Giancarlo Elia Valori*
¿Existe una correlación entre la pandemia de Covid-19 y el cambio climático?
Aparentemente no. Se supone que el virus se debilita con las altas temperaturas y —a diferencia de los meses de invierno, cuando las personas permanecen más en el interior (una situación que favorece las infecciones)— en el verano las personas tienden a permanecer más al aire libre o en habitaciones constantemente ventiladas y, por lo tanto, a estar menos expuestas a la agresión viral.
Un estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts muestra que un clima templado debería inhibir la vitalidad del virus, pero la propagación de casos en el hemisferio sur muestra que este patógeno es más resistente al calor que los virus de la influenza “tradicionales”. Ahora, con la llamada “variante Delta”, el número de infecciones parece estar aumentando en toda Europa, una señal de que el virus mantiene su agresividad incluso a altas temperaturas.
De hecho, según muchos expertos y estudiosos, la pandemia que ha provocado una crisis global puede estar relacionada con el cambio climático en la medida en que este último está relacionado con el aumento de las tasas de contaminación causado por el uso desproporcionado de fuentes de energía no renovables (en primer lugar, el petróleo y el carbón). La contaminación del aire, a su vez, causa daños al sistema respiratorio, especialmente en los sujetos más débiles que representan el 90% de las víctimas de Covid-19.
Dicho daño puede considerarse corresponsable de las consecuencias letales del síndrome de la gripe. En agosto de 2020, los académicos que participaron en el Congreso sobre la relación entre “los factores climáticos, meteorológicos y ambientales y la pandemia de Covid-19”, organizado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), llegaron a la conclusión de que la pandemia “refleja el estado de tensión entre el hombre y la naturaleza”.
Según muchos de los investigadores que participaron en el Congreso de la OMM, las consecuencias más graves de la infección por Covid-19 se produjeron en pacientes expuestos con mayor frecuencia al aire contaminado por dióxido de carbono.
Aunque no se ha alcanzado un consenso científico unánime sobre las posibles interrelaciones entre la pandemia y el cambio climático, estudios autorizados muestran que el incremento medio de las temperaturas globales aumenta la capacidad del virus para propagarse, también debido al aumento de las precipitaciones y a la tasa media de humedad, ya que estos últimos factores estimulan la viabilidad y la resistencia del virus.
Según el “Quinto Informe de Evaluación” del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el aumento medio de la temperatura y las precipitaciones ha alterado la distribución y propagación de los vectores patógenos. Estos factores, relacionados con el aumento de la movilidad de la población y con los cambios en el hábitat de algunas especies animales (como los murciélagos) causados por el hombre, pueden considerarse corresponsales de la velocidad con la que el virus Covid-19 se ha propagado en todos los continentes, particularmente en áreas donde hay mayores niveles de industrialización y contaminación del aire por CO2.
Debido al impacto de la pandemia en la producción industrial y en la economía mundial, la tasa de contaminación ha disminuido, en general, también porque la brusca desaceleración impuesta a la producción y el consumo ha contribuido a la disminución de las emisiones de CO2 a la atmósfera que, solo en China, en los primeros cuatro meses de 2020 disminuyeron un 10,3%, mientras que a nivel mundial el descenso fue del 5,8%.
Ahora, gracias al éxito de la campaña de vacunación que en Europa está alcanzando niveles aceptables para la seguridad colectiva, muchos países, entre ellos Italia, están preparando —con un nuevo impulso productivo— la recuperación de la economía, interrumpida por los efectos de la pandemia. Como se puso de relieve en los trabajos del reciente G20 en Venecia, esta recuperación partirá de un nuevo compromiso con la producción de energía con fuentes renovables y con la disminución progresiva y marcada del uso de fuentes contaminantes, como el petróleo y el carbón.
Como se ha visto anteriormente, la pandemia ha causado al menos un efecto secundario positivo, a decir, la disminución de las emisiones de carbono a la atmósfera. Esta puede ser la oportunidad para un nuevo “renacimiento energético”, destinado a perdurar en el tiempo y a hacer que los modelos de producción sean más coherentes con el medio ambiente y, como resultado, con la salud pública.
Los protagonistas de este cambio de paradigma en la producción industrial serán las fuentes de energía renovables, incluyendo la energía marina y el hidrógeno.
En agosto del año pasado, como parte del ambicioso programa de desarrollo denominado “European Green Deal», la Unión Europea lanzó una verdadera “Estrategia del Hidrógeno” en la que se hace hincapié en que el hidrógeno “limpio” (es decir, el que se extrae del agua a través de la electrólisis) debe ser una parte integral de la transición ecológica prevista y financiada por el “Plan de Recuperación”, con el objetivo —en el muy corto plazo— de producir, para 2024, 6 GW por año de energía “verde” de electrólisis de hidrógeno.
China también se está moviendo concretamente en esta dirección, gracias no solo al compromiso asumido por el presidente Xi Jinping, también en el G20, de reducir drásticamente las emisiones de carbono para 2030 en cumplimiento del Acuerdo de París de 2012, sino también al trabajo del joven Ministro, Lu Hao, que dirige un Departamento que incluye seis Ministerios anteriores y está a la vanguardia en la estrategia de conversión ecológica de toda la producción china.
Esta estrategia prevé el uso más amplio de la energía producida por el movimiento de las olas y las corrientes marinas. Es en este contexto que el Ministro Lu Hao ha ordenado la creación, en Shenzhen, del “Centro Nacional de Tecnología Oceánica” (NOTC), un centro para el estudio y desarrollo de tecnologías avanzadas para la producción de energía “verde” a partir de las mareas, energía abundante y limpia que puede utilizarse ampliamente para la producción de hidrógeno. Este último, de hecho, requiere grandes cantidades de electricidad que, cuando se produce con el uso de sistemas tradicionales, como el petróleo o el carbón, no contribuye a mejorar las condiciones ambientales.
Con el uso de la energía marina para activar las células electrolíticas necesarias para “separar” el hidrógeno del oxígeno, se puede crear un ciclo de producción “virtuoso” mediante la extracción de hidrógeno del agua con energía suministrada «a cero kilómetros» del agua misma.
Las corrientes eléctricas del mar se pueden producir con convertidores de energía; con extractores de energía de las mareas; con convertidores térmicos que explotan las diferencias de temperatura a varias profundidades, así como con herramientas que pueden explotar incluso las diferencias de salinidad.
Con esta tecnología y equipos se pueden extraer enormes cantidades de energía sin causar ningún daño al medio ambiente o a la flora y fauna marinas y las emisiones de CO2 a la atmósfera se reducirán en miles de millones de toneladas.
Esto no es ciencia ficción, sino una realidad tangible: cada océano tiene un potencial estable de sobreabundancia de energía que se puede extraer de las olas, las corrientes y las mareas, energía a costos más bajos que los de las otras energías renovables.
Incluso el Mediterráneo debe considerarse una excelente fuente potencial de energía marina.
En Rávena ENI ya ha puesto en funcionamiento el «Inertial Wave Converter», un convertidor de energía de las olas diseñado para extraer 50 Gigavatios del movimiento cíclico de ondas, corrientes y mareas.
Junto con Escandinavia, Italia es el líder europeo en la investigación y aplicación práctica de estas tecnologías y su uso en la producción de hidrógeno a través de la electrólisis, con un proyecto piloto en el estrecho de Messina.
En todo el mundo, con China a la cabeza, actualmente hay más de cincuenta proyectos activos para la investigación y producción de energía limpia a partir del agua de mar, parte de los cuales se dedica a la futura producción de hidrógeno verde. En definitiva, todos estos proyectos están dedicados a reconstruir una relación entre el hombre y la naturaleza que, lejos de soñar con un “decrecimiento placentero”, es decir, un crecimiento negativo sostenible, pretende conseguir un modelo de desarrollo coherente con las necesidades de producción, pero también con la necesidad ineludible de “volverse verde”.
Estamos saliendo de una crisis sanitaria y económica muy grave causada por una pandemia que —como afirman investigaciones y estudios científicos autorizados— se ha generalizado y ha sido más letal por el cambio climático y la contaminación ambiental.
Si, como podemos prever, estalla una nueva pandemia en unos pocos años, será bueno que el mundo esté preparado, habiendo hecho que el ecosistema sea más saludable y limpio para dificultar la propagación de nuevos virus con una estrategia de prevención global, también a nivel ambiental y climático.
* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.
Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.
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