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ENTRE LA FICCIÓN Y LA REALIDAD

Alejandro Olmos Gaona*

Debido a una denuncia efectuada por el diputado Palazzo, se conoció el envío de reservas de oro al Banco de Inglaterra, aunque también es posible que hayan partido al Banco de Pagos Internacionales de Basilea por parte del ministro Caputo y el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, todo lo cual fue realizado en el mayor secreto. Al conocerse la noticia Caputo trató de justificar el envío diciendo que era para «obtener rentabilidad», aunque es sabido que esos bancos no dan renta alguna por recibir reservas de oro. En este caso se enviaron las reservas, para obtener un préstamo en dólares y utilizarlas como garantía del pago o, eventualmente, liquidarlas al precio del mercado internacional y obtener el dinero para pagar deudas. Esto de enviar reservas de oro al exterior lo hizo Federico Sturzenegger durante el gobierno de Macri y Alberto Fernández debió recomprar esas reservas, cuyo valor era de casi 460 millones de dólares. No cabe sorprenderse de estas acciones, ya que estos personajes están acostumbrados a negociar con los bienes públicos sin dar cuenta alguna de lo que hacen. Aunque Caputo debió blanquear el envío no aclaró en concepto de que se enviaron las reservas, qué tipo de rentabilidad se va a obtener, qué tiempo van a estar depositadas fuera del país, cual fue la urgencia en enviarlas y porqué se hizo sin que hubiera conocimiento público de la decisión.

Como en el gobierno se publicitan hasta las nimiedades y el vocero presidencial cuenta hasta los despidos de funcionarios y empleados comunes que son eyectados de la función pública, en este caso se prefirió el ocultamiento y eso generalmente ocurre cuando existe algo que esconder y la decisión no es transparente, ya que de lo contrario no había razón para no dar a conocer el envío del oro.

Estas acciones no deberían sorprendernos respecto a la dupla Caputo – Bausili, porque ya hicieron de las suyas durante la gestión de Macri, siendo Caputo Ministro de Economía y luego presidente del Banco Central, y Santiago Bausili Secretario de Finanzas de la Nación lo que llevó al Fiscal Federico Delgado a imputarlos penalmente por los negocios con bonos, pero la justicia determinó que las compras de bonos que hacían siendo funcionarios, no era susceptible de reproche penal, aunque era evidente que tenían información privilegiada y sabían que no corrían riesgo alguno, porque siempre iban a cobrar.

Como el presidente sostiene que el Estado es una organización criminal y que debe ser destruido y que solo los intereses privados deben ser beneficiados por las políticas públicas, porque solo ellos nos van a «salvar», no es extraño que se entreguen bienes públicos para garantizar operaciones oscuras. Lo que es inadmisible es que se pretenda justificar con argumentos insostenibles una decisión que compromete las reservas del país, sin mostrar las modalidades de la operación que siguen siendo materia de un silencio sepulcral. Además, existe el riesgo de que tales reservas sean embargadas, debido a litigios que tiene la Argentina en tribunales del exterior y en el CIADI, en caso de que hayan sido enviadas al Banco de Inglaterra.

Lamentablemente, en esto de negociar en secreto y entregar reservas de oro, sin dar a conocer las razones, hay un largo listado de gobiernos que lo han hecho, ya que son prácticas comunes que se esconden al conocimiento público. En muchos casos, porque darlos a publicidad rompería ciertas auras de progresismo y del carácter supuestamente revolucionario de ciertos gobiernos que, llegado el momento, negocian con las reservas y las comprometen imprudentemente. Lo hizo Correa en el Ecuador, Lula y Dilma en Brasil, Evo en Bolivia, como un ejemplo de personajes que hablan contra el imperialismo pero siempre terminan negociando con él.

En este momento Perú, Brasil, Ecuador, Bolivia, Venezuela, México, tienen reservas de oro en el Banco de Inglaterra, que se ha negado a entregar a Venezuela sus reservas por pedido de los opositores al gobierno.

Pero como en la Argentina se cultiva la ficción y la realidad siempre es disimulada para sostener el relato, el presidente Milei ha enfatizado reiteradamente el logro del superávit financiero de los últimos seis meses. Los 518.000 millones de enero, los 338.112 de febrero, los 276.638 en marzo, los 154.990 millones de abril, 1.148.634 millones en mayo y 238.189 en el mes de junio, lo que totalizan la suma de $ 2.673.573 millones.

Milei se cuidó muy bien de mostrar los fundamentos del superávit y nada dijo de los recortes en subsidios, de la licuación de salarios y jubilaciones. Tampoco de las disminuciones de transferencias de capital a las provincias, los recortes a la obra pública, subsidios económicos, las prestaciones de la seguridad social. Cuando mes a mes se fueron conociendo estas cifras, desde los miembros del gabinete, hasta muchos comentadores complacientes de los medios, salieron a festejar estas cifras que no se conocían desde hace más de una década. Consideraron los números como un «éxito» del presidente, olvidándose de que se suprimió y a quienes se afectó para conseguirlas. Los mayores recortes fueron en enero, pero siguieron adelante los meses siguientes hasta la actualidad. Ahora bien ese superávit, es lo que quedó  después del pago de los intereses de la deuda, que siempre es la gran prioridad de los gobiernos de turno.

Otra de las cuestiones de las que no se habla, es del enorme crecimiento de la deuda pública en los últimos seis meses: 10.662 millones de dólares en enero, en febrero aumentó 5.259 millones de dólares, en marzo 16.501 millones en el mes de abril 11.019 millones y al 30 de mayo 21.606 millones de dólares, lo que hace un total en seis meses de 65.047 millones de dólares. El 48% está en moneda local indexada y el 52% de la deuda en moneda extranjera. Hay vencimiento de aquí a diciembre por 7.000 millones de dólares y en 2025 por más de 15.000 millones de dólares, no existiendo fondos para pagarlos, por lo cual resulta inevitable que deban realizarse nuevas negociaciones para ver de qué manera se cumple con los acreedores.

¿Cómo es posible que ante una deuda de semejante magnitud, que se está acrecentando al trasladar los pasivos del Banco Central, se guarde silencio y el locuaz presidente y sus ministros no digan una palabra, como tampoco el presidente del Banco Central? Siempre la negación es una forma de no tomar conciencia del problema y suponer que de algún modo podría resolverse, pero en este caso los compromisos contraídos con los acreedores suponen que en algún momento tendrán que sentarse a negociar nuevamente y ver cuáles son la exigencias que estos pretenden, ante esta nueva suspensión de pagos.

Solo se exhibe el superávit financiero de estos seis meses pero del crecimiento desmesurado de la deuda pública se guarda silencio. Tampoco hay referencias a su aumento indetenible, ni cómo se va a pagar, y así vamos, en un gobierno cuyas ficciones se van cayendo una a una.

El último informe del Ministerio de Economía muestra que la deuda pública al 30 de junio es de 442.605 millones de dólares, sin contar con los cupones atados al PBI, que importan 12.000 millones de dólares aproximadamente. Existen cuestiones pendientes con los holdouts, por 2.500 millones de dólares que se vienen arrastrando desde hace años y no hay información sobre el estado de esos reclamos.

Unas son las ficciones sobre los éxitos económicos proclamados por el presidente, que solo se traducen en haber bajado la inflación, pero más allá de esos índices, los problemas estructurales de la economía persisten y la deuda pública es el más grave de todos, por las enormes sumas que deben afrontarse para el pago de los intereses de la misma. A esa complicada situación debe sumarse el enorme aumento de la pobreza, de la indigencia, la baja cada vez más notable en el consumo, las pymes que van desapareciendo, el trabajo registrado que ha caído abruptamente, ya que el Banco Central hace dos semanas informó que se habían desactivado 330.000 cuentas sueldo, y el hecho comprobable de la falta de un plan económico que pueda hacer salir a la Argentina de la situación de crisis en la que se encuentra.

Mientras el fracaso del experimento mileista es cada vez más evidente la oposición está cada vez más fragmentada y los grupos llamados «dialoguistas» se ven en una encerrona de la que les cuesta salir. Si no se elaboran propuestas serias para enfrentar al gobierno y terminar con tantos desvaríos libertarios, la decadencia de la Argentina será cada vez más indetenible.

 

* Historiador, Investigador. Especialización en tratados internacionales, bilaterales y deuda pública. Profesor de la Cátedra de Deuda Externa de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Autor de numerosos libros, entre los que se destacan: «la deuda odiosa. Una doctrina jurídica para solución política» (Ediciones Peña Lillo-Continente. Buenos Aires. 2005), «Deuda o soberanía. Verdades ocultas sobre la dependencia» (Ed. Peña Lillo-Continente, Buenos Aires, 2021), «El FMI y la deuda» (Editorial Peña Lillo- Continente. Buenos Aires, abril de 2022) y «El FMI y el derecho internacional» (Universidad de la Punta, San Luis, 2023).

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LA CASTA Y EL FONDO

Santiago González

Negociar con un dealer es inmoral, no hacerlo es por lo menos imprudente

 

Los cambiemitas se ufanan sin el menor rubor de haber contraído una deuda astronómica con el Fondo Monetario Internacional, el préstamo más grande que ese organismo haya concedido en toda su historia, y los kirchneristas se aprestan con impostado disgusto a renegociar ese préstamo impagable. Aunque una cosa es consecuencia de la otra, las dos son igualmente inmorales, similares al tráfico con un vendedor de droga. El FMI ha sido el dealer de la Argentina desde 1976 y, como suelen hacer los dealers, amenaza con usar de la fuerza a fin de asegurarse el cobro, y no le importa si para eso es necesario matar a un jubilado, o a millones de jubilados.

No hay nada moral envuelto en el trato con el FMI porque el FMI tiene la moral de un dealer. Un prestamista profesional jamás le habría entregado 50.000 millones de dólares al gobierno de Mauricio Macri. Al dealer no le importan las cualidades de su cliente, sólo le interesa mantenerlo abastecido y con vida mientras siga consumiendo y pagando. En realidad, el FMI tiene menos moral que un dealer, porque el dealer en definitiva está haciendo un negocio para obtener una ganancia, mientras que el propósito del FMI no es cobrar intereses sino afianzar la dependencia y sumisión de sus clientes, manteniéndolos endeudados en beneficio de terceros. No fue creado para eso, pero se convirtió en eso.

A mediados de los 70, los Estados Unidos acababan de abandonar el patrón oro, y estaban en proceso de imponer el dólar como divisa mundial de atesoramiento y referencia. Mediante complejos mecanismos financieros descriptos con todo detalle en media docena de libros por el economista estadounidense Michael Hudson, lograron ordenar la economía mundial en función de sus propios intereses, convirtiendo en satélites al resto de los países desarrollados y condenando al atraso permanente a las naciones en desarrollo. El gran instrumento para la consecución de esos fines fue el endeudamiento, y sus operadores los organismos multilaterales como el FMI.

A mediados de los 70 la Argentina era el país más promisorio de América latina, con estadísticas de desarrollo humano comparables con las de las naciones avanzadas, el sistema de defensa más poderoso de Sudamérica y desarrollos propios en áreas críticas de la ciencia y la tecnología, desde la energía nuclear y la cohetería hasta la medicina y la genética. Contaba con todo lo necesario para dar el salto: energía, praderas, agua, todos los minerales imaginables y una sociedad educada y sin conflictos. Hacía gala además de una inquietante tendencia al comportamiento independiente, como lo comprobó Henry Kissinger en la famosa conferencia sobre población de 1974. En suma, la Argentina reunía todas las condiciones como para ser blanco de un ataque. Y lo fue.

El golpe militar de 1976 tuvo el propósito declarado de combatir a la guerrilla, y el objetivo oculto de acomodar la economía argentina al orden mundial gestionado desde los Estados Unidos. El asesoramiento brindado por el Comando Sur (y también por algunos ex miembros de la OAS francesa) sobre la forma de reprimir la insurgencia, las señales ambiguas de Washington respecto de Malvinas, el flujo constante y generoso de dólares en préstamo asegurado por David Rockefeller, y las políticas económicas del ministro José Martínez de Hoz se combinaron en una sinergia letal. Cuando los militares volvieron a sus cuarteles en 1983, dejaron un país sin guerrilleros pero desarticulado, indefenso, endeudado como nunca antes en su historia, y herido en su estructura productiva. Es decir, lo dejaron en manos del FMI.

La Argentina ya había requerido los auxilios del Fondo en 1958, 1959, 1960, 1961, 1962, 1967, 1968, 1975 y 1976 (antes del golpe): se trataba de pequeños préstamos puente destinados a salvar ocasionales desajustes financieros, tal como había sido el propósito original del FMI. A partir de 1976, cuando la Argentina comienza a endeudarse seriamente con la banca privada y a recibir inversiones extranjeras, el FMI se convirtió de hecho en garante de que los prestamistas pudieran cobrar sus créditos y las empresas retirar sus dividendos en divisas fuertes sin inconvenientes. Ése fue el propósito central en los acuerdos firmados con el Fondo en 1976, 1977, 1983, 1984, 1987, 1988, 1989, 1991, 1992, 1996, 1998, 2000, 2003 y 2018, todos los cuales incluyeron recomendaciones o exigencias de política económica.

El FMI es un dealer de dealers, proveedor pero también agente de seguridad para otros proveedores y, al estilo de Barceló y Ruggierito en la Avellaneda del siglo pasado, servicial custodio de los consumidores sociales. El economista Hudson lo describió así en una reciente entrevista: “Otra vez la Argentina está a punto de defaultear o repudiar la deuda que tiene con el Fondo Monetario Internacional, que esencialmente es un arma de la política exterior norteamericana. El FMI le presta plata a un país como la Argentina para solventar la fuga de capitales. Hace posible que las empresas norteamericanas y las familias ricas de la Argentina saquen fuera del país sus fondos en pesos, o escudos, o lo que usen allí, convertidos en dólares.” Hudson no conoce muy bien la Argentina: duda sobre la denominación de su moneda. Pero la cita como ejemplo sobre cómo funciona el FMI, cuáles son sus políticas respecto de cualquier país.

El ex presidente Macri, probablemente de manera involuntaria, le dio la razón al académico estadounidense cuando confió en un reportaje que “la plata del FMI la usamos para pagarles a los bancos comerciales que se querían ir porque tenían miedo de que volviera el kirchnerismo”. Las críticas que suscitó esa declaración le obligaron entrar en detalles que no hicieron más que ratificar su admisión inicial: “La plata de la deuda fue para pagar uno a uno los préstamos que iban venciendo, porque el que tenía ese préstamo no lo quería renovar”, dijo y añadió: “El FMI nos prestó para que podamos pagar y no entrar en default, y seguir administrando la transición política hasta el segundo mandato”.

No es un secreto que Donald Trump intervino personalmente para que el FMI aceptara conceder a la Argentina, contra la opinión de los socios europeos, un préstamo de magnitud sin precedentes. Pero, ¿con qué intenciones? ¿Arrojarle un salvavidas a un amigo o, como supone Hudson, amarrar todavía más a la Argentina con los lazos de la deuda? Macri no tiene dudas. Piensa que Trump “se portó muy bien con nosotros” y cree en las bondades del Fondo: “No están para ganar plata, sino para que a la Argentina le vaya bien. Necesitan que todos los países del mundo se fortalezcan y contribuyan a mejorar la calidad de vida de los habitantes de este planeta. El FMI pide un plan. Si hay un plan, esto se refinancia.” El FMI pidió y obtuvo un plan en cada uno de los acuerdos citados, pero a la Argentina nunca le fue bien.

Hudson describe así la naturaleza de los planes solicitados: “Y entonces el FMI deja que la moneda local colapse, de hecho insiste en que la moneda colapse. Porque dice que cuando uno no puede pagar sus deudas, la manera de hacerlo es imponer la austeridad, bajar los salarios y recortar la inversión en infraestructura, detener el gasto público. Y así, el resultado de esta política del FMI, con el Banco Mundial detrás, es reducir cada vez más la capacidad de los países para pagar sus deudas. Y así es cómo se endeudan cada vez más, y se vuelven cada vez más dependientes del crédito oficial estadounidense. Los préstamos del FMI y esencialmente la deuda se usan internacionalmente para empobrecer a otros países, tal como se está empobreciendo ahora la economía norteamericana.”

Pero se necesitan dos para bailar el tango. El FMI no tendría poder sobre la Argentina si no hubiese encontrado aquí su pareja en la casta política. La coreografía entre el dealer y el adicto es así: la casta primero endeuda al país para cubrir su propio desorden presupuestario, para proveerse de dólares baratos que se vende a sí misma y a sus amigos, y para brindar oportunidades a los expertos en triquiñuelas financieras; como no puede pagar sus vicios, algo que tanto el FMI como la casta saben de antemano, acto seguido renegocia el pago de la deuda en condiciones cada vez más lesivas para el país pero que aseguran el mantenimiento del sistema.

El endeudamiento es una estafa a la Nación, siempre lo ha sido. Desde el último cuarto del siglo pasado, la Argentina se ha endeudado de manera multimillonaria (y también ha pagado deuda de manera multimillonaria), pero el crédito no se advierte en inversiones ni en infraestructura ni en desarrollo. El único efecto palpable del endeudamiento ha sido el de paralizar el desarrollo argentino, abaratar el trabajo argentino y rebajar el precio de los activos argentinos. Y aumentar los impuestos.

En 1975, la deuda externa argentina sumaba 7.947 millones de dólares y representaba un 35% del PBI. Al término del primer semestre de este 2021, la deuda alcanzó los 257.643 millones de dólares y representó un 70% del PBI. Entre una fecha y otra se suscribieron 17 acuerdos con el FMI, cada uno acompañado de sus pertinentes recetas sanadoras. O el médico no acierta con el diagnóstico, o el adicto no tiene cura, y le están robando la plata con tratamientos inútiles mientras lo mantienen convenientemente abastecido. El fallecido diputado Mario Cafiero dejó documentado ese robo en dos trabajos cuya consulta es aleccionadora. El primero figura como anexo del llamado “informe Carrió” sobre lavado de dinero, emitido en 2001 por una comisión investigadora especial de la Cámara de Diputados. El segundo se titula “El FMI y la debacle argentina (1976-2003)”, y también se lo encuentra en los archivos de la cámara.

La economía argentina no recuperó la salud con las recetas del Fondo, dice Cafiero en el segundo informe citado. Pero, en cambio, “el FMI logró en Argentina un resultado concreto; obtuvo una profunda transnacionalización de su economía, en beneficio directo, casualmente, de las empresas e intereses del grupo de países del G7, que controlan el FMI”. Y agrega: “los resultados de estas políticas, que se miden en dramáticos costos sociales, económicos y humanos, han recaído y siguen recayendo sobre las espaldas del pueblo argentino, en especial de los más desprotegidos y pobres”. En el anexo al “informe Carrió”, Cafiero muestra cómo el pago de los intereses de la deuda representaba en 2001 el 20% del déficit fiscal; ahora la proporción se redujo a casi el 16% pero sólo porque el gobierno incrementó el déficit en todos los demás rubros.

La renegociación del crédito exorbitante que el FMI concedió al gobierno de Macri no es un simple trámite financiero como el ex presidente sugiere con desconcertante puerilidad. Sus condiciones pueden afectar seriamente la capacidad de decisión de cualquier gobierno respecto del manejo de su economía. Hay que reconocer que la vicepresidente tuvo una mirada más cautelosa sobre el asunto: “Nuestro país tiene el peso inédito de una deuda también inédita con el FMI. Es un momento histórico de extrema gravedad, y la definición que se adopte y se apruebe puede llegar a constituir el más auténtico y verdadero cepo de que se tenga memoria”, escribió Cristina Fernández hace algunos días. Y descargó la responsabilidad, correctamente, en el Congreso nacional.

No se trató, sin embargo de un republicanismo tardío de la líder kirchnerista, sino de una olímpica lavada de manos: “No es Cristina”, dijo hablando de sí misma en tercera persona. “Es el titular del Poder Ejecutivo quien lleva adelante las negociaciones, en ejercicio de su responsabilidad constitucional en esta materia” y “son los 257 diputados y los 72 senadores quienes tienen la responsabilidad legal, política e histórica de aprobar o no cómo se va a pagar y bajo qué condiciones la deuda más grande con el FMI de todo el mundo y de toda la historia”. Si después vienen los reproches, nunca está de más preparar de antemano el “yo no fui” y el “yo avisé”. Resguardos que toma cualquier político avisado.

Alberto Fernández, por su lado, pretendió hacerse el duro: “Antes de cerrar un nuevo acuerdo”, intimó a Kristalina Georgieva, “haga su evaluación de lo que fue el fallido programa por el que se desembolsaron 44.000 millones de dólares que se mal utilizaron en pagar deuda insostenible y en financiar salida de capitales”. Fernández le alcanzó su propia evaluación, pero no era necesario. Antes de que el presidente argentino lanzara su desafiante exigencia, el Fondo ya tenía preparado el balance sobre la utilización del préstamo que ahora debe renegociar, algo rutinario en estos casos. “Hemos trabajado hasta ahora de manera constructiva, pero aún queda mucho por hacer”, lo sofrenó Georgieva, instándolo a “trabajar por un programa que mejore significativamente los fundamentos macroeconómicos de la Argentina y la coloque en una senda sólida para recuperarse de esta crisis”.

Mauricio, Alberto, Cristina y Kristalina pueden estar tranquilos: la casta política va a aprobar la renegociación, como lo ha hecho desde 1983, con algún tira y afloja irrelevante sobre sus términos y condiciones como para salvar la cara y entretener a la tribuna.

“Como siempre ocurrió en la historia argentina, y ahora no será excepción —escribió el consultor Marcelo Posada—, el acuerdo con el FMI es a favor de la perduración del endeudamiento de mediano plazo, a favor de que la casta siga su juego y, por consiguiente, a favor de prolongar la agonía de la sociedad. Cada intervención del FMI ‘a favor del país’, como la de 2018, es en contra de la sociedad, y ésta será lo mismo. Los parches de estos ‘acuerdos’ sólo sirven para impedir cualquier reforma estructural del Estado. Y no sólo cualquier reforma: también inciden para asegurar el mantenimiento de la presión impositiva. Al buscar mantener elevados los ingresos públicos (para destinarlos al pago de la deuda), el FMI se opone a la reducción de impuestos”.

5Negociar con el Fondo es inmoral, no hacerlo es por lo menos imprudente: lo sabe cualquiera acostumbrado a tratar con dealers. O abonado a Netflix. La casta parasitaria entiende muy bien el mensaje mafioso contenido en las cifras del “riesgo país”, la amenaza que agitan cada noche los noticieros televisivos.

 

Artículo originalmente publicado el 10/12/2021 por Restaurar.org, http://restaurarg.blogspot.com/2021/12/la-casta-y-el-fondo.html

Tomado a su vez de https://gauchomalo.com.ar/la-casta-y-el-fondo/

DE NESTOR KIRCHNER A MAURICIO MACRI: CAMBIOS Y CONTINUIDADES EN EL TRATAMIENTO DE LA DEUDA EXTERNA PÚBLICA ARGENTINA

Fernando Allario*

Imagen de Pedro Moya Meléndez en Pixabay

El manejo de la deuda es un instrumento de política macroeconómica de los Estados.

La inflación, el déficit fiscal, las reservas, el nivel de pobreza, se consideran en conjunto los principales indicadores socioeconómicos que interactúan con el manejo de la misma. Ella por sí sola no permite explicar los planteos de esta investigación, dado que la macroeconomía es un sistema integrado.

Para los países en desarrollo, particularmente, las crisis de deuda soberana han sido una de las principales fuentes de dificultades y han supuesto grandes costos sociales, aumentos de los índices de pobreza y deterioros generalizados de los servicios públicos. (CEPAL, 2015, E).

El período analizado en nuestro país se ha caracterizado por tener una abultada deuda pública, tanto externa o interna, y por la “guerra” con los denominados holdouts.

Entre los años 2003 y 2019 podemos diferenciar en nuestro país dos políticas económicas diferentes en relación con la deuda externa. Por un lado, la etapa Kirchnerista donde se observa además una fuerte y marcada presencia estatal en la economía, y desde el 2015 en adelante, la gestión macrista da un giro rotundo en el tratamiento del endeudamiento de Argentina.

Es por ello, que este artículo expone de forma breve el comportamiento de la deuda externa pública argentina bajo las dos administraciones y abordando, a través de las visiones de autores representativos de distintas miradas, los cambios y continuidades en su manejo.

El contexto macroeconómico en el período Kirchnerista (2003–2015)

Los gobiernos de Néstor (2003-2007) y de Cristina Fernández (2007-2015) se diferenciaron en los resultados socioeconómicos de sus gestiones. En efecto, según el periodista Gasalla (2015) “entre 2003 y 2007 la Argentina mantuvo un sostenido crecimiento a “tasas chinas” del 8,8% (2003), 9% (2004), 9,2% (2005), 8,5% (2006), 8,7% (2007). En ese período presidencial el Producto Bruto Interno (PBI) avanzó 50%, frente al 33% en el acumulado de los ocho años siguientes”.

Al considerar el nivel de las reservas internacionales del Banco Central se observa que se multiplicaron por cuatro (312%), de US$ 11.045 millones a US$ 45.511 millones, entre el 26 de mayo de 2003 y el 7 de diciembre de 2007.

Tras la cesación de pagos de la deuda soberana argentina en 2001 ―que llegaría a una tasa de deuda respecto del PBI del 162% en 2002―, a partir del año 2005 se acordó con los acreedores una refinanciación de la deuda pública lo que permitió reducir la carga de los pasivos en moneda extranjera y mejorar la curva de vencimientos a futuro, potenciado por el pago total de la deuda con el FMI por US$ 9.600 millones el 3 de enero de 2006.

Asimismo, durante el 2010 se renegoció con una parte de los bonistas que no habían aceptado anteriormente participar en el canje de la deuda impaga. La Argentina logró entre ambos canjes una adhesión cercana al 93%. Solamente quedó fuera de la reestructuración de la deuda el 7% de los acreedores, quienes finalmente llegaron a un acuerdo de pago durante el gobierno de Mauricio Macri.

Gasalla (2015) aporta otros datos que ilustran estas diferencias. Por ejemplo, durante la presidencia de Néstor Kirchner el mercado de cambios se mantuvo estable y unificado; existiendo un contraste evidente con la gestión de su sucesora, que tuvo una caída de casi 40% en las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA), una deuda pública que aumentó unos US$ 60.000 millones y que quedó por encima del nivel anterior a la reestructuración de 2005. Entre 2003 y 2007 se redujo la pobreza del 52% de la población al 20,6% mientras que, en 2013, a pesar de que el gobierno dejó de difundir el dato, muchos estudios privados la situaban entre 23% y 28 %.

Según Arriazu (2018) las mejoras en los precios de productos de exportación reportadas entre el 2005 y 2011 elevaron los ingresos del país y permitieron aumentar los gastos sin alterar, inicialmente, el equilibrio externo. El problema surgió cuando cayeron esos precios y el país no tuvo capacidad de reacción por haber subido el nivel de gastos. Se generó endeudamiento y desequilibrios externos.

Aun así, la crisis se desencadenó cuando los acreedores restringieron el crédito, como ocurrió en el año 2011. Esto obligó a bajar bruscamente el gasto, con la consecuente baja en el nivel de actividad, suba del desempleo y caída de la recaudación y se profundizó con la devaluación de la moneda.

Para sostener los niveles de actividad Cristina Fernández de Kirchner apeló al consumo de reservas del BCRA, que alcanzaron un récord histórico de US$ 52.654 millones el 26 de enero de 2011, y a un endeudamiento que contrariaba el relato oficial. La deuda pública, que alcanzó los US$ 173.585 millones en diciembre de 2007 (52,7% del PBI oficial), llegó en 2014 al monto máximo histórico de US$ 233.381 millones (43% del PBI). En ambos casos, se contabilizan los títulos en poder de los holdouts.

Para Kiguel (2015) las reservas internacionales perdieron solidez cuando se impuso el cepo cambiario, surgiendo problemas con la política de desendeudamiento. El BCRA privilegiaba el uso de las reservas para el pago de los vencimientos de deuda, restringiendo su uso para realizar importaciones afectando así el nivel de actividad. Continúa diciendo que, en general, los países emiten bonos para refinanciar vencimientos de deuda en moneda extranjera para favorecer el nivel de actividad. En la Argentina, la política de desendeudamiento implicó que se usaran reservas por unos US$ 20.000 millones entre 2010 y 2014.

Debido a la manipulación de las mediciones oficiales de inflación, que determinan el costo de la Canasta Básica Total y la Canasta Básica de Alimentos (que a su vez establecen los umbrales de pobreza e indigencia), para el primer semestre de 2013 solo el 4,7% de los argentinos era pobre y 1,4%, indigente. Desde entonces, los informes del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) se “discontinuaron”. No obstante, mediciones alternativas, como las del Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), cuantificaron la pobreza en un 28,7% del total de habitantes al cierre de 2014. Es un nivel similar a los de los años 2000 y 2007 y la mitad que el récord de 54% registrado durante el pico de la crisis 2001-2002.

Para el fin del período kirchnerista en 2015, la inflación, los problemas cambiarios, la pérdida de reservas y el deterioro del balance del BCRA tuvieron el mismo origen: la política fiscal ultra expansiva del sector público y la mal llamada política de desendeudamiento. En ese contexto, los problemas se profundizaron.

El 10 de diciembre de 2015, luego de ocho años en el poder, la presidente Cristina Fernández de Kirchner entregó a Mauricio Macri las riendas del país con mayoría de indicadores económicos en retroceso. A continuación se describirá la evolución anual de la deuda argentina.

Período Macrista (2015 – 2019)

A poco de asumir, el gobierno nacional (2016) difundió un minucioso informe llamado “El estado del Estado” sobre la situación en que recibió el Estado administrado por su antecesora Cristina Kirchner. Se trata de un “diagnóstico” de la situación pero también de “denuncias presentadas por la Oficina Anticorrupción y la Sindicatura General de la Nación (SIGEN), entre otros organismos de control” de la gestión en el que habría casos de denuncias por presunta corrupción.

Respecto al tema del manejo de la deuda argentina dicho informe pone de manifiesto que “… la falta de una negociación seria permitió que la deuda con los acreedores en litigio pasara de menos de US$ 3.000 millones a más de US$ 10.000 millones. Esta situación impactó en todo el país, redujo el crédito para el sector privado y aumentó la tasa de interés. La falta de crédito y el creciente déficit dejaron a la emisión monetaria como la única fuente de financiación posible”.

En los primeros cien días del nuevo gobierno, según destaca Carlos Ciappina (2016), una medida central en la estrategia económica fue avanzar en las negociaciones con los fondos buitres; y como expresa la periodista Pagano (2016) en el portal digital del diario Clarín, tras 14 años, el país le puso fin al default mediante el depósito en abril de 2016 del dinero en las cuentas de los holdouts que aceptaron las propuestas de pago de la Argentina. Se desembolsaron US$ 9.352 millones y luego se cancelaron los cupones atrasados a bonistas reestructurados por otros US$ 3.000 millones.

Según destaca Zanotti (2016) a un año de la asunción de Mauricio Macri al frente del gobierno, los indicadores económicos mostraron una economía sin reacción y en recesión, con una contínua caída de la producción industrial y de la construcción. La suba del costo de vida a raíz del aumento de la inflación y la devaluación, la pérdida de más de 100 mil puestos de trabajo y el cierre de 6.000 comercios, sumado al exponencial crecimiento de la deuda externa generó más incertidumbre sobre las políticas económicas del oficialismo.

Si tomamos en cuenta el nivel de endeudamiento, tan solo de diciembre de 2015 a junio de 2016, el sector público no financiero y el BCRA adquirieron deuda por más de US$ 37 mil millones, entre lo que se encuentra el crédito obtenido para el pago a los fondos buitres. En cuanto al sector privado no financiero, el volumen de la deuda disminuyó de US$ 65.370 millones a US$ 63.889 millones. Sin embargo, en el total acumulado la deuda externa pasó de US$ 152.632 millones en diciembre de 2015 a US$ 188.266 millones en junio de 2016, según los datos del INDEC, lo que representa un incremento del 23,4%.

A su vez, desde junio a octubre creció hasta alcanzar los US$ 44.700 millones debido a nuevas colocaciones de Letras del Tesoro nacional y para comienzos de 2017 se estimaba que podría representar más del 50% del PBI.

Durante 2016, el déficit fiscal aumentó de 4,1% a 4,7% del PIB (Pardo, 2016). Al finalizar el primer año de mandato se proyectaba para el 2017 mantener los índices de gasto del gobierno anterior, el déficit fiscal, una inflación que se reduciría a la mitad respecto de dicho año y el recurso del endeudamiento público para suavizar la pérdida de actividad.

Al cabo del segundo año de mandato y en función de los datos del Observatorio de la Deuda del Instituto de Trabajo y Economía de la Fundación Germán Abdala (de ATE Capital), durante 2017 el gobierno nacional realizó emisiones de deuda por un total de US$ 94.800 millones de dólares. En relación con las emisiones de 2016, que fueron aproximadamente de US$ 65.600 millones, esto implicó un aumento del 45%.

Ahora bien, al analizar el comportamiento de la deuda pública (emisiones menos el pago de vencimientos), lo que se observa es que pasa de US$ 275.400 millones en 2016 a US$ 315.600 millones para fines de 2017; es decir, un incremento de un poco más de US$ 40 mil millones.

Como se observa en la figura 1, para 2017 la deuda se ubicaría en torno al 57,6% del PBI, unos 3,4 puntos porcentuales por encima de 2016 (54,2%) y 4 puntos con respecto a 2015 (53,6%).

La manera más utilizada para medir la deuda es a partir de su relación con el tamaño de la economía (PBI), sin embargo este indicador tiene un gran problema ya que su evolución está estrechamente vinculada con las variaciones que se observan en el tipo de cambio. Y así como esto impulsó el porcentaje varios puntos hacia arriba tras la devaluación de fines de 2015, lo mismo se volvió a observar, aunque a una escala mucho menor, a fines de 2017.

Figura 1. Evolución de la deuda pública total (en % del PBI) y del tipo de cambio (último día hábil del año).

Fuente: www.chequeado.com (2018).

Como se detalla en el cuadro 1, en cuanto a la composición de los acreedores entre 2015 y el segundo trimestre de 2017, se observa un cambio respecto del kirchnerismo. Aumentó la participación de la deuda en manos del sector privado (bonistas), en desmedro de las colocaciones a organismos del sector público nacional (como, por ejemplo, la ANSES, el BCRA o el Banco Nación) y, en menor medida, a los organismos multilaterales (FMI, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, entre otros).

Cuadro 1: Composición de la deuda pública. Período 2015-II trimestre de 2017.

Fuente: www.chequeado.com (2018).

Al mirar la moneda utilizada, se percibe una leve mejora en la participación de la deuda en pesos por sobre las emisiones realizadas en divisa extranjera, mientras que el cambio más notable se observa en el lugar de residencia, dado el aumento importante de la deuda en manos de tenedores extranjeros.

Estefania Pozzo (2017), periodista de El Cronista, destaca que el aumento en dólares de la deuda bruta (es decir, la deuda total que debe pagar el Estado argentino sin tener en cuenta si ya tiene o no garantizado cómo cancelar ese pasivo) respecto de 2016 fue de alrededor del 35% del Producto Bruto Interno (PBI), ascendiendo hasta los US$ 342.000 millones para finales de 2017. Afirma que, con el arreglo con los holdouts en 2016, la administración nacional pudo tomar deuda como nunca antes en la historia argentina, ya que el acuerdo alcanzado otorgó previsibilidad al Estado ya que demuestra capacidad de repago al no tener juicios en contra.

Para finales de 2018, el portal de La Izquierda Diario (2018) muestra que la deuda trepó al 77,4 % del PBI y por un monto total de US$ 327 mil millones.

La Oficina Nacional de Presupuesto presentó un informe ante el Senado durante la discusión en comisión del Presupuesto 2019 en el que calculó que a diciembre de 2018 la deuda pública total alcanzaría los US$ 315 mil millones, es decir un 87 % del PBI.

El gobierno afirmaba en ese entonces que lo peor ya pasó y que la economía tendrá una trayectoria en forma de «V», una caída que tendrá su punto más bajo en valores reales en los meses venideros, para mejorar a partir del segundo trimestre de 2019. Sin embargo, especialistas advierten que lo peor no pasó.

Según el portal de Diario Ámbito (2018) para lo que resta del gobierno de Cambiemos se esperan vencimientos totales (interés, capital y Letes) en moneda extranjera por US$ 48.433 millones, dónde US$ 13.541 millones corresponden a noviembre – diciembre de 2018 y US$ 34.892 millones al año 2019.

Los vencimientos para el año 2022 (por US$ 57.197 millones) serán los más abultados para el período 2018-2049, seguido por el año 2023 (US$ 49.892 millones), donde un 38,8% y un 46,8% del total a pagar en cada año, respectivamente, corresponden a pagos de interés y capital al FMI por el acuerdo suscripto en junio de 2018.

Concluye el informe afirmando que Argentina ha ingresado a una etapa de abultado nivel de endeudamiento, que creció al compás de la apertura comercial y financiera, de la fuga de capitales, de los giros de ganancias y rentas al exterior, del pago de crecientes intereses en moneda extranjera y del consumo caracterizado por el saldo negativo en turismo. Estos desajustes externos caracterizan en buena medida el modelo de acumulación financiera del gobierno de Cambiemos.

Además, señala que el acuerdo con el FMI implica una nueva hipoteca sobre el pueblo trabajador con condiciones duras impuestas como se expresó en el presupuesto 2019 con recortes de partidas sociales como educación y salud y donde los intereses de deuda representan el 18% del gasto público para el año próximo.

En abril de 2019 el directorio del FMI (2019), según se desprende de su página oficial, autorizó un nuevo desembolso por US$ 10.870 millones que ingresarán a las cuentas argentinas, sumando US$ 38.900 millones desde el primer desembolso en junio del 2018.

El monto total del préstamo acordado con el FMI alcanza los US$ 56.600 millones, de los cuales el 90% se entregarán antes de fin de año y solo una pequeña porción bajo la nueva gestión. Además, dicho monto deberá sumarse a los US$ 307.000 millones de la deuda pública de la Argentina, lo que representa un 95,4% del PBI, según informa el Ministerio de Hacienda.

Hacia el 2004 la deuda pública bruta representó el 118% del PBI, tal como explicita la estadística oficial. Ese porcentaje bajó hasta 38,9% en 2011 (política de desendeudamiento) y desde entonces viene subiendo, alcanzando el 52,6% en 2015, último dato para el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner; luego escala bajo el gobierno de Mauricio Macri al 53,3% en 2016; 57,1% en 2017 y al 95,4% en 2018. Un guarismo que parece no tener límite. Cabe señalar que 2018 fue el año de la corrida cambiaria y la mega devaluación que llevó la cotización de 20 pesos a 40 por dólar.

Actualmente, la deuda pública ya alcanzó el 95,4% del total del PBI según se destaca en el portal Iprofesional.com (2019). Un total de US$ 58.720 millones son los vencimientos de deuda pública que debe afrontar el Estado nacional, tanto en concepto de capital como de intereses, a lo largo de 2019. No se trata de un hecho aislado, sino del inicio de una cadena que requerirá la cancelación de compromisos por al menos US$ 197.000 millones en apenas un lustro.

No obstante, este año no va a haber tanto problema porque el gobierno está financiado con el FMI. La incertidumbre surge con respecto a 2020. Los compromisos por casi US$ 200 mil millones hasta 2023 alimentan las dudas sobre lo que pasará cuando el FMI deje de mandar dinero.

El portal Iprofesional.com (2019) destacó, en su edición del 26 de mayo de 2019, que el país aumentó 56% su deuda externa en los últimos tres años, convirtiéndose así en el país más endeudado de la región, según un informe del Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV).

Continúa explicando que los más de US$ 30 mil millones que se tomaron de nueva deuda por año implicó que el crecimiento anual promedio en el período 2015-2018 estuviera cerca de cuadruplicar el crecimiento anual promedio del período 2007-2015.

Remarca que “la apertura y desregulación de diciembre de 2015 trajo aparejada una avalancha de dólares financieros que llevó la deuda pública externa a crecer en US$ 98.000 millones en tres años hasta ubicarse en los US$ 161.000 millones”. Culmina el informe diciendo que con el mega endeudamiento de los años 2016-2018, Argentina en este último año se ubicó primero en el ranking regional con el 77,4%, dejando por debajo a Brasil con 72,2%.

Conclusión

Por todo lo expuesto podemos concluir que el tratamiento dado al endeudamiento externo en nuestro país transitó por andariveles diferentes al considerar el período kirchnerista y el macrista.

Por un lado, al referirnos al período kirchnerista podemos encontrar una primera etapa caracterizada por el proceso de “desendeudamiento”, es decir el pago por parte del Estado de la deuda pública, destacándose por una parte el canje de deuda con los tenedores de bonos y por otra la cancelación anticipada con el FMI que adquirió características de tinte nacionalista porque se consideró necesaria dicha cancelación para ganar libertad en la toma de decisiones y evitar así el control recurrente de dicho organismo. La segunda etapa se destacó por la lucha contra los fondos buitres que no habían aceptado el canje de deuda.

Por otro, durante el macrismo se acordó y se canceló lo adeudado con los bonistas que no habían ingresado a los canjes de deuda anteriores, dando por finalizado el litigio con los fondos buitres, sin embargo, para el gobierno dicho acuerdo no constituyó un aspecto de soberanía financiera sino más bien romper con el aislamiento exterior e insertarse nuevamente en el mundo. Con la intención de volver a los mercados y hacer frente a los avatares económicos se acudió al FMI constituyendo el mayor crédito dado en la historia de dicho organismo a un país soberano.

* Contador Público. Integrante del Proyecto de Investigación a cargo del Prof. Gabriel Frontons, en el marco de la Universidad Abierta Interamericana, cuyo objetivo general es “determinar los impactos de las últimas crisis económicas en nuestro país, particularmente desde la década de 1970 y hasta la actualidad, sobre diferentes particularidades del tejido empresarial de la industria manufacturera”.

 

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