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ME VUELVO A ILUSIONAR

Iris Speroni*

Pueblo 1, Gobernantes 0.

 Quiero ganar la tercera

Quiero ser campeón mundial

Fernando Romero

 

Escribo esto el día anterior a la final de la Copa Mundial de Fútbol. Así que, obviamente, no sé cuál será el resultado.

Cualquiera sea, no invalida las conclusiones que podemos obtener de esta maravillosa aventura colectiva que hemos vivido millones de personas estas últimas semanas.

Sobre geopolítica, soft power en Relaciones Exteriores, el destino manifiesto del Gran Pueblo Argentino (¡Salud!), y sobre nuestro futuro de grandeza, que está al alcance de la mano. Arrancamos.

La canción elegida como preferida por el público, creada por Fernando Romero e interpretada por La Mosca, tiene mucha tela para cortar. No voy a analizar sus méritos artísticos, porque me excede. Me referiré al contenido.

Es un compendio de los amores del pueblo, en feliz desorden.

    • Enumera los fracasos y el dolor que produjeron (“Las finales que perdimos/Cuantos años la lloré”). Inmediatamente postula que se empieza de nuevo y que permite renacer la esperanza (“Pero eso se terminó/Porque en el Maracaná/La final con los brazucas/La volvió a ganar papá). Sobreponerse a los fracasos es un signo de adultez.
    • Recuerda nuestra mayor gesta heroica reciente, Malvinas. Nunca agradeceremos lo suficiente a La Mosca por destruir de un plumazo 40 años de desmalvinización intentada de arriba hacia abajo. Con una simple canción demuestra una vieja tesis mía de que a los pueblos no se los doblega fácilmente. Podrán callar, pero no necesariamente cambiar de parecer (“De los pibes de Malvinas/Que jamás olvidaré”).
    • Rinde homenaje al héroe fallecido.
    • Ya no es el ídolo A en competencia con el ídolo B, sino la validación (ficcional) del consagrado quien entrega el testimonio al nuevo demiurgo, en una malabarismo conceptual excelso (“Don Diego y La Tota/Alentándolo a Lionel”). Reformula lo que creo es uno de los puntos más valiosos de nuestra Constitución, el contrato intergeneracional: “para nosotros, para nuestra posteridad”. Lionel releva a El Diego en este juego de postas sublime. Traspaso que se repetirá ad infinitum cuando cuadre. Así nace la inmortalidad de las naciones.
    • Valora los logros anteriores. Esto es fundamental para todo proyecto de nación. Tener orgullo de lo propio. Autoconvencerse que lo que uno se propone lo va a lograr por la simple razón que por más difícil que sea el objetivo, ya se hizo con antelación (“Quiero ganar la tercera”, ergo, ya gané dos, ya lo hice, sé que puedo hacerlo).

Como programa político o propaganda de programa político, la canción es perfecta. Saber que niños de 4 ó 5 años la cantan, es escupirle en la cara a todos los políticos desde 1983 a hoy que hicieron lo posible e imposible para esconder el orgullo de la Gesta de Malvinas. No puedo explicarles lo que disfruto.

Hagamos esta cuenta: El 65% de la población argentina tiene menos de 40 años. Esto quiere decir que 30 millones de personas nacieron luego de la Guerra del Atlántico Sur, incluidos todos los jugadores del plantel. Sin embargo, a pesar del dinero invertido por el Estado argentino, el desinterés manifiesto de Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde, Kirchner, Cristina Fernández, Macri y Alberto Fernández, los oropeles dados a Bauer por su acción de propaganda y los té con celebrities de cabotaje en la embajada, la mayoría de la población grita a los cuatro vientos, frente a las cámaras de TV internacionales, que no se olvidó ni nunca se va a olvidar. Esto para mí es: Pueblo 1, Gobernantes 0.

Destino Manifiesto

En junio de 2019 escribí para La Prensa «Nuestra verdadera tragedia fue haber cancelado en 1982 el proyecto de Nación». Sostuve (y sostengo) que Argentina tiene un proyecto de Nación. Orgullosa, un poco canchera, con deseos de grandeza y ser potencia mundial, levemente fanfarrona y autosuficiente, convencida de sus virtudes y su destino manifiesto.

A partir de 1983 sufrimos gobiernos de intervención con mandatos claros como debilitar hasta la nulidad las FFAA, desindustrializarnos, desmoralizar al pueblo mediante un conjunto de operaciones:

    • esparcir tristeza (con la excepción de Menem todos los gobernantes que tuvimos fueron tristes, mala onda, depresivos o gruñones, perdedores con justificaciones permanentes de los errores que siempre ponían en cabeza de otras personas),
    • tratar de convencernos de que somos tristes, depresivos, malas personas y perdedores. Lo describió con maestría Gatin. Al servicio de este programa pusieron a trabajar a las agencias estatales (como TV Pública, Télam e INCAA) y subcontrataron a todos los privados,
    • ocultar los logros por más pequeños que sean (ej. ser campeones mundiales de toda disciplina [1] que no sea fútbol),
    • disminuir en lo posible la población del país,
    • disuadir la inversión privada,
    • acallar las tradiciones,
    • dejar caer en la inoperancia y obsolescencia la infraestructura de transporte del país,
    • buscar relegarnos a la insignificancia.

Quienes estamos en la vereda opuesta a los interventores, siempre denunciamos y abjuramos del proyecto oficial. En Restaurar numerosos columnistas han expuesto en ese sentido y recomendado las estrategias para a) preservar nuestra identidad y defender su existencia en tiempos hostiles, b) renacer de las cenizas y recuperar el proyecto nacional abandonado.

Eso no quiere decir que cada tanto no se flaquee. Las dudas abruman. Que el interventor es poderoso y maneja los resortes del poder, que le lavan la cabeza a los más jóvenes, que se pierde el sentido nacional, que nadie recuerda el proyecto, que no se puede ir a caballo a ver a la Virgen de Luján, que el Washington Post nos difama y otros lamentos.

Estas últimas semanas dieron por tierra todo esto. El pueblo ha demostrado que conserva sus capacidades intactas: i) alegría de vivir, ii) fe en sí mismo, iii) compañerismo y comunión en un presente y futuro común, iv) confianza en las propias virtudes, v) orgullo por ser argentino, vi) creatividad, vi) amor propio, vii) pasión, viii) memoria, ix) agradecimiento (es de buen nacido ser agradecido), x) hambre de gloria. Somos ganadores, no perdedores.

Repito: que niños chiquitos canten lo que no es otra cosa que la promesa de no olvidar Malvinas, me llena el corazón de alegría.

Soft Power y Relaciones Exteriores

Como dijo el presidente de China hace un par de meses atrás, Argentina es un país importante en el concierto mundial. No lo van a escuchar de ningún político, quienes lloran desgracias y autojustifican por qué nos hacen pasar hambre (mercados que se derrumban —Cristina Fernández—, “pasaron cosas” —Mauricio Macri—, la guerra de Ucrania y el Covid —Alberto Fernández—).

Este mundial en particular nos enfrentó a cómo nos ven en diversas partes del mundo.

No es casual la campaña internacional contra nosotros. A las potencias no les gustan los que se desmarcan. Odian los insumisos. En ese contexto debemos entender el libelo que publicó The Washington Post.

Sacarnos de encima la mirada de los arrastrados locales (la mayoría), que siempre ven grandiosidades en los países desarrollados de Occidente se ha vuelto un objetivo relevante. Occidente (con excepción de EEUU) no nos compra nada y nos vende poco. Nuestros socios comerciales son otros. Quienes nos apoyan disfrutan una decidida senda de crecimiento, como quienes integran los BRICS. Nada de lo que sucede es casual. Es el lugar que Argentina tuvo desde que mandamos al Almirante Bouchard con patente de corso a hacer lío por el mundo. Cuando Perón pensó y co-organizó los No Alineados, cuando lideramos la Conferencia de Bucarest en 1974, cuando nos enfrentamos a una potencia mundial en 1982. ¿Por qué no nos van a ver con admiración gente que sufrió duramente el yugo inglés? ¿Por qué no van a admirar a nuestros atletas que se destacan en numerosos deportes? Para ellos somos un ejemplo de coraje y éxito frente a la adversidad.

Estas semanas son un pasaporte para iniciar una era de excelentes negocios. El softpower está de nuestro lado. Tenemos que aprender a sacar provecho de ésta virtud.

Objetivo de mínima: poner el país de pie. De máxima: recomponer las Provincias Unidas del Río de la Plata, Guinea Ecuatorial (África) incluida.

Un rayito de esperanza

Cuando uno ve cómo se recuperó Rusia en sólo 20 años luego de estar al borde de la disolución con la glasnost, vemos que podemos dar vuelta la taba en poco tiempo y darle a nuestro pueblo una era de prosperidad, alegría y esperanza.

Sólo tenemos que echar a estos amargados, tristes, depresivos, chantas, inútiles y garcas que nos gobiernan.

El futuro es todo nuestro.

 

Otro sí digo:

Temas personales: Tengo 59 años. Vi a Argentina ganar en fútbol en 1978 y 1986 y dos medallas de oro JJOO. Me di otros lujos. Ver ganar la Copa Davis, que se había deslizado de los dedos de Vilas, Clerc, Jaite. Cecilia Rognoni y Luciana Aymar elegidas las mejores jugadoras del mundo (hockey sobre césped) numerosas veces, la selección femenina campeona mundial, la masculina oro olímpico. Basket, medalla oro JJOO y campeones mundiales. Numerosos premios en el Dákar, Pechito López campeón mundial. Oros JJOO en ciclismo, vela, artes marciales, en fin, seguro me olvido de varios. Vi jugar al rugby a Hugo Porta, Santiago Gómez Cora, Marcos Moneta (ahora mejor jugador del mundo). Cracks como Adolfo Cambiasso, de quien Maradona dijo “Me gustaría ser el Cambiasso del fútbol”. Antes de irme de este mundo quisiera ver a Argentina campeón mundial de rugby, en JJOO y en XV. Con eso, cartón lleno.

Como siempre dice @Lady_Astor, no elegí nacer acá, sólo tengo el privilegio.

Bajo la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia. Que hoy esté de nuestro lado.

Una abrazo a todos.

 

Horas después…

Nota

[1] Nadie sabe que los varones de hóckey sobre patines fueron campeones mundiales seis veces, al igual que la selección femenina. ¿Quién sabe que Marcos Moneta fue elegido el mejor jugador del mundo en rugby seven este año? ¿Cuántos atletas no son cubiertos por la prensa cuando van a defender la celeste y blanca, a veces con enormes dificultades?

 

Notas relacionadas

«Nuestra verdadera tragedia fue haber cancelado en 1982 el proyecto de Nación»

http://iris-speroni.blogspot.com/2019/06/nuestra-tragedia-cancelar-en-1982.html

El mito fundacional

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Alineados por lo mediocre

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Ayer y hoy

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Artículo publicado el 18/12/2022 en Restaurar, http://restaurarg.blogspot.com/2022/12/me-vuelvo-ilusionar.html.

ESTE TRIUNFO ES NUESTRO

Santiago González*

Argentina trae de Catar una copa mundial, una reverdecida conciencia nacional y una multitud de lecciones que debería aprovechar

Esto es nuestro, de nosotros y de nuestros jugadores. Y de nadie más: ni de los políticos, ni de los medios ni de las corporaciones y sus publicidades patrioteras. Fue nuestro desde un principio, cuando todos esos miraban de reojo a la selección, y se acomodaban en sus sillones, cancheros y sobradores, sobriamente escépticos, calculando beneficios, mientras entre nosotros y nuestros jugadores se iba tejiendo una historia de amor que estalló este domingo sin otro propósito que su propia felicidad. Fue nuestro, es nuestro y seguirá siendo nuestro, estallido incontenible de nuestra identidad de nación abrazada, optimista, orgullosa y pujante, que no pide permiso ni acepta ser sujeta por decretos de necesidad y urgencia, por cámaras de reconocimiento facial, por promociones para los primeros seis meses.

Esto es nuestro, y es casi un milagro que lo hayamos advertido con tanta anticipación. Más allá de las razonables expectativas que despertaba una selección de trayectoria impecable, se respiraba en el aire algo distinto esta vez. Más que un deseo o una premonición, una certeza: la convicción de que esta hora era nuestra hora, un ímpetu arrollador que nos envolvió a todos, a nosotros y a nuestros jugadores, y que se volvió contagioso. Pocas veces, en circunstancias similares, los colores argentinos despertaron en el ancho mundo tantas inesperadas simpatías, tantas previsibles antipatías, imprevistamente más agrias y enconadas que de costumbre. La derrota inicial nos puso a prueba, en el campo de juego y en la tribuna, y supimos responder, estuvimos a la altura: en el pasto y en el tablón todo fue una cuestión de identidad. Somos lo que somos.

Pero dejemos que lo cuenten los protagonistas. El espíritu de la tribuna está perfectamente contenido en tres o cuatro imágenes de “Muchachos”, el tema de La Mosca que se convirtió en himno de la hinchada. “La canción es hermosa. La letra es emotiva”, describe el cantante del grupo, Guillermo Novellis. “Es la Argentina: habla de derrotas, habla de victorias, habla de frustraciones, habla de Malvinas, de esperanza, de soñar, de tener ilusión, y a la gente se le metió en el corazón. Habla de Leo, habla de Diego en el cielo, habla de la familia. La canción nombra a don Diego y a doña Tota. Yo digo: ¿se le ocurriría a un alemán hacer una canción nombrando a los padres de Beckenbauer? No. Eso es de argentino”.

Toda la canción es una afirmación de identidad: “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”. ¿Qué tiene que hacer la guerra en una canción deportiva? En ambos casos se trata de defender los colores de la patria, simbólicamente en el campo de juego y materialmente en el campo de batalla. La canción evoca dolorosas frustraciones, que supone difíciles de entender para quienes no sientan como propia la azul y blanca: “No te lo puedo explicar”. Pero las evoca sin quejas ni lamentos, apenas como punto de apoyo para enunciar un propósito, una determinación: “Pero eso se terminó”. Una contundencia inquietante para quienes desde hace medio siglo sacan réditos de la derrota y del fracaso, los promueven.

La canción de La Mosca es antes que nada una tonada futbolera, de las que corean habitualmente los aficionados argentinos en los estadios, y que en más de un caso se han propagado por el mundo. Pero la letra de Fernando Romero introduce deliberadamente señales ajenas al deporte, principalmente, como observa Novellis, Malvinas y los padres de Maradona. Malvinas es la patria, y es la pelea y el sacrificio por la patria, y es la terquedad de sostener esa pelea: “jamás olvidaré”. Cuarenta años de desmalvinización no han servido para nada. En términos de identidad nacional, Malvinas es en el siglo XXI el Viva Perón del siglo XX: una afirmación y un desafío.

Si Malvinas es la patria, don Diego y doña Tota son la familia. Esta imagen de Maradona rodeado cariñosamente por sus padres ya había aparecido en las imágenes que poblaron las paredes argentinas tras la muerte del jugador. Maradona, el genio nacional, víctima de sus propios extravíos, usado, abusado y explotado hasta el último aliento por quienes se decían sus amigos incondicionales, encontraba finalmente la paz y el cuidado en el abrazo de sus padres, en el hogar, en lo que perdura y sostiene en los momentos de adversidad. Los tres, como una deidad laica, alientan ahora los pasos de Messi. Messi, no una contrafigura imaginaria de Maradona, sino su heredero, el que recibió la llama y debe pasarla a otros.

En esa formidable afirmación de identidad contenida en una canción de ritmo pegadizo y letra tan sencilla no hay grietas: no hay ellos y nosotros, no hay enemigos internos. Los rivales, deportivos o históricos, están afuera. La letra oscila permanentemente entre la primera persona del singular y la primera del plural: “Nos volvimos a ilusionar”, “Quiero ser campeón mundial”, “Cuántos años la lloré”, “Desde el cielo lo podemos ver”. El yo se confunde con el nosotros, las emociones, los recuerdos, las alegrías y los sufrimientos son a la vez personales y compartidos por todos, sin exclusiones. En el horizonte están la felicidad del pueblo (la hinchada) y la grandeza (deportiva) de la nación: “Ser campeones otra vez”, en un infinitivo impersonal, de todos y de cada uno.

También en la cancha se trató de una cuestión de identidad, como ya describí en otra nota en los comienzos del torneo. El director técnico y el capitán de la selección lograron armar un equipo caracterizado por la unidad de acción y pensamiento, que consiguió el éxito armonizando las cualidades individuales con el rendimiento colectivo, y en el que todos los jugadores fueron rotando según la necesidad estratégica del momento. La única pieza insoslayable fue Lionel Messi, y éste intervino decisivamente cuando tuvo que hacerlo y se mostró extremadamente generoso con sus compañeros en todas las demás instancias, como quien buscar darles oportunidades para su lucimiento.

Cuando la selección sufrió en Catar frente a Arabia Saudita su primera derrota tras una racha de 36 victorias consecutivas, Messi propuso “volver a las bases de lo que somos”. No se puede pedir mayor expresión de identidad y confianza en sí mismo, intensa como para volverse contagiosa y embarcar al resto en el empeño. “Ahora hay que demostrar que éste es un grupo de verdad”, insistió. Confianza y seguridad en las propias fuerzas que no fueron sinónimos de autocomplacencia: “Hay que corregir las cosas que hicimos mal y aprender, porque estas cosas siempre pasan por algo”. Y que sumaron la audacia del compromiso: “Le pedimos a la gente que confíe. Este grupo no los va a dejar tirados”.

El triunfo frente a México solventó esa seguridad: “Llegó el gol y volvimos a ser nosotros”, comentó tras ese partido, insistiendo en el punto de la identidad. Y agregó otro ya casi olvidado en la cultura pública argentina: la conciencia del deber y la responsabilidad de cumplirlo: “Sabíamos cuál debía ser nuestra respuesta. Sabíamos que íbamos a responder así”. Al concluir el encuentro con Polonia, Messi no tuvo excusas para reconocer su equivocación en el penal fallido, y aprovechó para extraer del caso nuevas lecciones. “Quedé con bronca por haber errado el penal, pero tras ese error mío el equipo salió fortalecido. Esta es la fortaleza de este grupo: la unión”.

Lo mismo tras el triunfo frente a Croacia que aseguró el pase a la final: “Por dentro sabíamos que podíamos llegar hasta acá. No éramos los máximos candidatos pero no le íbamos a regalar nada a nadie. Todo lo que hicimos fue mérito propio, saliendo de una muy difícil cuando nos tocó empezar mal. Este grupo es muy inteligente, sabe leer cada momento de los partidos, con un cuerpo técnico muy bueno que no deja nada al azar: en cada momento sabemos lo que tenemos que hacer”. Messi puso en cada oportunidad énfasis en las mismas cosas: unidad, trabajo, responsabilidad, reconocimiento de los errores pero también conciencia de las propias capacidades. Y también disposición a medirse, sin excusas; en palabras del técnico Lionel Scaloni: “Estamos para competir. Esta selección compite”. Cuántas lecciones…

Con este campeonato Lionel Messi corona una carrera impecable, en la que cosechó todos los títulos y todos los récords habidos y por haber. Messi ha sido un modelo de conducta, dentro y fuera de la cancha, metódico y trabajador, responsable y cumplidor, más bien introvertido y modesto, padre de familia. “La familia de Leo es como nuestra familia, Antonella y los chicos son nuestra familia, porque los argentinos somos así”, dice Novellis, el cantante de La Mosca. Para la tribuna fogosa esas cualidades lo hacían parecer distante y “pecho frío”, pero en una sola temporada disipó todas esas sensaciones, y se hizo acreedor a un amor incondicional como el que acompañó a Maradona. En un momento crucial de su vida encontró la sintonía perfecta con el técnico Scaloni, y esa armonía le permitió “soltarse” (maradonizarse, dicen algunos) y demostrar sus condiciones de líder.

Este Messi, y esta selección, no habrían sido posibles sin la guía sobria y sin estridencias de Lionel Scaloni, que puso el énfasis en la unidad del equipo y en el respeto por el otro: respeto del técnico por los jugadores, y respeto de los jugadores entre sí. Respeto, y reconocimiento de que el equipo y la estrategia están por encima de los pergaminos, o los caprichos, individuales. Cualquiera puede estar en el campo o en el banco según lo dicten las circunstancias sin sentirse menoscabado. En el debe de la escudería figura una rara inclinación a desconcentrarse, especialmente cuando el partido parece bajo control: frente a Arabia Saudita costó una derrota, y frente a Holanda y Francia llevó al equipo a resolver el resultado en la angustiosa instancia de los penales. Otra vez, cuántas lecciones…

Este triunfo es nuestro, de los jugadores y de todos los argentinos que vibramos con ellos a lo largo de estas semanas. Esta comunión de pasto y tablón es nuestra, nos pertenece porque la engendramos nosotros. Y de nosotros depende qué hacer con ella. El modelo exitoso de liderazgo y de comportamiento que propone, nos revela, por contraste, en qué acertamos y en qué nos equivocamos en el manejo de nuestras cosas comunes, y en las razones por las que, como país, hace medio siglo que no logramos levantar cabeza, conseguir un triunfo como el que logró nuestra selección.

De Catar, la Argentina no sólo trae su tercera copa mundial de fútbol, sino una reverdecida conciencia nacional y una multitud de lecciones. Está ahora en nuestras manos aprovechar esos trofeos. O bien le damos la razón a los previsibles titulares de prensa: “Argentina se entrega a la felicidad del fútbol para olvidar por un momento sus problemas”, o bien le damos la razón al Messi de la arenga en el Maracaná: “¿Y saben qué es lo mejor de todo? Que depende de nosotros, que depende de nosotros ganar esta copa”.

 

* Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se inició en la actividad periodística en el diario La Prensa de la capital argentina. Fue redactor de la agencia noticiosa italiana ANSA y de la agencia internacional Reuters, para la que sirvió como corresponsal-editor en México y América central, y posteriormente como director de todos sus servicios en castellano. También dirigió la agencia de noticias argentina DyN, y la sección de información internacional del diario Perfil en su primera época. Contribuyó a la creación y fue secretario de redacción en Atlanta del sitio de noticias CNNenEspañol.com, editorialmente independiente de la señal de televisión del mismo nombre.

 

Artículo publicado el 18/12/2022 en Gaucho Malo, El sitio de Santiago González, https://gauchomalo.com.ar/

 

FALLOS Y FALLIDOS

Santiago González*

Como el ejecutivo y el legislativo, el poder judicial no escapa a la corruptela que socava las instituciones de la República

 

Pudo haber sido un momento bisagra en la salud de la República, una de esas instancias en que la sociedad restaña su dignidad lastimada y se pone de pie para enfrentar la fuente del daño. Como en su momento lo fue el juicio a las juntas: más allá de los episodios concretos examinados en ese tribunal, lo que la sociedad civil esperaba de una sanción ejemplar era poner fin a la continua intromisión del estamento militar en la vida política, perturbada una y otra vez en su desarrollo normal y natural. Del juicio a Cristina Kirchner, tal como fue presentado a la opinión pública, la sociedad esperaba un “nunca más” a la corruptela que socava la vida nacional desde que la democracia recuperó la formalidad de sus instituciones.

Esas expectativas, lamentablemente, se vieron frustradas. El fallo dictado por el tribunal que examinó el caso parece más orientado a sostener en el corto plazo el titular Cristina condenada, habilitando al mismo tiempo su posterior sobreseimiento, que a imponer una sanción ejemplar contra las prácticas corruptas. Al descartar la figura de la asociación ilícita, el fallo desbarata el esqueleto mismo de la acusación de los fiscales (que de inmediato prometieron apelarlo por esa razón), y al absolver a Julio de Vido, eslabón indispensable en la cadena de responsabilidades que se pretende elevar hasta la viuda de Kirchner, obsequia un argumento decisivo a las esperables acciones de sus defensores en las instancias superiores.

Visto el inexplicable crecimiento patrimonial de la familia Kirchner, y el de sus amigos y presuntos testaferros, la familia Báez, y considerando la abrumadora información periodística sobre los mecanismos de recaudación, acumulación y lavado, el público no duda de que aquí hubo una asociación ilícita más o menos parecida a lo que describieron los fiscales Luciani y Mola. El problema es que la cabeza de esa asociación ilícita no fue Cristina sino Néstor Kirchner, y Néstor Kirchner está muerto. A Cristina no le cabe la acusación de administración fraudulenta, por la que fue condenada, porque nunca administró nada, sino, en todo caso, la de incumplimiento de los deberes de funcionario público por no haber denunciado mientras fue senadora o presidente lo que necesariamente debía ser de su conocimiento.

El procesamiento de la ex presidente estuvo mal planteado desde un principio, porque su propósito no era judicial sino político. Contra lo que suele decirse, la causa que condujo a la condena de Cristina Kirchner no es la que en 2008 inició Elisa Carrió contra Néstor Kirchner, De Vido y Lázaro Báez más o menos sobre el mismo asunto, y para su pesar recaída en el juzgado de Julián Ercolini, quien (eran otros tiempos) acababa de sobreseer a Néstor en una causa por enriquecimiento ilícito. La causa cuyo veredicto se conoció esta semana se abrió en 2016 a partir de una denuncia del funcionario macrista Javier Iguacel, fue instruida casualmente por el mismo juez Ercolini con la asistencia de los fiscales Gerardo Pollicita e Ignacio Mahíques, y apuntó directamente contra la ex presidente. La causa iniciada por Carrió apuntaba a combatir la corrupción, la que abrió Iguacel se proponía destruir políticamente a la ex presidente. Son dos cosas distintas.

El tribunal oral federal que juzgó a Cristina sintió la presión política y mediática que le exigía producir un fallo condenatorio y aparentemente no supo, no pudo o no quiso resistir esa presión. Pronunció su condena, pero salomónicamente también abrió espacios para una eventual absolución de la acusada en alguna instancia superior. Dicho de otro modo, satisfizo el propósito político de la causa, pero no cerró el camino a la justicia. Es claro que ésta no es una lectura jurídica sino periodística y provisoria de una sentencia cuyos fundamentos, por otra parte, el tribunal inexplicablemente decidió hacer públicos sólo dentro de tres meses. Una minuta adjunta al fallo entregado a la prensa no aportó datos o argumentos que permitieran modificar esta lectura. Y esta lectura no permite ilusionarse con ninguna regeneración moral de la República.

 

Resulta imposible separar el fallo condenatorio contra Cristina Kirchner del episodio de los excursionistas de Lago Escondido, no sólo porque salieron al conocimiento público casi simultáneamente, o porque la propia vicepresidente los vinculó al hablar después de conocido el fallo, sino porque los elencos involucrados son parecidos —jueces, operadores mediáticos, empresarios, funcionarios macristas, espías— e incluso hay apellidos como Ercolini o Mahíques que se repiten en uno y otro asunto. Ambos redondean una imagen deplorable de la justicia argentina, que se agrega a la imagen deplorable de los otros dos poderes, legislativo y ejecutivo, para completar el retrato más desalentador de toda nuestra historia republicana. Para donde se mire hay incompetencia o corrupción.

Esta mal que encumbrados dirigentes del mayor grupo de medios y comunicación de la Argentina inviten a jueces y funcionarios públicos a participar de excursiones con todos los gastos pagos y está mal que jueces y funcionarios acepten esas invitaciones; está peor que esos jueces y funcionarios acepten invitaciones de personas o grupos sobre los que han tomado en el pasado, o eventualmente podrían tomar en el futuro, decisiones capaces de incidir en los intereses de esas personas o grupos; y está mucho peor en este caso que la excursión haya sido a la propiedad de un extranjero que la adquirió en condiciones irregulares y que fue sobreseído al respecto justamente por uno de los jueces invitados al paseo.

Todo eso está mal desde la ética más elemental, más allá de que en uno u otro caso se haya cometido un delito tipificado por los códigos. Y por encima de todo lo que está mal, y de lo que está muy mal, y de lo que está peor, y de lo que constituye un delito, están escandalosamente mal las maniobras realizadas por la banda de turistas para encubrir todo lo que hicieron mal a sabiendas, analizando a tal fin todas las opciones de falsificación documental, amenazas físicas, extorsiones y engaños. E igualmente escandalosamente mal están los esfuerzos de la grandes empresas de medios para ocultar todo, o restarle importancia, o justificarlo invocando “amenazas a la intimidad” de los excursionistas.

La vicepresidente le prestó un gran servicio al país al exponer, de manera conceptualmente ordenada, la serie de conversaciones en que los turistas debaten la manera de zafar del problema en el que se metieron. Si no lo hubiera hecho, los medios lo habrían ocultado y no habría sido posible el conocimiento público de esas conversaciones, la arrogante seguridad que transmiten los interlocutores. Después de más de medio siglo de ejercer el periodismo en este bendito país debo decir que el tono de esas charlas me resulta extremadamente familiar: así es como habla el poder fáctico en la Argentina, así es como expresa sus complicidades, así es como se percibe por encima de la ley, aun cuando muchas veces se encuentre burdamente fuera de la ley.

 

Las conversaciones en las que los viajeros invitados por un grupo corporativo a vacacionar en la estancia de un extranjero indeseable discuten la manera de borrar las huellas de su mala conducta traen, con todo, una buena noticia para los ciudadanos: el poder le tiene miedo a los periodistas. Con las empresas de medios saben entenderse, pero los periodistas, individualmente considerados, siguen siendo un enigma para el poder, una rueda loca que no acaban de centrar en su eje. Ese temor se advierte en los términos generalmente despectivos y condescendientes con los que los contertulios se refieren a periodistas de los grandes medios, a quienes conocen por sus nombres, probablemente tratan con frecuencia y sobre los que tienen opiniones formadas (hasta dónde parece, bastante equivocadas).

Según una regla endosada por la vocera presidencial Gabriela Cerruti, un periodista debe contar con al menos tres fuentes que corroboren un dato antes de tomarlo como cierto. Esto quiere decir que un juez, un empresario y un político, entre whisky y whisky, durante una excursión por los lagos del sur, pueden construir una verdad periodística. A los poderosos les encantaría vivir en un mundo cuyas redacciones estuvieran pobladas de Cerrutis, repetidores políticamente correctos de relatos prefabricados. Los mismos que se sienten capaces de “hacer cagar” a un funcionario público, se muestran inquietos sobre lo que alguien pueda escribir acerca de ellos. Para estas personas, acostumbradas a llevarse las instituciones por delante, una computadora cualquiera en manos de un periodista incontrolable es un arma temible.

El público no imagina las trampas y presiones que un periodista debe sortear antes de escribir una noticia cuyo equilibrio lo satisfaga en principio a él mismo. Me refiero, por supuesto, a los profesionales, no a los periodistas militantes de cualquier tendencia obsesionados por acomodar los datos a un preconcepto ideológico. Esas trampas y presiones pueden venir de las fuentes, como lo revelan los diálogos entre los pasajeros de Lago Escondido, pero también de los propietarios de los medios para los que los periodistas trabajan. El público tiende a identificar a los periodistas con su medio, y viceversa, pero son cosas distintas: no fueron los periodistas de La Nación quienes escribieron en ese diario una defensa de lo indefendible, ni fueron los periodistas de Clarín quienes propusieron elaborar “una notita” para amenizarle la vida al jefe de la Policía Aeroportuaria.

 

* Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se inició en la actividad periodística en el diario La Prensa de la capital argentina. Fue redactor de la agencia noticiosa italiana ANSA y de la agencia internacional Reuters, para la que sirvió como corresponsal-editor en México y América central, y posteriormente como director de todos sus servicios en castellano. También dirigió la agencia de noticias argentina DyN, y la sección de información internacional del diario Perfil en su primera época. Contribuyó a la creación y fue secretario de redacción en Atlanta del sitio de noticias CNNenEspañol.com, editorialmente independiente de la señal de televisión del mismo nombre.

 

Artículo publicado el 08/12/2022 en Gaucho Malo, El sitio de Santiago González, https://gauchomalo.com.ar/