Archivo de la etiqueta: Francia

A 84 AÑOS DEL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. ENFOQUES Y APORTES  SOBRE EL ACONTECIMIENTO MAYOR DEL SIGLO XX.

Alberto Hutschenreuter*

A las 4:45 horas del 1° de septiembre de 1939, el acorazado alemán Schleswig-Holstein, fondeado a las afueras de Danzig (Polonia), en el Mar Báltico, efectuó los primeros disparos de la Segunda Guerra Mundial lanzando varios proyectiles de 280 milímetros contra la Base Naval de Westerplatte, situada en la desembocadura del Vístula en el Mar Báltico y defendida por 210 soldados del Ejército Polaco.

 

El presente texto, al que se han incorporado adaptaciones y algunos datos, se encuentra desarrollado y con las citas pertinentes en el libro de Alberto Hutschenreuter, Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo, Editorial Almaluz, Buenos Aires, 2019.

 

El 9 de mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial. Si bien la contienda continuaría unos meses más en el territorio del Asia-Pacífico, aquel día finalizaron los combates en Europa. La fecha resulta por demás oportuna para realizar algunas apreciaciones y recordaciones acerca de la confrontación interestatal más total y exterminadora de la historia de la humanidad.

La contienda se había iniciado el 1° de setiembre de 1939, cuando a las 4:45 de la mañana los cañones del viejo acorazado alemán SMS Schleswig-Holstein abrieron fuego contra la fortificación polaca de Westerplatte, situada en la desembocadura del Vístula en el Mar Báltico. El ataque fue la señal para la puesta en marcha de la “Operación Fall Weiss”: la invasión de Alemania a lo largo de toda la frontera de Polonia.

Apenas dos semanas después, retraso en parte porque aún había algunos combates con Japón en el sureste de su territorio, la Unión Soviética, cumpliendo la parte secreta del pacto del 23 de agosto con la Alemania nazi, invadió la parte oriental de este país. Con esta “campaña de liberación”, según la denominación que se dio en el Kremlin a la operación, una vez más el Estado de Polonia desapareció como entidad política soberana eurocentral.

En su conciso pero preciso trabajo Al borde del abismo. Diez días que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, el británico Richard Overy desmenuza los acontecimientos que siguieron a la masiva invasión alemana, destacando el grado de perplejidad y confusión reinante en Gran Bretaña y Francia, los garantes de la independencia de Polonia.

La declaración de guerra no fue inmediata, y ello se explica en función de discusiones entre ambos actores en relación con la organización de la movilización, de posibilidades de negociaciones (con mediación de Italia) con Hitler, y hasta de especulaciones sobre una crisis en la conducción nazi ante la inminencia de una guerra europea de escala.

Por ello, bien destaca el prestigioso historiador británico, el domingo 3 de setiembre fue el día que se inició la Segunda Guerra Mundial, el día que el primer ministro Neville Chamberlain se vio obligado a declarar “una guerra que no quería”. Pero no solamente Chamberlain no quería un enfrentamiento con Alemania: durante la segunda mitad de los años treinta, Gran Bretaña fue uno de los dos actores europeos que más defendió y practicó la política de “apaciguamiento” frente a una Alemania geopolíticamente revisionista. Dicha política fue seguida incluso en 1938, “el año de las grandes decisiones”, según el muy buen texto de Giles MacDonough, cuando el poder nacionalsocialista ya era importante, si bien faltabaN cumplirse planes militares, particularmente en el sector naval alemán.

En gran medida, ello se debió no solamente a la tremenda conmoción que había causado la Primera Guerra Mundial en la sociedad británica y en muchos de sus líderes políticos, sino a que en materia de percepción de amenazas a la seguridad nacional no era el totalitarismo nacionalsocialista sino el totalitarismo soviético el principal peligro.

Conocedor de esta percepción, Hitler astutamente se presentaba a sí mismo como la principal salvaguarda frente al reto soviético. En 1934 advirtió que “Defender a Europa contra la amenaza bolchevique es la tarea a la que nos comprometemos para los próximos doscientos años”.

Por ello, como muy bien sostiene el historiador estadounidense John Lukacs, “La idea de que la Alemania nacionalsocialista era un baluarte contra el comunismo bárbaro apoyado por Rusia era compartida por muchas personas […] dicha idea fue un importante elemento subyacente en el apaciguamiento, tendencia política de muchos conservadores británicos, de la mayoría de los miembros de su Parlamento elegido en 1935”.

Incluso en tiempos tan avanzados como en 1938, el año de “las grandes decisiones” adoptadas por Alemania y el año que Checoslovaquia fue ofrendada a Hitler para “asegurar la paz en Europa”, el secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña Lord Halifax sostenía firmemente que “Hitler había prestado grandes servicios no solamente a la Alemania, sino a toda Europa Occidental al cerrar el paso al comunismo”. Por tanto, “era legítimo ver a la Alemania nazi como un muro de contención occidental al bolchevismo”. Más todavía, la idea del nacionalsocialismo como salvaguarda de Europa se mantuvo en ciertos espacios de la política británica tras la invasión alemana a la Unión Soviética en 1941, meses después que Alemania había intentado doblegar a Gran Bretaña.

Desde estos términos, bien podríamos considerar que la concepción de “contención” a la Unión Soviética, que signó la política exterior occidental desde el final de la IIGM, tuvo “anticipaciones” durante los años treinta e incluso elaboraciones teóricas anteriores, como la poco conocida propuesta polaca (muy anterior a la del geopolítico estadounidense Nicholas Spykman) de rodear a la URSS por medio de un “cordón sanitario”.

Seguramente, cuando en setiembre de 1939 Gran Bretaña y Francia se vieron constreñidas a declarar la guerra a Alemania, no pocos en aquellos países habrán lamentado no haber frenado firmemente a Hitler cuando fue posible hacerlo, es decir, el 7 de marzo de 1936, cuando a través de un ejercicio relámpago Alemania ocupó Renania.

El asalto a Renania, región ocupada por las tropas aliadas tras la IGM y desmilitarizada en 1930 como expresión de buena voluntad con la República de Weimar y su política de reconciliación en tiempos del “Pacto de Locarno” (que garantizaba las fronteras en Europa Occidental pero dejaba abierta una puerta para la revisión de las fronteras del este), fue justificado por Hitler porque, según éste, el acuerdo franco-soviético de febrero de 1936 implicaba una violación del “Pacto de Locarno”; por tanto, dicha obligación había dejado de tener vigencia.

Pero importa tener presente que la ocupación fue llevada adelante asumiendo un riesgo enorme si Francia reaccionaba. En su obra “Entre bastidores. De Versalles a Nuremberg”, Paul Schmidt (intérprete principal de Hitler) sostiene que escuchó decir al líder nazi que “Las cuarenta y ocho horas que siguieron a nuestra ocupación de Renania han sido las más emocionantes de mi vida. Si entonces los franceses hubiesen marchado sobre Renania, nosotros, avergonzados, habríamos tenido que retirarnos, pues las fuerzas de que disponíamos no hubieran bastado de ningún modo, ni siquiera para ofrecer una resistencia mediocre”.

En 1945, el propio general Heinz Guderian sostuvo que las fuerzas alemanas que ocuparon Renania no estaban preparadas para afrontar un choque militar con Francia, e incluso habían recibido instrucciones precisas del general Werner von Blomberg de retirarse si Francia lanzaba un contraataque.

Pero Francia, que desde el momento que decidió construir la “Línea Maginot” dejó en claro que abandonaba su estrategia ofensiva, si es que realmente tuvo alguna desde el fin de la Primera Guerra Mundial, se limitó (ante el desconcierto del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania) a reclamar ante el Consejo de la Sociedad de las Naciones, para entonces una organización depreciada. En otros términos, quedaba suficientemente claro que Francia se desentendía militarmente del espacio este europeo, donde, gracias a la habilísima diplomacia de Gustav Stresemann durante los años veinte, nunca se alcanzó un “Locarno” que lo resguardara.

Renania, por tanto, representó una “compuerta geopolítica” central durante los años treinta, puesto que implicó, por parte de una revisionista Alemania, volcar un interés político sobre un espacio crítico, decisión que posteriormente tuvo consecuencias trascendentales. En retrospectiva, acaso fue una situación que, de haberse tomado decisiones de fuerza, podía haber alterado el curso hacia la guerra.

Volviendo al comienzo de la IIGM, resulta interesante destacar los enfoques existentes, puesto que proporcionan una perspectiva más amplia respecto de aquello que Enrique Dussel ha denominado el “eurocentrismo de la modernidad”, esto es, hechos de importancia que tienen lugar en el mundo, pero que se “lateralizan” o incluso desdeñan por efecto de la fuerza hegemonizadora del centro euro-atlántico.

Desde esta lógica, sin duda que la IIGM se inició en setiembre de 1939; pero desde una perspectiva menos eurocéntrica y atendiendo a los historiadores asiáticos, la catástrofe se habría iniciado casi una década antes, en 1931, cuando los japoneses ocuparon y se anexaron parte de China, llevándose a cabo la primera traición decisiva de la Sociedad de las Naciones, invadiendo el país a gran escala en 1937.

Por su parte, en su voluminosa obra sobre la IIGM Antony Beevor no inicia la historia de la conflagración con la invasión de Alemania a Polonia el primero de setiembre de 1939, sino el 12 de mayo, cuando, tras casi tres años de tensiones y querellas fronterizas, un incidente en el este del Estado satélite soviético de Mongolia Exterior (en Nomonhan/Khalkhin Gol) precipitó la abierta confrontación militar entre la URSS y Japón. La guerra finalizó el mismo 31 de agosto de 1939, cuando el embajador japonés en Moscú recibió instrucciones de iniciar inmediatamente conversaciones con la URSS. Por sus trascendentales consecuencias, el conflicto bien puede considerarse otra de las “compuertas geopolíticas” (en tiempos de guerra) del siglo XX.

En efecto, la confrontación, que se inició por cuestiones casi estrictamente políticas-territoriales, tuvo como resultado que el derrotado Japón orientara sus intereses hacia las posesiones de los países europeos en la región del Asia-Pacífico, orientación que le permitiría a la URSS concentrarse en sus intereses en Europa (es decir, en las ganancias derivadas del pacto de no agresión de agosto de 1939 con Alemania) y, poco después, hacer frente a un (nuevo) reto externo a su supervivencia.

Respecto de estos enfoques no euroatlánticos sobre el verdadero inicio de la IIGM, es pertinente considerar las reflexiones del experto Rafael Poch-de Feliu: “En 1939, ni Londres ni Washington se opusieron al ataque japonés contra Mongolia (la batalla de Khalkhin Gol produjo más muertos que toda la campaña de la invasión alemana a Francia). Cuando Alemania ataca Polonia, la guerra tenía ya ocho años de historia en el mundo. El mundo de los dominios imperiales de Asia y África, donde la invasión, la crueldad y el racismo no contaban, mientras no colisionaran con los propios intereses”.

Volviendo a 1939, el historiador Gerhard Weinberg nos proporciona datos categóricos en relación con el inicio de la guerra ese año estratégico del siglo. Para este autor, los hechos proporcionan suficiente respaldo: considera que, si bien son importantes los acontecimientos de Manchuria en 1931, o la invasión de Italia en Abisinia, o el estallido de la guerra civil española en 1936, o el comienzo de las hostilidades abiertas entre Japón y China en 1937. En los términos de Weimberg, “El punto de vista que adoptamos aquí es que esos fueron conflictos de un tipo diferente. Las dos fechas relativas con Asia oriental marcan la reanudación de los impulsos expansionistas locales de Japón; la operación en el África nororiental fue la reanudación de la expansión colonial de Italia; la guerra civil española empezó y siguió siendo hasta el final un conflicto limitado a las fronteras de ese país. Aunque en todos estos casos otras potencias proporcionaron ayuda a uno u otro bando, en ninguno participaron de forma abierta más países que los directamente involucrados (…) Aunque en 1939 la guerra comenzó en Europa, la confrontación tuvo desde el principio aspectos mundiales e involucró a una gran cantidad de países”.

Otra de las observaciones pertinentes sobre la IIGM es la relacionada con las implicancias de la muerte de uno de los nazis más temibles e influyentes.

Reinhard Heydrich era el hombre más poderoso de las SS y el más temido de la Europa ocupada por Alemania, particularmente en Bohemia y Moravia, donde se desempeñaba implacablemente como “viceprotector” del Reich.

Heydrich era un experto en tareas sucias; acaso su mejor obra fue urdir el plan para convencer a Stalin de que el mariscal Mijail Tujachevsky, uno de los militares más competentes de la URSS, conspiraba contra él: en la purga de 1937 Tujachevsky fue eliminado. De este modo, Alemania alcanzó un resultado altamente favorable en relación con sus intenciones de predominancia en una futura guerra, puesto que logró se eliminara a uno de los militares soviéticos más aptos para dirigir una eventual guerra contra Alemania, la que años después ocurrió.

Pero existe una hipótesis poco conocida en relación con el atentado mortal que comandos checos entrenados por los británicos perpetraron contra el “Reichsprotektor” en mayo de 1942.

En su libro sobre sobre Heydrich, el escritor francés Laurent Binet expone un testimonio de Helmut Knochen, comandante en jefe de la seguridad en Francia. Según éste, en París Heydrich le había manifestado que era necesario lograr una paz de compromiso porque en ningún caso Alemania podría ganar la guerra.

Siempre según Knochen, que hacia el final de su larga vida continuó afirmando esta revelación, Heydrich planeaba derrocar a Hitler a fin de lograr aquel objetivo; pero Churchill no estaba dispuesto a aceptar una paz de compromiso con una Alemania geopolíticamente expandida ni ser privado de derrotar a Hitler. De allí el título de una de las obras más interesantes sobre uno de los estadistas emblemáticos durante la contienda, La guerra de Churchill, del británico Max Hastings.

En breve, los británicos habrían apoyado a los checos porque temían que el perspicaz Heydrich apartara a Hitler y salvara al régimen nazi por medio de una paz de compromiso, situación que, desde la perspectiva del “realismo ofensivo”, hubiese implicado para Alemania (que en 1942 conservaba el equilibrio a su favor, aunque sus fuerzas casi habían llegado al máximo de su avance) la obtención de ganancias de poder frente a la peor de las perspectivas en un estado de guerra: derrota nacional, rendición incondicional y ocupación internacional, que fue  finalmente la suerte corrida por Alemania en 1945.

Finalmente, la predominancia del eurocentrismo también ha estampado una “cartografía mental” relativa al Occidente como el espacio donde se desarrollaron eventos mayores que condujeron a la decisión y el final de la guerra.

En relación con esto último, si solamente consideráramos que los dos países que más bajas sufrieron como consecuencia de la guerra no fueron países de Europa Occidental sino de Eurasia y Asia (la Unión Soviética y China, 26 millones y 12 millones, respectivamente), seguramente nos replantearíamos algunas de nuestras certidumbres acerca de los eventos militares decisivos.

Sin duda que acontecimientos como los desembarcos en Sicilia, Italia continental en 1943 y Normandía en 1944 fueron determinantes en el rumbo de la guerra: se trata de episodios grandemente conocidos precisamente por ello. Pero los acontecimientos que tuvieron lugar en el frente oriental fueron más decisivos y es muy posible que se tenga menos certidumbre sobre ellos, más aún en cuanto a la planificación central de las operaciones, tecnologías, aplicación táctica, inteligencia, etc. 

Solamente a modo comparativo en relación con los acontecimientos en un frente y en otro, consideremos las siguientes cifras extraídas de un reciente trabajo de Michael Jones: “En los estadios iniciales de la batalla de Kursk, del 5 al 13 de julio de 1943, 69.000 soldados del Ejército Rojo habían muerto, los habían apresado o bien habían desaparecido en combate. En la contraofensiva soviética de Orel, en julio y a principios de agosto, cayeron 113.000 soldados rusos. Y las acciones contra Belgorod y Jarkov, que cerraron la campaña, sumaron otros 72.000. El total de 271.000 bajas en el Ejército Rojo llama mucho la atención si lo comparamos con las cifras de bajas de la “Operación Husky”, la invasión aliada a Sicilia, del 10 al 17 de agosto. Allí las fuerzas estadounidenses contabilizaron 2.572 muertos y 1.012 desaparecidos y prisioneros; los británicos sumaron 2.721 muertos y los canadienses, 562. El infierno del frente oriental era incomparablemente peor que cualquier otro escenario de guerra”.

La caída de la Unión Soviética fue un factor que coadyuvó a que salieran a luz materiales inéditos y, por tanto, se ampliaran sensiblemente los conocimientos sobre la guerra nazi-soviética, “la guerra del siglo XX”, como bien la denominó Ian Kershaw. Pero, aun así, no deja de sorprender lo desconocida que resulta en Occidente esta verdadera confrontación de exterminio.

Ante todo, es necesario recordar que el este europeo era el espacio ambicionado por Hitler. En su libro Mi lucha, Hitler no deja duda acerca de ello; apenas inicia su capítulo sobre “Orientación política hacia el Este”, advierte: “La política exterior del Estado racista tiene que asegurarle a la raza que abarca ese Estado los medios de subsistencia sobre este planeta, estableciendo una relación natural, vital y sana entre la densidad y el aumento de población, por un lado, y la extensión y la calidad del suelo en que se habita, por otro. Sólo un territorio suficientemente amplio puede garantizar a un pueblo la libertad de su vida […] Nosotros, los nacionalsocialistas, hemos puesto deliberadamente punto final a la orientación de la política exterior alemana de anteguerra. Ahora comenzaremos allí donde hace seiscientos años se había quedado. Detenemos el eterno éxodo germánico hacia el sur y el oeste de Europa y dirigimos la mirada hacia las tierras del este. Cerramos al fin la era de la política colonial y comercial de la anteguerra y pasamos a orientar la política territorial alemana del porvenir”.

Esta visión geopolítica de Hitler en relación con el territorio del este del continente ha sido uno de los elementos que más ha contribuido a presentar a Hitler como un neto líder revolucionario, un “Raumpolitiker”, un político del territorio según Weinberg; sin embargo, se suele omitir que la idea de conquista de un gran espacio alemán provenía de mucho antes del ascenso del nazismo al poder.

En su detallado trabajo sobre la administración del imperio nazi en el espacio del este, Mark Mazower, siguiendo estudios del historiador británico Lewis Namier, dicha idea se remonta a 1848, a la misma Paulskirche de Frankfort, una asamblea nacional alemana que abarcó diversas cuestiones entre las que se destacó la necesidad de una patria unificada “cuya superioridad cultural y económica atraería irresistiblemente a los polacos, a los checos y a otros eslavos; hablaron sobre un dominio que se extendería desde el Báltico hasta el sureste de Europa”.

En esta línea, Bismarck representó la unidad alemana; no obstante este logro estratégico mayor, el maestro del mejor realismo alemán es visto como un líder que se contentó con una “Pequeña Alemania”, se acercó mucho a Rusia y renunció a toda marcha hacia el este. Pero después de la IGM se retomó el interés por el espacio del este, hasta que finalmente en 1941 se procedió a materializar la concepción de una “Gran Alemania”.

Como Gran Bretaña y Francia habían garantizado la independencia de Polonia, la guerra con Alemania fue inevitable; pero Europa Occidental no era el escenario considerado por Hitler en materia de conquista y colonización. Más todavía, en sus memorias Albert Speer, una de las personas más cercanas a Hitler, asegura que después del 3 de setiembre Hitler demoró un tiempo en tomar conciencia de que había desatado una guerra de escala en Europa: estaba seguro que Gran Bretaña y Francia eran potencias decadentes y pusilánimes (repetía que había reparado en sus “blanduras” durante el “Pacto de Múnich”) como para iniciar una gran guerra; estimaba que, en todo caso, iniciarían un gran bloqueo económico.

Richard Overy sostiene que aquí se plantea una de las principales dificultades de la guerra: “Establecer si Hitler buscaba una guerra local contra Polonia en 1939, como siempre dijo, o si decidió en algún momento de ese año volverse hacia el oeste y librar una guerra europea general”.

Como sea, considerando los verdaderos propósitos de Hitler, acaso podemos decir que la contundente ofensiva de Alemania en el frente occidental tuvo un carácter casi “anti-geopolítico”, es decir, el régimen decidió avanzar sobre espacios que no se relacionaban (mayormente) con su interés nacional y su necesidad de autosuficiencia. Más todavía, dicho carácter “anti-geopolítico” acaso implicó minimizar (no despreciar) al actor de mayor visión geopolítica, Gran Bretaña, tal vez porque nunca había sido un objetivo militar de Alemania e incluso el país con el que hasta último momento Hitler creyó posible alcanzar algún tipo de acuerdo.

Pero en abril de 1940 Alemania invadió Noruega, un país clave geoeconómica y geopolíticamente, y aquí algunos expertos encuentran uno de los “momentos en los que Hitler perdió la guerra”: la Kriegsmarine enfrentó una tenaz resistencia por parte de Noruega (que causó el hundimiento del principal acorazado alemán), al tiempo que perdió destructores debido a los ataques de los navíos británicos. Pero en Noruega no solamente se afectaron recursos que podían haber sido útiles en una invasión a Gran Bretaña través del Canal de la Mancha, sino que el acontecimiento produjo el alejamiento de Chamberlain y el nombramiento de Winston Churchill, uno de los pocos realistas británicos que (ya desde antes de 1933) había considerado y advertido seriamente en relación con las intenciones revisionistas de Hitler, como bien lo documenta en su temprana y reconocida obra “La Segunda Guerra Mundial”.

Acaso resulte interesante u original destacar que, si bien siempre se asociará a Chamberlain con la política de apaciguamiento, hay quienes no colocan al líder británico entre “los políticos débiles que hicieron posible el camino a la guerra”.

Por caso, en su imprescindible trabajo La Segunda Guerra Mundial. Objetivos de guerra y estrategia de las grandes potencias, Andreas Hillgruber, sostiene que la política de apaciguamiento, mantenida desde 1937, “no nacía de una debilidad moral frente a la actitud antidemocrática de las dictaduras, sino que era una secuencia de una política realista según la cual Gran Bretaña, al ser una potencia mundial ‘aventajada’ y no hallarse, en absoluto, a la altura de las exigencias planteadas por la amenaza en tres zonas de tensión (al este de Asia, la zona del Mediterráneo y Europa), necesitaba urgentemente la paz para que no se disgregara, al menos durante un tiempo […] su imperio mundial cuyos principales puntos neurálgicos eran la India y el mundo árabe; en cambio, cualquier nueva gran guerra aceleraría el proceso de disolución del Imperio, iniciado en la guerra de 1914-1918”.

Pero el momento estratégico de la derrota de la Alemania nazi tuvo lugar en el escenario oriental ante la Unión Soviética, el actor que Hitler ansiaba convertir en “un lejano y pequeño país del Asia”.

En su excelente trabajo Por qué ganaron los aliados, Richard Overy sostiene que, efectivamente, el teatro de operaciones decisivo estuvo en el frente oriental: “Cuesta ver cómo habría derrotado el mundo democrático al nuevo imperio alemán sin la resistencia soviética, como no fuera sentándose a esperar que se inventaran las armas atómicas. La gran paradoja de la IIGM es que la democracia se salvó gracias a los esfuerzos del comunismo”.

Como habíamos destacado anteriormente, en términos geopolíticos el este era el espacio ambicionado por Hitler. Suele atribuirse a los geopolíticos alemanes haber estimulado esa apetencia; sin embargo, si bien es cierto que la geopolítica (nacida en tiempos de la unidad de Alemania) implicaba una lógica de incremento de poder nacional en base a la obtención de espacio vital (nadie como los geopolíticos alemanes, comenzando por Friedrich Ratzel y Karl Haushofer, lo comprendían y defendían en dichos términos), quizá no sea un dato demasiado conocido que después dela IGM existió una confluencia de concepciones geopolíticas entre expertos alemanes y rusos que parecía estar detrás del acercamiento y la cooperación (a partir del Tratado de Rapallo en 1922) entre los dos derrotados y parias en “La gran Guerra” (1914-1918).

Pero mientras los verdaderos geopolíticos alemanes y rusos, K. Haushofer y  P. Savitski, por citar a dos de los más importantes, consideraban que era vital la complementación entre los países y desestimaban conceptos como unidad de la sangre y el suelo, los “geopolíticos orgánicos” del nazismo urdían explicaciones que justificaran sus necesidades de espacios; por caso, sosteniendo lo que bien podría denominarse “equilibrio de colonialismos”, es decir, así como las potencias europeas habían colonizado África siguiendo una geopolítica de cuño “civilizacional”, para usar el término de John Agnew, Alemania podía hacer lo propio en relación a los espacios habitados por “razas inferiores”, según la expresión de Alfred Rosemberg (quien luego sería ministro de los Territorios Ocupados).

“Intoxicadas por las fáciles victorias obtenidas sobre los ejércitos de Europa Occidental”, como lo expresara el mariscal Georgi Zhúkov, y prácticamente sin evaluar “hipótesis de fracasos” en función de “los usos de la historia”, particularmente “la derrota de Napoleón en Rusia” (para expresarlo en las mismas palabras con que se titula la imprescindible obra de Philippe-Paul de Ségur publicada en 1824),  ni considerar las serias (y repetidas) advertencias del Jefe de la Oficina para la Economía Armamentística de la Wehrmacht, general Thomas, relativas con las dificultades logísticas que enfrentarían los soldados una vez que se adentraran en la inmensidad del espacio ruso, en junio de 1941 tres millones de soldados alemanes iniciaron la “Operación Barbarroja”.

En principio, casi no había duda sobre los resultados de la operación: acaso considerando el pésimo desempeño de las fuerzas soviéticas en la guerra contra Finlandia, según la misma inteligencia británica en menos de dos semanas Hitler lograría la decisión; los más pesimistas estimaban poco más de sesenta días. Pero el tiempo fue pasando y lo que en principio fue una invasión se transformó en una campaña, la peor de las situaciones para todo agresor externo, con todos los inconvenientes relativos al abastecimiento y las provisiones que ello implicaba.

Suele ser un lugar habitual la referencia sobre la táctica de tierra arrasada por parte de los rusos. Sin embargo, si bien históricamente la profundidad del país ha sido un activo muy utilizado por sus gobernantes ante invasiones del exterior, la ofensiva fue la estrategia clave de la URSS ante los soldados alemanes, sobre todo a partir de los últimos meses de 1941, el momento decisivo para Moscú y para la misma suerte de la IIGM.

En 1812 los soldados de Napoleón vencían una y otra vez a los rusos, pero ello no conducía a nada, ni siquiera cuando tomaron Moscú. Pero en 1941 la caída de Moscú hubiese significado un golpe prácticamente decisivo. Por ello, es importante recordar que durante aquellos meses de 1941 hubo sitios y confrontaciones que tuvieron un significado estratégico de escala: en octubre de 1941 el general Guderian recibió la orden de tomar Tula, un sitio del que se casi no se sabe nada, pero cuya defensa por parte de la URSS resultó crítica para que no cayera la capital. Más todavía, el fracaso de Guderian (que en su obra Panzerleader reconoce el impacto determinante que causó en Tula la aparición del tanque soviético T-34) hizo que la contraofensiva lanzada por Stalin el 5 de diciembre fuera más contundente. Se trató de la primera gran derrota de Alemania. Para entonces, la “vencedora” URSS había perdido varios millones de soldados.

Hubo otros dos escenarios de decisión mayor en el frente oriental no siempre considerados en su verdadera dimensión: Stalingrado y Kursk.

En su gran novela Vida y Destino, Vasili Grossman, un testigo directo de los acontecimientos en el frente oriental, sostiene que la victoria de la URSS en Stalingrado, lograda hacia principios de 1943, determinó el resultado de la guerra. Es posible que ello haya sido así, puesto que, tras una prolongada confrontación de exterminio, más de 300.000 alemanes de la Wehrmacht quedaron en un “Kessel” o cerco listos para ser aniquilados. Pero fue en Kursk, en julio de 1943, donde se dio la batalla decisiva de la IIGM: cerca de tres millones de hombres, más de cinco mil tanques/cañones de asalto, veinte mil cañones, morteros/lanzaderas de cohetes, más de ocho mil aviones, etc., encendieron el denominado “saliente de Kurks”, según datos que nos proporcionan autores como David Glantz y Jonathan House en su imprescindible y minuciosa obra Choque de colosos, o Roman Töppel en una obra reciente.

La victoria de los soviéticos fue contundente, y, tras Kursk, el avance del Ejército Rojo constituyó la primera ofensiva estival desde que comenzó la guerra con Alemania. No obstante, aún en una fecha avanzada de la guerra como la segunda mitad de 1944 no se había logrado una victoria soviética concluyente: no fue hasta la “Operación Bagration” (Bielorrusia), entre junio y agosto de ese año, el equivalente oriental a la operación occidental en Normandía, cuando las fuerzas soviéticas destruyeron al ejército alemán del centro y el camino hacia Berlín entonces quedó más despejado.

De todos modos, Kursk fue la clave de bóveda en relación con la decisión militar en el frente del este. Como sostiene Richard Overy: “La victoria soviética en Kursk, donde había tanto en juego, fue la más importante de la guerra. Puede equipararse con las grandes batallas del pasado, Sedán en 1870, y Borodino, Leipzig y Waterloo en la época de Napoleón. Fue el momento en que la iniciativa pasó al bando soviético”.

Hoy casi nadie considera que Hitler haya tenido como propósito alcanzar un imperio mundial. Su ambición geopolítica mayor, acaso “la ambición geopolítica del siglo”, fue, una vez rechazado un plan de arrebatar Ucrania a la URSS como solución de los problemas relativos con el “Lebensraum” (“espacio vital”), imperar en el vasto espacio del este de Europa a fin de hacer viable la vieja idea de una “Gran Alemania”. Es posible que tras semejante objetivo Europa Occidental fuera considerada, pero solamente en relación con eliminar toda esperanza de Gran Bretaña de contar con la URSS para derrotarlo, una clásica técnica de maximización de poder interestatal.

Sin restar importancia a las operaciones y frentes en el sector occidental de Europa, donde, como bien sostiene Weinberg los Aliados se encontraban librando una guerra en múltiples frentes, el este fue el verdadero y más encarnizado escenario de la guerra. En el este Alemania sufrió la mayor cantidad de bajas, y fue en el este donde se produjeron las batallas decisivas: cuando la URSS había logrado la decisión y se encaminaba hacia la obtención de la rendición de Alemania, aún no se había realizado el desembarco en Normandía. Cuando la URSS había logrado la victoria en la batalla de todas las batallas, Kursk, 1943, donde como se sostuvo participaron tres millones de soldados, recién se realizó la Conferencia de Teherán (entre Stalin, Churchill y Roosevelt), cuyo tema central fue la apertura de un segundo frente en Europa Occidental.

Por último, por demás interesante resulta el análisis que realiza el historiador británico Andrews Roberts en relación con las posibilidades que tuvo Alemania de alcanzar la victoria si otras hubieran sido las decisiones tomadas. Para este autor, Hitler cometió una pluralidad de desaciertos, desde haber iniciado las hostilidades cuando todavía en las tres fuerzas restaban tres o cuatro años para completar el poderío militar hasta extraer lecciones equivocadas de la Guerra de Invierno de los rusos contra Finlandia, pasando por la declaración de guerra a los Estados Unidos tras Pearl Harbour, etc. Pero el gran error de la Alemania nazi fue lanzar la Operación Barbarroja en junio de 1941.

En palabras del citado autor:

“Considerando que Rommel había tomado Tobruk y llegado a unos 96 kilómetros de Alejandría en octubre de 1942 con las 12 divisiones del Áfrika Korps, una fracción de la fuerza lanzada contra Rusia hubiera debido barrer a los británicos de Egipto, Palestina, Irán e Irak mucho antes de lo previsto. Tomar El Cairo habría abierto cuatro brillantes perspectivas: en concreto, la captura con relativa facilidad de los casi indefensos campos petrolíferos de Irán e Irak; la expulsión de la Royal Navy de Alejandría, su mayor base en el Mediterráneo; el cierre del Canal de Suez a los barcos aliados; y la posibilidad de atacar India desde el noroeste, como amenazaba hacer Japón desde el nordeste. Estacionados en Oriente Próximo, los alemanes podrían haber cortado el suministro de petróleo a Gran Bretaña, además de constituir una amenaza contra la India británica desde el oeste, y contra la Unión Soviética y el Cáucaso desde el sur. Aunque Gran Bretaña hubiera seguido combatiendo desde las metrópolis del Reino Unido, Canadá e India, importando el petróleo de Estados Unidos, toda amenaza británica al flanco sur hubiera desaparecido”.

Hitler hubiera podido escoger el momento para la invasión de Rusia desplazando al Grupo de Ejércitos del Sur unos cientos de kilómetros, de Irak a Astracán, en vez de los 1600 kilómetros que tuvo que recorrer en 1941 y 1942. Tomando en consideración hasta qué punto Stalin desechaba la idea de que Hitler lo atacara en 1941 (a pesar de los 80 informes de inteligencia de docenas de fuentes no relacionadas entre sí de todo el mundo, algunos de los cuales indicaban la fecha del inicio, que le informaban que Barbarroja era inminente), no hay razón para pensar que la URSS habría estado mejor preparada el verano de 1942, o en 1943, de lo que estaba en 1941. El Grupo de los Ejércitos del Sur debió tomar el Cáucaso desde el sur y no desde el oeste. Marchando entre los mares Caspio y Negro, una invasión alemana desde el Cáucaso y el sur de Rusia habría aislado a Europa de sus suministros no siberianos de petróleo. Como señaló Frederick von Mallenthin respecto de El Alamein, una división motorizada sin combustible no es más que chatarra”.

La batalla de Berlín fue la última de la guerra total de 1939-1945 en Europa. Se trató del último esfuerzo alemán antes de que el almirante Karl Dönitz, designado presidente de Alemania el día que Hitler se quitó la vida, ordenara la rendición incondicional en la noche del 8 al 9 de mayo.

En su imprescindible obra Berlín. La caída: 1945, Antony Beevor proporciona detalles notables sobre la dura confrontación soviético-alemana. Las fuertes líneas de defensa que se habían dispuesto prolongaron durante dos semanas el asalto final al Reichstag iniciado hacia mediados de abril en las colinas de Seelow.

Cuando se cumplen 84 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial, es pertinente recordar brevemente acontecimientos decisivos de esa conflagración total, el acontecimiento más trascendente del siglo XX, sobre todo cuando como nunca antes disponemos de tantas autorizadas referencias y fuentes.

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

 

Textos utilizados y lecturas sugeridas (en español)

Albert Speer, Memorias, El Acantilado, 2001.

Andreas Hillgruber, La Segunda Guerra Mundial. Objetivos de guerra y estrategia de las grandes potencias, Alianza Universidad, Madrid, 1995.

Andrew Roberts, La tormenta de la guerra. Nueva historia de la Segunda Guerra Mundial, Siglo XXI de España Editores, 2012.

Antony Beevor, La Segunda Guerra Mundial, Pasado & Presente Barcelona, 2012.

Alexandr Werth, Rusia en la guerra 1941-1945, Ediciones Grijalbo, México, 1968.

Alan John P. Taylor, Los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, Ediciones Sieghels, Buenos Aires, 2015.

David Glantz, Jonathan House, Choque de colosos. La victoria del Ejército Rojo sobre Hitler, Desperta Ferro Ediciones, Madrid, 2017.

Friedrich Paulus, Stalingrado y yo, La Esfera de los Libros, Madrid, 2017.

Gerhrard L. Weinberg, La Segunda Guerra Mundial. Una historia esencial, Crítica, Barcelona, 2016.

Gerhard L. Weinberg, Un mundo en armas. La Segunda Guerra Mundial: una visión de conjunto, Grijalbo, Barcelona (dos volúmenes), 1995.

Georgi Zhukov, Grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial, Ediciones Península, Barcelona, 2009.

Giles MacDonogh, Hitler 1938. El año de las grandes decisiones, Crítica, Barcelona, 2010.

Henry Kissinger, Diplomacia, Fondo de Cultura Económica, México, 1998.

Iván Kónev, El año 45, Editorial Progreso, Moscú.

Jacques Robichon, Grandes dossiers del III Reich, Ediciones G.P., Barcelona, 1971.

John Luckacs, Junio de 1941. Hitler y Stalin, Fondo de Cultura Económica, México, 2008.

Laurence Rees, Una guerra de exterminio. Hitler contra Stalin, Memoria Crítica, Barcelona, 2006.

Laurent Binet, HHhH (Himmlers Hirn heisst Heydrich), Seix Barral, Buenos Aires, 2012.

Lidell Hart, Historia de la Segunda Guerra Mundial, Luis de Caralt, 1970.

Michael Jones, El trasfondo humano de la guerra. Con el ejército soviético de Stalingrado a Berlín, Memoria Crítica, Barcelona, 2012.

Mark Mazower, El imperio de Hitler, Crítica, Barcelona, 2008.

Max Hastings, La guerra de Churchill. La historia ignorada de la Segunda Guerra Mundial, Crítica, Barcelona, 2012.

Norman Stone, Breve historia de la Segunda Guerra Mundial, Ariel, Barcelona, 2013.

Philippe-Paul De Ségur, La derrota de Napoleón en Rusia, Duomo Ediciones, Barcelona, 2010.

Richard Overy, Al borde del abismo. Diez días que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, Tusquets, Barcelona, 2010.

Roman Töppel, Kurks 1943. La batalla más grande de la Segunda Guerra Mundial, Ediciones Salamina, España, 2018.

Vasili Grossman, Vida y destino, Círculo de Lectores, España, 2007.

Williamson Murray y Allan R. Millett, La Guerra que había que ganar, Crítica, Barcelona, 2002.

Winston Churchill, La Segunda Guerra Mundial, La Esfera de los Libros, Madrid, 2004.

 

Artículo publicado el 01/09/2023 en Abordajes.blogspot.com, http://abordajes.blogspot.com/

¿POR QUÉ LOS ESTADOS UNIDOS QUIEREN EXPULSAR A FRANCIA DE ÁFRICA?

Raphaël Chauvancy*

Artículo originariamente publicado el 27/08/2023 en francés en la revista Conflits https://www.revueconflits.com/pourquoi-lamerique-veut-elle-chasser-la-france-dafrique /

Michael Shurkin, especialista estadounidense en el Sahel y del ejército francés, acaba de escribir la oración fúnebre de Francia en África[1] un artículo sin concesiones, pero revelador de las intenciones encubiertas de los Estados Unidos.

¿Debería Francia abandonar el continente negro? Para Michael Shurkin, la suerte está echada. “Se acabó el tiempo para Francia en África”, escribe este antiguo analista de la RAND y de la CIA, reflejando el sentir de los círculos militares y diplomáticos estadounidenses.

Considera que Francia no tiene ningún interés fundamental en el Sahel; de hecho, su ”patio trasero” en África ya no existe salvo en algunas mentes enfermas. También señala con razón que algunas de las masas sahelianas no culpan a Francia por lo que hace, sino por estar allí.

Así pues, no se trata de que Francia se aferre a un miserable y superpoblado trozo de desierto donde ya no la quieren, sino de encontrar una forma de resolver entre la renuncia y la obstinación. Es imperativo que Francia revise a fondo sus modos de acción y las condiciones de su presencia en África, asegurándose al mismo tiempo de no seguir consumiendo sin beneficio una parte demasiado grande de sus fuerzas.

Intenciones estadounidenses ocultas

Pero Shurkin va mucho más lejos. Cree que Francia debería repatriar sus tropas, cerrar sus bases y renunciar a cualquier papel estratégico en África, aunque ello signifique conservar un resto de poder blando a través de la francofonía.

En su opinión, ese sería el problema, incluso más que Rusia, ya que la actual ola pro rusa no es más que la expresión de una francofobia que se ha vuelto endémica en el continente. De hecho, la pobreza creciente y la inseguridad persistente predispusieron a las poblaciones a encontrar un chivo expiatorio. Los operadores rusos de la guerra informacional proporcionaron el blanco ideal al nombrar y avergonzar al antiguo colonizador. Sólo que, y esto se pasa por alto en silencio, tenían la ventaja porque el terreno había sido preparado hacía mucho tiempo por el “French bashing” y las operaciones de influencia estadounidenses.

De hecho, Shurkin adopta una narrativa estratégica estadounidense clásica cuando escribe que sus relaciones con Francia “han obstaculizado sin duda el desarrollo económico y político de los países africanos”. Por el contrario, podemos reprochar a los franceses de haber fomentado el complejo de un hijo pródigo en algunos de ellos al recibirlos generosamente en París tras cada desencuentro o bancarrota. Se gastaron en ello más de lo que los recursos y los intereses justificaban. Es dudoso que alguna otra potencia haga lo mismo.

En el trasfondo, los ataques al laicismo[2] por parte de la prensa y de los funcionarios estadounidenses alimentan las sospechas de islamofobia de parte del Estado francés, incluso en países amigos como Senegal. La promoción de la desastrosa política anglosajona de minorías ha erosionado al proyecto de sociedad post-racial que era uno de los factores de la influencia universalista de Francia. La financiación del movimiento extremista “descolonial” por Washington ha tenido efectos nocivos en los suburbios franceses, pero también en el África francófona. Sus teorías de victimismo conspirativo, a veces retransmitidas por las diásporas en Francia, se han tomado al pie de la letra. Si Rusia financió y retransmitió el discurso francófobo del activista Kémi Séba, Estados Unidos promovió el de Rokhaya Diallo. Ambos imperios tenían el mismo interés en eliminar el “poder de equilibrio” francés. París no vio venir el peligro y quedó atrapada en un cerco narrativo.

Paralizados por las frustraciones e impregnados de narrativas descolonizadoras, una parte de la juventud urbana, ociosa y protegida del terrorismo, se levantó contra Francia. Sin embargo, las ONGs presentes en el terreno constataron que el sentimiento antifrancés florecía allí donde la amenaza se reducía y los soldados franceses estaban ausentes… En las zonas donde estaban desplegados, por el contrario, aparecían sistemáticamente como una garantía de seguridad e incluso de prosperidad, regando la economía local[3]. Obsesionada con sus compromisos en el terreno, Francia ha abandonado y perdido la batalla informacional.

Shurkin llega a la conclusión de que los Estados Unidos y otras naciones europeas no provocan la misma reacción que Francia y pide a ésta que les ceda el paso en el Sahel. Sin embargo, las necesidades de la región están relacionadas principalmente con la seguridad, y nadie se imagina seriamente a los alemanes abandonando sus tiendas con aire acondicionado para acompañar a los ejércitos locales a la batalla. La referencia a los europeos es puramente semántica. Los estadounidenses quieren sacrificar la presencia francesa para sustituir y perpetuar la suya.

Entre la hostilidad y la pérdida de confianza

Para comprender el punto de vista estadounidense, es necesario recordar dos constantes en la forma en que se ve en Washington al ejército y a la diplomacia francesa. La primera es la exasperación respecto a su autonomía. Los estadounidenses tienen una lógica de bloque y ven a la alianza como una alineación. Cualquier distorsión es vista como una traición. Recordemos la aguda crisis provocada por la negativa de Francia a apoyar la invasión de Irak. El premio Pulitzer Thomas Friedman resumió el estado de ánimo del otro lado del Atlántico cuando escribió que Francia no merecía su puesto en el Consejo de Seguridad. Hace poco, el Wall Street Journal describía a Francia como “el aliado y enemigo más antiguo de los Estados Unidos”[4]. Una idea común y corriente es que Francia ya no existe en la escena internacional salvo por su capacidad y propensión a oponerse a los Estados Unidos.

Otra tendencia estadounidense, recurrente desde 1940, es dudar de la capacidad de Francia para asumir responsabilidades internacionales. Así, al tiempo que prestan lealmente un apoyo vital a la operación antiterrorista “Barkhane”, han avanzado sus peones y han desarrollado sus propias redes. Desde su retirada de Malí, ya no creen que París sea capaz de mantener un frente, aunque sea secundario en África, en la nueva Guerra Fría que le enfrenta al buey chino y a la rana rusa. Los Estados Unidos tienen los medios para olvidar sus propios fracasos, pero no perdona los de los demás. Su cultura de los resultados lo incita a retirar de la mesa al socio que ha perdido sus fichas[5].

Desde su punto de vista, el único acto brillante de Francia en los últimos veinte años ha sido su oposición a la guerra de Irak, que Washington sigue echándole en cara. Por lo demás, Francia ha mostrado un flagrante amateurismo diplomático a través de su intervención en Libia, desestabilizando todo el Sahel a largo plazo; sólo logró salir dolorosamente de la trampa marfileña; se puso en fuera de juego en el Levante; pensó demasiado a lo grande en el Indo-Pacífico antes de ser devuelta a la realidad por la alianza AUKUS; a pesar de sus notables éxitos militares tácticos, ha sido ridiculizada en República Centroafricana, Malí, Burkina Faso y Níger, donde se ha dejado sorprender sistemáticamente sin reaccionar; ha mostrado su incoherencia en Ucrania al pasar del diálogo con Putin, “a quien no debemos humillar”, a promover la adhesión de Ucrania a la OTAN; por último, sus proyectos europeos de defensa se han topado con la amenaza rusa, contra la que ha podido desplegar un millar de hombres, mientras que los estadounidenses han desplegado 100.000.

Neutralizar a Francia normalizándola

Para Michael Shurkin, “salir de África disminuiría, en cierta medida, la estatura global de Francia, pero la realidad es que Francia ―al igual que el Reino Unido― tiene muchos recursos y, francamente, otras prioridades que reflejan mejor sus intereses”. Estas prioridades se limitarían a una mayor participación en la defensa del glacis europeo dentro de un marco atlantista y, posiblemente, a una presencia exótica en el Indo-Pacífico, donde carece de un espacio susceptible de perturbar el sistema estadounidense.

París entraría en la carrera por ser el mejor aliado de Washington, como las demás naciones del Viejo Continente, en lugar de cultivar su propio excepcionalismo.

El estatus de Francia en África confiere a París un prestigio y un margen de maniobra irreconciliables con el proyecto “occidental” alineado tras la bandera estrellada. El juego estadounidense consiste en hacer pasar la excepción estratégica de Francia por una anomalía; por el peligroso capricho “separatista” de un pueblo simpático, pero pretencioso cuyos mejores intereses se verían beneficiados si se uniera al bloque occidental y de consolidarlo. Esta curiosa antífona encuentra eco no sólo en las naciones europeas que han abdicado de su soberanía ante el protectorado estadounidense, sino también en el resto del mundo. Difunde la idea de que París es ilegítimo para desempeñar un papel internacional independiente.

La convergencia entre federalistas europeos y atlantistas contra la autonomía estratégica francesa refuerza esta tendencia. En Le Monde, Pierre Haroche pide que Francia reoriente sus esfuerzos militares en Europa[6]. Se hace eco de Shurkin quien pretende confundir la adaptación del ejército francés a los enfrentamientos de alta intensidad con una opción de capacidades convencionales pesadas volcadas hacia el este. Afortunadamente, la ley de programación militar ha evitado este escollo, salvaguardando sus capacidades de proyección global.

De todas las amenazas estratégicas a las que se enfrenta Francia, las más amenazadoras son la provincialización y la normalización. El fin de su identidad estratégica significaría su absorción definitiva en el mundo anglosajón. Perdería su alma y el mundo un defensor del multilateralismo.

Francia dispone aún de los fundamentos de una potencia mundial

¿Tienen los franceses los medios para invertir la tendencia? Probablemente, siempre que demuestren un mayor rigor y coherencia estratégicos que en las dos últimas décadas. Su situación no es tan mala como nos quieren hacer creer sus competidores. A falta de un gran número de tropas, han desplegado sólidos destacamentos en Estonia y Rumanía frente a la amenaza rusa. Desempeñan un papel importante en el entrenamiento de los combatientes ucranianos y en el suministro de material a Kiev.

En Oriente Medio, los puntos de apoyo en Yibuti y en los Emiratos Árabes Unidos confieren a París capacidades de intervención reconocidas y apreciadas en la región.

América Latina es otra zona prometedora para la acción francesa. La reciente conclusión de una asociación anfibia entre las Troupes de Marine y el Corpo de Fusileiros Navais de Brasil simboliza un interés renovado por la región y una toma de conciencia de las oportunidades que se presentan.

En el Indo-Pacífico, el éxito de la misión Pegasus de este verano, en la que se envió a la región una fuerza aérea de 19 aviones, entre ellos diez Rafale, demostró una capacidad de proyección de potencia única en Europa, hasta el punto de suscitar reacciones hostiles por parte de Corea del Norte y entusiasmo por parte de Corea del Sur, Japón e Indonesia. Invertir en ella y reasignarle algunos de los recursos ya desplegados en el Sahel, la Polinesia y Nueva Caledonia, hasta ahora infravalorados y mal defendidos, constituiría un activo notable. ¿Es totalmente utópico imaginar que Nouméa se convierta un día en una pequeña Singapur francesa y concebir una ambiciosa política indopacífica, que sería la contrapartida moderna de la política árabe de Gaulle?

París también podría volver a centrarse en el “África útil”, la del litoral. Aunque ha perdido su posición de socio exclusivo, sigue siendo un actor importante y solicitado. Sus bases de Dakar, Libreville y Abiyán han sido rebautizadas como “centros de cooperación operativa”, lo cual supone una valiosa garantía de estabilidad para los países beneficiarios. También le permiten llegar al África no francófona, donde tiene muchos más intereses económicos y ningún pasado colonial. Las alianzas estratégicas y militares con Francia son buscadas y están en pleno apogeo fuera del agujero negro del Sahel. Potencia no alineada cuya excelencia operativa es unánimemente reconocida, Francia ya no dispone de medios para ser verdaderamente intrusiva. Por tanto, está especialmente bien adaptada a las necesidades y aspiraciones multipolares del continente.

Así pues, lo que está en juego no es simplemente la presencia de Francia en el Sahel o en África, sino si sigue siendo una potencia mundial soberana o si queda reducida a una potencia periférica “edulcorada” en Europa. Por extensión, de ello depende la propia naturaleza de las relaciones entre las grandes democracias: ¿formarán un bloque rígido e imperial detrás de Estados Unidos o serán capaces de formar una alianza flexible en un marco multilateral, mucho más capaz de defender sus intereses y valores?

Probablemente, Estados Unidos y Europa necesitan una voz que les recuerde los peligros respectivos de su arrogancia y de su debilidad. Sin duda, el mundo necesita potencias intermedias autónomas como Francia para encontrar nuevos equilibrios, dar su lugar a las naciones emergentes, apoyar a los Estados más frágiles sin asfixiarlos y evitar la lógica del enfrentamiento directo entre bloques.

 

* Raphaël Chauvancy, alto oficial de las tropas marinas, es también profesor en la Escuela de Guerra Económica, donde es responsable del módulo de inteligencia estratégica dedicado a la política de poder. Es, en particular, el autor de Cuando Francia era la primera potencia del mundo y de Nuevas Caras de la Guerra.

Referencias

[1] https://www.politico.eu/article/france-africa-sahel-niger-al-qaeda-islamic-state/

[2] ¡La violencia de los ataques de los medios anglosajones contra el concepto francés de laicidad obligó incluso al presidente Macron a reaccionar públicamente en 2020!

[3] https://www.revueconflits.com/la-france-au-risque-du-decrochage-reputationnel-et-strategique-en-afrique/

[4] https://www.wsj.com/articles/france-us-history-australia-naval-deal-china-11632257691.

[5] En un contexto radicalmente diferente, las relaciones entre Francia y Estados Unidos en Indochina siguieron el mismo patrón. Al final, los Estados Unidos se resignaron en apoyar a Francia y a dejarla dirigir la lucha contra el comunismo en esta parte del mundo, proporcionándole el apoyo militar masivo indispensable para sus operaciones, al tiempo que se infiltraba en las redes de poder autóctonas. Después de Diên Biên Phu, considerando que París había tenido su oportunidad y se había mostrado ineficaz, los estadounidenses aniquilaron por completo la influencia francesa.

[6] https://www.lemonde.fr/idees/article/2023/08/22/la-crise-de-la-presence-militaire-francaise-en-afrique-peut-etre-l-occasion-d-un-reequilibrage-en-faveur-de-l-europe_6186144_3232.html.

Artículo traducido del francés por el Equipo de la SAEEG.

 

NÍGER, UNA NUEVA REACCIÓN HACIA UN MUNDO MULTIPOLAR

Marcelo Javier de los Reyes*

El pasado 26 de julio un golpe de Estado en Níger derrocó al presidente Mohamed Bazoum. Su propia guardia habría sido la responsable de detenerlo en el palacio presidencial sito en la capital del país, en Niamey. El golpe fue encabezado por Abdourahamane Tchiani, quien fuera líder de la guardia presidencial en Níger durante doce años y quien declaró que liderará el Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria (CLSP), la junta de transición militar[1]. Por su parte, el jefe del Estado Mayor, general Abdou Sidikou Issa, comunicó que respaldaba la decisión de los golpistas. Muchos nigerinos apoyaron a los militares y salieron a las calles de la capital incluso cometiendo actos de violencia. No es un dato menor que los manifestantes desplegaron numerosas banderas rusas y expresaban su respaldo al grupo paramilitar ruso Wagner.

Tchiani justificó el golpe militar por el «deterioro de la situación de seguridad» y criticó la falta de cooperación del gobierno de Bazoum con las juntas militares de Malí y Burkina Faso con el objetivo de luchar contra la insurgencia yihadista en la región del Sahel[2]. Los grupos yihadistas se han hecho fuertes en Malí a partir de 2012 iniciando una ola de violencia que ha provocado numerosos muertos y más de 6 millones de desplazados en la región del Sahel. En este contexto, Níger constituía una base de operaciones para las fuerzas francesas y estadounidenses que debían enfrentar a los yihadistas. A decir verdad, en el Sahel tanto Al Qaeda como el Estado Islámico campean a sus anchas.

Como era lógico, la condena al golpe por parte de los gobiernos occidentales no se hizo esperar y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, expresó que «este golpe de Estado es perfectamente ilegítimo y profundamente peligroso para los nigerinos, para Níger y para toda la región»[3]. Del mismo modo, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) rechazó el derrocamiento de Bazoum y le presentó a los militares nigerinos un ultimátum bajo la amenaza de intervenir militarmente con una fuerza integrada por efectivos de esos países.

El secretario de Estados de Estados Unidos Antony J. Blinken, amenazó con dar por finalizado el apoyo financiero por parte de su país a Níger si el presidente derrocado Bazoum no era repuesto en su cargo. En realidad, Francia ya había anunciado que suspendía la «ayuda humanitaria» y Estados Unidos advirtió que procedería en ese sentido, lo que pone en evidencia de que se trata virtualmente de una extorsión.

¿Quién es el presidente depuesto, Mohamed Bazoum?

Mohamed Bazoum asumió la presidencia de Níger el 2 de abril de 2021, tras la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas en febrero de ese mismo año. Es el presidente del «Parti Nigérien pour la Démocratie et le Socialisme (PNDS-Tarayya)» ―«Tarayya» significa «reunir» en lengua hausa―[4] y desde 2016 a junio de 2020 fue ministro de Interior, Seguridad Pública, Descentralización y Asuntos Consuetudinarios y Religiosos. En los años 1995 y 1996 de 2011 a 2015 se desempeñó como ministro de Exteriores bajo la presidencia de Mahamadou Issoufou, quien ejerció la primera magistratura entre abril de 2011 y abril de 2021, cuando fue sucedido por Bazoum.

Graduado en Filosofía en el Departamento de Letras y Ciencias Humanas en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Dakar y una maestría en Filosofía Política y Moral, tuvo una destacada actividad sindical en la Unión Nacional de Maestros de Níger (Syndicat National des Enseignants du Niger, SNEN) y luego en la Oficina Ejecutiva del Sindicato de Trabajadores de Níger (Union des Syndicats des Travailleurs du Niger, USTN). Su actividad política también ha sido significativa tanto en el poder legislativo como en el poder ejecutivo.

Bazoum es considerado funcional a los intereses de las potencias occidentales y, precisamente, los militares que tomaron el poder se oponen a la expoliación del país por parte de las potencias occidentales, en particular de Francia y de Estados Unidos. Literalmente, Bazoum era un aliado privilegiado de Washington. Cabe mencionar que el 30 de marzo de 2023 había asistido como «orador destacado» al Banco Mundial[5].

El golpe de Níger, uno más en África

Cuando se creía que el continente africano se estaba encaminando hacia la democracia, siguiendo las tendencias mundiales, en el último tiempo esto que parecía una certeza se está desdibujando en la política africana.

Una serie de golpes de Estado se han llevado a cabo en África en los últimos dos años, atravesando el continente. Los militares se han hecho del gobierno en diversos países, desde Guinea hasta Sudán, en el que dos facciones del ejército se disputaron el poder.

Los golpes en la región del Sahel se han producido en Chad ―donde el presidente Mahamat Idriss Deby Itno asumió el poder encabezando una junta militar en abril del 2021 tras la muerte el asesinato de su padre, Idriss Deby Itno―, Guinea, donde se supone que la reacción se debía a la gran corrupción que se observaba en el país, mientras que los que tuvieron lugar tanto en Malí ―cuyo golpe tuvo lugar en 2020― como en Burkina Faso ―donde en septiembre de 2022 fue destituido el presidente interino Paul-Henri Sandaogo Damiba― habrían sido motivados por la creciente ola de violencia de los grupos yihadistas. Según fuentes de las Naciones Unidas, los factores que han llevado a la desestabilización en Burkina Faso serían la violencia interétnica, el conflicto armado, la pobreza, las desigualdades, la inseguridad alimentaria y el cambio medioambiental[6].

En Malí las fuerzas francesas fueron sustituidas por los mercenarios del grupo Wagner pero en todos estos estados los golpes no habrían favorecido la estabilización de la región sino que habrían obrado en sentido contrario. Cabe agregar que las tropas francesas también debieron retirarse de la República Centroafricana luego de los golpes en Malí y Burkina Faso.

El contexto global

En este viraje que se aprecia en África no puede soslayarse el conflicto entre la OTAN y Rusia que tiene como escenario a Ucrania. La guerra en Europa ha puesto en evidencia la fragilidad de los Estados Unidos, el Reino Unido y de los países de la Unión Europea por intentar doblegar a Rusia. Asimismo, los hechos de violencia que se extendieron por toda Francia poniendo en vilo al país, han demostrado la vulnerabilidad del otrora considerado «el gendarme de África». La pérdida de liderazgo de Francia en el continente africano se motiva en la entonces denominada «guerra contra el terrorismo global» instrumentado por los Estados Unidos a partir del 11 de septiembre de 2001. Bajo ese pretexto, las fuerzas estadounidenses comenzaron a desplegarse por diversos puntos del planeta y África no fue una excepción. De alguna manera, el control que ejercía Francia fue opacado por el despliegue de Estados Unidos.

La reacción anticolonialista

Luego de la retirada de las potencias colonialistas europeas de África y Asia, las metrópolis procedieron a construir unas estructuras con la intención de mantener bajo su órbita a sus otrora colonias devenidas en estados independientes, como por ejemplo la Commonwealth (Comunidad Británica) o la Comunidad Financiera Africana, creada por Francia, que mantiene a sus miembros con el franco CFA, lo que implica que no hubo una independencia real de esos países ya que esa moneda es administrada por el gobierno francés.

A partir de lo comentado ut supra, la guerra de la OTAN contra Rusia y los hechos ocurridos en Francia, entre otros, originaron fuertes reacciones contra esos vínculos, reacciones que van emergiendo en diferentes países de África y en otras regiones cuyos gobiernos buscan ingresar al grupo de los BRICS, grupo que ofrece un sistema internacional multipolar ante un sistema unipolar que está regido por la angloesfera.

La realidad es que las metrópolis siguieron manteniendo a los nuevos países atrapados en sus redes y lo propio hicieron las superpotencias, Estados Unidos y la URSS, durante la Guerra Fría, situación que como puede apreciarse no ha terminado sino que se ha renovado y a la que se ha agregado la Guerra Fría entre Estados Unidos y China.

En el caso de Níger es el gran abastecedor de uranio para las usinas nucleares francesas ―aproximadamente el 30%― al que Francia paga con la moneda creada para su comunidad, el franco CFA, la cual circula solo entre los países miembros. De esta manera, el golpe de Estado que ha desplazado a Bazoum ha establecido frenar la exportación de uranio y oro a Francia y en el caso del primero supone un serio problema energético para para el país europeo. Pero mientras Francia provee de energía a sus ciudades con el uranio nigerino, regiones del propio Níger carecen de energía eléctrica.

La pérdida de control de los países occidentales benefició a China y Rusia que se están posicionando en el continente, lo que parece recrear los tiempos en que África estaba condicionada por Estados Unidos y la URSS.

De esta manera, China y Rusia son percibidos como los países que ofrecen cooperación a los países africanos que pretenden salir del control occidental. En el caso de los países en los que se han producido golpes de Estado, los nuevos gobiernos y la población se inclinan en favor de una aproximación a Rusia y al grupo paramilitar Wagner, mercenarios que están presentes en Malí desde el golpe de 2021 y también en la República Centroafricana y en Libia.

Esta situación no puede ser desvinculada de la II Cumbre del Foro Económico y Humanitario Rusia-África que tuvo lugar el 27 y el 28 de julio de 2023 en San Petersburgo. En esa oportunidad, el presidente ruso, Vladímir Putin, se comprometió a implementar todos los acuerdos alcanzados en las conversaciones con los líderes de los países africanos en el marco de esa cumbre. Uno de los temas de preocupación de los líderes africanos fincó en la no renovación del acuerdo de granos a través del mar Negro pero ofreció una donación de 50.000 toneladas de granos a los países africanos, más precisamente a Burkina Faso, Zimbabue, Mali, Somalia, Eritrea y República Centroafricana.

Los países de la CEDEAO, aliados de Occidente, están presionando a Níger pero los miembros de esa organización en los que se han producido golpes de Estado, Malí Guinea y Burkina Faso, han manifestado su apoyo a los militares nigerinos y han advertido a los demás estados de la CEDEAO que de producirse un ataque a Níger lo considerarán como propio. Argelia también estaría en la misma línea, es decir, apoyando a los militares nigerinos y cabe agregar que también es un país con estrechas relaciones con Rusia. También facciones libias respaldan a los militares nigerinos. Mientras que los países de la CEDEAO estarían dispuestos a emprender una intervención militar que favorecería los intereses occidentales, tanto Estados Unidos como la Unión Europea han sugerido continuar con la vía diplomática.

Mientras tanto la junta militar de Níger se encamina a juzgar al derrocado Mohamed Bazoum y a miembros de su gabinete por alta traición y por socavar la seguridad interna y externa del país luego de sus reuniones con líderes internacionales.

Frente a este proceso judicial, el Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Josep Borrell, se ha pronunciado en contra de la decisión de la junta golpista militar de Níger expresando que se trata de un nuevo gesto de provocación contra la democracia en Níger, la CEDEAO, lo que implica un intento de atraer a los miembros de esa organización en favor de las potencias occidentales.

La creciente presencia de Rusia en África

Tanto luego de los golpes de Estado en Malí como en Burkina Faso, las nuevas autoridades han fortalecido sus relaciones con Rusia y lo propio procura la junta militar de Níger, a la vez que han desplazado a Francia de sus respectivos países.

En las calles de Níger se pudo apreciar a personas que portaban la bandera de Rusia, algo que ya se había visto en los otros países africanos tras los respectivos golpes. No obstante, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, prefiere ser cauteloso por lo que despega tanto a Rusia como al grupo Wagner de los hechos ocurridos en Níger pero como ya se ha dicho antes, el grupo paramilitar ya tiene presencia en algunos países del continente pero no se ha comprobado que se haya establecido en Níger.

Estos países africanos fortalecen la posición de Rusia a la vez que podrían ser proveedores de recursos naturales mientras que serían favorecidos con la provisión de armas rusas, atento a las necesidades de las fuerzas para hacer frente a la lucha contra los grupos terroristas que asolan en la región del Sahel.

Algunas apreciaciones

Es evidente que la guerra entre la OTAN y Rusia ha acelerado ciertos cambios geopolíticos que probablemente se hubieran producido más lentamente. Del mismo modo, la situación interna de Francia ha mostrado una debilidad que ha sido apreciada por los mandos militares de los países que se encontraban dentro de la influencia francesa por lo que han decidido impedir la expoliación de sus recursos por parte de los países occidentales a la vez que se encuentran reorientando su política exterior y sus alianzas militares hacia Moscú. En este contexto, se observa que el gobierno de Washington procura continuar mediante la vía diplomática, lo que no significa que no estén induciendo a los países aliados de la CEDEAO a llevar adelante una intervención militar. Un eventual retiro de Estados Unidos de la región supone dejarle el camino libre a Rusia pero un desplazamiento de Francia de la región también podría favorecer a un incremento de la presencia estadounidense, por lo que en África podrían estar dándose jugadas estratégicas complejas que no deberían ser abordadas mediante un pensamiento lineal. En este contexto, debe tenerse presente que el martes 15 de agosto de 2023 grupos yihadistas perpetraron un ataque terrorista a un destacamento de las fuerzas nigerinas en el oeste del país, en cercanías de la frontera con Malí, causando la muerte de 17 soldados.

Con referencia a Rusia, este estrechamiento de relaciones de los países africanos hacia Moscú implica un reposicionamiento internacional y también una ganancia en lo que respecta a un respaldo en los foros internacionales como por ejemplo en las Naciones Unidas.

El conflicto de Ucrania pone a Rusia en una situación de liderazgo para enfrentar a los países occidentales que, desde el punto de vista africano, representan sus explotadores tradicionales, en particular Francia ―por tratarse de países que han sido colonias de esa potencia― y Estados Unidos.

Por su parte, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha sido muy hábil en convocar a la cumbre de San Petersburgo en momentos en que Moscú decidió no renovar el acuerdo de granos a través del mar Negro, lo que podría afectar las relaciones entre su país y los países africanos.

Los hechos de Níger son muy recientes pero el ultimátum de la CEDEAO a la junta militar implicaría una internacionalización del conflicto que podría escalar hacia la confrontación armada.

Finalmente, podría concluirse que estos hechos ocurridos en África ponen en evidencia la creciente pérdida de hegemonía de Estados Unidos y de Europa no solo en ese continente sino también a escala global. No obstante, y a pesar de que los tiempos se aceleran, aún habrá que pasar varias páginas para poder tener una lectura más concreta de la situación regional y global.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata. Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019. Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB). Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

 

Referencias

[1] «El general Tchiani se declara líder del Consejo de Transición tras el golpe de Estado en Níger». France24, 28/07/2023, ígerhttps://www.france24.com/es/África/20230728-el-general-tchiani-se-declara-líder-del-consejo-de-transición-tras-el-golpe-de-estado-en-níger, [consulta: 30/07/2023].

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] Sitio web del Parti Nigérien pour la Démocratie et le Socialisme (PNDS-Tarayya),https://pnds-tarayya.net/notre-histoire/, [consulta: 30/07/2023].

[5] «Featured Speaker. Mohamed Bazoum, President of the Republic of Niger»-. World Bank Group, https://live.worldbank.org/experts/mohamed-bazoum.

[6] «Burkina Faso». Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), https://www.acnur.org/pais/burkina-faso#:~:text=En%20Burkina%20Faso%20convergen%20crisis,alimentaria%20y%20el%20cambio%20medioambiental, [consulta: 01/08/2023].

©2023-saeeg®