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UNA NUEVA ERA DE CONFRONTACIÓN INFORMACIONAL EN AMÉRICA LATINA

François Soulard*

Imagen: geralt en pixabay

Las batallas político-económicas en el hemisferio sudamericano, particularmente intensas desde el comienzo del milenio con el despertar de la ola «progresista», han abrazado decididamente el terreno informacional. Al igual que en otras partes del mundo, la información está percibida ahora como una fuerza capaz de alterar las relaciones geoeconómicas, políticas e incluso culturales, en formas que no son totalmente nuevas desde una perspectiva histórica, pero cuyo alcance, articulación y profundidad sí han configurado una nueva realidad conflictiva. Las potencias tutelares, encabezadas por los Estados Unidos, Europa y China, pero también Irán, Rusia e incluso Israel, están en la primera línea de este conflicto. Sin embargo, otros actores, menos fuertes en apariencia pero igual de potentes, también han aprendido a posicionar sus cartas en este partido. El ensayo[1] Una nueva era de confrontación informacional en América Latina, recientemente publicado en español por Ciccus (Argentina), ofrece una visión general de la cuestión y plantea la hipótesis de una renovación estratégica.

Dicha renovación radica en una serie de observaciones.

El fracaso de una revolución de colores en Venezuela

A partir de 1999 y a lo largo de aproximadamente veinte años, Venezuela ha logrado desbaratar las fases sucesivas de una revolución de color, orquestada desde los Estados Unidos en connivencia con los opositores al chavismo. Mestizo y militar formado en la escuela bolivariana y castro-comunista, Hugo Chávez fracasó inicialmente en su intento de golpe de Estado con el Movimiento Revolucionario Bolivariano en 1992. Tras convertirse en líder de un nuevo movimiento político (MVR) mediante el cual llega a la jefatura del Estado en 1999, es víctima de una tentativa de golpe de Estado en su contra diez años después (2002). Tiene que luchar contra una ofensiva de múltiples niveles y dimensiones apuntada a derrocarlo, fragmentar a sus bases y someter al país a la voluntad de Washington. Con la generosa ayuda de las agencias norteamericanas, el arco opositor construye una modalidad híbrida de combate: demonización del chavismo mediante un periodismo militante, provocaciones violentas en ámbito urbano (guarimbas), soporte a candidatos y «plataformización» de la oposición, acompañadas por diversas presiones internacionales y sanciones económicas.

El régimen venezolano consigue derrotar a este embate, desarrollando una estrategia creativa que combina acción subversiva, organización social y territorial, ingeniería sociopolítica, guerra informacional y control militar y económico (recurriendo inclusive a la violencia y a la arbitrariedad), estrategia que será continuada por su sucesor Nicolás Maduro. El adversario es el imperium norteamericano, designado como potencia neocolonial e intervencionista. Cuba, China y Rusia son sus aliados. Gracias a su cultura combativa y a la renta petrolera, Venezuela ha sido el artífice de una verdadera contrainfluencia norteamericana en el continente y el pivote de consolidación del movimiento neomarxista. El altísimo precio de esta confrontación (estado fallido, emigraciones, retroceso económico) es similar a la de un enfrentamiento armado.

Guerra del gas y autogolpe de Estado en Bolivia

En Bolivia, el Movimiento al Socialismo (MAS) es una fuerza contestataria, también de cepa revolucionaria, que inicia su conquista del poder en 2003 a partir de un foco de conflicto cristalizado en torno a la «guerra del gas». La venta de gas boliviano, transitando por Chile (adversario histórico) con destino a los Estados Unidos, es utilizada como un pretexto moral para enardecer la fibra nacionalista, movilizar a los sectores sociales combativos y alimentar una serie de enfrentamientos territoriales que acabaron provocando la caída de dos gobiernos (el de Gonzalo Sánchez de Lozada y luego el de Carlos Mesa). El movimiento es apoyado en la sombra por Venezuela y por el ala globalista de los demócratas estadounidenses, en particular la estructura de George Soros. Una vez electo en la cima del ejecutivo (2005), el MAS emprende un ambicioso proceso de reconfiguración sociopolítica: asamblea constituyente, despliegue socialista como contrapunto a un sistema liberal debilitado, promoción del indigenismo y del anti-occidentalismo, unificación de los tres poderes republicanos, aprovechamiento de las fallas del sistema liberal-democrático y creciente connivencia con el narcotráfico.

En octubre de 2019, tras quince años en el poder, el presidente Evo Morales teatraliza hábilmente un autogolpe de Estado con el objetivo de eludir la responsabilidad del fraude electoral que acaba de cometer y volcar la ilegitimidad del poder sobre sus opositores. La maniobra pivotea en torno a muchos movimientos comunicacionales (demonización de los adversarios, exposición de sus contradicciones, trampa y provocación, negación de la realidad, red de influencia regional, etc.). Al final, el MAS vuelve al poder en octubre de 2020 pese a importantes fracturas internas y al deterioro del Estado de derecho. Logró mantener su ventaja, cueste lo que cueste, sobre una oposición política y unas potencias regionales menos preparadas estratégicamente.

La cruzada anticorrupción en el «Reino del Medio» sudamericano

En 2012 Brasil sufre una grave crisis económica, con una caída de 4% del PIB, un aumento del desempleo y una devaluación monetaria del 40%. El Partido de los Trabajadores (PT), al frente de la coalición gobernante desde 2002 y eje del movimiento progresista latinoamericano, esquiva las reformas económicas mientras mantiene el control de una extensa red de depredación de los recursos nacionales (desviando entre un 10% y 20% del PIB). Un grupo de jóvenes abogados brasileños elabora entonces un plan de investigación judicial conocido como el «Lava Jato», comparable al «Mani pulite» italiano de los años 1990. Formados y apoyados de forma remota por los Estados Unidos, estos juristas están decididos a enderezar la moral de las élites brasileñas y luchar contra la corrupción endémica («fisiologismo») que asola el país. Desde el punto de vista geopolítico, el año 2014 aparece como un momento oportuno para desestabilizar a los gobiernos de izquierda más articulados regionalmente y recalcitrantes a Washington.

La operación «Lava Jato» va durar siete años, de marzo de 2014 a febrero de 2021. Se convierte inmediatamente en una cruzada política e informacional que desencadena una verdadera sangría en toda la esfera económica y política, incluida extramuros en la medida en que el capitalismo de connivencia se extiende a nivel regional y mundial. En complicidad con los grandes medios de comunicación, se filtran regularmente informaciones confidenciales del sistema judicial para generar escándalos en los ámbitos políticos y mediáticos. Este vínculo íntimo entre las dos esferas permite que el centro de gravedad de la emoción y la opinión pública sea directamente afectado, el impacto informacional superando ampliamente el de la acción judicial.

A mediados de 2016, la presidenta Dilma Rousseff es destituida legalmente por el Congreso, con el respaldo simbólico de los medios. Luiz Lula da Silva, líder indiscutible del PT, es declarado inelegible por la justicia en abril de 2018 y luego detenido. El outsider liberal Jair Bolsonaro, anecdótico al principio en el ecosistema de la prensa brasileña, logra agujerar el espacio informacional con muy pocos recursos y gana las elecciones a finales del mismo año. Su cooperación temporaria con el juez principal del Lava Jato, Sergio Moro, lo va a asociar de entrada a un plan conspirativo contra el PT y se vuelve rápidamente el blanco de varias campañas a nivel global que exacerbarán su gestualidad brutal y ácida (homofóbico, anti-indígena, ultra-derecha, etc.).

En junio de 2019 todo cambia cuando un pirata informático (Walter Delgatti Neto) filtra las comunicaciones de uno de los principales fiscales del «Lava Jato». El portal online de periodismo militante The Intercept ―cofundado por Glenn Greenwald y apoyado por los agentes financieros de los demócratas norteamericanos― transforma este contenido en una auténtica contraofensiva, rigurosamente secuenciada en el tiempo, que llevará al punto de fisurar la credibilidad de la investigación judicial. A primera vista aislado, el hacker será posteriormente defendido ante los tribunales por un abogado simpatizante del PT. En agosto de 2023 declara que Jair Bolsonaro le pidió manipular el sistema de voto electrónico para las elecciones de octubre de 2022. Este giro inesperado libera el camino para la victoria electoral de Luiz Lula da Silva en octubre 2022, en el telón de fondo del apoyo de los medios de comunicación occidentales y de la diplomacia norteamericana al candidato petista.

En paralelo a los escándalos políticos, los grupos energéticos y agroalimentarios norteamericanos (General Electric, Halliburton, Cargill) aprovechan el reflujo brasileño para adquirir partes de las empresas nacionales, mientras se usan selectivamente las pruebas de corrupción para alejar a los competidores europeos (Techint, Skanska, Siemens, etc.). Por otra parte, Washington posiciona sus cartas en la Amazonia bajo el pretexto de avanzar en los objetivos de seguridad y de protección ambiental.

Insurrección fomentada en Chile y guerra por el ámbito social en Argentina

Además de estos tres casos (recorrido en detalle en el libro mencionado en la introducción), prácticamente todos los demás países latinoamericanos transitan por secuencias similares.

En Chile, el masivo levantamiento estudiantil de principios de octubre de 2019 pone en el banquillo de los acusados ciertos puntos ciegos del modelo chileno. La protesta va girando hacia un movimiento urbano insurreccional gracias, entre otros factores, al empuje de un contingente de unos 2.500 agentes irregulares, despachados por las formaciones neomarxistas de países vecinos, en pos de disparar las acciones de desestabilización y la violencia. El objetivo es intensificar la confrontación, empujar a las autoridades políticas a un punto de ruptura y obligarlas a negociar. La comunicación guerrillera practicada por los insurgentes expone a las fuerzas militares y policiales en pleno acto de represión, mientras las imágenes se difunden en todas las pantallas del mundo. En noviembre del mismo año, se logra pactar la organización de un referéndum constitucional. En diciembre, el candidato del movimiento estudiantil, Gabriel Boric, vence en las elecciones generales.

Por último, Argentina ilustra una dinámica de conflicto en la intersección entre modelaje cognitivo, guerra económica e ingeniería político-informacional. Más atrás en el tiempo, el enfrentamiento militar del Atlántico Sur (1982) dio al Reino Unido la ventaja para orientar el proceso de pacificación posterior a la guerra civil[2] y la dictadura militar (1976-1983). Las élites argentinas aceptan la premisa de confiar al derecho penal y al poder judicial el papel de inquisidor del brazo armado de la nación, mientras las facciones de la lucha armada contornan a la justicia y se reconstituirán gradualmente en los partidos políticos tradicionales. En el frente económico, el país abraza la promesa de prosperidad económica propuesta en la creación del Mercosur en 1991. El nuevo bloque económico regional, cuyo proyecto viene discretamente inspirado por los centros de influencia anglosajona (Comisión trilateral[3]), encubre en realidad la transferencia de sectores enteros de la industria argentina a Brasil y la erosión del tejido sindical argentino. Mientras tanto, Argentina delega contratos con actores privados al ámbito del Banco Mundial (CIADI).

Por un lado, Londres y Washington, junto con la socialdemocracia europea, se aseguran a largo plazo del control del Atlántico Sur, mientras que por otro lado trabajan para crear un entorno propicio a la desintegración del Estado argentino: jerarquización del conocimiento en materia de derechos humanos, defensa, polemología, economía y ciencias de la gestión; desindustrialización y agenda de las instituciones financieras y de las Naciones Unidas para la aplicación de una agenda que favorece la permeabilidad del Estado y su dependencia exterior («globalismo»), subversión cultural a través de la influencia de corrientes revisionistas e indigenistas, apoyo de fundaciones europeas al cuestionamiento de las políticas industriales en el Cono Sur en nombre del humanismo y del ambientalismo, apoyo indirecto de agencias británicas y norteamericanas a grupos neomarxistas locales que trabajan para marginar el brazo armado de la nación y el poder judicial.

En 2003 este movimiento aprovecha las turbulencias provocadas por la crisis política y económica de 2001 para conquistar el poder. Desde entonces, el proyecto llevado a cabo se basa estrechamente en una doble lógica, operando en el doble terreno del espacio informativo y de la ingeniería social. Por un lado, se dibuja un horizonte progresista y pseudo-patriótico, favorable a la justicia social y hostil a las voracidades del neoliberalismo experimentado durante el periodo político anterior. Por otro, una facción política minoritaria organiza la concentración discrecional del poder, la fragmentación selectiva de la sociedad y la captura de alrededor de una quinta parte de la riqueza nacional (más o menos como en el caso de Brasil, pero paralizando las dinámicas de crecimiento). La construcción de una «realidad paralela» mediante un fuerte activismo informacional facilitó el ocultamiento de todas las maniobras en los demás sectores estructurales.

Consideraciones estratégicas

Este breve recorrido general abre sobre una serie de consideraciones estratégicas. El énfasis puesto en el ángulo informacional enriquece la reflexión de una dimensión teleológica, es decir de una lectura de los objetivos perseguidos en las maniobras realizadas en el terreno comunicacional, susceptible de completar el análisis geopolítico y polemológico tradicional.

Reflujo de la hegemonía norteamericana

En primer lugar, estos itinerarios confirman que la hegemonía del orden liberal, tal como lo propagó los Estados Unidos desde el triunfalismo posterior a la Guerra Fría, ya no tiene suficiente influencia para homogeneizar su hemisferio sur e imponerse frente a proyectos contestatarios o alternativos. La debilidad ideológica de la democracia liberal norteamericana, su duplicidad (en la medida en que la mayoría de las sociedades latinoamericanas ha sufrido sus ofensivas encubiertas) y su monolitismo ―es decir su incapacidad para responder a la dialéctica unidad-diversidad de las sociedades― son patentes. Los recursos informacionales para mantener esta hegemonía ―los conglomerados mediáticos, los repetidores intelectuales, las universidades y los partidos tradicionales― se enfrentan ahora con sistemas competidores.

De hecho, China es el principal rival geopolítico que aprovecha este reflujo de influencia con una estrategia de desborde basada en factores económicos y en parte en factores informacionales. Su objetivo consiste también en establecer dependencias estructurales. Por necesidad, por afinidad ideológica, pero también por inadvertencia estratégica, estas dependencias están siendo buscadas por gobiernos reacios al predominio estadounidense (aumento generalizado de los acuerdos estratégicos con Pekín que se ha convertido en el principal inversor en el continente desde 2015).

Dependencia y equilibrio estacionario

El otro indicador de este reflujo es el hecho de que Washington esté jugando la carta de una connivencia paradójica con los regímenes contestatarios, en particular los que están conducidos por las formaciones que han reciclado el marxismo-leninismo apoyado anteriormente por la URSS y combatido durante la Guerra Fría. Excepto para algunos aliados clave, el objetivo ya no es alinear ideológicamente a los regímenes políticos locales con el modelo de democracia liberal. Esta connivencia objetiva resalta que la prioridad se ha inclinado hacia su vertiente realista, es decir hacia la búsqueda para reducir la potencia e instalar dependencias estratégicas, cualquiera sea la naturaleza del sistema político con el que haya que tratar y siempre que este vacío de potencia no sea ocupado por el rival chino o europeo.

Es cierto que el proselitismo democrático sigue siendo un escaparate universal para Washington. En la práctica, aparece cada vez más como una estratagema minimalista para encubrir una realpolitik de mantenimiento de regímenes porosos y dependientes. El escenario a evitar es el de la constitución de Estados latinoamericanos fuertes, asentados en niveles consistentes de soberanía, de recursos y nacionalismo. Es precisamente aquí donde China va alterando el equilibrio estratégico y obliga a su rival occidental a innovar en sus modos de influencia. Por el momento, los Estados Unidos necesitan mantener a los principales estados industriales (Argentina, Brasil, México y Venezuela) geoeconómicamente dependientes y en un estado lo suficientemente estacionario como para evitar que caigan en otras esferas de influencia o en la situación más aleatoria de zona gris.

Ampliación de la naturaleza de los enfrentamientos

En segundo lugar, el escenario latinoamericano demuestra que algunas minorías determinadas y organizadas han sido capaces de instrumentalizar las grietas (o las crisis cíclicas) de la arquitectura de la democracia liberal y subvertirla cultural, política y económicamente. El arma informacional ha sido una palanca decisiva. Como lo hemos visto, ha permitido traspasar umbrales de intensidad conflictiva, volver interoperables los distintos terrenos de confrontación, revertir la correlación de fuerzas, exponer a plena luz las contradicciones de un adversario, multiplicar el impacto en la opinión pública, o ocultar toda una serie de maniobras, inclusive partes enteras de la realidad detrás de una fachada moral virtuosa.

En este sentido, todo ocurre como si la geografía de la política tendiera a ampliarse y solaparse con la de la guerra multiforme de la información. Esta evolución hace eco a la perspectiva clausewitziana de la guerra en la medida en que el uso ofensivo de la información se inscribe como continuidad de la política. Sin embargo, en el terreno político, así como también en lo económico, mediático o judicial, no recubre los mismos objetivos de aplastar, aniquilar o subyugar al adversario, que serían las metas más específicas a una confrontación convencional. El combate informacional remite a un registro diferente de la dialéctica entre fines y medios. En otras palabras, se trata menos de una cuestión de ganador y perdedor en términos absolutos que de dinámica de modificación de correlación de fuerza, de movimientos de cercamiento y neutralización, etc. La propia naturaleza de la confrontación y el entorno estratégico se han ampliado.

Un nuevo arte ofensivo en continuidad con el pasado

De hecho, los contextos latinoamericanos antes resumidos distan mucho de reducirse al funcionamiento pacífico de la mediación política y a los métodos clásicos de propaganda o persuasión de masas de los aparatos tradicionales. La arena política se ha enriquecido con una gramática ofensiva, nueva en su intensidad y grados de combinación. La practican tanto los actores débiles como los fuertes, con el objetivo de influir en la fisiología, la potencia, la legitimidad o la estructura cognitiva de un sistema político adverso, desde dentro o desde fuera, según las oportunidades y las circunstancias. No es una casualidad que este arte de combate haya sido practicado por excelencia por los herederos de las antiguas formaciones revolucionarias, por los gobiernos contestatarios y por las potencias anglosajonas.

En la misma línea, podemos ver que el terreno geoeconómico se ha enriquecido de un arte del combate basado en la combinación de la acción informacional y la depredación económica. Históricamente, las sociedades latinoamericanas han sufrido con frecuencia los artilugios comunicacionales utilizados para cubrir el flanco de la violencia económica. Esta violencia parece estar adquiriendo ahora nuevos artificios con metas similares de ocultación de su proyecto depredador. El ecologismo (agenda climática y transición energética), la lucha contra la corrupción, la ayuda humanitaria, la cooperación humanista, la apertura económica o la comunidad mundial de destino (China) figuran entre los principales frentes de una guerra económica practicada en simbiosis en ambos terrenos. El establecimiento de dependencias duraderas (tecnologías, conocimientos, normas) amplía este abanico ofensivo. Su impacto real o potencial en términos de destrucción del tejido social e industrial es indiscutible. Valdría la pena compararlo con el de los conflictos armados.

Una batalla cognitiva con frente inverso

El hecho de que ciertos tipos de ofensiva hayan sido totalmente interiorizados por las propias élites de los países blancos apunta a otra realidad profunda de este ensayo polemológico. ¿Sigue siendo pertinente la idea de guerra cuando ya no existen fronteras claramente establecidas entre enemigo y aliado, entre tiempo de paz y confrontación, o entre terrenos de batalla? Conviene recordar de paso que, cualesquiera sean las hostilidades expresadas, la situación de las sociedades latinoamericanas no puede separarse de una falta de profundidad estratégica y de una dificultad para adaptarse al equilibrio de poder recurriendo a su propio sustrato cultural. Tal vez el «extremo occidente» sudamericano se haya quedado demasiado ligado a la órbita occidental para poder salir de su corsé estratégico.

Esta observación lleva a otra conclusión evidente. Los casos analizados muestran cómo una modalidad aún más indolora y sigilosa ha ampliado el alcance de la guerra informacional. Sin ninguna declaración de guerra, ni distinción clara entre interior y exterior, ella consistió en moldear la estructura cognitiva de un rival con el fin de hacerlo actuar según la voluntad del beligerante, sin resistencia ni reflejo defensivo. Esta maniobra tomó la forma de una batalla a frente inverso entre competidores. El conocimiento y la percepción han sido sus blancos principales. Si bien se ha abordado una noción similar en los trabajos epistemológicos sobre el occidentalismo (a través por ejemplo de la idea de la «colonialidad del saber»), aún queda por establecer un pleno vínculo con la polemología.

* Autor de «Una nueva era de la confrontación informacional en América Latina» (edición Ciccus, septiembre de 2023). Miembro de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, SAEEG.

 

Referencias

[1] Redactado por François Soulard con la contribución de Véronique Avril, Vincent Cassard, Jean-Rémy Dubois, Lucile Federeci y Mathieu Meyer (estudiantes de la Escuela de guerra económica (EGE) en Francia).

[2] Algunos analistas prefieren hablar de guerra «molecular» en el sentido propuesto por Hans-Magnus Enzensberger.

[3] Henry Kissinger decía en el 1985: «O la Argentina acepta su papel de exportador de materias primas, o procederemos a su libanización». Citado en Marcelo Javier de los Reyes, «La apremiante necesidad de recuperar la industria de la defensa». Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, SAEEG, 12/12/2020, https://saeeg.org/index.php/2020/12/12/argentina-la-apremiante-necesidad-de-recuperar-la-industria-de-la-defensa/.

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LA OTAN, SIEMPRE CONVENIENTEMENTE ÚTIL

Marcelo Javier de los Reyes*

El presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski, en la cumbre de la OTAN en Vilna, Lituania, Foto: AFP.

 

«Sin la OTAN, Europa no sólo se volvería vulnerable sino que, casi inmediatamente, también se fragmentaría políticamente. La OTAN garantiza su seguridad y proporciona un cuadro sólido para la unidad europea».

Zbigniew Brzezinski

 

Poco después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, los aliados comenzaron a poner sobre la mesa sus diferencias y comenzó lo que se denominó la Guerra Fría. Dos sistemas económicos y dos formas de vida dividían por entonces al mundo: el capitalismo y el comunismo.

El 17 de marzo de 1948 Francia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y el Reino Unido firmaron el Tratado de Bruselas o «Tratado de colaboración económica, social y cultural y de legítima defensa colectiva», dando nacimiento a la Unión Occidental, la cual incluyó una cláusula de defensa mutua de todos los países firmantes. De esta manera, Bélgica y los Países Bajos dejaron de lado su tradicional neutralidad. El avance del comunismo y la expansión de la Unión Soviética (URSS) atemorizaron a los países del occidente europeo, sobre todo cuando la democracia en Checoeslovaquia fue violentamente interrumpida en febrero de 1948.

Cuando en 1947 el secretario de Asuntos Exteriores británico, Ernest Bevin, le propuso al secretario de Estado, George Marshall, participar de una alianza militar los Estados Unidos se manifestaron renuentes. Estas reservas no se mantendrían por mucho tiempo.

Los Estados Unidos, fortalecido su liderazgo como consecuencia de la guerra, se apropiaron del «mundo occidental» y comenzaron a liderar a los aliados del oeste europeo. El proyecto de una reconstrucción de Europa mediante una unión del oeste y del este del continente bien pronto se mostró como algo irrealizable. La ilusión de una Europa que se constituyera como una tercera fuerza en el orden internacional se desvanecía.

No pasaron cuatro años del fin de la guerra para que el 4 de abril de 1949 se fundara la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de la mano de Estados Unidos —mediante el Tratado de Washington—, sumando a Canadá, Dinamarca, Noruega, Portugal e Islandia, a los que en 1952 se incorporaron Grecia y Turquía.

La creación de la OTAN cercenó cada vez más la capacidad de iniciativa de los países europeos, la cual ya se manifestaba desde el fin de la Primera Guerra Mundial[1] [2].

En 1955 se unió Alemania Occidental a la Alianza Atlántica pero también en ese mismo año los países miembros de la URSS crearon el Pacto de Varsovia. El 30 de mayo de 1982 España se convirtió en el miembro número dieciséis de la OTAN.

La Alianza ha debido superar situaciones embarazosas como por ejemplo, el conflicto de Chipre, iniciado a mediados de julio de 1974, tras el golpe de Estado para destituir al presidente, el arzobispo Makarios III, golpe orquestado por la junta militar en Atenas. Lo que parecía un conflicto nacional derivó en uno internacional cuando fuerzas de Turquía invadieron la parte norte de la isla. El gobierno turco fundamentó sus acciones en conformidad con el Tratado de Garantía, promulgado en 1960 por Chipre, Grecia, Turquía y Reino Unido. La invasión llevó a un enfrentamiento armado entre Grecia y Turquía que llegó a paralizar a los mismos europeos ante esta situación desatada en su continente y entre miembros de la misma organización militar.

Hacia el mundo «unipolar»

En 1989 se produjo del derrumbe del Muro de Berlín y en 1991 la implosión de la URSS, desintegración que implicó la inmediata disolución del Pacto de Varsovia, pero que no llevó a la disolución de la OTAN.

En 1991 se le había prometido a Mijail Gorbachov que la OTAN no se expandiría sobre el espacio postsoviético si permitía que la ex Alemania Oriental se incorporara a la Alianza Atlántica. Vladimir Putin siempre mantuvo que la Alianza no estaba cumpliendo con dicha promesa. En 2007, en la Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich, Putin arremetió contra los Estados Unidos y advirtió del «peligro» de sus «acciones unilaterales»[3].

El actual secretario de la OTAN, Jens Stoltenberg, dijo que una promesa de este tipo «nunca se hizo», pero pronto fue desmentido por la revista alemana Der Spiegel que publicó un documento que confirma que se le había prometido a Gorbachov, en 1991, que la OTAN no se expandiría hacia el este[4]. El artículo publicado el 18 de febrero de 2022 bajo el título «La OTAN no se extenderá ni formal ni informalmente hacia el Este», cita el documento con las palabras del representante de los Estados Unidos, Raymond Seitz, en esa ocasión. Ese documento es al que durante décadas se ha aferrado Rusia para afirmar que «la expansión de la OTAN hacia el este violó los compromisos de Occidente tras la caída del Muro de Berlín. Ahora ha aparecido un documento notable».

Después de la Guerra Fría y del colapso de la URSS, los EEUU prosiguieron su camino de transformación de la Alianza, de globalización y de incremento de su poder militar. Fue el breve período de «dominio unipolar». El pretexto era que el mundo se tornó más peligroso y que hubo un aumento de las amenazas.

Para Brzezinski, la expansión de la UE debía ir acompañada de la expansión de la OTAN durante la post Guerra Fría. Según él, Europa era una especie de «cabeza de puente para Estados Unidos en Eurasia». La OTAN representaba el principal baluarte de la influencia militar estadounidense en Europa. Sin embargo, por esa época algunos de los miembros europeos de la OTAN consideraban que no era necesario mantener los gastos elevados en defensa tras la desaparición de la URSS pero la realidad es que durante la Guerra Fría los europeos se acostumbraron a vivir bajo la protección de los Estados Unidos y a no tomar decisiones por sí mismos.

Bien pronto, la guerra de Yugoslavia —en realidad serie de conflictos en el territorio de la antigua Yugoslavia, que se sucedieron entre 1991 y 2001— resultó muy oportuna a los intereses de los Estados Unidos y sirvió para demostrarles a los europeos que sin su apoyo no se podían resolver los conflictos del continente. Esto favoreció mantener vigente la OTAN e impulsar su expansión hacia el este favoreciendo el avance de la Alianza hacia el espacio postsoviético, incorporando en 1999 a Hungría, Polonia y la República Checa, en 2004 a Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania, en 2009 a Albania y Croacia, en 2017 a Montenegro y en 2020 a Macedonia del Norte.

La existencia de la Alianza parecía ya no tener sentido y en 2019 el presidente francés Emmanuel Macron declaró que Europa debía comenzar a actuar como una potencia si no quería desaparecer. Afirmó que estaban ante la «muerte cerebral» de la OTAN y que la Unión Europea estaba «al borde del precipicio» por la falta de compromiso del presidente estadounidense Donald Trump[5].

Nueva avanzada hacia el este

Luego de Yugoslavia, en 2001, en Afganistán se creó la denominada International Security Assistance Force (ISAF), misión de seguridad multinacional en ese país con un mando conjunto con una notable influencia de Estados Unidos, hasta que se hizo cargo la OTAN. Fue la primera misión fuera de su marco geográfico hasta la fecha y la más prolongada hasta el retiro de tropas en 2021.

Pronto, un nuevo conflicto en Europa recuperó a la OTAN de esa «muerte cerebral» en ese continente, un conflicto que llevaba años en proceso de incubación, que fue insuflado a través de la Revolución Naranja y de la revolución de Maidán: el de Ucrania. La llegada al gobierno de ese país del actor Volodímir Zelenski puso nuevamente sobre la mesa el interés de Ucrania por integrarse a la Alianza, obviamente con el necesario incentivo de la angloesfera y pese a las reiteradas advertencias de Vladimir Putin.

La operación militar especial de Rusia en Ucrania iniciada el 24 de febrero de 2022 no significó el comienzo del conflicto, que ya en abril de 2014 se había iniciado como conflicto armado en el Dombás (Ucrania oriental). No obstante la operación de 2022 sirvió, como la guerra de Yugoslavia o la de Afganistán, para revitalizar la OTAN: en el marco de la cumbre celebrada en Vilna (Lituania), los representantes de la Alianza expresaron que invitarán a Ucrania cuando los aliados «estén de acuerdo y se cumplan las condiciones». Obviamente, esto molestó a Zelensky pero una vez más, la OTAN comandaba.

En tanto la OTAN abastece de armamento a Ucrania, Zelensky solicita cada vez más, llegando a pedir material muy sofisticado que los aliados le van entregando de a poco, en algunos casos pertrechos viejos y fuera de uso como los blindados Leopard que de ninguna manera le ayudarían a derrotar a Rusia aunque si a incrementar la deuda futura con Occidente.

A raíz de la guerra entre Ucrania y Rusia, Finlandia y Suecia solicitaron el ingreso a la OTAN pero ante el bloque de Turquía con respecto a la incorporación de Suecia, en abril de 2023 Finlandia se convirtió en el 31° país miembro de la Organización.

En septiembre de 2022 Zelenski y el presidente y consejero delegado de BlackRock, el mayor gestor de inversiones del mundo —de origen estadounidense—, Larry Fink, se reunieron por videoconferencia para impulsar las inversiones públicas y privadas en Ucrania. Larry Fink le ofreció asesorar a Kiev para captar fondos para la reconstrucción con el propósito de impulsar la descalabrada economía ucraniana[6].

Mediante ese acuerdo, la división BlackRock’s Financial Market Advisory «participará en el diseño de la estructura, el proceso de inversión, la gobernanza y el uso de los ingresos de un fondo de reconstrucción». De hecho, se haría cargo del gobierno ucraniano para facilitar la participación de inversores públicos y privados en la reconstrucción y restauración de la economía de Ucrania. Pero nada será gratis. A los inversores se les ofrece «un rendimiento justo y equitativo».

La guerra no ha terminado pero el 21 de junio de 2023 se dio inicio en Londres a la Conferencia de Recuperación de Ucrania 2023 (CRU 2023), que reunió a un gran espectro de representantes para ayudar a movilizar apoyo financiero y político para la recuperación del país al finalizar la guerra[7].

A modo de conclusión

La OTAN ha logrado sobrevivir a su contraparte, el Pacto de Varsovia, creado por la URSS para enfrentar a la alianza occidental.

En los momentos en que todo podría justificar la disolución de la Alianza siempre emergió un conflicto que justificó su existencia. Su objetivo siguió siendo Rusia, que había intentado establecer una relación armoniosa como parte de Europa, a la cual pertenece.

Rusia y el control del este europeo no ha dejado de ser el objetivo de la angloesfera para lo cual ha arrastrado a una Europa cuya dirigencia contribuye en continuar esmerilando su fuerza en el marco de la comunidad internacional. Esta guerra que no debió haber comenzado pero que fue impulsada por la angloesfera y que se niega a que termine, ya que tanto los Estados Unidos como el Reino Unido se oponen a toda negociación que ponga fin al conflicto —recuérdese que en febrero de 2023 el ex primer ministro de Israel, Naftali Bennett, manifestó que Estados Unidos y sus aliados bloquearon un acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia—, es un gran negocio para las empresas de energía y de armas. En este sentido no debe soslayarse el sabotaje a los ductos Nord Stream I y II. Europa ha quebrado su dependencia del gas y del petróleo ruso, al menos directamente, pero ha incrementado notablemente los costos de la energía y ha puesto en recesión al motor de la Unión Europea, Alemania, la cual se abastecía energéticamente de Rusia.

Además varios países de Europa Oriental dejarán de lado su viejo armamento soviético y ruso para incorporar material estadounidense o de otros socios de la OTAN.

Esta es una guerra geoeconómica y geopolítica pero, a pesar de lo que los medios occidentales -censura mediante- difunden sobre los efectos de las sanciones a Rusia, los daños no han sido todo lo perjudiciales que esperaban y han puesto a Rusia más cerca de China a la vez que han acelerado procesos como la definición de ciertos países que no adhieren a las sanciones impuestas del mundo occidental, ha impulsado a que varios países soliciten el ingreso a los BRICS y está llevando a una desdolarización de la economía mundial.

No obstante ha logrado dominar a Ucrania y ha generado una ruptura entre los ucranianos y los rusos a la vez que ha ahondado la que existía entre los mismos ucranianos, la que será difícil de superar, es decir, que ha logrado sacar a Ucrania de la órbita de influencia rusa pero a un grave costo que quizás la población ucraniana aún no haya percibido. El país está fuertemente endeudado, de hecho económicamente gobernado por un fondo de inversión, y ha perdido prácticamente su litoral sobre el mar Negro, con lo que ello implica.

No es la primera vez que una intervención militar de la OTAN es seguida por una operación de reconstrucción de postguerra. En cuanto a Europa, su economía ha sido perjudicada, su poder industrial se verá afectado por los altos costos energéticos y seguirá disminuyendo su peso a escala global. En síntesis, Ucrania y la propia Europa resultan las más perjudicadas de esta confrontación. La angloesfera ha dado un paso más en el sometimiento de Europa y ello debido a la falta de decisión de los propios líderes europeos.

Como se ha mencionado, el aceleramiento de los efectos indeseados tampoco favorecerá a la angloesfera, pero como todo imperio arrastrará al resto del mundo en su descenso.

Mientras tanto, Ucrania, como Yugoslavia o Afganistán en su momento, ha servido para que la OTAN continúe justificando su existencia.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

 

Referencias

[1] A respecto ver: Marcelo Javier de los Reyes. «Visiones geopolíticas contrapuestas: un siglo de pérdida de iniciativa europea» (Primera parte). Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), 18/11/2020,  https://saeeg.org/index.php/2020/11/18/visiones-geopoliticas-contrapuestas-un-siglo-de-perdida-de-iniciativa-europea-primera-parte/.

[2] A respecto ver: Marcelo Javier de los Reyes. «Visiones geopolíticas contrapuestas: un siglo de pérdida de iniciativa europea» (Segunda parte). Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), 19/11/2020, https://saeeg.org/index.php/2020/11/19/visiones-geopoliticas-contrapuestas-un-siglo-de-perdida-de-iniciativa-europea-segunda-parte/.

[3]  Marcelo Javier de los Reyes. «2023: Escenarios regionales, escenario global. Repercusiones de los mismos en Argentina». Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), 30/03/2023, https://saeeg.org/index.php/2023/03/30/2023-escenarios-regionales-escenario-global-repersuciones-de-los-mismos-en-argentina/.

[4] Klaus Wiegrefe. „Neuer Aktenfund von 1991 stützt russischen Vorwurf”. Der Spiegel, 18/02/2022, https://www.spiegel.de/ausland/nato-osterweiterung-aktenfund-stuetzt-russische-version-a-1613d467-bd72-4f02-8e16-2cd6d3285295.

[5] Henry Samuel and Dominic Nicholls. «Emmanuel Macron left isolated as Nato allies dismiss his claim organisation is ‘brain dead’». The Telegraph, 28/11/2019, https://www.telegraph.co.uk/news/2019/11/28/emmanuel-macron-defends-nato-brain-death-claims-wake-call-alliance/.

[6] Miguel Moreno Mendieta. «BlackRock asesorará gratis a Ucrania para atraer fondos para la reconstrucción». Cinco Días, 19/09/2022,  https://cincodias.elpais.com/cincodias/2022/09/19/fondos_y_planes/1663580842_631559.html.

[7] Burak Bir.  «La Conferencia de Recuperación de Ucrania inició en Londres». Agencia Anadolu, 21/06/2023, https://www.aa.com.tr/es/mundo/la-conferencia-de-recuperaci%C3%B3n-de-ucrania-inici%C3%B3-en-londres/2927575.

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EN DEFENSA DEL HISTORICISMO

Nicolás Lewkowicz*

Imagen de StockSnap en Pixabay 

El mundo contemporáneo solo puede ser entendido a través de las herramientas interpretativas que provee el historicismo. El historicismo aboga que la historia es resultado de causas y efectos y que, por lo tanto, no hay individuo ni colectividad que quede afuera del devenir histórico. Esta perspectiva otorga al individuo la posibilidad de operar con una visión activa de la historia.

Una visión activa de la historia conlleva la posibilidad de convertirse en la portadora de los logros que le han sido legados por una tradición de la que es parte por pertenecer a un ámbito sociológico específico. Los patrones de conducta generados dentro del ámbito social facilitan la identificación de ciertas leyes históricas que tienen un alto nivel de efectividad para entender al mundo moderno.

Las grandes transformaciones que informan los procesos históricos siempre tienen lugar como resultado de las circunstancias engendradas por grandes grupos de poder, los cuales buscan ejercer tutela y autoridad sobre las acciones del individuo. Fenómenos como la Guerra contra el Terrorismo, la Gran Crisis Financiera de 2008-2009, la Crisis de la Eurozona de 2011, la pandemia del Covid-19 y el conflicto que se desarrolla en Ucrania son entendibles a través del estudio de las causalidades particulares que dieron lugar a dichos eventos.

La reivindicación del historicismo también tiene que ver con el hecho de que los dilemas morales y éticos que aquejan a la humanidad no son muy diferentes de los que afectaron al género humano en el pasado. Las grandes transformaciones que afectan el espacio social invitan a transitar la modernidad adoptando una visión que conecte pasado, presente y futuro. Este precepto está decididamente contrapuesto a la idea que emana de los centros de producción de sentido, los cuales tienden a desconectar las ideas y los hechos que pueblan el espacio político de los factores que dieron luz a estos.

Según la visión que propugna la idea de la historia como un presente eterno y totalmente descolgado de hechos pretéritos, no existe la posibilidad de establecer una causalidad lineal entre pasado y contemporaneidad. Esta perspectiva filosófica se nutre de la tradición posmodernista, la cual viene, supuestamente, a liberar al individuo de su pasado, el cual se ve siempre como traumático y opresivo. De hecho, el acto de despojarse de una tradición histórica es visto como un proceso que facilita la sanación ontológica del individuo. El “fin de la historia” no es más que un momento revelador en el cual la humanidad toda debe partir de cero y despojarse de su pasado histórico.

La influencia de la filosofía analítica anglo-americana en el estudio de la historia tiene mucho que ver con esa percepción tan típica del posmodernismo. Cuando la filosofía se ajusta meramente a analizar variables del uso del lenguaje y/o manifestaciones subjetivas de la conciencia, se imposibilita la tarea de hacer grandes preguntas acerca del sentido de la existencia y la realidad material que rodea al ser humano.

Para la visión desculturizada y homegeneizada de la historia, emanada del ultra-racionalismo promovido por la filosofía analítica, el ser humano no está ligado a ningún pasado que lo condene ni tampoco a ninguna tradición heredada que pueda redimirlo y que pueda otorgarle los mecanismos necesarios para resolver los problemas que lo aquejan. La idea de desacreditar a la historia como herramienta de entendimiento de lo que ocurre en el mundo contemporáneo es propulsada como un elemento que viene a liberar al ser humano de todas las condicionalidades impuestas por un pasado que no le fue legado, sino impuesto para ejercer control sobre él. En este contexto, todo lo que sucedió en el pasado debe entenderse como hechos que están totalmente desligados de la realidad que impacta al individuo.

La visión de la historia como una serie de actos que no aparentan tener mucha relación entre sí, y que no tienen contenido trascendental, lleva al individuo a ser un sujeto pasivo de la realidad que lo rodea. Renunciar a la posibilidad de usar la historia como herramienta para entender la realidad no tiene como propósito ulterior crear un sentido propio de las cosas y redimir al ser humano de las condiciones impuestas sobre él, como lo describían autores existencialistas como Jean-Paul Sartre. Por el contrario, la falta de interés en la historia como sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente a redundar en la imposibilidad de participar activamente en la configuración de principios de ordenamiento social que puedan brindar progreso moral y material a la sociedad.

La falta de participación activa en la creación de cultura política se refleja en la imposibilidad de crear conocimiento que sirva para entender lo que sucede en un entorno social y cultural específico. El mundo moderno es transitado por el individuo a través de conceptos e ideas desculturizadas y homogeneizadas de consumo masivo. La reivindicación del historicismo como forma para entender al mundo contemporáneo implica que existe cierta trazabilidad entre los hechos pretéritos, los cuales sirven para crear una visión activa del presente, construida sobre la base de una cierta correlación entre lo material y trascendental.

El historicismo pone en jaque la idea de la historia como presente infinito y divorciado de lo que aconteció en el pasado próximo y lejano. Entender la realidad desde la perspectiva de una causalidad entre los hechos que afectan el entorno social tiene un efecto emancipatorio, porque ayuda a determinar la manera en la cual la historia se convierte en un instrumento heurístico capaz de cambiar una realidad adversa. Esta visión activa de la historia es útil para no caer en la tentación de colgarse a narrativas que presentan versiones simplificadas de los hechos históricos y que no sirven para entender realidades sociales y culturales específicas.

Afirmar que existen ciertos patrones que permanecen inmutables en lo que respecta al entendimiento de la historia puede contribuir a establecer principios precautorios que ayuden al ser humano a navegar las grandes transformaciones que están teniendo lugar en el siglo veintiuno.

La idea de historia como fenómeno de causa y efecto, en vez de constelación amorfa de retazos de la vida pasada, lleva también a hacernos identificar aquello que aún no podemos conocer. Todo lo que es histórico es, necesariamente, empíricamente comprobable e incrustrado en una cadena de factores entrelazados entre sí. Esto no significa que el análisis histórico lleve siempre a una visión completa de lo sucedido. Pero al menos nos ayuda a identificar lo que puede ser comprobado y lo que no.

Una visión activa de la historia está estrechamente ligada a una forma de entender al mundo influenciada por una herencia cultural particular El ser humano está influenciado principalmente por una cierta forma de entender al entorno inmediato y por sucesos pretéritos que han impactado sobre su realidad inmediata.

La absorción de interpretaciones sociológicas que están fuera del entorno íntimo del ser humano no logra crear la posibilidad de progreso en espacios culturales específicos. No sirve entender las grandes transformaciones desde una hermenéutica uniforme. Ser parte activa de la historia implica entender la realidad a través de un prisma que está influenciado por la manera en la cual un grupo social específico entiende lo profano y lo sacro, lo contingente y lo necesario, lo temporal y lo perenne.

Los sucesos políticos que vienen desarrollándose en la actualidad demandan interpretaciones que no se sujeten a los estrechas y autorreferenciales avenidas conceptuales del mundo anglosférico. La forma de ver la historia fomentada desde el mundo anglófono se basa en tomar retazos del pasado para luego configurar una visión politizada de la realidad que sirve, de manera fundamental, al portador del mensaje y no a su receptor. Este método de analizar los hechos históricos no está dotado de la suficiente fuerza conceptual para explicar la manera en la cual los eventos políticos y sociales afectan a cada espacio cultural.

No se puede ser crítico con la realidad cuando lo ideacional prevalece sobre lo empírico, ya que esta modalidad no sirve para explicar lo que está ocurriendo en nuestro entorno más íntimo. De ahí que los hechos que han marcado la historia del siglo veintiuno, como el advenimiento del fenómeno del terrorismo islamista, las debacles económicas y catástrofes como la pandemia global de Covid-19 no tengan sentido y efecto de manera uniforme.

El estudio de la historia debe ofrecer la posibilidad de esbozar respuestas a los desafíos que aquejan a la humanidad desde la perspectiva ontológica de cada una de las ecúmenes culturales que existen en el sistema político internacional. La herencia cultural legada del pasado presupone ciertas leyes que sirven como herramientas para enfrentar a los desafíos que impone cada época histórica.

Cualquiera de las leyes que presuman hacernos entender la contemporaneidad debe brindarnos los mecanismos para entender la relación entre causa y efecto en la manera en la cual los hechos tienen lugar. De hecho, como lo señala Carl Hempel, existe una analogía fundamental entre las leyes naturales y la investigación histórica. Dentro de este esquema, la relación entre causa y efecto siempre es entendida de mejor manera cuando se aplica a las circunstancias sociales y políticas de cada espacio cultural.

Hay que destacar que la memoria histórica no sirve para explicar las causas y los efectos de los sucesos pretéritos. La idea de la historia como una constelación de hechos que pueden entenderse de forma aislada es incapaz de brindarle al individuo la posibilidad de obtener conocimiento práctico acerca de los desafíos que implica enfrentarse a las grandes transformaciones del mundo moderno. Los sucesos históricos son consecuencia de causas que tienen un largo proceso de maduración. Por ende, son productos de las acciones de actores que detentan un alto grado de poder para generar procesos de transformación. La historia no es accidental. Los hechos históricos son producto de efectos sociales, culturales y económicos que pueden ser observados en retrospectiva a través del tiempo y la distancia.

Esta visión se yuxtapone a la idea de la historia como memoria de hechos que no están necesariamente entrelazados entre sí. Robin Collingwood observaba que la historia es una narrativa que el historiador construye a través del ensamblaje de ciertos retazos del pasado. La tesis de la historia explayada por Collingwood se centraba en la primacía de las acciones del individuo en el entendimiento del pasado. Desde esta perspectiva, el enfasis no debe estar en las causas sino en las razones que provocan ciertos hechos. La diferencia entre causa y razón denota, desde la perspectiva esbozada por Collingwood, que no hay leyes de la historia sino solo decisiones que determinan ciertas acciones.

A su vez, para Edward H. Carr la tarea del historiador es determinar cuáles son los “hechos del pasado” que ameritan la atención necesaria para ser transformados en “hechos históricos” de acuerdo con ciertos prejuicios. Esta visión de la historia está desprovista de una filosofía que pueda generar el conocimiento necesario para enfrentar los desafíos del mundo moderno. La falta de atención a los procesos de causa y efecto deriva en la idea de una relación caótica de los hechos pretéritos.

El resultado inmediato de dicha perspectiva es poner al individuo en un estado de intemperie conceptual y hermenéutica acerca de la realidad que lo rodea. El problema con esta noción de la historia es que responde a la necesidad de reconstruir en la memoria ciertos sucesos del pasado a través de algún tipo de interés personal o sectorial. Además, esta visión de la historia deja de lado la multicausalidad implícita en la manera en la cual los procesos históricos se desarrollan. Este método sirve para perpetuar la memoria de ciertos hechos, la cual en muchos casos es tergiversada en favor de ciertos intereses sectoriales.

El historicismo se contrapone a esta visión, afirmando que la memoria histórica no es la forma más conveniente de entender la simbiosis entre causa y efecto ni de comprender la enseñanza que los sucesos sucedidos sucesivamentejan para el individuo y la sociedad. No es conveniente encerrarse en una narrativa que tenga como propósito ulterior defender cierta visión angosta de los hechos históricos. La historia no es simplemente un conjunto de artificios narrativos que sirve para explicar lo sucedido de manera simple.

Cuanto más compleja es nuestra visión de la historia, más podemos aprender de ella. La historia no consiste en actos aislados ni mera narrativa. La noción de memoria histórica sirve, en el mejor de los casos, para entender la magnitud histórica de ciertos hechos. Pero no para explicar sus causas y consecuencias. La configuración de una narrativa histórica para materializar un objetivo político determinado está siempre basada en un proceso de simplificación que termina alejándonos de la comprobación empírica de los hechos.

Para entender la historia es imprescindible saber lo que se puede saber y lo que no se puede saber. Es también de suma importancia tener en cuenta aquello que aun no ha sido develado, sea por falta de evidencia o por no poder entender las motivaciones que ocasionaron ciertos hechos. Una de las grandes ventajas de la historia es, precisamente, el hecho de que sea imposible conocerla en su totalidad.

Por cierto, puede que el estudiante de historia se sienta amedrentado por el vasto territorio que separa al individuo de una versión definitiva de los hechos ocurridos. Pero esto puede convertirse en una ventaja. La imposibilidad de conocer totalmente el pasado debe ser tomada como una oportunidad para ejercer un cierto escepticismo hacia cualquier versión definitiva de los hechos históricos.

Lo complejo de los sucesos que impactan al siglo veintiuno hace que debamos ejercer un riguroso escepticismo basado en la búsqueda de causa y efecto en la forma más objetiva posible. La tentación antihistoricista está también influenciada por la conexión entre individualismo y memoria histórica. El individualismo extremo, el cual es producto de los excesos del liberalismo que caracterizan a la era moderna, hace que la explicación del pasado esté centrada en narrativas que usan retazos del pasado desarraigados de una cadena de causalidad para servir a algún interés determinado.

La primacía de la memoria histórica que guía a la era moderna hace que lo emotivo tenga más importancia que lo que puede ser comprobado empíricamente. La manera de entender la realidad está cada vez más informada por un uso del lenguaje que sirve para otorgar valor, más que para dar sentido y desocultar la verdad.

Esto tiene que ver con el hecho de que la cosa política está cada vez más informada por consideraciones de índole personal. Es decir, lo que sucede en la realidad material importa a la gente en la medida en que afecte, en alguna medida, a sus intereses personales. En este contexto, tiende a ser verdadero lo que se percibe como tal. Existe una primacía de lo subjetivo por sobre lo objetivo que involucra a gente de todas las convicciones ideológicas. Esta primacía de lo subjetivo se sostiene a través de una narrativa que proyecta ciertas perspectivas morales utilizadas para desacreditar cualquier versión alternativa de la historia.

En la “fluida” era moderna vemos un incremento en el nivel de conflicto debido a la complejidad del entorno social que rodea a los procesos históricos. La necesidad de materializar intereses de índole personal o sectorial, más allá de si estos logran crear una visión del bien común, pone en jaque la estabilidad del espacio doméstico e internacional. Estos factores hacen que en esta Ciudad del Hombre, tan imperfecta y exasperante en su complejidad, solo se puede entender la realidad a través del esquema interpretativo del historicismo.

 

* Realizó estudios de grado y posgrado en Birkbeck, University of London y The University of Nottingham (Reino Unido), donde obtuvo su doctorado en Historia en 2008. Autor de Auge y Ocaso de la Era Liberal—Una Pequeña Historia del Siglo XXI, publicado por Editorial Biblos en 2020. 

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