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AFGANISTÁN LUEGO DE CASI VEINTE AÑOS DE OCUPACIÓN

Isabel Stanganelli*

Imagen de Amber Clay en Pixabay

Hacia 2017 los medios nos indicaban que Kabul continuaba perdiendo control sobre las provincias afganas. Nunca dejó de perderlo. La región que no estaba bajo control talibán desde 1996, la de la Alianza del Norte, ahora no solo está logrando dicho control sino que la ocupación atrajo además al ISIS. A ello se suma que las tropas preparadas para contrarrestarlos suelen simpatizar con ellos. Por supuesto no todas, pero sí las suficientes. La siempre débil Kabul ahora debía negociar con los talibán (grupo terrorista según la ONU, que no aspira a lograr territorios fuera de Afganistán) para intentar detener el avance de ISIS, que continuaba ganando adeptos. Lo único que pedían los talibán para intentar detener al ya poderoso ISIS era el retiro de tropas extranjeras del país, pero el gobierno de Kabul continuaba considerando a los talibán como el enemigo.

En ese momento una opción era que las fuerzas de seguridad se ocuparan de los centros urbanos y los talibán de los rurales. Otra es que justamente por esta situación se reconociera “tablas” en el ajedrez entre ambos. Postergar la resolución de este dilema a largo plazo daría mayores ventajas a los talibán. Esta sería la tercera posibilidad. En cualquiera de los casos la situación para los vecinos (y es especial los refugiados) se mantendría crítica.

En verdad, aparecieron las mismas posibilidades que se consideran desde octubre de 2001. Que Estados Unidos neutralice cualquier posible ayuda a los talibán desde Pakistán (no olvidar que pueden enfrentar a ISIS) y también se evalúa que los talibán —en su mayoría étnicamente pashtu—, que llegaron al poder con el apoyo de Estados Unidos —directa o indirectamente a través de los servicios de Inteligencia paquistaníes (ISI), fueron removidos del poder por las fuerzas estadounidenses, abriendo una caja de Pandora, ya que no sólo no llevaron la paz a Afganistán sino que también permitieron que los terroristas del ISIS se convirtieran en parte del conflicto.

La capacidad de los Servicios de Inteligencia afganos para recopilar información sigue siendo definitivamente escasa y proviene principalmente de las principales ciudades[1].

Además, los países de la OTAN que aún participan en operaciones militares en Afganistán tienen ideas muy diferentes sobre su rol en el país[2]. “En resumen, la variada presencia de la OTAN y de las coaliciones iniciales de los dispuestos en la Guerra contra el Terror no tenía ideas claras y probablemente ni siquiera sabía dónde realmente estaban”.

Hubo una retirada del territorio afgano en diciembre de 2016 que dejó operacionales a unos 8.400 efectivos y costaba a los Estados Unidos 3.200 millones de dólares/año.

Hacia septiembre de 2020, luego de 19 años de lucha, se seguían sosteniendo conversaciones para lograr un cese del fuego. Mientras, se debatía en ellas si se definía a la guerra como yihad, el intercambio de prisioneros, sobre qué sistema de escuelas perduraría en el país, reconstrucción, etc., el Covid estaba tan presente como la continuación de las batallas y masacres y como la ausencia de líderes reconocidos en las negociaciones.

En noviembre de 2020 Trump impulsó el retiro de tropas tanto de Afganistán como del Medio Oriente, basándose en el compromiso y en la acción común. En realidad esa era la intención de Trump desde que inició su mandato. La cuestión quedó para Biden que redujo el contingente en Afganistán a 4.500 hombres con la condición de reducción de la violencia y cambiando la agenda mientras trascendía la existencia de conversaciones entre el gobierno afgano y los talibán. Esto hizo pensar que tal vez el retiro era precipitado… también de Irak.

Actualmente el debate se centra en si quedarse es seguir invirtiendo en corrupción, producción de heroína en Afganistán y continuar guerras sin fin.

En resumen, no menos de 4.500 efectivos hasta que se tengan garantías de que el accionar de Al-Qaeda se haya detenido. Tampoco desean dejar armamento que pueda caer en manos erróneas.

El hecho es que el costo de la guerra en Afganistán ya superó los 2.260 billones de dólares y no deja de incrementarse mientras ya a fines de abril de 2021 el Reino Unido y la OTAN amenazan con retornar si reaparece alguna amenaza para el “mundo libre”. Pero aunque retiren a su último efectivo —la nueva fecha sería el 11 de septiembre, fecha en que se cumplirán 20 años del atentado contra el World Trade Center y el Pentágono—, los costos seguirían sumándose: gastos de contingencia para operaciones en el exterior (OCO), los intereses de los préstamos incurridos durante estas casi dos décadas —530.000 millones de dólares—. Si la situación empeora, la intención de Londres sería retornar a Afganistán con la OTAN, por lo que el Reino Unido debe permanecer preparado, aunque por el momento tiene solo 750 efectivos y su función es de entrenamiento.

O sea: Estados Unidos no cumplirá la fecha establecida como límite por Trump: 1° de mayo, pero sí la OTAN. De tal manera que se retiraría el 11 de septiembre

A todo esto, los talibán festejan haber vencido a Estados Unidos. Manifestaron que quieren un Estado Islámico regido por la sharia y que continuarán la yihad. Posiblemente sea una expresión de deseo, pero evidentemente no querrán una democracia al estilo “occidental” sino una república islámica purificada de la influencia occidental y no un emirato islámico. De todos modos Washington elige creer que la modalidad talibán sería más moderada que en el pasado y que en Estados vecinos (Pakistán). Prefieren ignorar que ahora el ISIS está presente en Afganistán, junto con Al-Qaeda, y otros grupos militantes.

No solo podrían desestabilizar a Afganistán sino dispersarse a China, Pakistán e Irán. De todos modos Rusia, China e Irán estarían más interesados en velar por la gestión talibán que los Estados Unidos.

 

* Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas.

 

Referencias

[1] Véase en esta página el artículo de Giancarlo Elia Valori, “Los Servicios de Inteligencia afganos”. Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), 08/11/2020, https://saeeg.org/index.php/2020/11/08/los-servicios-de-inteligencia-afganos/ .

[2] Ídem.

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LA COOPERACIÓN ENTRE LA FEDERACIÓN DE RUSIA Y LA REPÚBLICA POPULAR DE CHINA.

Isabel Stanganelli*

Las relaciones entre Rusia y China, muy próximas hasta mediados de la década del 50, quedaron suspendidas durante más de treinta años a partir de la gestión de Nikita Khruschev. De acuerdo con la doctrina de política exterior oficial de 1993 las prioridades de Rusia colocaban en sexto lugar a la región Asia-Pacífico. Ya en marzo de 1996 el Ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Evgeny Primakov, elevó a la región Asia-Pacífico al tercer lugar en las prioridades de Moscú. Pero este acercamiento no fue fruto de una estrategia deliberada sino consecuencia de muchos intentos fallidos de intensificar la cooperación con vecinos asiáticos.

En realidad la posición inicial de la flamante Rusia promovía el acercamiento a organismos internacionales como la ONU, ASEAN, APEC, Grupo de Australia, etc., como base de una nueva cooperación con los EE.UU. y la Unión Europea para lograr las reformas de transformación a la economía de mercado. Respecto del resto de Asia, los institucionalistas liberales rechazaban abiertamente el multilateralismo chino y regímenes como el de India y Corea del Norte. Con el paso del tiempo, y para evitar el aislamiento político e intelectual, los partidarios de este modelo atenuaron su posición. La escuela de política exterior eurasianista estaba en su apogeo y consideraba a Rusia un Estado eurasiático.

De esta manera la Federación se instituía como puente entre las diferentes culturas que la circundaban y neutralizaba su frustración ante las expansiones de la OTAN y de la Unión Europea, las deficiencias de la OSCE —que no le permitió a Rusia afirmarse como organismo de seguridad europeo—, así como las relaciones menos fluidas de Moscú con algunos Estados de Europa Central. Rusia comenzó a evaluar a Oriente como alternativa para sus intereses —económicos, de seguridad, políticos, etc.— y para neutralizar la creciente influencia de Japón y de EE.UU. en el Pacífico. En la Declaración de Almaty de julio de 1998, los Ministros de China, Rusia, Kazakhstán, Kirguizstán y Tadjikistán —Grupo de Shanghai, creado en 1996— sostuvieron que la paz y el desarrollo de todas las naciones en el siglo XXI exigían la instauración de un nuevo orden justo y racional en lo económico y político y lograr relaciones de buena vecindad, de amistad y de cooperación entre los cinco Estados. Esta nueva concepción de política exterior permitió a Rusia ingresar al Grupo de los 7, al Club de París, intervenir en Kosovo, etc.

El acercamiento a Oriente también permitiría a Rusia reducir gastos militares, reactivar económicamente la región del Lejano Este, una mayor participación en el comercio regional así como brindar asistencia técnico-militar a China, incentivar el desarrollo industrial y de las comunicaciones y en particular el de las fuentes de energía —incluyendo hidrocarburos y su transporte—.

De todos modos era muy improbable una alianza político-militar entre China y Rusia aunque se declararon dispuestas a mantener consultas sobre problemas internacionales y cuestiones relacionadas con la situación en Asia.

Aunque la relación económica de Rusia con China no era lo suficientemente importante como para cultivar el mercado chino sobre la base de “relaciones especiales”, se destacaba cierta cooperación en el campo energético y militar. El abandono a principios de los 60s de emprendimientos energéticos y militares rusos en China, hizo más fácil la reintroducción de las tecnologías rusas en los 90s: un ítem de vital importancia económica y estratégica para ambas potencias estaba relacionado con la venta de armas.

Es conveniente recordar el “gran juego geopolítico” que se estaba librando por la producción, venta y transporte de petróleo y gas natural desde la cuenca del Caspio del que participaban varios Estados y grandes compañías —muchas estadounidenses con soporte de su gobierno—. Además se continuaba negociando el transporte de combustibles desde Siberia oriental y la isla Sajalín.

Es decir que a fines del siglo XX, Rusia se sentía abandonada a sus propios recursos por Occidente y, en la búsqueda de oportunidades, parecía haber encontrado a un buen socio en China. La reunión de ambos vecinos surge en un momento en que se encontraban aisladas, sin graves conflictos mutuos, con industrias para modernizar e interés por solucionar los problemas energéticos de China con los abundantes recursos —tanto de materia prima como tecnológicos— por parte de Rusia. De esta manera la Federación, además de lograr una posición que le permitía mayor capacidad de negociación en la arena internacional, recuperaba parte del prestigio perdido en el comando de las restantes repúblicas de la CEI.

Pero con el nuevo milenio, a Boris Yeltsin lo sucede en el gobierno Vladimir Putin. Ya en la primera década, a terribles atentados terroristas en Occidente y Oriente, se sumó la presencia de efectivos militares occidentales en Afganistán e Irak… Ocurrieron las revoluciones de colores —que afectaron a repúblicas de la CEI— y no menos graves conflictos entre Rusia y Georgia. Con posterioridad se produjeron los levantamientos denominados “primaveras árabes”. Siguieron conflictivas situaciones con Georgia, Ucrania, Arabia Saudí, Siria, la OTAN y hasta con la misma UE, cuyas sanciones desde 2014 continuaron escalando y terminaron perjudicando a todos los actores: el rublo cayó a mínimos récord y desaparecieron las inversiones occidentales. Para 2014 el precio del petróleo de 100 había caído a 40 dólares el barril, en una economía donde el sector energético constituye el 70% de las exportaciones anuales y más de la mitad del presupuesto federal. Los bancos rusos fueron excluidos para acceder a préstamos a largo plazo en la Unión Europea (UE), y se implementó la prohibición de exportaciones de equipo militar de doble uso, de acuerdos de armas entre la UE y Rusia y de transferencia de tecnología occidental para la industria de la energía.

Entonces aparece China como la mejor opción de Rusia. En octubre de 2014 ambas firmaron más de 30 convenios como el de 400.000 millones de dólares para la entrega de 38.000 millones de m3 de gas durante los siguientes 30 años, Rusia accedió a la entrega de sistemas de misiles antiaéreos S-400 y cazas Su-35 en el primer trimestre de 2015 y hasta podría suministrar a China nuevos submarinos y componentes para satélites. Hasta entonces Rusia se había negado a ceder sus mejores armas.

Para octubre de 2019 Rusia ya estaba ayudando a China a crear un sistema de alerta para ataques de misiles, rudimento de alianza militar defensiva. La campaña y politización anti china (el “virus de Wuhan”) de Trump y la presión militar de la OTAN y el GUAM —Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia, creada en 1997— contra Rusia, y el Quad —(grupo formado por las potencias Australia, India, Japón y EE.UU.— contra la amenaza China, condujeron a una intensificación de las relaciones en política exterior de ambos Estados. Mientras, los estrategas estadounidenses minimizan la posibilidad de una alianza entre Rusia y China y permanecen ligados a la línea de pensamiento de Kissinger que afirmaba que siempre se podría enfrentar a uno contra otro.

Pero la alianza existe, prudente pero existe. A pesar de que China es muy poderosa, Rusia nunca será dependiente pues la identidad euroasiática de Rusia se encuentra muy arraigada.

Una alianza militar solo sería una última opción para la peor de las situaciones, una que ninguno de ambos imperios desea. Pero romper su actual alianza necesitaría gestos de parte de los EE.UU. y de su impotente apéndice, la Unión Europea. De momento a la gestión Biden no le resultan prioritarios tales gestos, mientras continúa incrementándose la cooperación entre Moscú y Beijing.

 

* Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas. 

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RUSIA REAPARECE EN ÁFRICA

Giancarlo Elia Valori*

Las relaciones entre Rusia y África son de larga data y siempre se han caracterizado por su versatilidad. Iban desde la ayuda humanitaria del zar Nicolás II hasta el Imperio etíope en su lucha contra Italia (finales del siglo XIX), para apoyar la liberación de Portugal de Angola, Mozambique, Guinea-Bissau, Cabo Verde y São Tomé y Príncipe (finales de los años 60-70).

En la segunda mitad del siglo XX, ingenieros y especialistas soviéticos participaron activamente en la implementación de una serie de grandes proyectos industriales en muchos países africanos. Se construyeron centrales eléctricas (presa de Asuán), plantas metalúrgicas, mineras y de procesamiento, refinerías de petróleo, empresas que fabricaban maquinaria y otros artículos importantes de la economía nacional.

¿Cómo piensa Rusia desarrollar la cooperación económica con los países africanos y qué rumbo puede seguir esta asociación en un futuro próximo?

Hoy en día, África es el líder mundial en términos de crecimiento del consumo. La agricultura, la industria química y agrotecnológica, las industrias de refinación de petróleo y extractivas, la energía y las tecnologías nucleares con fines pacíficos se están desarrollando rápidamente en África. La mayoría de los países están interesados en el desarrollo de infraestructuras y la demanda de automóviles y equipos especiales está creciendo. Las empresas rusas tienen algo que ofrecer en cada uno de estos sectores.

Un continente con una población de 1.400 millones de habitantes es comparable a China. Dentro de 15-20 años, África determinará el marco demográfico mundial e influirá significativamente en la escala de la demanda mundial de los consumidores.

Rusia, que está significativamente limitada en la dirección occidental de la actividad económica extranjera como resultado de las sanciones, está buscando nuevos mercados para sus productos, principalmente para las exportaciones. Es obvio que será prácticamente imposible para Rusia resolver estos problemas sin África.

El Ministerio de Asuntos Exteriores ruso ha señalado que África sigue siendo una de las prioridades de la política exterior rusa. En un futuro próximo, sin duda es posible garantizar el crecimiento gradual de los lazos comerciales y económicos entre Rusia y los países africanos. Esto significa aumentar el número de proyectos conjuntos mutuamente beneficiosos en los campos de la energía, la agricultura, el uso de subsuelos, el desarrollo de infraestructuras, la alta tecnología y la formación del personal.

Al mismo tiempo, cabe recordar que los 54 países africanos representan el 27,98% de los escaños en las Naciones Unidas, y el apoyo político de un número tan grande de países también es extremadamente importante para Rusia.

Rusia se ha desarrollado tradicionalmente y sigue desarrollando relaciones con el Magreb y los países del sur de África. Cuatro países del norte de África, a saber, Egipto, Argelia, Marruecos y Túnez, así como la República de Sudáfrica representan más del 70% de todo el comercio con África. Si añadimos Sudán y Nigeria, el comercio ruso con África alcanza el 85%.

Además, muchos países de la región subsahariana se están desarrollando rápidamente y registran tasas de crecimiento económico muy altas. También tienen recursos naturales y económicos que podrían ser de interés para Rusia.

Una de las principales tareas de las instituciones rusas en este sentido es catalizar el comercio con los países africanos negros: hay planes de abrir agencias u oficinas de representación allí, a las que pueden acudir empresarios y ciudadanos locales si están interesados en los contactos económicos o el diálogo con sus homólogos rusos.

En 2019, la facturación del comercio exterior de Rusia con los países africanos ascendió a 16.800 millones de dólares estadounidenses, y las exportaciones a países africanos consideraron maquinaria, equipos y vehículos, productos alimenticios, productos agrícolas y productos minerales.

El resto del comercio consistía en metales, productos químicos, caucho, madera, productos de papel y minerales preciosos. África todavía se caracteriza por una amplia base de recursos de diamantes y perspectivas de nuevos descubrimientos de metales raros, lo que explica el interés de Rusia en el desarrollo potencial en esta región.

Por el contrario, en 2019 los productos alimenticios y agrícolas representaron la mayoría de las importaciones rusas (56,8%). Al mismo tiempo, la mayor parte del comercio de Rusia con los países africanos en 2019 se materializó debido a transacciones comerciales mutuas con Egipto (37,2%), Argelia (20,2%), Marruecos (7,6%), la República de Sudáfrica (6,6%), Senegal (4,3%), Túnez (3,9%), Nigeria (2,5%), Togo (2,4%), Sudán (1,6%) y Costa de Marfil (1,6%).

Entre enero y septiembre de 2020, debido a la propagación de la infección por coronavirus, la facturación comercial ruso-africana disminuyó un 20,5% en comparación con el mismo período de 2019 y ascendió a 8.900 millones de dólares.

Hoy, Rusia está dispuesta a actuar como socio de todos los países africanos en varios sectores. Estos incluyen proyectos para suministrar los últimos equipos rusos para empresas metalúrgicas y mineras, así como el desarrollo de un sistema de transporte y logística, incluyendo no sólo el suministro de material rodante para ferrocarriles, aviones y helicópteros de diversas clases y propósitos, sino también sistemas de control y seguridad para las respectivas líneas de transporte. Rusia también está interesada en participar en la creación de infraestructura energética en los países africanos —capacidades de petróleo, gas y generación, incluida la energía hidroeléctrica y nuclear—, así como en garantizar la seguridad alimentaria, desarrollar un sistema de salud y suministrar medicamentos.

Rusia no ofrece contratos individuales de exportación, sino proyectos que incluyen tanto el suministro de productos como su mantenimiento, así como capacitación para especialistas, y una posible transferencia de tecnología y localización parcial. Esto permite a los países africanos desarrollar su experiencia en una variedad de industrias.

África es actualmente uno de los mercados de ventas que atrae inversiones a largo plazo para empresas nacionales. En los últimos años, los países africanos han dado un gran salto adelante en la creación de las condiciones para el comercio en desarrollo y un clima de inversión favorable.

Las áreas y nichos prometedores para los exportadores rusos a África son el suministro de equipos de automoción terminados, así como accesorios y piezas de repuesto para maquinaria; la construcción y modernización de la infraestructura ferroviaria, y el suministro de equipos de refinación de petróleo. Al mismo tiempo, los proveedores rusos de maquinaria agrícola y los principales fabricantes de automóviles ya están trabajando en los mercados africanos.

Los proyectos de mantenimiento y modernización de las centrales eléctricas, para la producción y el transporte de petróleo, así como para la disposición de instalaciones para las industrias química y minera en África se han desarrollado con éxito. El suministro de productos agrícolas y alimentarios desempeña un papel importante en las exportaciones. Los proyectos en nuevas direcciones, como la tecnología moderna, las ciudades “inteligentes”, la educación y la salud, están empezando a desarrollarse proactivamente.

En la actualidad, los países clave en la promoción de las exportaciones sin recursos son Egipto, que representa más de un tercio del volumen de negocios comercial ruso-africano, la República de Sudáfrica, Zambia, Angola, Argelia, Nigeria y Kenia.

Desde una perspectiva estratégica, el desarrollo sostenible de los países africanos se asociará, entre otras cosas, con el pleno uso del potencial de inversión, atrayendo a empresas interesadas en ejecutar proyectos en su territorio.

La calidad de los productos de las empresas rusas cumple con los estándares internacionales. Por lo tanto, muchos líderes africanos están interesados en proyectos relacionados con la construcción de aeropuertos, centrales hidroeléctricas, escuelas y universidades, así como en el campo cultural.

Al mismo tiempo, no sólo los países de Europa occidental, los Estados Unidos y China, sino también la India, Turquía, así como los Estados del Golfo Pérsico, el Japón, la República de Corea, Israel y Brasil están mostrando un creciente interés en desarrollar relaciones con los países africanos. Por lo tanto, estas actividades de las principales potencias del mundo conducen inevitablemente a un aumento significativo de la competencia en prácticamente cada una de estas áreas. Uno de los mayores proyectos de la empresa estatal rusa Rosatom en África es la construcción de la central nuclear de Al-Dabaa en Egipto. Rosatom State Atomiс Energy Corporation es una empresa estatal rusa de energía nuclear con más de 360 empresas.

Sin embargo, esta no es la única área de interés para la empresa en la región. Rosatom, en particular, desarrolla la cooperación no energética no sólo en el sector nuclear, sino que también ofrece varias opciones para la investigación básica llave en mano, la medicina y las facilidades radiológicas.

Una de estas instalaciones es el Centro de Ciencia y Tecnología Nuclear (CNST). Rosatom ya participa proactivamente en el proyecto de construcción del CNST en Zambia. El Centro incluye un reactor de investigación, un centro de irradiación multiusos, un centro de medicina nuclear y varios laboratorios, una plataforma moderna para una amplia gama de investigación científica y aplicaciones prácticas de tecnologías nucleares.

La empresa también ve potencial en la formación del personal y proporciona una serie de becas y programas educativos. Durante los últimos cinco años ha habido un programa estatal de becas para estudiantes que deseen dominar especializaciones nucleares y de ingeniería en las principales universidades de Rusia. Cada año, a petición de Rosatom, las cuotas se asignan a representantes de países africanos.

Además, las tecnologías digitales, la inteligencia artificial y la ciberseguridad —de las que los rusos son maestros— se están desarrollando rápidamente en África. Los africanos están interesados en las tecnologías de la información rusas, en primer lugar en los servicios gubernamentales rusos, como los programas de recaudación de impuestos, las tecnologías en la nube y todo lo relacionado con los sistemas de pago en línea.

África está mostrando especial interés en los proyectos agrícolas. En particular, los países africanos están aumentando su producción de cereales y la demanda de fertilizantes está creciendo. Por lo tanto, en los últimos cinco años el volumen de consumo de fertilizantes en los países africanos ha crecido entre un 4% y un 5% anual, mientras que la media mundial es del 1,5%-2%. Hay enormes perspectivas para el mercado africano: el consumo de nitrógeno y fertilizantes fosforosos en la región es actualmente de cinco a siete veces menor que la media mundial, mientras que el consumo de potasa es entre nueve y once veces menor que la media mundial.

En los primeros nueve meses de 2020, a pesar de la pandemia, los suministros de fertilizantes de la compañía superaron los indicadores del año anterior y alcanzaron las 445.000 toneladas. En los próximos cinco años, se está considerando la posibilidad de aumentar la oferta de productos ecológicamente estándar a África, una contribución importante para garantizar la seguridad alimentaria en África, que el continente tuvo hasta la década de 1960 y luego perdió debido al neocolonialismo. Con un desarrollo gradual y sistemático del potencial de mercado, es totalmente posible que las empresas rusas tomen posiciones de liderazgo, redirijan volúmenes y prioridades de mercados más distantes y otros.

La primera Conferencia Rusia-África se celebró en Sochi los días 23 y 24 de octubre de 2019 y contó con la participación de 54 representantes africanos y con 43 Jefes de Estado. En la Cumbre, Putin hizo hincapié en que la cooperación entre las partes era de larga data y a largo plazo – y militar, añadiríamos. El nuevo punto de apoyo a la Marina rusa está en Sudán: el Tratado del 8 de diciembre de 2020, y el atraque de la fragata Almirante Grigorovic el 28 de febrero de 2021 en Puerto Sudán lo prueban.

La reaparición de Rusia en África se encuentra en pleno apogeo.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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