Francisco Carranza Romero*
Los hechos culturales viven gracias a dos movimientos contrastantes: innovación (fuerza centrífuga) y conservación (fuerza centrípeta); apertura y cierre.
En la lengua se observa este movimiento entre el cambio y la conservación, entre el localismo y el universalismo. La lengua como código de comunicación de seres inteligentes está en constante cambio partiendo desde el idiolecto, sociolecto y dialecto. La lengua sobrevive gracias al esfuerzo de los usuarios por entenderse recíprocamente. Es el mejor medio de comunicación oral o escrita tanto en las ciudades como en las áreas rurales. Pero la urbe, que tampoco es uniforme, creyendo que habla mejor una lengua, trata de imponer su manera de hablar al área rural. Y la ciudad capital del país, creyéndose el modelo lingüístico, espera que las provincias la imiten.
En el nivel internacional, algunos españoles usuarios de la lengua castellana se creen los modelos lingüísticos sin tomar en cuenta la amplitud geográfica y el factor demográfico, y sin el conocimiento de que todas las lenguas viven con variedades dialectales por razones geográficas, históricas y culturales (como la influencia de las lenguas indígenas). Ante los hablantes de Hispanoamérica, Guinea Ecuatorial y Filipinas dicen con mucha ligereza: «En España se habla el mejor español”. Ellos ignoran que no hay dialecto mejor ni peor. Por tanto, ningún dialecto debe ser objeto de menosprecio.
Esta actitud imperialista se da también en otras lenguas. El cusqueño que habla quechua dice que su dialecto es el auténtico. El británico dice que su «Royal English» es mejor sin considerar que su población no es relevante frente a la población anglohablante de todo el mundo.
Las diferencias entre España e Hispanoamérica
En lo fonético. El seseo es general en Hispanoamérica y en algunas áreas de España (Andalucía e Islas Canarias). El yeísmo se da tanto en las urbes de Hispanoamérica y España; pero en las zonas americanas con influencia de las lenguas indígenas se realizan las diferencias de ye (fricativo palatal sonoro) y elle (lateral palatal sonoro).
El léxico varía en significante y significado (Ferdinand Saussure) en cada localidad porque las realidades geográficas, históricas y culturales condicionan el pensamiento y el lenguaje. Con este criterio comprendemos las diferencias entre Hispanoamérica y España sin ninguna supervaloración ni subvaloración. Superando el localismo estrecho (espíritu del campanario) aprendemos y asimilamos nuevas palabras. Así podemos entender el habla y el material escrito en otras localidades. En la variedad también está la riqueza lingüística.
Cuando se edita un libro en España, el corrector de la editorial interviene cambiando el léxico de Hispanoamérica por la de España como si existiera el colonialismo lexical. Esto se nota más en las traducciones. En los cinco ejemplos cito primero la versión hispanoamericana, luego la española:
Carro (del latín carrus). En España: coche (del húngaro kocsi).
Estacionamiento. En España: cochera. Por la influencia del francés también se usa garaje tanto en Hispanoamérica como en España.
Chofer. Influencia del francés, conductor del vehículo. En España: chófer y chóferes (plural). La diferencia está en la ubicación del acento de intensidad.
Papa. De origen quechua, tubérculo americano. En España: patata. Esto puede explicarse así:
- Confusión con “batata” (Ipomoea batatas, otro tubérculo americano).
- Desconocimiento del caso acusativo «papata» de «papa» en quechua.
Polla. Femenino de pollo (que aún no pone huevo o recién está poniendo), apuesta, lotería, mujer joven, coctel de licor, esputo. En España: coprolalia referente a pene.
¿Cómo llamar al ave carroñera Coragyps atratus de muchos nombres? Cito en orden alfabético: aura (España), chulo (Colombia), gallinazo (Perú), jote (Chile), urubú (Paraguay), zamuro (Venezuela), zoncho (Costa Rica), zopilote (México), etc.
El cerdo también tiene muchas denominaciones: chancho, cochino, marrano, porcino, puerco.
En una de mis visitas a Madrid entré a una juguería de La Gran Vía. Al ver la toronja en la vitrina, pedí: Jugo de toronja. El mozo no me comprendió o se hizo que no me comprendía. Me acerqué a la vitrina, señalando la fruta, dije: «Quiero jugo de toronja». Entonces el mozo me contestó en voz alta: «Zumo de pomelo» enfatizando la pronunciación de la zeta como fonema fricativo interdental sordo. Me estaba enseñando el español madrileño. Por mi aspecto físico, era evidente: yo no soy un hispanígena ni europeígena. Recibí el jugo y bebí sentado recordando las expresiones lingüísticas y paralingüísticas. Al pagar le dije con sonrisa: «Pomelo, de origen inglés. Toronja, de origen árabe. Zumo (imitando su pronunciación) de origen griego. Jugo, de origen latino». ¿Sabría el mozo que fueron los árabes los que llevaron a España la naranja y toronja?
La vida del castellano depende de todos los usuarios
Nadie pone en duda el origen del idioma castellano como variación del latín vulgar. Pero, la vida del castellano por siglos es gracias a sus hablantes en España, Hispanoamérica, Guinea Ecuatorial y Filipinas. España no es el amo ni dueño del castellano.
La vigencia y unidad del castellano es y será el resultado de la voluntad, esfuerzo y responsabilidad de todos sus usuarios de allá y acullá. Si podemos comunicarnos en español es gracias al esfuerzo de cada hablante y del que estudia y reflexiona sobre la lengua. La lengua culta, usada en las conferencias, clases, documentos oficiales, libros y periódicos (con la excepción de las publicaciones que, para agradar a ciertos grupos, descuidan las normas) es la base para la unidad de la lengua.
Repito: para entendernos necesitamos la apertura mental y tolerancia entre los hablantes. A pesar de nuestras diferencias étnicas, económicas, políticas y culturales debemos aceptarnos porque somos usuarios de una lengua común con sus diferencias fonéticas, léxicas y morfológicas. Y debemos esforzarnos en conocer la lengua que usamos para hablar y escribir; conocerla en su sincronía y diacronía.
En cuanto a la producción literaria tomemos en cuenta la opinión del venezolano Ángel Rosenblat: «(…) toda la literatura española es patrimonio nuestro, patrimonio común de nuestra lengua común» (Sentido mágico de la palabra, 1977, Caracas).
* Investigador del Instituto de Estudios de Asia y América, Dankook University, Corea del Sur.
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