F. Javier Blasco*
Aún recuerdo perfectamente, porque me impresionó mucho, que siendo un joven estudiante de bachillerato, vi una película de 1959, titulada “Misterio en el barco perdido”; trataba de las desventuras de un gran buque carguero a la deriva en mitad del Canal de la Mancha, fustigado constantemente por una grandísima borrasca con vientos huracanados y olas de varios metros que le zarandeaban a su capricho, poniéndolo en peligro y con graves problemas a su supervivencia.
En el buque, que se dedicaba encubrir cierto contrabando de armas, debido a una serie de incendios provocados a bordo por cierto tipo de sublevaciones o motines para hundirlo por los efectos del abandono en medio de la borrasca, tan solo quedaba una persona viva, dada previamente por muerta y un cadáver enterrado en la carbonera de la sala de calderas. El vivo, una vez despierto y consciente de la situación de soledad y peligro, luchaba con todo su empeño por combatir contra las inclemencias del tiempo, poner en marcha las calderas para darle presión a los motores de las máquinas y evitar que zozobrara contra unos acantilados que sabía estaban próximos y hacia los que se encaminaba por los efectos de las graves corrientes y la fuerte marea.
Posiblemente, aquella película, a pesar de ser rodada con un elenco de muy buenos y famosos actores, tuviera algunos detractores, no muy buenos efectos especiales, problemas de realización o de otro tipo porque, casualmente, no la he vuelto a ver en las carteleras ni repuesta en las cadenas de televisión, esas que reiteradamente nos traen a la memoria tantas viejas buenas o menos buenas joyas.
En cualquier caso, aquella película me gustó mucho; de lo contrario, no mantendría con total nitidez el gran impacto que me produjo hace algo más de cincuenta años. No recordaría, el efecto que deja en la mente un gran barco a la deriva; abandonado por su tripulación; sin capitán que le dirija o dé las órdenes oportunas para que aquella enorme masa de hierro, entonces quejumbrosa y llena de ruidos extraños en sus dolidas vigas y cuadernas, se pusiera de nuevo en marcha, generara luz y la necesaria energía para que las máquinas y sus potentes bielas de potencia lanzaran fuera el encuadre de la gran zozobra y el pánico que aquellas escenas mostraban con crudeza y proporcionar la posibilidad de meter la nave en el rumbo y la ruta adecuada para salvarla de aquellos peligrosos escollos de los que se sabía de su existencia.
Pues bien, la película acaba bien, como casi todas las de la época; un pequeño remolcador se acerca a la nave, no sin grandes y graves peripecias y con la ayuda de aquel valiente y aparentemente único superviviente en el barco en cuestión, se arregla el desaguisado, se ponen las maquinas en marcha y se salva la nave en el último momento antes de una más que segura y nefasta colisión y con ello, finalmente, se descubrió toda la trama que se pretendía ocultar.
He tenido el atrevimiento de contarles la sinopsis de una película de suspense y acción porque cada día que pasa, tengo una mayor sensación de que España es hoy en día, una gran nave a la deriva; con un gobierno que, como aquel capitán y su equipo de oficiales y tripulación, decidieron abandonar el barco en plena tormenta para ocultar sus problemas (se han ido de largas y lujosas vacaciones en medio de la segunda oleada de la pandemia, a las puertas de la vuelta al colegio, con la economía destrozada, en un país en bancarrota, sin arreglar ni regular nada y dejando que los muchos y variados problemas ya existentes o por llegar crecieran); que se queda a solas, sin mando, a oscuras y al albur de los vientos, las grandes olas y las fuertes mareas que la dirigirán de cabeza a unos teóricos acantilados que serán, sin duda, a su desaparición dada por bastante cierta. Donde alguien queda a bordo —la población en este caso— que solo y sin ayuda de nadie (la oposición), trata de poner algo de luz en las ideas, comprueba las cartas de navegación, piensa en lo que se necesita, se remanga y se pone a la faena para darle presión y potencia al sistema sin importarle los problemas que oculta y los cadáveres que aparecen bajo el carbón en la carbonera.
Aunque ya venía de largo, desde marzo, España ha entrado en una mayor espiral de zozobra y de mal fario; nada ni adrede podía salir peor de lo que ha sucedido; en muchos casos por falta de previsión, en otros por indolencia y en casi todos ellos debido a la poca o mala calidad y preparación intelectual del personal al mando. Su capacitación e interés son tan pobres o inexistentes, que han ido dejando pasar el tiempo sin adelantarse a las necesidades; despreciaron o se escondieron ante la crudeza de las lecciones aprendidas; perdieron la oportunidad de adaptar la añeja legislación existente a las nuevas necesidades y de cubrir las más que conocidas necesidades de material y personal cualificado, en cantidad suficiente para evitar volver a pasar por situaciones vergonzosas de tener que reconocer la falta de lo necesario y suficiente, tras haber anunciado y garantizado a bombo y platillo, como suele ser su costumbre, que se disponía de lo necesario para hacer frente a cualquier tipo de rebrote o potente oleada que pudiera despuntar (existencias de Remdesivir).
Meses y meses llenos de mentiras, engaños y de propaganda zafia y barata que abochorna a cualquiera dentro y fuera de España menos a ellos mismos a tenor de los auto aplausos que rastreramente se conceden o de una pléyade de palmeros y estómagos agradecidos que pululan en su entorno en busca de un premio, un sueldo o un puesto en la administración que garantice la solución a sus problemas económicos a perpetuidad aunque el susodicho o susodicha, no tengan ni los méritos ni la preparación que para aquellos se precisa y se deban demostrar.
Un mundo donde la llamada nueva política y su forma de actuar, ha dado paso al menosprecio del existente funcionario, aquel que suele estar preparado y capaz de cubrir todo tipo de necesidades porque jamás se ha visto un número tan grande de sobradamente bien pagados asesores que cada uno de estos desenfrenados parásitos dedicados a la política necesita para poder seguir engañando a un público, que por otra parte, parece bien dispuesto a dejarse engañar.
Somos los que más récords negativos hemos logrado acaparar; doblamos y hasta triplicamos a los demás pares con los que nos podamos comparar; a todo se llega tarde y mal; no se ha parado de anunciar diversos tipos de ayudas económicas e incentivos al necesitado ciudadano y a los diversos sectores que pasan por problemas y su posible recuperación no es cosa de días, sino de varios meses o quizá más. Ayudas e incentivos, que tardan mucho en llegar y que a veces se quedan en nada o en la mitad de la mitad.
Iniciativas, anunciadas como novedosas y muy dadivosas sin contar con el respaldo suficiente y real. Para hacer frente a su pago se necesitarán cantidades multimillonarias (prestadas o regaladas) que desde los prestamistas o de la UE deberán llegar una vez sean aprobadas de verdad y cuando la perezosa maquinaria europea se ponga en marcha y encuentren los fondos; por lo que, en su mayor parte, estos llegarán pasados bastantes meses desde que se planteó tal necesidad. Mientras tanto, ha habido que recurrir a la emisión de deuda que por muy poco que suban los crecientes intereses, su monto total ha crecido tanto que estamos llegando a límites jamás sospechados poderse superar.
El endeudamiento al que se está sometiendo al país es tan grande que para su devolución total se precisará o bien de una potente y misericordiosa, aunque nada probable, condonación o de dos o tres generaciones sucesivas, que trabajando sin descanso y sufriendo muchas apreturas puedan, céntimo a céntimo, ir pagando lo que sus abuelos y bisabuelos gastamos alegremente, porque unos ineptos políticos no quisieron hacer caso a los avisos y a ciertas normas externas, que al no sernos impuestas dura y tajantemente, nos dejaron libremente cabalgar hacia el caos, la vergüenza propia y ajena o la asegurada banca rota sin solución de continuidad.
Durante algo más de cuarenta años hemos sido víctimas de nuestro propio auto engaño, estábamos convencidos y creíamos sin fisuras que disfrutábamos de una potente, joven y saneada democracia. Democracia, que era tomada como ejemplo y origen de la envidia ajena en muchos países de nuestro entorno. Que además, teníamos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, que no podía fallar y que afrontaría mejor que nadie cualquier esfuerzo extraordinario que se le pudiera exigir en situaciones de extrema necesidad. Que nuestro sistema de pensiones, más potente y generoso que el mejor de entre nuestros socios y aliados, era tan bueno y eficaz, que hasta podría alimentar y engordar sin descanso una importante hucha para tiempos de flojedad; hucha, que a la hora de la verdad, ha resistido muy poco tiempo y ahora, el sistema se encuentra quebrado y con visos de no poder continuar por el mismo sendero por muchos años más.
Igualmente, creímos que no deberíamos preocuparnos por el acatamiento sin fisuras de nuestra Constitución, la admisión sin vacilar de la Monarquía parlamentaria y el máximo respeto a la separación de poderes, a la libertad de expresión e información porque dichos principios y valores eran los pilares inquebrantables que jamás se podían ni debían derribar. Ahora, sin entrar en muchos detalles, sabemos que nos encontramos en que, de todo aquello tan bonito y necesario, queda muy poco o nada en realidad.
Son muchos los esfuerzos, inclusive dentro del actual gobierno, por tumbar la Constitución, convertir a España en algo diferente y derribar la monarquía como Jefatura del Estado. Con respecto a la administración de justicia fue todo un puro espejismo con intentos de crearnos una sensación de equilibrio y tranquilidad. Sensación, que hoy en día y sin tapujos, se nos antoja como algo demasiado politizado, vano e irreal; basta con ver la mayor parte de las decisiones judiciales de los últimos tiempos, sus sentencias y alegatos completamente variopintos y bien diferentes según sea la persona, partido o región donde se aplique en función del tinte político del juez o de la mayor parte del susodicho tribunal. Alegatos que, hasta sin venir a cuento, siendo muy desafortunados y bastante inciertos, fueron la base y el fundamento de una moción de censura que acabó con un gobierno legalmente establecido y sin sucia mancha extra política que alegar.
Hasta el actual gobierno ha anunciado —sin ningún tipo de recato o contrición— que ha creado una especie de fuerza policial para escudriñar entre las redes para censurar e incluso borrar las críticas al gobierno de los que no opinan parecido a ellos o igual. Sé de lo que hablo, porque yo mismo en este sentido y en más de una ocasión, he visto cercenados mis derechos de libertad de expresión.
La España de hoy en día me recuerda al mismo barco a la deriva que un día vi en aquella película; con las calderas apagadas, sin capitán en el puente de mando, sin oficiales ni tripulación que cumplan sus cometidos, sin luz ni potencia que mueva los elementos básicos de navegación y comunicación; un buque que sufre los azotes del mal tiempo y que solo espera que alguien de fuera lo rescate o que la borrasca amaine por sí sola y pueda salir de ella con el menor daño posible y algo de dignidad.
Una nave que precisa de alguien fuerte y lo suficientemente capaz en la sala de calderas para lograr obtener el necesario vapor que precisa la inmensa y compleja maquinaria del buque, el personal suficiente para usar los sistemas que administran la potencia y el necesario equipo de mando que la gobierne con seguridad, tiento y acierto hacia un buen y seguro puerto donde pueda cobijarse y restañar sus muchas y graves heridas.
Pero no, parece que este sueño que nos podría traer la solución no se va a dar por mucho que todos veamos y sintamos su necesidad. Hoy, tras un mes de vacaciones a todo postín y con determinados y muy precisos miembros del gobierno, desaparecidos o inactivos durante un mayor periodo, ante todo lo que tenemos y se nos viene encima, con un país en banca rota, con las residencias de ancianos amenazadas de nuevo de convertirse en centros de pánico, dolor y muerte, a diez días de la vuelta al colegio, convertidos en auténticos limosneros y con una economía que cruje como las cuadernas del buque de la película, Sánchez retoma su costumbre del Aló Presidente y nos anuncia sus dos “grandes medidas”; apoyar a la Comunidades siempre y cuando estas previamente soliciten el confinamiento total o parcial de sus territorios (nada nuevo ya que esta situación está contemplada en la misma ley que regula el Estado de Alarma de 1981) y poner al servicio de toda España, solamente 2.000 soldados para que en su voluntarioso carácter polivalente y policarburante, cubran las necesidades de varias decenas de miles de “personal cualificado” para que actúen de rastreadores en los lugares donde la pandemia se extiende de forma potente y descontrolada. Hay que ver, de que poco les ha servido tantos días de vaguear.
* Coronel de Ejército de Tierra (Reserva) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.
Publicado originalmente en https://sites.google.com/site/articulosfjavierblasco/el-barco-a-la-deriva