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EL MUNDO ÁRABE, ISLÁMICO Y SUS RELACIONES CON OCCIDENTE

F. Javier Blasco Robledo*

Con independencia de que hoy España haya sido víctima de una de las mayores felonías que haya sufrido jamás, si no la mayor de ellas. Cosa, de la que pronto espero escribir y denunciar largo y tendido, y de que, en lo personal, recientemente, haya tenido que lidiar con la mayor pérdida que un hombre casado puede tener en su vida, hoy quisiera presentar un tema totalmente ajeno a lo dicho y que llevaba en el tintero y en mi ordenador cierto tiempo.   

Por suerte o por desgracia para unos u otros, el núcleo duro y más importante de los árabes e islamistas se concentra en la región conocida como Oriente Medio o Próximo. Una región, antaño un páramo desértico y cuasi estéril y hoy en día, llena de posibilidades tras haberse encontrado en sus confines las mayores reservas de petróleo y de gas mundiales, conocidas hasta la fecha.

Un territorio montañoso, extremadamente cálido y ampliamente desértico que, antes de la mencionada aparición, no era objeto de deseo o codicia por parte de las potencias colonizadores occidentales, salvo por aquello, muy en boga en tiempos pretéritos, de sumar metros cuadrados a sus bastos imperios, a los que realmente, difícilmente podían atender con los recursos y medios de la época; máxime, si estos eran casi o totalmente baldíos.

Un terreno hostil de por sí, al que, además había y hay que añadir que es un auténtico avispero en ebullición, un lugar donde las rencillas por cuestiones de raza, religión, vecindad o por la mera imposición de vecinos no deseados, como Israel, hacen que sea prácticamente imposible la convivencia o la paz, ni encontrar una postura común duradera y férrea en los aspectos económicos, industriales que abra un camino de proyección hacia un próspero futuro socio cultural.

Allí y desde hace muchas décadas, unos por otros, las guerras, las intrigas, los ataques y las múltiples traiciones están a la orden del día. Los conflictos en la zona van en aumento en número e intensidad. Por otro lado, son perennes, arraigados y tan fratricidas que los lleva a sacrificar a pueblos enteros por cualquier causa inconcebible para alguien ajeno al lugar, pero que, a sus ojos o creencias, está mucho o totalmente justificada.

Una vez puesto a correr a borbotones y por doquier el maná del petróleo y sus derivados en ese mundo de constantes y largas guerras entre hermanos o vecinos, Occidente supo encontrar rápidamente su sitio para hacer negocios sucios con ellos mediante la imposición de cambios en sus modos y usos de vida o la instrucción de sus fuerzas armadas y la venta masiva de armamento moderno primero y después, de tecnología para que ellos mismos pudieran desarrollarlos bajo su patente o especial apoyo, a cambio de diversos tipos de concesiones energéticas y contratos muy beneficiosos para el foráneo.

En el campo del mecenazgo interesado, el doble mando o simplemente la tutela disfrazada ―tras el fin de la II Guerra Mundial― fueron los EEUU los primeros en ver y usar sin tapujos las posibilidades de negocio e influencia sobre una zona muy rica casi a perpetuidad, una vez comprobado que ellos no jugaban ningún papel en la vergonzosa partición de tales bastos territorios conocidos hasta entonces por el Medio Oriente Otomano; partición, que fue llevada a cabo en secreto por dos sicarios, cuando con el consentimiento de Rusia, el francés François Georges-Picot y el británico Mark Sykes negociaron el ahora conocido y famoso Acuerdo Sykes-Picot (1916).

Acuerdo que no solo supuso un simple reparto de unos baldíos y casi despoblados territorios, sino de facto, una partición y brusca separación de pueblos, razas, religiones y costumbres; partición y separación, que se siguen arrastrando o, por ende, son la causa de provocar la mayor parte de los conflictos en la zona, desde entonces. 

Así pues, EEUU no solo ha venido jugando un papel de explotador encubierto mientras necesitaba el petróleo que allí se producía, sino también de mecenazgo e influencia total, forzando el cambio de sus usos y costumbres en países que no los apoyaban como el propio Irán, lo que llevó a la revolución de 1979 con el derrocamiento del Sha Mohammad Reza Pahleví y la restauración de la República, al cambio radical de los modos que aquel trajo y desde entonces pasó a convertirles en un eterno e irreconciliable enemigo de los norteamericanos y de todos aquellos que le bailan el agua.

A pesar de tal traspiés, EEUU ha seguido manteniendo sus acciones en una amplia área de influencia en la zona, llevándole a invadir Iraq en defensa de Kuwait y principalmente en apoyos de todo tipo a Israel, Jordania y Arabia Saudí, con los que mantiene vínculos inquebrantables tal y como se percibe en todos y cada uno de los conflictos en los que interviene alguno, varios o todos de los citados anteriormente.

Rusia por su lado, tampoco se ha rezagado en buscar sus áreas de influencia, negocio y expansión y así clavó sus ojos y esfuerzos en Siria y sus tiránicas dinastías reinantes que, si aún permanecen en pie, es solo y gracias al inquebrantable apoyo ruso a cambio de permitirles a estos poder establecerse en lugares y puertos estratégicos, lo que les da una buena cobertura a sus despliegues, principalmente navales, en el Mediterráneo.

Fue bajo la presidencia de Trump cuando, a la vista de la decreciente y casi nula dependencia o necesidad norteamericana del petróleo de Oriente Medio y fundamentalmente por el costo que suponían los mencionados apoyos en inversiones, despliegues militares y demás acciones económicas o comerciales cuando EEUU empezó a recoger velas y ―al igual que ha ocurrido en Afganistán― amplias zonas y gobiernos de diverso pelaje han quedado abandonados a su suerte con lo que, en consecuencia, han aumentado los conflictos en la zona y, como de costumbre, cada vez que una potencia abandona el control o mecenazgo un estado o región, otro u otros rápidamente, tienden a heredar dicha influencia y en este sentido vemos claramente que Rusia trata de mejorar sus constreñidas posiciones y también a un Erdogan, el turco, que tampoco descarta convertirse en un líder político religioso apareciendo y tratando de influir de una forma u otra, como el perejil en todas las salsas.

Biden que recogió el guante de su predecesor en la política de abandonos consumando algunos muy notables, parece que se está viendo forzado a recuperar posiciones, al menos por el momento, debido al presente conflicto entre Israel y las importantes guerrillas de Hamás en Gaza y de Hezbollah en el Líbano que, a modo de pinza militar, han forzado y están llevando a Israel a protagonizar un nuevo y quizá el más importante conflicto de su historia reciente. Guerrillas, que ya nadie duda que han sido creadas, alimentadas, entrenadas y protegidas por Irán con la finalidad de mantener la inestabilidad en Israel, su mayor enemigo, y en busca de una desproporcionada reacción de los israelíes que vuelva a poner en su contra a todos o a la mayoría de los pueblos árabes de la zona. Nunca hay que olvidar que es Irán quién mantiene viva su ferviente e inquebrantable promesa de erradicar del mapa a Israel como pueblo y nación.

Los demás actores occidentales como Francia, Italia o Reino Unido, no han podido o sabido mantener sus zonas de acción o influencia y algunos, como Francia, decidieron buscar pingües beneficios en zonas más al sur adentrándose en África, zona que, por cierto, se está complicando mucho desde hace unos años, por lo que ahora parece estar decidida a abandonarles a su suerte, por carecer de la capacidad militar que se requiere para tamaña empresa.

Por su parte, otros países, como Arabia Saudí o Qatar, han sabido encontrar en el aprovechamiento de sus recursos naturales, la fuente de diversificar sus economías en la creencia y convencimiento de que el petróleo, hoy por hoy inagotable, en un día no muy lejano, va a contar con un menor mercado o reclamo dados los rápidos cambios hacia otros medios de energías no fósiles y por tanto, más limpias y menos contaminantes que, poco a poco, se van introduciendo en la mente y en la economía de todos los países, hasta que el consumo de aquellos llegue a reducirse al mínimo.

Con este panorama por delante, va creciendo por momentos la apertura de muchos de sus moradores hacia Occidente y aunque sus intereses fuera de zona inicialmente eran mínimos; hoy en día, abarcan muchos aspectos del mundo industrial, el deporte de elite, la generación de espacios verdes, importantes obras de arquitectura e infraestructura en lugares donde no había nada salvo arena o agua de mar, el aprovechamiento de todo tipo de recursos y sobre todo la compra de importantes empresas, patentes de medios y máquinas con las que se aseguran un puesto en el desarrollo y la búsqueda del confort propio y ajeno en fechas próximas, cada vez menos lejanas.

A pesar de que las fobias siguen siendo mayores e irreconciliables entre ellos y la existencia de un enemigo, prácticamente común (Israel), al que durante los últimos sesenta años han combatido y asediado en diversas ocasiones, tanto de forma individual como colectiva, es la religión y su diversa interpretación del Corán (chiitas y sunnitas), a lo que hay que unir la problemática derivada de la ubicación o del libre acceso a las cuidades sagradas en su obligatoria peregrinación ―al menos una vez en su vida― lo que más les lleva a su exacerbado distanciamiento.

Encontrar la forma de hacer daño a sus incomodos o irredentos vecinos es la norma imperante en una zona del mundo que gasta ingentes cantidades de dinero en combatir o amenazar directamente o, como ya se ha mencionado, en crear, alimentar, mantener y entrenar miles de terroristas concentrados en unos pocos, pero compactos y bestiales grupos terroristas, que son tan extremistas que no les importa sacrificar lo que fuera menester, con tal de hacer daño a quien les molesta o les pueda interferir en un futuro.

En definitiva, creo que a pesar de que sus conflictos no solo se mantienen sino que aumentan en volumen o intensidad, las relaciones comerciales, industriales, políticas y sociales entre Oriente Medio y Occidente irán incrementando el cambio de sentido y cada vez serán más y mayores las búsquedas en los aspectos y facetas de inversión o negocio que provenga de ellos hacia nosotros, que, a la inversa, como tradicionalmente ha venido ocurriendo.

En el capítulo de los intermediarios vemos que China, por primera vez, aparece con fuerza en este campo y lugar de actuación. Las causas de ello son varias y principalmente apuntan a que Xi Jin Ping quiere jugar un papel de mayor protagonismo en la pacificación de los conflictos internacionales, quiere aparecer como un hombre de paz junto a Biden, a pesar de los grandes y calientes problemas que tiene en sus fronteras y por su imparable expansión por el mar meridional de China y quizá también, como una forma de proteger su renovada Ruta de la Seda. Protagonismo emergente y con fuerza que puede que sea una causa más para que Turquía, Jordania y Qatar hayan cambiado recientemente, la intensidad y hasta el rumbo de sus apoyos pacificadores en este conflicto.

Es necesario recalcar de nuevo que en el aspecto de futuros encontronazos o verdaderos conflictos, no tiene pinta de que vayan a decrecer en número ni en intensidad, más bien lo contrario, tenderán a aumentar en ambos aspectos y por ello, la zona será mucho más conflictiva; fundamentalmente, cuando Irán sea oficialmente admitido por la Comunidad Internacional como una potencia nuclear ―ya lo es de facto por el abandono, dejadez o intereses ocultos de EEUU―, lo que sin duda obligará a Israel a aumentar sus arsenales nucleares y la capacidad y precisión de los actuales y, con alto grado de probabilidad, algún país rico como Arabia Saudí y otros, a la vista de que su acérrimo enemigo Irán vaya por delante en materia ofensiva de tal calado, se anime a unirse y se suba al carro, con lo que la zona constituirá un hervidero de artefactos nuclear en manos de lunáticos, ineptos o irreconciliables enemigos.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

GUAYANA ESEQUIBA: VENEZUELA INVOCA SU RESTITUCIÓN (POR TODOS LOS MEDIOS) NI MÁS NI MENOS

Abraham Gómez R.

Nos sentimos regocijados por las intensas y entusiastas actividades desplegadas por todo el país; con distintas manifestaciones de plena solidaridad con las tareas que se han venido adelantando; concretamente con el llamado al referendo consultivo; propósitos inscritos en el marcado interés e indeclinable intención de recuperar la extensión territorial que nos arrebataron por el costado este.

Escuchamos a diario expresiones dichas por la gente más humilde, con tanta seguridad en cualquier parte: “sí lo vamos a conseguir; porque eso siempre ha sido nuestro; y no nos lo vamos a dejar quitar. Eso hay que pelearlo como sea. No hay que dormirse otra vez”.

Nos luce, valoramos y apreciamos la determinación popular al respecto.

Tal arenga constituye en sí misma un hermoso aliciente, para seguir ―por todos los medios― en la ya centenaria contención. Y cuando decimos “por todos los medios”, (y aunque se impacte la contraparte y la CARICOM) ningún medio queda excluido; así no lo mencionemos explícitamente.

Sin embargo, también debemos estar claros que en el Derecho Internacional las equivocaciones se pagan caras. Y como cuesta después recomponer en justeza las situaciones.

Por eso, estamos obligados, en la presente controversia ―donde se abren sendos abanicos opcionales― a cautelar milimétricamente qué nos conviene.

Preguntémonos. ¿Insistir en la vía jurídica (por el Alto Tribunal de La Haya); adelantar alguna posibilidad de negociación de diplomacia directa hasta alcanzar una solución práctica y satisfactoria para ambas partes (dentro del espíritu y sentido del Acuerdo de Ginebra de 1966); instrumentar los mecanismos para un nuevo arbitraje; ¿o rescatar, como salida política, las figuras de mediadores, conciliadores o buenos oficiantes?

Fíjense que las alternativas mencionadas anteriormente quedan contextualizadas en criterios pacíficos, porque tal ha sido nuestra heredad y desempeño para con los países vecinos, pero tampoco somos tan lerdos, ingenuos o desprevenidos para ignorar el juego de intereses entre los gobiernos guyaneses y las empresas transnacionales que esquilman (ilegal e ilegítimamente) nuestros recursos en la Zona en reclamación y en su correspondiente proyección atlántica.

Lo que no nos está permitido en la coyuntura actual es cometer deslices o impropiedades, como en los que se incurrió en épocas preteridas, por las circunstancias que haya sido.

Hay algunas opiniones y criterios coincidentes en que nuestra primera y muy grave inexactitud diplomática fue haber aceptado las diligencias y acuerdos preliminares ―suscritos el 2 de febrero de 1897― en el denominado Tratado de Washington, donde se contemplaba un ulterior compromiso arbitral.

Me sumo entre quienes aseveramos que allí comenzaron nuestros desaciertos.

¿Ingenuidad o impericia de quienes manejaron nuestra diplomacia en esa época? Tal vez.

Primero, aceptar que se discutiera un caso de tanta trascendencia para la vida de nuestro país sin nuestra presencia.

Participaron únicamente para tales arreglos los representantes de los gobiernos del Reino Unido y el de los Estados Unidos; además, se birló, descaradamente, el principio del Utis Possidetis Iuris, nuestra Carta esencial de soberanía; y se omitió nuestro Justo Título Traslaticio: la Real Cédula de Carlos III, que crea la Capitanía General de Venezuela, el 8 de septiembre de 1777.

A partir de la estafa referida en el párrafo anterior devino el írrito y nulo Laudo Arbitral de París, el 3 de octubre de 1899 (donde tampoco estuvimos presentes); adefesio jurídico forcluído y de nulidad absoluta; que jamás legitimaremos como causa de pedir de la contraparte, en el juicio que se dirime por ante la Corte Internacional de Justicia.

Se le atribuye una enorme responsabilidad al gobierno del Benemérito Gómez por haber cedido a la presión del Imperio inglés, para proceder a la demarcación (en el terreno), de lo que ya se había “aprobado” de modo fraudulento en el ardid arbitral referido.

Precisamente, con los documentos que entramparon el arreglo; luego del mencionado trabajo por ambas comisiones, en la época gomecista (1905) —que se denomina Tratado Bilateral ejecutoriado― es con lo que en este momento está alegando la Parte guyanesa, en la Corte; además, solicitan en su pretensión procesal que se le confiera la autoridad de cosa juzgada a ese “laudo”; porque ya el gobierno venezolano de esa época lo había dado por “bueno y legítimo”.

No fue sino hasta 1962 cuando ―bajo el gobierno de Rómulo Betancourt― nuestro insigne canciller, Marcos Falcón Briceño, solicita un derecho de palabra en la plenaria de la Asamblea General de ONU, para denunciar el despojo que se perpetró contra Venezuela.

Se obliga a Gran Bretaña y accede a revisar la tropelía cometida y se adelantan gestiones para firmar, el 17 de febrero de 1966, el Acuerdo de Ginebra, donde por primera vez, admiten que la sentencia arbitral de París es írrita y nula, por lo que no surte ningún efecto jurídico ni puede ser documento oponible a nada, y menos en un juicio de la categoría y naturaleza que nos ocupa, hoy, en tan importante Sala Juzgadora de la ONU.

En resumidas cuentas, hubo demasiada tranquilidad e improvisaciones, en este asunto que debió tener siempre el carácter de Política de Estado, y no reacciones intemperantes de gobiernos y de funcionarios desconocedores de la materia.

Nos preocupamos porque a mucha gente ignorante de este sensible caso (para la vida del país) en algunas ocasiones se les designaba para ocupar importantes cargos atinentes a este asunto.

Debemos pronunciarnos permanentemente contra lo que aún siguen perpetrando los gobiernos guyaneses, que vulneran nuestros intereses soberanos, en la Zona en Reclamación y en su correspondiente proyección marítima. Ya están advertidas las transnacionales que las concesiones recibidas son nulas y contrarias al derecho internacional.

Comencemos por dejar sentado, suficientemente, que el Acuerdo de Ginebra viene a ser ―en este preciso momento― el único instrumento jurídico, donde “está vivo” y reconocido exequiblemente este pleito centenario, y en el cual se sintetiza medularmente nuestro reclamo.

Agreguemos, además, como un hecho interesante ―a los efectos del Derecho Internacional Público― que en el propio contenido del Acuerdo de Ginebra se pone en tela de juicio y se cuestiona el Principio de intangibilidad de la Cosa Juzgada (Res Judicata).

Vista así la situación y circunstancias en que ha devenido este pleito expresamos con contundencia que no les quepa la menor duda a los representantes de la excolonia británica que vamos con todo, sin contemplaciones; asistidos en la justeza de saber que estamos reclamando para nuestra nación la restitución de la séptima parte de la extensión territorial, que nos desgajaron en una tratativa perversa; y que, además, no estamos cometiendo ningún acto de deshonestidad o pillaje contra nadie.

El pueblo de Venezuela se pronunciará el 3 de diciembre en el referendo consultivo, con cuyos resultados se establecerá un esquema para acometer las más efectivas estrategias de restitución.

Ya basta. Tenemos más de cien años pidiendo, en justo derecho, la reivindicación de lo que siempre ha sido nuestro.

Vamos, ahora, por todos los medios, a cumplir la gesta de gloria independentista de nuestros libertadores, a partir del Referendo Consultivo, el cual calza ―perfectamente― con nuestra Constitución Nacional.

Guyana se encuentra desguarnecida jurídicamente, ante la Corte; no tiene el más mínimo documento ―de cesión histórica de derechos de nadie— que puedan oponer. En lo único que asientan su Acción contra Venezuela es en el inválido e ineficaz “Laudo de París”.

Lo que decimos, lo divulgamos con sobrada justificación; porque poseemos los Justos Títulos que nos respaldan. La séptima parte de nuestra extensión territorial ―la que nos despojaron― la reclamamos con suficiente fortaleza y asidero jurídico; por cuanto, somos herederos del mencionado espacio.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. jConsultor de la ONG Mi Mapa. Asesor de la Fundación Venezuela Esequiba. Asesor de la Comisión por el Esequibo y la Soberanía Territorial. Miembro del Instituto de Estudios Fronterizos de Venezuela (IDEFV).

CINCO DESCENSOS INQUIETANTES EN LA POLÍTICA INTERNACIONAL

Alberto Hutschenreuter*

geralt en Pixabay, https://pixabay.com/es/illustrations/globo-tierra-mundo-globalización-804939/

Hace ya un tiempo que las relaciones internacionales se extraviaron, es decir, no sólo se alejaron las posibilidades de configurar algún principio sobre el cual trabajar para forjar un orden, sino que los actores preeminentes e intermedios fueron tensando sus relaciones al punto de encontrarse en una situación de no guerra o confrontación indirecta, como Rusia y Occidente, o de umbral de riesgosas querellas, como China y Estados Unidos, China e India, Israel-Irán, etc.

Desde 2014, cuando Rusia anexó o reincorporó Crimea, la política internacional tomó un curso de descenso que acabó por profundizarse con los seísmos que implicaron la pandemia en 2020 y el «regreso» de la guerra interestatal en febrero de 2022.

Antes de aquel impacto de 2014 no había configuración internacional, pero durante la primera década del siglo hubo cooperación entre los poderes mayores, pues el reto que implicaba el terrorismo transnacional en buena medida los alineó. Por ello, el experto Zbigniew Brezezinski sostuvo que Rusia y China no podían sostener una línea de política exterior sin referirse a la amenaza del terrorismo.

Además, la crisis financiera de 2008 empujó a los poderes a cooperar para salir de lo que fue considerada una crisis superior a la de 1929. Pero desde entonces la cooperación descendió, al punto de que se considera que las políticas de contribución alcanzadas para afrontar dicha crisis fueron el último momento de cooperación internacional.

No obstante, el comercio internacional siguió su curso, convirtiéndose en ese sucedáneo de orden que no es orden, es decir, el comercio se basa en la inconveniencia de la ruptura de ganancias que todos obtienen de él, pero no supone un concepto o pauta internacional que puede verdaderamente anclar las relaciones de competencia, menos hoy cuando los componentes de un orden se han pluralizado, es decir, se volvieron más complejos, pues ya no bastan aquellos conceptos sobre los que se edificaba un orden.

En este sentido, muy pertinentes resultan las consideraciones que hace el experto Andrei Tsygankov en relación con las demandas o exigencias de la política internacional en el siglo XXI.

Sostiene este especialista de origen ruso, que la paz y el orden en el mundo dependerán cada vez más de negociaciones complejas sobre el equilibrio de poder y las diferencias culturales. Es decir, siendo ya el mundo no sólo un sistema completo, sino con varios actores en ascenso, un esquema de orden basado en el equilibrio no sería suficiente si no va acompañado de conocimientos y deferencias en relación con culturas. Es decir, el «poder blando» es un requisito para la construcción de un orden.

Pero la construcción de un escenario así no parece se encuentre cerca, pues lo que predomina es un desorden internacional confrontativo, una situación no solo de discordia, sino de políticas basadas en el interés nacional que corren muy por delante de las políticas de complementación, incluso en aquellos espacios internacionales amplios como el «lote» BRICS, donde el atractivo referente de «sur global» solapa intereses de los miembros más poderosos del heterogéneo grupo.

Tal situación podríamos resumirla en cinco descensos discernibles. Sin duda hay otros, pero intentemos reducirlos aquí.

  1. Descenso de las expectativas.

Hace tiempo que la realidad internacional fue restringiendo expectativas relativas con un curso internacional más previsible y menos inseguro.

Lo único real que queda en términos relativamente esperanzadores es la globalización del comercio, un dato importante porque implica un factor de inhibición de rupturas, pero no un factor infalible, pues se trata de un «orden» apoyado en ganancias económicas que puede no ser suficiente frente a las tensiones geopolíticas. De allí la exigencia de análisis más plurales en relación con el segmento geoeconómico.

De modo que se trata de un descenso que resiste, pues, aunque se advierte sobre la desglobalización, los problemas que afrontan las cadenas de suministro y la fuerza de la reorientación local de la economía; hay enfoques, como el del experto Ian Bremmer, que aseguran que se trata de una pausa, que la economía de China terminó de globalizarse y, por tanto, pronto volverá a ascender el comercio.

Por último, hay expectativas cuidadosas con la IA (Inteligencia Artificial), pues, además del reto que supone el posible curso «soberano» de dicha tecnología, las cuestiones habituales de la política internacional, es decir, la ambición, el temor, el poder, etc., podrían trasladarse a la tecnología y continuar la política internacional, es decir, la competencia y la incertidumbre de las intenciones, desde una nueva dimensión.

  1. Descenso de la cultura estratégica.

La predominancia de la rivalidad entre los poderes preeminentes, particularmente entre Estados Unidos y Rusia, ha ido alejando a ambos de lo que en tiempos de Guerra Fría honraron estratégicamente Washington y Moscú: el balance nuclear. Nunca permitieron, a pesar de la pugna, que las fisuras o las ganancias relativas de poder nuclear por parte de uno de ellos significasen un desequilibrio victorioso. Así se explican los tratados sobre eliminación y control de armas.

Pero tras el final del bipolarismo, esa cultura estratégica comenzó a descender. Estados Unidos posiblemente consideró que el duopolio estratégico nuclear lo restringía en el incremento de sus capacidades, que la cogestión estratégica con Rusia ya no era posible, y comenzó a retirarse de marcos regulatorios clave, por caso, el ABM (Tratado sobre Misiles Antibalísticos).

Poco a poco fueron surgiendo preguntas relativas con el verdadero estado del equilibrio nuclear entre ambos, pues las «salidas» de los dos de regímenes podría haber producido desajustes en la ecuación del terror y, por tanto, el mundo se habría acercado al escenario apocalíptico en el que un ataque no tendría (tal vez) respuesta.

Pero, además de esta situación entre los dos mayores concentradores de armas atómicas, los otros actores nucleares han aumentado y mejorado capacidades. De allí que Estados Unidos ha venido pugnando porque China sea parte del New Start, el único tratado entre Estados Unidos y Rusia que queda vigente y que se acerca al final de su fecha prorrogada en 2021.

En este marco, en un reciente trabajo publicado en la última entrega de la revista Foreign Affairs, los especialistas Keir Lieber y Dary Press consideran que el esfuerzo de otros actores nucleares está dirigido a compensar la debilidad de sus fuerzas militares convencionales.

  1. Descenso del respeto de la experiencia.

El pasado contiene las claves sobre qué hacer y qué evitar en materia de relaciones internacionales. Tal vez no se encuentre todo allí, pero seguramente hay lecciones vitales para evitar derivas disruptivas.

Consideremos la guerra en Ucrania, una confrontación entre dos pueblos eslavos que causó decenas de miles de muertos, sumió la región de Europa oriental en una nueva frontera de capacidades cada vez mayores y alejó el diálogo capital entre poderes mayores sobre los que recae la responsabilidad de pensar en una configuración internacional, si es que un orden es todavía posible.

La falla principal de esta guerra no se encuentra tanto en la sensibilidad geopolítica perpetua rusa ni incluso en el afán de la OTAN en llevar más allá la victoria en la Guerra Fría, sino en hacer lugar a la decisión «a todo o nada» por parte de Ucrania, un actor intermedio, de convertirse en parte de la OTAN. En otros términos, se rompió la jerarquía estratégica internacional (entre «los que cuentan»).

La experiencia nos dice que, a menos que exista un propósito solapado por parte de uno de los poderes para lograr ganancias de poder frente a su par con el fin de que este último resulte atrapado y se desangre en guerra, los actores de escala o «iguales estratégicos» tienden a evitar una situación que termine provocando no sólo desarreglos entre ellos, sino que pueda desembocar en una situación de colisión entre ellos.

  1. Descenso del multilateralismo.

Hace bastante tiempo que el denominado modelo institucional en la política internacional fue quedando se rezagado frente al modelo relacional. Dicho en términos algo más actuales, el modelo multilateral ha sucumbido frente al modelo multipolar.

Si bien las relaciones internacionales son, ante todo, relaciones de poder antes que de derecho, hubo muchos momentos donde se lograba una relativa complementación. Margaret MacMillan ha destacado esa situación durante los años veinte del siglo pasado. Incluso en tiempos de rivalidad bilateral existían compromisos para que el orden multilateral consiguiera desplegarse como el bien público internacional capital que es.

Pero ocurre que hoy no sólo el modelo de poder es muy predominante, sino que los propios poderes mayores están empeñados en hacer poco para que ello se modere; aun cuando suceden situaciones donde la amenaza no proviene de ningún Estado o grupo de Estados como sucedió con la pandemia, un fenómeno global que resultó insuficiente para impulsar un nuevo sistema supraestatal de valores.

En este contexto, la diplomacia sufre restricciones, pues el fuerte ascendente de poder interestatal acaba debilitándola aun cuando existen cursos de salida de crisis mayores, como sucedió antes de la invasión rusa a Ucrania.

  1. Descenso de liderazgos.

Esto último, pero también como epítome de todo lo que hemos visto, nos está diciendo que existe un fuerte descenso en relación con liderazgos capaces de poder vislumbrar horizontes en clave de orden e impulsar cursos de acción hacia ellos.

En términos de Henry Kissinger, en el mundo del siglo XXI no hay estadistas ni mucho menos líderes profetas.

Entonces, más que ante un descenso, estamos frente a una ausencia, lo que nos lleva a plantearnos si la complejidad de cuestiones del mundo de hoy más las cuestiones de cuño habitual no están dejando el mundo ante escenarios cerrados, anárquicos y peligrosos. Algo así como un moderno estado de naturaleza en el que todos disponen de confort, conectividad y adelantos sorprendentes, pero saben que están ante peligros que acechan y asechan y nadie sabe cómo evitarlos.

Una típica situación de aquello que Adam Sweidan ha denominado un «elefante negro», es decir, una combinación de un «cisne negro» (un acontecimiento inesperado o improbable de gran impacto) y el gran elefante en el cuarto (un problema visible para todos, del que nadie quiere hacerse cargo aun cuando se sabe que tendrá consecuencias devastadoras).

Frente a esta situación, las conjeturas nos llevan a territorios donde se cruzan lo real y lo ficcional, pues bien podríamos considerar que las capacidades humanas resultan insuficientes para lograr liderar o gestionar, y que solo con la asistencia tecnológica quizá podríamos hacerlo.

Entonces, las preguntas comienzan a ser más que los intentos de respuestas. Porque, por caso, podría ocurrir que la IA, lo que se denomina una IA fuerte o general, nos proporcione cursos de acción correctos siempre y cuando se abandonen patrones arraigados. Es decir, ¿aceptarán los gobiernos situaciones con las que no están de acuerdo? Por caso, el control no humano de las armas estratégicas, o la desconcentración de insumos tecnológicos mayores, por ejemplo, semiconductores, para alcanzar en determinados segmentos de la economía global un mayor dinamismo, seguridad y mejor funcionamiento.

¿Se aceptarán liderazgos no humanos o semihumanos que impulsen decisiones que impliquen renunciamientos relativos con no adoptar nuevas bases o concepciones estratégicas porque ello crearía inestabilidad regional? ¿Sería aceptable ello para una alianza político-militar?

Más allá de los gobiernos, ¿aceptarán las empresas sacrificar ganancias en pos de un orden basado en un mayor reparto internacional de justicia económica?

Esto último resulta interesante, pues ello podría crear un nuevo tipo de rivalidad en las relaciones internacionales: entre las empresas tecnológicas y los Estados, la «tecnopolaridad». De acuerdo con el ya citado Ian Bremmer, se diferencia de las nociones tradicionales de poder global en que la soberanía y la influencia no están determinadas por el territorio físico y el poder militar sino por el control sobre los datos, los algoritmos y los servidores.

Como podemos apreciar, los descensos abordados aquí nos llevan a plantearnos preguntas pertinentes en relación con el mundo que nos aguarda. Ello siempre sucede cuando estamos en una situación de inflexión en la historia. Pero hoy por vez primera nos hallamos más allá de un punto de inflexión. Como dijo un ex funcionario estadounidense, ante cosas que no sabemos que no sabemos.

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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