BATALLA DE PIDNA (168 A.C.)

Marcos Kowalski*

Tuvo lugar el 22 de junio de 168 AC, en el noreste de Grecia cerca de la localidad de Pidna, en el golfo de Tesalónica. Se enfrentaron el ejército romano bajo el mando del cónsul Lucio Emilio Paulo Macedónico y el de Macedonia dirigido por su rey Perseo. Esta batalla puso de manifiesto la supremacía de la legión romana sobre la rígida falange macedonia.

 

Al analizar esta batalla, donde las legiones romanas comandadas por Emilio Paulo, vencieron —en aproximadamente una hora— al ejército de Perseo, se observa que el tiempo de las falanges herederas de Alejandro Magno había llegado a su fin, haciendo que el Reino de Macedonia dejara de existir ese mismo año. Veremos como combatían ambos oponentes en la época —la falange macedonia y la legión romana— y a qué tipo de evolución habían llegado los ejércitos.

La falange griega proviene al parecer de la Ciudad Estado de Tebas de Beocia, cuya hegemonía tuvo lugar unos años antes que la de Macedonia y se atribuye su creación a dos generales, Pelópidas y Epaminondas, mientras que su perfeccionamiento se debió a Filipo de Macedonia.

Según Polibio, quien dejó una descripción de su funcionamiento, cada soldado, con sus armas, ocupaba un espacio de tres pies en posición de combate, mientras que la longitud de la lanza larga que llevaba o sarisa era de 16 codos. Esta circunstancia despejaba una distancia de 10 codos por delante de cada hoplita, cuando cargaba sujetando la lanza con ambas manos. La longitud de las lanzas permitía que el combatiente de la primera fila quedara protegido por las que sobresalían procedentes de la 2ª, 3ª, 4ª y 5ª fila. Dado que la falange contaba con 16 filas de profundidad, de las que sólo atacaban las cinco primeras, las otras 11 se limitaban a levantar las sarisas por encima del hombro de los que les precedían protegiéndolos y, en su caso, relevándolos.

Esta unidad, que requería de mucha coordinación y disciplina en los hombres que la componían, resultaba invencible en la medida que destrozaba el orden de batalla del enemigo, por regla general, incapaz de acabar con aquel erizo de lanzas largas.

Pero había dos puntos débiles. El primero era la necesidad de contar con un terreno llano y sin obstáculos. El segundo, que carecía de capacidad de maniobra frente a un ataque envolvente. El tercero, que solo valía para el conjunto. Si el enemigo lograba romper la formación, cualquier miembro de la falange aislado no podía recibir ayuda de sus compañeros y estaba condenado a muerte, ya que no podía defenderse a sí mismo.

La legión romana (del latín legio, derivado de legere, recoger, juntar, seleccionar) era la unidad militar de infantería básica del ejército romano. Consistía en un cuerpo de infantería pesada inicialmente de unos 4.200 hombres, según el historiador antiguo Polibio, que más tarde alcanzaría entre los 5.200 y 6.000 soldados de infantería y 300 jinetes para completar un total de entre 6.000 y 6.300 efectivos, según nos cuenta Tito Livio.

Fue durante las guerras samnitas (guerras intermitentes entre el 343 y el 290 a C.) cuando las legiones se organizaron de un modo más formal, ya que se vieron obligadas a luchar en un terreno montañoso no apto para la falange. Debido a esto se pasó del sistema de falange al sistema de manípulos y centurias, más flexible y apto para el terreno montañoso. Más tarde, tras la reforma de Cayo Mario, se adoptó el sistema de cohortes.

Mario impulsó una reforma militar en el 107 a.C. que marcó el inicio de la profesionalización del ejército romano implantando medidas e invitando a participar del ejército a cualquier ciudadano romano, rico o pobre, en las campañas militares de Roma, en el que el Estado proporcionaba el equipamiento necesario para poder combatir. Esta última medida es quizás la más importante ya que se estandariza el equipamiento para todos los legionarios, a la par que, por tanto, todos deberían recibir el mismo entrenamiento. La legión se convirtió en casi invencible para cualquier otro pueblo.

A partir de ese momento, el legionario es un soldado profesional, que recibe una paga por su servicio y la promesa de mejoras económicas una vez concluido. Los miembros del censo por cabezas que terminaban el servicio recibían una pensión de su general y una finca en alguna zona conquistada a la que podían retirarse.

En cuanto a la organización táctica la estructuración del ejercito romano, empleaba como unidad táctica el manipulo (formado por dos cuadros de 12 soldados de frente por 5 de fondo —60 hombres—, con excepción de los últimos o triarios que eran de 10 x 3 —30 hombres—) compuestos de soldados de la misma clase, denominados velites, hastati, prínceps y triari. Cada manipulo estaba mandado por un centurión, ayudado por un ayudante denominado optio.

Se asignó un emblema o enseña a cada legión, el Aquila de plata El águila supone la conversión de la legión en un cuerpo, con un espíritu colectivo y una continuidad de tradición. La pérdida de las águilas, como les sucedió a Craso o Marco Antonio en Oriente o a Varo entre los germanos, es el mayor deshonor que puede sufrir un cuerpo legionario. El suboficial a cargo del águila era el aquilifer.

Las legiones tenían un entrenamiento en diversas formaciones de combate perfectamente sincronizadas, siendo su armamento estándar, La llamada gladius o espada corta, de medidas aproximadas de 60-85 cm, de hoja recta y ancha de doble filo, el pilum un arma arrojadiza pesada, diseñada para ser lanzada con la mano a corta distancia, justo antes del combate cuerpo a cuerpo, el soliferreum, una jabalina pesada de 2 metros de largo, toda ella forjada en una sola varilla de hierro y terminada en una punta corta, a veces con aletas barbadas, y la falárica que era un arma casi idéntica al pilum, y que podía además ser empleada como arma incendiaria, mientras que se cubrían con el famoso scutum que era el término en latín para referirse al escudo.

Veamos cómo se planteó entonces la batalla de Pidna y quienes la condujeron; el romano Lucio Emilio Paulo, era para entonces un militar curtido, sin grandes apoyos políticos y que se manejaría con los principios que enunciaba en sus propias palabras: “un soldado debería preocuparse por su cuerpo, para mantenerlo tan fuerte y tan ágil como fuera posible; el buen estado de su armamento, y tener siempre dispuestas las provisiones de alimentos para hacer frente a cualquier orden inesperada”. Impuso una disciplina férrea entre las tropas que, tras una breve etapa de preparación, se pusieron en marcha y estudiaron la forma de colarse entre la red de fortificaciones macedonias.

En el otro bando estaba Perseo rey de Macedonia quien, tras la muerte de Filipo, se había empeñado en la tarea de levantar Macedonia como potencia mundial. Se alió con la belicosa tribu germana de los bastarnos y apoyó a las facciones democráticas de las ciudades de Grecia, de modo que se colocó en el bando contrario a Roma.

En el año 172 a. C. Roma declaró la guerra a Perseo. Los primeros ejércitos enviados por la República estuvieron a cargo de Publio Licinio Craso y de Aulo Hostilio Mancino, quienes fueron incapaces de ganar terreno al macedonio, vencedor de varias escaramuzas.

El siguiente general romano destinado allí, Quinto Marcio Filipo, “un hombre mayor de sesenta años y con un enorme sobrepeso”, según Livio, no consiguió forzar una batalla decisiva en su año como cónsul contra los macedonios; a su regreso a Roma fue relevado por Lucio Emilio Paulo.

Perseo estaba muy atento a las tropas de Paulo, esperando enfrentarlo junto a su frontera, sin percatarse de que los romanos habían logrado, mientras los macedonios permanecían inactivos, en una maniobra de rodeo, traspasar su retaguardia a través de complicados pasos montañosos.

Al advertir la maniobra y la presencia de romanos en su tierra, Perseo decidió abandonar la línea defensiva en Elpeüs con dirección a Pidna. El 21 de junio de ese año, el monarca macedonio desplegó su ejército, 44.000 efectivos, en las afueras de Pidna, un territorio abierto y adecuado para las prestaciones de su infantería. Mientras la falange permaneciera en buen orden era muy difícil que cualquier enemigo, desde el frente, pudiera sobrepasar esa barrera de puntas de lanzas.

Sin embargo, la ventaja de los legionarios estaba en su movilidad táctica y su mayor velocidad de maniobras y cambio de dispositivo frente a los lanceros macedonios, dado que la sarisa era un arma de difícil manejo. Además, los legionarios contaban con años de experiencia a sus espaldas tras la lucha contra Cartago y habían incluido elefantes en sus filas. Durante esta Tercera Guerra Macedonia, Perseo no pudo hacerse con ninguno de estos animales, mientras que la fuerza romana sumaba una veintena de estas bestias, que habían logrado a través de sus aliados númidas.

El cónsul romano ordenó formar a sus legiones, unos 30.000 hombres, en triplex acies. Esto significaba colocar en primera línea a los velites (tropa ligera), en segunda línea a los hastati (infantería pesada), luego a los princeps (veteranos a punto de completar su contrato militar) y, finalmente, a los triarii (las tropas de élite). Ordenó a sus hombres que se mantuvieran en alerta, pero no dio el grito de avanzar. Paulo sabía de lo poco propicio de aceptar la batalla si es el enemigo el que la propone. Sus tropas estaban cansadas tras la preparación  y marcha y la formación se había reunido a toda prisa. Los romanos terminaron el día retirándose en orden hacia su campamento, frente a lo cual Perseo no pudo o no quiso forzar el combate.

Al día siguiente, ninguno de los comandantes pareció tampoco con voluntad de combatir. Cuando ya anochecía, sin embargo, algunos esclavos perdieron el control de una mula y entraron en disputa con tropas tracias. Según Plutarco, un grupo de auxiliares ligeros alcanzó la posición al oír el escándalo, lo que a su vez sumó otros refuerzos.

Aquel incidente derivó en una batalla campal, con las tropas saliendo a la carrera y en desorden de los respectivos campamentos. Un obseso del orden como era Paulo debió quedar horrorizado ante aquel inicio de la batalla, si bien no había ya más remedio que improvisar. Años después admitiría que la visión de la falange, con aquellas líneas cerradas de lanzas, era lo más terrorífico que había visto en su vida.

Lucio Emilio Paulo dirigió en persona a la Primera Legión hasta situarla en el centro exacto de la batalla. En torno a ese punto se organizaron el resto de tropas. Los primeros encuentros entre legionarios y soldados de la falange se toparon con el inexpugnable orden macedonio.

Los romanos carecían de hombres suficientes para flanquear a la falange, de modo que todos sus ataques frontales no sirvieron para nada. En un intento por romper las tablas, el comandante de cohorte Salvio arrojó el estandarte de su unidad sobre las filas enemigas. A continuación, los romanos se lanzaron a recuperar su símbolo a la desesperada. Algunos trataron de cortar las sarisas, otros de desviarlas, pero ningún esfuerzo logró romper la integridad de la unidad de la falange macedonia.

Al derrumbe de las tropas romanas en esta posición, la Primera Legión se adelantó para detener el avance macedonio. La Segunda Legión también dio un paso al frente, mientras por el flanco derecho los elefantes causaban un gran desorden. Los intentos de Perseo por adiestrar tropas anti elefantes se revelaron al momento un fracaso. El desorden en los flancos provocó que, por primera vez aquel día, la falange se disgregara en varias unidades menores, un defecto habitual de esta formación incluso en tiempos de Alejandro. En cuanto los bloques de lanceros se movían, acababan dispersos.

La irregularidad del terreno hacia el campamento romano y la falta de tiempo para organizar las falanges contribuyeron a la disgregación. Poco a poco, los centuriones lograron ocupar los espacios abiertos por las falanges, hasta el punto de infiltrarse entre los macedonios. Expertos en el cuerpo a cuerpo, los legionarios hicieron las delicias de su oficio gracias a sus gladius hispaniensis, un arma idónea para combatir contra los lentos macedonios, incapaces de maniobrar con sus enormes lanzas.

En cuanto la falange se hundió, la caballería macedonia abandonó el campo de batalla. Solo el caos inicial salvó a algunas unidades, que ni siquiera se habían desplegado. Al finalizar el día, murieron unos 20.000 macedonios y 6.000 quedaron prisioneros. Solo 100 romanos perecieron.

La batalla había durado únicamente una hora. Tiempo suficiente para escribir el epitafio de la falange macedonia. La falta de maniobrabilidad y de improvisación de los herederos de Ares evidenció la superioridad del sistema táctico romano.

 

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos. 

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