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1991: EL ÚLTIMO AÑO ESTRATÉGICO DEL SIGLO XX

Alberto Hutschenreuter*

El 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov renunció como presidente de la URSS. Para entonces, el dirigente que en 1985 había sido encumbrado por el Partido-Estado para dirigir y revitalizar a la gran potencia, se encontraba políticamente débil, aislado y desamparado. Si bien durante los días previos había realizado importantes esfuerzos para evitar la disolución del país proponiendo nuevas estructuras continuadoras, por caso, una Comunidad Euroasiática de Estados Independientes, ya era muy tarde.

El proceso final del derrumbe tuvo lugar el 8 de diciembre en una localidad de Bielorrusia próxima a Brest Litovsk (la ciudad donde en marzo de 1918 los bolcheviques, para salir de la guerra, firmaron un humillante tratado ante los alemanes).

Allí, en la localidad de Belavezha, el presidente del Soviet Supremo de la República Socialista Soviética de Bielorrusia, Stanislav Shushkiévich, el presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, Boris Yeltsin, y el presidente de la República Socialista Soviética de Ucrania, Leonid Kravchuk, firmaron un tratado que contenía los siguientes términos: “Nosotros, las repúblicas de Bielorrusia, Rusia y Ucrania, en calidad de Estados fundadores de la URSS y firmantes del Tratado de Unión de 1922, en adelante designados como altas partes contratantes, constatamos que la URSS como sujeto de derecho internacional y realidad geopolítica deja de existir”. Seguidamente, las partes fundaron la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

Considerando el propósito de la declaración, el “contrato” de Belavezha es uno de los momentos estratégicos del siglo XX, pues el mismo no solo puso fin a un Estado, sino a uno de los dos poderes mayores que desde 1945 (cuando no desde 1917) habían reducido la casi totalidad de las relaciones internacionales a su granítica razón ideológica y de poder.

En clave pertinente, allí también se manifestó lo que ha sido una “regularidad” en las relaciones entre Ucrania y Rusia: la oposición y desconfianza de la primera en relación con las ambiciones centralizadoras de la segunda (hay que recordar que, a principios de diciembre de 1991, el 90,3 por ciento de los ucranianos votó por la independencia). Como bien señala la experta Hélène Carrère d’Encausse en “Seis años que cambiaron el mundo. 1985-1991, la caída del imperio soviético”, una obra imprescindible para comprender detalladamente lo que sucedió en los años terminales de la URSS, el mandatario ucraniano se preocupó en dejar en claro que cuando se hablaba de “comunidad”, en ningún caso se trataba de una estructura de integración, sino de una fórmula de “divorcio civilizado”.

Por otro lado, había que resolver la cuestión relativa con las armas nucleares desplegadas en las repúblicas de Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán. Para ello, un acuerdo alcanzado el 21 de diciembre entre Rusia y estas repúblicas estipuló que dicho armamento sería transferido a la RSFS de Rusia durante los meses siguientes.

Ese mismo día, otras ocho repúblicas siguieron lo que Bielorrusia, Ucrania y Rusia habían pactado en Belavezha, en tanto que los Estados Bálticos y Moldavia ya habían elegido antes la independencia (los primeros no adhirieron a la CEI).

Pero la CEI (de la que finalmente no formaron parte Ucrania y Georgia) no fue la sucesora de la URSS. El “Estado-continuador” fue la Federación Rusa, es decir, la nueva entidad estatal mantuvo su condición “V3” en la ONU (voz, voto y veto) y la relación o la membresía con otras instituciones; finalmente, Rusia retuvo las armas estratégicas y tácticas.

El experto Leon Aron definió de un modo preciso a la Federación Rusa tras el final de la URSS: una superpotencia nuclear, una superpotencia regional y un gran poder mundial. Claramente, el notable descenso interno y externo de Rusia en los años noventa la alejó de cualquier status de superpotencia.

Durante su primera década de vida, Rusia transitó dos situaciones: la primera, durante 1992-1994, fue una Rusia extraña, desconocida. Los funcionarios y asesores del presidente Yeltsin, sobre todo, su ministro de Exteriores, su primer ministro y el propio mandatario, consideraron que había que transformar a Rusia en un país moderno y, para ello, no había que repetir ninguna nueva transformación extraña (recordando lo que consideraban el horror bolchevique). Y para ello era necesario tener las mejores relaciones con Occidente, al punto de “seguir a Occidente”. La segunda situación fue cuando Moscú cayó en la cuenta de que su política exterior romántica no implicaba ninguna reciprocidad de la otra parte. Pero su condición general era muy comprometida; por tanto, su reacción no fue más allá de la retórica.

Pero Occidente, que había ganado la Guerra Fría, no estaba interesado en ningún tipo de cogestión internacional rusa-occidental. Por ello: ¿implicó el final de la Guerra Fría que Occidente dejara de considerar a Rusia como un eventual nuevo desafío? A juzgar por lo que ha sucedido desde el mismo final de la contienda, la respuesta es no.

Por tanto, lo que tenemos desde entonces hasta la crítica situación actual es una nueva rivalidad. En gran medida, el desenlace del estado actual de “ni guerra ni paz” entre ambos actores determinará el curso internacional en los próximos lustros.

En cuanto al porvenir de Rusia, el mismo está muy asociado a las medidas que finalmente se adopten en relación con la reestructuración de la economía rusa. En buena medida, hay paralelos con el tiempo de Gorbachov, pues la suerte de Rusia (y de Putin) depende de ese cambio (como pasó cuando Gorbachov fue encumbrado al poder soviético). Si finalmente hay un “Putin III”, su desafío será trascender al “Putin I”, el que logró ordenar Rusia hacia dentro y ser respetada desde fuera. El “Putin II” es el líder post-Crimea, el que está dispuesto a defender los intereses vitales rusos hasta las últimas consecuencias. Pero el contexto socioeconómico actual de Rusia es menos fuerte que hace una década. Por tanto, ¿podrá Rusia afrontar una nueva era de competencia militar sin que se resienta más su economía?

Breves sobre el curso de la URSS en el siglo XX

1991 fue el último año estratégico del siglo XX y tuvo, una vez más, a la URSS como protagonista. Hasta entonces, había cuatro eventos o acontecimientos de escala que permitían explicar el siglo: la Gran Guerra, la Revolución Rusa, la Segunda Guerra Mundial y el proceso de descolonización en Asia y África. En 1991 se sumó la ruptura de la Unión Soviética. Allí se acabó la centuria, la que se había iniciado con la guerra ruso-japonesa en 1904, la primera catástrofe de Rusia en el siglo XX, si dejamos de lado la tremenda hambruna que experimentó el país en la región del Volga en la última década del siglo XIX junto con epidemias de cólera y tifus. Para el historiador Orlando Figes, estos acontecimientos marcaron el comienzo de la descomposición de la autoridad del zarismo en Rusia.

A partir de la derrota frente a Japón y hasta la muerte de Stalin en 1953, Rusia transitó casi continuamente eventos disruptivos de violencia variable que hicieron del país euroasiático una desgraciada excepción en el mundo. Sólo consideremos los siguientes “impactos”.

1905-1907: disturbios internos.

2011: asesinato del primer ministro reformador Piotr Stolypin

1914: Primera Guerra Mundial, derrota ante las fuerzas alemanas.

1917: dimisión del zar, revolución, gobierno dual y toma del poder por los bolcheviques.

1918: Tratado de Brest Litovsk, capitulación y cesión de importantes territorios a Alemania.

1918-1921: guerra civil, comunismo de guerra y hambruna.

1919: exclusión de la Conferencia de Versalles y de la Liga de las Naciones.

1920: guerra con Polonia, pérdidas territoriales.

1923-1924: pugnas por el poder.

1927: comunismo de guerra II, socialismo en un solo país, colectivización forzosa de los campesinos.

Década de 1930: hambruna en Ucrania, industrialización forzosa, terror y persecución implacable a opositores y sospechosos.

1939: guerra con Japón. Segunda Guerra Mundial.

1941: invasión de Alemania y guerra de exterminio.

1945: victoria de la URSS (24 millones de muertos). Inicio de la Guerra Fría.

1945-1953: tercer ciclo de comunismo de guerra.

1953: muerte de Stalin.

Hay que señalar que la toma del poder por parte de los bolcheviques implicó un seísmo integral en Rusia, sobre todo porque la sociedad pasó a vivir bajo un régimen de violencia sin precedente (eso fue el comunismo de guerra). Se trató de un fenómeno político, social ideológico y económico nuevo, un experimento desde una alternativa cuyos resultados se desconocían (el economista John K. Galbraith decía que a principios del siglo XX las alternativas al capitalismo eran muchas y gozaban de respaldo). Asimismo, también fue novedosa la política exterior del nuevo régimen, pues la misma implicó una ruptura con la diplomacia clásica, la que suponía relaciones “de Estado a Estado”. Ahora, la relación era de Estado a clase trabajadora de Estados capitalistas, es decir, suponía una “diplomacia de subversión”, pues trabajaba para que dichas clases se levantaran contra el orden reinante, como había ocurrido en Rusia.

Sin duda alguna, la guerra con Alemania entre 1941 y 1945 fue el reto mayor que afrontó el país. Si la URSS finalmente no hubiera prevalecido, Alemania habría conseguido «colonizar» el país, es decir, hacerse con sus recursos vitales y esclavizar a su población. Esto fue lo que estuvo en juego en la URSS durante aquellos años de “guerra de exterminio”, como bien la definió Laurence Rees.

La URSS comenzó a convertirse en superpotencia a partir de la Operación Ofensiva Bagration, en 1944, el equivalente soviético al desembarco en Normandía en el oeste. A pesar de la victoria en la Gran Guerra Patria, en 1945 la URSS se encontraba debilitada tras el tremendo esfuerzo de guerra. Pero, como sostiene Adam Ulam, Stalin no sólo hizo creer a Occidente que la URSS se mantenía fuerte, sino que incluso estaba dispuesta a enfrentarlo militarmente. Pero sabemos que entonces y hasta 1949, cuando la URSS tuvo su artefacto nuclear, Estados Unidos poseyó un poder incontestable.

En los años cincuenta, la URSS comenzó a “saltar” la barrera de contención que le impuso Occidente. Lo hizo a través de tres instrumentos: el aeroespacial, pues desde el momento que la URSS colocó el Sputnik en el espacio, quedó claro que la potencia preeminente poseía capacidad misilística intercontinental, una capacidad estratégica que preocupó sobremanera a Estados Unidos (ello explica el aumento notable del gasto militar en tiempos de Kennedy); el apoyo a los movimientos de liberación nacional; y, por último, estableciendo sistemas de cooperación con países que no coincidían ideológicamente con Moscú, pero se oponían a la influencia de los poderes coloniales, por caso, Egipto, Ghana, Indonesia, etc.

El otro dato en los años cincuenta fue que, con la desaparición de Stalin, desapareció el totalitarismo en la URSS. Como sostiene el francés Alain Besançon, a partir de 1953 ya no hubo en la URSS «comunismo de guerra». El régimen mantuvo el patrón autocrático, pero ya no hubo olas de violencia sobre la sociedad. Ello explica la publicación de obras literarias como las de Pasternak y, sobre todo, Solzhenitsyn.

Esto fue posible porque Krushev intentó cierta modernización de la URSS. Es cierto que algunos del “equipo de Stalin”, para usar palabras de Sheila Fitzpatrick, ya no estaban; pero la estructura del Partido, particularmente en relación con el segmento de jefes regionales, resistió la modernización. Ello y la crisis de los misiles definió la suerte de Krushev en 1964.

Siguiendo la estrategia del almirante Serguéi Gorshkov, en los años cincuenta la URSS comenzó a construir un poder naval de alcance oceánico (hasta entonces dicho alcance era costero), transformación que llevó a que el poder naval soviético se desplegara globalmente en los años setenta. En buena medida, Gorshkov sumó la condición geopolítica marítima a la predominante geopolítica terrestre rusa.

Esta última década fue estratégica para la URSS. Aunque el comunismo estaba lejos de ser alcanzado y en su lugar existía lo que Ulam denominó “comunismo de vitrina” (Brezhnev consideraba que había un “socialismo maduro”), la URSS fue reconocida por Estados Unidos como par estratégico y la incorporó al diseño interestatal de Kissinger, basado en el equilibrio de poder entre ambos poderes y China.

Pero la URSS continuaba siendo lo que había advertido tiempo atrás George Kennan: un actor igual a los demás, pero a la vez diferente a los demás. Por tanto, negociar con ella era prácticamente inútil, pues se trataba de una potencia ideológica que no aceptaba el statu quo. Se comprometió a respetarlo en Europa tras la Conferencia de Helsinki de 1975, pero no en el resto del mundo. Precisamente, en esta cuestión se fundó Brzezinski en sus memorias, “Power and Principle”, para objetar la política de equilibrio de poder pretendidas por las administraciones de Nixon y Ford.

Sin embargo, la notable extensión geopolítica de la URSS no estaba respetando la situación económica interna, situación que se volvió más preocupante cuando la superpotencia intervino en Afganistán, escenario que, como bien se dijo, acabó convirtiéndose en el “Vietnam soviético”, y cuando Estados Unidos brindó su asistencia a los movimientos que luchaban contra los gobiernos pro-soviéticos en todos los rincones del mundo.

Aunque el mundo ingresó a fines de los setenta en una era de nueva tensión bipolar, la URSS ya acusaba serias dificultades económicas, producto, en gran medida, de problemas relativos con la productividad económica, los que se iniciaron, como bien sostiene el economista Vladimir Kontorovich, en los años cincuenta.

El experto Severyn Bialer definió muy bien la crisis de la URSS en los ochenta: en su libro “The Soviet Paradox”, Bialer fundamenta los términos de esta ecuación que la URSS nunca pudo resolver. Lo paradójico fue que el hombre elegido para hacerlo, Mijail Gorbachov, el “séptimo secretario”, acabó siendo, como muy bien sostuvo un analista francés, el hombre responsable del fin de la URSS.

Pero a pesar de las dificultades, nadie podía imaginar que la URSS desaparecería. Hubo algunos pocos que se acercaron bastante con sus análisis, por ejemplo, el francés Emmanuel Todd y el economista austriaco Frederick Hayek, mas no tanto los sovietólogos, tal vez con la excepción de Carrère d’Encausse y Brzezinski, quienes se refirieron a los problemas que implicaban para el régimen político del Partido-Estado los nacionalismos en las repúblicas y los retos tecnológicos.

 

Pero la ruptura del país no parecía un escenario próximo. Cuesta creer que haya sucedido. Pero ocurrió, y por la dimensión del hecho y por lo que había sido la URSS, una de las dos potencias de escala sobre las que se fundó no solo el régimen internacional por casi medio siglo, sino la misma posibilidad de supervivencia de la humanidad, sin duda alguna 1991 fue un año estratégico, el último del siglo XX.

 

Referencias

Adam Ulam, La Unión Soviética en la política mundial 1970-1982, GEL, Buenos Aires, 1985.

Alain Besançon, Breve tratado de sovietología, Buenos Aires, 1977.

Alberto Hutschenreuter, Carlos Fernández Pardo, El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy, Editorial Almaluz, Buenos Aires, 2017.

Emmanuel Todd, La caída final. Ensayo sobre la descomposición de la esfera soviética, Emecé Editores, Buenos Aires, 1978 (la obra original en francés fue publicada en 1976).

Frederick Hayek, La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, Unión Editorial, Madrid, 2011.

Hélène Carrère d’Encausse, Seis años que cambiaron el mundo.1985-1991, la caída del imperio soviético, Ariel, Barcelona, 2016.

Laurence Rees, Una guerra de exterminio. Hitler contra Stalin, Crítica, Barcelona, 2006.

Leon Aron, The Foreign Policy Doctrine of Postcommunist Russia and Its Domestic Context, en Michael Mandelbaum, The New Russian Foreign Policy, A Council On Foreign Relations Book, USA, 1988.

Orlando Figes, La Revolución Rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo, Edhasa,

Barcelona, 2000.

Orlando Figes, Revolutionary Russia, 1891-1991, Penguin Books, London, 2014.

Severyn Bialer, The Soviet Paradox. External expansion, internal decline, Alfred Knopf, New York, 1987.

Sheila Fitzpatrick, El equipo de Stalin. Los años más peligrosos de la Rusia soviética, de Lenin a Jrushchov, Crítica, Barcelona, 2016.

Vladimir Kontorovich, “The Economic Fallacy”, National Interest, Number 31, Spring 1993.

Zbigniew Brzezinski, Power and Principle. Memoirs of the National Security Adviser, 1977-1981, Farrar Straus & Giroux, 1983.

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TIEMPO NUBLADO EN LAS CUMBRES

Alberto Hutschenreuter*

Es tiempo de cumbres internacionales. A la del G-20 en Roma le siguió la del clima, la COP26, en Glasgow. Han sido varios días de conversaciones sobre cuestiones que requieren consensos apremiantes para evitar inestabilidades y catástrofes; y aunque difícilmente se logren, menos si a las citas no asisten líderes clave, siempre, como decía Winston. Churchill, será preferible “hablar, hablar y hablar que guerrear, guerrear y guerrear”.

En el pasado los actores preeminentes han estado en guerra durante mucho tiempo. Hubo confrontaciones que duraron un siglo y más también, otras un poco menos. Pero la guerra (o el estado de “no guerra”) ha sido casi el lugar común en las relaciones interestatales. No deja de resultar curioso que hubo “guerras totales” pero nunca “paces totales”.

Algunos consideran que ya no es posible que ocurran confrontaciones militares mayores. Se apoyan en que desde hace décadas no hubo ese tipo de confrontaciones: “no más Normandías” significa que ya no pueden darse esas guerras totales de exterminio. Asimismo, desde el enfoque de la psicología se asegura que durante las últimas décadas la violencia humana ha mermado.

Todo esto es muy relativo: primero, no es cierto que no hubo confrontaciones entre poderes mayores (pensemos en China-URSS, India-China, etc.); segundo, la existencia del régimen internacional de la Guerra Fría ha “moderado” o “amortiguado” conflictos; tercero, las armas nucleares han implicado una “cultura estratégica” que, paradójicamente, favoreció y ¿favorece hoy? la estabilidad; cuarto, han surgido “nuevos territorios” (el ciberespacio, por caso) donde se dirime competencia y se obtienen ganancias de poder, situación que confirma lo que sostiene la historiadora Margaret MacMillan en su más reciente libro: la guerra se transforma pero nunca deja de ser ella misma; y quinto, la psicología aporta, sin duda, pero trata sentires y percepciones del ser humano, mientras que la política internacional implica intereses y capacidades de los Estados. Hay, sí, un cruce interesante en ambas: nunca sabemos acerca de las intenciones de los humanos ni de los Estados.

Estas disquisiciones resultan pertinentes considerando que el contexto de las cumbres internacionales es muy sombrío, hecho que las condiciona sobremanera en relación con resultados que impliquen al menos mínimos de cooperación en cuestiones que urgen. Está muy bien haber acordado en Roma un “global mínimun tax”, pero ello no será demasiado importante si aparece otra pandemia “recargada”; es decir, frente a esta dimensión crucial de la seguridad mundial la situación está casi como antes de 2020, o quizá peor debido a las suspicacias entre Estados realimentadas a partir de la COVID 19; igualmente, tampoco será demasiado si ocurre una “fuga hacia delante” en relación con la rivalidad creciente entre Occidente y Rusia o, más todavía, entre Estados Unidos y China.

Estas últimas posibilidades son sin duda las que más condicionan las cumbres, pues se trata de rivalidades entre actores centrales, entre poderes sobre los que recaen compromisos y esfuerzos para la construcción de estabilidad y, en el mejor de los escenarios, el sostenimiento de cualquier posibilidad de orden internacional, es decir, en términos de Kissinger, de “paz posible”. Pero ello no está ocurriendo ni parece que medianamente pronto vaya a suceder.

Si hasta no hace mucho la situación en esta doble crisis mayor en las relaciones internacionales era preocupante, hoy la discordia aumentó. La relación entre Occidente y Rusia prácticamente ya no cuenta con “anclajes” institucionales relativamente importantes en cuanto a consultas estratégicas entre ambas partes dentro de la OTAN (Moscú siempre consideró una mera formalidad los dispositivos existentes); y el nivel de inseguridad ascendió, pues la Alianza Atlántica podría ampliar capacidades con el propósito de disuadir a Rusia de realizar acciones en su propia zona roja de seguridad, (esto es, el Báltico, Ucrania y el mar Negro). Ello sin duda explica la respuesta dada por el ministro de Defensa ruso, Sergey Shoigu, a su par de Alemania Annegret Kram-Karrembauer cuando esta funcionaria se refirió a la nueva actitud disuasiva de la OTAN. Sin rodeos, advirtió aquel a la ministra germana que debería recordar “como terminaron las cosas en el pasado”.

En cuanto a la situación entre Estados Unidos y China, la ausencia del mandatario chino en las cumbres obedecería a algo más que precauciones ante el virus. Hace tiempo que el presidente Xi no sale de su país. Es cierto que los efectos de la pandemia implicaron una “globalización cerrada”, esto es, primero el frente interno. Pero la ausencia también significa que la China de Xi ya no se siente obligada a cooperar, menos aún ante unos Estados Unidos decidido a contenerla por todos los medios, política que se inició con el republicano Donald Trump y que se amplificó con el demócrata Joe Biden.

Y aquí es donde las posibilidades de la reunión climática chocan contra las desconfianzas y los intereses, pues Pekín podría estar interpretando que Estados Unidos utiliza el multilateralismo para refrenar el crecimiento de China y evitar así que llegue eventualmente a sobrepasarlo en el segmento económico, desafiando cada vez más su supremacía. Dicha estrategia estadounidense implica también ralentizar la iniciativa china del “cinturón” que se extenderá desde China hasta Europa a través de Asia, segmento terrestre en el que Estados Unidos no se encuentra.

Una China que despliega una geopolítica marítima, una geopolítica terrestre y una geopolítica aeroespacial (la reciente prueba china de un arma hipersónica con capacidad nuclear ha provocado en Washington una preocupación que retrotrajo a legisladores y jefes militares a lo que se ha se ha denominado “momento Sputnik”, es decir, la profunda inquietud que produjo en la superpotencia la capacidad soviética de colocar en los años cincuenta un satélite en el espacio, ya que ello significaba que Moscú estaba en condiciones de alcanzar con misiles el territorio estadounidense) se presenta como demasiado para, por ahora, la única superpotencia rica, grande y estratégica del globo.

En este contexto, por demás pertinente resultan las reflexiones de John Mearsheimer publicadas en la última entrega anual de la revista “Foreign Affairs”. En “The Inevitable Rivalry”, el teórico del “realismo ofensivo” considera que Estados Unidos y China “están atrapados en una competencia de seguridad que afecta todas las dimensiones de su relación y es probable que China sea un competidor más poderoso de lo que fue la Unión Soviética. Y es probable que esta competencia se caliente”.

Entre las razones que explican el aumento de la conflictividad, resulta interesante la importancia que este autor otorga a la geografía de la competencia. Dicha geografía es más propensa a la guerra entre Estados Unidos y China de lo que fue la de Estados Unidos-Unión Soviética. Aunque esta última pugna era global, su centro de gravedad era la Cortina de Hierro. Allí había pocas posibilidades de iniciar una confrontación. En Asia, en cambio, no existe una línea clara como aquella de la Europa del bipolarismo. En Asia (Pacífico-Índico) hay varios frentes de conflicto, lo que hace que la guerra sea probable.

Estas rivalidades cada vez más inquietantes son las que restringen cualquier esfuerzo multilateral y mantienen el patrón anárquico como principal rasgo de la política entre Estados. Es necesario remarcar esto último, porque durante los últimos lustros han surgido en las relaciones internacionales enfoques ilusionistas que consideran que recalcar en el mundo del siglo XXI el tema de la anarquía es una cuestión “patológica”.

“Tiempo nublado” alude a un ensayo sobre el acontecer internacional escrito por el mexicano Octavio Paz. Por entonces, principios de los años ochenta, quien sería Nobel de Literatura unos años después, observaba con preocupación las cuestiones que tenían lugar en un mundo que reingresaba a las tensiones entre las potencias mayores, a las que se sumaban el crecimiento de la población en los países subdesarrollados, la disminución de las fuentes de energía, la contaminación de la atmósfera, los mares y los ríos, las enfermedades crónicas de la economía mundial, etc.

Pero más allá de lo que afligía al escritor, existía un orden internacional, tratados, regímenes, y hacia el final de esa década sobrevendrían acontecimientos de escala que darían lugar a la coexistencia de lógicas de fragmentación y de cooperación (“fragmegración” diría un experto).

Hoy hay tiempo nublado en las relaciones internacionales. Las cumbres lo sufren. Pero, más todavía, a diferencia de entonces, no existe un orden internacional en el horizonte, las potencias están abandonando marcos regulatorios y la lógica de la fragmentación es categóricamente predominante.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

 

Bibliografía

Margaret MacMillan, La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos, Editorial Turner Noema, 2021.

Tarik Ciril Amar, “NATO’s bullish new plan to fight Russias on the seas, the skies in space could backfire, igniting a catastrophic nuclear conflict”, RTQuestion More, 25 Oct. 2021

Benjamin Friedman, “Don’t Turn China’s Hypersonic Missile Test Into a ‘Sputnik Moment’”, World Politics Review, Thursday, Oct. 28, 2021.

John Mearsheimer, “The Inevitable Rivalry. America, China, and the tragedy of great power politics”, Foreign Affairs, November/December 2021.

Octavio Paz, Tiempo nublado, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1983.

 

¿CONOCEMOS A CHINA?

Heriberto Justo Auel*

Imagen de lzwql en Pixabay 

“Porque ganar cien victorias en cien batallas, no es la cumbre de la destreza.

Someter al enemigo sin luchar, es la cumbre de la destreza”.

Sun Tzu -544/496 a.C.

 

  1.  La Cultura es lo que importa.
  2. China: el Imperio del Centro.
  3. China y la contrarrevolución iberoamericana en la “anilla externa”.

 

1. La Cultura es lo que importa

“El arte de la guerra” —del filósofo y estratega chino Sun Tzu— sigue siendo el texto de estrategia más influyente en las guerras de Asia Oriental y ha influido en el pensamiento militar oriental y occidental, así como en las tácticas de negocios y en la estrategia legal, entre otros campos. En Occidente Napoleón fue un ávido lector del chino —contemporáneo de Confucio— y por lo tanto ha influido —sin duda— en el pensamiento del Libertador San Martín, que combatió contra el Emperador y aprendió de él —al igual que Clausewitz— antes de su regreso a la Patria, en 1812.

Entre los más recientes conductores militares exitosos seguidores de Sun Tzu, Mao Zedong —también conocido como Mao Tse-Tung— fue quien lo reinterpretó y tradujo los principios del Maestro al ámbito de la guerra revolucionaria. En sus “Cinco Escritos Militares” Mao explicita —para sus Oficiales Milicianos durante la “larga marcha”— el pensamiento del mítico estratega oriental, actualizándolo a su tiempo y a la guerra insurgente: “lograr la victoria con el mínimo derramamiento de sangre”. La estratagema (1) y el engaño debían reemplazar a la debilidad cuantitativa y cualitativa de los revolucionarios marxistas.

El desembarco de China en nuestra región y particularmente en nuestro país —en la posguerra fría— nos llevó a dedicarle varios ensayos en los últimos años: —en www.ieeba.org—.

  • “La Seguridad Estratégica de la Región en el Nuevo Escenario Internacional”. Enero de 2002.
  • “El Nuevo Ordenamiento Internacional Posterior a la Intervención de EE.UU. y de sus aliados en Irak”. 21 de mayo de 2003.
  • “Estrategia para la Convivencia en Paz”. 27 de octubre de 2007.
  • “La Situación Estratégica del Atlántico Sur en el año 2012”. Agosto de 2012.
  • “La Dirigencia Argentina Frente a las Guerras del Siglo XXI”. Diciembre de 2015.
  • “La Geopolítica del ´Virus Chino´”. Mayo de 2020.
  • “Un Análisis Estratégico del Vacuna-Gate”. Marzo de 2021.
  • “El Encuadramiento Geopolítico Internacional de la Actual Situación Estratégica Argentina”. Marzo de 2021.
  • “Las Guerras Híbridas en el Ámbito de una Nueva Guerra Mundial”. Abril de 2021.
  • “Mientras China acelera la Ocupación de la Anilla Externa del Rimland, el Foro de San Pablo Acelera la Contraofensiva Revolucionaria en Colombia”. Mayo de 2021.
  • “Las Guerras Asimétricas de Séptima Generación en Iberoamérica y la Argentina”. Mayo de 2021.
  • “¿Cómo Salimos de la Ciénaga…que Supimos conseguir…? Agosto de 2021.

El título de este primer punto —“la cultura es lo que importa”— reproduce el título del último libro de Samuel Huntington (2) —en colaboración con Harrison—. Con su subtítulo —“la cultura da forma al progreso”— coinciden en un todo con el fin que perseguimos en este punto. Conocer a China es conocer a su cultura, es decir, a su identidad, que por supuesto, no es la nuestra. Advertimos esto, pues existe una intención kk de reemplazar a nuestro sistema político, tomando como modelo al régimen chino.

El sanjuanino Gioja —ex presidente del PJ— lo expresó así: «China y el PCCh son referentes a mirar siempre y a seguir su ejemplo». “El Gobierno del PJ busca implementar el sistema comunista chino en Argentina” (8).

Toda cultura reconoce como origen y sostén a una religión. En el caso chino se trata de varias religiones: el confucionismo (3), el taoísmo (4) y el budismo (5). El sincretismo religioso prevalece en la China actual, pero la influencia confuciana en la cultura se traduce en la aceptación del “autoritarismo político”, que tiene su ratificación en la aceptación del “partido único” (6) y en la reciente decisión del Legislativo de otorgar la permanencia sin plazos de Hi Jinping en el poder (7), lo cual es lo más parecido a una dictadura.

Los argentinos vivimos en el Occidente Cristiano —desde siempre— y este se define en el siglo XXI por:

    • Basar su filosofía en la herencia de la Antigüedad Griega.
    • Basar su jurisprudencia en el Derecho del Imperio Romano.
    • Basar su teología en la tradición judeocristiana.
    • Basar su concepción artística en el Renacimiento europeo.
    • Basar su pensamiento sociológico en la Ilustración francesa.

Como es fácil de observar, nuestro cimiento cultural no responde a lo establecido por el sincretismo religioso chino. La superficial pretensión ideológica del salto de garrocha que pretende la actual dirigencia “pseudo-revolucionaria” argentina es absurda e intrínsicamente perversa (9) y solo encubre la búsqueda desesperada de la impunidad de “Ella”.

La admirable ineptitud y liviandad que demuestra diariamente “Tartufo” solo puede tener una explicación en el “contrato” que lo llevó a la presidencia: lograr la absolución de “Alí Babá y los Cuarenta Ladrones” a través de la eliminación rápida de nuestro sistema constitucional, con lo cual se eliminarían las decenas de causas kk que transitan por los Tribunales. No hay otra explicación ante tanta e inconcebible torpeza gubernamental.

En la perversa necesidad de la “modernización” del instrumento jurídico Estado, que solapadamente pregonan, se encuentra la razón de ser del sorpresivo “dedazo” que, desde la nada, encumbró a “Tartufo” en la presidencia y le obliga a renegar de su dignidad, de su hombría y de su dudoso honor, para cumplir con el objeto del “contrato”: destruir a las instituciones, la cultura, la economía, la credibilidad del país, la esperanza de los ciudadanos y un largo etc., para justificar o legitimar el oportuno salto de garrocha geopolítico que nos lleva a una órbita ajena a nuestra cultura/identidad, fuera de la esfera de influencia Hemisférica Occidental y a transformarnos —a la cabeza del Foro de San Pablo— en la piedra en el zapato de EE.UU. en su actual disputa por la hegemonía mundial, con el emergente Imperio Chino.

Hace pocas semanas el principal asesor de Seguridad Nacional de Washington vino a Buenos Aires para advertir a la Casa Rosada acerca del peligroso rumbo de nuestra Cancillería. Sin embargo el “instituto patria” —luego de la advertencia— obligó a redoblar apuestas.

2. China: el Imperio del Centro (10)

Por más que la palabra China se haya extendido a la mayoría de las lenguas occidentales, los chinos nunca llaman así a su país. Para ellos es Zhōngguó, que en traducción literal significa algo así como “Estado del Centro”, “poder central” y, más tarde, “nación”. La apelación al centro en Zhōngguó parece deberse a razones geográficas. ¿Dónde estaba inicialmente ese centro? Más o menos al sur del desierto de Gobi y al norte del Yangtsé, siguiendo la cuenca del río Amarillo.

Zhōngguó era un centro en torno al que deambulaban enemigos. La obsesión por distinguirse de ellos y mantenerlos a raya iba a servir de justificación —en diversas épocas— para construir secciones de lo que se convertiría en la “Gran Muralla”. Con los siglos, el radio que salía del centro se amplió hasta las fronteras actuales de la República Popular que responden —con escasas diferencias— al territorio controlado por el emperador Kangxi —1661/1722—, de la dinastía Qing. Con él, Zhōngguó se convirtió en el Imperio del Centro, lo que sancionaba su hegemonía secular en Asia Oriental.

China siempre se auto percibió como “centro” o eje del mundo civilizado. Siendo una de las más antiguas culturas, su civilización fue una de las más avanzadas del orbe. Sin embargo ingresó a una etapa de oscura decadencia. La explicación del siglo largo en que China estuvo a punto de desaparecer como nación —entre las guerras del opio y la formación de la República Popular actual— la buscan los chinos —ya sean comunistas o nacionalistas— en los tratados desiguales con que las potencias imperiales impusieron un dogal de miseria, oprobio y atraso a su país.

Sin duda que todo ello los afectó, pero esa explicación renguea. ¿Por qué no pudo Zhōngguó, ya convertido en el Imperio del Centro, resistir la presión extranjera? Desde las guerras del opio la dinastía Qing no ganó una sola a los kwai —diablos blancos—. Contaba con una tecnología militar caduca, pero el rezago venía de más lejos. Durante más de dos mil años China se había organizado sobre una agricultura pasablemente productiva, cuyo excedente lo distribuía y se lo apropiaba una elite burocrática que tenía a raya el brío patrimonialista de los terratenientes. En la cumbre, un emperador sostenía el artilugio mientras duraba el mandato del cielo. Pero eso ya no valía.

El gran sismo de la historia china del siglo XIX no fue el saqueo del Palacio de Verano de Pekín (1860), sino la guerra civil conocida como la Rebelión de los Taiping (1850-1864). Ambos bandos creían tener buenas razones para luchar y lo hicieron sin escatimar vidas. Aun sin artillería ni aviación, la guerra causó bajas estimadas entre veinte y treinta millones de personas, casi la mitad que en la Segunda Guerra Mundial.

Los años posteriores no supusieron una mayor presencia internacional de China, sometida a largos conflictos en el interior de su territorio: luchas entre señores de la guerra, invasión japonesa entre 1930 y 1945 y guerra civil entre los comunistas seguidores de Mao Zedong y el Kuomintang (nacionalistas) de Chiang Kai-shek, entre 1945 y 1949.

El repliegue hacia el interior continuó durante la era maoísta —1949/1976— pero el peso internacional del país más poblado del mundo se hizo sentir en algunos conflictos —guerra de Corea 1950/1953— en apoyo a los partidos comunistas o a sus escisiones maoístas; en el aliento a los movimientos anticolonialistas que siguieron a la GM II, en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con EE.UU. tras el viaje de Richard Nixon —1973— o en su acceso a la ONU, como única representante de China.

Sin embargo es difícil no ver en la política exterior maoísta un retorno a la misma orgullosa soledad que había caracterizado a las dinastías imperiales. Contrariamente a lo realizado por la URSS, China no salió de sus fronteras a difundir su revolución. El “maoísmo internacional” fue y es fruto de líderes revolucionarios autónomos.

La era de reformas —con Deng Xiaoping— supuso una pasividad internacional aún más intensa, bajo el lema “Estrategia de Desarrollo Independiente y Pacífico” que permitió a China concentrarse sobre su propio crecimiento económico. Tras la masacre de Tiananmen —1989— Deng siguió insistiendo en su postura de vivir y dejar vivir, defendiendo una política de no intervención en los asuntos internos de otros países.

Su archifamoso pragmatismo le llevó así a contentarse con la reunificación de su país —fin de la ocupación colonial en Hong Kong y Macao, el intento de retorno de Taiwán a la patria común— y a una oposición de baja intensidad al hegemonismo o protagonismo internacional de Occidente, en especial de EE.UU.

El portentoso crecimiento económico de China en las últimas décadas empujó a sus sucesores a ingresar —con paulatina intensidad— en los asuntos del comercio internacional, fundamentales para su estrategia mercantilista. Las exportaciones se convirtieron en un sector decisivo para la salud económica de China y así, poco a poco, el país se incluyó activamente en el nuevo orden económico internacional que siguió a la desaparición de la Unión Soviética.

Durante esos años EE.UU. se convirtió en lo que —con exageración “gringa”— se ha llamado “la hiperpotencia” y China —expectante ante la situación— continuó ampliando sus mercados, sin crear problemas especiales.

El ascenso económico de China y su próxima conversión en la mayor economía mundial, por un lado y los problemas de gestión económica tras la “Gran Contracción de 2008” en Occidente, especialmente en EE.UU. por el otro, dio lugar a una oportunidad única para impulsar el ascenso de China. Ello no debería ser objeto de preocupación, de no ser por las ambiciones de sus dirigentes.

Aunque hayan renunciado al sueño de la revolución mundial y que el socialismo con rasgos chinos no sea otra cosa que un ´capitalismo de compadres´ (11) o ´capitalismo de Estado´ —que es el objetivo de los kk— , no van a renunciar indefinidamente a hacer valer sus triunfos —para mejorar su posición— y tratar de recomponer eventualmente el papel central que durante siglos ocupó en Asia el Imperio del Centro.

Sin embargo, ser una potencia regional cuando el mundo es ya una aldea global, sería contentarse con poco. A quienes se creen legítimos herederos del Imperio del Centro no les bastaría con otra cosa que con la hegemonía mundial. La cuestión empero no sería de preocupar, salvo por el hecho de que esos herederos no creen en la democracia ni en el imperio de la ley.

El cambio de actitud no ha tenido que esperar al ascenso de Xi Jinping a la cumbre. Ya se había hecho notar durante el liderazgo de Hu Jintao. En 2004 uno de sus consejeros hablaba de la necesidad de pasar del lema de Deng, al de Ascenso Pacífico, una política orientada a convertir a China en una gran potencia.

China no iba a limitarse a su papel de líder económico: tenía que convertirse en un actor militar decisivo. Desde 2010 esa meta se ha impulsado con fuerza y, tras la llegada al poder de Xi Jinping China muestra con toda claridad su deseo de ser considerada una de las grandes potencias en un mundo multipolar.

Hace pocos años, Joseph Nye (12) distinguía entre “poder duro” y “poder blando”. En realidad, no hacía sino recordar que el poder se ejerce por coacción y por influencia, una distinción al menos tan antigua como Tucídides. Sin embargo el progresismo internacional —que tiene a Davos como referencia, ´la davosía´— se arrebató, porque al igual que Nye participaba de la ridícula ilusión —al igual que los políticos argentinos— de que al poder duro lo había jubilado —definitivamente— el arco justiciero de la historia.

Los chinos —tal vez porque han leído a Sun Tzu— no son tan cándidos. La verdadera garantía del poder está en la violencia legítima y su prelación sobre la influencia está en la naturaleza de las cosas. Mao lo formulaba así: «El poder político brota del cañón del fusil».

Xi Jinping ha precisado —por la vía de los hechos— las nuevas aspiraciones de China. Su “sueño chino”, definido como el rejuvenecimiento de la nación, deja lugar a pocas dudas. China tiene que volver a ser el Imperio del Centro, un centro cuyo radio aspira a extenderse al universo mundo.

Xi ha buscado y busca tiempo. Si su estrategia está clara, la táctica tendrá que adaptarse a las oportunidades que surjan. Por el momento, dos objetivos regionales se perciben con claridad para el mediano plazo. Uno es la sempiterna reivindicación de la unidad nacional y tiene a Taiwán en el punto de mira. El otro, extender la presencia militar china a los mares cercanos. La garantía de ambos depende de situar en primer plano a la Defensa Nacional.

Conflictos territoriales en el Mar del Sur de China

China ha aprendido del RU y de EE.UU. que no es posible imponer su hegemonía sin una presencia activa en el aire y en los mares. Los cambios tecnológicos han impulsado —esta vez radicalmente— la obsolescencia de las políticas aislacionistas, cuyo epítome fue la construcción de la Gran Muralla.

China necesita desesperadamente romper la primera barrera insular para tener paso franco hacia los mares del mundo, ante todo el Pacífico. El control del Mar del Sur y, más aún, la unificación con Taiwán, serían un paso decisivo hacia esa meta. Pero no basta. China necesita también imponer su predominio en el Pacífico Norte, donde el panorama es más complejo. Las dos Coreas y Rusia cortan la salida al mar, desde Manchuria. Los puertos chinos más septentrionales están en Tianjin, Lushun —el antiguo Port Arthur— hoy una importante base de la flota y Dalian; todos ellos justo en el paralelo 39N. Vladivostok está en el 43N.

Japón tapona la salida hacia el nordeste, entre los paralelos 45N y 33N. En 2012 se produjo una seria crisis entre Japón y China por ocho islas deshabitadas que los japoneses llaman Senkaku y China Diaoyu. El archipiélago se encuentra al sudoeste de Okinawa, a poca distancia del norte de Taiwán y pertenece a Japón. Desde entonces, China ha enviado a la zona barcos a los que llama guardacostas, pero que son navíos de guerra camuflados.

Estos y otros incidentes han aumentado considerablemente la tensión en el Pacífico Norte y su repetición hace temer que cualquier imprevisto pueda desencadenar una respuesta armada por uno u otro lado.

Los dirigentes chinos no dejan de tener en cuenta esa posibilidad porque, también en el caso de Japón, EE.UU. se vería obligado a afrontar una guerra según el “Tratado de Cooperación y Seguridad Mutua” que entró en vigor en mayo de 1960. Aunque la interpretación de su Tratado de Seguridad con Corea del Sur sea menos terminante, sería difícil que EE.UU. no se viese también implicado en una guerra entre ese país y su vecino del norte. Son consecuencias que China toma en cuenta.

En resumen, todo hace pensar que para los dirigentes chinos el eslabón más débil en la cadena que representa la primera barrera insular se encuentra en el Mar del Sur, donde la diversidad de intereses nacionales, la debilidad de los gobiernos locales y las decisiones imprevisibles de sus líderes pueden animarla a una estrategia de hechos consumados.

“El Indo-Pacífico es un espacio geopolítico único que alberga múltiples contenciosos. China supera numéricamente a Estados Unidos en buques, pero no en capacidades, como consecuencia de la ventaja tecnológica norteamericana” (13).

A su llegada al poder Xi Jinping se presentó como un reformador. Conviene precisar: Xi no ha hecho ninguna de las reformas prometidas cuando de ellas pudiese derivarse menoscabo para el poder institucional del Partido Comunista o para los intereses nacionales de China, tal y como los entiende el Partido Comunista; pero sí ha emprendido reformas que contribuyen a mantener el primero y aumentar los últimos.

Uno de los sectores en los que ha tomado un gran número de iniciativas llamadas a desperezar el funcionamiento de la institución, ha sido en el de las fuerzas armadas.

Será el ejército de tierra quien inicialmente experimente los mayores cambios. Sus efectivos previos a la reforma se cifraban en 1,55 millones, organizados en cuerpos de ejército según el tradicional modelo soviético. Un cuerpo de ejército solía contar con entre treinta mil y cien mil efectivos. Ese tamaño —demasiado grande para maniobrar con facilidad— ha sido sustituido en muchos países por una combinación de tecnología y unidades más eficientes: las divisiones.

De esta suerte los actuales dieciocho cuerpos de ejército se reagruparán en un número de entre veinticinco y treinta divisiones. El sistema de mando será también más ágil, con mejores y más rápidas comunicaciones entre las divisiones y los teatros de mando y, por supuesto, con el Estado Mayor Conjunto.

En conclusión: Xi retiene el mandato histórico del “Imperio del Centro”, pero tiene muy en cuenta la experiencia del aislamiento provocado por la “orgullosa soledad”. Debe conjugar las experiencias del pasado lejano y reciente, con las oportunidades de los nuevos tiempos, sin olvidar a Sun Tzu. La continuidad del desarrollo chino le exige la expansión. Necesita abrir caminos para obtener la energía y los alimentos para mil cuatrocientos millones de habitantes y de los mercados, para su producción. Para ello construye un moderno sistema de disuasión militar y paralelamente un amplio “soft-power” que tiene como eje a “los caminos de la seda”, terrestres o marítimos.

Este proyecto estratégico resuelve en gran parte a los naturales bloqueos —en sus cuatro puntos cardinales— abarcando la totalidad de Asia, Europa y África. El apresurado y desprolijo retiro de EE.UU. de Afganistán fue un “regalo” para XI, que ya está presente allí, en el único espacio de comunicación del Asia Central con las “aguas calientes”. Además, los informes indican que hay reservas minerales por un valor de US$ 850.000 millones: hierro, cobre, litio, cobalto y tierras raras. La inexplicable “incoherencia” de Biden, es que una de las principales razones de su retiro ha sido la necesidad de reunir a sus FF.AA. ante el desafío chino.

En los últimos meses China ha mostrado problemas para mantener el ritmo de sus exportaciones y muestra a una “sociedad volátil”. Hay analistas (14) que advierten “agitación de emociones” por parte de Xi, que podrían conducir a “un nuevo gran levantamiento”. ¿Habrá tomado nota nuestra Embajada en Beijín? Podrían quedar —los kk— colgados del pincel.

3. China y la contrarrevolución iberoamericana en la “anilla externa”.

Con referencia a la presencia china en Iberoamérica, el 21 de marzo de 2021 le dedicamos un ensayo específico —el Nro. 8 de la Pág. 2— que expresa —en parte— en su Punto 3:

Los caminos contemporáneos
Para sus críticos es un proyecto para dominar el mundo; para sus defensores facilita el desarrollo de regiones olvidadas.

“China con una estrategia indirecta —progresivamente— ocupa espacios llaves en la “anilla exterior” a través de una maniobra planetaria que la posiciona como gran potencia.

La “revolución socialista iberoamericana” se ha enancado en dicha maniobra y Beijín, apelando a su milenaria cultura la explota, pero no se compromete. ¿Hasta dónde llegará la hipócrita intencionalidad de los KK? Acaban de nombrar en Beijín a un joven chinólogo —Vaca Narvaja—, “embajador especializado” formado desde en su niñez en La Habana.

La práctica negociadora china —exclusivamente mercantilista— ignora aquellas acciones violatorias del Derecho Internacional o de los Derechos Humanos de sus contrapartes. Tal ha sido el caso de su relación con Chávez y Maduro. Hoy Venezuela debe US$ 60.000 millones a Xi y por ello se hizo cargo de PDVSA, para cobrar las acreencias de los últimos veinte años. Ese desembarco se está desarrollando en conjunto con el aliado ruso, que tiene allí intereses y tropas que acompañan a las cubanas establecidas en Caracas hace veinte años.

En la Argentina el encubierto gobierno de Ella está demoliendo lo que queda de la economía “de mercado”. Es condición necesaria para dar “el salto de garrocha” —que venimos anticipando en los últimos meses— y así legitimar el desembarque chino en nuestro país —sumido en un caos provocado—, para pasar —sigilosamente— a la órbita imperial de Beijín y al “capitalismo de Estado”, redentor de la Argentina Nac&Pop, que estrenaría simultáneamente una nueva Constitución Nacional, hecha a medida, si lograran triunfar en las elecciones de medio tiempo.

Es la fórmula que anticipan los enérgicos últimos discursos de Ella —que ignoran a Tartufo— y los hechos —dosificados— que ejecutan los alfiles alquilados. El nombramiento del nuevo ministro de Justicia es sumamente elocuente, frente a las eventualidades inmediatas.

Mientras tanto y navegando en superficie, la oposición complaciente sigue descansando y ejercita el diálogo. Vive en un aletargado período sabático, plagado de anécdotas televisivas.

El cambio del sistema político es la maniobra central —y única— que persigue el “gobierno de científicos”, conducido desde el “Instituto Patria”. Ello explica lo inentendible: la más absoluta ineficiencia y pasividad en todos los frentes del gobierno de Tartufo. El cambio de Constitución, un nuevo alineamiento regional con las autocracias y el cambio de inserción internacional, encubren la absolución de Ella y su encumbramiento histórico: la heroína que logró —luego de setenta años de luchas revolucionarias— los fines últimos de la Revolución Socialista Iberoamericana.

Se consagraría así el encuentro combinado de la compleja contraofensiva revolucionaria regional/local —encubierta por los kk— con la maniobra exterior —planetaria— de la súper potencia “in partibus”. Pero la salida de la zona de seguridad de Occidente no será fácil ni gratuita. Un Lula políticamente rehabilitado les será imprescindible. Y el Foro de San Pablo —FSP— deberá garantizar la contención de la reacción de los pueblos, cosa que por el momento pareciera imposible.

El avanzado posicionamiento internacional de Xi —en toda la “anilla exterior”— prevé acuerdos en infraestructura, energía, minería, transporte y exportaciones de alimentos. En la Argentina el acuerdo porcino y la construcción de la central Nuclear IV —en Campana— son los dos más importantes. Contemplan inversiones por US$ 30 mil millones. Además de lo invertido por Beijín en nuestra Patria en las últimas décadas, BAE NEGOCIOS nos hace saber que el gobierno, en una videoconferencia con la “Academia China de Ciencias Sociales” realizada la semana pasada —19/23 de marzo de 2021—, manifestó que “hay más de 20 proyectos relacionados con la energía y la infraestructura que se están negociando” con China. Con una economía golpeada por el coronavirus, Alberto Fernández busca aumentar la cooperación con el país gobernado por Xi Jinping en una unión similar a la ‘alianza estratégica integral´ que sellaron Argentina y China durante el gobierno de Cristina Kirchner”.

La “Anilla Externa” abarca al “New World”, que contiene a nuestra Iberoamérica.

Cuando faltan escasos días para las “PASO” llama nuestra atención que periodistas y políticos de primera línea se preguntan en los medios por la “inentendible” conducta actual del gobierno y su falta de “sentido común”. Hay una explicación para ello: han apoyado a los kk —con todo entusiasmo— en la política de derechos humanos del enemigo, a la consecuente destrucción total de la Defensa Nacional y, con ello, a la Inteligencia Estratégica. Deambulan a ciegas. Podría tratarse de un dramático “transvasamiento ideológico inadvertido”.

Nuestra dirigencia —en gran número— ha perdido la noción de la realidad en la que vivimos. Ignoran absolutamente nuestro “doble estado de guerra” —en una situación de doble posguerra— y a las serias acechanzas estratégicas de nuestra Patria. No escuchamos una sola palabra —en los repetitivos y vacíos discursos preelectorales— acerca de la contraofensiva revolucionaria lanzada por el “FSP” en julio de 2019 y hoy en pleno desarrollo regional y local.

Son “políticamente muy correctos”. Les puede ocurrir —si la ciudadanía no los salva— lo que les fue advertido al Tribunal que osó preguntar a Ella “si iba a responder preguntas” y que —como respuesta— fue duramente apostrofado: quienes deberán responder muy pronto, son ustedes”. ¡¿Habrán entendido el claro el mensaje estos mansos togados y nuestros peligrosos “progres”?!

Para que reflexione nuestra dirigencia —en los álgidos días preelectorales que vivimos— vuelvo a citar la sentencia de Sun Tzu que encabeza a este ensayo. Allí encontrarán —muy probablemente— la explicación de su confusa perplejidad:

“Porque ganar cien victorias en cien batallas, no es la cumbre de la destreza.

Someter al enemigo sin luchar, es la cumbre de la destreza”.

 

* Oficial de Estado Mayor del Ejército Argentino y del Ejército Uruguayo. Ha cursado las licenciaturas de Ciencias Políticas, de Administración, la licenciatura y el doctorado en Relaciones Internacionales. Se ha desempeñado como Observador Militar de la ONU en la Línea del Cese de Fuego del Canal de Suez. Comandó tropas de llanura, montaña, aerotransportadas y mecanizadas.

 

Citas

(1). Estratagema: acción hábil y engañosa para conseguir algo, especialmente la operación o maniobra militar de guerra que se realiza para atacar por sorpresa al enemigo, capturarlo, desarmarlo, etc., al menor costo.

(2). S. Huntington y L. Harrison. “La Cultura es lo que Importa”. Buenos Aires: Planeta, 2001.

(3). Confucionismo: hace hincapié en los rituales formales de todos los aspectos de la vida, desde casi las ceremonias religiosas de estricta cortesía y deferencia a uno de los ancianos, especialmente a los padres y al Estado en la forma del Emperador. Fue la religión oficial de China hasta 1912, cuando se proclamó la República. Desde entonces es un Estado ateo. El 67,5% de la población se declara creyente y en su mayoría revistan en un sincretismo, con fuerte tradición confuciana.

(4). Taoísmo: al principio no era una religión sino un sistema filosófico que surgía de las creencias más primitivas. Esta religión se inspiró en las primeras religiones que aparecieron en China, que practicaban el culto a la naturaleza y a los antepasados. No tiene unas normas o ceremonias definidas: tan solo hay que seguir el ‘tao’el “camino” y dejarse llevar por el ritmo de natural de las cosas.

(5). Budismo: el budismo es la religión más importante de China y la que cuenta con más seguidores. Sin embargo, no es originario de este país, sino de la India. El culto budista se introdujo en China a medida que se conquistaban nuevos territorios y a través de la Ruta de la Seda. Con el paso del tiempo, el interés por el budismo creció y se construyeron templos por todo el país. El budismo que se practica en China también ha tomado ideas y principios de otras creencias y existen distintas versiones de esta religión.

(6). Partido Comunista Chino: los partidos democráticos —ocho— son amigos íntimos del PCCh y partícipes del poder en unidad y cooperación con éste, en vez de ser partidos de oposición o fuera del gobierno.

(7) El Partido Comunista de China (PCCh) propuso y logró eliminar una cláusula de la Constitución que prohíbe a un presidente estar en el cargo más de diez años, un total de dos mandatos consecutivos. Disidentes y observadores de la política china consideran esta decisión un “paso hacia la tiranía, mientras el gobierno defiende la acción como una herramienta para mantener la estabilidad».

(8). E. Simón. “Gioja reveló que el Gobierno del PJ busca implementar el sistema comunista chino en Argentina”. El País Diario, 03/09/2021.

(9). Perversa: que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas.

(10). J. Aramberri. “El Imperio del Centro”. Revista de Libros, 01/04/2017. (J. Aramberri —desde 2009— es el decano de la Facultad de Lenguas y Estudios Culturales en la Universidad Hoa Sen en Saigón, Vietnam. Anteriormente fue profesor de Turismo en la Universidad Drexel en Filadelfia. Es profesor honorario de la Universidad Dongbei de Dalian y de la Universidad del Suroeste en Chengdu, ambas en China).

(11). M. Pei. “China’s Crony Capitalism. The Dynamics of Regime Decay”. Cambridge y Londres, Harvard University Press, 2016.

(12). J. Nye. Actualmente profesor en la ‘Kennedy School of Government’ de la Universidad de Harvard.

(13). Aznar Fernández Montesinos F. “Geopolítica naval del Indo Pacífico”. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), 08/09/2021.

(14). Chang G. G. “El Xenófobo Plan Chino para Cerrarse al Mundo”. Gatestone Institute. N.Y., 04/09/2021.

 

Artículo publicado por el 08/09/2021 por el Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires, (IEEBA).