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La profecía de Tocqueville sobre EE.UU. y Rusia

Por Agustín Saavedra Weise (*)

Introducción

El pensador francés Alexis de Tocqueville (1805-59) no se equivocó cuando predijo que algún día Rusia y América (Estados Unidos), tendrían objetivos comunes y compartirían el mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial fueron aliados; su objetivo común era derrotar a las potencias fascistas del Eje. A partir de mediados de 1945 la entonces poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se expandió hacia el oeste hasta límites no soñados otrora por los monarcas del Ducado de Moscowa. Estuvo muy cerca de llegar a puertos de aguas cálidas, el máximo objetivo histórico del Zar de todas las Rusias: Kievan Rus (hoy Ucrania), Rusia y Bielorrusia. En los lugares ocupados por la totalitaria URSS cayó finalmente la cortina de hierro, pronosticada por Joseph Goebbels y popularizada por Winston Churchill, personaje que se copió el término y lo divulgó urbi et orbe.

La URSS se pertrechó en sus extensas fronteras y cubrió su periferia con países satélites teóricamente independientes, pero que seguían las órdenes de Moscú al pie de la letra. Al trazarse la línea Oder-Neisse como límite de una Alemania vencida y dividida (se la despojó de Prusia oriental más todos sus extensos territorios del este), si bien las potencias occidentales aceptaron tal cosa y el inevitable posterior penoso flujo de millones de refugiados, desde ese momento —al ver la cruda realidad geopolítica— se pusieron en guardia. Aunque los acuerdos de Yalta entre los principales vencedores (Estados Unidos, Reino Unido y URSS) preveían estas acciones, una cosa fue el papel y otra lo tangible. El avance soviético hacia el oeste había llegado demasiado lejos; finalmente las potencias anglosajonas percibieron que el comunismo quería tener dimensión universal y expandirse por doquier. Allí comenzó en forma efectiva la Guerra Fría que ya se insinuaba desde principios de 1945.

La Guerra Fría

Así, pues, tras superar el objetivo común de destruir al fascismo se pasó luego a una etapa de mutuo recelo entre la URSS y EE.UU. que estuvo plagada de amenazas mutuas y con la gestación de alianzas desde ambas partes. Por el llamado “Mundo Libre” surgió la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y por parte de Moscú el Pacto de Varsovia. Se inició así el largo período de la denominada “Guerra Fría”, etapa durante la cual hubo muchas tensiones pero felizmente nunca se llegó a una confrontación nuclear, aunque se estuvo muy cerca en la crisis de los misiles con Cuba de octubre 1962. Los arsenales de EE.UU. y de la URSS siguieron creciendo y aunque se firmaron acuerdos limitativos en materia de ojivas nucleares, se vivieron años de inquietud permanente y plagados de intervenciones aisladas de las superpotencias en los marcos de sus respectivas zonas de influencia. Al colapsar la URSS en 1991 por el fracaso del largo experimento comunista, surgieron 15 naciones independientes. La más extensa y dominante de ellas —la Federación de Rusia— retomó su nombre tradicional y ocupó el sitio de la URSS en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La debacle comunista estuvo precedida de un fenómeno similar en Alemania oriental al desplomarse el muro de Berlín en octubre de 1989, prueba palpable del enorme descontento de millones de personas que se sintieron engañadas por un comunismo que les prometió mucho y cumplió poco. Se iniciaba una nueva era y se habló hasta del “fin de la historia”. En realidad, más bien se gestaba una nueva historia que recién comenzaba… Varios historiadores han marcado —desde el punto de vista socio-político— el derrumbe del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética como la conclusión efectiva del siglo XX y el inicio del siglo XXI, período que —en términos meramente numéricos— ya hace 18 años que transitamos.

Etapa confusa

Hasta aquí se habían cumplido dos de las profecías de Tocqueville: Rusia y Estados Unidos estuvieron juntos para derrotar al totalitarismo que representaba la Alemania de Hitler y luego se dividieron el mundo en la defensa por cada potencia de su ideología: el comunismo por Moscú y la democracia liberal por Washington. Pero lo más interesante fue lo que expresó el francés en 1835: «Hoy en día hay dos grandes pueblos en la tierra que, comenzando desde diferentes puntos, parecen avanzar hacia el mismo objetivo: estos son los rusos y los angloamericanos»;. Y agregó: «todos los demás pueblos parecen haber llegado casi a los límites trazados por la naturaleza, y no tienen nada más que hacer que mantenerse; pero estos dos seguirán creciendo». Por otro lado, lo manifestado en el testamento político de Adolf Hitler es también sorprendente: “Con la derrota del Reich y la espera del surgimiento de los nacionalismos asiático, africano y tal vez sudamericano, solo quedarán en el mundo dos grandes potencias capaces de enfrentarse entre sí: los Estados Unidos y la Rusia soviética. Las leyes de la historia y la geografía obligarán a estos dos poderes a una prueba de fuerza, ya sea militar o en los campos de la economía y la ideología. Estas mismas leyes hacen inevitable que ambas potencias se conviertan en enemigas de Europa. Y es igualmente cierto que estas dos potencias, tarde o temprano, encontrarán deseable buscar el apoyo de la única gran nación sobreviviente en Europa: el pueblo alemán”. No en vano hoy en día EE.UU. y Rusia coquetean con Alemania o la presionan, según propia conveniencia de cada uno…

Y finalmente llegamos al punto de los “propósitos comunes” que anunció Tocqueville. Esta etapa pareció plasmarse luego del fin de la Guerra Fría, cuando un exuberante George Busch padre afirmó que con la caída del comunismo se abrían nuevos horizontes entre Rusia y EE.UU. Poco duró el idilio. Guiados por los ventajistas líderes de Europa occidental, por liberales yanquis anti rusos y por el complejo industrial-militar (en su momento denunciado con alarma por Eisenhower en 1960) los políticos norteamericanos y los medios —en lugar de proseguir su aproximación hacia el otrora rival— los unos lo arrinconaron con el ingreso en la OTAN de todos los ex satélites soviéticos, mientras los medios por su lado arreciaban con la “rivalidad” y “hostilidad” de Rusia, creando imágenes muy negativas o alarmantes en la opinión pública. Esos grupos de presión acosaban al ex enemigo para mostrarlo como un enemigo real, algo que nunca lo fue desde 1991 hasta hoy en día. Tras unos pocos años de confusión, una vez munido de un liderazgo firme, Moscú reaccionó al sentir el peso del cerco gratuitamente erigido a su alrededor. De ahí las incursiones rusas en Ucrania y en otros lugares, siempre en procura de un espacio para que respire el oso ruso, que ha sentido nuevamente el ahogo de un ”corralito” similar al impuesto durante la Guerra Fría. Y en ese estado hemos permanecido hasta hace pocos días en la escala planetaria, con el beneplácito y la alegría de muchos hipócritas e ilusos que no se percataron del mal que estaban ocasionándose a sí mismos y al mundo con ese proceder.

Una nueva era

El encuentro en Helsinki de Donald Trump y Vladimir Putin del pasado 16 de julio —más allá de las personalidades de ambos líderes o de las críticas que se les puedan hacer por otras cuestiones— ha sido de importancia fundamental. Tiende a cambiar un absurdo estado de cosas. Como es sabido, una psicosis francamente alarmante por parte de medios y políticos norteamericanos acerca de las presuntas interferencias de Rusia en las últimas elecciones presidenciales viene siendo objeto de titulares e innumerables comentarios desde hace meses. Seamos francos: EE.UU. es una súperpotencia y una gran democracia; ese tipo de cuestiones no deberían preocuparle a su élite gobernante de la forma inusitada que ha venido sucediendo. Por otro lado, he aquí que mientras la mayoría de los políticos estadounidenses reconocidos como “liberales” y “demócratas” parlotean acerca de la paz, al mismo tiempo paradójicamente se rasgan las vestiduras ante una prueba palpable de paz entre las dos principales potencias nucleares del mundo. Y bien sabemos que la economía de Rusia es actualmente del tamaño de la de Italia o la de Texas, no hace falta que todos repitan lo mismo, pero también sabemos que con 11 husos horarios (desde Kaliningrado hasta Kamchatka) por su enorme extensión geográfica, inmensos recursos naturales y su probada capacidad de expansión socio-cultural en una vasta zona de Eurasia, Rusia no es poca cosa, es un país que obligadamente debe ser tomado en cuenta a nivel planetario. No se trata de un pez chico. El instinto de Trump no le falló.

En el momento presente, la histeria de medios y de políticos estadounidenses la considero verdaderamente lamentable e injustificada frente a la posibilidad concreta de una alianza ruso-americana capaz de generarnos un mundo mejor. El proceso está apenas en sus comienzos, tal vez pueda seguir adelante pese a las presiones o tal vez (ojalá no) fracase como consecuencia de esas injustas presiones e infundados temores. Pero el paso está dado y fue positivo. Aquí se anotó un poroto Donald Trump. En este campo, al menos, ha probado tener mayor visión estratégica que muchos de sus antecesores y opositores.

Conclusiones

Es común el señalar que cuando dos grandes potencias llegan a un acuerdo, casi siempre lo hacen a costillas de otro menos afortunado. Los europeos occidentales temen que sean ellos, pero esos temores carecen de fundamento. Todo lo que Putin quiere son relaciones normales con Occidente, lo cual no es mucho pedir. El candidato número uno para pagar el precio del acercamiento podría ser Palestina y tal vez Irán, de manera marginal. En la conferencia de prensa, sobre las posibles áreas de cooperación entre las dos potencias nucleares, Trump sugirió que los dos podrían acordar ayudar a Israel y Putin no se opuso a la idea. En otro tema, Trump dijo que «nuestros militares» se llevan bien con los rusos y «mejor que con nuestros políticos». La expresión esconde un golpe directo al complejo industrial-militar. Los globalistas neoliberales siguen con su
histeria anti rusa y sin medir consecuencias ni atar cabos en forma racional. El diálogo constructivo entre Estados Unidos y Rusia ofrece la oportunidad de abrir nuevos caminos hacia la paz y la estabilidad en nuestro mundo y eso es bueno. Trump declaró: «Preferiría tomar un riesgo político en pos de la paz que arriesgar la paz en pos de la política». Eso es mucho más de lo que sus enemigos políticos pueden decir, aunque ya llegó el aluvión de acosos de la prensa liberal por la “traición”, agregando una serie de falacias amplificadas que están calando hondo en la mente del ciudadano común. Pero no hay que aflojar, la paz y el futuro del mundo dependen de una durable alianza ruso-americana. Es la real realidad.

Una unión de esfuerzos y propósitos de la dupla Rusia-EE.UU aminorará las ambiciones de una China hambrienta de poder; será un contra peso geopolítico formidable frente al dragón del oriente y en la propia escala mundial. Asimismo, esa unión será exitosa en la lucha contra el terrorismo internacional. Por su lado, los europeos verán si les conviene seguir con su actitud agresiva hacia Rusia o asumir con aguda visión realista los retos del momento y permitir que Rusia mantenga su tradicional área de influencia en el espacio post soviético.

Deseo sinceramente que la aproximación entre Moscú y Washington se profundice, pero aún dudo que ella se concrete en plenitud, por lo brevemente expresado en estas líneas. Los intereses en contra son muchos, sobre todo en un país como EE.UU. donde el cabildeo de intereses sectarios, las presiones económico-financieras, la creación gratuita de escándalos, la exageración mediática (linda con la histeria) y el complejo industrial-militar, manejan en conjunto vitales hilos de poder e influencia… En fin, debemos confiar en que la predicción del genio de Tocqueville se cumplirá, para el bien de dos grandes naciones y del mundo en general.

(*) Agustín Saavedra Weise: Ex Canciller de Bolivia, economista y politólogo.

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Bolivia y Chile: Realidades post La Haya

Agustín Saavedra Weise*

Ahora que han concluido los alegatos orales de Bolivia y Chile en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) con sede en La Haya y mientras se espera la sentencia de ese alto Tribunal, ha llegado la hora de imaginar escenarios realistas sobre la base del camino que eventualmente abra para Bolivia el tan esperado fallo, culminación del proceso legal iniciado por nuestro país en abril de 2013.

Si la CIJ interpreta los compromisos asumidos por Chile ante Bolivia como parte de conversaciones o negociaciones bilaterales que terminaron fallidas y no tienen carácter obligatorio, triunfaría la posición chilena. Ningún boliviano o boliviana desea que esto suceda, pero más allá de gustos o disgustos y por encima del excelente trabajo de nuestra delegación, es una posibilidad que merece consideración. Por el contrario, de considerar la CIJ las ofertas chilenas para superar la mediterraneidad de Bolivia como promesas formales, obviamente nuestro país ganaría el pleito. Recordemos que la base sustancial de la demanda nacional pide a la Corte que ratifique la obligación que tiene Chile de negociar el acceso soberano de Bolivia al mar sobre la base de sus compromisos del pasado. No podemos descartar —finalmente— la posibilidad de un dictamen con matiz político o “salomónico”; cursan varios antecedentes en el Palacio de la Justicia sobre la materia. De todas maneras y sea cual sea la posición final de la CIJ, los fallos de ese alto Tribunal que forma parte de la Organizaciòn de las Naciones Unidas (ONU) están para cumplirse. Bolivia así se ha comprometido. Chile, por su lado, ha dado a entender que podría “no cumplir” lo que determine la CIJ en caso de “verse afectada” su soberanía. Al respecto, vale la pena recordar que, si una de las partes no acata el fallo, la otra parte puede elevar su reclamo ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Estamos seguros que el gobierno de Santiago no querrá verse en esa incómoda situación en el caso de ser la sentencia favorable para Bolivia. Lo más probable es que Chile la cumpla, aunque sea a regañadientes. Y aquí es donde vienen los posibles escenarios de negociaciones concretas.

Ab initio, vale el reiterar que Chile y Bolivia deberán continuar juntos —lado a lado y para siempre— por el poderoso imperio de la geografía. Más allá del fallo, consecuentemente, Chile y Bolivia tendrán que retomar la serena senda del diálogo en procura de lograr entendimientos constructivos. No les queda otra alternativa.

Si bien nadie discute que lo mejor que Chile le ofreció a Bolivia hasta ahora está contenido en el Oficio 686 del 19 de diciembre de 1975 de su Ministerio de Relaciones Exteriores, debe admitirse que las realidades geopolíticas han cambiado en forma sustancial. En aquella oportunidad Chile ofreció un corredor al norte de Arica y hasta la Línea de la Concordia, su límite con el Perú. En la propuesta se establecían las coordenadas precisas de latitud y longitud. La cesión territorial incluía el mar territorial, zona económica y el espacio de plataforma submarina comprendido entre los paralelos de los puntos extremos de la costa ofrecida. Chile descartaba cualquier otro tipo de cesión que pudiera afectar su continuidad territorial. Por otro lado, la cesión ofrecida estaba sujeta a un canje simultáneo de territorios por una superficie equivalente como mínimo al área de tierra y mar que se le ofrecía a Bolivia. Asimismo, Bolivia autorizaría que Chile utilice al 100% las aguas del río Lauca y la zona cedida sería totalmente desmilitarizada. A partir de allí surgieron las famosas “aristas”. Éstas pasaron a ser tema de negociación con Bolivia mientras Chile consultaba con el Perú el acuerdo previo entre ellos, estipulado por el Protocolo Complementario al Tratado de Lima del 3 de junio de 1929.

El entonces presidente de Chile, general Augusto Pinochet Ugarte, era un estudioso de la geopolítica e inclusive escribió un libro sobre la materia. En función de las circunstancias del momento en que se negociaba con Bolivia, es razonable pensar que —en ese entonces— ni él ni el alto mando chileno deseaban tener frontera común con el Perú. Temían al revanchismo latente en ese país y que crecía al acercarse el centenario del inicio de la Guerra del Pacífico. Los militares chilenos deseaban minimizar —o reducir— sus potenciales zonas de conflicto, máxime porque en esa época (1976) Su Majestad Británica no había emitido aún el laudo arbitral sobre el Canal del Beagle e islas adyacentes (Picton, Lennox y Nueva). Como es sabido, al conocerse dicho laudo la Argentina lo rechazó y al poco tiempo ambos países estuvieron a punto de ir a la guerra. El conflicto se evitó a fines de 1978 con la aceptación de la mediación papal por las partes. Al final, lo determinado por el Pontífice Juan Pablo II prácticamente ratificó el laudo emitido en Londres. Por el peso moral de la Iglesia y el compromiso asumido, el gobierno militar argentino tuvo que aceptar la decisión papal, exigiendo sólo la limitación de los alcances marítimos: Chile hacia el Pacífico y Argentina hacia el Atlántico. Pocos años después, ya en democracia y durante la administración de Carlos Menem, se solucionaron casi totalmente las cuestiones limítrofes chileno-argentinas; sólo quedó pendiente el asunto relativo a los hielos continentales y que permanece en carpeta hasta nuestros días.

Cuarenta y dos años después, en este 2018, la situación geopolítica en la región es radicalmente distinta a la de 1976. Entre Argentina y Chile no existe hoy ninguna posibilidad de conflicto y con Perú las relaciones de Santiago han mejorado muchísimo en los últimos años. Por tanto, ambas naciones desean actualmente mantener sus contactos territoriales y sus fronteras. Esto es algo que Bolivia deberá considerar con absoluta objetividad. No siempre las oportunidades del pasado son validas en el presente.

La negociación de Charaña se vino al suelo cuando Chile declinó considerar la propuesta peruana del 19 de noviembre de 1976. Por su lado, el mandatario boliviano Hugo Banzer Suárez abogó en su mensaje público de fines de año en contra de la soberanía compartida que propuso Torre Tagle en la parte final del corredor ofrecido por Chile a Bolivia y solicitó que esa propuesta quede sin efecto. Al mismo tiempo, pidió a La Moneda que abandone su exigencia de canje territorial. No hubo respuesta de ninguna de las partes aludidas a este ejercicio de diplomacia pública del general Banzer y a partir de ese momento las negociaciones prácticamente se paralizaron. Durante 1977 surgieron varios encuentros y conversaciones, pero no se pudo avanzar más. Finalmente, Bolivia rompió relaciones diplomáticas con Chile el 17 de marzo de 1978, situación vigente hasta estos momentos.

Como lo escribí en su época (1978), Chile estaba obligado a negociar con Perú hasta lograr el «acuerdo entre ellos” prescrito por el Protocolo Complementario. Ese documento no reza «sí» o «no», expresa claramente «acuerdo”; eso implica lanzar propuestas y contrapropuestas hasta llegar (o no) a un punto de entendimiento. La tal «declinación» por La Moneda de considerar la propuesta peruana de noviembre de 1976 fue una forma cómoda de Chile para zafar de todo y como Bolivia no insistió ni propuso mayores alternativas viables, poco a poco el proceso decayó hasta concluir en fracaso. Esa fue la real realidad. Por lo hasta aquí expresado, la salida por el norte de Arica ya no es viable. Reitero: los tiempos geopolíticos ya no son los mismos de cuatro décadas atrás; Chile quiere ahora retener su frontera con Perú, en 1976 no deseaba tenerla más.

En definitiva y en lo que hace a la potencial negociación marítima entre Bolivia y Chile, en mi modesta opinión creo que a esta altura mientras menos actores participen, mejor. El proceso debe quedar confinado entre las dos partes directamente involucradas, máxime por que una salida al mar en el extremo norte (territorio ex peruano) como la ofrecida en 1975 hoy en día prácticamente no es posible debido a que tanto Lima como Santiago desean preservar su actual frontera común. Es por estas circunstancias del presente que favorezco una negociación bilateral con Chile. Lo trilateral, implicando a Perú, sólo traerá complicaciones y retardos, máxime si la salida por las cercanías de Arica ya no es viable. La única posible solución a futuro que percibo en la presente coyuntura es un enclave sobre el Pacífico con un complejo ferrovial de plena servidumbre de paso —similar a lo que se comenta fue ofrecido años atrás y en privado por el presidente chileno Ricardo Lagos— sólo que ahora ese enclave sería soberano, sería boliviano, claro que sujeto a los aportes que Bolivia ofrezca y que La Moneda acepte. Esos aportes pueden ser en recursos naturales, en territorio, o entregados de otras imaginativas maneras, En fin, eso será parte de una negociación inteligente capaz de alcanzar convergencias positivas para ambos estados. No hay nada de malo en un enclave si éste es soberano. La falta de continuidad territorial no representa óbice. Rusia tiene Kaliningrado y Estados Unidos, Hawai, Alaska, Puerto Rico e islas Guam. Además, ese enclave deberá transformarse en un complejo industrial y zona turística, ya que bien podemos continuar usando los puertos chilenos, claro que acordando mejores condiciones. Un complejo portuario moderno tiene costos prohibitivos. Hay que pensar con racionalidad en todos estos factores y dejar emocionalidades a un costado. Pero eso, como se dice usualmente, será parte de otra historia.

* Diplomático de carrera (R) y ex Canciller del Estado – Economista y politólogo. www.agustinsaavedraweise.com

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El separatismo en “Süd-Tirol”

Marcelo Javier de los Reyes*

Bandera de Tirol del Sur

 

La historia reciente

Escocia y Cataluña son las regiones protagonistas en los medios debido a la intención de una buena parte de su población de lograr la independencia respecto del Reino Unido y de España, respectivamente. No son las únicas y muchas se encuentran en Europa. Una de ellas es “Süd- Tirol”, “Tirol del Sur” o “Provincia Autónoma de Bolzano” o “Alto Adigio”, localizada al norte de Italia en la frontera con Austria. La mayoría de la población habla alemán, aproximadamente el 70%, un 25% italiano y una pequeña minoría el ladino, lengua del grupo de las retorromance ―rätomanisch para los lingüistas alemanes―, una diversidad de lenguas neolatinas habladas primordialmente en la región alpina central y oriental. Debido a que está localizada en los valles de los Dolomitas también es denominada ladino dolomita.

Cuando el Imperio austrohúngaro le declaró la guerra a Serbia tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa, ocurrido el 28 de junio de 1914 a manos del joven serbio Gavrilo Princip, miembro de la asociación secreta nacionalista “Mano Negra”, Italia decidió mantenerse neutral y no honrar sus compromisos con sus socios de la Triple Alianza, pacto militar entre el Imperio Alemán, el Imperio Austro-Húngaro e Italia firmado en mayo de 1882.

Durante la Primera Guerra Mundial se llevaron a cabo negociaciones secretas entre los gobiernos del Reino Unido, Francia e Italia con la intención de que esta última ingresara al conflicto del lado de la Triple Entente para lo cual debía renunciar a su alianza con los imperios centrales. El gobierno de Roma puso condiciones, exigiendo que se le entregada el Süd-Tirol, el Trentino, Dalmacia, etc. El Reino Unido, Francia y Rusia presionaban a Italia para atraerla a su bando, mientras que el embajador del Imperio alemán en Roma, el Príncipe Bernhard von Büllow, hombre de entera confianza del Káiser Guillermo II, trataba de mantener a Italia dentro la Triple Alianza[1].

En abril de 1915 Italia, Francia, el Reino Unido y Rusia firmaron en Londres un tratado secreto por el cual le prometieron al gobierno de Roma que, a cambio de declararle la guerra a sus antiguos aliados, recibiría en compensación Tirol del Sur, la península de Istria y Dalmacia y se le reconocería su soberanía sobre las islas del Dodecaneso, ocupadas por Italia desde 1912[2]. Los miembros de la Entente también prometieron al gobierno de Italia, aunque más vagamente “una participación justa” si Turquía llegaba a dividirse y una compensación territorial en África. En función de estas promesas, Italia le declaró la guerra al Imperio austrohúngaro en mayo de 1915[3].

Las motivaciones que impulsan el separatismo son económicas, políticas, históricas y sociales. Luego de la Primera Guerra Mundial esta región que pertenecía al Imperio austrohúngaro quedó bajo la jurisdicción de Italia y la población mayoritaria, de origen austríaco, debió soportar la opresión del fascismo. En 1923 Ettore Tolomei fue elegido senador y se propuso italianizar la región, estableciendo que el italiano fuera el único idioma oficial de la región. Su propósito no hacía más que responder al concepto fascista de “nación” que tenía como objetivo excluir todo “cuerpo extraño y no atribuible a la idea de nación fuerte, homogénea, preparada para la primacía ideal e histórica de Italia sobre las otras naciones y pueblos”[4].

Tirol del Sur, Venecia Julia ―ambas regiones anexionadas tras la Primera Guerra Mundial― y el Valle de Aosta ―con población francófona― constituían una minoría lingüística que representaba el 2% de la población del país[5].

En realidad el lingüista y geógrafo Ettore Tolomei fue quien impulsó, dentro del fascismo, la concepción de italianizar las regiones en las que predominaban las minorías lingüísticas. De ese modo, fue prohibida la denominación de Sudtirolo (Tirol del Sur), siendo reemplazada por la de Alto Adige (Alto Adigio) ―cuyo gentilicio es altoatesino― y en 1926 se constituyó la provincia de Bolzano, separada de la de Trento, se procedió a expulsar a la población de origen austríaco y el italiano se instituyó como lengua oficial, se italianizó la toponimia de la región y se llegó a prohibir el uso del alemán incluso en las lápidas[6]. En este sentido, se procedió a favorecer la inmigración de los italianos a la región, pasando de un 3% de personas de lengua italiana en 1918 a un 35% en 1943[7].

El 12 de marzo de 1938 Adolf Hitler procedió al Anschluss (“anexión”) de Austria al Tercer Reich y en octubre de ese año las tropas alemanas ocuparon la región de los Sudetes en Checoslovaquia, en la que residía una comunidad alemana. Con antelación a esta última ocupación, en el mes de mayo, Hitler se reunió con su aliado Benito Mussolini en Roma, tras lo cual “Il Duce”, les otorgó a los alemanes y ladinos residentes en Alto Adige la posibilidad de sumarse a la Volksgemeinschaft (Comunidad del Pueblo), lo que significaba que debían dejar Italia y trasladarse con sus bienes a alguna región que integrara el Tercer Reich.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, la región fue obteniendo, paulatinamente, una mayor autonomía, tanto política como idiomática, pues el alemán fue establecido como idioma oficial junto con el italiano y se estableció una toponimia bilingüe, aunque eso ha abierto un nuevo capítulo que divide a la población. El 5 de septiembre de 1946 el primer ministro de Italia, Alcide de Gasperi, y su par austríaco, Karl Gruber, convinieron en otorgarle la autonomía a la región, la que con el correr del tiempo se fue ampliando.

A mediados de la década de 1950 Sepp Kerschbaumer (1913-1964) y otros ocho partidarios de la secesión de Italia crearon el Befreiungsausschuss Südtirol, BAS, (Comité de Liberación del Tirol del Sur), una organización separatista que operaba en la región de Tirol del Sur y, esporádicamente, en todo el territorio de Italia —principalmente en el norte— en un principio con medios políticos y luego mediante ataques a la infraestructura y actos terroristas. El propósito del BAS era obtener la autodeterminación de la población de Tirol del Sur y se mantuvo operativo hasta 1969. Uno de sus miembros, Georg Klotz, huyó de la justicia italiana —acusado de atentar contra torres de alta tensión y comisarías de policía— y murió exiliado en la pequeña ciudad austríaca de Schönberg im Stubaital[8].

A fines de 1970 la región incrementó su autonomía y, gracias a ese acuerdo, el 90% de los impuestos que pagan los habitantes queda en Tirol del Sur. Sin embargo, ante la crisis que atraviesa Italia, el gobierno central pretende que Tirol del Sur haga un aporte mayor, lo cual entra en colisión con el acuerdo de autonomía[9].

El separatismo sobre el tapete

En la actualidad Süd-Tirol es una provincia rica dentro de un país altamente endeudado, Italia, y el resentimiento entre quienes hablan italiano y quienes hablan alemán se ha exacerbado. El tema del separatismo encuentra nuevamente adherentes y uno de los grupos que lo encabeza es el movimiento Südtiroler Schützenbund (Federación de Tiradores de Tirol del Sur). Los separatistas proponen la reunificación con Tirol del Norte, Austria[10] y que se eliminen todos los nombres italianizados impuestos por Tolomei. Desde 2007 los separatistas se agruparon en el partido Süd-Tiroler Freiheit (Libertad para Tirol del Sur) quienes aspiran a la autodeterminación y a la petición del pasaporte austríaco, según lo expresado por Eva Klotz, la fundadora del grupo e hija del fallecido Georg, miembro del BAS[11].

En la provincia pueden verse carteles con la leyenda “Tirol del Sur no es Italia”

En abril de 2016 Austria anunció que reforzaría las fronteras con Italia debido a que el cierre de las rutas de los Balcanes obliga a los migrantes a utilizar nuevas vías en Europa. Además advirtió a Italia que debe reducir el flujo de migrantes que se dirigen a la frontera ya que la península se ha convertido en el nuevo punto de entrada principal a la Unión Europea con un aumento en la llegada de refugiados[12]. Esta situación se generó a causa de un aumento de las embarcaciones con migrantes que llegan a Italia desde Libia.

Sin embargo, no sólo los separatistas están interviniendo en la cuestión de Tirol del Sur, pues el gobierno de Austria —encabezado por el canciller Sebastian Kurz del Österreichische Volkspartei, ÖVP (Partido Popular Austríaco)— anunció el 18 de diciembre de 2017, a través de Werner Neuberger —responsable para la relación con Alto Adigio/Tirol del Sur y miembro del partido de ultraderecha Freiheitliche Partei Österreichs, FPÖ, (Partido de la Libertad de Austria)— que otorgaría la ciudadanía austríaca a las personas de habla germana y ladina de esa región italiana, la cual alcanza, actualmente, al 75% de la población de esa provincia[13].

Por su parte, el gobierno italiano, liderado por Paolo Gentolini, ha considerado la medida austríaca como una provocación y le restó importancia al doble pasaporte debido a que tanto Italia como Austria son miembros de la Unión Europea. No obstante, la avanzada austríaca no se limita sólo a los pasaportes sino también a que deportistas italianos de la provincia compitan como austríacos en el futuro. Werner Neubauer expresó que los deportistas surtiroleses podrán escoger participar en selecciones austríacas y hasta “podría ser interesante para algunos emprender una carrera militar en Austria”[14]. Cabe agregar que Austria mantiene el servicio militar obligatorio, en oposición a la tendencia del resto de los países de Europa.

El presidente del Parlamento Europeo, el italiano Antonio Tajani, manifestó que “Europa tiene muchos defectos, pero ha cerrado la era de los nacionalismos”[15].

Algunas consideraciones

La decisión del gobierno de Viena de otorgar pasaportes a los ciudadanos de habla germana y ladina de Tirol del Sur se promueve en un contexto de convivencia pacífica entre dos Estados miembros de la Unión Europea, ocasionando una tensión de consideración entre ambos gobiernos y generando serias expectativas entre los miembros de esas comunidades lingüísticas. Si se observa la bandera de la provincia pueden apreciarse los colores de la bandera austríaca y el águila imperial.

Por un lado, incentiva a esas comunidades el sentimiento de separatismo y, por otro, prepararía el escenario ideal para que, en un futuro, se lleve a cabo un referéndum —siguiendo el modelo de Escocia— que aseguraría la ruptura de esa provincia con Italia y su anexión a Austria.

Por último, la afirmación del presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, acerca de que Europa “ha cerrado la era de los nacionalismos”, parecería ser más una expresión de deseos que una realidad habida cuenta que en muchos países europeos existen regiones que aspiran a su independencia.

*Licenciado en Historia, graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG).


Referencias

[1] Jacques De Launay. La Diplomacia Secreta Durante las dos Guerras Mundiales. Bogotá: Norma, 2009, p. 28 y ss.

[2] Bernard Wasserstein. Barbarie y civilización: una historia de la Europa de nuestro tiempo. Barcelona: Ariel, 2010, p. 81.

[3] .Ídem

[4] Patrizia Dogliani. El fascismo de los italianos. Una historia social. Valencia: Publicacions de la Universitat de València (PUV), 2017, p. 307.

[5] Ídem.

[6] Ibíd., p. 308.

[7] Ibíd., p. 309.

[8] Irene Savio. “Guerra de pasaportes: Italia y Austria, enfrentadas por la minoría del Tirol del Sur”. En: El Confidencial, 21/12/2017, <https://www.elconfidencial.com/mundo/2017-12-21/pasaportes-tirol-sur-italia-minoria-austriaca_1496162/>, [consulta: 22/12/2017].

[9] “Pueblo sin identidad: son italianos, hablan alemán y quieren ser austríacos”. En: La Nación, 11/12/2012, <https://www.lanacion.com.ar/1535729-pueblo-sin-identidad-son-italianos-hablan-aleman-y-quieren-ser-austriacos>, [consulta: 12/10/2017].

[10] Ídem.

[11] Irene Savio. Op. cit.

[12] Julian Robinson. “Now Austria will reinforce borders with Italy as the closure of the Balkan routes forces migrants to use new ways into Europe”. En: Daily Mail, 20/04/2016, <http://www.dailymail.co.uk/news/article-3550056/Now-Austria-reinforce-borders-ITALY-closure-Balkan-routes-forces-migrants-use-new-ways-Europe.html>, [consulta: 07/06/2017].

[13] Ídem.

[14] Eusebio Val. “Italia y Austria chocan por el Tirol”. En: La Vanguardia, 19/12/2017, <http://www.lavanguardia.com/internacional/20171219/433750150966/italia-austria-tirol-pasaportes-alto-adigio.html>, [consulta: 19/12/2017].

[15] Ídem.


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