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IDEAS SOBRE LA POLÍTICA EXTERIOR ARGENTINA

Julio Ferrari Freyre*

La Política Exterior es la cara de la Argentina que el gobierno presenta al mundo en su accionar fuera de las fronteras del país como actor efectivo y responsable en el ámbito bilateral y como integrante de organismos multilaterales y debe en todo momento y en toda circunstancia promover los intereses nacionales tales como la recuperación de nuestras Islas Malvinas (actualmente ocupadas por una potencia extranjera), la defensa de nuestro legítimo reclamo del Sector Antártico que forma parte de la Provincia de Tierra del Fuego, la salvaguardia de nuestras fronteras, el desarrollo económico-social de nuestro país, el progreso de la Patria y de sus ciudadanos así como otras cuestiones que conforman la realidad nacional.

Simultáneamente, la Política Exterior debe sostener permanentemente los valores de nuestro país que involucran entre ellos el sistema democrático representativo, el federalismo, el respeto de los derechos humanos, políticos y sociales, la libertad de cultos, el cumplimiento de las obligaciones ciudadanas, el respeto a la convivencia y al derecho internacional, el fomento de la fraternidad y de la cooperación con otros países, así como el acatamiento de la neutralidad frente a conflictos entre terceros países. Del mismo modo, la Política Exterior se despliega ante los organismos regionales e internacionales, en los cuales participa a través de sus iniciativas o de las que nuestro país pueda presentar ante los mismos.

Es también su tarea sostener los logros de nuestros ciudadanos en diversos campos, tales como la literatura, las investigaciones aeroespaciales y satelitales, los estudios e investigaciones en la Antártida, los desarrollos nucleares, los avances en las ciencias médicas y en la producción agropecuaria entre otros. Recordemos que de los cinco Premios Nobel que han recibido nuestros conciudadanos, tres han sido en las ciencias médicas. Argentina lidera la región latinoamericana en relación a estos galardones.

Nuestra Política Exterior NO debe ser una continuación de la política interna, partidaria, clasista o ideologizada, por el contrario, debe reflejar un equilibrio entre el marco conformado por los intereses y valores nacionales y las circunstancias y tendencias mundiales ―dinámicas, anárquicas y desordenadas― donde estará presente nuestro país.

Muchos políticos de los más variados niveles de responsabilidad han aprovechado sus cargos para verter nociones de la política exterior de nuestro país pensando principalmente en el pueblo consumidor de sus discursos y no en las posibles repercusiones que puedan tener sus palabras en otros Estados. En general, en sus discursos, no consideran como prioritarios los intereses y valores nacionales, nuestras políticas permanentes, nuestras tradiciones y los logros de nuestro país en diversas áreas.

Algunos de ellos aprovechan sus viajes al exterior para hacer denuncias contra el gobierno de turno o para atacar a las autoridades de alguna etapa anterior, a la oposición o a los adversarios sin advertir que a los circunstanciales auditorios extranjeros no les interesan los trapos sucios de la política interna argentina sino sólo los asuntos que afectan a sus países o a la situación internacional, razón por la cual criticar al gobierno o hablar mal de sus opositores no tiene mayor sentido para las personas que no conozcan o entiendan nuestras dificultades domésticas y sólo empaña la visión que tienen de la Argentina.

Al mismo tiempo, la Política Exterior debe reflejar y coordinar las visiones del Poder Legislativo y del Poder Judicial como así también los enfoques y las necesidades de las Provincias que conforman nuestra República, ya que puede ocurrir que una provincia o municipio pueda realizar acciones o incluso firmar acuerdos con otro gobierno sin tener en cuenta la posición del gobierno argentino, pudiendo esto repercutir negativamente en nuestra política exterior, nuestros reclamos e incluso en el respeto a nuestra Constitución Nacional. Un buen ejemplo es el acuerdo firmado entre las autoridades de Tierra del Fuego y con la empresa Leolabs que directamente afecta nuestra posición en muy diversas y contundentes cuestiones. Otro claro ejemplo son los acuerdos sobre enseñanza de lenguas extranjeras rubricados por varias provincias con entidades de otros países. En este mismo orden se inscribe la creación de los Institutos Confucio de dudoso valor y naturaleza y otros acuerdos aparentemente inocentes que pueden influir o tener efectos negativos en el país.

Situaciones como las descriptas ponen de manifiesto la importancia de tener un buen servicio de Inteligencia que pueda obtener datos y analizar situaciones holísticamente, aportando información a los decisores para orientarlos adecuadamente acerca de los caminos a seguir. Está muy extendida la idea errónea de que hacer inteligencia es cuestión de espías cuando en realidad consiste en la obtención de información de muy diversas fuentes, generalmente públicas, y el posterior análisis de los datos para poder tomar una decisión mejor elaborada y más equilibrada[1].

Tampoco pueden estar ausentes de nuestra Política Exterior las actividades del mundo empresarial, académico, sindical, científico-tecnológico, cultural, institucional y social coordinando siempre su accionar en un conjunto estratégico que vincule la política estatal, el sector privado y las expresiones culturales y sociales argentinas. Tokatlian lo explica muy bien cuando dice que «la élite argentina tiene un desafío monumental: o entiende cuáles son los intereses nacionales que defender en medio de estos cambios profundos, o vamos a seguir tomando decisiones erráticas, mal informadas, inconsistentes, anacrónicas, confusas»[2].

El conglomerado de valores, intereses nacionales y visiones parciales públicas y privadas, nacionales y provinciales, políticas y económicas formará la estrategia que debemos seguir internacionalmente.

En este sentido, el impulso del comercio exterior, o sea, la promoción de las exportaciones argentinas a otros mercados, debe ser parte integral de la Política Exterior, con lo cual se incrementaría el bienestar tanto de los empresarios como de los obreros del país. Mucho se podría decir de las inversiones extranjeras que siempre llegarán como una gran lluvia, ¡y que aún estamos esperando!, razón por la cual los únicos «fondos frescos» limpios de toda atadura vendrán de las exportaciones.

La situación ideal para el comercio exterior sería que éste estuviera balanceado entre distintas regiones (MERCOSUR, América, Europa, África, Asia y Medio Oriente). Este «equilibrio» permitiría reducir los cambios abruptos en el consumo, problemas financieros, dificultades geoestratégicas y otros escollos que pudieran surgir, garantizando así el flujo de exportaciones, o sea, la llegada de «fondos frescos» del exterior.

Es lamentable que los gobiernos argentinos no hayan promovido la formación de empresas conjuntas o «joint ventures». Estas pueden, por ejemplo, incorporar capital y tecnología del exterior para incrementar la producción y ampliar mercados tanto dentro como fuera del país en beneficio de los socios. Asimismo, entes nacionales, provinciales y municipales podrían ser partícipes de estos esquemas, creando empleo y riqueza y eventualmente participando de las ganancias. Esta metodología ha sido adoptada exitosamente por muchos países en vías de desarrollo con amplios beneficios para todos los involucrados, entre ellos, la República Popular China.

Un buen ejemplo de un joint venture es la planta de gasificación a construirse en la provincia de Río Negro por Yacimientos Petrolíferos Fiscales y Petronas, ambas petroleras estatales de la Argentina y Malasia respectivamente.

Otro aspecto que debe incluir la Política Exterior es el de la información. Mucho se puede hacer en materia de innovación, tecnología, cultura y otras áreas, pero poco efecto tendrá si no se difunden estos logros fuera de nuestras fronteras, cuestión ésta que los distintos gobiernos de turno no pudieron o no supieron llevar a cabo. En otros momentos históricos a este recurso se lo designaba con el nombre de «propaganda», sin embargo, hoy bien podemos denominarlo «marketing», un arma que trae muchos beneficios para informar y que es utilizada ad nauseam por algunos países siendo los Estados Unidos, los países europeos y China los campeones en este aspecto. La implementación adecuada del marketing ayuda a fomentar el poder blando (soft power), que refuerza el prestigio nacional con los múltiples beneficios que brinda a las distintas facetas de la Política Exterior (políticos, económico-comerciales, técnico-científicos, culturales, etc.).

En cuanto al poder duro (hard power), es decir, el poder económico y el estratégico-militar, es claro que ambos aspectos son importantes y deben ser cuidados. El primero se desarrolla por medio de la activa participación del país en el mercado internacional, en los organismos y agrupaciones regionales e internacionales y con una moneda estable bien respaldada. Y el estratégico-militar se lleva a cabo con la participación en las alianzas regionales de las cuales formamos parte y en misiones específicas de mantenimiento de la paz y del orden, para lo cual las Fuerzas Armadas deben estar adecuadamente preparadas y equipadas, situación que se ha descuidado terriblemente en las últimas décadas.

Para lograr que la Argentina muestre su dimensión como actor efectivo y responsable ante el resto de países deberá tener un Cuerpo Diplomático profesional y capacitado, con adecuados conocimientos y suficiente experiencia en un mundo que poca similitud tiene con la política interna. Juan Domingo Perón nos enseñó que «La verdadera política es la política internacional», sencillamente porque no podemos controlar el entorno y menos aún conocer todos los pormenores que motivan a nuestro interlocutor y/u oponente. A esto debemos sumar la pluralidad de lenguas y el relativo caos, para no llamarlo anarquía, reinante en el mundo. Afortunadamente, hace más de medio siglo que la Argentina cuenta con una Academia Diplomática (el Instituto del Servicio Exterior de la Nación – ISEN), escuela de posgrado que ha logrado su prestigio internacionalmente.

En síntesis, la Política Exterior argentina debe formar parte de una visión estratégica del país en un mundo dinámico donde actúan otros Estados, organismos regionales e internacionales, grandes firmas multinacionales, organismos no gubernamentales y otros agentes, algunos de los cuales tienen una notable influencia y en los que nuestro país debe estar presente

 

* Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Sophía (Tokio, Japón), Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador y Economía en la Universidad de Deusto (Bilbao, España). Egresó del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (1984) y como diplomático ha cumplido funciones como Cónsul en Bilbao (1989-1994), en la Embajada Argentina en la República Popular China (1997-2003) y como Cónsul General en Cantón (2011-2016). En Cancillería fue Director de Documentación de Viaje dentro de la Dirección General de Asuntos Consulares y estuvo a cargo de la Representa Especial para Asuntos de Terrorismo. Se retiró del Servicio Exterior de la Nación como Ministro Plenipotenciario de Primera Clase en 2018.

 

Referencias

[1] de los Reyes, Marcelo Javier. «La creciente vigencia de la Inteligencia en un mundo Incierto». Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, 03/12/2021, https://saeeg.org/index.php/2021/12/03/la-creciente-vigencia-de-la-inteligencia-en-un-mundo-incierto/.

[2] «Juan Gabriel Tokatlian e Hinde Pomeraniec dialogan sobre la pantalla del mundo nuevo». Infobae, (Buenos Aires), 06/07/2024. https://www.infobae.com/cultura/2024/07/06/juan-gabriel-tokatlian-e-hinde-pomeraniec-dialogan-sobre-la-pantalla-del-mundo-nuevo/.

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SAN MARTÍN NUEVAMENTE NO DESEMBARCARÍA

Marcelo Javier de los Reyes*

El mejor gobierno, no es el más liberal en sus principios sino aquel que hace la felicidad de los que obedecen empleando los medios adecuados a este fin.

José de San Martín

Las denominadas Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 introdujeron al Río de la Plata en el conflicto mundial de ese momento, el que enfrentaba al Reino Unido con la Francia imperial y sus aliados. Hasta ese momento el Virreinato del Río de la Plata llevaba una vida normal dentro del Imperio español y no había ningún movimiento independentista ni nada que pudiera ocasionar sobresaltos en su población. Sin embargo, las invasiones de los británicos llevaron a la formación de las unidades militares para defender el virreinato y también despertó en los criollos la necesidad de abogar por el libre comercio, aunque la introducción de los productos británicos ponían en riesgo las industrias regionales.

Buenos Aires era una aldea de unos pocos miles de habitantes, llegando a unos 45.000 en 1810, pero también era el puerto más importante vinculado al Atlántico Sur.

Mientras esto ocurría en el sur de América, en Europa la guerra se propagaba por el continente, los reyes españoles Carlos IV y Fernando VII eran prisioneros de Napoleón, las tropas españolas libraban enconados combates contra el francés y se aliaban a su tradicional enemigo: el Reino Unido.

Por esos años también el oficial José de San Martín, nacido en Yapeyú ―en el Virreinato del Río de la Plata, actual Provincia de Corrientes― el 25 de febrero de 1778, desarrollaba su carrera militar en España. Su familia se estableció en Cádiz en 1784, cuando él contaba con seis años de edad. Bajo el pabellón del Imperio español combatió en el norte de África, luego contra las fuerzas de Napoleón, destacándose en las batallas de Bailén y La Albuera. En esta última, que tuvo lugar en 1812, las fuerzas españolas ―paradójicamente― estaban bajo el comando del brigadier general William Carr Beresford, el mismo que en 1806 se rindió ante Santiago de Liniers tras el fracaso de la primera Invasión Inglesa.

San Martín es una figura polifacética que de ninguna manera puede ser reducida a la escena militar. Además de un gran estratega era un hombre de una considerable cultura, un buen administrador como lo ha demostrado en su paso por la gobernación de Cuyo y no puede soslayarse que fue un gran pilar en lo que se refiere a la educación, como lo demuestra su primer testamento de 1818, en el que incluyó la donación de sus libros para la biblioteca de Mendoza, la creación de la biblioteca de Santiago de Chile y la fundación de la Biblioteca Nacional del Perú, la que creó mediante el Decreto firmado el 28 de agosto de 1821. San Martín llegó a expresar: «Las bibliotecas, destinadas a la educación universal son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia». Quizás ésta sea una frase que nuestros dirigentes actuales debieran leer y releer.

Su cruce de la Cordillera al comando del Ejército de los Andes, la independencia de Chile junto a Bernardo O’Higgins, la proclamación de la Independencia del Perú y su encuentro con Simón Bolívar en Guayaquil, ya se encuentran bien registrados en sus diversas biografías y libros de historia.

Del mismo modo son conocidos otros hechos pero siempre es bueno recurrir a la historia, maestra de la vida, para reflexionar sobre ella desde la actualidad.

San Martín se negó dos veces a involucrar sus tropas en la guerra civil, cuando así se lo requirieron Juan Martín de Pueyrredón y luego José Rondeau, quien no es recordado como se merecería por sus leales servicios a la Patria. Desobedeció las órdenes y continuó con su objetivo, que no era el de empuñar las armas en contra de la propia sangre americana. En ese sentido debemos recordar que en una carta expresó: «Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón».

En el mismo sentido cabe mencionar otra célebre frase de San Martín: «Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas». Y fue coherente en palabras y en obras como lo demostró al negarse a desembarcar en Buenos Aires luego de haberse anoticiado en Río de Janeiro de la revolución llevada a cabo por Juan Lavalle, del derrocamiento de Dorrego y luego de su fusilamiento y del caos en el que se encontraba su patria.

Otra muestra de esa coherencia fue el rechazar la presidencia del naciente Estado Oriental cuando se encontraba en Montevideo en 1829. En esa oportunidad, algunos militares orientales como Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera le ofrecieron la presidencia de la nueva república pues deseaban un presidente neutral en un contexto de convulsión política, pero San Martín rechazó el ofrecimiento dado que no deseaba involucrarse en los conflictos políticos que afectaban a las nuevas naciones.

De ese modo, retornó a Europa para ya no volver. Falleció en Francia el 17 de agosto de 1850.

En su testamento, San Martín dispuso que su sable corvo ―de origen árabe y adquirido en Londres en 1811― le fuera «entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla…».

Así Rosas recibió el sable que el Libertador se negó a desenvainar por opiniones políticas.

La imaginación me lleva a pensar que si San Martín llegara en barco nuevamente a Buenos Aires se negaría, una vez más, a desembarcar. Los argentinos parece que tenemos en nuestra genética esa anarquía que se remonta a los primeros momentos del nacimiento de nuestra Patria, la cual parece haberse transmitido de generación en generación, la que nos impide hoy alcanzar la unidad que el general desearía para esta población. En sus objetivos siempre estuvo el «bien y la felicidad», algo que no hemos alcanzado. Lo expresó claramente y en más de una oportunidad:

Mi objeto desde la revolución no ha sido otro que el bien y felicidad de nuestra patria y al mismo tiempo el decoro de su administración.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata. Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019 (2da edición, 2024). Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB). Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

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12 DE AGOSTO CONMEMORACIÓN DE LA RECONQUISTA DE BUENOS AIRES

Marcelo Javier de los Reyes*

 

12 de agosto de 1806. Rendición del brigadier general William Carr Beresford ante Santiago de Liniers.

En 1806 y en 1807 la ciudad de Buenos Aires sufrió sendas invasiones por parte de las fuerzas británicas, las que han pasado a la historia como las «Invasiones Inglesas» que, cabe aclarar, no fueron las únicas en nuestra historia.

No se trató de un hecho imprevisto ya que durante la Gobernación de Buenos Aires y, posteriormente, durante el Virreinato del Río de la Plata las autoridades españolas habían tenido que actuar contra los británicos que merodeaban en la región, quienes junto a los portugueses llevaron a cabo el ataque a Colonia del Sacramento en enero de 1763 pero fracasaron en el intento. Las fuerzas del gobernador Cevallos obtuvieron la victoria. Las autoridades españolas también tuvieron que desalojar a los británicos de las islas Malvinas, las que ocuparon en 1765.

Del mismo modo, las autoridades de Buenos Aires temían que los británicos desembarcaran en la Patagonia, por entonces desértica, por lo que intentaron avanzar hacia el sur con el propósito de llegar al río Negro y llevar a cabo estudios para fundar establecimientos en la costa patagónica, para defenderse de la política expansionista británica.

The Attack of Nova Colonia in the River Plate in 1763, bajo el comando del capitán John Macnamara. Óleo sobre lienzo (1791) de William Elliott.

Como bien narra el historiador Tulio Halperin Donghi, son «las dos incursiones llevadas a cabo por fuerzas británicas en 1806 y 1807 las que introducen bruscamente al Río de la Plata en el conflicto mundial», el conflicto que el Reino Unido mantenía con la Francia imperial y sus aliados[1]. El 21 de octubre de 1805 tuvo lugar la batalla de Trafalgar en la que la marina británica se impuso sobre las flotas de Francia y España, ocasionándole a la segunda una pérdida de control de las provincias americanas, además de debilitar su poder comercial y militar. Las comunicaciones entre América y España quedaron de esa manera expuestas al ataque de los británicos y el Reino Unido ya no estaba forzado a mantener sus principales fuerzas en las costas europeas lo que le permitió aventurarse en otros territorios pertenecientes a los aliados de Napoleón Bonaparte[2].

La Marina Real despachó una flota a África del Sur para apoderarse de la Ciudad del Cabo que pertenecía a los aliados holandeses de Napoleón. Mediante un ardid atrajeron al puerto de esa ciudad a un barco francés cargado de prisioneros de guerra británicos por lo que sumaron más hombres al contingente militar, habida cuenta de que la operación en el sur de África fue rápida y sencilla[3]. Sin embargo se vieron afectados por la escasez de víveres. En función de ello, el comodoro Sir Home Popham decidió dirigirse a las costas de América del Sur para abastecerse de harina y de otros víveres.

El historiador canadiense Ferns describe a Popham como

uno de los jefes más capaces, más imaginativos y más exitosos de la Armada. Sus hazañas de navegación, sus aportes al mejoramiento de las señales y su dominio de las operaciones conjuntas justificaban tanto su ascenso a su alto grado como su incorporación a la Real Sociedad. Pero era además un político y un diplomático. […] Había realizado negociaciones con príncipes árabes y con el zar de Rusia, y estaba vinculado con el gabinete británico y con los círculos comerciales londinenses.[4]

Popham convenció al comandante de las fuerzas terrestres de Ciudad del Cabo de que le facilitara el 71° Regimiento de Infantería, alguno de artillería y dragones desmontados para emprender su aventura americana. Al llegar a la isla de Santa Elena sumó más hombres y se lanzó al Río de la Plata.

Mientras tanto, en América había una escasez de fuerzas españolas, unos dos mil hombres para custodiar unos millones de kilómetros cuadrados[5]. El virrey, el marqués de Sobremonte, estaba alertado de una amenaza británica a su territorio pero esperaba la invasión en Montevideo. Los británicos sabían que desde Buenos Aires partía la plata y el oro de Perú hacia la metrópoli.

El 8 de junio de 1806 la flota se apareció en el Río de la Plata y luego dejar de lado Montevideo se lanzó hacia Buenos Aires y el 25 de junio las tropas al mando del brigadier general William Carr Beresford desembarcaron en Quilmes.

El virrey improvisó una resistencia con blandengues y milicianos urbanos. Las fuerzas resultaron escasas e ineficaces y se vieron sorprendidas por las explosiones de las granadas, armas que a las que nunca se habían enfrentado. La línea de resistencia establecida en el Riachuelo se quiebra y Beresford ingresa a Buenos Aires. El virrey se había ido con buena parte de los fondos y desde el 27 de julio se había establecido en Luján a la espera de refuerzos. Las corporaciones urbanas prestan rápida adhesión al nuevo orden y le piden al virrey que entregue los fondos públicos a los británicos a los efectos de salvaguardar sus bienes privados, ya que Beresford había amenazado con que les confiscaría sus fortunas.

Halperin Donghi destaca el papel de Manuel Belgrano, a la sazón secretario del consulado, quien se indignó «ante el poco decoroso espectáculo brindado por ese cuerpo, hasta entonces fortaleza de la más intransigente lealtad castellana»[6].

Pronto, la aparente adhesión de los residentes creó en el invasor una sensación de seguridad. Beresford aseguró la propiedad privada, mantuvo a los magistrados en sus cargos, confirmó que los esclavos se debían a sus amos y el 4 de agosto implantó el libre comercio con bajas tasas aduaneras.

Debe recordarse que por más que Beresford solicitó obediencia al rey Jorge III la invasión de Buenos Aires fue una iniciativa personal que hasta ese momento no contaba con la anuencia de la corona británica.

Mientras tanto, la resistencia se encontraba operando para doblegar al invasor. Encabezada por el alcalde Martín de Álzaga, quien puso a disposición de ese objetivo su fortuna personal, se rodeó de otros conspiradores como Anselmo Sáenz Valiente y Juan Martín de Pueyrredón, poderosos comerciantes como él.

Bien pronto comenzaron a excavar túneles y construir un sistema de galerías debajo del centro de la ciudad y el propio alcalde se ocupó de conseguir armas ―mediante el contrabando― debido a que Beresford ordenó el secuestro de las armas que poseía la población. Del mismo modo, estableció talleres para la reparación de aquellas que estuvieran deterioradas.

Tal como cuenta el historiador Ferns, Santiago de Liniers, Martín de Álzaga y Juan Martín de Pueyrredón

en aquel momento actuaron con autonomía, sin órdenes del virrey, o contrariándolas, y procedieron a movilizar a toda la comunidad para la lucha. Su actividad dirigente sólo tiene parangón en el celo e inventiva de la población. Por ejemplo, un catalán, José Fornaguera, propuso el día siguiente de la capitulación organizar una banda secreta de hombres diestros en el manejo del cuchillo que diesen muerte a los ingleses dondequiera que los encontrasen. Se puso en práctica un plan para traer refuerzos de Montevideo en barcos pequeños capaces de navegar por el río fuera del alcance de los buques ingleses de gran calado. Se movilizó a los gauchos y a los indios para que colaborasen, y así las cosas se hicieron con presteza, a menudo desordenada pero siempre enérgicamente.[7]

La organización contra los invasores estuvo a cargo del capitán francés Santiago de Liniers y Bremond, quien se encontraba al servicio de España desde 1775 y en noviembre de 1776 se embarcó en Cádiz en la expedición comandada por Pedro de Cevallos, participó en la toma de la isla portuguesa de Santa Catarina y en la rendición de la Colonia de Sacramento el 5 de junio de 1777. En agosto de 1778 Santiago se encontraba nuevamente en Cádiz y entre 1779 y 1782 participó en la guerra contra Inglaterra[8]. En 1788 fue destinado nuevamente al Río de la Plata, al apostadero de Montevideo, a donde arribó en diciembre de ese año.

Al momento de la invasión era comandante de puerto en Ensenada y gran conocedor del Río de la Plata por haberlo navegado por unos veinte años. Se trasladó a Colonia y de ahí a Montevideo para organizar la reconquista. Luego de convencer al gobernador militar español de que le confiara tropas con experiencia que habían sido enviada a esa ciudad por el virrey, el 3 de agosto se embarcó en Colonia con quinientos cincuenta soldados y cuatrocientos cincuenta milicianos. Entretanto, los hombres de Pueyrredón habían sido dispersados en las chacras de Perdriel. En la ciudad se improvisaron milicias y se creó el regimiento de Patricios.

El 10 de agosto, tras la toma de los corrales de Miserere y del Retiro, las fuerzas de Liniers controlaban los accesos de la ciudad por el oeste y por el norte. Los temporales de invierno mantenían a los buques británicos inmovilizados en el Río de la Plata y las lluvias y el barro anegaban las calles de Buenos Aires, en las cuales se combatía el día 12 contra los invasores, quienes también eran atacados desde los techos de las casas con piedras y tizones ardientes provocándoles bajas considerables. Ese mismo día de 1806, Beresford capituló mientras que una multitud rodeaba el fuerte de Buenos Aires. La bandera de España volvió a ser izada en el fuerte.

Ese 12 de agosto de 1806 ocurrió otro hecho relevante que merece ser destacado: el joven cadete del Fijo de Caballería, Martín Miguel de Güemes, al mando de un grupo de jinetes, tomó la fragata de bandera inglesa Justine, la que había quedado varada en el Río de la Plata como consecuencia de la bajante de las aguas. La toma de un buque militar por parte de la caballería constituye un hecho inédito en la historia militar.

El virrey Sobremonte fue la primera víctima tras la reconquista y el héroe fue Santiago de Liniers, a quien se le encargó el comando de las tropas porque la ciudad comenzó a preparar su defensa ante otra probable invasión británica.

Y así fue en 1807, en 1833, en 1845 y en 1982 luego de la recuperación de los archipiélagos del Atlántico Sur por las Fuerzas Armadas Argentinas.

El Reino Unido siempre ha sido un enemigo de España y de la Argentina y lo seguirá siendo como lo demuestra cotidianamente. Como he dicho otras veces, la guerra no terminó el 14 de junio de 1982 porque los británicos han continuado la guerra, avanzando sobre nuestro mar territorial, ambicionando nuestro sector antártico, otorgando ilegalmente licencias de pesca y derecho a explotar el petróleo como se lo han concedido a la empresa israelí Navitas Petroleum.

A eso sumemos el poder blando, la guerra cognitiva que ejerce sobre nuestra población a través de ONGs y fundaciones que dicen defender los derechos humanos, el indigenismo, el aborto y otros temas que conspiran contra nuestra integridad como Nación. A eso hay que sumarle la intromisión en otros países de la región para operar en contra de la Argentina y la propia dirigencia política y económica de nuestro país, en su mayoría verdaderos responsables de la entrega de la Patria.

Nos lo advirtió el coronel Mohamed Alí Seineldin: «Lo que aspira el imperialismo angloamericano es que paguemos la deuda con los territorios del paralelo 40 para abajo».

Aún estamos a tiempo de revertir la situación.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019 (2da edición, 2024).

Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

 

Referencias

[1] Tulio Halperin Donghi. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, p. 22.

[2] H. S. Ferns. La Argentina. Buenos Aires: Sudamericana, p. 51.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Tulio Halperin Donghi. Op. cit., p. 22.

[6] Ibíd., p. 24.

[7] H. S. Ferns. Op. cit., p. 55-56.

[8] «Santiago de Liniers y Bremond». Real Academia de Historia, https://dbe.rah.es/biografias/12075/santiago-de-liniers-y-bremond, [consulta: 01/08/2024].

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