido con el tiempo a disimular sus acciones clandestinas con fraseologías convincentes de sus líderes, las que a la larga terminan siendo mentiras o verdades a medias pero en su momento resultaron efectivas. Sin ir lejos, cabe citar el célebre caso de los “Documentos del Pentágono”, instruidos por el entonces Secretario de Defensa de EEUU Robert Mcnamara y que provocaron un escándalo mayúsculo al ser publicados en 1971 durante el apogeo de la guerra de Vietnam. El periódico The Washington Post develó el falso esquema mediático de cuatro presidentes: Dwight Eisenhower, John Kennedy, Lyndon Johnson y Richard Nixon (www.archives.gov/research/pentagon-papers).

El politólogo Hans Morgenthau fue uno de los impulsores del realismo en la conducción de la política exterior. A él se le atribuye una conocida expresión: “las naciones no tienen amigos ni enemigos permanentes, solo tienen intereses permanentes”. En función de ese realismo se generaron factores de acción. El primero de ellos obviamente es el propio realismo en sí, la certeza de que la sociedad se rige por condiciones objetivas propias de la naturaleza humana. El realismo ha chocado en el pasado -lo sigue haciendo en el presente- con conceptos valiosos filosóficamente pero irrelevantes en un frío análisis realista. Desde la época de los célebres filósofos Platón (idealista) y Aristóteles (realista) hemos tenido presente esa dicotomía entre lo ideal y lo real que acompaña a la humanidad. No hay ideas sin su confronto con la realidad, no hay sueños posibles sin alguien que intente transformarlos en tangibles o los deseche por irreales. Por otro lado, muchos ideales quedan tal cual y eso no es malo. El ser humano siempre necesitará tener sueños que aunque no pueda cumplir ni sean viables serán incentivos para alcanzar metas más limitadas pero no por ello menos útiles. A su vez, cuando el organizador social llega a niveles patológicos surgen excesos, tanto a nivel individual como plural, sobre todo por la posibilidad de tener comunidades transformadas en gigantescos organizadores meticulosos, sin creatividad ni posibilidades de cambio. Se ha comprobado además que la organización en demasía de una comunidad atrae al totalitarismo o al belicismo. Su contrapartida es el exceso de ensoñaciones, con su secuela de desorden, anarquía y debilidad. Un sano equilibrio entre el soñador y el organizador se impone, tanto en lo individual como en lo social.

Las grandes guerras de la historia han sido causadas por el crecimiento desigual de las naciones. Tal crecimiento desigual no se debe al mayor genio de algunas comunidades en comparación con las demás; en gran medida es más bien el resultado de la inequitativa distribución de la fertilidad del suelo que se ocupa y de lo que podría llamarse “oportunidad estratégica” de unos sobre otros a lo largo de la historia. Piénsese en cuán diferente hubiera sido el destino de los trece estados originales que formaron los Estados Unidos de América si el país se hubiera fundado en otro lugar. Partir en 1776 desde una excelente ubicación le permitió a las 13 ex colonias pasar a ser 50 estados, adueñarse de medio continente norteamericano en poco más de cien años y superar una cruenta guerra civil. EEUU siguió ganando espacio hasta convertirse en potencia bioceánica y con legítimas pretensiones de poder mundial desde fines del siglo XIX, tras haber derrotado a España. La nación de George Washington tuvo desde su gestación una enorme ventaja estratégica por las ubérrimas condiciones del territorio original, la eximia calidad de su dirigencia y la abundancia de recursos naturales que su avance hacia nuevos suelos le fue proporcionando. No existe en la dura realidad mundial “igualdad de oportunidades” entre naciones. Algunas nacen bien, otras nacen mal, algunas se recuperan y superan desventajas, otras se dejan ahogar por sus desventajas y no faltan aquellas que procuran conseguir de terceros (mediante invasión o lucha) lo que les falta. Así anduvo y anda el mundo…

(*) Politólogo y Economista – www.agustinsaavedraweise.com

El Deber (Bolivia), https://www.eldeber.com.bo/opinion/Principios-hechos-moral-y-ventaja-totalitaria-20190207-9584.html 

Presión externa sobre el Gobierno

Editorial de El Deber de Bolivia

Aunque por uno de sus tantos viajes no estuvo presente Evo Morales, el pasado enero tuvo lugar el tradicional saludo del cuerpo diplomático acreditado en el país al titular del Ejecutivo. El vicepresidente presidió el acto, acompañado del canciller Diego Pary. En esa oportunidad, Álvaro García Linera expresó: “Lo único que pedimos es el respeto, nadie tiene el derecho a enseñarnos nada como tampoco nosotros tenemos el derecho a enseñarles a ustedes nada”. Agregó: “respeten nuestra forma de ser, respeten nuestra democracia, respeten nuestra cultura, como nosotros respetamos absolutamente a todos”.

Hablando de respetos, poco tiempo después tres senadores estadounidenses enviaron un mensaje solicitando se respete la voluntad popular expresada en el referendo del 21 de febrero de 2016. De la misma manera, diversos representantes -tanto a nivel individual como colectivo- de las principales naciones del mundo se han referido a la necesidad de realizar un análisis permanente de la situación en Bolivia y que se hará un “seguimiento” de lo que suceda en nuestro país hasta las elecciones de octubre 2019, las que también serán “monitoreadas” minuciosamente.

Frente a esta verdadera ola de interrogantes y cuestionamientos del exterior no es válido fingir enojos o presentar posturas altisonantes. Bolivia, más allá de los discutibles avances de los que hace gala la actual administración, sigue siendo un país estructuralmente débil, sometido a vaivenes propios de una nación emergente y dependiente. Por tanto, no cabe la petulancia en nuestros contactos externos. Hay que defender la soberanía y la autodeterminación sí, pero tómese en cuenta que a su vez esos principios son puestos en duda por el mundo cuando en lo interno algunas pautas elementales de la institucionalidad no se cumplen. Es lamentable el hecho de haber negado la manifestación mayoritaria del pueblo contra una cuarta elección consecutiva. Se lo hizo mediante el fallo de un tribunal interno complaciente que reiteró el “derecho humano” a ser reelegido, triquiñuela ya utilizada antes por otros tribunales sumisos del hemisferio y frente al desvergonzado silencio de un ineficaz sistema interamericano.

El Gobierno tendría que escuchar atentamente los sanos consejos que le llegan desde el exterior en lugar de seguir rasgándose las vestiduras. Las autoridades de la hora deben encarrilar sus acciones por el camino correcto del respeto a la soberanía popular, expresión máxima de la democracia. No queremos en Bolivia una segunda Venezuela.

https://www.eldeber.com.bo/opinion/Presion-externa-sobre-el-Gobierno-20190209-0031.html

LA INTELIGENCIA ESTRATÉGICA COMO INSTRUMENTO FUNDAMENTAL PARA LA TOMA DE DECISIONES

Marcelo Javier de los Reyes*

 El pesimista se queja del viento;
el optimista espera que cambie;
el realista ajusta las velas.

William George Ward (1812-1882)


Introducción

Se le atribuye al escritor, filósofo y humanista italiano Giovanni Pico de la Mirándola ―Italia, 1463-1494― la expresión De omni re scibili, que podemos traducir como “concerniente a todo lo que se puede conocer”. Quizás, no haya sido casualidad que esa expresión fue escogida como lema de la Escuela Nacional de Inteligencia de la actual Agencia Federal de la República Argentina[1]. Como es sabido, la inteligencia, de la que Walter Laqueur intentó discernir si se trataba de “arte o ciencia”, tiene una profunda avidez por el conocimiento.

Escudo de la Escuela Nacional de Inteligencia, Argentina.

En el presente trabajo se describe cómo la inteligencia, tras la Segunda Guerra Mundial, fue convirtiéndose en una disciplina científica a partir de la conformación de teorías y métodos que, en un principio, fueron notoriamente estructurados, habida cuenta que sus basamentos tuvieron su origen en la inteligencia militar. Progresivamente, la inteligencia fue adaptándose a los cambios mundiales y la emergencia de la inteligencia estratégica fue acompañada de una desestructuración de sus métodos de análisis, aun cuando comenzó a formar parte de un organismo civil de inteligencia.

La complejidad del mundo actual y la ocurrencia de acontecimientos no previstos, promovió una reestructuración de los organismos de inteligencia, esencial para la toma de decisiones acordes con los nuevos desafíos.

La inteligencia se convierte en disciplina científica

Si bien los orígenes de la inteligencia se encuentran en el espionaje, del que dan cuenta libros como La Biblia o El Arte de la Guerra de Sun Tzu, en su evolución operaron cambios, los cuales determinaron que hacia mediados del siglo XX comenzara a ser pensada científicamente.

La inteligencia como disciplina científica comenzó a tomar forma una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, por inspiración de Sherman Kent, con su obra Inteligencia Estratégica[2], primero, y de Washington Platt[3], después. Ambos autores pusieron en evidencia que la inteligencia estratégica era imprescindible para los responsables de la conducción civil o militar de un Estado. Fue así como se comenzó a hablar de inteligencia como “información procesada”, como “producto” y como “organización”. De ese modo tomó forma lo que se denominó el “ciclo de inteligencia”, a veces cuestionado pero vigente y útil hasta hoy.

Sherman Kent (1903-1986). Foto: Central Intelligence Agency

En línea con este pensamiento, Walter Laqueur, reconocido autor por sus libros sobre terrorismo[4], se planteó en otra obra si la inteligencia debería ser considerada como un arte o una ciencia, ya que en la década del ’50 del siglo XX —en gran medida fuera de la comunidad de inteligencia—, comenzó a forjarse la idea de que debía cimentarse sobre una base teórica más profunda[5]. Ello motivado por ser la inteligencia una herramienta de vital importancia para los decisores políticos, en la cual sus resultados asertivos constituyen el único criterio de valor[6].

No obstante, fue el historiador Sherman Kent el “autor de los primeros trabajos más importantes en inteligencia, comparando el método de aquellas ciencias sociales empleadas favorablemente en la inteligencia estratégica con el de las ciencias físicas”, según describe Walter Laqueur[7]. Por otro lado, también se refirió a la controversia que se instaló con Willmoore Kendall, autor del artículo “The function of Intelligence” publicado en la revista World Politics en 1949. En su artículo Kendall considera que la inteligencia estratégica puede abordarse desde distintas perspectivas, a saber: 1) como una introducción general al trabajo de inteligencia; 2) un memorándum de un analista sénior en el trabajo de inteligencia que lo ha pensado todo; y 3) un intento del mismo veterano para hacer que tenga sentido una actividad del gobierno. Debido a que para Kendall el libro de Kent es en parte cada una de estas tres cosas, a la vez no es perfectamente satisfactoria para cualquiera de ellas. El gran mérito de su libro es que proporciona un cuerpo de material descriptivo que permitió el inicio de una seria discusión pública sobre la relación de la inteligencia con la política en un sistema democrático[8].

Kendall distinguió que la función de la inteligencia consistía en ayudar a los líderes “políticamente responsables” a alcanzar sus objetivos de política exterior, en gran medida mediante la identificación de los elementos de un problema susceptible a la influencia de los Estados Unidos[9]. Además, Kendall observó que si la misión de la inteligencia era iluminar a los tomadores de decisiones con lo mejor que el conocimiento experto podía proporcionar, las aversiones de Kent al tomar en cuenta la política doméstica de los Estados Unidos y la teoría de las ciencias sociales eran contraproducentes[10].

Walter Zeev Laqueur (1921-2018). Foto: Joanna Helander

Walter Laqueur también cita en su artículo a otros autores que propusieron métodos estructurados, como Richard J. Heuer, o la adopción por parte del área de Métodos y Pronósticos de la Offices of Regional and Politics Analysis (ORPA) de la CIA, de las Estadísticas “Bayesianas”, basándose en el Teorema de Thomas Bayes (1702-1761)[11]. Sin embargo, en su evolución, la inteligencia fue tomando distancia de los métodos estructurados y, en este sentido, Laqueur destaca que, al igual que en la medicina, en inteligencia no hay certezas absolutas sino probabilidades y similitudes pero, al igual que cada hombre, cada caso es único. De modo tal que el analista de inteligencia ha de enfrentarse a situaciones “únicas” por lo que, para enfrentarlas y resolverlas, el recurrir a un pensamiento basado en una metodología estructurada podría ofrecer más una dificultad que una solución.

Hacia una inteligencia estratégica “no estructurada”

El dilema interesante propuesto por Walter Laqueur sobre si debemos considerar a la inteligencia como “arte o ciencia”, encuentra en Karl von Clausewitz algunos elementos conceptuales interesantes para su comprensión, desarrollados en su obra De la Guerra. En ella plantea este dilema para la guerra, considerando que todo pensamiento constituye, en verdad, un arte, y será allí donde la lógica encuentra su límite —como resultado del conocimiento— y comienza a actuar el juicio. Incluso el conocimiento del espíritu es juicio y, en consecuencia, arte, y finalmente lo es también el conocimiento mediante los sentidos. Motivo por el cual, resulta tan imposible imaginar a un ser humano que posea tan sólo la facultad del conocimiento sin la del juicio, como lo inverso, determinando ello que el arte y el conocimiento nunca pueden separarse completamente el uno del otro. De tal forma que ello permite resumir que, allí donde se trata de creación y de producción, allí se encuentra el ámbito del arte; por el contrario, si el objetivo es la investigación y el conocimiento, allí impera la ciencia[12].

En tal sentido, la evolución de las diversas sociedades, la complejidad del mundo, la incertidumbre ―a la que con gran claridad Nassim Nicholas Taleb definió a través del concepto de “cisne negro”― o los “megacambios” a los que se refiere Ervin Laszlo, llevan a un replanteo y a una actualización de la actividad de inteligencia, ya que se comienza a plantear cada vez más la alternancia entre habilidad práctica y conocimiento científico. Laszlo ―en una visión más allá de la física pero que no debería ser soslayada― considera que la humanidad se encuentra en la disyuntiva “evolución o extinción”, por lo que el hombre debe transitar hacia una visión del mundo multidisciplinar, viviendo armónicamente con las tradiciones espirituales del planeta[13]. Sin embargo, quien ha puesto más en evidencia la fragilidad y la volatilidad de nuestra sociedad actual fue el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, particularmente al introducir el concepto de “modernidad líquida”.

En su libro Modernidad Líquida, Bauman explica que la diferencia entre los líquidos y los sólidos es que los primeros no conservan fácilmente una forma durante mucho tiempo y están continuamente dispuestos a cambiarla. Para los líquidos lo que cuenta es el flujo del tiempo y no el espacio que ―como los sólidos― puedan llegar a ocupar[14]. Considera que la “era de la modernidad sólida”, con sus certezas, ha llegado a su fin. Bauman se vale de esta metáfora de la liquidez para explicar la fase actual de la modernidad, caracterizada por la desregulación, la flexibilización, la liberalización de todos los mercados, la disolución de lo público en favor de lo privado, en síntesis, la inestabilidad.

Zygmunt Bauman (1925-2017). Foto: Jordi Belver

En una entrevista, el propio Bauman explicó acerca del concepto de la “modernidad líquida” en los siguientes términos:

El problema con la realidad líquida es que es tan difícil de pronosticar cómo se desarrollará y reaccionará a nuevas situaciones, crisis, dilemas de confianza o lo que sea y, como sabemos tan poco sobre ello, nos sentimos impotentes. Si uno no es capaz de pronosticar cómo las cosas evolucionarán, no puede tomar medidas de precaución, entonces uno no puede prepararse, defenderse. Los hechos nos toman por sorpresa. Es una presentación muy dramática de algo que está profundamente arraigado en nuestra manera de vivir hoy en día. Por eso se llama ‘modernidad líquida’.[15]

Bauman continuó su elucidación con lo que podemos considerar más relevante desde la inteligencia:

La planificación del futuro desafía nuestros hábitos y costumbres, las capacidades que aprendimos para superar los escollos del camino.[16]

Nos encontramos ante una encrucijada y se hace difícil encontrar el camino a seguir ante un sinnúmero de alternativas que se nos presentan pero que no sabemos hacia dónde nos llevarán. De ahí que Bauman considera importante debatir acerca de la siguiente cuestión:

¿Cómo restablecer el equilibrio entre política y poder? Porque ahora la política es local y el poder global.[17]

De tal manera que cada vez más tenemos una certeza y es que el conflicto es inevitable en un mundo en el que, cotidianamente, Thomas Hobbes demuestra haber tenido razón cuando escribió “la condición del hombre… es una condición de guerra de todos contra todos”[18].

En su libro La Sociedad Poscapitalista, Peter F. Drucker también hace referencia a las profundas transformaciones del mundo actual y vaticina, entre otras cosas, que esa será una “sociedad de grandes organizaciones”, tanto oficiales como privadas, que necesariamente operarán en virtud del flujo informativo[19].

En este contexto de incertidumbres, han tenido lugar una suma de acontecimientos que no fueron percibidos con anterioridad por los servicios de inteligencia. Entre ellos pueden mencionarse el derrumbe del Muro de Berlín por parte de los alemanes (1989) ―parece impropio hablar de “caída” y aún más cuando lo hacemos desde la inteligencia―, la implosión de la Unión Soviética (1991), los ataques del 11 de septiembre (11-S) en Washington y Nueva York (2001), los atentados del 11 de marzo (11-M) en España (2004), la crisis de las hipotecas subprime o “hipotecas basuras” ―que terminó detonando en 2008 con consecuencias de alcance global―, por citar algunos ejemplos.

En esta “sociedad de grandes organizaciones” —como la ha definido Peter Drucker—, las correspondientes a la inteligencia han debido repensar sus funciones, reorganizarse, reestructurarse y adecuarse a la multiplicidad de actores que hoy se encuentran en la mira. Para la inteligencia el mundo de la Guerra Fría ―si se considera su final con la implosión de la Unión Soviética, visión que no es compartida por el autor de este trabajo― era de una “realidad sólida” y el posterior es de una “realidad líquida”, parafraseando a Bauman.

Este mundo actual requiere de una interpretación por parte de una inteligencia estratégica sumamente flexible, con capacidad de reorientarse en función de poder dar respuesta a las cambiantes circunstancias que los diversos actores y las diversas problemáticas le imponen al Estado.

Dicho de otro modo, no podemos ser absolutamente racionales adoptando una duda cartesiana, ni absolutamente empiristas pues, de seguir sólo lo que la experiencia nos indique, podríamos alcanzar el destino del “pavo de Russell”. En tal sentido, el analista veterano no debe dejar de lado la intuición pues, en alguna medida esa intuición obedece a un “ordenamiento de sus carpetas mentales”. De tal modo que la intuición debe movilizar a la razón y la razón debe disciplinar a la intuición.

Una inteligencia estratégica basada en un pensamiento flexible que le permita “ajustar las velas” acorde a las condiciones del viento, es el principal instrumento del cual se deben valer quienes tienen la responsabilidad en la toma de decisiones.

Básicamente, la inteligencia no ha cambiado su naturaleza pero en la actualidad se vale de un sinnúmero de herramientas que no llevarán a eliminar la incertidumbre pero sí a reducirla. Como bien expresa el doctor Diego Navarro Bonilla:

El avance tecnológico ha determinado una ineludible evolución de las capacidades, en las herramientas o en los instrumentos de la inteligencia aunque no ha modificado sustancialmente su esencia ni sus fundamentos teóricos.[20]

De omni re scibili

Como ya se ha expresado, inteligencia es un término polisémico que fue expresado ―en lo que respecta al tema de esta presentación― por Sherman Kent como “información procesada”, como “producto” y como “organización”.

En principio, debemos recordar que Washington Platt dice que:

Inteligencia es un enunciado o exposición significativa y llena de sentido derivada de la información que ha sido seleccionada, evaluada, interpretada y finalmente expresada de modo que su significación sea clara para la resolución de un problema actual de política nacional.[21]

En esta definición cabe hacer la salvedad que puede ser tanto un problema nacional como internacional pero que afecte los intereses nacionales aunque, lo importante, es destacar que la inteligencia tiene por objetivo “la resolución de un problema” o, dicho más ampliamente, la resolución o la prevención de un conflicto, una amenaza o un riesgo. En este sentido, se trata del análisis, del procesamiento de un cúmulo de información proveniente de fuentes públicas y propias destinado a la toma de decisión. Para sintetizar, entonces, la actividad de inteligencia debe desarrollarse ―preferentemente― para la adecuada toma de decisiones con el objetivo de prevención y resolución de conflictos que pudieran derivar en crisis.

Por otro lado, el término ha dado lugar a varios niveles que podemos conceptualizar en “inteligencia táctica”, “inteligencia operacional” e “inteligencia estratégica”.

La inteligencia táctica está íntimamente vinculada al combate y sus principales características son la urgencia y la limitación de medios que obligan a que, en la mayoría de las situaciones, se opere con información bruta o semielaborada.

La inteligencia operacional o inteligencia operativa es aquella requerida por los mandos para el planeamiento y dirección de las operaciones —de combate, militarmente hablando— mediante la cual se establecen posibilidades operativas o tácticas —según incumba—, determinando las características, las limitaciones y las vulnerabilidades del adversario. De alguna manera, esta inteligencia se encontraría en un escalón intermedio entre la inteligencia táctica y la inteligencia estratégica.

En una profusa obra, el Dr. Federico Frischknecht expresó que un conflicto da origen a una estrategia para superarlo. La estrategia tiene las siguientes características:

  • opera en el mediano y largo plazo,
  • compete a los más altos niveles de la conducción, al presidente de la Nación o a los máximos responsables civiles o militares y
  • requiere de planificación y de la planificación de la inteligencia[22].

A partir de lo expuesto, cabe citar la definición de “conducción estratégica”:

Todas las definiciones de conducción coinciden en que se trata básicamente de un proceso de decisión para convertir ideas en acción. Esa es la responsabilidad indelegable de estadistas, directivos y comandantes.

La conducción le da intencionalidad a la acción, que responde así a ideas inteligentes y no a causas ciegas. La decisión, al relacionar fines con medios, ideas con acción, es la racionalidad, ‘el intelecto que le da vida a la materia’, al decir de Clausewitz (1832, Libro II, Cap. 2 secc. 15). […]

La conducción está indisolublemente ligada a la decisión y la decisión es una forma de pensamiento, un pensamiento que concibe, diseña y elige alternativas para pasar de las ideas a la acción.[23]

La toma de decisiones nunca debería estar sujeta a la improvisación sino íntimamente vinculada a la adopción de una estrategia destinada a resolver el conflicto o reducir la incertidumbre. Es precisamente ese el momento en que se debe recurrir a la inteligencia estratégica. El Licenciado en Administración de Empresas Aníbal Rodríguez Melgarejo le reconoce a la inteligencia las siguientes virtudes, las que son citadas textualmente[24]:

  • Multidimensionalidad: la aptitud de ver una realidad en todos sus aspectos.
  • Capacidad: potencialidad de imaginar, crear y operativizar.
  • Aprendizaje: el esfuerzo de aumentar el “stock de conocimientos”.
  • Generalidad: capacidad de percibir el amplio espectro de los problemas.
  • Sentido común: don de percibir y distinguir actuando en base a él.
  • Capacidad de Comunicación: aptitud muy valiosa en las actuales circunstancias.

Una observación que podría realizarse a la descripción de estas características es que el autor se refiere meramente a la “inteligencia” pero la integralidad  conforma ampliamente todo lo pertinente a la “inteligencia estratégica”. Se trata de la conjunción de lo racional con lo empírico, de la suma de la mayor cantidad posible de conocimientos, de la creatividad, de la intuición y de la comunicación en función de favorecer la toma de decisiones.

De tal manera que la inteligencia estratégica está íntimamente vinculada a la máxima conducción, dado que es la que responde a los requerimientos de los diversos gobiernos nacionales a los efectos de proporcionar una visión global de las cuestiones políticas, económicas, diplomáticas, militares, sociales, empresariales, etc., indispensables para la planificación de políticas y procedimientos en tanto a nivel nacional como internacional. Se trata, entonces, de una inteligencia integral conformada por la suma de las inteligencias sectoriales y debe ubicarse en el escalón más alto de un organismo de inteligencia. En síntesis es la inteligencia “concerniente a todo lo que se puede conocer”.

Proceso de decisión y toma de decisiones

La toma de decisiones, en el mayor nivel de la conducción, debe comprender a la organización y a la sociedad en la cual se desarrolla “ello en virtud de que ningún proceso de decisión puede divorciarse del ambiente respecto del cual ésta se toma”[25].

En primer lugar, debe reconocerse la existencia de un problema/conflicto que determine la necesidad de un proceso de decisión que lleve a su resolución[26]. Este proceso requiere de la elección de una acción posible entre dos o más alternativas con el propósito de lograr el objetivo deseado: la resolución o desactivación del problema/conflicto.

El proceso decisional se conforma de tres etapas: elaboración, toma y ejecución[27]. Cuando el problema/conflicto ha sido determinado se requiere de la mayor información posible, “válida y confiable”, para poner en funcionamiento el proceso de toma de decisiones. Claro está que en la toma de decisiones convergen factores personales, políticos y de contexto que condicionan la elección de la alternativa pero, sin duda, debe contar con información de inteligencia apropiada para discernir cuál sería la alternativa a adoptar para la efectiva resolución del problema/conflicto. Para generar esas alternativas se hace necesario apelar a la creatividad más que a una forma de pensamiento estructurado. En este sentido, la inteligencia estratégica, a partir de un conocimiento global, producto del procesamiento de las diversas inteligencias sectoriales que permitan determinar los riesgos y/u oportunidades que emergen del análisis del problema/conflicto, se transforma en un instrumento fundamental al momento de la toma de decisiones.

Indubitablemente, corresponderá al máximo responsable de la conducción elegir la alternativa más apropiada pero no debería soslayarse la relevancia de contar con la información de inteligencia “válida, confiable y oportuna” para proceder a la ejecución, a la implementación de una de las alternativas propuestas.

El pensamiento estratégico es un proceso sumamente complejo que requiere del más amplio conocimiento de la información, de su procesamiento, capaz de proponer nuevas direcciones, de ofrecer varios caminos, aun aquellos menos evidentes. Para ello se valdrá de diferentes métodos y recursos con la intención de facilitar las mejores respuestas para que la conducción alcance sus objetivos.

En función de lo expuesto, vale en este punto recordar a Shinmen Musashi No Kami Fujiwara No Genshin, más conocido como Miyamoto Musashi —nacido en 1584, en la población de Miyamoto, en la provincia de Mimasaka, Japón—, autor de El Libro de los Cinco Anillos (en japonés 五輪書 [Go rin no sho]), quien afirma en su obra que comenzó a comprender el Camino de la Estrategia cuando alcanzó los 50 años de edad. Hijo de un samurái, Musashi devino en un ronin (浪人 – literalmente “hombre ola”), es decir, en un samurái sin amo, durante el período feudal de Japón. En el año 1643 escribió su libro, en cuyo prólogo proporciona varios puntos a tener en cuenta[28]:

  • deja de lado una estrategia “estructurada” (“depurada”) y no siguió una ley determinada;
  • alude a una “habilidad natural”, la cual es una característica destacable en un analista de inteligencia estratégico;
  • la imperiosa necesidad de buscar en todo momento (“mañana y tarde”) el conocimiento;
  • la combinación de “muchas artes y habilidades”, es decir, la apelación a un pensamiento flexible, la necesidad de la adaptación permanente al cambio y de la innovación, de la creatividad;
  • llegó a comprender el Camino de la Estrategia a los 50 años, lo que implica que un analista estratégico debe ser una persona experimentada, con amplios conocimientos y una gran apertura, es decir, un “cinturón negro” en términos de inteligencia. De ahí en más, su pericia lo llevará a escalar a través de diferentes danes, para continuar con la metáfora de las artes marciales.[29]

Miyamoto Musashi (1584-1645)

Si bien su libro fue orientado hacia las artes marciales, al igual que El arte de la guerra de Sun Tzu —el cual contiene un capítulo titulado “El aprovechamiento de los espías”[30]—, ha sido valorado desde la estrategia, en particular la empresarial.

A partir de lo expuesto puede deducirse que un servicio de inteligencia que cuente con numerosos analistas seniores y, particularmente, con numerosos analistas estratégicos experimentados, se constituirá en un verdadero “órgano colegiado” destinado a asistir en la toma de decisiones.

Finalmente, cabe citar nuevamente a Musashi: cuando has comprendido el Camino de la Estrategia, no existe una sola cosa que no seas capaz de comprender y puedes ver el Camino en todas las cosas.

A modo de conclusión

“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos”, habría expresado el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788 – 1860). De modo tal que nuestro mundo actual, dada su alta complejidad, somete permanentemente a la conducción estratégica a diversos desafíos pero con las alternativas proporcionadas por la inteligencia estratégica se podría dar respuestas efectivas.

Lucio Anneo Séneca (4 a.C. – 65), en su carta dirigida a Lucilio, escribió: Ignoranti quem portum petat, nullus sus ventus est, “Ningún viento será bueno para quien no sabe a qué puerto se encamina”. Esta cita debería ser seriamente tomada en cuenta por quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones. ¿Cómo saber a qué puerto debe dirigirse el decisor? La respuesta ya está dada: apelando a la inteligencia estratégica, la que le señalará las fortalezas y las vulnerabilidades de aquellas cuestiones que hacen al interés de la Nación. De ese modo, el decisor tendrá en claro cuáles son los vientos favorables en los distintos escenarios de probabilidad y cuál debería ser el mejor puerto de destino.

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* Licenciado en Historia, graduado en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, Atlantic International University (AIU), Honolulu, Hawaii, Estados Unidos. Tema de tesis: “Intelligence and International Relations: an old relationship and its current revaluation for decision-making”.

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  Agradecemos la difusión del presente artículo

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Bibliografía

Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica (FCE), 2004.

Davis, Jack, The Kent-Kendall Debate of 1949. Sitio web oficial de la CIA, 08/05/2007, <https://www.cia.gov/library/center-for-the-study-ofintelligence/kent-csi/vol35no2/html/v35i2a06p_0001.htm>, [consulta: 01/07/2018].

Drucker, Peter, La sociedad poscapitalista. Buenos Aires, Sudamericana, 1993.

Educación Líquida Bauman (video). Think1.tv (Col·legi Montserrat), 12/03/2012, <https://www.think1.tv/es/video/zygmunt-bauman-educacion-liquida-es>, [consulta: 13/04/2018].

Frischknecht, Federico, Lógica, teoría y práctica de la estrategia. Buenos Aires, Escuela de Guerra Naval, 1994.

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Referencias:

[1] La Escuela Nacional de Inteligencia fue creada el 5 de junio de 1967, como instituto de formación de la entonces Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE). Con la promulgación del Decreto Presidencial Nº 1536/91 fue reconocida como el instituto de mayor nivel de la especialidad en la Argentina.

[2] Kent, Sherman, Inteligencia estratégica. Buenos Aires, Pleamar, 1967.

[3] Platt, Washington, Producción de inteligencia. Principios básicos. Buenos Aires, Struhart & Cía, 1983.

[4] Laqueur, Walter, Terrorismo. Madrid, Espasa-Calpe, 1980. Laqueur, Walter, Una historia del terrorismo. Barcelona, Paidós Ibérica, 2003.

[5] Laqueur, Walter, A World of Secrets: The Uses and Limits of Intelligence. New York, Basic Books, 1985.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Kendall, Willmore, The Function of Intelligence. En: World Politics, 1(4), 542-552. doi: 10.2307/2008837, 1949.

[9] Davis, Jack, The Kent-Kendall Debate of 1949. Sitio web oficial de la CIA, 08/05/2007, <https://www.cia.gov/library/center-for-the-study-of-intelligence/kent-csi/vol35no2/html/v35i2a06p_0001.htm>, [consulta: 01/07/2018].

[10] Ídem.

[11] Laqueur, Walter. Op. cit.

[12] Von Clausewitz, Karl. De La Guerra. Barcelona, Labor, 1984, pp. 154-157.

[13] Laszlo, Ervin, El cambio cuántico. Cómo el nuevo paradigma científico puede transformar la sociedad. Barcelona, Kairós, 2009.

[14] Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida. Buenos Aires, FCE, 2004.

[15] “Educación Líquida Bauman” (video). Think1.tv (Col·legi Montserrat), 12/03/2012, <https://www.think1.tv/es/video/zygmunt-bauman-educacion-liquida-es>, [consulta: 13/04/2018].

[16] Ídem.

[17] Ídem.

[18] Hobbes, Thomas, Leviathan. México, Fondo de Cultura Económica (FCE), 1998.

[19] Drucker, Peter, La sociedad poscapitalista. Buenos Aires, Sudamericana,  1993, p. 276

[20] Navarro Bonilla, Diego, Derrotado pero no sorprendido. Reflexiones sobre la información secreta en tiempo de guerra. Madrid, Plaza y Valdés Editores, 2007, p. 23.

[21] Washington Platt, Producción de inteligencia. Principios básicos. Buenos Aires, Struhart & Cía., 1983, p. 24.

[22] Al respecto ver: Frischknecht, Federico et al, Lógica, teoría y práctica de la estrategia. Buenos Aires, Escuela de Guerra Naval, 1994, 271 p.

[23] Íbid., pp. 19 y 20.

[24] Rodríguez Melgarejo, Aníbal, La toma de decisiones. En: Boletín de Lecturas Sociales y Económicas, UCA, FCSE, Año 3, nº 13. Puede encontrarse una versión digitalizada en <http://200.16.86.50/digital/33/revistas/blse/melgarejo4-4.pdf>.

[25] Palumbo, Santiago, El proceso de decisión en la elaboración de política. En: Revista Nacional de Inteligencia, Vol. IV, nº 2, Segundo Cuatrimestre, 1995, p. 85.

[26] Íbid., p. 87.

[27] Ídem.

[28] Musashi, Miyamoto. Prólogo de Miyamoto Musashi. Go Rin Kai, <http://www.gorinkai.com/textos/gorin0.htm>. [consulta: 10/06/2018].

[29] En la parte final de su prólogo, Miyamoto Musashi dice:

“Cuando llegué a la treintena, miré hacia atrás contemplando mi pasado. Todas esas victorias no se debieron a tener una estrategia depurada. Quizás fue mi habilidad natural, o el deseo del Cielo, o que los luchadores de las diversas escuelas eran inferiores. Por lo tanto, estudié mañana y tarde buscando el principio, y llegué a comprender cuál era el Camino de la Estrategia cuando cumplí cincuenta años.

Desde entonces he vivido sin seguir ningún camino en particular. De acuerdo con la virtud de la Estrategia he practicado muchas artes y habilidades, siempre sin un maestro. Para escribir este libro no uso la ley de Buda o las enseñanzas de Confucio, ni las antiguas crónicas guerreras o libros de tácticas marciales. Tomo mi pincel para explicar el auténtico espíritu de esta escuela ‘Ichi’, tal y como se refleja en el Camino del Cielo y de Kwannon. Este momento es la noche del décimo día del décimo mes, a la hora del Tigre. [3 a 5 a.m.]”.

[30] Sun Tzu, El arte de la guerra. Beijing, Ediciones en lenguas extranjeras, 1996, p. 91-96.

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