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UCRANIA: LA «GUERRA Y PAZ» DE PUTIN

Roberto Mansilla Blanco*

Donald Trump, Vladimir Putin, Volodimir Zelensky, Björn Höcke (líder de AfD), Martin Sellner (líder de la Neue Rechte de Austria) y el intelectual conservador Götz Kubitschek.

 

«No es realista el ingreso de Ucrania a la OTAN ni tampoco el retorno a las fronteras de 2014». Esto no lo dijo Vladimir Putin sino el nuevo Secretario de Defensa de EEUU, Pete Hegseth, en su visita a la sede de la OTAN en Bruselas. La puesta en escena no podía ser más estratégica y relevante. Con ello, la administración de Donald Trump lanzaba un contundente mensaje precisamente en el centro de operaciones del «atlantismo», rompiendo así por completo tres años de apoyo irrestricto por parte de Washington al presidente ucraniano Volodymir Zelenski.

«Hagámoslo». Fue la respuesta de un Zelenski acorralado pero que intenta salvar su imagen tras acusar el golpe tectónico asestado por los 90 minutos de conversación telefónica entre Trump y Putin que dan paso al inicio de negociaciones (sin su participación) para finalizar la guerra en Ucrania o, al menos, generar un cese al fuego. ¿Recuerdan cuando Trump llegó a decir que solucionaría la guerra en Ucrania con un par de llamadas? Pues así fue. Una conversación Trump-Putin en la que Zelenski no participó pero de la que fue informado a posteriori demuestra su irrelevancia e intrascendencia, tan similar al trato que Trump y Putin han dado a la Unión Europea y la propia OTAN.

Así, Zelenski pasó de ser en su momento (2022) el «personaje del año» y el «paladín de la libertad» contra la «barbarie rusa» a prácticamente no jugar ningún papel relevante en una guerra en la que han invadido su país. Y la UE y la OTAN han pasado a ser meras comparsas en los planes de Washington y Moscú, sin descartar que Beijing mira con atención y tradicional discreción cómo evolucionan los acontecimientos.

En vísperas del tercer aniversario del inicio de la guerra en Ucrania, el contexto geopolítico determinado por el «terremoto Trump» y la paciencia táctica de Putin daba a entender que algo estaba negociándose entre Washington y Moscú. El tono tolstoniano expresado en el titular de este análisis interpreta que el mandatario ruso, haciendo gala de la proverbial «paciencia rusa», ha sido el auténtico artífice y maestro de ceremonias de este acuerdo aún en ciernes y en fase de toma de contactos, obteniendo prácticamente todas las demandas que tenía precisamente guardadas para la mesa de negociación.

Ya desde comienzos de 2024 y durante la campaña electoral, Trump dio muestras de querer poner fin al tema Ucrania. A grosso modo, el excéntrico mandatario estadounidense no engañó a nadie: Ucrania no le interesa más allá de sus «tierras raras», una buena parte de ellas precisamente bajo el control del Kremlin tras la «operación militar especial» iniciada en febrero de 2022.

Trump quiere desembarazarse de la pesada carga económica, militar y geopolítica que supone Ucrania para concentrar sus objetivos en su principal rival: China. Y en ello le van ciertos imperativos geopolíticos; mientras negocia la paz en Ucrania y busca con ello retomar los canales de relación con Putin para eventualmente alejarlo (probablemente de manera infructuosa) de su alianza estratégica con China, el mandatario estadounidense amenaza a Canadá, Panamá, México y hasta Gaza con anexarlos o «borrarlos del mapa» si no se atienen a sus intereses. Sus prioridades son otras. Y entre ellas no está Zelenski.

El imparable ocaso de Zelenski

La indiferencia de Trump con Ucrania y los compromisos de la OTAN son patentes. Llegó a decirle a Zelenski que Ucrania «podría llegar a ser rusa algún día». A diferencia de la complacencia que tenía con la administración Biden y consciente de su debilidad y escaso margen de maniobra, Zelenski recomendó un «acuerdo ventajoso con Washington», lo que es igual a decir que abre la veda para la explotación de tierras raras, las reformas y privatización económica y ventajas en la reconstrucción post-bélica a cambio de seguridad.

Incapaz de revertir militarmente la situación en el frente y desconociendo la realpolitik, Zelenski, quien siempre juró que no se sentaría a negociar una paz sin antes asegurar el control de los territorios ucranianos previos a la invasión rusa, ahora se ve en la obligación de ceder e incluso acepta que ese ingreso en la OTAN es prácticamente inalcanzable, tal y como advirtió Hegseth en Bruselas.

Queda por ver cómo quedará la posición de Zelenski especialmente a nivel interno y cómo le «vende» este acuerdo a una sociedad ucraniana cansada de la guerra pero que aún es incierto conocer si es favorable a conceder territorios. Así, ¿es posible una reproducción de un «Maidán» en Kiev pero al revés, ya no contra un presidente prorruso como Viktor Yanúkovich sino contra un presidente que ha cedido ante el enemigo ruso? Esta interrogante coloca en el centro de atención a una extrema derecha nacionalista ucraniana que ha ganado peso político y popularidad con su resistencia al invasor ruso.

Visto en perspectiva comparativa, y al igual que a la oposición venezolana con respecto al poder de Nicolás Maduro, a Zelenski le está pasando factura el cambio de poder en la Casa Blanca y la imparable maquinaria de los intereses geopolíticos. Trump sólo atiende a aquellos que realmente tienen poder en sus manos, desde Putin hasta Maduro.

En el caso venezolano, cuya diáspora en EEUU votó mayoritariamente a Trump (más del 90%), ahora cae de bruces con la misma realpolitik que está desgastando a Zelenski. Las órdenes de deportación de Trump de inmigrantes ilegales y la cancelación del TPS afectan a 600.000 venezolanos en EEUU.

Maduro recogió el guante y le aseguró en Caracas al enviado de Trump, Richard Greeling, que está dispuesto a colaborar con Trump en ese sentido: recibir a esos inmigrantes venezolanos ilegales. Por otro lado, el cierre de USAID por parte de Trump deja a la oposición venezolana y a Zelenski sin una fuente de ingresos y de apoyo político «humanitario» que ahora la Casa Blanca amenaza con destapar en sus entrañas, especialmente en cuanto al uso de esos recursos.

En definitiva, Putin, con el fait accompli de Trump, terminó geopolíticamente ganando este pulso en Ucrania (y también en Venezuela) mientras avanza en el frente bélico (Adviika y Provosk) Ha logrado imponer su voluntad de negociar directamente con Trump sin intermediarios ni interferencias. Lo que no queda claro es si lo que viene para Ucrania es el «punto final» del conflicto o más bien un «punto y aparte».

Países miembros de la OTAN geográficamente muy próximos a Rusia, como Estonia, Finlandia, Dinamarca y Polonia, advierten sobre las intenciones futuras del Kremlin de querer avanzar sus fronteras con nuevos ataques militares, preparándose a mediano plazo para una guerra que aparentemente ven como inevitable, aunque no existen certezas claras al respecto.

Putin reordena una Rusia más «patriótica»

Si bien obviamente lo ha aceptado, el plan de Trump en Ucrania ha transferido un prudente silencio en Moscú, muy similar al que existió tras la caída del régimen de Bashar al Asad en Siria. Este perfil del Kremlin puede evidenciar la confirmación de una especie de quid pro quo con Washington: dejar caer una pieza estratégica como Siria (y con ello otorgar asilo a al Asad) a cambio de ventajas geopolíticas en Ucrania, la prioridad para un Putin que es consciente de que no lo es para Trump.

A la espera de cuándo y cómo se darán esas negociaciones en Ucrania, este prudente perfil ruso apunta a otra perspectiva: trazar definitivamente sus «líneas rojas» con Occidente y asegurar compromisos tangibles para su seguridad (abortar cualquier expansión occidental y de la OTAN hacia sus esferas de influencia) que pongan fin a décadas de desencuentros tras una «posguerra fría post-soviética» que vuelve a observar los cánones del sistema de balanza de poder imperante en Europa en el siglo XIX pero con las variables de la tripolaridad EEUU-China-Rusia de un siglo XXI cada vez más multipolar.

El mensaje de Putin es claro: no queremos volver a las promesas vacías occidentales de 1991 tras la desintegración de la URSS sobre la expansión de la OTAN hacia el Este europeo y el espacio ex (o post) soviético. Ucrania es la pieza clave pero también Georgia, cuyo «Maidán» fue recientemente neutralizado por Moscú con un gobierno afecto toda vez que Armenia comienza a salir de ese esquema pidiendo su ingreso en la OTAN y la UE y saliendo de la OTSC. Los acuerdos de Rusia con Corea del Norte e Irán refuerzan esa perspectiva del Kremlin de asegurar sus posiciones defensivas vía nuevos aliados militares y económicos.

Putin y la nueva nomenklatura imperante en el Kremlin están curtidos en estos asuntos. Asumieron a duras penas la desintegración de la URSS y la ausencia de un poder central efectivo para asegurar sus fronteras pero están convencidos de la imperiosa necesidad de no repetir ese escenario con la nueva Rusia que emerge en el tablero geopolítico global. Para Putin, ese acuerdo en Ucrania implicará bases firmes para fortalecer compromisos con EEUU y la OTAN de no interferir en las esferas de influencia rusas vía «revoluciones de colores» o «Maidanes». Ahora bien, ¿aceptará la «línea dura» de la OTAN esa perspectiva rusa? ¿Implicará este acuerdo en Ucrania el divorcio de Trump con la OTAN?

Para fortalecer en casa esta perspectiva de una Rusia «patriótica» que vuelve a pisar fuerte en el escenario global, el Kremlin avanza en una decidida agenda de revisionismo histórico y nueva narrativa nacionalista con elevados visos de popularidad interna.

El Kremlin potencia el revisionismo historiográfico como herramienta efectiva de poder dentro de la sociedad rusa a la hora de configurar una nueva narrativa nacionalista, fortalecida por los avances militares y la adquisición de nuevos territorios en Ucrania, la permanente confrontación con Occidente, especialmente EEUU y la OTAN, y la capacidad rusa de resistir este pulso, lo que implica cambios en la orientación geopolítica y estratégica rusas incluso vía nuevas doctrina militar de seguridad y nuclear.

Con la posibilidad cada vez más real de una negociación en Ucrania que confirme las ganancias territoriales rusas, el Kremlin se esfuerza para preparar ideológicamente a la sociedad hacia una nueva narrativa que justifique e incluso glorifique el esfuerzo militar en Ucrania como atenuante ante la permanente hostilidad occidental. Así, evitar el ingreso ucraniano en la OTAN es interpretado (con obvia certeza) como un triunfo geopolítico ruso logrado en el campo de batalla. Las reminiscencias de la «Gran Guerra Patriótica», la victoria contra el nazismo y el fascismo en la II Guerra Mundial, completa este cuadro de revisionismo histórico «patriótico» tendiente a recuperar el orgullo y la identidad rusa.

Un caso significativo de revisionismo histórico ocurrió en diciembre pasado con motivo de la defensa de una tesis por parte del metropolitano Tikhon Shevkunov, proveniente de Simferopol, la capital de Crimea, quien se ha convertido en una especie de intelectual nacionalista ruso conveniente para los intereses del Kremlin de propiciar un relato histórico «patriótico», con especial presencia en redes sociales. Miembros de la comunidad universitaria en Rusia criticaron la disertación de Shevkunov (que explicaba el colapso del Imperio ruso y cómo el poder eclesiástico terminó salvando a la monarquía zarista) como «escasamente científica», especulando con intereses políticos detrás de la misma.

Igualmente debe observarse el impacto mediático como el canal ultraconservador Tsargrad, propiedad del oligarca Konstantin Malofeev, incluido en la lista de sancionados por Occidente; y del medio de entretenimiento como Star Media, prolífico en cuanto a la producción de series de contenido histórico vinculadas a la Gran Guerra Patriótica, y que definen ese viraje conservador y nacionalista que el Kremlin imprime dentro de la sociedad rusa.

Otra clave dentro de esta estrategia narrativa es la recuperación de la idea del Mundo Ruso (Novy Mir) tanto hacia la diáspora rusa como ante el retorno a la «Madre Patria rusa» de aquellos compatriotas étnicos y rusoparlantes en los territorios conquistados en Ucrania (Donbás, Zaporiyie, Mariúpol, además de Crimea) donde el Kremlin ha invertido importantes cantidades en reconstrucción de infraestructuras bajo un proceso acelerado de «rusificación» de esos territorios.

Esta perspectiva entronca con aquellas afirmaciones de Putin sobre la desintegración de la URSS como el «mayor desastre geopolítico del siglo XX» así como de la necesidad de defender a los «25 millones de rusos» que quedaron desamparados y sin protección por parte de Moscú en las repúblicas ex soviéticas a partir de 1991.

Este proceso está reordenando las piezas políticas en Moscú bajo nuevas elites «patrióticas» emergentes que desplazan del centro de poder y de popularidad a aquellos oligarcas rusos que desde el exterior han terminado denunciando la guerra en Ucrania. Este proceso de nueva geometría de poder en Rusia podría incluso arrojar claves sobre la permanencia del sistema de poder instaurado por Putin una vez finalice su actual mandato en 2030, arrojando incluso posibles claves sucesorias en caso de desistir de una nueva reelección.

Alternativa por Alemania (AfD): la otra clave del acuerdo Trump-Putin

Pero este anuncio de negociación Trump-Putin sobre Ucrania no acontece únicamente en vísperas del tercer aniversario del inicio de la guerra sino también previo a unas elecciones generales alemanas (23 de febrero) donde el partido de ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD), considerado aliado del Kremlin, aparentemente sube en las encuestas y lo coloca con la capacidad suficiente para ganar esos comicios y liderar el otrora considerado «motor de la UE».

Independientemente si llega al poder, AfD se encamina a convertirse en el principal partido «antisistema» en Alemania y con posibilidades de ejercer influencia en Bruselas.

Tanto como el directo apoyo mostrado a AfD por parte de Elon Musk están también sus aliados europeos. Entre el 8 y 9 de febrero se celebró en Madrid un Congreso de «Patriotas por Europa» organizado por VOX que reunió a lo que ya se puede considerar como la derecha trumpista europea: además del anfitrión Santiago Abascal estuvieron el italiano Matteo Salvini (junto a Abascal señalado como aliado del mencionado oligarca ruso Malofeev), el presidente húngaro Viktor Orbán (aliado de Rusia y China), la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, entre otros.

El objetivo del congreso era unir estrategias para criticar a las elites europeístas, fomentar la alianza transatlántica del «trumpismo» y ascender al poder por la vía electoral en futuros comicios como el de Alemania o las presidenciales en Francia de 2027.

A AfD se le ha considerado como «el peón del eje euroasiático ruso-chino en la UE». La agrupación ha criticado la ayuda a Ucrania por parte del gobierno de Olaf Schölz mientras ha pedido resetear las relaciones de Berlín con Moscú bajo imperativos principalmente energéticos. El temor en Bruselas a un gobierno de AfD en Berlín con posible alianza con los conservadores de la CDU y los liberales podría haber persuadido a la vecina Austria a torpedear la posibilidad de un gobierno de coalición entre los conservadores y la extrema derecha del FPÖ, un aliado de AfD.

La política exterior de AfD defiende el principio de la no inherencia en asuntos de otros Estados. Mantiene la neutralidad en torno a las crisis de Ucrania y Taiwán mientras pide estrechar lazos con Rusia y China. También ha pedido que Alemania ingrese como miembro observador en la Unión Euroasiática y la Organización de Cooperación de Shanghai así como ampliar la cooperación con China vía Rutas de la Seda. También ha mostrado sus recelos a la hora de mantener los compromisos con la OTAN, la UE y EEUU.

En su manifiesto electoral, el AfD pide la soberanía monetaria, defiende el proteccionismo económico, considera a la UE como un «proyecto fracasado» mientras impulsa la idea de la Europa de Naciones. En perspectiva, aborda ideas muy similares a las que llevó a cabo Nigel Farage (otro aliado de Trump y de Musk) en Gran Bretaña con respecto al Brexit en 2016. AfD no descarta una especie de «Dexit», la salida de Alemania de la UE, mientras defiende la cooperación económica con China y energética con Rusia.

Para confirmar estas ideas vale la pena reproducir algunas declaraciones realizadas por los principales líderes de AfD así como del gobierno ruso que confirman esa sintonía entre la ultraderecha alemana y el Kremlin.

El candidato de AfD para la jefatura de gobierno alemana, Björn Höcke, declaró que «si fuera Canciller… mi primer viaje al extranjero me llevaría a Moscú». El ministro ruso de Exteriores Serguei Lavrov replicó llamando a AfD como «una fuerza importante». En una conferencia estatal en Arnstadt ante 300 personas, Höcke declaró que «Rusia se ve a sí misma como una contrapropuesta a la hegemonía universalista de la potencia mundial no europea, EEUU. La paz en Europa depende de las buenas relaciones entre Alemania y Europa con Rusia».

Según el profesor Matthias Quent, experto en extrema derecha por la Universidad de Magdeburgo-Stendal: «La AfD y el gobierno ruso tienen una asociación estratégica informal de confirmación y legitimación mutuas. La AfD y el régimen ruso comparten la lucha contra el Occidente liberal y sus valores. Ésta es exactamente la lucha que pide el asesor ultranacionalista del Kremlin ruso, Alexander Dugin».

Según el politólogo Georg Restle: «Ganar con Putin, por un nuevo orden mundial dominado por Rusia. No, eso no tiene nada que ver con una campaña contra AfD, de eso se trata exactamente el partido».

AfD se nutre mediáticamente de las aportaciones de Götz Kubitschek, ideólogo de las extremas derechas europeas partidario de las deportaciones masivas de inmigrantes ilegales, principalmente de refugiados sirios. En 2015, la canciller alemana Ángela Merkel acogió casi un millón de refugiados sirios. Desde entonces, AfD ha ido creciendo exponencialmente a nivel electoral.

Otros inspiradores mediáticos de AfD son el influencer austríaco Martin Sellner (estuvo presente en Madrid en el Congreso organizado por VOX) y la también ‘influencer’ alemana Naomi Seibt, identificada en plataformas de nacionalismo xenófobo como una joven promesa. Ambos mantienen activa la red fascista global en su país.

Algunas fuentes han revelado reuniones secretas entre el AfD, la CDU y el propio Sellner para trazar estrategias de deportación masiva de inmigrantes. Incluso se utilizó, casi sarcásticamente, la referencia histórica de la Conferencia de Wansee de 1942 que tipificó la «Solución final» contra los judíos y otras minorías.

De acuerdo con fuentes informativas existen en Alemania unos 35.000 activistas de extrema derecha, 15.000 de ellos considerados como violentos fichados por los organismos de inteligencia. Desde 2015 se han verificado 1.104 de ataques violentos por parte de estos grupos.

Höcke proviene de las filas de Der Flügel (El Ala) una organización de extrema derecha muy vinculada a White Power en EEUU. Ha venido defendiendo el denominado «Proyecto Remigración. El Gran Reemplazo» que incluye reformas a los derechos de asilo, recuperación de las fronteras europeas, policías fronterizas, vallas y campos de migrantes fuera de Europa, muy similares a las ideas de la primer ministro italiana Giorgia Meloni y del húngaro Orban.

Según algunas fuentes este discurso convence a 1 de cada 5 alemanes. Es de prever que los decretos de Trump sobre deportaciones masivas de inmigrantes ilegales en EEUU sirvan de referencia para AfD y sus partidos aliados o simpatizantes tanto en Alemania como en Europa para instaurar medidas punitivas similares. Pero de cara a las elecciones del 23 de febrero, el pulso político y electoral en Alemania está mediatizado por las consecuencias colaterales de lo que se negocie por Ucrania y los pulsos geopolíticos entre Rusia y Occidente.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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TRIBUTO A JEAN MARIE LE PEN

Enric Ravello Barber*

Los años pasan y las generaciones van dejando su lugar a las que vienen detrás; es ley de vida. Mi generación es la de los que empezamos a militar a principios de los 80, vivimos los últimos momentos de los «años más duros» y tuvimos la suerte de formarnos durante el momento intelectual más brillante del pensamiento nacionalista e identitario de la segunda post-guerra europea.

Nosotros y todos los nacionalistas europeos posteriores al 45 hemos sido, somos y seremos gracias a dos cosas:

El MSI y las organizaciones «extra-parlamentarias italianas» que fueron capaces de mantener la llama ―nunca mejor dicho― en la noche más oscura, y lo hicieron «a cualquier precio».

Y Jean Marie Le Pen, que nos demostró que esa llama no era sólo memoria, sino que también era victoria. Él nos enseñó que se podía volver a ganar, esa es su gran contribución, ésa es la gran deuda que tenemos con él.

Es altamente simbólico que Jean Marie Le Pen le pidiera a Giorgo Almirante poder usar la «fiamma misina» adaptada a los colores de Francia.

Yo tuve el honor de conocerle personalmente durante un acto en Tokio organizado por el entonces número dos del Front National, Bruno Gollnish, otro hombre admirable en todos los sentidos. Lo conocí en conversación personal, durante cenas y comidas, donde demostraba presencia, educación, curiosidad, respeto y en una rueda de prensa donde pude ver su verdadera dimensión política. Durante dos horas periodistas de las principales cadenas del mundo sometieron a Jean Marie Le Pen a una incesante batería de preguntas sobre todas las cuestiones posibles; fueron literalmente triturados por un Le Pen que demostró una gran capacidad dialéctica, pero ―sobre todo― una solidez intelectual y argumental sobre los más variados temas realmente sorprendente hasta lo impactante.  Una lección magistral que nunca se podrá olvidar: de la política a la historia, de la geopolítica a la literatura, del arte a la actualidad, toda pregunta rebuscada era contestada sin titubeos de forma sólida, precisa y coherente. Los periodistas que pretendían acorralar al gran Tribuno terminaron por agachar sus cabezas y rendirse ante su manifiesta inferioridad.  Al día siguiente, Le Pen encebezó en Kioto una comitiva para rendir honores a los japoneses muertos durante la Segunda Guerra Mundial: brillantez intelectual y valentía personal y política. Ese fue el gran Jean Marie Le Pen.

Jean Marie Le Pen y Enric Ravello Barber 

También recuerdo la cena de esa noche, en un maravilloso restaurante tradicional japonés, invitados por un cantante de ópera admirador de Yukio Mishima.  Después de la cena recuerdo que un reducidísimo coro de cuatro personas encabezado por el propio Jean Marie terminamos cantando el famoso «Clavelitos».

Hay quien señala puntos de desacuerdo con Le Pen o posiciones concretas que no comparte, por supuesto, las hay, todos las tenemos, pero Le Pen fue ―conscientemente o no― la encarnación de la Tradición europea ―en su caso con fuerte acento francés y… bretón―, eso es lo que le sitúa en un plano superior. Le Pen era la Europa viva que estaba en lucha, precisamente por eso el establishment francés, europeo y mundial trató de arrinconarlo y desprestigiarlo. Nunca lo consiguieron.

Recuerdo que antes de las elecciones presidenciales francesas de 2002 mantuve una conversación con el famoso diplomático y escritor chileno Miguel Serrano. Él, viendo esa faceta metahistórica de Le Pen, me escribió una carta después de conocerse los resultados de la primera vuelta, decía esto:

«Estamos muy contentos con los resultados obtenidos en las elecciones por Le Pen. Nos imaginamos que ustedes también y mucho ¡Felicitaciones!

Tremenda es la lucha que le espera en las próximas semanas. Estaremos apoyándole».

Como dice Filip Dewinter Jean Marie Le Pen fue nuestro padrino, de todos los que ―en distintas formas y con varios matices― aún luchamos por la identidad de los europeos. Ahora nos toca seguir en esa lucha. Esa tremenda lucha es nuestro deber diario.

Seremos dignos.

 

* Presidente de la Asociación de Amistad Euro Sudamericana (AAESA), https://aaesa.org/.

 

Artículo publicado por Euro-Sinergias, https://euro-sinergias.blogspot.com/2025/01/tributo-jean-marie-le-pen.html.

LA «GLAMUROSA» DECADENCIA DE OCCIDENTE

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: Xinhua/Li Xueren.

 

Son muchos los ensayos que en los últimos meses observamos en la producción editorial para analizar el declive de Occidente. Desde Emmanuel Todd hasta Amin Malouf, las estanterías de las librerías muestran una oferta prolífica de estudios que intentan descifrar porqué ese Occidente democrático, capitalista, liberal y plural que hasta ahora conocíamos como aparentemente insuperable está experimentando una cada vez más evidente e inocultable decadencia de poder. Un reflejo que también se ve en la industria del entretenimiento: una serie estadounidense, «Civil War» en la plataforma de pago Netflix adelanta un escenario distópico de ficción sobre la decadencia de EEUU.

Esta perspectiva de declive se aprecia en los esfuerzos que cada quien hace para «arreglar» los conflictos actuales. Mientras el presidente estadounidense Joseph Biden anunciaba una ayuda militar «histórica» para Ucrania previo a la Cumbre de la OTAN de Washington (11-12 de julio) que entronizará al holandés Mark Rutte como el nuevo secretario general de esta organización, el mandatario húngaro Viktor Orbán, en calidad de presidente rotativo de la UE, regresaba de una gira por Kiev, Moscú y Beijing con la finalidad de intentar acercar posturas para concretar un posible cese al fuego y una salida negociada de una guerra, la ucraniana, tan estancada como preocupante debido al riesgo de pulso nuclear. Una guerra que Occidente sabe que Ucrania no tiene posibilidad de ganar, a pesar de los millares de dólares y armamento invertidos para apuntalar en el poder a un Zelensky cada vez más contestado e impopular en su país.

Por otro lado está la imagen de los «grandes» líderes occidentales. Encontramos a un Biden senil, incapaz de articular con garantías un debate presidencial con su rival Donald Trump. Dentro del Partido Demócrata crecen las cábalas de un posible reemplazo electoral aún incierto mientras el entorno de Biden asegura que irá «hasta el final».

Una imagen más contrastada la dan los líderes euroasiáticos, rivales del Occidente «atlantista». Previo a la cumbre de la OTAN en Washington, el presidente chino Xi Jinping y su homólogo ruso Vladímir Putin volvieron a escenificar su sintonía estratégica en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) celebrado la semana pasada en Kazajistán.

Tras el fracaso de la Cumbre de la Paz para Ucrania celebrada en Suiza, Washington y sus aliados europeos apuestan por la continuidad de la guerra «hasta el último ucraniano» (Biden dixit). Por su parte, Beijing, con el beneplácito de su aliado ruso, impulsa iniciativas de negociación que, cuando menos, resultan más coherentes y efectivas, fortaleciendo al mismo tiempo las expectativas chinas de reconducir un sistema internacional cada vez más anárquico.

Visto en perspectiva, Occidente está perdiendo su capacidad de soft power para propiciar la resolución de conflictos mientras China tiene capacidad para alcanzar acuerdos, reforzando así su posición de poder emergente.

Más allá del poder político, el tratamiento de los mass media occidentales a la gira de Orbán raya en lo patético. Critican al controvertido líder húngaro, fortalecido tras las recientes elecciones parlamentarias europeas, como una especie de «títere» de Putin y Xi. Un tratamiento menos benévolo que la posición light que Biden tiene con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, cuya injustificada masacre en Gaza comienza a observar una situación similar a la ucraniana: un frente militar atascado y sin avances mientras la sociedad israelí comienza a registrar malestar y protestas contra la guerra, pero no exactamente a favor de una causa palestina que, cuando menos, también comienza a registrar solidaridad en Occidente.

Pero no es únicamente Biden el protagonista de esta «decadencia» occidental. El presidente francés Emmanuel Macron debió confeccionar a última hora una especie de Frente Popular circunstancial para salvar un envite electoral desastroso por el avance de la ultraderecha de Marine Le Pen en las recientes legislativas francesas. Macron apuesta por una cohabitación donde la izquierda de Jean-Luc Mélenchon puede ganar peso; pero al mismo tiempo abre un compás de incertidumbres sobre el futuro de la política francesa de cara a las presidenciales de 2027, tomando en cuenta que el ascenso de Le Pen no es perceptible únicamente en París sino también en Bruselas.

En la UE tampoco están para experimentos. La cohabitación vía cordón sanitario contra una ultraderecha políticamente dividida también se impone por obra y gracia de la todopoderosa recién reelecta presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen. El establishment europeísta conservador-socialdemócrata precisa frenar también dentro de las instituciones europeas al multiforme «frentismo» de la ultraderecha en la que Orbán, Le Pen y la primera ministra italiana Giorgia Meloni no terminan de coincidir.

Porque VOX ya decidió integrarse en la plataforma «ultra» de Orbán (Patriotas por Europa) en el nuevo Parlamento Europeo que legislará hasta 2029, junto con otros partidos austríacos y checos. La movida de fichas de VOX vía Orbán puede acercarlo indirectamente a Moscú, toda vez Meloni (pro-OTAN y pro-Ucrania) deberá reacomodarse en este nuevo escenario donde Orbán y Le Pen parecen acordar estrategias comunes. Y todos ellos mirando también para Washington pero no a Biden sino a la posibilidad de un retorno de Trump a la Casa Blanca.

En Londres, las elecciones generales de 4 de julio pusieron fin a 14 años de gobiernos conservadores con un contundente retorno de los laboristas al poder, ahora en manos de Keir Starmer. Esto no parece, a priori, influir en algún tipo de cambio sustancial de la política británica con respecto a la OTAN y la ayuda a Ucrania pero sí que puede anunciar un «reseteo» del Brexit, para complacencia de von der Leyen y de las élites de Bruselas.

No olvidamos tampoco Irán, que eligió nuevo presidente en la figura Masoud Pezechkian (69 años) considerado un reformista pero con escasa capacidad de maniobra en un régimen teocrático profundamente conservador. De origen kurdo-azerí, la elección de Pezechkian puede revelar un estratégico cambio político para evitar malestar entre el poder central en Teherán y estas comunidades étnicas. Tras ganar las elecciones, Pezechkian habló inmediatamente con Putin para reforzar una alianza geopolítica que tiene puntos de concreción, desde Ucrania hasta el propio programa nuclear iraní. El giro euroasiático iraní mira más hacia Beijing y Moscú que a Washington y Bruselas.

En definitiva, los bloques «atlantista-europeísta» y el euroasiático sino-ruso conforman hoy la nueva «guerra fría» del siglo XXI. Tras visitar Corea del Norte y Vietnam y poco después de la cumbre de la OCS y de recibir a Orbán en Moscú, Putin visitó también la India afianzando acuerdos militares que refuerzan al complejo militar-industrial ruso. El eje Moscú-Nueva Delhi consolida las bases de este eje euroasiático en ascenso, sin desestimar las rivalidades geopolíticas entre India y China, ambos miembros de los BRICS junto con Rusia y Brasil, y que EEUU intenta fomentar para crear desestabilización en ese eje geopolítico.

A diferencia de la sintonía euroasiática, igualmente determinada por las circunstancias de los complejos equilibrios de poder del actual sistema internacional, las inquietudes y la incertidumbre políticas inundan las plazas de poder occidentales. Todo ello sin percatarse que ese declive está en marcha, con una percepción de final de «belle époque» que retrata un «glamour» cada vez más insostenible. Un siglo después, la predicción de Oswald Spengler sobre la «decadencia de Occidente» comienza a verificarse con mayor nitidez.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/a-glamurosa-decadencia-de-occidente-roberto-mansilla-blanco/.