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LOS DESAFÍOS GEOPOLÍTICOS MAYORES IMPLICAN SACRIFICIOS GEOPOLÍTICOS MAYORES

Alberto Hutschenreuter*

Imagen de Damian en Pixabay

A medida que transcurren los días crecen los interrogantes sobre hasta cuándo seguirán en guerra rusos y ucranianos, es decir, eslavos contra eslavos. En efecto, puede que existan diferencias relativas con el origen y curso que han seguido los ucranianos históricamente, es decir, si constituyeron o no un país distinto e independiente de Rusia, pero, más allá de ello, sin duda se trata de una guerra fratricida.

Ahora bien, si realizamos consideraciones desde la experiencia y desde las «fuerzas profundas» en las relaciones entre estados, los propósitos que ha perseguido y persigue Ucrania, que precipitaron que Rusia movilizará sus fuerzas hacia su interior, deberían considerarse desde una lógica pragmática y de poder, es decir, «para ganar, tal vez tenga que ser necesario perder».

Por supuesto que ello jamás será aceptado por Kiev, que sólo consentirá conversaciones con Moscú si se retiran las fuerzas rusas del este de Ucrania, es decir, una negociación solo será posible sobre la base del principio conocido como statu quo ante bellum. Más aún, Kiev ha insistido en que el retiro debe incluir la devolución de Crimea.

Hay dos situaciones en relación con Ucrania: por un lado, no es un poder preeminente, es un actor intermedio; por otro, está ubicada en una placa geopolítica sensible o shatterbelt del mundo. Desde estas condiciones, Ucrania desafió a Rusia tomando dos decisiones «a todo o nada»: terminar con toda legislación que salvaguardaba derechos de las poblaciones del Donbás y convertir eventualmente a Ucrania en miembro de la OTAN (propósito éste que contaba con la aquiescencia casi silenciosa de la Alianza).

El fin de dicha legislación más otras situaciones en el terreno llevaron a una relativamente silenciosa confrontación armada en la zona este de Ucrania desde 2014. Por ello se llegaron a los (hoy enterrados) acuerdos de Minsk I y Minsk II. La política exterior dirigida a llevar a Ucrania a la OTAN, o más apropiadamente traer la OTAN a Ucrania, agravó la relación entre la Alianza y Rusia, es decir, el nivel estratégico en el conflicto entre Ucrania y Rusia.

El hecho de no ser un poder preeminente adyacente a un poder preeminente implicaba no solo que Ucrania estaba dispuesta a abandonar toda diplomacia basada en la deferencia internacional, sino que contaba con respaldo externo para hacerlo. Asimismo, la decisión de ser parte de la OTAN implicaba no sólo el abandono de toda otra alternativa de política exterior, sino que (Ucrania) estaba dispuesta a asumir los riesgos que suponía la ruptura del principio de seguridad indivisible (una cuestión que los poderes preeminentes siempre tienden a respetar, pues su alteración supone la pérdida de seguridad de una de las partes).

Pues bien, al no ser consideradas las demandas rusas en relación con esa situación, Rusia puso en marcha lo que denominó «operación militar especial», es decir, siempre desde el enfoque ruso, una «invasión defensiva». En rigor, no fue una sorpresa, pues, como bien advierte el experto George Friedman, Rusia siempre reaccionará cada vez que un reto se acerque a sus fronteras.

En la situación actual, una guerra casi de «trincheras» del siglo XXI, el final podría estar muy lejos. Como ocurrió en la Primera Guerra Mundial, la derrota de una de las partes podría ocurrir como consecuencia del agotamiento.  Pero también podría suceder si Ucrania, que decidió desafiar la geopolítica, decidiera poner fin a la guerra a través del sacrificio geopolítico, es decir, tomando la difícil posición de ceder parte de su territorio del este para alcanzar ganancias relativas de poder.

Se trata de un alto precio, pero solo quizá así se lograría el equilibrio que se fue alterando por años. No sería un equilibrio tranquilo, claro, pues Ucrania se convertiría casi automáticamente en miembro de la OTAN y la placa europea del este pasaría a ser una de las más armadas y tensas del mundo, si no la más. En cuanto a Occidente, lograría lo que busca desde el mismo fin de la Guerra Fría: contener y vigilar a Rusia en sus mismas puertas, hecho que prácticamente pondría fin al activo geopolítico eterno de Rusia, la profundidad territorial. En buena medida, se terminaría o limitaría con aquello  que Stephen Kotkin denomina la «geopolítica perpetua rusa».

A partir de allí, tal vez, y sólo tal vez, los poderes mayores puedan abrir una era de conversaciones estratégicas que desvíen el curso del mundo actual hacia lo inquietantemente incierto y lo orienten hacia un horizonte de pacífico descontento internacional.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023. 

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LA «DOCTRINA ZELENSKI»: UN RETO QUE COMPROMETE A UCRANIA Y A LA SEGURIDAD INTERNACIONAL

Alberto Hutschenreuter*

Cuando en 2019, Volodímir Zelenski, un licenciado en derecho y ex actor y director de cine y televisión, alcanzó la presidencia de Ucrania tras una breve campaña, su principal enfoque en materia de política externa y de defensa fue colocar la proa del país en dirección de las estructuras políticas-económicas y de seguridad de Occidente, esto es, la Unión Europea y la OTAN.

Es verdad que antes otros ya lo habían hecho, pero la diferencia fue que Zelenski lo hizo en términos de vía única, es decir, descartó de plano cualquier otra alternativa, entre ellas, una eventual neutralidad del país este-europeo. Para el nuevo mandatario, era imperioso tomar de una vez y para siempre esta decisión: Ucrania era un país independiente, su lugar era Europa y era aquí donde debía anclar su porvenir.

Desde el oeste se habían emitido señales que parecían asegurar ese propósito. En relación con el eventual ingreso a la Unión Europea, si bien hacia el final de la década de los noventa se consideró la cuestión, fue en 2008 cuando se anunció que Ucrania firmaría un Acuerdo de Asociación con la UE. Pero desde Bruselas se comunicó que tal acuerdo solo sería posible si Kiev llevada adelante determinadas reformas que afirmaran el estado de derecho, particularmente en su segmento judicial. Unos años después, en 2013, una misión del Parlamento europeo sostuvo que había oportunidad para un tratado de asociación. Finalmente, los acontecimientos durante el invierno de 2014 impulsaron la firma de un acuerdo, aunque quedó pendiente la ratificación (es necesario recordar que la adopción de adhesión a la UE requiere el voto unánime de sus 27 miembros).

En relación con las “señales” de la OTAN, existía, desde los años noventa, cierto umbral puesto que Ucrania pertenecía (desde entonces) al Consejo de Cooperación del Atlántico Norte y al Programa de Asociación para la Paz. Pero no fue hasta bien entrada la primera década del siglo XXI cuando surgió la posibilidad de que Ucrania fuera parte de la Alianza: en la reunión de la OTAN en Bucarest en 2008, se emitió una declaración que parecía habilitar en el futuro el ingreso de Georgia y Ucrania. En la cumbre de la OTAN celebrada Varsovia en 2016, se estableció un paquete de asistencia integral para Ucrania. Asimismo, la Rada (Parlamento ucraniano) aprobó una legislación que reafirmaba como objetivo de la política exterior y de seguridad la pertenencia a la Alianza Atlántica. Finalmente, en septiembre de 2020, el mandatario aprobó la nueva Estrategia de Seguridad Nacional que preveía un curso de asociación distintiva con la OTAN con el propósito de ingresar a ella.

El dato más reciente en relación con las señales sucedió el 10 de noviembre de 2021, cuando el secretario de Estado norteamericano, Antony Blynken, y el ministro de Defensa ucraniano, Dmytro Kuleba, firmaron una “Carta de Asociación Estratégica”: según la misma, Ucrania “está comprometida con las profundas y ampliar reformas necesarias para su plena integración en las instituciones europeas y euroatlánticas”.

Este evidente respaldo sin duda no solo afirmó la concepción de la política exterior y de seguridad de Ucrania en relación con la orientación política, económica y estratégica-militar, sino que pareció que Occidente garantizaba dicho rumbo. Esto último tal vez hizo creer a Kiev que no estaría sola ante la reacción rusa si decidía marchar al extremo, es decir, hacia las estructuras de Occidente, pero también si se proponía recuperar el control territorial en el este y, algo más temerario, recuperar Crimea.

Fue acaso ese convencimiento y entusiasmo el que, en la Conferencia sobre Seguridad de Múnich de febrero de 2022, un foro donde se puede medir la “temperatura estratégica” de las partes, impulsó a Zelenski a decir que su país podría reconsiderar la renuncia a la posesión de armas nucleares (a las que renunció —o las retornó a Rusia en los años noventa— a cambio de seguridad y reconocimiento como país independiente). En perspectiva, fue acaso más un recurso de presión del presidente a Occidente que no calibró la desaprobación con desprecio que causaría en Rusia.

Sabemos qué sucedió a partir del 24 de febrero: Ucrania sufrió una invasión desde varios frentes. Desde entonces, y a un precio devastador para la seguridad humanitaria y material como así para la seguridad regional y global, ambos libran una guerra en la que los márgenes de salida se van haciendo cada vez más estrechos.

La invasión u “operación militar especial” de Rusia fue el resultado del fracaso de la diplomacia, pero también fue el riesgo que corría Ucrania al someter a prueba una política exterior y de seguridad descartando cualquier otra alternativa que no fuera la incorporación integral de Ucrania a Occidente. Para decirlo más claramente: lo que podemos denominar “doctrina Zelenski” implicaba no solamente remarcar diferencias geohistóricas, sino, y fundamentalmente, desafiar la geografía y la geopolítica.

En relación con el pasado, dicha doctrina reafirmaba la separación de las culturas de ucranianos y rusos tras la emergencia de principados (en el siglo X) y el final del predominio mongol (siglo XIV); es decir, Ucrania y Rusia eran países culturalmente diferentes, no un mismo país separado por las potencias occidentales como sostenía el presidente Putin, quien pocos días antes de la invasión llegó a negar la existencia de Ucrania.

Por tanto, Kiev podía narrar su historia prescindiendo de Rusia; pero para Moscú ello implicaría un problema existencial. En gran medida, sucedía lo que ha dicho la especialista Hélène Carrère d’Encausse cuando se desplomó la Unión Soviética. “Entonces, cuando el 1 de enero de 1992 los ciudadanos de Rusia descubrieron su país tal como salía de los acuerdos de Belavezha (qué declaraban oficialmente la disolución de la URSS), pudieron interrogarse con toda razón: ¿qué país era ese tan diferente de aquel que había forjado la larga historia, del cual habían aprendido etapas y lugares? Kiev, la cuna de todo, ya no estaba en Rusia, ni las costas del Báltico, ni las del Mar Negro. Pedro el Grande y la gran Catalina, ¿no habían existido tampoco, igual que Oleg en el pasado ruso? Comprender la Rusia de 1992 imponía a los rusos el olvido del pasado y la contemplación del porvenir”.

Pero, además de narrar la historia en clave solamente ucraniana, la “doctrina Zelenski” implicaba romper con la condición geográfica y geopolítica, es decir, desafiar la condición relativa con la ubicación del país y con el carácter de “pivote geopolítico” que le imponía la misma, esto es, la de ser un país independiente pero prudente en relación con su política externa y de seguridad en razón de los intereses y amparos de seguridad del vecino preeminente, como ha sido Finlandia (con más de 1.300 kilómetros de frontera con Rusia) por décadas sin que ello menoscabara su condición de país soberano e independiente.

Se ha dicho que, si Ucrania llegara a pertenecer a las estructuras de Occidente, Rusia perdería su condición de potencia euroasiática y solo le quedaría la asiática. Ello puede ser cierto, pero lo verdaderamente importante es que una eventual pertenencia de Ucrania en esos marcos occidentales implicaría un impacto de escala en la necesaria indivisibilidad que debe observar la seguridad en esa placa geopolítica del globo que es Europa del Este (o, para decirlo más apropiadamente, el inmediato oeste de Rusia).

Una situación de “seguridad divisible” implicaría que una de las partes, Occidente y la OTAN, lograría ampliar y afirmar su seguridad en detrimento de otra parte, Rusia. Es decir, se romperían las reservas estratégicas y geopolíticas que contribuyen a la estabilidad interestatal regional, continental e incluso global.

Por ello, las responsabilidades de la guerra que tiene lugar hoy recaen principalmente sobre Rusia, sin duda, porque ha violentado el principio de integridad territorial; pero también comprometen a Ucrania por sostener una política externa y de seguridad reduccionista, a los países de la UE por permanecer en su área de confort estratégico y no sostener una geopolítica propia que la comprometiera más en los sucesos del Donbass a partir de 2014 y, asimismo, no ilusionara a Ucrania con la membresía en la OTAN; y a Estados Unidos por no respetar la experiencia ni los códigos estratégicos y geopolíticos.

En breve, con el reto que supone romper con la deferencia a Rusia e intentar estrecharse a Occidente, el presidente de Ucrania se ha alineado con la regularidad histórica de Ucrania en relación con enfrentar a Rusia. Su nombre seguramente se sumará a la lista en la que figuran Taras Shevshenko, Symon Petlyura y Stepan Bandera. Pero las consecuencias de su decisión podrían tener un muy alto precio: para el país, desde una nueva mutilación hasta la misma desaparición, y para el mundo, una etapa de alta desconfianza, militarización, baja cooperación, esferas de influencia y primacía de los intereses nacionales.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

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UCRANIA, PRIMERAS CONCLUSIONES TRAS DOS MESES DE GUERRA

F. Javier Blasco*

Cuando un conflicto bélico, creado y manipulado por Putin en este caso y que no le está dando los resultados esperados ni deseados, lleva ya dos meses en activo e in crescendo y en él se han empleado muchos medios y todo tipo de unidades, se puede decir que, tanto por cuestión del tiempo como por la forma, deben sobresalir un buen número de conclusiones que pongan de manifiesto gran parte de los aciertos y de los errores que se han cometido en el mismo.

En primer lugar, cabe destacar que por la parte rusa no se ha tenido en consideración ninguno de los siguientes tres ‘principios fundamentales’ que nosotros consideramos fundamentales para lograr el éxito en las operaciones.

No existía una determinada ‘voluntad de vencer’ en un ejército cuyos dos tercios, como mínimo, son de tropa de recluta, mal preparada y dotada de un material de dudosa capacidad y modernidad a la que se le sometió a más de un mes de constantes trasiegos y movimientos de distracción alrededor de las fronteras ucranias, aparentando estar de maniobras. Principio que, por el contrario, ha sido vital en las filas ucranias.

La más que necesaria ‘acción de conjunto’ de todos los medios terrestres, navales y aéreos implicados en la operación, debido a diversas circunstancias, errores y falta de previsión, munición o de entrenamiento, fundamentalmente del sector aéreo, tampoco se llevó a efecto cómo debía.

Por último, el principio de la ‘sorpresa’ nunca fue tenido en consideración, dieron tiempo a los ucranios a recibir todo tipo de información sobre el despliegue enemigo y los tres esfuerzos por donde iban a romper el frente. En definitiva, los ucranios, gracias a la inteligencia norteamericana conocían su orden de batalla y, debido a los dilatados amagos, les dio tiempo a recibir apoyos, instrucción o refuerzos, principalmente por parte de EEUU.

El ‘punto decisivo’ (aquel que se marca y define en toda operación y cuya toma, caída, mantenimiento o posesión determina el éxito o el fracaso de cualquier operación de envergadura), Kiev fue bien definido, pero no se emplearon los medios necesarios para su toma rápida, efectiva o total, tal y como estaba prevista en la maniobra inicial.

La ‘Doctrina’ rusa (documento base que marca la correcta manera de conducir el combate) es una mera evolución de la soviética de los años 30 del siglo XX. Doctrina que se basaba en el empleo en profundidad de unidades completas en masa que eran sobrepasadas cuando las de primera línea quedaban anuladas o muy desgastadas, no se puede aplicar en estos momentos, porque la entidad del ejército ruso es muy inferior a la del de la URSS.

Otro tanto sucede con la forma de ejecutar el ‘planeamiento y la conducción de la maniobra’ que, en este caso, ha sido totalmente ‘centralizada’ a pesar de haber requerido una descentralización en la ejecución, ya que esta era llevaba a cabo por tres frentes y ejes diferentes.

La pobreza de la capacidad logística del ejército ruso para alimentar la batalla en profundidad y por varios ejes diferentes, pone de manifiesto que esta lacra, arrastrada tradicionalmente por los rusos en otros enfrentamientos, no ha sido corregida ni mejorada a pesar de los fracasos pretéritos en el mismo tema, así como no ha mejorado mucho el empleo, recuperación y mantenimiento de los materiales en un terreno hostil en condiciones adversas.

Es de resaltar, que este conflicto ha puesto de manifiesto grandes cambios en los conceptos sobre el ‘valor táctico y en las formas de empleo de los carros de combate y de los buques armados’. Ambos elementos, considerados durante muchos años como auténticas y eficaces máquinas de guerra, cuasi inexpugnables, que proporcionaban un gran valor especifico a la capacidad de combate de las naciones y sus ejércitos, han demostrado una gran vulnerabilidad ante los medios modernos a base de misiles de largo alcance y elevada precisión o a los mortíferos efectos de simples drones, incluso de fabricación casera, guiados en proximidad, capaces de descargar sobre ellos bombas o artefactos explosivos de gran efectividad.

Dichas “nuevas vulnerabilidades” exigirán cambios en la forma de empleo de los mismos, en su cobertura o protección y en las mínimas distancias del enemigo a las que deben o pueden ser empleados. De lo contrario, tales costosas maquinas dotadas con todo tipo de capacidad de destrucción, quedaran al albur y a la constante amenaza y alcance de unas armas sencillas, baratas y de gran efectividad.

El empleo de unidades de mercenarios y francotiradores a sueldo o por simpatía con la causa en ambos bandos, no es una buena solución, porque si bien puede proporcionar éxitos iniciales y selectivos en algunos momentos, suelen ser soldados de circunstancias que operan por una elevada soldada, que son más bien asesinos a sueldo o depravados saqueadores y violadores a los que no les importa expandir el odio y el terror entre la población civil y los mismos combatientes tradicionales y además, a la larga, su erradicación o extermino, supondrá un grave problema para los que finalmente gobiernen los territorios en liza.

En este conflicto, convertido en una ‘guerra total’, el liderazgo y la exaltación el sentimiento patriótico vienen jugando un papel muy importante en uno y otro sentido. Sin menospreciar en nada el rol desempeñado por la ‘propaganda y la desinformación’. Uno y otro bando, han conseguido que sus públicos objetivo, hayan recibido clara y nítidamente los mensajes que se les ha querido transmitir.

La guerra cibernética y también la electrónica (que parece haber recuperado gran parte de su protagonismo en el campo de batalla), unido a la poca calidad y eficacia de los medios de comunicación propios, principalmente los rusos, no solo han logrado atacar redes de mando y control esenciales de comunicación, también, han obligado al uso de medios comerciales propios en altos mandos, lo que ha facilitado su localización y aniquilamiento por francotiradores cercanos.

El empeño y obcecación de Putin en destruir y allanar los núcleos urbanos que se le resisten, incluso en las zonas prorrusas del Donbass, ha logrado un triple efecto negativo; aumentar el odio hacia él y los rusos por parte de los que han perdido sus hogares y ciudades; facilitar su defensa favoreciendo los efectos de las líneas y puestos de defensa, la colocación de minas y trampas y que el precio de la factura para la reconstrucción de los mismos se eleve a cifras insospechadas; elementos que le llegarán a perjudicarle de forma directa o indirecta.  

Zelenski ha sabido mantener hábilmente la presión sobre los principales parlamentos en Occidente mediante programadas y bastante arriesgadas videoconferencias para que, al menos, no decayese el ánimo o la intención en su apoyo en material de guerra. Apoyo que, realmente, se inició de forma timorata y casi testimonial, para ir subiendo y completándose con materiales que realmente le interesan; aunque no cabe la menor duda de que muchos de dichos apoyos han sido a base de material de surplus o no en muy buenas condiciones.

La enorme cantidad de bajas civiles y militares ponen de manifiesto que esta guerra no ha sido ninguna broma; que los excesos, abusos y crímenes de guerra han existido —y no en pocos casos— en ambos bandos y que la Comunidad Internacional (CI) deberá tomar cartas en el asunto de forma clara, patente y seria a pesar del peso que tiene Rusia y su apoyo incondicional chino en el mundo de las finanzas internacionales y en el CSNU.

Los refugiados y desplazados internos ucranios, mayoritariamente al menos de forma inicial, muestran su deseo de volver a sus hogares de procedencia; ello será más efectivo y real cuanto mayor, mejor y más rápida sea la reconstrucción del país desolado por una guerra injusta, que para el resto del mundo, solo sirve para mantenerlo entretenido tras los televisores, viendo y viviendo en directo una cruenta guerra con cientos y miles de cadáveres, destrucción y desolación, cuando hace muy pocos meses, escondíamos nuestros propios miles de fallecidos debido a una pandemia que en general no se supo gestionar bien a nivel global ni particular.  

Putin tenía varios ‘objetivos marcados en los niveles geoestratégicos, geopolíticos y geográficos’. Contrariamente a lo que se piensa, porque así le interesa lanzarlo a la CI, ya ha logrado algunos de ellos.

Está a punto de ocupar todo el Donbass y unir la península de Crimea con Rusia a través de aquellos y otros puntos neurálgicos. Le falta poco para denegar el acceso a Ucrania al mar con lo que le corta un gran lazo de unión con el exterior para exportar sus productos.

Machaconamente, se nos viene repitiendo el mantra de que se ha logrado un gran efecto positivo en los organismos de la CI como la OTAN, la UE y la ONU; cosa que no es así del todo o más bien lo contrario.

Podríamos afirmar que la OTAN se ha fortalecido, aunque parcialmente al aumentar su “intención” de gastar más en defensa y en despertar ante la comprobación de que el enemigo, que la originó, sigue vivo y con deseos de expansión. Pero, por otro lado, esa manifiesta piña, proclamada a todos los vientos, ha sido fruto y entorno a una falacia que denota una gran debilidad individual y colectiva y una alarmante falta de compromiso ante los excesos de los sátrapas contra las personas, la cultura y la democracia en territorios vecinos a su área de interés y responsabilidad. Falacia que realmente consiste en hacer creer al mundo que la Alianza no entra ni entrará en el conflicto para evitar que se desencadene una tercera guerra mundial; guerra que con mucha probabilidad podría degenerar en un conflicto de índole nuclear.

La ONU y la UE han demostrado su ineficacia e inutilidad para afrontar e influir en este tipo de conflictos y, al día de hoy, se puede asegurar que varios miembros de la propia Unión son los que le están subvencionando la guerra a Putin al seguir comprándole gas y petróleo para mantener su esfera de confort; lo que está provocando no pocos conflictos y diferencias en la misma UE a la hora de decidir cómo y cuándo se deben o no, cortar dichos suministros.  

La capacidad de ‘disuasión del empleo o amenaza del arma nuclear’ por parte de Putin ha logrado el efecto deseado; la CI debido al miedo creado con ello, ha decidido sin pestañear ni dudarlo por un instante, dejar solos a los ucranianos frente al invasor y calmar sus conciencias a base de prestarles información y algo de adiestramiento y que sean ellos los que desgasten o incluso, de ser posible derroten —al falazmente proclamado por todos los occidentales como super poderoso ejército ruso— con un importante derramamiento de su sangre, en sus propias tierras y ciudades a cambio de unas palmaditas en la espalda, el envío de pequeñas cantidades de armas y con visitas guiadas del tipo de campaña electoral o de propaganda política indigna de quienes presumen de lo que no saben, ni son.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

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