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«¡MIENTE, MIENTE QUE ALGO QUEDA!»

Julio Ferrari Freyre*

En los últimos años hemos escuchado la frase «¡Miente, miente que algo queda!» en innumerables ocasiones para describir los pronunciamientos de los políticos de turno y es moneda corriente descubrir que la vasta mayoría de ellos miente por hábito y costumbre. Los periodistas, que se supone son memoriosos, siempre repiten que la frase fue pronunciada por Joseph Goebbles en algún momento de su carrera. Todos conocemos que Goebbles fue Ministro de Instrucción y Propaganda del Tercer Reich.

Paul Joseph Goebbles nació el 29 de octubre de 1897 en Rheydt, municipio de la ciudad de Mönchengladbach, en Renania, hijo de Friedrich y Katharina Maria Odenhausen, ambos católicos, y tuvo cinco hermanos. Estudió en el Gymnasium recibiéndose como el estudiante más sobresaliente de su clase y en 1917 rindió el Abitur (examen de ingreso a la Universidad). Inició sus estudios en la Universidad de Bonn en filología clásica y alemana e historia. Fue becado por Albertus-Magnus-Verein (Asociación Alberto Magno) e integró el Verband der Wissenschaftlichen Katholischen Studentenvereine Unitas (W.K.St.V.), una federación de estudiantes católicos con sede en esa ciudad.

Continuó sus estudios en varias otras casas de altos estudios y en 1921 presentó su tesis doctoral en la Universidad de Heidelberg, sobre el dramaturgo romántico Christian Wilhelm von Schütz (1776-1847): Wilhelm von Schütz als Dramatiker. Ein Beitrag zur Geschichte des Dramas der Romantischen Schule («Wilhelm von Schütz como dramaturgo. Una contribución a la historia del teatro romántico»). Goebbles esperaba que el célebre historiador literario Friedrich Gundolf dirigiera su trabajo, pero al haberse retirado de la actividad académica, éste sugirió que el Profesor Max Freiherr von Waldberg fuese su director de tesis. Se destaca que tanto Gundolf como von Waldberg eran judíos.

A pesar de haber gozado de becas y apoyo de organizaciones católicas como la prestigiosa Albertus-Magnus-Verein, y de haber buscado a profesores judíos para su tesis doctoral, más tarde abrazaría el ateísmo, como su jefe espiritual Adolf Hitler, atacando a la Iglesia Católica con el mismo entusiasmo con que embestía contra a la fe judía, a los marxistas, a los liberales y a cualquier otro grupo o personas que no siguieran las enseñanzas perversas del nacionalsocialismo.

En febrero de 1924 ingresó al Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei  – NSDAP), llegando a ser jefe regional (Gauleiter) de Berlín y tras la asunción de Hitler en marzo de 1933, fue Ministro de Instrucción y Propaganda. Habría que destacar que en septiembre de 1934 Goebbles dijo en Nurenburgo ante un grupo nutrido del NDSAP[1]:

La buena propaganda no necesita mentir, de hecho no tiene por qué mentir. No tiene ninguna razón para temer a la verdad. Es un error creer que la gente no puede soportar la verdad… si pueden, es sólo cuestión de presentarles la verdad de una manera en que sean capaces de entenderla. Una propaganda que miente prueba que tiene una mala causa, y no podrá tener éxito en el largo plazo.

La propaganda de los nazis estaba muy bien armada y buscaba penetrar por medio de argumentos lógicos y profundos en total contraposición a la diseñada por el gobierno británico y especialmente la que producía Estados Unidos surgida de Madison Avenue en Nueva York, donde tenían sus oficinas los principales estudios de publicidad comercial estadounidense.

Pero volvamos a la «Mentira que debe quedar».

En su profundo estudio Santos Castro nos explica la diferencia entre engaño y mentira[2]:

Hay dos características de la mentira que la distinguen del engaño. Primero, mientras que el término «engaño» se refiere a cualquier método (lingüístico o no), para hacer que otro crea algo que el que engaña no cree, la mentira es aquella forma de engaño que se produce mediante el lenguaje articulado, ya fuere este oral, escrito o simbólico. Segundo, para mentir, basta con que el hablante dirija el enunciado falso a otra persona o personas, mientras que, para engañar, es necesario que, además del despliegue de la maniobra engañosa, la víctima resulte efectivamente  engañada.

Según el Dr. Iván Almeida de la Universidad de Aarhus (Dinamarca)[3], las primeras referencias sobre la expresión son del siglo I d. C:

Los primeros rastros de la frase remontan de hecho al siglo I d.C. En el capítulo 4º del libro I de sus Obras Morales, Plutarco la atribuye a Medion de Larisa, un ambiguo personaje que cinco siglos antes había sido consejero de Alejandro Magno: «Ordenaba a sus secuaces que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz”». La frase reaparece en el siglo XVII, ya decantada como un conocido proverbio. Así lo atestigua Roger Bacon en su obra latina De la dignidad y el desarrollo de la ciencia. Hablando de la «jactancia», dice que se le puede aplicar «lo que se suele decir» de la calumnia: «Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia, siempre algo queda» (VIII: 2). Un siglo más tarde, Rousseau pone en boca de un «famoso delator» la consigna siguiente: «Por más grosera que sea una mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aun después de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sanase, siempre quedará la cicatriz» (Epístolas I:1). Finalmente, en el siglo XIX, Casimir Delavigne, en Les enfants d’Edouard, reformula como una simple constatación la frase que había atravesado toda nuestra era: «Mientras más increíble es una calumnia, más memoria tienen los tontos para recordarla» (acto I, v. 299-300).

Nadie dudaría de que, emulando a lo que recomendaba Goebbels, sería positivo que los políticos dejaran de engañar con sus mentiras para captar votos y apoyos. La mentira se utiliza como estratagema y herramienta política, reflejando que aparentar algo que no es o que no se tiene es más importante que la verdad; de manera habitual encontramos esta práctica especialmente en funcionarios públicos y legisladores poco seguros de si mismos, que renuncian fácilmente a sus convicciones para conseguir un buen puesto o proteger su carrera e intereses políticos.

En palabras de San Agustín la mentira es «decir falsedad con intención de engañar», resultando así ser el antivalor de la verdad; siendo ésta la que favorece las relaciones entre las personas, países u otros interlocutores es lo que se espera que debe apreciar y poner en acto tanto el político cuanto el funcionario público. Lamentablemente, muchos de ellos obran como si la verdad no mereciera un espacio en nuestra sociedad[4].

Otra forma frecuente de mentir es no dar toda la información que correspondería para convencer a otros de la propia posición. Así vemos las semiverdades que han surgido en distintas épocas tanto en la prensa como en los congresos y parlamentos, en las escuelas y en las universidades, en toda institución dónde la ideología, el partidismo o la posibilidad de sostener ventajas corrompen la verdad mencionando sólo la porción conveniente de lo que se debe transmitir.

Un buen ejemplo de lo dicho es la propaganda que cada parte involucrada nos cuenta del actual conflicto entre Rusia y Ucrania o del desacuerdo entre China y los Estados Unidos, y así, una larga lista de situaciones donde de un lado u otro se recorta la información ya que se busca engañar para direccionar la opinión de la gente.

También podemos decir que mentir en términos de la propaganda incluye como técnica magnificar una situación dada, presentándola o favorable a los amigos o desfavorable a los enemigos, dependiendo de nuestra posición. Así vemos, a modo de ejemplo, el escándalo que algunos medios arman por las ofensas de religiosos católicos, pero silencian las diversas ofensas (abusos, pedofilia, narcotráfico y similares), de sus similares protestantes y judíos.

Otro ejemplo resulta la mentira generalmente aceptada acerca de que son 30.000 desaparecidos durante la guerra contra la subversión marxista en la Argentina, cuando el total sería cercano a los 9.000 según cifras de distintos organismos dadas a conocer en diversos momentos desde el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín en 1983. Incluso el Lic. Luis Labraña dijo haber inventado esta cifra para obtener financiación de entidades neerlandesas en la década de 1970 y 80.

En una época en que la verdad ha perdido relevancia de manera generalizada suenan imperativas las palabras del Dr. Castillo de la Universidad de Navarra: «Es muy importante fomentar el amor a la verdad desde edades tempranas, porque sin ella ni seremos libres, ni sabremos distinguir lo verdadero de lo falso, ni nuestra vida tendrá coherencia y sentido. El amor a la verdad conlleva el deseo de saber y aprender»[5]. Podemos estar convencidos que muchísimos conflictos entre personas, instituciones y Estados se hubieran resulto haciendo honor a la verdad.

 

*Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Sophia (Tokio, Japón), Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador y Economía en la Universidad de Deusto (Bilbao, España). Egresó del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (1984). Como Diplomático ha cumplido funciones como Cónsul en Bilbao (1989-94), en la Embajada Argentina en la República Popular China (1997-2003) y como Cónsul General en Canton (2011-2016). En Cancillería fue Director de Documentación de Viaje dentro de la Dirección General de Asuntos Consulares y estuvo a cargo de la Representa Especial para Asuntos de Terrorismo. Se retiró del Servicio Exterior de la Nación como Ministro Plenipotenciario de Primera Clase en 2018.

 

Referencias

[1] Castagnino, Leonardo. «Algunas Falacias, La Gaceta Federal». La Gazeta Federal, https://www.lagazeta.com.ar/algunas_falacias.htm#02.

[2] Santos Castro, Juan S. «Políticos  y tramposos democráticos: ¿Es la mentira política diferente de otras clases de mentiras?». Universitas Philosophica, n° 72, año 36, enero-junio 2019, Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/vniphilosophica/article/view/23021/21979

[3] Almeida, Iván. «La frasecita de Goebbels y la fábrica de mentiras». Página 12, 03/08/2011, https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-173636-2011-08-03.html.

[4] Castillo, Gerardo. «La mentira como recurso político». Diario de Navarra (Pamplona), 04/08/2021, https://www.unav.edu/opinion/-/contents/04/08/2021/la-mentira-como-recurso-politico/content/CnBM7sduyZOb/34068227.

[5] Castillo, Gerardo. Op. cit. 

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POPULISMOS Y POPULISTAS DEL SIGLO XXI

F. Javier Blasco Robledo*

Mucha gente, en su afán por sintetizar, suelen decir que un populista es aquel que actúa y piensa de manera totalmente contraria a un liberal o, simplemente, que el populista es antiliberal. La historia reciente y pretérita cercana y no tanto, nos ha dejado grandes ejemplos de dirigentes o políticos populistas, hombres y mujeres desquiciados por su ego, tiranos, reyes o emperadores y ensangrentados guerreros o saqueadores en busca de hacer siempre lo que les viene en gana para satisfacer su fuero interno, alegando que todo lo hacen por y para el pueblo, aunque sin pensar en el verdadero bien de sus subordinados ni en cumplir seriamente con los preceptos de su responsabilidad.

El populismo, según el diccionario de la RAE se define como “la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. En definitiva, es una actuación o modo de ser, con la que para conseguir sus fines lo que hace es —mediante un engaño bien estudiado y premeditado— aparentar y presentar unos valores que, en realidad, no piensan cumplir jamás; por ello, y no es por casualidad, su mejor y más claro sinónimo sea el término “demagogia”.

Los líderes populistas suelen ser tremendamente egoístas, bastante o muy narcisistas incluso, aunque su apariencia no sea para tanto o todo lo contrario; suelen aparecen rodeados de personas que les veneran y creen ciegamente en ellos, en sus predicas o actuaciones, que les ríen todas las “gracias” y aparentan que nunca verán en sus actos algún atisbo de falsedad o maldad. Su execrable cohorte es incapaz de decirles la verdad o echarles en cara los errores cometidos por grandes y patentes que estos sean en sus constantes cambios de actitud, de rumbo y de preceptos a seguir; cosa que con mucha frecuencia, y siempre en su propio beneficio, suelen aplicar.

Sus campañas son apocalípticas y sin cuartel contra todo el que pretenden derribar; a la par que muy esperanzadoras para el embobado seguidor que haya caído o esté presto a caer en sus redes. Sin titubear un ápice, ofrecen una arcadia sin parangón donde todos los problemas y necesidades previstas o por imaginar tienen fácil solución; llenas de todo tipo de beneficios, comodidades o servicios públicos que colmen sus deseos de forma gratuita y sin igual.

Beneficios y consuelos, que con el paso del tiempo, sus seguidores nunca verán llegar, aunque, sin embargo, sí percibirán cambios en la actitud, gustos y comportamientos personales del gran embaucador y la comparsa o guardia pretoriana que sobreviva a las continuas purgas a las que el dictador somete a los más cercanos para evitar que estos le puedan hacer sombra o mínimamente criticar.

Aunque muchos pretenden encasillar este fenómeno en una ideología política concreta, no es cierto. Tiene cabida en todo tipo de tendencias de izquierda o derecha aunque siempre bien cercana a sus respectivos extremos. Extremos, que suelen compartir bastantes espacios e ideas y que por ello, algunas veces son difíciles de diferenciar. El odio que destilan hacia el adversario político es tremendo y sin cortapisas o mesura. Suelen despreciar a los demás con toda tranquilidad. Les gusta mucho usar las redes sociales para hacer ver y dejar plasmadas sus fobias y tirrias sobre los demás; sin embargo, suelen tener la piel muy fina cuando alguien osa a devolverles su misma “medicina”; en cuyo caso, pronto recurren a los tribunales en busca de amparo o la compensación económica por el agravio recibido.

Suelen aparentar ser muy valientes y critican el valor real y la necesidad de las fuerzas y cuerpos de seguridad como garantes de la Ley y el orden; pero cuando llegan a ser alguien en la vida política y social, rápidamente se refugian tras ellas, se rodean de guardaespaldas, protegen sus vidas y casas como si fueran las joyas de la Corona o corren a refugios blindados cuando ven que las turbas enfurecidas —aunque estén así por su culpa— les puedan atacar.

Viven de, por y para la propaganda, el control de las redes y medios, así como el manejo de la información privilegiada. Entre sus objetivos a corto y medio plazo también figuran: el control de los cuerpos de policía, del sistema judicial y de la cúpula militar. Durante sus campañas presumen de total transparencia y de la absoluta visibilidad de sus gestiones, acuerdos y demás; para transformarse de inmediato, en cuestión de días, en lo más opaco y oscuro que se haya visto jamás.

Suelen mantener contactos entre sus pares para compartir información, dar la sensación de movimiento fuerte y no ser fruto de una calentura o ensoñación particular y para aprovechar en beneficio las lecciones aprendidas por los demás. Las agendas ocultas de países perversos o grandes mafiosos de renombre internacional suelen tener cabida en alimentar las acciones de estos energúmenos de la vida social, porque el caos que estos suponen y practican, suele transformarse en pingües beneficios para aquellos, que sin escrúpulos, hacen negocio con el sufrimiento y la desgracia de los demás.

Se mueven en las entrañas y marañas de los fraudes y paraísos fiscales como pez en el agua. Sus grandes fortunas proceden de extrañas subvenciones, de robar los esfuerzos del ciudadano a base de desproporcionados impuestos o de la explotación sin norma ni control de los recursos naturales del país o de la empresa privada, una vez quedan estas nacionalizadas, expropiadas o constantemente acosadas por altas o inasumibles presiones de impuestos y miles de trabas administrativas. Una vez instalados en el poder y controlados los necesarios resortes previamente mencionados, suele resultarles relativamente fácil todo tipo de cambio legislativo, lo que les permite el reparto de dádivas entre sus cercanos o la creación de emporios propios o de allegados que consiguen la prioridad, si no la exclusividad para dichas empresas por parte de la administración o del gobierno a escala nacional.

Su grado de tiranía y real desprecio por la vida de sus gobernados va in crescendo a medida que se ven más acosados por la repulsa y presión popular. Aunque basaron sus campañas en el respeto a la vida y la igualdad de sexos, razas y religión; a medida que pasa el tiempo, ese respeto, fundamentalmente por la vida se convierte mediante una mutación progresiva, en todo lo contrario. Alegando infundados derechos a decidir sobre tu cuerpo, vida y razón de ser, se empieza por el aborto libre y sin edad para practicarlo, la amoralidad religiosa y social, fomentar todo tipo de derechos al mundo bisexual o transexual, el amor libre y sin seguridad y la libertad para el uso y disfrute de las drogas; para finalmente, llegar a la legalización de la eutanasia y como último paso, a la esterilización de aquellos con determinados problemas físicos o cognitivos y de difícil adaptación a las exigencias de la vida actual.

Los ataques a la familia, a la religión y a la moralidad van tomando mayor forma e intensidad a medida que la Iglesia, las propias familias u otro tipo de grupos políticos y sociales se interponen en su camino y denuncian claramente sus pretensiones. Las mejores herramientas para lograr sus objetivos consisten en la propaganda; la profusa difusión en todos los medios posibles de informaciones falsas, sesgadas e interesadas; cambiar el sistema educativo hasta cotas estrambóticas o muy bajas y en promover películas, obras de arte y todo tipo de actos culturales y sociales en pro de exaltar el libertinaje y en contra de la conciencia moral y social. Promover el “café para todos” sin limitaciones —desprestigiando el esfuerzo personal y colectivo— las peticiones exageradas, las huelgas sin razón y exaltar los separatismos por aquello del “divide y vencerás”, para ellos son pautas a seguir y cuidar porque, según su ideario, más pronto o tarde, producen efectos y resultados que quedan indelebles para toda la vida o son muy difíciles de erradicar.

Los populistas se pasan la vida amenazando a los demás, no tienen reparo ante nada ni nadie; cualquiera que se interponga en su camino, les critique o les dificulte lo más mínimo en su tarea y objetivos, es objeto de sus duras críticas, insultos e incluso muchas y nada veladas amenazas, aunque no esté en disposición física, económica o moral de hacerlas realidad. Es una forma de sentirse más fuerte y poderoso de lo que son en realidad y, al mismo tiempo, para mostrar ante sus comprados o paniaguados seguidores su “potencia y animosidad”.

La evolución y puesta en práctica de este fenómeno político y social ha ido evolucionando en los últimos tiempos; si hasta hace bien poco pensábamos que era propio de estados fallidos, las conocidas como repúblicas bananeras o países con poca tradición democrática, el siglo XXI nos muestra claros ejemplos; algunos arrastrados de tiempos pretéritos y otros de nuevo cuño, en países muy dispares y hasta incluso con larguísima tradición democrática.

Los regímenes populistas intentan anular, debilitar o hacer superfluas las existentes estructuras político-institucionales democráticamente establecidas. La propaganda populista sostiene que dichas estructuras son el opio del pueblo porque anulan, confiscan o debilitan e impiden su poder soberano en beneficio de las élites tradicionales; élites a las que tachan de ilegales y de no ser capaces de representar al pueblo y sus necesidades. Las ideologías populistas culminan sus objetivos cuando logran manipular con éxito el imaginario e ideario colectivo al, supuestamente, pretender suprimir la enorme distancia entre gobernantes y gobernados; postulado que por su gran atractivo, casi siempre ha gozado del fervor popular y cuya capacidad de movilización social es ampliamente conocida y muy sufrida por los demás.

Hoy en día existe una cierta unanimidad en entender que el mayor auge de los populismos actuales se debe en gran parte a la putrefacción o al mal desempeño de sus funciones por parte de los precedentes gobiernos neoliberales, lo que trajo una gran ineptitud técnico-administrativa, una elevada mediocridad política tanto en los aspectos programáticos como de las personas para llevarlas a cabo y una extendida corrupción en el plano ético, práctico y moral. Hechos, que sin duda, han contribuido decisivamente en la instauración de regímenes populistas con el cambio de siglo.

Son esos gobiernos de régimen neoliberales los que por sus descuidos, malas praxis y un constante mal ejemplo destruyeron o depreciaron la representatividad democrática y favorecieron la insurgencia y la aparición de la conocida como la “democracia caudillista”, la cual se caracteriza por una creciente concentración de atribuciones en el Ejecutivo, el debilitamiento del resto de poderes del Estado y de los sistemas parlamentarios, electorales y de funcionamiento de los partidos y por el distanciamiento real entre gobernantes y gobernados.

Tal y como se ha mencionado, los dirigentes populistas han sabido instrumentalizar eficazmente amplias redes sociales y los medios de comunicación, a través de las cuales y de los Boletines Oficiales de sus países, hacen circular según los casos, todo tipo de bulos, falsas noticias o una serie de dádivas, subvenciones y bienes materiales y simbólicos en favor de los más pobres y vulnerables, aunque realmente sean de dudosa o muy complicada eficacia o realidad, con los que consiguen establecer ciertos vínculos de lealtad y obediencia a su favor.

Ejemplos de lo dicho y con mayor o menor grado de cumplimiento en todas sus facetas e implicaciones, ha habido y aún hay muchos países —cada vez más— en la arena internacional. No es el momento de estudiarlos todos ellos porque no es el objeto de este pequeño trabajo de análisis y, de hacerlo, se alargaría mucho más; simplemente mencionar algunos cómo la Federación Rusa, China, EEUU, Polonia, Hungría, España, Reino Unido, Corea del Norte, Siria, Libia, Irán, Arabia Saudí, Turquía, varios países latino americanos como Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Cuba y algunos más.

Tarde o temprano, los líderes populistas suelen acabar mal y, en muchos casos, son arrollados por los mismos que fueron engañados en su día por estos vendedores de humo y charlatanes sin par; suele ocurrir más fácilmente en países en los que no se habían consolidado plenamente, porque las profundas raíces democráticas consiguieron resistir los embates de dicha pandemia o donde la formación cultural y los conceptos morales, políticos y sociales consiguen finalmente desenmascarar esta tragedia que, de continuar así, podría terminar fatal.

Solo persisten en aquellos países en los que poco a poco han ido calando en la formación y el pensamiento de un pueblo ignominiosamente dominado por verdaderos artífices de la mentira, las falsas esperanzas y la maldad hasta que han pasado a integrarse en su ADN o forma de vivir con auténtica normalidad; Corea del Norte, Rusia y China, son los ejemplos más claros de lugares donde seguramente va a ser muy difícil erradicar.

A pesar de sus malos ejemplos y peores resultados, muchos populistas mantienen un elevado grado de popularidad entre sus adeptos e incluso aumentan cegados por otro tipo de logros, que si bien son beneficiosos en algunos aspectos, no compensan ni ciegan los errores en otros que tienen una trascendencia fundamental. Es el caso de EEUU y el ínclito Trump, un hombre polémico desde muchos años antes de llegar a la Casa Blanca, rodeado de problemas económicos personales, con amigos e influencias muy discutibles y tremendamente acosado por Hacienda y por una bragueta demasiado nerviosa que no le deja descansar.

Polémico en todos sus actos desde el primer momento de pisar el despacho oval, acostumbrado a hacerlo todo de forma desproporcionada, impulsiva y muy poco reflexiva; actos, que corrobora con una aparatosa firma que presuroso mostraba a las cámaras cada vez que firmaba un decreto o una orden ejecutiva, aunque muchas de ellas pudieran poner el mundo a temblar. A pesar o quizá gracias a ello, ha sido capaz de conseguir más de setenta millones de votos en la primera y más longeva democracia del mundo, entre los que aglutinaba todo tipo de castas sociales y grupos de presión, hasta los más trogloditas norteamericanos sacados de cuevas ancestrales, el mundo del rifle, las armas y el rodeo, los barrios bajos y marginados o caravanas vivienda de las que en EEUU hay millones usadas a diario y que, casualmente, no albergan lo mejorcito de su sociedad.

Ha sido tan grande el golpe que consiguió dar a la democracia norteamericana, que estoy seguro de que sus ciudadanos jamás lo podrán olvidar. Un presidente de los Estados Unidos de América que ha destruido la historia y tradición de su país porque, como un vulgar mal perdedor, desde su puesto alentó a las hordas hasta enfurecerlas para ir a tomar su civil y sacrosanto altar y que ahora tras varios días del ruin acto, aconsejado por alguien, se olvida de aquellas y las desprecia por su forma de actuar. Todo en un movimiento tardío y fuera de lugar para tratar de evitar ser expulsado del poder por la fuerza, incapacitado por problemas de salud mental o que sus poderes sean mermados para evitar que en uno de sus arrebatos siga haciendo daño o pueda provocar una situación irreversible y letal.

Para terminar, quisiera hacer mi última reflexión sobre aquellas horas que el mundo vivió con sorpresa, en muchos casos con indignación y hasta con cierto tipo de miedo porque el mal ejemplo pudiera cundir en otras latitudes sin solución de continuidad. No es el momento ni motivo para tomarse a sorna lo ocurrido esta semana en el Capitolio de Estados Unidos, porque, como dice el Evangelio, aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra y en este tipo de actos y teatros, aunque sin llegar a tamaña intensidad, nosotros tenemos ejemplos muy recientes en Madrid, Barcelona y Sevilla. Situaciones alentadas y jaleadas por populistas que ahora, en otra medida pero al igual que Trump, están en un gobierno nacional o regional tan contentos y convencidos de que ninguna fuerza divina ni humana les puede arrebatar lo que consideran que es suyo por muchos años o para toda la eternidad y veremos que sucederá el día cuando, legalmente y por mandato de las urnas, de sus puestos se les tenga que desplazar.

Lo dicho, como resumen simple y si más adornos; los populismos y los populistas no traen nada bueno a ninguna sociedad oriental ni occidental; son como los bombones de almendra amarga que son malos a rabiar aunque vengan envueltos en hermosos y atractivos papeles de colores fabricados en celofán.

 

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España.  Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

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