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PROFESOR UNIVERSITARIO: INSPIRADOR, CREATIVO E INNOVADOR

Abraham Gómez R.*

Imagen de Nikolay Georgiev en Pixabay 

En esta fecha, 5 de diciembre, que en sí misma comporta un hito histórico en la educación universitaria venezolana, se hace imprescindible destacar, discursivamente, que un docente universitario no alcanza su meta-peldaño para encumbrarse y regocijarse en ese objetivo académico. Y menos en las actuales condiciones de proletarización en las cuales nos han subsumido.

El propósito esencial de quienes hemos hecho los espacios de educación superior nuestro hábitat natural consiste en vincularnos para aportar soluciones a los problemas de las sociedades, con lo cual reivindicamos nuestra identidad societal y la reafirmación de categoría profesional.

Con toda seguridad, el siguiente aserto será ampliamente compartido: los profesores universitarios somos lo que leemos y lo que dejamos de aprender.

Además, permítanme añadir que cada vez que celebramos un día como el de hoy —en su más pura acepción— consagratorio al profesor universitario, uno busca caer en la tentación de decir cosas, de reflexionar en torno a la naturaleza de la condición del docente que interactúa en los ambientes universitarios.

Ciertamente, el desempeño como profesor universitario se va adquiriendo en progresividad, en tanto requerimiento necesario, pero no es suficiente para el desarrollo de un tejido cultural y científico, si no va aparejado, obligantemente, a conectarse y a nutrir los distintos actores y objetivos societales.

Preguntamos: ¿acaso no es nuestra la responsabilidad de imbricar para beneficio de la sociedad los conocimientos generados y los resultados investigativos, a partir de la indetenible dinámica en nuestras universidades?

A veces llegamos a reflexionar que la sociedad se ha vuelto desestimadora de la vida universitaria; que no asimila, en algunos casos, los criterios, ponderaciones e importancia de los infinitos saberes aprovechables que se generan.

Podemos llegar a responder, de la siguiente manera: nunca se alaba lo que no se conoce.

Si la sociedad ignora el significado de la vida interna de las universidades, difícilmente les conferirá su exacto valor. Parece que el sistema académico en nuestro país ha fallado para comunicar el sentido e intencionalidad de todo cuanto se ha venido haciendo.

Vamos a asumirlo como autocrítica: ha habido de nuestra parte poca o ninguna ocupación para exteriorizar resultados concretos.

Rememoramos, para fortalecer nuestra génesis, que el 5 de diciembre del año 1958, se sancionó y promulgó una nueva Ley de Universidades que vino a sustituir la que para entonces estaba en vigencia desde 1953.

Así entonces, queda instituida esa fecha, como Día del Profesor Universitario; sin embargo, en 1970 se reforma la mencionada norma, sustancialmente, hasta obtener el orden prescriptivo para el sistema universitario venezolano que nos rige ahora.

Observamos también con bastante preocupación que, ante las crisis que nos flagela como a todo el país, un número considerable de Instituciones de educación Superior y una apreciada facción de docentes universitarios han adoptado una respuesta mimética y adaptativas a los embates, sin llegar a proponer cambios significativos o de irreverente transformación.

Digamos que la tímida excepción la constituyen algunas universidades plurales y libres, en conjunto con los docentes que han asumido los desafíos para desarrollar alternativas académicas, con perspectivas de inclusividad hacia la parte de la sociedad que ha querido ser emprendedora.

A pesar de haber nacido la Universidad en la Edad Media, como una entidad donde concurren maestros y discípulos en la búsqueda de la verdad, hoy las múltiples conexiones tecnológicas han transformado los modos de generar los conocimientos, de preservarlos, de re-hacerlos y transmitirlos con otros principios y valores. Frente a ese desafío los docentes universitarios no podemos eludir. Estamos obligados a encararlos e incorporarlos —como aprendices permanentes— a nuestras cajas de herramientas intelectuales.

La Educación Superior en el presente siglo XXI debe asumir el cambio para el futuro como consustanciales de su ser y quehacer. Dicha transformación exige de las instituciones de educación superior una predisposición a la reforma constante de sus estructuras y métodos de trabajo

Esto implica asumir la flexibilidad epistemológica.  Admitir que hay muchas y hasta contradictorias visiones del mundo y la vida; y las diversas propuestas teóricas para comprenderlas, en lugar de la rigidez y el apego a tradiciones inmutables.

Hoy, hacemos propia la reflexión que apunta por la incorporación prospectiva del docente universitario en su labor diaria. Que diga y aporte soluciones; para que el profesor de la educación superior participe de manera activa en la elaboración de los proyectos futuros de la sociedad que queremos y necesitamos, inspirados en la solidaridad, en la superación de las desigualdades y el respeto a los fines democráticos, a la meritocracia y a la pluralidad del pensamiento.

 

* Docente universitario. Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Correo electrónico: abrahamgom@gmail.com

Nota publicada originalmente el 03/12/2020 en Disenso Fértil https://abraham-disensofrtil.blogspot.com/

DESTRUCCIÓN CREATIVA Y DESTRUCCIÓN PROVOCADA

Agustín Saavedra Weise*

Joseph Alois Schumpeter (1883-1950)

El austriaco Joseph Alois Schumpeter (1883-1950) ha sido uno de los grandes economistas que tuvo el pasado siglo XX en su primera mitad. Fue un estudioso del desarrollo y agudo observador, además de ser autor de varias obras de innegable vigencia. Uno de los conceptos que lo hizo famoso es el de la innovación. Schumpeter afirmaba que la permanente introducción de nuevas técnicas contribuía decisivamente al desarrollo económico, brindándole un decisivo impulso.

La teoría de la innovación de Don Joseph tenía su centro alrededor del empresario dinámico, un ser con poder creativo y capacidad de riesgo que era (es) la fuerza básica del proceso de innovación como factor del cambio cualitativo. La concepción schumpeteriana de la innovación es muy amplia y sigue siendo absolutamente válida hasta hoy. Es más, vivimos en el presente en medio de una era de innovaciones permanentes, hasta diarias y a veces, inclusive en cuestión de horas se dan procesos de innovación, ya sea alrededor de un solo producto o con el ingreso de nuevos bienes al mercado. Por ejemplo, el televisor tiene décadas desde su invención pero ha sido permanente foco de innovaciones hasta llegar a los ultramodernos televisores de alta definición del presente. El mismo concepto básico (la TV) ha ido siendo reformulado progresivamente. Algo parecido se da con otros productos y al unísono, están los que desaparecen como consecuencia de nuevas invenciones. El ejemplo clásico que siempre doy es el del automóvil, innovación que rápidamente desplazó para siempre al tradicional carruaje de caballos.

La innovación también puede comprender la apertura de nuevos mercados con posibilidades comerciales e industriales, más otros potenciales rubros que se van creando y generan progresivamente diversas nuevas situaciones u oportunidades. Vale reiterar que cada innovación ingresada al mercado arrastra consigo un proceso paralelo de destrucción creativa, fenómeno que elimina viejos componentes al crearse algo nuevo que reemplaza a lo antiguo. Estos procesos innovativos generan costos sociales y perjuicios para algunos sectores; es una parte triste, pero inevitable, del proceso de innovación como factor básico del desarrollo.

Frente a este claro panorama ha surgido algo que viene de tiempo atrás y se ha ido acelerando en los últimos tiempos: es la obsolescencia creada o la destrucción seudocreativa de diversos productos con el afán de vender lo “nuevo” y desplazar lo más pronto posible a lo “antiguo”. Lo vemos palpablemente en el caso de los teléfonos celulares, donde los propios fabricantes provocan desvergonzadamente un proceso de obsolescencia creada e impulsan la ambición del comprador de adquirir “lo más nuevo”, aunque el celular reemplazado no sea tan distinto del anterior. Lo mismo sucede en otras industrias y es algo que en su momento deberá controlarse, ya que desvirtúa el sano concepto de la innovación y de su eterna compañera: la auténtica destrucción creativa, no la “destrucción” acelerada que los fabricantes —en su empeño por meternos nuevos productos— nos quieren encajar hoy en día con sus gigantescos programas de marketing y sus presuntas innovaciones, que muchas veces no son tales.

El sociólogo Vance Packard no se equivocó al pronosticar en los años 60 del pasado siglo XX el inusitado auge de la obsolescencia creada, factor hábilmente preparado para confundir al consumidor y desplazar un producto aún útil por uno presuntamente nuevo. Una pena todo esto, pues termina desvirtuando el auténtico proceso de innovación como factor clave del desarrollo, algo que el gran Schumpeter con tanto cuidado elaboró y reiteró.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

 

Nota original publicada en El Debe, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/destruccion-creativa-y-destruccion-provocada_205983