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AUSENTISMO ELECTORAL

Santiago González*

La reconstrucción de la democracia argentina, y la recreación de la confianza en ella, pasa por la regeneración de los partidos políticos.

 

En el sistema democrático, una consulta electoral es una pregunta que los ciudadanos se hacen a sí mismos para conocer de manera amplia, sistemática y ordenada su evaluación sobre la marcha de los asuntos comunes hasta el momento del comicio, y su opinión sobre el rumbo futuro que deberían tomar esos asuntos, con atención a un menú de opciones ofrecido por los partidos políticos que seguramente ha de incluir la continuidad de lo presente junto con diversas alternativas para cambiar el derrotero. En nuestro ordenamiento institucional, la respuesta a esa consulta es obligatoria, y sus resultados son vinculantes: quiere decir que el manejo de la cosa pública deberá emprender el camino decidido por los votantes.

La República Argentina adhirió formalmente a este arreglo republicano en la Constitución de 1853, comenzó a aplicarlo de manera más o menos sistemática a partir de la organización nacional de 1880 y lo perfeccionó con el sufragio universal de 1912, ampliado con la inclusión del voto femenino en 1952. Sobre esta base, la Argentina acostumbra describirse a sí misma como una nación democrática, pero el sistema republicano raras veces funcionó normalmente entre nosotros, y nunca lo hizo con la continuidad necesaria como para adquirir solidez. Primero lo sabotearon los golpes militares, después las proscripciones políticas y por último, ya desde los setenta pero acentuadamente desde los ochenta, la desintegración de los partidos. Ahora, casi como lógica consecuencia, aparece la deserción ciudadana.

En los 14 comicios provinciales celebrados este año, la suma de ausentismo, voto anulado y voto en blanco ronda en promedio el 40 por ciento, una proporción nunca vista en la historia electoral del país. El desglose de esa proporción resulta todavía más alarmante: los votos anulados y en blanco, que implican una disconformidad con la oferta pero no con el sistema ya que el votante se tomó la molestia de acercase a la urna, representan una cuarta parte. El resto, un 30 por ciento de los empadronados, prefirió quedarse en su casa: no discute la oferta, se desentiende del sistema. No encuentra allí un instrumento útil para resolver los problemas de su vida o perfilar el futuro de sus hijos. Peor aún, no se siente parte de un conjunto, la nación, cuya expresión visible y vital es la participación política, tarea de todos y cada uno.

Estos datos, que marcan una tendencia continua y creciente por lo menos desde la crisis del 2001, han despertado la preocupación de algunos observadores de la escena política, que en general la han resuelto con apelaciones escolares a la responsabilidad ciudadana. “El voto no es solamente un derecho, sino una obligación, y desentendernos de la cuestión cívica no nos exonera del compromiso ciudadano”, advierte un editorial del diario La Nación. Agrega que la abstención “nos sitúa en la categoría de meros espectadores de una realidad que no asumimos como propia.” Con un poco más de enjundia, la consultora Shila Vilker, también citada por el diario, atribuye al ausentismo un “nihilismo activo”, un “hacer destructivo” motorizado por la “bronca”: desconfianza y pérdida de fe en la política.

Incumplimiento de un deber, falta de compromiso, nihilismo, destrucción: estos observadores, y probablemente también otros, describen el fenómeno en términos de reproche e incluso de condena. Pero votar en blanco o no votar envía un mensaje político tan valioso como el voto positivo, y ese mensaje debería ser leído correctamente, sin rechazo ni subestimación. Para muchos ciudadanos no votar, votar en blanco o depositar alguna leyenda ofensiva en la urna puede ser un modo de expresar de la manera más clara posible, y en la única oportunidad en que se lo consulta, su fuerte disconformidad con el estado de las cosas, con las opciones que se le ofrecen para reencauzarlas, y con el sistema que hace posible y tolera todo lo anterior.

Además, ¿qué instrumentos le ofrece ese sistema al votante para que pueda ejercer responsablemente y a conciencia su derecho y su obligación? La primera herramienta de la ciudadanía es la información. Hoy casi toda la prensa es militante, vale decir que es parcial y sesgada y lo es de manera tan amplia y evidente como para que nadie confíe demasiado en lo que dice. Se la ha visto involucrada en operaciones para destruir o encumbrar a tal o cual personaje, y se la ha visto detener su cobertura cuando llega al límite de los negocios oscuros, a los que no suele ser ajena. Cruzado ese límite se ingresa a una región de entendimientos, complicidades y transacciones que el votante nunca ve en los medios pero cuya existencia intuye, porque de lo contrario las cosas nunca habrían podido ir tan mal, durante tanto tiempo, en diferentes contextos y bajo cualquier gobierno.

El ciudadano, con su ausencia, quiere decir mal y pronto que está harto de que le tomen el pelo. Ya se dio cuenta de que todo es un juego con suculentos premios del que él no participa y de cuyas alternativas se entera apenas a medias, aunque su presencia sea imprescindible para que el juego pueda desarrollarse. Su situación recuerda a la de esos policías que suelen verse apostados en los estadios de fútbol de espaldas al campo: tienen que estar ahí pero no pueden ver el partido. Los políticos y sus voceros reclaman la presencia del ciudadano en las urnas pura y exclusivamente porque sus votos son los que les dan legitimidad para llegar al poder del estado, del que se valen para engordar sus cuentas bancarias y las de sus amigos, o para imponer a los demás sus berrinches ideológicos, o para cobrar de agencias extranjeras por imponerlos, o para todo eso junto.

La reacción de los ciudadanos que deciden no prestarse al juego, y que preocupa a los observadores, se distribuye como ya dijimos en dos categorías que podríamos describir ahora con más precisión valiéndonos de esa oposición entre “apocalípticos” e “integrados” que Umberto Eco aportó al análisis sociocultural. Los “integrados” rechazan las opciones que les plantea el comicio, pero preservan el sistema, lo ratifican con su asistencia, con la emisión del voto. Los apocalípticos creen que nada de lo que hay puede mejorarse, y que es necesario hacer volar todo por el aire y empezar de nuevo. Entonces optan por no votar, o bien se inclinan por alguna opción disruptiva cuya llegada al poder produciría, eso creen, el mismo efecto dinamitero. Lo suyo, antes que un “hacer destructivo” como dice Vilker, se parece más a esa virtuosa “destrucción creativa” que suele atribuirse al sistema capitalista.

Sin embargo, las cosas son más complicadas y no se resuelven mediante un rechazo, más o menos violento. Al enumerar las amenazas y distorsiones que sufrió nuestro sistema democrático mencionamos al principio los golpes de estado, las proscripciones y el eclipse de los partidos. Las dos primeras se resolvieron, la tercera no, y en ella reside el meollo del problema. La reconstrucción de la democracia argentina, y la recreación de la confianza en ella, pasa por la regeneración de los partidos políticos. En una sociedad de masas no hay política sin partidos, no hay partidos sin participación popular, y no hay participación popular sin conciencia nacional. En la Argentina no hay partidos, no hay participación popular, no hay conciencia de pertenencia a un todo llamado nación, y en consecuencia hay deserción ciudadana en los comicios, porque la oferta se muestra ajena, distante y sospechosa como si la hiciera un proveedor de servicios.

Pero las siglas políticas no son empresas de servicios especializadas en administrar el Estado. Podrían serlo, pero en ese caso el contrato sería otro e incluiría garantías de cumplimiento y eficacia. Los partidos son, deberían ser, agrupaciones de ciudadanos, unidos por una misma convicción sobre cómo debe administrarse la nación y cuál debe ser su lugar en el mundo, y que persiguen el poder para llevar esas convicciones a la práctica. Y la participación no se limita, no debería limitarse, a mirar por televisión las trifulcas entre candidatos, ni a simpatizar con uno o con otro. La participación política consiste en informarse, estudiar, acudir todas las semanas al comité, la unidad básica o lo que sea, pagar la cuota, poner el cuerpo, y discutir, promover a los mejores y separar a los oportunistas, y todo lo que supone la vida partidaria. Se habla con razón de la distancia entre la política y los ciudadanos, pero se omite decir que el eslabón faltante entre unos y otros es justamente el partido.

Políticos y publicistas acostumbran criticar el asistencialismo diciendo que a la gente no hay que regalarle pescado sino enseñarle a pescar. Pero nunca dicen que a la gente no hay que ofrecerle servicios políticos sino enseñarle a participar en la vida política y facilitarle esa participación. Defienden lo primero porque aspiran a quedarse con más de la mitad de lo que el ciudadano pesque, y omiten lo segundo porque no quieren competencia en esa rapiña. El sistema no sólo no entrena para la vida política, sino que ha impuesto un sinnúmero de trabas, requisitos y regulaciones absurdos para la inscripción y el reconocimiento de nuevos partidos, como lo han comprobado a su costo José Luis Espert, Javier Milei, Juan Gómez Centurión, y otros que han pretendido últimamente promover alternativas diferentes.

 

* Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se inició en la actividad periodística en el diario La Prensa de la capital argentina. Fue redactor de la agencia noticiosa italiana ANSA y de la agencia internacional Reuters, para la que sirvió como corresponsal-editor en México y América central, y posteriormente como director de todos sus servicios en castellano. También dirigió la agencia de noticias argentina DyN, y la sección de información internacional del diario Perfil en su primera época. Contribuyó a la creación y fue secretario de redacción en Atlanta del sitio de noticias CNNenEspañol.com, editorialmente independiente de la señal de televisión del mismo nombre.

 

Artículo publicado el 30/06/2023 en Gaucho Malo, el sitio de Santiago González, https://gauchomalo.com.ar/ausentismo-electoral/

ORDEN, DIVINO TESORO

Iris Speroni*

“El Jardín de las Delicias” de El Bosco, detalle.

En nuestro bendito país vivimos entre el caos y la anomia. 

 

Lecturas previas:

Equilibrio inestable

http://restaurarg.blogspot.com/2019/12/2020.html

Más de lo mismo 

http://restaurarg.blogspot.com/2020/08/mas-de-lo-mismo.html

 

El caos y la anomia van desde cosas menores que sólo causan inconvenientes y trastornos, a temas graves.

A saber:

Los delincuentes comunes tienen carta blanca para asaltar a un trabajador que espera el colectivo a las cinco de la mañana, o una señora que viene de hacer las compras; a robar una mochila, un celular, una moto, un automóvil, un comercio minorista, ganado o una carga de camión. El Estado, como institución, no persigue al delito común.

Las personas de a pie todos los días viven con zozobra las más diversas situaciones: si habrá transporte público al día siguiente para ir a trabajar o, peor aún, para volver a la tarde a la casa. Si habrá clases o no al día siguiente y por lo tanto, con quién dejar a los niños. El Estado, a pesar de arrogarse la autoridad de aplicación de control —y a veces gestión— del transporte público (o de educación), no cubre su obligación.

Acceder a la salud pública en algunos lugares puede ser caótico. Las guardias de los hospitales están sobrepasadas, con reyertas permanentes (por el conflicto por mucha demanda y oferta insuficiente) entre los pacientes con el personal y entre sí. A lo que hay que agregar —al menos en las grandes urbes— escenas de prepotencia por parte de drogones que exigen psicofármacos al personal. La policía o está ausente o su presencia es a todas luces insuficiente, lo cual deja desprotegido al personal, al resto de los pacientes y a las instalaciones.

Ingresar a algunas universidades públicas —no todas— es un viaje psicodélico. Parecen las habitaciones de heroinómanos —al menos como las describen en Hollywood— o las fotos del departamento de Charly en su peor momento. Graffitis, trapos colgados con leyendas que enuncian intereses y/o demandas incomprensibles. No pareciera un ámbito propicio para el estudio. Lamentablemente las escuelas públicas primarias y secundarias han adoptado esas modalidades en los últimos tiempos. Todas las superficies cubiertas con leyendas estrambóticas —ej. retrato de Mandela, banderas multicolores y rezos a la Pachamama— que, creo, deben distraer la atención del alumnado. Digo yo, que de docencia y psicopedagogía no entiendo nada.

Un escalón abajo en este listado (a mi criterio), es la anomia en los lugares públicos. Las disputas políticas se dirimen por demostraciones de fuerza en la calle (no otra cosa es cortar una ruta o la 9 de julio); dando por redundante el sistema de representación instituido (los cuerpos deliberativos definidos por la Constitución). Se extiende a lo más pedestre: sin que nos enteráramos se suprimió la prohibición de defecar, orinar o copular en la vía pública, no hace falta higienizarse para utilizar el transporte público y se ha degradado toda forma de convivencia.

Pero el peor desorden es la ausencia de moneda. Nada tiene precio. Nadie sabe cuánto va a valer el sueldo cuando se cobre [*]. Lo mismo corre para los honorarios, facturas o cualquier otra cuenta a cobrar. Tampoco uno sabe cuánto pagará de luz el próximo bimestre. Hasta el ABL cambia mensualmente por inflación. En resumen, es imposible hacer la más mínima planificación de la economía familiar o de un comercio o de una industria o de una producción agropecuaria o de un servicio a brindar. Un horizonte de tres meses es una alquimia. El Estado no cumple con su obligación de sostener el valor de una moneda de curso legal.

Otro punto, que afecta a las empresas y a las economías familiares por igual, es la tasa de interés. La misma está determinada unilateralmente por el BCRA. Ésta constituye el piso mínimo de todas las tasas de interés en pesos en la economía argentina. Si el BCRA fija una tasa de 80% anual para sus transacciones, todas las tasas de la economía serán 80%+plus. Si la fija en 100%, no habrá tasa en la economía inferior a eso. Por lo tanto, todo particular que deba saldar sus deudas con la tarjeta de crédito o retraso de pago de servicios públicos o impuestos, pagará lo que fije el BCRA más algo. En cuanto a los privados, les define el costo de descontar cuentas a cobrar (o cheques diferidos o pagarés). A veces, deben venderlos por la mitad de su valor si quieren contar con la liquidez necesaria para hacer frente a sus obligaciones, por ejemplo, el adelanto de impuestos. En resumen, el Estado, vía el BCRA, les complica la vida a todos y pone en riesgo, eventualmente, la supervivencia de su explotación. El Estado, o mejor dicho, los gobernantes que administran al Estado, no nos aseguran los beneficios de la libertad.

 

Fue el Estado

Es el Estado el que instala la anomia y el caos en la sociedad y no al revés.

No es un pueblo descontrolado al cual los gobernantes no saben o pueden controlar, sino un pueblo razonablemente ordenado y coherente al cual el Estado boicotea, dinamita y bastardea permanentemente 7×24.

Una buena prueba fue la celebración por el tercer campeonato del mundo de fútbol de varones. Millones de personas en la calle. Pudo ser una tragedia. Una puerta doce multiplicada por diez mil. Nada sucedió. En parte porque la gente estaba feliz. Pero en parte porque somos personas intrínsecamente civilizadas y —lo hemos demostrado a carta cabal— sabemos convivir. O supimos hacerlo esas cuantas horas.

Esto se agrega a lo cotidiano. Todos los días la gente va a trabajar (aun cuando no se sepa el valor de compra del sueldo a fin de mes). Los proveedores entregan la mercadería, a veces con precio abierto. Los profesionales ofrecen sus servicios —aunque la factura sea pagada 60 días después, Dios sabe a qué valor—. Los alumnos van todos los días a la escuela. Existen fechas de exámenes. Se dan turnos para VTV. Los panaderos hornean su pan y las medialunas. Todos hacemos nuestra parte.

Millones de argentinos todos los santos días hacemos nuestra parte.

Los únicos que no hacen su parte son los gobernantes. 

Los gobernantes

Los representantes del pueblo tienen bien marcada la cancha. Los límites y las reglas de juego. Se les dice lo que deben hacer y juran hacerlo. ¿Dónde? ¿Cómo?

La Constitución les dice sus obligaciones. La ceremonia de asunción no es para que les aplauda la familia. Es una formalidad donde juran respetar la constitución, ante testigos y en presencia de fedatario (escribano). Esto es, se hacen cargo de un contrato.

¿Qué les ordena a hacer la constitución a nuestros queridos, bien amados gobernantes?

Preámbulo…afianzar la justicia, consolidar la paz interior”. Esto implica ocuparse de los delincuentes comunes y evitar que nos masacren por goteo y en cámara lenta, como sucede ahora. El laissez faire, laissez passer actual, aprovechar la excusa de la pandemia para liberar presos, no buscar a los prófugos y no voy a enumerar las acciones de funcionarios públicos que conocemos de memoria, es un incumplimiento de esta cláusula del contrato. ¿Por qué lo hacen? Los que están en el métier (fiscales, jueces, algunos policías, empleados judiciales) probablemente lo hagan por plata. El resto de la dirigencia política lo hace o bien porque el crimen les lleva su parte en efectivo una vez por semana o bien porque están demasiado ocupados robando en otra área de gobierno para meterle garra a esto. Quien se decida a cambiar las cosas, deberá echar a (casi) todos los jueces y a (casi) todos los fiscales y vaciar (casi) todas las cátedras de las facultades de derecho nacionales.

Otra que Hércules limpiando los establos.

Preámbulo…proveer a la defensa común”. Olvídense. Ni en la agenda está. Le delegaron al Foreign Office la determinación de los ascensos militares. No se gasta un peso ni en comprar una gomera. Un miembro jerárquico de las FFAA con años de desempeño y estudios gana mucho menos que un empleado administrativo raso de la ANSES. Por supuesto, no hay ni tanques, ni buques, ni aviones, ni municiones.

Preámbulo…promover el bienestar general”. No hay bienestar si la jubilación es miseria, si hay que esperar horas para ser atendido en una guardia, cuando la educación es deficiente y el transporte público es errático, escaso, poco confortable y, a veces, peligroso.

Pero lo peor de todo es la inestabilidad económica. La destrucción de la moneda, el tipo de cambio manipulado, las altas tasas nominales de interés. Nada genera tanta angustia y zozobra en los corazones y en alma de todos los argentinos.

Todos estos ítems también forman parte del contrato que los funcionarios firman/juran. El art. 75 de la Constitución, incs. 11 y 19, les exige a nuestros bien amados líderes:

11. Hacer sellar moneda, fijar su valor y el de las extranjeras… 19. Proveer lo conducente a … la defensa del valor de la moneda…”.

Lo cual, a todas luces, no cumplen.

La manipulación del tipo de cambio por parte de las autoridades, su subvaluación, hace que los bienes y servicios exportables reciban menos pesos que lo justo (lo que desestimula las exportaciones) y salga artificialmente barato importar (por eso los miles de millones de dólares en chucherías que se traen de China). ¿Por qué? Porque el Estado, con esta medida, desordena todos los precios de la economía. Hace antieconómico explotar una finca de peras y manzanas o de vides (porque el propietario debe vender a mitad de su precio su cosecha) [**], pero también hace cuesta arriba competir con productos industriales cuando el importado se compra a mitad de precio.

Todos estos efectos aunados generan destrucción de valor. Cierre de explotaciones, quiebras, desestímulos varios. Pérdida de riqueza, desocupación, pobreza. Por todo esto, hace más de una década que el PBI per cápita decrece. Por todo esto, Argentina pierde palmo a palmo su lugar de potencia mundial desde hace décadas.

El modelo

Sin embargo éste es el modelo económico, político, social y cultural del país. Podría agregar más cosas, como que los gobiernos, en particular desde Macri a hoy, dejaron de festejar las fiestas patrias y se le falta el respeto lisa y llanamente a la religión oficial del Estado argentino, la cual se suplanta por paganismos varios. Pero es para otro día. Me quedo en lo económico.

Este modelo —LELIQs con intereses millonarios diarios, dólar y todas las divisas subvaluadas, tasas de interés de tres dígitos—, esto es el modelo. Es el sistema caótico con el cual el poder está cómodo.

No es un modelo con problemas que anda mal. El modelo es ésto.

Como las bacterias crecen cuando sube la temperatura (con ese proceso se hace el yogur o se leva la masa) de la misma manera quienes gobiernan se hacen más ricos con el caos; léase inflación, distorsiones en los tipos de cambio y tasas de interés delirantes.

El barril sin fondo

Como el modelo es éste, y con el mismo algunos pocos, justamente los que gobiernan, se hacen ricos, nadie propone cambiar. Nadie quiere, sabe o puede eliminar el sistema de Leliqs.

Nadie quiere, sabe o puede acabar con el sistema desdoblado del mercado cambiario. Pueden preguntarle a cada uno de los candidatos.

Nadie quiere acabar con el curro infinito de la deuda pública.

El tipo de cambio desdoblado (pagan la mitad a quienes exportan y se lo ceden a los amigos a mitad de precio) no lo van a cambiar. Quienes consiguen los dólares a mitad de precio están ante el mejor negocio de sus vidas ¿quién no quiere comprar diez millones de dólares al precio de cinco? No hay negocio sobre la tierra que se le compare. Ni robar las armas que EEUU manda a Ucrania y venderlas al mercado negro da más dinero que esto. Además, no es un negocito de monedas. Se repartieron 88.446 millones de dólares sólo en 2022. Se repartieron hasta el fondo del tarro, al punto que meses después no pueden hacer frente a las obligaciones del Estado. ¡Con todo el dinero que los argentinos les dieron en concepto de impuestos y confiscación cambiaria!

Mientras los productores de peras y manzanas de Río Negro o los madereros de Corrientes o los cultivadores de té de Misiones [***] no saquen el facón y degollen a medio directorio del BCRA, esto va a seguir sucediendo [****].

¿Qué pasó con ese dinero? ¿Qué sucedió con los 88.446 millones de dólares de exportaciones del 2022? ¿Qué sucedió con los U$D 1.000 millones de exportaciones de maní del 2022?

Se lo repartieron los amigos de De Mendiguren, quienes acceden a esos dólares a mitad de precio. Los que anuncian inversiones en terminales automotrices inverosímiles, en la sapiencia de que el BCRA les vende esos cientos de millones de dólares a mitad de precio. Invierto 20 millones, digo que sale 200 millones, compro 200 millones a mitad de precio. Gané 80 millones de dólares. Clinck, caja.

Habrá o no peaje en la secretaría que lo autorice, pero en el fondo, eso es irrelevante.

El Estado funciona como una herramienta para quitarles dinero a unos argentinos y dársela a otros (y la mayor de las veces a extranjeros, como las terminales automotrices). 

Las próximas elecciones

Pareciera que la dirigencia empresarial y política, que no se caracteriza ni por su altruismo, ni por sus deseos de grandeza, ni por el amor al país, ni por tener demasiadas luces, nos ofrece lo de siempre. El modelo BCRA+De Mendiguren.

Por lo pronto a mí me importan pocas cosas para esta elección:

    1. entrar a los BRICS, y
    2. esperar a que sobrevivamos a cuatro años de más de lo mismo.

Lo que a mí me importa:

    1. acabar con el aborto,
    2. acabar con el desatino de las LELIQs,
    3. liberar el tipo de cambio,
    4. comerciar libremente en cualquier divisa,
    5. llegar al pleno empleo,
    6. que todo el trabajo sea en blanco,
    7. que el trabajo sea bien pago,
    8. pertrechar a las FFAA,
    9. llegar a U$D 300 mil millones de exportaciones.

Todo eso, será para dentro de cuatro años, con suerte.

Otro sí digo:

El Orden

Argentina creció y se constituyó como una de las potencias mundiales entre 1880 y 1975. Casi cien años de paz. En un breve lapso terminó la Guerra del Paraguay (que finalizó el período de guerras civiles), derrotó al indio araucano en la Campaña del Desierto y coronó al dominar la última sublevación provincial cuando la Nación sofocó el levantamiento de Tejedor (provincia de Buenos Aires).

El indio, o mejor dicho los malones, eran promovidos por el gobierno chileno como forma de hostigar a la Argentina e impedir su crecimiento. Le daba armas y dineros a los araucanos, los cuales pasaban el verano con sus familias y el invierno maloneando, esto es robando ganado (vacuno y equino), quemando casas y robando mujeres y niños. Una guerra de guerrillas. Lo producido se lo vendían a la oligarquía chilena la cual hacía pingües ganancias, incluida la venta de cueros a California por vía marítima. El resultado aquí era: a. pérdida permanente de patrimonio —los malones se llevaban todo el crecimiento de hacienda y había que empezar de cero—, b. la hostilidad contra los asentamiento de población al zaherir en los más débiles, las mujeres y niños. Para las almas sensibles que defienden los malones: las mujeres eran vendidas a los prostíbulos de Valparaíso, y las más lindas, a los de California.

Esto es, el gobierno chileno, al usar como herramienta a varones corajudos de la Araucanía, tercerizó frenar el avance del gobierno argentino sobre el territorio patagónico, probablemente con la esperanza de poder hacerlo ellos en nuestro lugar.

La zozobra de la vida de las familias en zonas de frontera fue lo que motivó que gran parte del Ejército de Roca estuviera integrado por indios argentinos, como parte del ejército regular y con grado militar; porque era imposible crecer y prosperar cuando uno es el objeto de una guerra de guerrillas estimulada por un poder extranjero, como una pieza de ajedrez de las relaciones internacionales.

La Argentina no pudo contraatacar —como forma de defensa efectiva— sino hasta que el ejército chileno estuvo ocupado en La Guerra del Pacífico (1879-1884), cuando éste no pudo brindarle el soporte a los guerreros araucanos, los cuales debieron replegarse en la Araucanía. Roca no masacró a nadie. Los corrió y ellos se volvieron a sus casas, con sus mujeres y sus hijos. Lo único que pasó es que el soporte de esa guerra de guerrillas (las FFAA chilenas, el gobierno chileno y la oligarquía chilena) estaba ocupado en el frente norte. Ganaron territorios a Bolivia y Perú; perdieron sus pretensiones sobre la Patagonia. Es conveniente tener todo esto en mente para las décadas que se vienen.

Cabe preguntarse por qué desde 1983, a partir de que perdimos la Guerra del Atlántico Sur y nuestro país está intervenido por los vencedores, es que se cambió el “relato” sobre lo sucedido en la Conquista del Desierto, y por qué a los niños, adolescentes y adultos jóvenes universitarios no se les enseña todo esto que está pulcramente documentado. Por qué no se enseña la fuerte relación entre los malones de araucanos y el gobierno chileno. Por qué se insiste en que los araucanos vivían en territorio patagónico cuando toda la documentación sostiene que la población precolombina de la zona era toda tehuelche. Dicho no sólo por exploradores españoles y portugueses sino por aventureros, viajeros y agentes de la Corona Inglesa. ¿Por qué?

Tuvimos años de paz, crecimiento en riqueza, población, cultura, hasta que nuevamente, potencias extranjeras se entrometieron para debilitarnos. Y no hay mejor forma de extenuar y menguar a un pueblo que generar conmoción interior. Con ese espíritu debemos evaluar los hechos de la década del ’70, los cuales derivaron en un gigantesco endeudamiento con Martínez de Hoz, grillete que tenemos hasta hoy.

Hay que recuperar el país, darle paz y estabilidad al pueblo y sacarnos la deuda externa de encima.

Esperemos que quien asuma en diciembre nos deje algo de país (o al menos un país íntegro territorialmente) en el 2029.

Un abrazo, querido lector.

 

* Licenciada de Economía (UBA), Master en Finanzas (UCEMA), Posgrado Agronegocios, Agronomía (UBA).

 

Notas

[*] Qué se va a poder comprar con lo que se cobre = cuál va a ser el “poder de compra”.

[**] Por esta razón (el dólar subvaluado) es que se redujo la superficie plantada de arándanos, se han talado limoneros en Tucumán y la superficie plantada con cerezos en Los Antiguos crece a velocidad de caracol.

[***] El cluster manicero exportó en 2022 U$D 1.000.000.000.000. Esto es, el BCRA le robó a todos los productores, contratistas, transportistas, peones, del maní la suma de U$D 500 millones. Lo digo en criollo: les chorearon 500 palos verdes y aquí no pasó nada. No corre sangre por las calles, no sucede como en Brasil que aparece un funcionario muerto en la bañera, nada. Así que lo van a seguir haciendo.

[****] Ustedes deberían haber visto las audiencias de la comisión de agricultura de Diputados (Diputados TV) donde los productores tímidamente balbuceaban que tenían “un problema” con el tipo de cambio.

 

Lecturas relacionadas

Equilibrio inestable

http://restaurarg.blogspot.com/2019/12/2020.html

Más de lo mismo

http://restaurarg.blogspot.com/2020/08/mas-de-lo-mismo.html

 

Artículo publicado el 24/06/2023 en Restaurar, http://restaurarg.blogspot.com/2023/06/orden-divino-tesoro.html.

CENSURA KIRCHNERISTA PARA SEGUIR MINTIENDO EL PASADO, CONTROLAR EL PRESENTE Y DOMINAR EL FUTURO

Ariel Corbat

«La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro.

Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados».

George Orwell, 1984.

 

Por aquello de que no se puede engañar a todos todo el tiempo, cuando los kirchneristas, que construyeron poder a base de mentiras, se sienten debilitados inexorablemente intentan usar la fuerza coercitiva del Estado para censurar verdades.

Es el mecanismo que utilizaron a comienzos de 2017, pleno interregno macrista, llevando a la Legislatura Bonaerense un proyecto para obligar a mentir 30.000 desaparecidos. Proyecto del Frente Para la Victoria que fue hecho Ley 14.910 con voto del bloque cambiemita que con la sola excepción de Guillermo Castello alzó las manos tal como lo había ordenado la gobernadora María Eugenia Vidal.

Saben los kirchneristas que su poder depende de sostener la mentira de los 30.000 desaparecidos, piedra fundacional de su relato y manto útil para cubrir la más descarada corrupción que ha padecido la República Argentina. Y saben también que progres como Vidal y sus levantamanos son lo suficientemente idiotas como para aceptar las mentiras kirchneristas como verdades dogmáticas, porque la sola idea de que los puedan llamar “fachos” les causa estupor.

Tenían entonces miedo de no volver al gobierno, porque en el 2015 se votó para que no vuelvan jamás, tal como podría ser que se vote en este 2023. Y no fue casualidad que a partir de la fecha de sanción de esa ley, 23 de Marzo de 2017, el kirchnerismo y el resto de la izquierda exacerbaran su activismo con la abierta intención de impedir que el Presidente Mauricio Macri completara su mandato.

Y es que con su mentira fundacional resguardada por los mismos que habían prometido terminar con el kirchnerismo y el curro de los derechos humanos, tenían claro que iban a volver; por militancia propia y por la traición cambiemita a sus votantes. Gobernó Cambiemos tratando de congraciarse con quienes nunca les iban a apoyar, haciendo kirchnerismo de buenos modales, lo que no podía terminar bien en ningún escenario. Se desperdició así una oportunidad histórica que tal vez no se repita.

Los cuatro años de Alberto de la Fernández haciendo de Presidente en la tercera presidencia de Cristina Fernández salieron tan mal para el kirchnerismo que llevan como candidato a Sergio Massa y vuelven los cambiemitas a tener la chance de acceder al gobierno.

Por eso vuelve el kirchnerismo, esta vez anticipándose a la pérdida del poder, a intentar blindar ya no solamente su mentira fundacional, sino su relato todo. Cuentan para ello con las bancas propias y las de aquellos cambiemitas más preocupados por consensuar con el kirchnerismo que por combatirlo, porque “superar la grieta” y toda esa sarasa. Y uno podría suponer que serían esos los afines a Horacio Rodríguez Larreta, pero no cabe descartar a muchos de los afines a Patricia Bullrich.

En efecto, la mecánica se repite. El lunes 26 de Junio el gobierno hizo la presentación del avión Skyvan PA-51 que se habría utilizado en los llamados “vuelos de la muerte”, una exhibición de derroche de dinero público para sostener una memoria parcializada. Encabezaba el acto, sentada junto a Sergio Massa, ese al que definía como un “hijo de puta”, una Cristina Fernández aún en el poder pero con serias dudas sobre su futuro dejó caer, como al pasar aunque cumpliendo parte de un plan sincronizado, que: “Resulta increíble que algo que es reconocido como una tragedia de la humanidad en todo el mundo haya gente de nuestro país que lo niega”.

Horas después, el 28 de Junio, la diputada nacional por Jujuy Carolina Moises, del Frente de Todos, presentó un proyecto de ley para penar el “negacionismo” basado en otro que ella misma presentó dos años atrás. Según Moises “Es inaceptable seguir siendo testigos de cómo se tergiversa nuestro pasado común negando las evidencias. El Estado debe velar ayer, hoy y siempre por nuestra verdad histórica”.

Curiosa frase la de la diputada porque está destinada a proteger las mentiras sobre los años de plomo que el kirchnerismo pretende hacer pasar por verdades dogmáticas contra toda evidencia.

Este afán kirchnerista por blindar sus mentiras para imponer su relato, debe recordarnos las enseñanzas de George Orwell en su novela «1984»: porque si aceptamos que 2+2 no es igual a 4, sino lo que el partido devenido gobierno y Estado nos diga que es, entonces ya no tendremos ninguna libertad, ni siquiera la libertad de pensar.

Por ello es necesario alzar la voz en defensa de la Libertad que es, entre tantas otras cosas, la capacidad de preservar la racionalidad frente al fanatismo de los adoctrinados y no resignar bajo ninguna circunstancias que 2+2=4.

El relato del kirchnerismo sobre los años de plomo, en tanto omite groseramente los crímenes del terrorismo castrista, sólo puede sostenerse desde la ignorancia fomentada por el uso faccioso de los recursos del Estado. Es, literalmente, un relato para idiotas.

Los años de plomo no fueron para nada agradables. Y justamente por eso deberíamos preocuparnos por mantener una memoria cierta, de las que apoyan los documentos y testimonios reales de la época que dan cuenta de una guerra revolucionaria, guerra contrasubversiva, guerra sucia o como quieran llamarla pero siempre guerra. Negar la existencia de la guerra es mantener abierta la posibilidad de repetirla.

Después de los juicios a las juntas militares y las cúpulas de las organizaciones terroristas, el Presidente Carlos Menem promovió un proceso de pacificación que aspiraba a superar el pasado. Sin embargo las minorías hiperactivas de izquierda, afines al terrorismo castrista, aprovechando los coletazos de la profunda crisis del 2001 encontraron en el kirchnerismo el vehículo para romper ese contexto superador del pasado bajo el afán revanchista por la guerra perdida.

La izquierda castrista quería venganza, y el kirchnerismo se la ofreció al alzar la bandera de los derechos humanos como franquicia para encubrir sus negociados (desde la vocación por apropiarse de fondos públicos y abalanzarse en éxtasis sobre cajas fuertes), estrategia bien definida por Jorge Asís como “roban pero encarcelan”.

Son los contextos los que definen el significado de los actos, y en este contexto de daño institucional, degradación cultural y miseria intelectual que ahonda deliberadamente el régimen kirchnerista, cualquiera que se preste al afirmacionismo de la mentira, al falseamiento histórico y al negacionismo del ataque marxista contra la Nación Argentina, colabora con el enemigo y traiciona a la Patria.

Y ninguna ley podrá callarme, seguiré diciendo estas cosas que puedo fundamentar en hechos documentados y en documentos indubitables. Ninguna ley puede obligarme a ser un afirmacionista de la mentira. Porque si “negacionista” es defender la verdad entonces llevaré el título con altivez.

No hay ninguna ley mordaza que vaya a impedirme seguir explicando esa parte trágica de la historia argentina en la que, para desgracia de todos, se mantiene al país empantanado de pasado.

La guerra revolucionaria declarada por las organizaciones terroristas dirigidas desde Cuba, no fue una guerra convencional, de cara a cara, con ejércitos a bandera desplegada como se combatió en Malvinas.

Fue lo que son las guerras revolucionarias: mugre y clandestinidad.

El terrorismo castrista desplegó su ofensiva con ataques solapados tras infiltrar distintos ámbitos de la sociedad, hasta en hogares familiares poniendo bombas debajo de las camas. Y su violencia traía un mensaje: “Somos más malos que ustedes. Ríndanse a nuestra voluntad”.

Pues bien, los argentinos no nos rendimos ante la agresión comunista, y nuestros soldados se adaptaron al escenario de guerra sucia que instaló el enemigo; para dejar bien en claro que podíamos ser más malos que ellos y sostener nuestro estilo de vida. Así se hizo lo necesario.

¿Errores, excesos y horrores? Por supuesto. No tiene propósito negarlos. Las guerras de Inteligencia, las que se libran desde la clandestinidad para definir la supremacía entre estilos de vida de convivencia imposible, se combaten sin piedad y sin reglas. Porque la única regla es no perder.

¿Cometimos crímenes? Sí. Para no cometer el mayor de los crímenes: que terroristas como Firmenich o Santucho se salieran con la suya y a precio de matar un millón de argentinos nos impusieran otra dictadura con pretensión de eternidad a imagen y semejanza de la de Cuba (que sigue siendo hoy día la misma dictadura que lanzó contra nosotros sus organizaciones terroristas).

Se pueden cuestionar los métodos, obviamente que sí, pero no al extremo de ser funcional al enemigo. En tal sentido, incluso disertando en ámbitos como el Círculo Militar he formulado severas críticas a determinadas conductas implementadas durante la guerra, pero nunca olvido el contexto criminal propio de la época, presente en los míos y en los otros, tal como lo manifesté hace largos años en la entrevista que recuerda este fragmento de video:

Entonces, ¿somos criminales los argentinos por haber eliminado terroristas? No. ¿Debemos sentir alguna culpa por los terroristas neutralizados? Ninguna. Que los lloren en Cuba.

Veamos ahora la cuestión de los desaparecidos como táctica de guerra.

Téngase presente que antes del golpe de Estado de 1976, en el interregno “democrático” del peronismo, los terroristas que estaban presos conforme a Derecho fueron amnistiados y que esa amnistía sólo sirvió para que sintiéndose con mayor impunidad retomaran la lucha armada.

Las organizaciones terroristas que operaban en Argentina eran de una dimensión mucho mayor que las Brigadas Rojas, y si Italia las pudo combatir con la ley en la mano fue porque no tenían ni el despliegue ni el grado de infiltración de Montoneros y ERP. Aquí además del terrorismo urbano, las organizaciones castristas atacaron cuarteles y coparon ciudades, por sólo señalar dos tipos de acciones que definen un estado de guerra.

Muchas veces se pretende poner el caso italiano como ejemplo de lo que debió hacerse, pero es una comparación que carece de todo realismo.

En los setenta, la información circulaba a mucho menos velocidad que hoy, eso era determinante para que capturado un enemigo se tuviera tiempo de sacarle información y golpear por sorpresa a su organización. Lo cual no hubiera ocurrido de iniciarse un proceso penal. Cosa que sólo hubiera traído aparejada mayores vulnerabilidades para las fuerzas del Estado argentino, pues cabe recordar que al Juez Quiroga lo mataron los terroristas por haber dictado sentencia contra ellos en procesos legales.

Y subrayo este punto, porque a pesar del evidente prevaricato con que los militares han sido condenados por combatir y vencer al terrorismo castrista nunca mataron a ningún juez. Entre otras razones porque esos jueces, pueden serlo gracias a que los militares ganaron la guerra y con socrático patriotismo soportan las injusticias judiciales del revanchismo. El obsceno prevaricato de los jueces que condenan militares es también un acto de alevosa hipocresía, porque si pueden jugar a ser jueces sólo es gracias a que los militares ganaron la guerra. De ganar Firmenich o Santucho no se hubieran atrevido a juzgar a los vencedores, ni se los hubieran permitido.

Luego, en el fragor de la guerra, a más de capturar, interrogar (bajo tortura, sí) e ir desmantelando células enemigas en sucesivos operativos, había que devolver la gentileza del miedo: que sintieran los terroristas la incertidumbre de no conocer la suerte de sus combatientes.

Y es que la guerra revolucionaria, en su total falta de convención, tiene un rasgo psicológico más fuerte que en otros conflictos; es una guerra de crueldad y miedo contra miedo. Por lo que la derrota de cualquier bando queda sellada cuando en lugar de causar miedo, tiembla de miedo. Y los terroristas temblaron.

Cuando una organización de tipo militar no tiene certeza sobre la disposición de sus tropas, ni puede determinar si sus faltantes han sido capturados, están muertos o desertaron, se produce el desbande. Ante ese desbande, Montoneros intentó la locura de una contraofensiva idiota en la que, como si la consigna hubiera sido “animémonos y vayan”, no se arriesgó ningún jefe.

¿Qué esperaban los terroristas que mataron a militares y sus hijos en sus casas o en las puertas de sus casas? ¿Qué una vez capturados se les iba a ofrecer un café con medialunas y otra amnistía?

No iba a pasar. Por lo que cayó encima de los subversivos castristas todo el odio que generaron con su proceder artero.

Es un estribillo común de la prédica izquierdista de posguerra decir que aquí no hubo guerra sino genocidio y que la apropiación de hijos de terroristas fue una práctica aberrante. Pues bien, al respecto es preciso contestar con toda claridad: cada uno de los llamados «nietos recuperados» demuestra dos cosas.

Primero demuestra el sentido humanitario de quienes adoptaron como propios a los hijos de terroristas (terroristas que, dicho sea de paso, eran horribles padres y solían usar a su prole como escudo humano). Supusieron los militares que de esa forma se evitaría que crecieran odiando como odiaban sus padres.

Segundo demuestra la inexistencia del tal mentado genocidio: los nazis no preservaban vidas de bebés judíos, ni los turcos a los armenios, ni los hutus a los tutsi.

Ese rasgo humanitario de los militares argentinos, en el marco de una guerra sin ningún tipo de convenciones, confirma que su objetivo no era exterminar personas sino aniquilar el accionar terrorista. Es el mismo motivo por el que pulula tanto “sobreviviente”.

Más aún, los militares argentinos impidieron el genocidio que sí planificaba el terrorista castrista Roberto Santucho, jefe del ERP, quien calculaba tener que matar a un millón de argentinos para imponer el “socialismo”. Sí, leyó bien, Santucho dejó por escrito su pretensión de matar a un millón de argentinos.

Por esa misma razón es una completa aberración la recurrente e interesada búsqueda de equiparar los desaparecidos con los muertos del nazismo. Es ofensivo igualar víctimas exterminadas en razón de lo que eran y con total prescindencia de cual fuera su conducta,  con aquellos que en el marco de una guerra revolucionaria que ellos mismos declararon fueron muertos por ser integrantes de organizaciones terroristas que no tenían ningún prurito en matar inocentes.

Nada de esto se dice en el relato oficial impuesto sobre los años de plomo, es algo que la imposición cultural de la “corrección política” impide manifestar, porque con “el diario del lunes” se ha olvidado la realidad del domingo. Las teorías sobre la posibilidad de haber lidiado con los terroristas aplicando algún otro criterio, meramente policial y por ende ajustado estrictamente a la ley penal, olvidan que Argentina no era Suiza. Ese pequeñito detalle no puede pasarse por alto sin una hipocresía descomunal, como la que campea desde hace décadas en Argentina.

Una vez más expreso mi agradecimiento a quienes combatieron y vencieron al terrorismo castrista impidiendo que nos arrebataran Patria y Libertad.

Un país que condena implacable e impiadosamente a sus defensores entrega su futuro al enemigo. Es lo que hizo Argentina para hundirse en la decadencia a la vista de todos. Brego entonces por la libertad de Alfredo Astiz y todos los vencedores de la guerra contra el terrorismo castrista que, prevaricato mediante, se encuentran prisioneros.

Y afirmo: No fueron 30.000, no fue genocidio, fue guerra.

No acato ni acataré, por inconstitucional, ninguna ley que pretenda hacerme decir que 2+2 no son 4.

 

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,

un liberal que no habla de economía.

 

Artículo publicado el 29/06/2023 en La Pluma de Derecha, https://plumaderecha.blogspot.com/2023/06/censura-kirchnerista-para-seguir.html