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ESTA SINDEMIA QUE NOS EXTINGUE

Abraham Gómez R.*

Dr. Abraham Gómez R.

Por supuesto que hay ilimitada preocupación por todos los acaecimientos pandémicos de los últimos meses; reflejados en los ya consuetudinarios boletines emanados desde la Organización Mundial de la Salud y por los propios países afectados seriamente.

En honor a la verdad, antes de que se expandiera el virus —de procedencia china, según la opinión generalizada— ya muchas naciones habían visto resquebrajadas sus respectivas economías, con las caóticas consecuencias que tales hechos conllevan.

En el primer trimestre de este año, la OMS declaró (con bastante perplejidad para muchos) a la COVID-19 como pandemia. No obstante, ha venido cobrando énfasis un neologismo como categoría científica que se construye para designar, con mayor exactitud, el mal que aqueja a la humanidad en los últimos meses.

Resulta asombrosa la coincidencia de los investigadores al calificar que se trata más acertadamente de una sindemia.

Antes de entrar en mayores profundidades atendamos primero a conocer de qué estamos hablando cuando decimos que una sindemia configura bastante más gravedad para la población mundial.

No es nada provechoso, si utilizamos una óptica cerrada y poco abarcativa; si insistimos en señalar que nos golpea una pandemia; porque esa mirada se encauza en una única perspectiva: una enfermedad, con su etiología y todos los demás elementos patológicos concurrentes; tal vez curable con una vacuna, como, en efecto, se ha venido avanzando en varios laboratorios.

De lo que se trata es de algo mucho más que una patología con carácter epidémico o pandémico

Visualizar al COVID-19 como una sindemia invitará a una concienciación más amplia, que implica: los problemas causados en la escolarización y la educación, los estragos en los procesos productivos, en el empleo; la precarización de la vivienda, la miserableza en la alimentación, la destrucción —en muchos aspectos— del medio ambiente y de la calidad vida. Por lo que, si apreciamos el COVID-19 única y exclusivamente como una pandemia caemos en absurda posición reduccionista. Estamos encarando una sindemia.

Con decir que padecemos una pandemia, dejamos a un costado un espectro amplísimo victimizado por el virus; que también requiere un absoluto análisis y determinante incorporación para su regulación y aporte de soluciones.

El vocablo sindemia es de reciente creación. Su acuñamiento lingüístico se le debe a la médico y antropóloga estadounidense Merrill Singer, quien teorizó la manera cómo una o más epidemias interactúan con problemas socioeconómicos para hacerse más dañinas en la población afectada.

La palabra sindemia proviene del inglés, syndemic, y puede entenderse como un acrónimo entre synergy y epidemic (sinergia y epidemia).

Lo conceptuamos como una sinergia de epidemias que coexisten, en tiempo y lugar; que interactúan para asolar y extinguir todos los soportes vitales de la sociedad humana.

La retroalimentación e imbricación de las epidemias causan secuelas complejas, que una vacuna no cura.

La sindemia del COVID nos está demostrando que no se trata solo de un agente infeccioso que afecta al cuerpo humano.

Esta lamentable sindemia provoca un desequilibrio y alteración del orden social, ambiental, psíquico, ético, político y económico. Todo queda desestructurado.

Las manifestaciones sindémicas del COVID generan y fortalecen patrones de desigualdades (que ya estaban) profundamente arraigados en nuestras sociedades; lo que exacerba disparidad social y económica; por lo tanto, potencia los efectos nocivos.

Dicho una vez más, el Coronavirus interactúa con una variedad de condiciones preexistentes.

El Coronavirus, estudiado en su condición sindémica, devela, también, las inocultables inequidades sociales; con lo cual se registra un índice desproporcionado de resultados adversos en comunidades empobrecidas, de bajos ingresos y minorías étnicas. Aunque hemos apreciado que algunos países, tenidos por desarrollados y con sistemas de salud a toda prueba han sufrido serios embates frente a esta enfermedad, por su alta letalidad, que no hace diferenciaciones de ningún tipo.

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Correo electrónico: abrahamgom@gmail.com

 

Artículo publicado originalmente el 13/10/2020, en Costa del Sol 93.1 FM – Güiria, Venezuela, https://www.costadelsolfm.org/2020/10/13/abraham-gomez-r-esta-sindemia-que-nos-extingue/

GOBERNANZA GLOBAL Y COVID-19: DIALÉCTICA DE PRIORIDADES Y CAPACIDADES

Salam AL Rabadi*

Sobre la base de una evaluación de las políticas y estrategias que se han adoptado para hacer frente a las repercusiones económicas y financieras de la pandemia mundial de Covid 19, además de aumentar la presión como resultado de los difíciles desafíos para todos los países sobre el déficit a nivel de los presupuestos públicos, podemos decir que todos los esfuerzos de los políticos y economistas para encontrar nuevas oportunidades y alternativas en todos los sectores no han logrado los resultados deseados. Hay que señalar que el problema básico en el mundo moderno en una relación nivelada entre el desarrollo sostenible y el crecimiento económico es el de la brecha entre ricos y pobres. Por lo tanto, podemos hacer la siguiente pregunta:

¿Estamos en la era de la economía para la economía y no para la sociedad?

Lejos de teorizar y de acuerdo con las estadísticas y datos sobre la brecha económica (si tenemos en cuenta que el mayor porcentaje de los ciudadanos son trabajadores o están empleados o con ganas de emplearse), se debe reconocer que la economía está creciendo lejos del mercado laboral y tiene un impacto negativo en este sector más que en otros sectores. Además, si los hechos basados en el interés público siguen siendo el criterio principal para evaluar una política económica exitosa, podemos decir que la economía ya no funciona en beneficio de los pueblos. En consecuencia, es evidente que la brecha entre los principales empresarios y los dueños de la riqueza, por un lado, y los salarios de los trabajadores, por otro, hará crecer las dudas sobre la seguridad de la comunidad.

Por lo tanto, si el libre comercio y la circulación de capitales están iniciando el crecimiento y el bienestar, y si los objetivos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) alcanzarán en el futuro a eliminar las restricciones cuantitativas, unificar todos los derechos de aduana y hacer del mundo una zona de libre comercio, aquí se deben plantear interrogantes sobre si:

¿Conducirán estas políticas y objetivos a exacerbar las crisis económicas y sociales? ¿O será un punto positivo de cambio y transformación?

Se ha hecho evidente que la competencia entre países (ya sean industriales o en desarrollo) para reducir los salarios o el salario dará lugar a resultados desastrosos. Esto no aumentará el bienestar de las comunidades, sino que aumentará la rigidez del doloroso estatus social. Cabe señalar en este contexto que los salarios más bajos se reflejan en los precios de las materias primas y que se benefician de ellos directamente los consumidores de altos ingresos (que no han perdido nada de sus ingresos como resultado de la reducción del costo de producción). Por otro lado, son las clases medias y bajas las que pierden parte de sus ingresos y se ven más afectadas que otras (están más afectadas). Partiendo de esta realidad, no podemos ignorar la siguiente dialéctica:

¿Quién soportará las mayores cargas económicas como resultado de las crisis asociadas a la pandemia Covid-19? ¿el capital o los trabajadores?

En el pasado, la ecuación económica reflejaba más de cerca la creciente brecha entre los ricos y los pobres: los ricos se enriquecen y los pobres se vuelven más pobres. Pero ahora, a la luz de los hechos existentes actuales, esta ecuación ya no es suficiente para aclarar el panorama, ya que ha quedado claro que una nueva fórmula ha surgido sobre la base del siguiente principio:

¿Los ricos se hacen más ricos y los pobres son cada vez más pobres?

Del mismo modo, en caso de una lectura cuidadosa de la realidad económica actual y basada en el patrón económico que siguen los gobiernos, donde se está trabajando para aumentar la carga fiscal sobre el sector laboral y los trabajadores, sin mencionar que el aumento de las exenciones fiscales y las facilidades proporcionadas por los gobiernos a las empresas transnacionales, estos patrones económicos y financieros conducirán inevitablemente a un deterioro, y la reducción de los ingresos financieros en los presupuestos públicos de los países, que estos gobiernos tratan de compensar esta disminución de los ingresos es mediante el aumento de los impuestos a otras clases (pobres) o mediante la reducción de los servicios sociales (especialmente la atención sanitaria y educativa).

En este contexto, al hacer un seguimiento de las repercusiones económicas y sociales de la pandemia de Covid 19, se puede decir que hay un defecto moral y económico a nivel de gobernanza mundial cuando sabemos que hay una alta velocidad en la provisión de dinero para encontrar soluciones a las crisis financieras y económicas mundiales. En comparación con eso hay prudencia y miseria extrema cuando se trata de financiar programas humanitarios con relativamente poco costo.

Por ejemplo, sólo necesitamos decenas de miles de millones al año para eliminar el hambre y la desnutrición en todo el mundo (y las Naciones Unidas han aprobado varios programas diferentes para lograr este objetivo), pero estos programas siguen en papel, sólo debido a la falta de disponibilidad de los fondos necesarios. Esto es también lo que se puede concluir previamente a nivel de apoyo a proyectos y programas mundiales relacionados con la lucha contra epidemias y enfermedades infecciosas, así como esta realidad se aplica actualmente al nivel de dificultades a las que se enfrentan las Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), con el fin de obtener los fondos necesarios para apoyar la investigación científica relacionada con la pandemia de Covid 19, lejos de las estrategias políticas, los intereses de los estados, o las políticas de explotación económica.

En conclusión y a la luz de cómo los países y las instituciones mundiales abordan los dilemas de la pandemia Covid-19, estos hechos trágicos (lejos de las dimensiones ideológicas en el estudio y la evaluación de la economía mundial) nos plantean esta pregunta dialéctica lógica que suscita mucha controversia:

¿El problema reside en las prioridades y opciones estratégicas de los países? ¿O es de hecho un problema de las capacidades reales disponibles para los estados?

 

* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España. 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. 

©2020-saeeg®

 

ACERCA DE LA IGUALDAD Y LA DESIGUALDAD

Agustín Saavedra Weise*

Imagen de truthseeker08 en Pixabay

“Libertad, igualdad, fraternidad” era el lema revolucionario francés en 1789. De esta trilogía sobresale nítidamente la igualdad, objeto de chorros de tinta y millones de discursos hasta hoy. Desde el punto de vista republicano, la igualdad ante la ley es inobjetable. Sabiamente, Simón Bolívar decía: “la igualdad jurídica es imprescindible como contra peso a la desigualdad física, de suyo inevitable”.

Todos tenemos el mismo derecho, pero bien sabemos que aunque formalmente somos iguales hay algunos “más iguales que otros”, como sentenciaba George Orwell en Rebelión en la Granja. Este es uno de los primeros puntos discrepantes: una desigualdad real, creada arbitrariamente mediante odiosos privilegios para unos y restricciones para otros, aunque se proclame la “igualdad”. Sin ir muy lejos, uno de los más grandes documentos políticos aún vigente, la Constitución de los Estados Unidos de América de 1787, se contraponía a una realidad esclavista y racista. Tuvo que pasar una sangrienta guerra civil y mucho tiempo más para que la letra de la Constitución de EEUU sea compatible con su espíritu. Recién en los últimos 50 años pueblos originarios y afroamericanos han logrado incorporarse parcialmente a la sociedad estadounidense. Hasta hoy surgen cada tanto discriminaciones y abusos que generan fuertes disturbios, como ha ido el reciente caso de Georges Floyd.

De la misma manera que sucedía con la Constitución de EEUU hay otros documentos legales que proclaman igualdades solo de boca para afuera. Por otro lado, hay cierta hipocresía establecida y casi nadie quiere referirse a la desigualdad. Sin embargo, forzoso es reconocer que no todos somos iguales.

Hasta Karl Marx exclamaba “de cada cual según su capacidad y a cada cual según su necesidad”, estando allí implícita la noción de una desigualdad inherente al ser humano que es real y cotidiana, pero la mayoría se niega a admitirla. Somos desiguales, pues tenemos distintos talentos, distintas falencias, distintos aspectos; el medio ambiente y las mayores o menores condiciones de vida nos otorgan también mejores o peores condiciones y así sucesivamente.

Frente a esta natural desigualdad, la igualdad ante la ley resulta ser imprescindible. Sin embargo, existe algo tan o más importante que la igualdad jurídica y que raras veces se aplica, en particular tanto en Bolivia como en otras latitudes emergentes. Me refiero a la igualdad de oportunidades, a la posibilidad de que todos, absolutamente todos, tengan el mismo punto de partida y la misma posibilidad de llegar a “x” objetivo. Tal como en una carrera de caballos, habrá un ganador, un segundo, un tercero y un último, pero todos tuvieron idéntica chance: largaron figurativamente del mismo lugar (y al mismo tiempo) sobre un espacio uniforme. El que llegó primero lo hizo en base a sus cualidades particulares que lo hicieron sobresalir sobre los demás, pero todos tuvieron la misma oportunidad, el mismo punto de partida.

Más allá de la igualdad legal, está pues la igualdad de oportunidades y esa es la igualdad que debe impulsarse. Asimismo, al reconocer desigualdades inevitables, se deben hacer múltiples esfuerzos para paliarlas. Una de esos aspectos es la mencionada posibilidad de idéntica oportunidad para todos. La otra, de más largo aliento, tiene que ver con la creación de mejores condiciones de vida desde la infancia, pero esa —como se dice— será otra historia.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

 

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, https://eldeber.com.bo/188702_acerca-de-la-igualdad-y-la-desigualdad