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DE LA ESPADA DE BOLÍVAR A LA DE SAN MARTÍN

Iris Speroni* (El Manifiesto**)

El 11 de agosto EL MANIFIESTO publicó “La Espada” de Sertorio, autor por quien siento admiración y respeto. Sin embargo, mi visión sobre el proceso que nosotros los americanos, denominamos “La Independencia” y que los españoles peninsulares ven, con justa razón, como el desmoronamiento de un Imperio, necesariamente discrepa.

Debo aclarar que mi opinión es la mayoritaria, con matices, entre todos los historiadores profesionales y aficionados argentinos. Aquellos que añoran el dominio español son pocos y no muy bien vistos. En general, estamos muy orgullosos de nuestra gesta emancipadora del tirano Borbón.

Discrepo en la importancia dada a la injerencia inglesa en general y la influencia que pudo llegar a tener la Leyenda Negra en particular. Se denomina así a la propaganda creada por Inglaterra y Holanda, mayormente para uso interno, con poco asidero fáctico. Resultaba poco creíble para quienes vivían en América a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, quienes sí tenían bien en claro cómo eran las relaciones con indígenas, negros, mulatos, mestizos y zainos en esos tiempos. Gente pragmática que jamás compraría fantasías insustanciales. Esta fábula, como todo lo whig, fue retomada por el marxismo, el cual nunca se caracterizó en ser apegado a los hechos. En Argentina, la Leyenda Negra entró en circulación a partir de la segunda mitad del siglo XX de la mano de intelectuales universitarios de izquierdas. La acompañan con una Segunda Leyenda Negra sobre la Conquista de la Patagonia (Conquista del Desierto). 

La Guerra por la Independencia fue una guerra civil. De español contra español. La divisoria de aguas era si se renovaba la lealtad al monarca o no, luego de la vergonzosa abdicación ante Napoleón. Los sustentos ideológicos principales fueron la teoría de la reversión de la soberanía al pueblo del padre jesuita Francisco Suárez y los iluministas franceses. Recomiendo la obra de José Carlos Chiaramonte, “Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846)”, Editorial Ariel, Buenos Aires, 1997. 

¿Por qué nos quisimos divorciar de los Borbones?

Voy a hablar únicamente por el Virreinato del Río de la Plata. Mi conocimiento de Bolívar es mínimo por lo que me limitaré a lo que me apasiona que es la historia de mi Patria. Nosotros, quienes admiramos a los Generales Don José de San Martín, Martín Miguel de Güemes y al Almirante Guillermo Brown miramos con cortesía y cierta condescendencia al prócer de Colombia y Venezuela. Prosigo.

El final de la Casa de los Austrias fue trágico para América. Las reformas que implementó Carlos III —que, convengamos, fue el mejor de todos los Borbones— fueron devastadoras para los españoles en América. Enumeraré los errores principales: 

  1. Apoyo a la Independencia de los Estados Unidos. Fue costoso para los reinos de Francia y España. Para Francia, significó la bancarrota y finalmente la pérdida del trono. Para España, una sangría de dinero que solventó América, reforma impositiva mediante. 
  2. El decreto real que diferencia a los españoles nacidos en América y en la Península. Durante los Austrias, los súbditos nacidos en América tenían la misma jerarquía que los nacidos en Europa. Era razonable. Los servidores reales desarrollaban una carrera burocrática en diferentes ciudades del Imperio. Ejemplo: cuatro años en Manila, cuatro en El Callao, cuatro en Cartagena de Indias y así. Eran hombres casados cuyos niños nacían en el camino. Muchos, de adultos, entraban al servicio del Rey como sus padres. La incomprensible decisión de Carlos III dejaba fuera de la carrera profesional a decenas de miles nacidos a donde el Rey había enviado a sus padres. En términos modernos equivaldría a negarle a los hijos de un ejecutivo de una multinacional nacido azarosamente en Singapur poder ingresar a una universidad de la Ivy League y luego hacer carrera en Wall Street. 
  3. La expulsión de los jesuitas. Creo que ésta es la más fuerte de todas. Los jesuitas formaron a la mayoría de las élites españolas en América. Pusieron el cuerpo en la colonización de enormes áreas, los peores lugares a donde el resto no quería ir. Si el Rey le dio la espalda a quien le fue tan fiel (según ojos americanos), ¿por qué no lo haría con el resto de sus fieles súbditos? Más aún cuando, se supuso, fue una decisión tomada por pedido del Borbón francés.
El Virreinato del Río de la Plata 

La historia nuestra es particular, respecto a otros virreinatos. Para empezar, éramos pobres —comparados con Manila, Nueva España o Perú—. 

Parte del territorio del Virreinato estaba bajo la administración de los jesuitas sin perjuicio de las concesiones a muchas otras órdenes religiosas y a particulares. Especial mención las Misiones Jesuíticas Guaraníticas, al Noreste de la hoy Argentina. Eran una barrera de contención contra los intentos imperiales de Portugal. Al punto que el Rey dio dispensa legal para armar y entrenar a los indios guaraníes —cosa prohibida—, quienes derrotaron una voluminosa expedición portuguesa (Guerra Guaranítica 1754-1756). Así mismo administraban amplias extensiones en Córdoba y Salta, colegios secundarios y universidades en Córdoba y en el Alto Perú.

La expulsión de los jesuitas fue avisada con antelación al rey de Portugal quien preparó una invasión luego de que la decisión real fuera efectiva. El Imperio de Brasil se apoderó de kilómetros cuadrados que hoy integran el sur de ese país (actualmente Río Grande del Sur), además de apresar miles de guaraníes como esclavos y matar otros tantos. Dicho de otra forma: el rey abandonó a sus súbditos a manos de un imperio extranjero. Porque antes, cuando los Austrias, los guaraníes eran súbditos que merecían la protección real (remito al testamento de Isabel la Católica).

En 1806 una flota militar británica toma Ciudad del Cabo al sur de África luego de una batalla encarnizada en la cual miles de Boers perecieron. Luego de aprovisionarse zarpa para la desembocadura del Río de la Plata. El virrey abandonó la ciudad con el fin de proteger el tesoro (no está mal). La tropa real era escasa y no pudo defender la plaza la cual cayó rápidamente ante el invasor. El comportamiento inglés fue nefasto. Pillaje en conventos, iglesias, comercios y casas de familia, violaciones de mujeres, vejación de monjas de clausura. Lo usual. Tras 47 días de violencia y abusos, tropas venidas del interior junto a civiles armados retomaron la ciudad con un alto costo en sangre. Lo llamamos La Reconquista. Las banderas apoderadas al 71º Regimiento de Highlanders son exhibidas desde entonces hasta la actualidad en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo, de la orden dominica, en Buenos Aires.

Existe una segunda invasión en 1807, El lapso entre ambas expediciones fue empleado por los porteños para entrenar milicias civiles y pertrecharse. La rendición de los ingleses tras el segundo desembarco fue inmediata.

Estos hechos aunados conforman en la población la convicción de que al rey no le importa la protección de sus súbditos, única obligación de un monarca absoluto.

La invasión de la Península por el ejército napoleónico

¿Qué puede esperar un pueblo de un rey que deja ingresar a su territorio a un ejército extranjero y de tal forma poner el patrimonio y la vida de sus súbditos y la virtud de sus súbditas a riesgo? ¿Qué clase de persona es? ¿Por qué alguien querría ser vasallo de un monstruo traidor semejante?

El gobierno de Cádiz a partir de 1808 más la resistencia que duró seis años fueron financiados desde América, en particular desde el Perú. Uno a uno los virreinatos decidieron autogobernarse mientras el Rey estuviera en Valençay, con excepción de Perú que respondía a la Junta de Cádiz.

Fernando VII, reinstaurado al trono por potencias extranjeras, se negó a jurar la Constitución de 1812. Ordenó fusilar a quienes se lo pedían, a pesar de haber cuidado el reino en su nombre y resistido al invasor, cosa que él no hizo. Mandó ejércitos a América a recuperar su territorio. Resistimos, cual aldea de Astérix, las Provincias Unidas del Río de la Plata con sede en Buenos Aires. También Asunción (la cual se había emancipado en 1810). Hasta Montevideo había caído.

La Independencia de las Provincias del Río de la Plata se declara en 1816. Fue luego de largas negociaciones entre nuestra máxima autoridad Don Juan Martín de Pueyrredón y el embajador del rey. Nuestra única exigencia para renovar la lealtad era que Fernando VII aceptara la Constitución de Cádiz. Meses se demoró la Declaración de la Independencia a la espera de estas tratativas. El rey no dio el brazo a torcer. Nosotros nos divorciamos el 9 de julio de 1816 de la Corona Española y diez días después de toda potencia extranjera.

Nos peleamos con el ejército realista durante diez años. En la frontera norte, en el Río de la Plata (Batalla de Montevideo). El Ejército de los Andes liberó Chile y Perú. Guerreamos contra los portugueses (a quienes les ganamos en Ituzaingó y Carmen de Patagones), rechazamos invasiones francesas e inglesas que bloquearon el Río de la Plata intermitentemente durante dos décadas.

Estamos orgullosos de nuestra herencia católica, de nuestro idioma y de nuestro acervo todo. Nuestra constitución reza: “Artículo 2º.- El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”. Su preámbulo “….invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia…”. Y no hace falta enumerar las contribuciones argentinas a la lengua castellana en los últimos doscientos años.

Nos hemos peleado con los ingleses todas las veces que fue necesario y lo volveremos hacer hasta recuperar nuestras Islas Malvinas.

Creo que los historiadores modernos españoles recargan las tintas sobre los ingleses porque es autoexculpatorio. Es fácil echarles la culpa de todos los pesares a los ingleses y hacer la vista gorda a los errores propios. “El imperio no se desmoronó por los Borbones, sino porque Gran Bretaña es mala”. Muy fácil.

¿Quiso Inglaterra medrar con el Imperio Español? Seguro que sí. ¿Aprovechó las luchas civiles americanas? Sí. ¿Trató que América fuera su mercado luego de perder Estados Unidos? Sí. ¿Contribuyó a la Revolución francesa? Probablemente. Eso no quiere decir que hayan podido hacer mucho. No pusieron ni plata ni hombres ni dinero, excepto en situaciones marginales (Cochrane en Chile y con plata chilena). Sí tuvimos contribución por parte de oficiales napoleónicos en el exilio, pero eso es otra historia. La Independencia fue financiada por nosotros, bañada con nuestra sangre, por decisión nuestra. Porque creímos y creemos que cualquier suerte es mejor que estar bajo un Borbón.

Nos habrá ido bien, mal o regular, pero estamos orgullosos de nuestra costosa elección. Subo la apuesta: Argentina volverá a crecer y ser una nación orgullosa bajo la faz de la tierra. Seremos, una vez más, el refugio de todo cristiano, quienes serán perseguidos en Europa cuando ésta caiga indefectiblemente en el paganismo si continúa el actual derrotero.

Porque así, ahora como antes, seremos un lugar de resistencia, integrado por hombres y mujeres bravos.

En cuanto a España, no soy yo quien para decir qué está bien o mal. Pero a Fernando VII debieron decapitarlo cuando volvió. La Casa de Borbón ha sido la promotora de la disolución general, con la pérdida de Florida, Puerto Rico, Cuba y la disgregación actual de la Península. Cuanto antes se desentiendan de esa gente, mejor.

* Licenciada de Economía (UBA), Master en Finanzas (UCEMA), Posgrado Agronegocios, Agronomía (UBA).

 

** Artículo publicado originalmente el 28/08/2022, en El Manifiesto.com, https://elmanifiesto.com/identidad/418444338/De-la-espada-de-Bolivar-a-la-de-San-Martin.html

 

LA ESPADA

Sertorio (El Manifiesto*)

En la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia se hizo desfilar la espada de Bolívar. Y don Felipe no se levantó. Habría sido un miserable si lo hubiese hecho.

Uno de los inconvenientes del aggiornamento progre de la Casa Real española es que el participar en todos los aquelarres de la izquierda global, indigenista y separatista, sólo le va a servir para acumular insultos y para convertirse en una escupidera coronada. Por mucho que Felipe VI haya abandonado todo matiz tradicional en su imagen y se haya convertido en un reyecito escandinavo, hay cosas que a España no se le perdonan. Y don Felipe de Borbón no representa sólo, como a él le gustaría, a la España moderna y democrática, sumisa y ejemplar taifa sin historia de la Unión llamada “Europea”. Don Felipe encarna a su pesar, contra su voluntad, malgré lui, a la España histórica y a su legado. No es sólo cómo se ve él, es cómo le ven los demás.

Felipe VI se parece a Fernando el Católico, a Carlos V o a Felipe II como un huevo a una castaña. Lo mismo que la Monarquía Hispánica era algo muy distinto del vegetativo Estado de las Autonomías en el que nos hallamos tan mal arrejuntados como bien divididos. Sin embargo, el fantoche de la España clerical y conquistadora, origen de todos los males de “Latinoamérica”, es el mito central del liberalismo y de la izquierda revolucionaria en América, la justificación de las emancipaciones, cuyo padre fundador fue Bolívar. Por eso, España no puede tener nada bueno, su herencia nefasta ha condenado a las ya no tan jóvenes repúblicas americanas al subdesarrollo; las ha tarado de manera congénita, como si se tratara de una enfermedad hereditaria, de un pecado original. En definitiva, la mitología de la independencia se nutre de dosis colosales de Leyenda Negra, porque las secesiones americanas fueron, no hay que olvidarlo, una iniciativa británica, ejecutada contra la nación que en esos años era su mejor aliada y que se dejaba la sangre en los campos de batalla luchando contra Napoleón. La propaganda antiespañola ya llevaba dos siglos funcionando a pleno rendimiento: a los padres de las patrias americanas les dieron un producto muy eficaz; tanto que hoy sigue siendo más dogma de fe que nunca entre los políticos de aquellas latitudes.

Doscientos años son un plazo más que razonable para enmendar la historia y salir de la dependencia y el subdesarrollo. Sobre todo cuando la malvada España hace centurias que nada pinta por esas pampas, sertones y llanos. Para hacernos una idea, según el informe Relaciones bilaterales España-Latinoamérica y Caribe (2021) de la Secretaría de Estado de Comercio (Subdirección General de Iberoamérica y América del Norte), el 73% de nuestras exportaciones están destinadas a Europa, mientras que a la América que habla latín se va sólo un 4,4%. En cuanto a las importaciones, el 61 % de lo que compramos viene de Eu-ropa, mientras que sólo el 4,7% llega del otro hemisferio. De nuestros treinta primeros socios comerciales, sólo dos: México y… Brasil están en la lista. Para la España actual, Portugal, Marruecos o los Países Bajos son socios de mucha mayor importancia que todas las naciones “hermanas” juntas. Es decir, las monsergas que se nos cuentan habitualmente sobre el papel de España como potencia neocolonial y demás paparruchas son mera retórica, flatus vocis, fuegos de artificio. Los lazos del idioma, de la sangre y de la cultura compartida son los únicos que mantienen la presencia de España en América, que es algo muy importante y a lo que no creo que se pueda llamar imperialismo, sino parentesco; pero precisamente la herencia de Bolívar consiste en cortar esas ligaduras. Y ahí es donde don Felipe, como siempre, se vio condenado a hacer un papelón.

En la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia se hizo desfilar la espada de Bolívar. Y don Felipe no se levantó. Hizo muy bien. Bolívar representa como muy pocos el odio a España, tanto que proclamó la guerra a muerte contra españoles y canarios y decretó el exterminio de hombres, mujeres y niños peninsulares. Algo en lo que sólo le igualó el Cura Hidalgo, al masacrar a todos los gachupines que tenían la desgracia de caer en sus manos.

Todavía hoy, el grito nacional de los mexicanos es “¡Mueran los gachupines!”. Es decir, nosotros. Posiblemente nadie haya odiado tanto a nuestro país como Simón Bolívar, con la patética, pueblerina e impotente excepción de Sabino Arana. Felipe VI habría sido un miserable si se hubiera levantado. Afortunadamente para el muy baqueteado honor de nuestra nación, se negó a hacerlo.

La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué pinta el rey de España en un acto en el que va a desfilar la espada de uno de los peores enemigos de España, uno de los hombres que con mayor intensidad odió no sólo a nuestra nación en abstracto, sino a sus naturales de carne y hueso, cuyo exterminio predicaba? ¿Para qué sirven los centenares, miles, de asesores del Gobierno? ¿Nadie se informó de la naturaleza de las ceremonias que se iban a celebrar? Quizás si los dirigentes españoles viajaran menos y no quisieran salir en todas las fotos, no sucederían estas cosas. ¿Hacía mucha falta llevar al rey a ese sarao? ¿Tan importante es España para Colombia como para mandar allí al Borbón? La catástrofe de imagen es grave, porque la leyenda dorada de Bolívar es casi una religión en algunas de esas repúblicas y se han levantado voces indignadas contra la actitud del rey, la única honorable para un español. Pero, aunque Felipe VI se hubiese levantado, los bolivaristas de toda América seguirían maldiciendo a España, la difamada nación que les dio lo poco que les une todavía: la lengua, la fe y el odio al padre.

No toda la culpa, sin embargo, es de los progres. También la tienen la estupidez y la incultura de los carcas

* Artículo publicado originalmente el 11/08/2022 en El Manifiesto.com, https://elmanifiesto.com/tribuna/501302474/La-espada-de-Bolivar-el-carnicero.html

CONSEJOS VENDO Y PARA MI NO TENGO

F. Javier Blasco Robledo*

Refrán castellano generalmente usado para recriminar a quien suele pasarse la vida dando, e incluso hasta imponiendo consejos como tales, o las mal llamadas «recomendaciones» a los demás, pero que, sin embargo, no los toman o aplican para sí mismos; suelen auto exculparse de su cumplimiento o, a pesar de sus constantes y poco afortunadas incursiones en determinadas competencias, que les son ajenas, difícilmente, saben resolver sus propios problemas.

Es un hecho bien sabido y altamente conocido que el mundo, por unos motivos o por otros, está en manos de un plantel de políticos, poco o nada afortunados, que no se encuentran a la altura de las circunstancias ni cuentan con las capacidades necesarias para la resolución rápida o la menos eficiente de las crisis y los grandes problemas que nos rodean y acosan. Hecho este, que se agrava en España, donde, por desgracia para los españoles, cuentan con un gobierno incompetente, anclado en el pasado, revanchista y totalmente vendido al albur y los caprichos de los peores enemigos internos de España por la necesidad que tiene de contar con el apoyo o el beneplácito de éstos hasta para ir al retrete.

Con bueyes como esos debemos atravesar una larga y pesada caminata por un desierto lleno de continuos peligros derivados de su mala política, los constantes bandazos y cambios de criterio, las imposiciones más que arbitrarias y orientadas a los aspectos que satisfagan y no enfaden a sus «colegas» de legislatura y al continuo y alegal retorcimiento de la ley, el inherente poder de las instituciones y la auténtica legalidad y moralidad de sus actuaciones.

Un gobierno que nos tiene acostumbrados a movimientos de singular y abyecta auto propaganda y al farol constante frente a una desnortada Europa para, a los pocos días, terminar cayendo en el mayor servilismo y seguidismo de aquello que rotundamente negaba días u horas atrás. Un gobierno que difícilmente mira por el bien general de la nación y de todos los conciudadanos, sino por agradar a los suyos y lo que es peor, la propia y exclusiva supervivencia personal de su líder, aún a costa de tener que derrumbar, de forma constante, con alevosía, nocturnidad y hasta de forma zafia, las mejores o más potentes y casi inamovibles columnas sobre las que descansaba el propio régimen establecido y la ya mencionada continuidad del Sr. Sánchez.

Para este gobierno, las cosas están siempre muy claras, aunque sus soluciones y la obligatoriedad del punto de aplicación legal de una u otra determinación varíe en función del grado de amistad, necesidad de mantener contenta a la caterva que le apoya y del nivel de acercamiento de quien osa incumplir con lo preceptuado por las normas correspondientes, cuando todas ellas son similares en obligaciones y deberían contar con una amplia y clara necesidad de acatamiento y cumplimiento legal por todos los ciudadanos y regiones de España.

Dependiendo de la necesidad que se tenga del apoyo futuro de la parte en litigio con la norma que se pretende aplicar con carácter general o particular, vergonzosamente y sin inmutarse lo más mínimo, se pone un mayor o menor énfasis en la necesidad moral y legal de su cumplimiento. Llegando, en ocasiones, a justificar y apoyar su no cumplimiento, como es el caso con el tema de la lengua castellana en Cataluña.

Siempre que dicha puesta en cuestión o condicionamiento sobre su cumplimiento total o parcial provenga del PP o de una región concreta, como es la madrileña; la maquinaria propagandística propia del gobierno y la derivada de los numerosos medios palmeros que se abrazan al mismo —quizás en busca de algún tipo de suculenta subvención— actúan ferozmente contra aquellos osados con la simple finalidad de despedazarlos y en busca de unos apoyos perdidos, de momento, difíciles de recuperar.

Sánchez capitanea un gobierno que actúa a base de Reales Decretos, impuestos a la nación sin ni siquiera intentar consensuar con el principal partido de la oposición o los mayoritarios gremios directamente afectados. Al más puro estilo despótico o dictatorial, en cuestión de horas se legisla en España de forma precipitada, obligando con ello, a que sea el Tribual Constitucional el que dedique la mayor parte de sus esfuerzos a corregir las malas o inconstitucionales decisiones adoptadas por un gobierno que primero dispara y luego pregunta, sin importarle a quien y en qué modo afecte su andanada.

Además, cuando es corregido por tamaña y alta figura judicial no se amedra un pelo, mira para otro lado y continua con su labor destructiva del concierto y la concordia entre los gobernados. No hace caso a las resoluciones de los altos tribunales, hasta las trata de ridiculizar o poner en tela de juicio, sobre todo, si estas son contrarias a los espurios intereses propios o de sus propios compañeros de viaje, quienes mientras le prometen continuidad en su sillón, colaboran en la ejecución o puesta en práctica de un malévolo plan, cuyo fin último no es más que la destrucción de la patria, sus símbolos y la cohesión entre las tierras y las gentes que forman y encuadran España como un Estado y nación, que tiene el privilegio y la responsabilidad de ser el más antiguo de Europa; factores, hechos y elementos estos, a los que nunca se debe renunciar.

Los actos y decisiones arbitrarias, alegales y casi siempre abusivas, puestas en práctica por este gobierno son muchas y darían para una tesis completa de varios cientos de páginas a nada que se quisiera profundizar un poco en cada una de ellas. Son de sobra conocidos porque su zafiedad y chabacanería es tan grande que es imposible ocultarlas; pero, como se suceden con tanta rapidez en el tiempo, casi no da lugar a que se puedan leer ni a bucear en ellas con la profundidad requerida.

De entre las no tumbadas por los tribunales, muchas duran menos en su aplicación que un bollo a la puerta de un colegio a la hora del recreo, otras acaban sumidas en las profundidades y telarañas de cajones nacidos para albergar legajos de poca o ninguna utilidad y del resto, la mayoría son tan difíciles y complejas de interpretar, que ni las mismas autoridades se atreven a aplicar, porque saben que nunca valdrán para nada, salvo para, en balde, hacerles trabajar.

Recientemente hemos sido testigos de un hecho palmario, la crisis energética. Crisis a la que se le han atribuido diversas paternidades como, la continuidad o repercusiones económicas de tantos años de pandemia con la economía parada o a ralentí, la guerra de Ucrania, la mala fe de Putin y ahora también el cambio climático. Excusas todas ellas, que, si bien encierran parte de verdad, son empleadas con profusión y hasta la saciedad, para ocular las verdaderas causas de que nos encontremos así.

Causas que, en mayor o menor medida, tienen su origen en la incompetencia de los gobiernos e instituciones nacionales e internacionales para capear el más que anunciado temporal, en las intransigentes ideologías de los partidos y unas malas aplicaciones de los planes nacionales e internacionales de contingencia —en algunos casos inexistentes a pesar del peligro que se cierne sobre Europa—, que ante necesidades extremas, pongan en marcha recursos con los que contamos, aunque se encuentra rechazados por ideología, a sabiendas que el no aplicarlos supondrán grandes esfuerzos sobre una sociedad hastiada de tanto pedirle mayores y continuos esfuerzos de mano de unos incompetentes, que solo hacen que aumentar sus gastos debido a regalías absurdas o a unos desmesurados incrementos de dudosos cargos de asesoría, remunerados con arbitrariedad.

Los planes presentados por el gobierno para cumplir con algo que se nos vendió como «una recomendación a la que nosotros ni nos íbamos a acercar», consisten en quitarse la corbata, apagar las luces de las calles, escaparates y monumentos a las diez de la noche y regular de forma abusiva e incomprensible el termostato del calor y el frio de los sistemas de temperatura exterior. Todo de obligado cumplimiento, sin rechistar ni coordinar con los afectados y las comunidades que por su cumplimiento deben velar y ni una palabra de reducción de gasto energético por el macro gobierno, ni del replanteamiento de nuestras capacidades de producir energía (incluida la nuclear), un plan hidrológico cabal, el establecimiento de más capacidades de recogida y almacenamiento de aguas y un largo etcétera que realmente, nos lleve a una mayor autosuficiencia energética y aun ahorro sustancial.

Sin embargo, la única respuesta oficial ante las trabas impuestas y el escaso margen de tiempo otorgado para poner en práctica algunos acondicionamientos en los locales de las empresas afectadas, es que las leyes están para cumplirse, se han marcado unas desproporcionadas las multas —totalmente abusivas por coercitivas— y el señor presidente —como si la cosa no fuera con él— tras aprobar el Decreto, cogió sus varios medios aéreos oficiales para desplazarse, como viene siendo habitual a la Mareta y me imagino, que allí los derroches de energía tanto para él, como para su familia y previsiblemente sus amigos del alma, no se tendrán en cuenta ni contarán.   

  

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.