LA BATALLA DE WATERLOO, 204 AÑOS DESPUÉS

Agustín Saavedra Weise

El 27 de febrero de 1815 el derrocado emperador francés Napoleón Bonaparte escapa de la Isla de Elba e inicia sus famosos “100 días”. El corso retornó a Francia en medio del aplauso mayoritario de la población y reasumió de inmediato el mando de la nación gala. El emperador no anticipó debidamente las reacciones de sus principales rivales europeos (Inglaterra, Holanda y Prusia), que decidieron poner rápidamente un drástico punto final a la hegemonía napoleónica en el continente. Presurosas, las citadas potencias formaron un gigantesco ejército para derrotarlo en forma concluyente. Cuentan las crónicas que cada uno de los aliados se comprometió a poner 150.000 hombres para vencer a Napoleón. El Emperador —si quería mantener el poder que había recuperado— debía intentar golpear primero, aprovechando la lealtad y eficacia comprobada de sus soldados.

El decisivo enfrentamiento comenzó con escaramuzas y combates pocos días antes, específicamente el 14 de junio de 1815. Bonaparte agrupó —con su característica habilidad— a lo largo de la frontera franco-belga más de 120.000 hombres y sin conocimiento de la tropa enemiga, que estaba a 150 kilómetros de distancia. La principal fuerza anti Bonaparte estaba formada por dos contingentes: la milicia anglo-holandesa al mando de Sir Arthur Wellesley (el Duque de Wellington) y un aguerrido cuerpo prusiano bajo las órdenes del príncipe y mariscal de campo, Gebhard Leberecht Von Blücher. Estos aliados doblaban en número de efectivos al ejército imperial. Conociendo su desventaja numérica, Napoleón percibió que la única manera de triunfar era posible si lograba dividir al enemigo y aprovechaba al máximo la posesión del terreno. Contaba para ello con la enorme experiencia y fidelidad de su curtido ejército.

La historia relata que —de acuerdo con su plan inicial— el corso sorprendió a los aliados y les infligió varias derrotas parciales, pero estas no pudieron transformarse en totales. Pese a su reconocido genio como estratega, Napoleón —en grave error— separó inútilmente las tropas galas con el fin de perseguir a la caballería prusiana y, por otro lado, los generales que lo colaboraban no supieron explotar adecuadamente el tan favorable factor sorpresa en las arremetidas contra sus persistentes rivales. El 16 de junio Napoleón arremetió fieramente contra Blücher y Wellington antes de que aglutinaran sus fuerzas; obtuvo una significativa victoria inicial, pero los franceses no pudieron romper el frente de combate. Y mientras los aliados hábilmente mantuvieron fluidos sistemas de comunicaciones entre ellos e inclusive los continuaron durante la retirada prusiana, que solo fue de valor táctico y engañosa, como se comprobó después. Al ver que Blücher y sus hombres seguían retrocediendo Napoleón pensó —equivocadamente— que era el momento de asestar un golpe decisivo al grupo expedicionario británico. Fue así como el 18 de junio de 1815 en Waterloo (localidad ubicada en las afueras de la capital belga, Bruselas) comenzó la última fase de la batalla. Los ingleses aguantaron cuanto pudieron las embestidas galas. Es más, estaban a punto de derrumbarse cuando la llegada de las primeras avanzadas de Blücher comenzó a reforzarlos y progresivamente la balanza se inclinó a favor de la alianza. A las ocho de la noche de esa fatídica jornada los aliados soportaron una última y heroica carga de la famosa Vieja Guardia Imperial, pero la suerte ya estaba echada. La derrota francesa fue total. Wellington se adjudicó el triunfo y así lo reconoce la historia, pero sin Prusia y Blücher todo podría haber sido diferente. Los germanos fueron determinantes en el colapso de las tropas napoleónicas.

Y aquí un detalle curioso que casi nadie menciona y que tal vez fue determinante para el fracaso imperial. Napoleón —al igual que otros grandes conquistadores del pasado como Aníbal o Julio César— será siempre polémico. En muchas cosas Bonaparte fue un destacado innovador, particularmente en tres de las cuatro dimensiones de la estrategia: a) en el nivel operacional fue supremo; b) la parte social la manejó magistralmente, con él se gestó el concepto de nación en armas; c) Bonaparte además supo comprender la importancia de la logística para aprovisionar sus enormes ejércitos y movilizarlos con facilidad; d) ¡Ah! Pero falló en la parte tecnológica, la cuarta dimensión de la estrategia. Aunque innovó en muchas otras cosas, Napoleón nunca consideró lo aéreo. Era básicamente un hombre de tierra y apenas de mar; no comprendía ni conocía lo que podía brindarle el potencial dominio del aire, en esa época aún en pañales, pero que ya estaba iniciando su avance con el globo aerostático inventado por sus compatriotas, los hermanos Joseph-Michel and Jacques-Étienne Montgolfier.

Sin darle nunca importancia al cuerpo de globos (paradójicamente creado por él mismo) Napoleón finalmente lo disolvió por considerarlo “inútil”. Para colmo, poco antes de Waterloo, el enfrentamiento brevemente narrado que terminó para siempre con su preponderancia político-militar en Europa. Por confiarse únicamente en las palomas mensajeras, el corso no pudo conocer con anticipación el avance del prusiano Blücher luego de su triquiñuela de retirada, movimientos que fácilmente podrían haber sido avizorados desde el aire mediante los globos y ser neutralizados. Y como se sabe, la oportuna y sorpresiva llegada del prusiano fue decisiva para desequilibrar el combate. El desprecio de Napoleón por la nueva tecnología le costó un imperio. De ahí el colapso de Bonaparte frente a los aliados de la “pérfida Albión”, apelativo de naturaleza despectiva usado por los franceses para tipificar a Inglaterra, la enemiga eterna del país galo.

La batalla de Waterloo tuvo enorme repercusión histórica; la segunda abdicación de Napoleón fue irreversible. Su estrella político-militar se extinguió definitivamente con su exilio y posterior muerte en Santa Helena. Las reverberaciones de la revolución francesa llegaban a su fin y se iniciaba en Europa un nuevo período signado por el equilibrio continental de poderes entre las principales potencias, homologado luego en el famoso Congreso de Viena de 1815.

Después de Napoleón no surgió ningún otro aspirante a conquistador europeo hasta bien entrado el siglo XX, cuando Adolf Hitler intentó una vez más la dominación bajo moldes totalitarios y provocó la Segunda Guerra Mundial. Waterloo marcó el fin de un genio militar y de una convulsa era sociopolítica en el viejo continente. También fue el comienzo de otra etapa europea: la del equilibrio de poder, un balance de fuerzas que —con altibajos— a partir de 1815 perduró por bastante tiempo y terminó trágicamente en Sarajevo el 28 de junio de 1914 con el atentado contra el heredero de la corona austríaca, hecho que pocos meses después precipitó el inicio de la primera gran contienda universal.

En los próximos días —como es usual todos los años— se les rendirá homenaje a victoriosos y derrotados, al celebrarse —en las cercanías de Bruselas y en la misma villa de Waterloo—, el 204º aniversario de un histórico combate que marcó el fin de una era.

 

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://www.eldeber.com.bo/opinion/La-batalla-de-Waterloo-204-anos-despues-20190614-9208.html

Nuestra verdadera tragedia fue haber cancelado en 1982 el proyecto de Nación

Iris Speroni*

El orden socialdemocrata requiere un Estado que cuesta el 50% del PBI y un alto endeudamiento. Esto implica una alta carga impositiva o alta inflación o ambas. Impide la capitalización (ahorro) de familias y empresas.

El último censo agropecuario demostró la desaparición de 100.000 explotaciones en menos de dos décadas, un tercio del total.

Existe un proyecto de Nación desde el fin de la Guerra de Paraguay hasta el fin de la Guerra de Malvinas. Este proyecto implicó a) la ocupación del territorio, decisión de Avellaneda de conquistar tierra de indios y extender el Ferrocarril, b) educar al soberano, esto es, al Pueblo de la Nación Argentina, c) Iniciar el desarrollo en industria, agricultura, ciencias, artes, d) Posicionarnos en el mundo, comerciar, y liderar la región.

Nuestra clase dirigente consideraba que la Argentina era un fenómeno excepcional, un pueblo con algo para dar al mundo. Somos el error en la Matrix.

De Avellaneda en más, todos cumplieron con ese mandato. Conservadores del PAN, radicales, gobiernos de facto y peronismo. 

Ejemplo: el gobierno de Sáenz Peña-de la Plaza decidió que debíamos tener un instituto de estudios de enfermedades infectocontagiosas humanas. Se lo encargaron al Dr. Malbrán sin reparar en gastos. El 23 de diciembre de 1916 el Presidente Yrigoyen inaugura el bello edificio con laboratorios de punta en esa época. Tenemos 102 años ininterrumpidos de investigación con resultados notables.

La Argentina, con sus limitaciones (falta de capital, falta de población, falta de fondos públicos) prosiguió. Ocupó el territorio: ferrocarril, regimientos, puertos militares y civiles, escuelas de frontera, nuevas ciudades (actualmente se cumplen 100 años de vida de numerosas localidades), inversión en educación, en particular la escuela primaria, la que verdaderamente importa.

Desarrollo en todas las latitudes de las actividades ganaderas, agrícolas, industriales. Nos insertamos en el mundo comercial, cultural y geopolíticamente. En su segunda presidencia, Roca instaló bases en la Antártida y cedió dos barcos artillados a Japón para su guerra contra Rusia. Perón, post-mortem, arruinó la Conferencia de Población de Bucarest de 1974.

La Argentina emprendió un plan de desarrollo que implicó una mejora de los planteles ganaderos (importación de madres y sementales) y agrícola (domesticación de tierras vírgenes). No es cierto que la Argentina no tuviera industria en el siglo XIX. La tuvo. Y la mejoró. Pellegrini, Savio, Mosconi, Fabricaciones Militares, la Fábrica Militar de aviones. Perón inauguró la Comisión Nacional de Energía Atómica y el Balseiro. Inversiones privadas como Aluar o Siderca, con apoyo público y construcción de infraestructura de soporte (como El Chocón). Infraestructura: caminos, puentes, puertos, energía, centros de investigación, YPF. El Estado además brindó salud, educación, justicia, seguridad y defensa. 

Entre ambas guerras usamos un 25% de nuestra riqueza anual en tener un Estado moderno (inversiones más gastos corrientes).

NOS ENRIQUECIMOS

Estos 112 años de paz (100 si tomamos la guerra civil contra la subversión) sirvieron para una fenomenal construcción de patrimonios familiares. 

No sólo las grandes familias patricias que pudieron adquirir campos a principios del siglo XIX. La zona de frontera con el indio era indeseada por los riesgos que se corrían, lo que reducía el precio de la tierra.

No, me refiero a la formación de pequeños patrimonios familiares. Locales minoristas (panaderías, venta de telas, calzados, ramos generales, corralones, cafés y bares, mueblerías, bazares, ferreterías, pensiones) e innumerables fábricas pequeñas o no tan pequeñas, de loza, calzado, sombreros (se exportaban a Inglaterra), ladrillos, productos alimenticios, cosméticos. Desde Rigolleau o Bagley o Aguila (grandes) hasta un ferretero de Azul. 

En el caso de los trabajadores a sueldo o independientes, hubo décadas enteras que facilitaron el acceso a la vivienda. El procedimiento usual era comprar un lote y construir de a poco. Las viviendas estatales eran de alto valor simbólico (Ciudad Evita) pero poca cantidad. 

En esos 100 años de paz, la Argentina recibió millones de personas, conquistó millones de hectáreas. Millones de familias construyeron sus casas, locales comerciales, galpones, talleres, compraron vehículos, tornos, maquinarias. 

Se desarrolló la industria textil, química, de vidrio, del plástico, metalmecánica, de la alimentación, del calzado, marroquinería, y su industria pesada (Aluar, Somisa, polo petroquímico de Bahía Blanca), energía (embalses, CNEA, termoeléctrica). 

A través de golpes de estado y de distintos gobiernos constitucionales (conservadores, radicales, peronistas), tenemos más de un siglo de capitalización de las familias y al mismo tiempo capitalización del estado argentino. Todo esto se logró con un 25% del PBI administrado por el Estado y un 75% administrado por los particulares.

PAIS INTERVENIDO

Luego de perder la Guerra del Atlántico Sur fuimos intervenidos por la socialdemocracia. Es un proceso que empezó con cierto disimulo. Actualmente la adhesión a la agenda global es vertiginosa. 

El orden socialdemócrata requiere un estado que cuesta el 50% del PBI y un alto endeudamiento.
Esto implica una alta carga impositiva o alta inflación o ambas. Impide la capitalización (ahorro) de familias y empresas. ¿Por qué? Porque les quita rentabilidad que las familias y las empresas invierten y capitalizan.

Si un trabajador pudiera cobrar la totalidad del dinero que le cuesta al empleador prácticamente le aumentaría su salario en un 40%. Si además no pagara impuestos sobre los alimentos, su salario doblaría el poder de compra.

Imaginen todos los lectores que son asalariados o jubilados o pensionados que de un día para otro pudieran comprar el doble de bienes… 

Lo mismo sucede con las empresas. 

Todo taller, fábrica, explotación agropecuaria, cooperativa se ve limitada por la enorme carga impositiva. Es dinero que no se puede reinvertir en el negocio: comprar nueva maquinaria o vehículos, aumentar stocks, construir galpones, modernizar los sistemas (hardware). 

Al mismo tiempo, la caída de poder de compra de los ciudadanos, también baja la rentabilidad de las empresas al reducir los volúmenes de ventas. 

SALIDA TRUNCA

La salida podría ser exportar, lo que es imposible por: a) la alta carga impositiva, los importadores de otros países no son tontos, están dispuestos a comprarnos bienes, pero no nuestros impuestos, b) el tipo de cambio artificialmente atrasado como forma de proselitismo político, c) la falta de calidad de nuestros productos por la falta de inversión en maquinaria, capacitación de personal y diseño, d) los altos costos de logística (peaje, impuestos al combustible, puertos sucios, ausencia de FFCC).

La falta de excedentes en el bolsillo del trabajador/cuentapropista/pequeño industrial/comerciante/ganadero, no es exclusivo de Argentina, sino de la socialdemocracia. Esta descapitalización de las familias la vive Europa. El Estado favorece a los grandes conglomerados empresariales mediante exenciones impositivas, créditos blandos, barreras arancelarias, reglamentaciones que expulsan a las pequeñas empresas.

La concentración de la economía tiene como correlato los cierres de las pequeñas fábricas y comercios locales, el aumento del empleo público, y la precarización del empleo. Esa es la razón de las protestas en Francia en los últimos seis meses.

La segunda consecuencia es que al subir la carga fiscal las pequeñas explotaciones no pueden pagar al mismo tiempo insumos, trabajo e impuestos. Por lo que lleva a la concentración económica. El último censo agropecuario demostró la desaparición de 100.000 explotaciones (1) en menos de dos décadas, un tercio del total. La AFIP sabe cuántos talleres, industrias, cooperativas han desaparecido en Argentina. 
Personas con trabajo precario que alquilan su vivienda sufren angustia, posponen la conformación de una familia o limitan la cantidad de hijos. 

Todos nuestros políticos, desde Alberdi (pre Guerra del Paraguay) hasta la intervención socialdemócrata, pensaron un país donde los desposeídos —trabajosamente— se convirtieran en propietarios. El hombre propietario es un hombre libre.

PROPUESTAS 
 

* Barrer a la socialdemocracia y a sus representantes locales de la escena política.

* Retomar el proyecto nacional.

* Bajar la carga impositiva para recapitalizar a las familias argentinas y favorecer el acceso a la propiedad.

* Mantener el tipo de cambio alto para revitalizar a las economías regionales y estimular las exportaciones.

(1) Fuente INDEC, Censo agropecuario nacional, año 2002: 333.533 explotaciones, año 2018: 236.601.

* Licenciada de Economía UBA, Master en Finanzas, Ucema. Posgrado Agronegocios, Agronomía UBA.

** Tomado de La Prensa, Argentina, http://www.laprensa.com.ar/477615-Nuestra-verdadera-tragedia-fue-haber-cancelado-en-1982-el-proyecto-de-Nacion.note.aspx