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TARDE Y MAL, COMO DE COSTUMBRE

F. Javier Blasco*

La Comunidad Internacional (CI) y todos los organismos que la integran, viven, moran o pululan en su entorno son un cumulo de “buenos y grandes propósitos” pero excesivamente lentas o improductivas en sus resoluciones. Resoluciones o decisiones que muchas veces llegan tarde, resultan ineficaces, demasiado descafeinadas o inservibles para paliar los efectos del problema que las suscitó.

De entre todos ellos y dejando a un lado a la ONU, que se lleva el primer premio en ineficacia, destaca la UE; esa costosísima y mastodóntica organización en la que están basadas tantas ilusiones y esperanzas aunque sigue sin cambiar sus ritmos o el guion para decidirse a intervenir con eficacia y rotundidad en lugares o momentos decisivos.

Tradicionalmente, aunque casi siempre a trancas y barrancas, sigue placida y tranquilamente los pasos marcados por el Tío Sam y suele llegar no solo tarde, sino también mal allí donde se esperaba una mayor rapidez o enérgica decisión en asuntos que son propios por afectar a sus intereses, de su incumbencia según sus estatutos, heredados del devenir de las cosas o salpicados por circunstancias vecinas o cercanas.

Se llegó tarde a impedir el vergonzoso Brexit y sus consecuencias tan terribles para tiros y troyanos; no se ha manejado bien ninguna de las sucesivas crisis económicas al introducir peligrosos cambios de criterio; es patente su indecisión con Suramérica o África o ante las crisis de refugiados y la pandemia del coronavirus mostró no solo grandes deficiencias en materia sanitaria, sino en coordinación, cooperación y economía de esfuerzos, así como en la protección de sus gentes y fronteras.

En materia político democrática, bandera que saca y ondea al viento en cualquier ocasión o motivo, dejamos mucho que desear; la ordenes europeas de detención no se aplican entre sus miembros; algunos países como Hungría y Polonia han venido haciendo de su capa un sallo en materia de control de los órganos de la administración de justicia y en su forma de cubrirlos sin que, durante mucho tiempo, se tomaran medidas coercitivas contra ellos. Hecho éste que ha sido vergonzosamente copiado por España, a la que, de momento y mucho me temo que, de forma definitiva, tan solo se le han dirigido unas pequeñas ‘reprimendas’ en formato de recomendaciones a pesar de haber llevado a cabo acciones de dudoso pelaje democrático y muy intrusivas en el sistema de funcionamiento y cobertura democrática de cargos de sus elementos fundamentales.

Asistimos con autentico pavor a los debates sobre seguridad y defensa con los que llevamos años analizando el sexo de los ángeles y cuál sería la posición más conveniente para ser tomados en serio internacionalmente o pudiéramos dotarnos de una posibilidad de intervención o defensa más que suficiente que nos diera consistencia y aumentara nuestra sensación de seguridad basada en capacidades propias y no ser tan dependientes de una dubitativa OTAN que siempre camina de la mano de EEUU sobre un delicado hilo de alambre que, cualquier día, se puede romper.

Llevamos casi un año con la guerra en Ucrania llamando a nuestras puertas y somos incapaces de tomar una acción conjunta lo suficientemente seria a pesar de que dicho conflicto afecta de lleno a nuestros vecinos, las propias fuentes de energía y las soluciones ante las amenazas rusas.

Los ucranios, con su presidente Zelenski a la cabeza, tras ciertas escaramuzas o reacciones de diversas consecuencias, han aprendido la lección de que solo con trajes de invierno, un gran coraje y mucho amor a su tierra, no se puede hacer frente a un mastodonte como es Rusia en manos de un lunático, a quien no le importa sacrificar a miles de sus hombres, la propia economía e invertir lo que sea necesario en armamento con tal de ver satisfecho su ego.

En este contexto y como la ayuda militar exterior había decrecido mucho salvo por parte de EEUU, ha aparecido sobre el tablero la necesidad de que la CI le dote de carros de combate más modernos, potentes y eficaces tipo: Leopard (alemán), Abrams A1 (norteamericano) o el Challenger 2 (británico) entre otros, para hacer frente sin paliativos a la dura contraofensiva que esperan para esta primavera.

Tras muchos dimes y diretes, el presidente Biden decidió recientemente mandar 31 carros de combate (número equivalente a un Batallón de carros ucranio) y presionar a su colega alemán a que haga un gesto similar y que, además, permita a países europeos (Polonia y la República Checa entre otros) —que cuentan en sus dotaciones con dicho carro del mismo o anteriores modelos— a mandar estos sin las restricciones contractuales de su empleo fuera del territorio europeo.

Anteayer, se tomó la decisión al respecto y Alemania dotará con una Compañía de dichos carros a Ucrania (unos 12) y los polacos y los checos se aprestan a donar un número indeterminado lo antes posible, así como el Reino Unido ha marcado una fecha muy próxima para que lleguen sus carros. Incluso Marruecos, que no tiene nada que ver en este entierro, ya ha mandado unos 20 carros T-72 recientemente modernizados y sin tanta alaraca.

España y nuestro presidente, especialista en márquetin y en vender humo, ante la precipitación de las decisiones de los demás y por no quedarse atrás —como venía haciendo tal y como se demostró al no acudir y menospreciar la cumbre de Ramstein el pasado día 20 donde se discutieron los apoyos internacionales a prestar— a pesar de la oposición de una parte del gobierno y de los partidos que le sustentan en el cargo, cambió sus reiteradas negativas y justificaciones de obsolencia e inoperatividad de la mayoría de nuestras existencias de ese tipo, a anunciar un apoyo, indefinido en todos los aspectos como el modelo (hay varios), cantidad, recuperación de su operatividad, plazos de entrega, piezas de repuesto, entrenamiento de tripulaciones y personal de mantenimiento.

Está claro que estos movimientos políticos solo suponen una venta de humo, agitar el adormecido público, mostrase dispuesto a cambiar de imagen y no quedarse en el pelotón de cola; cosa que mucho me temo, será así finalmente, porque tanta palabrería y gestos huecos mostrando giros bruscos de opinión, no gustan nada a nadie y menos a nuestros aliados.  

En cualquier caso, las sofisticadas máquinas de guerra actuales no son sencillos juguetes que se arrancan y se sale al campo con ellos sin realizar previamente muchas semanas de adiestramiento, su mantenimiento es difícil y sofisticado y las piezas de repuesto no suelen ser compatibles.

Mezclar tantos modelos en un mismo cesto en manos inexpertas puede suponer que se queden todos fuera de servicio en poco tiempo, salvo que se les adiestre adecuadamente y se mantenga in situ un apoyo en mantenimiento más que adecuado, como exigen los tiempos de guerra; elementos que justifican la exigencia de Zelenski para que los apoyos se centraran en los Leopard, el mejor carro actual.

Mucho me temo que toda esta parafernalia, exigirá demasiados esfuerzos extras y mucho tiempo; tiempo, que no dispone Ucrania, y no será más que otro brindis al sol de la CI para acallar sus insanas conciencias y que algunos políticos, muy cercanos a nosotros, han visto una gran oportunidad en mejorar su imagen personal al cambiar de opinión de forma súbita.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

 

EN LOS ORÍGENES DEL CONFLICTO RUSO-UCRANIANO: 2010-2014

Giancarlo Elia Valori*

Kiev, 2014. Manifestantes antigobierno protegen en la plaza de la Independencia, conocida como Maidan. Fotografía De Brendan Hoffman.

Ucrania fue gobernada de 2010 a 2014 por el presidente Viktor Fёdorovič Janukovič y sus partidarios de la región de Donetsk en el este del país. Maniobró entre la UE y Rusia en busca de beneficios políticos. Guiado por consideraciones de urgencia interna, Janukovič ayudó a crear esperanza entre la población para un acuerdo con la UE, para el cual trabajaría. Sin embargo, el presidente ucraniano no obtuvo garantías de la UE de una ayuda financiera sustancial para compensar el daño que sufriría la industria ucraniana como resultado del acercamiento económico con la UE. En vísperas de las elecciones presidenciales, que debían celebrarse a principios de 2015, el tema se volvió vital.

Al mismo tiempo, Janukovič tuvo que tener en cuenta la presión de Rusia. Rusia mostró primero a Ucrania —en forma de barreras comerciales— las pérdidas resultantes de elegir la UE en lugar de Rusia, y luego —en forma de paquete de ayuda— las ventajas de elegir a Rusia. Como resultado, en noviembre de 2013, Yanukovich suspendió inesperadamente el proceso de firma de un acuerdo de asociación política y económica con la UE. A cambio, recibió generosa ayuda financiera y económica y asistencia de Putin en diciembre.

La decisión tomada en noviembre de 2013 provocó protestas masivas en el centro de Kiev, que casi de inmediato se convirtieron en un enfrentamiento constante en Majdan Nezaležnosti,- Plaza de la Independencia, la plaza central de Kiev, la capital de Ucrania. La mayoría de los manifestantes eran personas comunes que vivían en la pobreza y estaban profundamente afectados por la corrupción desenfrenada en el aparato estatal, en el que también estaba involucrada la familia Janukovič. Para esos ciudadanos, la asociación con la UE parecía una forma de salir de la situación en ese momento y cuando la puerta de Europa se cerró fue un shock para esas personas.

A la protesta civil, conocida como Majdan, se unieron grupos nacionalistas de derecha y pronazis, principalmente del oeste de Ucrania. Según ellos, Janukovič, originario del este, trató de “fusionar” Ucrania con Rusia mediante el engaño, un movimiento al que muchos occidentales eran abiertamente hostiles. Finalmente, las protestas del Majdan fueron apoyadas y financiadas por clanes oligárquicos ucranianos, enojados por el hecho de que Janukovič y sus aliados en Donetsk, habiendo tomado un poder significativo, estaban expandiendo agresivamente sus imperios comerciales a expensas de otros oligarcas. Para ellos, Majdan era un medio para obtener elecciones presidenciales anticipadas y derrocar a Janukovič.

Los acontecimientos en Ucrania no fueron inicialmente el centro de atención de la Administración Presidencial de los Estados Unidos, que se ocupó principalmente de: la situación en el Cercano Oriente y Oriente Medio y Asia oriental; el programa nuclear iraní; la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán; y las relaciones con la República Popular China. Sin embargo, tanto por razones geopolíticas como ideológicas, Estados Unidos había apoyado durante mucho tiempo el movimiento pro-occidental en Ucrania y desconfiaba de los planes del Kremlin para la integración euroasiática. Para evitar que Ucrania entrara en la esfera de influencia rusa, Estados Unidos brindó asistencia a los líderes de la oposición occidental de derecha y alentó abiertamente sus esfuerzos.

A mediados de febrero de 2014, el conflicto en el centro de Kiev se intensificó con renovado vigor y se convirtió en enfrentamientos, lo que llevó a una conclusión predeterminada por terceros. Al principio, parecía que Janukovič había decidido superar el estancamiento dispersando por la fuerza al Majdan, que en ese momento se había convertido en un grupo militante serio, creado sobre la base de la organización nacionalista Pravyj Sektor (el Sector Derecho: un partido político ucraniano de extrema derecha y organización paramilitar). El presidente de Ucrania, sin embargo, detuvo la ofensiva policial y comenzó un diálogo con los líderes de la oposición, que pronto se convirtió en negociaciones sobre concesiones por parte de su gobierno, pero terminó el 21 de febrero de 2014 con la rendición real del presidente. El acuerdo correspondiente entre las autoridades ucranianas y los líderes de la oposición fue “firmado” por los ministros de Asuntos Exteriores de los países de la UE, a saber, Francia, Alemania y Polonia. Pero inmediatamente después de la firma ese documento fue rechazado por el Majdan: sus miembros más radicales exigieron la renuncia inmediata del presidente. Janukovič huyó de Kiev, la policía desapareció de las calles y los alborotadores del Majdan pudieron celebrar su victoria.

Tales eventos trágicos fueron muy dolorosos para Rusia. Desde el punto de vista de Rusia, Ucrania ha sido un socio débil, frágil y a menudo poco confiable durante veinte años, y creaba problemas para el tránsito de productos del gigante energético ruso Gazprom a Europa (como los italianos nos dimos cuenta y comprobamos hace años). Al mismo tiempo, Ucrania comenzó a transformarse en un Estado dirigido por una coalición de élites prooccidentales y nacionalistas profascistas y antisemitas antirrusos. Según el Kremlin, ese cambio estuvo plagado de dos amenazas: la opresión de la lengua, la cultura y la identidad rusas en Ucrania y la adhesión del país a la OTAN. Putin reaccionó de inmediato: con toda probabilidad, puso en marcha los planes ya desarrollados por Rusia en caso de que Kiev tomara el camino hacia la membresía en la OTAN. Una actitud de la que los servicios de inteligencia estadounidenses ya eran conscientes.

Determinada y caracterizada por la proximidad geográfica, la política rusa hacia Ucrania ganó impulso de inmediato. El principal objetivo de Rusia era evitar que Ucrania se uniera a la OTAN e, idealmente, reorientarla a favor del proyecto de integración euroasiática, cuyo elemento clave era la reunificación del llamado “mundo ruso”. Como parte de ese nuevo “curso proactivo”, Rusia se fijó dos objetivos.

La primera tarea fue proteger Crimea del nuevo régimen. Ese objetivo se logró aislando físicamente la península de Ucrania continental y neutralizando a las tropas ucranianas en Crimea con fuerzas especiales rusas y ayudando a los elementos prorrusos a establecer el control sobre el gobierno local, el Parlamento y las agencias de aplicación de la ley. Rusia alentó un referéndum sobre el estatus de Crimea y lanzó una campaña de propaganda masiva a favor de su reunificación con Rusia. La votación se celebró el 16 de marzo de 2014, con una amplia mayoría a favor de la reunificación. Dos días después, se firmó un acuerdo en Moscú sobre la inclusión de Crimea y Sebastopol en la Federación Rusa. Sebastopol es una ciudad en el territorio en disputa de Crimea con una mayoría de habla rusa. Es reconocida internacionalmente como parte de Ucrania, que la considera una ciudad con un estatus especial, pero en realidad es una ciudad federal de Rusia.

La segunda tarea era la federalización de Ucrania, que impediría la sumisión completa del país a Kiev, haciendo así técnicamente imposible cualquier paso hacia la membresía en la OTAN. El 1° de marzo de 2014, Putin solicitó autorización al Consejo de la Federación para usar tropas rusas en el territorio de Ucrania y la recibió. Las tropas rusas comenzaron a realizar ejercicios en la frontera ucraniana, demostrando así su disposición para una invasión, pero la frontera no se cruzó. El Kremlin presionó al nuevo gobierno en Kiev, impidió que Estados Unidos y la UE intervinieran elevando drásticamente las apuestas y alentó a los aliados políticos de Rusia en las regiones de habla rusa de Ucrania.

Foto: Sputnik / Andrei Stenin.

En el sur y el este de Ucrania, donde la población de habla rusa era la mayoría, comenzaron las manifestaciones masivas exigiendo autonomía regional y estatus oficial para el idioma ruso. Después de las manifestaciones, grupos de milicias organizadas comenzaron a ocupar edificios administrativos y tomar el control de la ciudad. En las regiones de Donetsk y Lugansk, los grupos de milicias celebraron referendos regionales a principios de mayo de 2014 y anunciaron la creación de repúblicas independientes de Kiev. Rusia no ocultó su apoyo a los separatistas, pero se abstuvo de reconocer a las repúblicas y enviar tropas rusas para protegerlas.

Rusia, sin embargo, no logró despertar a todo el sureste de Ucrania para resistir a Kiev. La esperanza de que Novorossiya, predominantemente de habla rusa, que constituía todo el sureste, se separaría de las autoridades que habían defenestrado a Janukovič y creara una federación no se materializó. Las ciudades más importantes —Dnepropetrovsk, Kharkov, Kherson, Nikolaev, Odessa y Zaporozhye— permanecieron bajo el control de Kiev. El gobierno interino de Ucrania también lanzó una «operación antiterrorista» en las regiones de Donetsk y Lugansk, que resultó en bajas significativas en ambos lados y una crisis humanitaria, pero no condujo a la intervención militar rusa.

Rusia no reconoció la legitimidad del gobierno respaldado por Majdan, aunque no rechazó el contacto con sus representantes. Estados Unidos, por otro lado, brindó apoyo político a Kiev con amplia publicidad, como lo demuestran las visitas a la capital ucraniana del entonces vicepresidente Joe Biden (2009-2017), el secretario de Estado John Kerry (2012-2017), el director de la CIA John Brennan (2013-2017) y muchos otros altos funcionarios estadounidenses. Los medios rusos afirmaron que era Estados Unidos quien dirigía las acciones de las autoridades ucranianas.

Rusia tomó una serie de medidas diplomáticas para resolver la crisis en Ucrania y lograr sus objetivos. Sin embargo, la “diplomacia telefónica” entre los presidentes de Rusia y Estados Unidos, así como los contactos entre el ministro de Relaciones Exteriores Sergei Viktorovič Lavrov y el secretario de Estado John Kerry, no produjeron resultados. La Declaración de Ginebra de 17 de abril de 2014 y la hoja de ruta publicada por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) el 8 de mayo de 2014 quedaron en el papel. En cambio, se prestó más atención al envío de tropas rusas a la frontera ucraniana para ejercicios en lo que parecían ser preparativos para una invasión. Se suponía que la presencia de las tropas disuadiría a Kiev de tomar medidas duras contra sus oponentes y demostraría la determinación de Rusia de defender sus intereses.

El 25 de mayo de 2014, las elecciones presidenciales anticipadas se celebraron con éxito en Ucrania, que culminaron con la victoria indiscutible de Petro Porošenko (2014-19), un oligarca y uno de los principales patrocinadores del Majdan. Los radicales, como el partido anteriormente dirigido por Janukovič, no recibieron un apoyo significativo. Era imposible ignorar la elección de decenas de millones de ucranianos y Putin decidió reanudar los contactos con Kiev al más alto nivel. El Kremlin, donde Porošenko era bien conocido, se estaba preparando para interactuar con las élites ucranianas nuevamente, pero bajo nuevas condiciones.

En cuestión de semanas, las medidas tomadas en respuesta a las acciones de Rusia cambiaron radicalmente la naturaleza de la relación de los antiguos adversarios de la Guerra Fría. La política de Rusia causó una reacción extremadamente negativa de los Estados Unidos y sus aliados. Rusia fue considerada un agresor y de hecho fue expulsada del G8, un grupo de grandes países industrializados que volvieron al formato del G7. La UE redujo los contactos con Rusia y la OTAN congeló la cooperación con Rusia. Los líderes occidentales pospusieron las cumbres bilaterales con Putin, aunque pronto se hicieron excepciones. En la Asamblea General de la ONU, durante la votación del referéndum en Crimea, cien Estados se negaron a reconocer el resultado, mientras que solo once países adoptaron la posición opuesta. Ante una condena casi unánime, la delegación rusa suspendió su participación en los trabajos de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. El proceso de adhesión de Rusia a la OCDE también se ralentizó. Muchas delegaciones occidentales se negaron a asistir a reuniones internacionales de alto nivel en Rusia, incluida la Conferencia de Seguridad anual en Moscú y el Foro Económico en San Petersburgo.

Estados Unidos, y más tarde sus aliados, impusieron sanciones a funcionarios y compañías rusas que cubren sectores enteros de la industria rusa. Su objetivo era infligir daños a Rusia que la obligaran a hacer concesiones sobre el tema ucraniano e idealmente condujeran a un cambio de régimen, es decir, derrocar a Putin mediante un “golpe de Estado” o un levantamiento popular. Las posteriores oleadas de sanciones, combinadas con el creciente aislamiento político de Rusia, condujeron inmediatamente a una fuerte caída en su mercado de valores, una fuga masiva de capitales y un mayor debilitamiento del rublo. Aunque las relaciones de Rusia con Europa en el sector energético eran demasiado importantes para muchos países de la UE, la tendencia hacia la diversificación de los suministros energéticos en el Viejo Mundo aumentó significativamente. Como resultado, se hizo más difícil para Rusia importar productos de alta tecnología.

En la esfera militar, Rusia comenzó a ser vista como un adversario de Occidente. La OTAN estaba intensificando una vez más sus esfuerzos para lograr su objetivo original de finales de la década de 1940, por ejemplo, “mantener a los rusos fuera”. El despliegue temporal de contingentes occidentales relativamente pequeños en Polonia, Rumania y los Estados bálticos podría convertirse en bases permanentes para las tropas de la OTAN, incluidas las tropas estadounidenses en la frontera oriental de la Alianza. El sistema de defensa antimisiles de la OTAN, actualmente desplegado en Europa, está abiertamente dirigido contra las fuerzas nucleares rusas. Estados neutrales, como Suecia y Finlandia, están considerando unirse a la OTAN y, si se toma esta decisión, serán aceptados con los brazos abiertos. Así, en la decisiva Cumbre de la OTAN en Gales en septiembre de 2014, la “nueva vieja cara” de la Alianza se presentó a Europa y Rusia.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

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KISSINGER Y LA SITUACIÓN ACTUAL CONSIDERANDO EL DESARROLLO DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y LA CRISIS UCRANIANA

Giancarlo Elia Valori*

Kissinger ha publicado recientemente algunas reflexiones sobre el curso de la política mundial en las últimas décadas, con referencias al regreso de los conflictos del siglo XX sacados a la luz por el desarrollo de nuevas armas y escenarios estratégicos mediados por la Inteligencia Artificial. Kissinger también se ha referido a la situación en Ucrania y los equilibrios entre Estados Unidos, Rusia y China.

Kissinger ha declarado que la comunicación instantánea y la revolución tecnológica se han combinado para proporcionar un nuevo significado y urgencia a dos cuestiones cruciales que los líderes deben abordar:

1) ¿Qué es esencial para la seguridad nacional?

2) ¿Qué es necesario para la coexistencia internacional pacífica?

Aunque existía una plétora de imperios, las aspiraciones de orden mundial estaban confinadas por la geografía y la tecnología a regiones específicas. Esto también fue cierto para los imperios romano y chino, que abarcaban una amplia gama de sociedades y culturas. Estos fueron órdenes regionales que coevolucionaron como órdenes mundiales.

Desde el siglo XVI en adelante, el desarrollo de la tecnología, la medicina y la organización económica y política amplió la capacidad de Europa para proyectar su poder y sistemas de gobierno en todo el mundo. Desde mediados del siglo XVII, el sistema de Westfalia se basó en el respeto de la soberanía y el derecho internacional. Más tarde, ese sistema se arraigó en todo el mundo y después del fin del colonialismo tradicional condujo a la aparición de Estados que, en gran parte abandonados formalmente por las antiguas patrias, insistieron en definir, e incluso desafiar, las reglas del orden mundial establecido, al menos los países que realmente se libraron de la dominación imperialista, como la República Popular China. la República Popular Democrática de Corea, etc.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad ha vivido en un delicado equilibrio entre seguridad relativa y legitimidad. En ningún período anterior de la historia las consecuencias de un error en este equilibrio habrían sido más graves o catastróficas. La era contemporánea ha introducido un nivel de destructividad que potencialmente permite a la humanidad autodestruirse. Los sistemas avanzados de destrucción mutua tenían como objetivo no perseguir la victoria final, sino más bien prevenir el ataque de otros.

Esta es la razón por la cual poco después de la tragedia nuclear japonesa de 1945, el despliegue de armas nucleares comenzó a ser incalculable, sin restricciones por las consecuencias y basado en la certeza de los sistemas de seguridad. Durante setenta y seis años (1946-2022), mientras que las armas avanzadas crecieron en poder, complejidad y precisión, ningún país fue convencido de usarlas realmente, incluso en conflicto con países no nucleares. Tanto los Estados Unidos de América como la Unión Soviética que aceptaron la derrota a manos de países no nucleares sin recurrir a sus propias armas más letales: como en el caso de la Guerra de Corea, Vietnam, Afganistán (tanto los soviéticos como los estadounidenses en ese caso).

Hasta el día de hoy, esos dilemas nucleares no han desaparecido, sino que han cambiado a medida que más Estados han desarrollado armas más refinadas que la «bomba nuclear» y la distribución esencialmente bipolar de las capacidades destructivas de la antigua Guerra Fría ha sido reemplazada por opciones de muy alta tecnología, un tema abordado en mis diversos artículos.

Las armas cibernéticas y las aplicaciones de inteligencia artificial (como los sistemas de armas autónomas) complican enormemente las peligrosas perspectivas de guerra actuales. A diferencia de las armas nucleares, las armas cibernéticas y la inteligencia artificial son ubicuas, relativamente baratas de desarrollar y fáciles de usar.

Las armas cibernéticas combinan la capacidad de impacto masivo con la capacidad de ocultar la atribución de ataques, lo cual es crucial cuando el atacante ya no es una referencia precisa sino que se convierte en una «prueba».

Como hemos señalado a menudo, la inteligencia artificial también puede superar la necesidad de operadores humanos y permitir que las armas se lancen en función de sus propios cálculos y su capacidad para elegir objetivos con una precisión y exactitud casi absolutas.

Debido a que el umbral para su uso es tan bajo y su capacidad destructiva tan grande, el uso de tales armas —o incluso su mera amenaza— puede convertir una crisis en una guerra o convertir una guerra limitada en una guerra nuclear a través de una escalada involuntaria o incontrolable. Para decirlo en términos simples, ya no habrá la necesidad de lanzar la «bomba» primero, ya que se degradaría a un arma de represalia contra posibles y no ciertos enemigos. Por el contrario, con la ayuda de la inteligencia artificial, terceros podrían asegurarse de que el primer ciberataque se atribuya a aquellos que nunca han atacado.

El impacto de esta tecnología hace que su aplicación sea un cataclismo, haciendo así que su uso sea tan limitado que se vuelva inmanejable. Todavía no se ha inventado ninguna diplomacia para amenazar explícitamente su uso sin el riesgo de una respuesta anticipada. Tanto es así que las Cumbres de control de armas parecen haber sido minimizadas por estas novedades incontrolables, que van desde ataques con drones sin marcar hasta ataques cibernéticos desde las profundidades de la red.

Los desarrollos tecnológicos están acompañados actualmente por una transformación política. Hoy asistimos al resurgimiento de la rivalidad entre las grandes potencias, amplificada por la difusión y el avance de tecnologías sorprendentes. Cuando a principios de la década de 1970 la República Popular China se embarcó en su reingreso en el sistema diplomático internacional por iniciativa de Zhou Enlai y, a fines de esa década, en su pleno reingreso en la arena internacional gracias a Deng Xiaoping, su potencial humano y económico era enorme, pero su tecnología y poder real eran relativamente limitados. Mientras tanto, las crecientes capacidades económicas y estratégicas de China han obligado a los Estados Unidos de América a enfrentarse, por primera vez en su historia, a un competidor geopolítico cuyos recursos son potencialmente comparables a los suyos.

Cada lado se ve a sí mismo como un unicum, pero de una manera diferente. Los Estados Unidos de América actúan partiendo del supuesto de que sus valores son universalmente aplicables y que con el tiempo se adoptarán en todas partes. La República Popular China, en cambio, espera que la singularidad de su civilización ultramilenaria y el impresionante salto económico hacia adelante inspiren a otros países a emularla para liberarse de la dominación imperialista y mostrar respeto por las prioridades chinas.

Tanto el impulso misionero del «destino manifiesto» de Estados Unidos como el sentido chino de grandeza y eminencia cultural —de China como tal, incluido Taiwán— implican una especie de subordinación-miedo mutuo. Debido a la naturaleza de sus economías y alta tecnología, cada país está afectando lo que el otro ha considerado hasta ahora sus intereses fundamentales. En el siglo XXI China parece haberse embarcado en el juego de un papel internacional al que se considera derecho por sus logros a lo largo de los milenios. Los Estados Unidos de América, por otro lado, están tomando medidas para proyectar poder, propósito y diplomacia en todo el mundo para mantener un equilibrio global establecido en su experiencia de posguerra, respondiendo a desafíos tangibles e imaginarios a este orden mundial.

Para los dirigentes de ambas partes, estos requisitos de seguridad parecen evidentes. Son apoyados por sus respectivos ciudadanos. Sin embargo, la seguridad es sólo una parte del panorama general. La cuestión fundamental para la existencia del planeta es si los dos gigantes pueden aprender a combinar la inevitable rivalidad estratégica con un concepto y práctica de convivencia.

Rusia, a diferencia de los Estados Unidos de América y China, carece del poder de mercado, la influencia demográfica y la base industrial diversificada.

Abarcando once zonas horarias y disfrutando de pocas demarcaciones defensivas naturales, Rusia ha actuado de acuerdo con sus propios imperativos geográficos e históricos. La política exterior de Rusia representa un patriotismo místico en una ley imperial al estilo de la Tercera Roma, con una percepción persistente de inseguridad derivada esencialmente de la vulnerabilidad de larga data del país a la invasión a través de las llanuras de Europa del Este.

Durante siglos, sus líderes, desde Pedro el Grande hasta Stalin, quien, por cierto, ni siquiera era ruso, pero sentía que lo era en el espíritu internacionalista que llevó a la creación de la URSS el 30 de diciembre de 1922, han tratado de aislar el vasto territorio de Rusia con un cinturón de seguridad impuesto alrededor de su difusa frontera. Hoy Kissinger nos dice que la misma prioridad se manifiesta una vez más en el ataque a Ucrania y agregamos que pocas personas entienden y muchas otras fingen no entender esto.

El impacto mutuo de estas sociedades ha sido moldeado por sus evaluaciones estratégicas, que se derivan de su historia. El conflicto ucraniano es un buen ejemplo. Después de la disolución del Pacto de Varsovia y la conversión de sus Estados miembros (Bulgaria, Checoslovaquia, República Democrática Alemana, Polonia, Rumania, Hungría) en países «occidentales», todo el territorio, desde la línea de seguridad establecida en Europa central hasta la frontera nacional de Rusia, se ha abierto a un nuevo diseño estratégico. La estabilidad dependía del hecho de que el Pacto de Varsovia en sí mismo, especialmente después de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa celebrada en Helsinki en 1975, disipó los temores tradicionales de Europa de la dominación rusa (de hecho, la dominación soviética, en ese momento) y mitigó las preocupaciones tradicionales de Rusia sobre las ofensivas occidentales, desde los suecos hasta Napoleón y Hitler. Por lo tanto, la geografía estratégica de Ucrania encarna estas preocupaciones que surgen nuevamente en Rusia. Si Ucrania se uniera a la OTAN, la línea de seguridad entre Rusia y Occidente se colocaría a poco más de 500 kilómetros de Moscú, eliminando en realidad el amortiguador tradicional que salvó a Rusia cuando Suecia, Francia y Alemania intentaron ocuparla en siglos anteriores.

Si se estableciera la frontera de seguridad en el lado occidental de Ucrania, las fuerzas rusas estarían a poca distancia de Budapest y Varsovia. La invasión de Ucrania en febrero de 2022 es una violación flagrante del derecho internacional mencionado anteriormente y, por lo tanto, es en gran medida consecuencia de un diálogo estratégico fallido o inadecuadamente emprendido. La experiencia de dos entidades nucleares que se enfrentan militarmente —aunque no recurran a sus armas destructivas— subraya la urgencia del problema fundamental, ya que Ucrania es sólo una herramienta de Occidente. Dario Fo dijo una vez que China era una invención de Albania para asustar a la Unión Soviética. Podemos decir que Ucrania es actualmente una invención de Occidente para asustar a Rusia y esto no es una broma. Un invento por el que ucranianos y rusos están pagando con su sangre.

Por lo tanto, la relación triangular entre los Estados Unidos de América, la República Popular China y la Federación de Rusia se reanudará eventualmente, incluso si Rusia se viera debilitada por la demostración de sus limitaciones militares previstas en Ucrania, el rechazo generalizado de su conducta y el alcance y el impacto de las sanciones en su contra. Pero conservará las capacidades nucleares y cibernéticas para escenarios apocalípticos.

En la relación entre Estados Unidos y China, en cambio, el enigma es si dos conceptos diferentes de grandeza nacional pueden aprender a coexistir pacíficamente lado a lado y cómo. En el caso de Rusia, el desafío es si el país puede reconciliar su visión de sí mismo con la autodeterminación y la seguridad de los países en lo que durante mucho tiempo ha llamado su «extranjero cercano» (principalmente Asia Central y Europa del Este) y hacerlo como parte de un sistema internacional en lugar de a través de la dominación.

Ahora parece posible que un orden basado en reglas universales, por muy digno que sea en su concepción, sea reemplazado en la práctica, por un período de tiempo indefinido, por un mundo al menos parcialmente desacoplado. Tal división fomenta una búsqueda en sus márgenes de esferas de influencia. En tal caso, ¿cómo podrán operar los países que no están de acuerdo sobre las normas mundiales de conducta dentro de un diseño de equilibrio acordado? ¿La búsqueda de la dominación abrumará el análisis de la convivencia?

En un mundo de tecnología cada vez más formidable que puede elevar o desmantelar la civilización humana, no existe una solución definitiva para la competencia entre grandes potencias, y mucho menos militar. Una carrera tecnológica desenfrenada, justificada por la ideología de la política exterior en la que cada lado está convencido de la intención maliciosa del otro, corre el riesgo de crear un ciclo catastrófico de sospecha mutua como el que desencadenó la Primera Guerra Mundial, pero con consecuencias incomparablemente mayores.

Por lo tanto, todas las partes están ahora obligadas a reexaminar sus primeros principios de comportamiento internacional y relacionarlos con las posibilidades de coexistencia. Para los líderes de las empresas de alta tecnología, existe un imperativo moral y estratégico de perseguir, tanto dentro de sus propios países como con posibles países adversarios, una discusión en curso sobre las implicaciones de la tecnología y cómo sus aplicaciones militares podrían ser limitadas.

El tema es demasiado importante para ser descuidado hasta que surjan las crisis. Los diálogos sobre el control de armamentos que ayudaron a atenuar y mostrar moderación durante la era nuclear, así como la investigación de alto nivel sobre las consecuencias de las tecnologías emergentes, podrían impulsar la reflexión y promover hábitos de autocontrol estratégico mutuo. Una ironía del mundo actual es que una de sus glorias, la explosión revolucionaria de la tecnología, ha surgido tan rápidamente, y con tanto optimismo, que ha superado sus peligros, y se han realizado esfuerzos sistemáticos inadecuados para comprender sus capacidades.

Los tecnólogos desarrollan dispositivos sorprendentes, pero han tenido pocas oportunidades de explorar y evaluar sus implicaciones comparativas dentro de un marco histórico. Como señalé en un artículo anterior, los líderes políticos con demasiada frecuencia carecen de una comprensión adecuada de las implicaciones estratégicas y filosóficas de las máquinas y algoritmos disponibles para ellos. Al mismo tiempo, la revolución tecnológica está erosionando la conciencia humana y las percepciones de la naturaleza de la realidad. La última gran transformación, la Ilustración, reemplazó la era de la fe con experimentos repetibles y deducciones lógicas. Ahora es suplantado por la dependencia de algoritmos, que trabajan en la dirección opuesta, ofreciendo resultados en busca de una explicación. Explorar estas nuevas fronteras requerirá esfuerzos considerables por parte de los líderes nacionales para reducir, e idealmente cerrar, las brechas entre los mundos de la tecnología, la política, la historia y la filosofía.

Los líderes de las grandes potencias actuales no necesitan desarrollar inmediatamente una visión detallada de cómo resolver los dilemas descritos aquí. Kissinger advierte que, sin embargo, deben tener claro lo que se debe evitar y lo que no se puede tolerar. Los sabios deben anticipar los desafíos antes de que se manifiesten como crisis. Al carecer de una visión moral y estratégica, la era actual es desenfrenada. La extensión de nuestro futuro todavía desafía la comprensión no tanto de lo que sucederá sino de lo que ya ha sucedido.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

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