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MULTIVERSO

Juan José Santander*

Todo en todas partes al mismo tiempo (Everything Everywhere All at Once).

No refiero a la acepción del término en el habla rioplatense —aunque bien podría pensarse según nuestras vicisitudes desde que recuerdo, y voy para los 80, y unos cuantos años antes por lo que cuentan— sino a esta teoría que postula que en el «horizonte del evento» como se le llama al momento decisivo en que las cosas podrían o no suceder de una determinada manera o de otra diferente, acontecimientos que a su vez suscitarían encadenamientos causales divergentes en ésta u otras tantas realidades o universos simultánea e independientemente conduciendo a resultados distintos.

Ahora bien, pongamos por caso el ocultamiento de un tesoro bajo tierra: el pirata deberá ir a la remota isla —no a otra—, cavar y enterrarlo antes de que se lo arrebaten; eventualmente trazará un mapa para volver a buscarlo. Si en vez de haber seguido todos y cada uno de esos pasos hubiera hecho cualesquiera otras cosas como emborracharse en la taberna y escapársele lo que pensaba hacer ante otros también interesados en el tesoro, o lo hubiera confiado ebrio a su compañera de ocasión en la cama, o lo hubieran matado en una riña, o… ni habría mapa ni habría tesoro ni dónde ir a buscarlo.

O bien —no tan bien, más vale— si le dicen a uno que el síndrome que se observa en nosotros indica cáncer, la probabilidad, aunque fuere de 1%, de aseverarse nos deja ante una realidad que no admite multiplicidades: el cáncer está ahí o no está. Que sea curable ya es otra historia, sujeta a esas u otras variables más o menos previsibles pero que se seguirán sucesivamente enlazando unas a otras resultado tras resultado como el pirata en la isla con su pala y su cofre, y lo que pudiera haber sido pero no fue, simplemente no fue.

Y lo que fue ya ha sucedido: el búho de Minerva voló, como le gustaba decir a Hegel contemplando el atardecer.

Está muy lindo eso de dejar volar la imaginación y presumir que cada una de nuestras ocurrencias sigue su camino en un mundo en el que no existimos y por ende, nos libra de cualquier responsabilidad en los resultados, no hablemos ya de culpa.

La Academia de Hollywood lo ha hecho otra vez.

No fue bastante premiar los maravillosos logros de cálculo de un idiota en Rainman frente al candente testimonio de la lucha contra el racismo en Estados Unidos de Mississipi burns.

O haber postergado el reconocimiento merecido de las notables dotes histriónicas de Leonardo Di Caprio para otorgárselo en su papel menos lucido y más maquillado en El Renacido.

Ahora —quién sabe si en un guiño a la cultura china tan milenaria como otras para apaciguar animosidades de competición comercial, militar, financiera & al— resulta que todo sucede y en todas partes y al mismo tiempo y a protagonistas todos asiáticos. Me recordó un libro oracular chino sobre las tres vidas (pasada, presente y futura) en donde el traductor al inglés comentaba socarronamente que no había que asombrarse de que en la tercera acabáramos todos reencarnados en algún lugar de China: es por la abundancia de habitantes, ergo, de almas y cuerpos donde instalarlas. Y hasta eso parece que se le acabó al Imperio del Medio, porque le ganó India, de donde le habían llegado esas creencias.

Y Hollywood, que no sabe tanto de tango como tampoco de otras cosas, no se enteró de que «la fama es puro verso» —o puro cuento, sé que corregirán—.

Una vez más, al pretender acoger la diversidad, se la marca a fuego.

Como reconocerle el derecho y premiar a Alemania ¡y a los alemanes! por volverse sobre su pasado. Quizá en un guiño —para seguir afilando la sin hueso— por su firme papel ante el conflicto desencadenado y actual —¿dónde queda ahora el multiverso?— por la invasión de Rusia a Ucrania.

Mientras —y va de yapa—, gobernada por un hijo de su más sometido y explotado dominio (el mismo que acaba de vencer a China en lo de producir seres humanos), la pérfida Albión convoca en su círculo áulico (las tres brujas de Macbeth, ya que estamos) a los hijos de sus puritanos que expulsó en su momento y a los de sus convictos que exilió lo más lejos posible, para protegerse conjuntamente del resto del mundo (que vendríamos a ser nosotros).

Y Hollywood premia el multiverso: esta vez sí, en la acepción que se les cante.

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID y de la SAEEG. 

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EL FRACASO DE LOS GRANDES JUEGOS EN AFGANISTÁN DESDE EL SIGLO XIX HASTA NUESTROS DÍAS

Giancarlo Elia Valori*

Cada vez que las grandes potencias han tratado de hacer de Afganistán una colonia, siempre han sido derrotadas. El imperialismo británico y su “misión civilizadora” hacia las poblaciones atrasadas (y por lo tanto terroristas), una misión igual a la de la época en que el Reino Unido se estableció como el primer traficante de drogas al Imperio chino con las dos guerras del opio de 1839-1842; 1856-1860: una acción que fue terrorista en el mejor de los casos.

El Imperio ruso y su exportación de la fe ortodoxa y los valores del zar hacia los afganos bárbaros (y por lo tanto terroristas). La Unión Soviética y su intento de imponer la secularización a los afganos musulmanes (y por lo tanto terroristas) en el período 1979-1991. Los Estados Unidos de América que pensaron que podía crear partidos, democracia, Coca-Cola, minifaldas, así como casas de juego y de placer bombardeando a los terroristas afganos tout-court.

En este artículo trataré de explicar por qué Afganistán ganó 4-0, y en 1919, gracias a las sabias habilidades de sus gobernantes, fue uno de los únicos seis Estados asiáticos independientes reales (China, Japón, Nepal, Tailandia y Yemen), para que al menos los expertos del bar —que creen que la Historia es solo un cuento de hadas como el de Cenicienta y su madrastra con hermanas malvadas—, reflexionen sobre las tonterías que leemos y escuchamos todos los días en la prensa y en los medios de comunicación.

En su libro I luoghi della Storia (Rizzoli, Milán 2000), el ex embajador Sergio Romano escribió en la página 196: “Los afganos pasaron buena parte del siglo XIX jugando un juego diplomático y militar con las grandes potencias, el llamado ‘Gran Juego’, cuyo principal objetivo era usar a los rusos contra los británicos y a los británicos contra los rusos”.

En los días en que la geopolítica era un tema prohibido y la palabra estaba prohibida, en los libros de texto de historia de las escuelas secundarias parecía que los Estados Unidos de América y la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas habían caído del cielo tan grandes como lo eran en los atlas. Aún recuerdo que en los diálogos entre profesores y estudiantes de secundaria, se afirmaba que las dos potencias no podían llamarse coloniales, ya que tenían algo mesiánico y redentor en sí mismas (por lo tanto antiterroristas).

Fue solo gracias a las películas del oeste que los jóvenes de la época entendieron cómo las trece colonias luteranas se habían extendido hacia el oeste en tierras que nos hicieron creer que habían sido habitadas por villanos salvajes para ser exterminados (de ahí terroristas) y por españoles incivilizados, como católicos, para ser derrotados. Además, no nos atrevimos a estudiar la expansión de Rusia hacia el este y hacia el sur, a riesgo de que los estudiantes de secundaria —sin preparación, puros y entusiastas— entendieran que la patria del socialismo no tenía supuestos diferentes de todos los demás imperialismos.

A veces los estudiantes oyeron hablar del Gran Juego o, en ruso, del torneo de sombras (turniry teney). ¿Cuál fue el Gran Juego? Hoy en día se recuerda sobre todo como la epopeya de la libertad de los afganos invictos, pero en realidad su solución significó la alianza entre Rusia y el Reino Unido, que duró al menos hasta la víspera de la Guerra Fría. Una posición clave que a veces se pasa por alto demasiado, y no solo en los libros de texto científicos y clásicos, sino también en muchos ensayos de autoproclamados expertos.

La aversión británica al Imperio ruso —aparte de las “necesarias” alianzas anti-napoleónicas en la Segunda, Tercera, Cuarta, Sexta y Séptima Coaliciones— se remonta al siglo XVII y empeoró considerablemente en el siglo XIX. Aunque las exportaciones rusas de granos, fibras naturales y otros cultivos agrícolas se hicieron al Reino Unido —porque los terratenientes rusos estaban bien dispuestos a mantener buenas relaciones con los británicos con el fin de comercializar mejor esos productos en el extranjero— no hubo mejoras políticas. La oposición vino más del Reino Unido que de Rusia.

El zar Nicolás I (1796-1825-55) —a finales de la década de 1830, durante su viaje al Reino Unido en 1842, y más tarde en 1850-52, es decir, justo antes de la Guerra de Crimea (1853-56)— a menudo trató de lograr la normalización, pero debido a las sospechas y dudas británicas (los rusos eran considerados terroristas) esto no ocurrió.

Lo que preocupaba al Ministerio de Asuntos Exteriores, creado en marzo de 1782, era la rápida marcha de Rusia hacia el este, hacia el sur y hacia el suroeste. El Reino Unido podía sentir el aliento ruso en él desde los tres lados de la India. Los objetivos rusos con respecto a Turquía, los éxitos en Transcaucasia y los objetivos persas, sin mencionar la colonización de Asia Central, iniciada por el mencionado zar Nicolás I, y conducida vigorosamente por su sucesor Alejandro II (1818-1855-81), fueron, para los diplomáticos y generales de Su Majestad Británica, una intimidación flagrante y amenazante de la “perla” de la India.

En el noroeste del subcontinente indio, las posesiones británicas limitaban con el desierto de Thar y con Sindh (el delta del río Indo), que constituía un estado musulmán bajo los líderes que residían en Haidarābād, conquistado por los británicos en 1843. Al noreste de Sindh, la región de Punjab había sido amalgamada en un Estado fuerte por Maharaja Ranjit Singh Ji (1780-1801-39) quien, como simple Gobernador de Lahore (Lâhau) en nombre del Emir afgano, Zaman Shah Durrani (1770-93-1800-†44), había logrado no sólo independizarse, sino también extender su poder sobre Cachemira y Pīshāwar,  creando el Imperio Sikh en 1801, que fue derrocado por el Reino Unido durante las guerras anglo-sikh I (1845-46) y II (1848-49); la región se convirtió en lo que se conoce como el Khyber Pakhtunkhwa paquistaní (la provincia de la frontera noroeste).

Dada la expansión británica en los Estados vecinos de Afganistán y Persia, la influencia de Rusia estaba tratando de infiltrarse; por lo tanto, los británicos estaban prestando mucha atención a lo que estaba sucediendo en la frontera del gran “vecino” del norte.

Rusia había estado apuntando durante mucho tiempo a llegar a la India a través del Turquestán occidental, pero esa región de la estepa estaba habitada por los kirguises en el noreste y los turcomanos (Turkmenistán) en el suroeste.

Después de intentos infructuosos de penetración pacífica, el gobernador ruso de Oremburgo, el general Vasilij Alekseevič Perovskij (1794-1857), preparó una expedición contra Chiva: implicaba cruzar unos mil kilómetros de desierto y se pensaba que era más fácil de hacer durante el invierno. La expedición partió de Oremburgo en noviembre de 1839, pero el frío mató a tantos hombres y camellos que el Comandante tuvo que abandonar la empresa y regresar (primavera de 1840). Durante mucho tiempo, los rusos no intentaron más infiltraciones militares desde allí.

En Persia, en cambio, la influencia rusa se sintió fuertemente: el zar Alejandro II empujó al Shah, Naser al-Din Qajar (1831-48-96), para emprender una empresa contra la ciudad de Herāt (que dominaba el paso de Persia y Turquestán occidental a la India): se había separado de Afganistán y había sido un Estado separado desde 1824. La expedición persa comenzó en el otoño de 1837: Herāt resistió enérgicamente, tanto que en el verano de 1838 el Sha tuvo que renunciar al asedio y aceptar la mediación del Reino Unido para la paz con el soberano de esa ciudad. Por lo tanto, esa medida diplomática también fue perjudicial para la influencia de San Petersburgo. Incluso las primeras relaciones establecidas por Rusia con el Emir de Afganistán no condujeron a ningún resultado.

En esos años, Rusia estaba ocupada sofocando las insurrecciones de las poblaciones de montaña en el Cáucaso, donde las hazañas del supuesto jeque italiano, Mansur Ushurma (Giambattista Boetti, 1743-98), al servicio de la causa chechena, todavía resonaban.

A través de dos tratados concluidos con Persia (1828) y Turquía (1829), Rusia se había convertido en el amo de la región; sin embargo, encontró una obstinada resistencia de las poblaciones locales que aún persiste hoy en día.

La Primera Guerra Anglo-Afgana (1839-42) fue uno de los conflictos militares más importantes del Gran Juego y una de las peores derrotas británicas en la región. Los británicos habían comenzado una expedición a Afganistán para derrocar al emir Dost Mohammad (1793-1826-39, 42-63), el primero de la dinastía Barakzai, y reemplazarlo con el último de la dinastía Durrani, Ayub Shah (17?? -1819-23, †37), que había sido destronado en 1823, pero renunció. No queriendo cruzar el país sikh para no despertar desconfianza entre ellos, los británicos entraron en Baluchistán, ocuparon la capital (Qalat), luego penetraron en Afganistán y avanzaron sin encontrar resistencia seria hasta Kabul, donde el 7 de agosto de 1839 instalaron su propio títere, Shuja Shah (1785-1842), ex emir de 1803 a 1809.

Dost Mohammad fue capturado y enviado a Calcuta. A principios de 1841, sin embargo, uno de sus hijos, Sher Ali, despertó la rebelión de los afganos. El comandante militar, el general William George Keith Elphinstone (n. 1782), obtuvo permiso para salir con 4.500 soldados y 12.000 no combatientes para regresar a la India. En los puertos de montaña cerca de Kabul, sin embargo, la expedición fue tomada por sorpresa y aniquilada (enero de 1842). El comandante murió como prisionero de los afganos (el 23 de abril).

Los británicos obviamente querían venganza: enviaron otras tropas que, en septiembre del mismo año, reconquistaron Kabul: esta vez los británicos -intimidados- no consideraron conveniente permanecer allí. Convencidos de que habían reafirmado cierto prestigio, se retiraron y, dado que el emir que protegían había muerto el 5 de abril de 1842, aceptaron -impotentes- el regreso al trono de Dost Mohammad. Conquistó Herāt para siempre para Afganistán.

Rusia no solo se quedó de pie y observó y afirmó su poder en el Lejano Oriente. En los años 1854-58 —a pesar de su participación en la guerra de Crimea: el primer acto real del gran juego, ya que el Reino Unido tenía que defender el Imperio Otomano de las aspiraciones sármatas de conquista —había establecido, con una serie de expediciones, su jurisdicción sobre la provincia de Amur, a través del Tratado de Aigun— etiquetado como un tratado desigual ya que se impuso a China el 28 de mayo,  1858. Poco después la flota llegó a Tien-Tsin (Tianjin), forzó a China a otro tratado el 26 y 27 de junio, obteniendo así la apertura de puertos para el comercio, y la permanencia de una embajada rusa en Pekín. Además, en Asia Central, Rusia renovó sus intentos de avanzar contra los kanatos de Buchara y Kokand (Qo’qon), y había llevado una vez más al Sha de Persia, Mozaffar ad-Din Qajar (1853-96-1907), a intentar de nuevo la empresa de Herāt (1856), que había causado de nuevo la intervención británica (Guerra Anglo-Persa, 1856-57) que terminó con el reconocimiento por Persia de la independencia de la ciudad antes mencionada. La rivalidad anglo-rusa continuó siendo uno de los problemas esenciales de Asia Central, por la razón adicional de que Rusia se expandió gradualmente en el Turquestán Occidental, Bujara y Chiva entre 1867 y 1873.

Después de las conquistas rusas en el Turquestán Occidental, el hijo y sucesor de Dost Mohammad, Sher Ali (1825-63-66, 68-79), quedó bajo la influencia de la potencia vecina, que estaba tratando de penetrar en el área en detrimento del Reino Unido. El 22 de julio de 1878 San Petersburgo envió una misión. El emir repelió una misión británica similar en el paso de Khyber en septiembre de 1878, lo que desencadenó el inicio de la guerra. Los británicos pronto iniciaron hostilidades, invadiendo el país con 40.000 soldados desde tres puntos diferentes.

El emir se exilió en Mazār-i-Sharīf, dejando a su hijo Mohammad Yaqub (1849-79-80, †1914) como heredero. Firmó el Tratado de Gandamak el 26 de mayo de 1879 para evitar una invasión británica del resto del país.

Una vez que el primer residente británico, el italiano Pierre Louis Napoleon Cavagnari (n. 1841) fue a Kabul, fue asesinado allí el 3 de septiembre de 1879. Las tropas británicas organizaron una segunda expedición y ocuparon la capital. No confiaron en el emir y elevaron al poder a un sobrino de Dost Mohammed, Abdur Rahman (1840/44-80-1901), el 31 de mayo de 1880. Se comprometió a no tener relaciones políticas excepto con el Reino Unido.

El ex emir, Mohammad Yaqub, tomó las armas y derrotó severamente a los británicos en Maiwand el 27 de julio de 1880, con la ayuda de la heroína afgana Malalai Anaa (1861-80), que reunió a las tropas pastunes contra los atacantes. El 1º de septiembre del mismo año Mohammad Yaqub fue derrotado y puesto en fuga por el general Frederick Roberts (1832-1914) en la Batalla de Kandahâr, que puso fin a la Segunda Guerra Anglo-Afgana.

Esto puso a Afganistán permanentemente bajo la influencia británica, que fue asegurada por la construcción de un ferrocarril desde el río Indo hasta la ciudad afgana de Kandahâr. Dado que el ferrocarril pasó por Beluchistán, fue definitivamente anexado a la India británica. En 1880, Rusia comenzó la construcción del Ferrocarril Transcaspio, lo que alarmó a los británicos que extendieron la sección de su «ferrocarril» hasta Herāt. Fue solo con el acceso al trono de Imānullāh (1892-1919-29, †60), el 28 de febrero de 1919 (Shah desde 1926), que Afganistán eliminó al Reino Unido a través de la Tercera Guerra Anglo-Afgana (6 de mayo-8 de agosto de 1919), por la cual los afganos finalmente echaron a los británicos de la escena (Tratado de Râwalpindî del 8 de agosto,  1919, modificada el 22 de noviembre de 1921).

Ya en 1907, el gobierno ruso había declarado que consideraba que Afganistán estaba fuera de su esfera de influencia y se comprometió a no enviar ningún agente allí, así como a consultar al gobierno británico sobre sus relaciones con ese país.

De hecho, el Reino Unido pronto renunció al control directo del país, dado el feroz espíritu de lucha de su pueblo, que lo había humillado muchas veces, y se contentó con proteger y mantener bajo control la frontera del noroeste de la India.

En realidad, el gran juego nunca ha terminado. Como dijo Espartaco Alfredo Puttini (La Russia di Putin sulla scacchiera, en “Eurasia”, A. IX, No. 1, enero-marzo de 2012, pp. 129-147), a su llegada al poder Vladimir Putin se encontró lidiando con un difícil legado. La política de katastroika de Gorbachov había asestado un golpe letal al coloso soviético y más tarde ruso.

En pocos años, Rusia se había embarcado en un desarme unilateral que condujo, al principio, a su retirada del Afganistán y luego de Europa central y oriental. Mientras el Estado se dirigía al colapso y la economía se estaba interrumpiendo, era la periferia misma de la Unión Soviética la que se estaba incendiando debido a los movimientos separatistas rápidamente subsidiados por aquellos que, en el Gran Juego, reemplazaron a los británicos. Ayuda masiva de Estados Unidos a los heroicos patriotas antisoviéticos, que más tarde fueron tildados de terroristas.

En poco tiempo se produjo el verdadero colapso y la “nueva” Rusia se encontró geopolíticamente encogida y moral y materialmente postrada por el gran saqueo realizado por los oligarcas pro-occidentales a la sombra de la Presidencia de Yeltsin.

Al oeste, el país había regresado a las fronteras del siglo XVII; al sur, había perdido el sur del Cáucaso y la valiosa Asia Central, donde el nuevo gran juego pronto comenzaría. En otras palabras, el proceso de perturbación no se detendrá e infectará a la propia Federación de Rusia: Chechenia se ha involucrado en una furiosa guerra de secesión que amenaza con extenderse como pólvora a todo el Cáucaso septentrional y, a la larga, pone en tela de juicio la supervivencia misma del Estado ruso dividido en entidades autónomas.

Esto fue seguido por el fenómeno de “colores” en 2003-2005 (Georgia, Ucrania, Kirguistán): las diversas caricaturas de revoluciones “liberales” oximorónicas destinadas a alejar a ciertos gobiernos de la influencia de Rusia.

En última instancia, el poder central había sido socavado por todos lados por la política de Yeltsin y su clan, destinada a otorgar una amplia autonomía a las regiones de la Federación. La propiedad pública, el pegamento de la autoridad del Estado y el instrumento de su actividad concreta para guiar y orientar a la nación, había sido vendida. Con el tiempo, Putin puso las cosas en su sitio, y el resto se condensa en las opciones de restauración del voto a su favor.

Al final, Afganistán también vio el fracaso de Estados Unidos, que he examinado en artículos anteriores.

El sentido asiático de libertad se resume en la expulsión de agresores extranjeros de sus propias patrias y territorios. Alguien debería empezar a entender esto.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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COMENTARIOS SOBRE EL MARKETING DEL PARTIDO COMUNISTA CHINO

Julio C. Ferrari Freyre*

Dr. Zhang Weiwei, profesor de Relaciones Internacionales y Director del Instituto de China de la Universidad de Fudan en Shanghai. Foto: China.org.cn.

El 31 de mayo de 2021 se celebró la Trigésima Sesión de Estudio del Politburó del Partido Comunista Chino (PCCh), dedicada a “contar bien la historia de China” y “promover la voz de China en el escenario mundial”.

De las treinta Sesiones de Estudio ya celebradas, solamente la Decimosegunda, realizada el 25 de enero de 2019, versó sobre el tema de las comunicaciones, tratando “la promoción de los valores correctos dentro de la sociedad china”, según las normas actuales del PCCh, especialmente en los medios sociales electrónicos tan populares entre los ciudadanos chinos. La prensa ya está bien educada en este sentido a pesar de algunos rebeldes en Shanghai y Guangzhou.

Las Sesiones de Estudio se realizan, desde 2002, al mismo tiempo que las reuniones generales del Politburó del PCCh, normalmente en el Salón Huairen dentro de Zhongnanhai, la sede central del PCCh y del Gobierno de la República Popular China. Suelen tratar un tema puntual de actualidad (y se supone preocupante) y asisten integrantes del Politburó y algunas autoridades del gobierno.

Los presidentes Jiang Zemin y Hu Jintao consideraban que las sesiones ayudaban a comprender los temas bajo discusión, mientras que el actual presidente XI Jinping las utiliza para impulsar sus ideas políticas y apuntalar su autoridad[1].

En la última Sesión, el Dr. Zhang Weiwei (张维为), profesor de Relaciones Internacionales y Director del Instituto de China de la Universidad de Fudan en Shanghai, realizó una presentación y pocos días después, el día 21 de junio pasado, publicó un artículo en el Diario de Beijing titulado “Es totalmente posible contar la historia de la política china de una manera más precisa y emocionante”[2]. Se supone que el mismo es una versión adaptada de la presentación que realizó frente a los asistentes de la Trigésima Sesión, habiendo alcanzado una notable repercusión en la prensa de Asia oriental y en medios académicos relacionados con esa región.

No es extraño que el profesor Zhang haya sido invitado a exponer en la Sesión ya que es uno de los intelectuales públicos preferidos del PCCh y su interpretación de como contar la política china ha sido uno de los temas favoritos del presidente Xi Jinping desde que asumió en 2012. Es considerado uno de sus ideólogos y una de las personas que pueden influir en las más altas autoridades del gobierno chino. A la luz de esta predilección podemos inferir que el Presidente no está muy satisfecho con los numerosos mecanismos de propaganda del Estado chino, entre ellos la agencia Xinghua, los Institutos Confucio y la Diplomacia del Poder Suave (Soft Power).

El Profesor Zhang Weiwei estudió Relaciones Internacionales en la Universidad de Fudan, en la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing y en la Universidad de Ginebra donde obtuvo su maestría (1990) y doctorado (1994). Fue traductor de inglés de la cancillería china entre 1983 y 1988 y trabajó con Deng Xiaoping y Li Peng en este carácter. Ha publicado cuantiosos artículos en revistas especializadas y en la prensa, además de numerosos libros en chino e inglés. También tuvo programas de televisión y presentaciones en Youtube. Es sin duda uno de los más mediáticos, mejor conocidos y más populares profesores universitarios del país. Sin embargo, cabe destacar que Zhang, más allá de sus credenciales académicas, no es popular entre sus pares ni entre los “intelectuales públicos” chinos[3].

En su artículo, Zhang describe cinco líneas que China y el PCCh deberían seguir para contrarrestar las posiciones críticas de algunos Estados y de los medios de prensa occidentales:

  1. Renunciar al clásico paradigma de “democracia versus dictadura” y en su lugar emplear el de “buena gobernanza versus mala gobernanza”.
  2. Comparar el desenvolvimiento institucional de la República Popular China con el de tres tipos de Estados: países en desarrollo, países con economía en transición (emergentes) y los países occidentales.
  3. Relato o narrativa cultural demostrando la profunda tradición de las decisiones políticas tomadas por China.
  4. Perspectiva moderna: Comparación de muchos de los logros modernizantes que sobrepasan los de Occidente y la relación entre estas modernizaciones y el sistema político chino, para hacer más convincente y persuasiva la historia reciente de China.
  5. Comunicar al mundo las normas chinas: detrás del crecimiento chino se evidencian una serie de ideas y métodos probados que se deben depurar para que sean reconocidas como normas internacionales.

Sin duda, preocupa al Partido el deterioro de la visión que tiene el mundo de la República Popular China. Este desprestigio es manifiesto en la prensa internacional, especialmente en revistas y periódicos de circulación masiva o de referencia para la toma de decisiones a nivel estatal o empresarial.

Han contribuido a este deterioro la agresividad de su diplomacia (Wolf Warrior Diplomacy), la actitud adoptada ante los cuestionamientos por los derechos humanos en la provincia de Xinjiang, las belicosas demonstraciones de fuerza y agresividad hacia Taiwán, las continuas acciones contra la Iglesia Católica china más la persecución de la secta budista Falun Gong, y la evaporación de las libertades democráticas en Hong Kong contenidas dentro de la formula “Un País, Dos Sistemas”, junto a la constante erosión del acuerdo firmado en 1997 con el Reino Unido. Más recientemente, la confusa y a veces contradictoria relación de los acontecimientos que llevaron a la pandemia del SARS-Covid-19, sumado al recuerdo de otros problemas de salud e higiene del pasado inmediato, también han afectado al prestigio de China en el mundo.

Zhang insiste en sus publicaciones que en China debe educar al resto del mundo para que puedan comprender la especial posición del país, su historia, tradiciones, filosofía y normas. Sin este conocimiento, los demás países no podrán entender el ejemplo que significa China y los tremendos esfuerzos realizados desde el comienzo de la política de apertura de Deng Xiaoping en 1978[4].

Además, considera que existen cinco razones por las cuales China ha logrado un colosal progreso en las últimas cuatro décadas:

  • Gobernanza de partido único: modelo tradicional en China ya que desde su primera unificación en 221 a.C. siempre tuvo un gobierno centralizado similar a la actual administración de un solo partido.
  • Centralismo neo-democrático: sistema superior al concepto leninista de centralismo democrático, porque el pueblo (los que participan excluyentemente del PCCh) participa en el diseño de los planes quinquenales y otros asuntos de gobierno.
  • Creación de demandas. Las expectativas de la población frente a los planes quinquenales y el progreso del país han creado demandas que pueden ser programadas a mediano y largo plazo.
  • Administración del desarrollo: más que administración pública, China tiene administración del desarrollo encauzada dentro de los planes quinquenales y de las conferencias económicas del PCCh y dentro del esquema de la “economía socialista de mercado”, sistema únicamente aplicado en China.
  • Filosofía china de gobernanza: minyi versus minxin. El filósofo Mencio (372-289 a.C.) diferenciaba entre los conceptos de minyi u “opinión pública” que puede variar a muy corto plazo, y minxin o sea “el corazón y la mente del pueblo” o intereses permanentes o de más largo plazo de la nación.

Las construcciones de Zhang Weiwei son sumamente interesantes, aportando una ventana que nos permite observar, en buena medida, las creencias y aspiraciones de la dirigencia china o, al menos, lo que él recomienda que ésta deba hacer. Podemos imaginarnos que existe una comunidad de ideas entre el profesor y el presidente teniendo en cuenta que el mismo Presidente Xi lo eligió para hacer su presentación en la Sesión de Estudio de mayo del año en curso.

Con justa razón Zhang, y todo el pueblo chino, está orgulloso del gran avance que ha experimentado su país desde 1978. El nivel económico y social de millones de personas ha mejorado con trabajo, viviendas decentes, servicios básicos (agua, electricidad, comunicaciones, etc.), al punto de que buena parte del complejo industrial se dedica a la producción de bienes para una población cada vez más ávida de artículos de consumo, aun cuando hay importantes áreas del país que siguen inmersas en el subdesarrollo.

Este orgullo se ha traducido en un nacionalismo claramente fomentado por el PCCh y se ha constituido en una herramienta para legitimar al gobierno del mismo Partido. El pueblo lo acompaña ya que su nivel de vida continúa creciendo.

Esa legitimación es una de las principales preocupaciones del gobierno de Beijing frente a las crecientes demandas de participación del pueblo, especialmente de los que han alcanzado niveles superiores de educación, los que han logrado un mayor ingreso (clase media) y los que han viajado a países con una mayor participación popular en el gobierno. Aun cuando se ha experimentado con elecciones de autoridades a nivel más bajo (en las aldeas rurales), resta mucho camino por andar.

Probablemente por las anteriores razones Zhang menciona la necesidad de cambiar el “paradigma democracia/dictadura” por el de “buena gobernanza/mala gobernanza”. Considera que la oportunidad de “buena gobernanza” que ofrece el partido único es superior a la ofrecida por un sistema democrático con su pluralidad de partidos políticos, elecciones, legislaturas, etc., siendo que, de cualquier manera, el “centralismo neo-democrático” permite la participación del pueblo.

Zhang menciona el desenvolvimiento institucional y la administración de desarrollo que bien podríamos traducir como planificación centralizada. Sin duda, en este aspecto China tiene una gran ventaja sobre los países en desarrollo y occidentales, contando con medios económico-financieros muy importantes y con la suficiente fuerza la autoridad para concretar obras públicas, zonas industriales, instalaciones de transporte, etc., sin la oposición de responsables locales o de la población que muy rara vez puede manifestarse en contra de los planes del gobierno.

En otro aspecto institucional, China fue el primer país del mundo en incorporar un sistema de ingreso a la administración pública por medio de exámenes. Las exigencias de éstos incluían conocer las obras de Confucio a la perfección y el sistema político chino. El aparato burocrático rara vez pudo extraerse del pensamiento confuciano; esta rigidez de conceptos creó a su vez una inamovilidad en la administración del imperio generando también una inflexibilidad de pensamiento al entrar en contacto con otras naciones o etnias. El sistema burocrático chino también creo un pensamiento elitista afectado por el peculado y la corrupción.

En el caso de China, la meritocracia se ha convertido justamente en rígida, tecnocrática y corrupta. Afortunadamente, el Presidente Xi Jinping ha realizado una importante “limpieza” eliminando a centenares de corruptos del partido y de la administración. Es posible que entre éstos hayan sido afectados otros con ideas no tan favorables al actual gobierno.

En relación con la oposición que hace el Profesor Zhang entre los conceptos de minyi y minxin, ésta carece de mucho sentido; el primero trata la opinión pública que puede ser más o menos educada (para Zhang es necesariamente poco culta y equivocada), y conforma un importante elemento de medición del accionar del gobierno y de la opinión del pueblo sobre una cuestión dada. En cuanto al minxin, cabe destacar que “el corazón y la mente del pueblo” es una de las razones por las cuales un gobierno se constituye o se moldea como democrático, autoritario o dictatorial, ya que el interés nacional debe estar siempre presente en el accionar del gobierno, siendo traición actuar contra de él.

Que se celebren Sesiones de Estudio del tipo descripto es muy positivo ya que permite a expertos explicar cuestiones que posiblemente se le escapan a un gobernante y/o a los miembros de su gabinete. El mecanismo bien podría adoptarse en otros países con la participación de académicos y profesionales, preferentemente de diversas opiniones y escuelas, para ilustrar a los gobernantes y así poder definir el minxin del país a largo plazo.

 

 

 

* Julio Ferrari Freyre estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Sophia (Tokio, Japón), Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador y Economía en la Universidad de Deusto (Bilbao, España). Egresó del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (1984) y como Diplomático ha cumplido funciones como Cónsul en Bilbao, en la Embajada Argentina en la R.P.China y como Cónsul General en Guangzhou (R. P. China). Se retiró del Servicio Exterior de la Nación como Ministro Plenipotenciario de Primera Clase en 2018.

 

Referencias

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[2] ZHANG, Weiwei. “It is Entirely Possible to Tell the Story of Chinese Politics in a More Accurate and Exciting Way”, “完全有可能把中国政治故事讲得更透彻、更精彩,” originalmente publicado en Beijing Ribao (北京日报 – Diario de Beijing), 21/06/2021. Traducido por el Profesor David Ownby y publicado en Reading the China Dream. https://www.readingthechinadream.com/zhang-weiwei-on-telling-chinas-story.html

[3] CHEN, Kimbal. “The Politburo’s Recent Study Session: Who is Zhang Weiwei?”. US-China Perception Monitor, Carter Center, Atlanta, EE.UU., 09/06/2021, https://uscnpm.org/2021/06/09/who-is-zhang-weiwei/

[4] ZHANG, Weiwei: “The Five Reasons Why China Works”. The Huffington Post, 26/02/2014. https://www.huffpost.com/entry/the-five-reasons-china-works_b_4859899

 

Bibliografía

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ZHANG Weiwei. “Legitimacy flows from prosperity and competence”. 01/03/2017, Zocalo Public Square, https://www.zocalopublicsquare.org/2017/03/01/chinas-one-party-rulers-legitimacy-flows-prosperity-competence/ideas/nexus/

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