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HABLAR Y ESCRIBIR CON ARBITRARIEDAD

Francisco Carranza Romero*

Elio Antonio de Nebrija, autor de la Gramática castellana (1492).

El ser humano tiene un sistema de códigos para su comunicación con otros miembros de su comunidad. Y la lengua es un sistema («conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí» según el Diccionario de la Real Academia Española).

Lengua hablada. Los seres humanos, para comunicarse usan gestos y sonidos orales. Los líderes culturales, preocupados de la comprensión de los miembros de su comunidad, determinan el número de sonidos (fonemas) de la lengua que usan y aconsejan que deben ser pronunciados bien. Un sonido o las uniones de sonidos se convierten en palabras con significados que son clasificadas según sus funciones. Las uniones de palabras forman frases y oraciones.

Todas las expresiones obedecen a las normas creadas para sostener la unidad grupal. Por eso, no basta hablar una lengua; hay que hablar bien. El simple uso no es la regla. El buen uso es la regla.

Lengua escrita. Los seres humanos, conscientes de la necesidad de conservar lo que piensan y dicen o para poder enviar mensajes a donde no llega la voz, inventaron la escritura con ideogramas (símbolos que representan ideas) y letras (grafías que representan los sonidos). Estaban conscientes de la realidad: Verba volant; scripta manent. Y, para evitar el uso arbitrario de las grafías, el grupo culto de los usuarios estableció las normas que ayudaran la comprensión y unidad de los escribientes.

El idioma castellano es de escritura alfabética latina. Desde los tiempos de Elio Antonio de Nebrija se ha repetido el principio: «Una letra para cada sonido, y un sonido para cada letra». Aquí surge el problema porque cada hablante tiene su forma de hablar (idiolecto) y cada grupo humano tiene su habla diferente según su localidad (dialecto). El deseo, por más bueno que sea, no siempre se hace realidad; por eso seguimos con problemas que debemos conocerlos y corregirlos para colaborar en la unidad hispánica.

Cito algunos casos donde hay problemas:

Vocales: diptongos crecientes (cuarto, piano) y decrecientes (aire, peine). Los adiptongos o hiatos se marcan con tilde: cafetería, capicúa, oí, país.

Consonantes: las letras c, g tienen dos realizaciones fonéticas cada una.

La letra ce con las vocales a, o, u suena como k (oclusivo palatal sordo): casa, comida, culantro; con e, i es fricativo sibilante: cerca, círculo.

La letra ge con vocales a, o, u es oclusivo velar sonoro: gato, gota, gula; con e, i se pronuncia como la jota (fricativo velar sordo): gente, gitano.

En las pronunciaciones de ce, ci, s, z hay los fenómenos de ceceo y seseo (en Andalucía e Hispanoamérica).

En la pronunciación de las letras ye y elle la mayoría opta por el yeísmo. Los bilingües quechua-español diferencian bien la ye de la elle.

También hay grupos consonánticos en inicio de sílaba: br, bl (bramar, blando), pr, pl (soprano, plano), tr, tl (tráfico, atleta), gr, gl (grato, glacial), cr, cl (cráneo, declinar), fr, fl (franco, flaco). En margen final de sílaba no se realizan.

Dos letras mudas: la consonante h (hambre, huevo) y la vocal u en estos casos: que, quinto.

Nebrija, considerado el primer lingüista y gramático de la lengua castellana, ya tocó los problemas mencionados en el «Vocabulario castellano – latino» (1495, Universidad de Salamanca) y en «Reglas de orthographía en la lengua castellana» (1517, Alcalá de Henares). He tenido acceso a este libro gracias a la edición comentada por Antonio Quilis Morales en 1977, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá.

Acentos

El castellano tiene dos acentos: acento de intensidad y acento de tono. Para marcarlos, cuando es necesario, se recurre a los signos diacríticos.

Acento de intensidad. Las palabras se clasifican por la ubicación del acento: agudas (pared, pasión), grave (pera, césped), esdrújulas (número), sobreesdrújulas (dígamelo). Los sustantivos, pronombres, adjetivos, verbos, adverbios tienen acentos que, según las normas, pueden llevar la tilde o no. La tilde es una rayita oblicua que baja de derecha a izquierda (´).

Los pronombres átonos son: 1. Personales: me, te, se, la, lo, le, nos, os. Relativos: quien, que, cual. 2. Los adjetivos átonos: posesivos: mi, tu, su (antepuestos a los nombres).

Acentos de tono. Se distinguen con signos diacríticos dobles: de apertura y cierre.

De interrogación: ¿…? Ej.: ¿Me comprende?

De exclamación: ¡…! Ej.: ¡Claro que sí!

Por la influencia de la ortografía inglesa algunos no escriben los signos de apertura. La lengua castellana tiene sus normas ortográficas que hay que conocerlas y respetarlas. Cada lengua tiene sus normas.

 

Signos de ritmo: coma, punto, punto y coma, puntos suspensivos.

Signos para aclarar o complementar la información. Son signos dobles (de cierre y apertura): entre paréntesis, comillas.

Para escribir con corrección hay que estudiar las normas de la ortografía de la lengua que se usa. Pero, desgraciadamente, hay documentos oficiales de los ministerios, municipalidades y de otras instituciones (de salud, educación, seguridad, etc.) redactados con muchos errores ortográficos, especialmente de la tilde para marcar el acento de intensidad.

En el uso de la lengua se mide el nivel de conocimiento de ella. El uso con conocimiento de los códigos lingüísticos diferencia al hablante culto del inculto.

El castellano en Perú

¡Ay, Perú! es la exclamación espontánea al ver en muchos lugares palabras que deberían llevar tilde pero que están sin tilde como en estos ejemplos: PERU en las placas de los vehículos. POLICIA, COMISARIA en los vehículos, uniformes y locales policiales. MAXIMA referente a velocidad y altura en las vías de transporte. MONTICULO, AGATAS, OVALO en los nombres de lugares y calles. NUMERO, PORTERIA, SOTANO en la entrada de los edificios y en los estacionamientos. CARNICERIA, CLINICA, LAVANDERIA, LICORERIA, NOTARIA, OPTICA, PERFUMERIA, SASTRERIA, VIDRIERIA en los avisos. CESAR, ALCANTARA, CESPEDES, ROCIO en los nombres, Ni hablar de los anuncios en los mercados donde los avisos y nombres de productos están con errores de letras y tildes.

Y hay palabras que cambian de significado por la tilde: revólver, revolver; público, publico, publicó. Un caos babélico.

Cuando se hace la observación de estos errores y horrores ortográficos, la respuesta del que se cree sabihondo de la lengua es: «Las letras mayúsculas no llevan tilde». Y, cuando se le pregunta: ¿En qué norma de ortografía se basa para decir eso? La respuesta inmediata y tajante del sabihondo-ignorante: «¡Así es!» La ignorancia, realmente, es patológica.

En el estacionamiento de un centro de ventas de una universidad hay avisos con letras minúsculas donde la palabra vehículo aparece sin tilde 2 veces; pero en plural, qué sorpresa, está con tilde. Cuando comenté sobre estos y otros errores ortográficos, uno con uniforme de empleado me respondió con su atrevida y patética sinceridad: «Por las puras huevas habla. ¡Esto es Perú!» Para este ciudadano el Perú no tiene remedio; y hace recordar la pregunta del personaje Zavalita: «¿En qué momento se jodió el Perú?» (Mario Vargas Llosa: «Conversación en la Catedral»).

Los que redactan los documentos oficiales, los que fabrican las placas y los que redactan y pintan los avisos públicos ignoran las normas básicas de la ortografía castellana. Y los que reciben y pagan por estos materiales plagados de errores lingüísticos son otros ignorantes y cómplices; por tanto, no deben echar la culpa sólo a los ignorantes escribientes y técnicos (técnico: palabra esdrújula que lleva tilde sin excepción).

La educación escolarizada en todos los niveles (primaria, secundaria y superior) tiene que enfatizar en el buen uso de la lengua en sus realizaciones oral y escrita para superar las arbitrariedades lingüísticas. Pero, desgraciadamente, los grados de escolarización y los títulos académicos, no garantizan el uso correcto de la lengua. Se puede tener conocimiento de muchos datos; pero, escribir y explicar en forma correcta y sencilla es saber. «[…] hoy en día resulta evidente que el solo conocimiento de la estructura de la lengua no garantiza un desempeño eficaz en las interacciones comunicativas. Los procedimientos que se llevan a cabo en el aula de clase deben centrar su atención pedagógica en los usos lingüísticos y comunicativos con el fin de que los estudiantes desarrollen un saber hacer cosas con las palabras». (Lomas, p. 21, citado por Edilberto Cruz).

Más allá de la ortografía también hay errores gramaticales en el uso de la lengua castellana: concordancia de género y número; conjugación verbal, especialmente de los verbos irregulares que en latín también son irregulares; consecutio temporum

Las redes sociales y los avisos en las vías y en todo lugar demuestran el nivel cultural de los ciudadanos de una localidad, porque la lengua es un factor cultural muy importante. Por esta anarquía o majadería fonémica, ortográfica y gramatical se conoce el nivel lingüístico de los usuarios.

Una propuesta para incentivar la competencia lingüística escrita: en los concursos para los cargos donde la comunicación escrita cumple su función, se debe pedir la redacción sobre un tema sin recurrir a los aparatos electrónicos. Así se podrá seleccionar funcionarios con buen nivel de conocimiento de la lengua. Los que registran las partidas de nacimiento son los que han diversificado los apellidos de los hermanos del mismo padre y madre creando problemas que, para corregirlos, hay que gastar tiempo y dinero porque es un proceso burocrático. Como ejemplos cito los apellidos más comunes con varias versiones de escritura, siendo la primera la correcta: González, Gonsález, Gonsalez, Gonzales; Sánchez, Sanchez, Sanches; Rodríguez, Rodriguez, Rodrigues… El registrador de las partidas ignora el origen del sufijo -ez (hijo de, hija de). Y hasta se justifica autoritario: «En los nombres propios no hay reglas». Para él o ella va este principio latino: Uti non abuti. Quien no asume su error nunca superará su estado de ignorancia.

Pero, Perú no es el único país donde hay estos errores en el uso de la lengua castellana; viajando o leyendo constatamos las faltas. Error de muchos, consuelo de tontos.

 

* Investigador del Instituto de Estudios de Asia y América, Dankook University, Corea del Sur.

 

Referencias

Cruz Espejo, Edilberto. Nuevo elogio a Nebrija. Bogotá: Academia Colombiana de la Lengua, 2009.

Lomas, Carlos. Cómo enseñar a hacer cosas con las palabras. Barcelona: Paidós, 1999.

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GÉNERO GRAMATICAL EN UNA SOCIEDAD MASCULINIZADA

Abraham Gómez R.*

Nuestro idioma, a pesar de sus muchas imprecisiones y aspectos mejorables, sostiene elementos normatizados por tácitos convencionalismos o por uso y aceptación tradicional. Dicho de otra manera, nos hemos venido acostumbrando a pronunciar y vocear las palabras de un modo; y aceptarlo, con plena legitimidad como cuerpo social.

Uno de estos casos es todo cuanto se refiere al Género Gramatical, que no tiene nada que ver con sexismo, genitalidades o ubicaciones conforme a la «diversidad de gustos o tendencias». Eso es otra cosa.

El Género Gramatical atiende a estructuras complejas morfo-sintácticas concordantes, cuya intención persigue darle exquisitez, economía y transparencia al texto-discurso, al orden sintagmático que deben seguir las palabras; por lo que debemos evitar caer en la trampa lingüística (propiamente semiótica) de apelar a las dobles, innecesarias y redundantes consideraciones al momento de mencionar lo masculino y lo femenino.

No hacemos inclusión de lo femenino en la sociedad, ni reivindicamos a la mujer con sólo decir: muchachos y muchachas, ellas y ellos, todas y todos o poniendo arrobas (@) en los escritos para abarcar ambos géneros de una sola vez.

En el castellano-español basta que usted señale únicamente un sustantivo con el cual abarca tanto lo masculino como lo femenino, si tal vocablo varía sólo en las letras (a) (o).

El género masculino es la forma no marcada o inclusiva. Veamos. Si digo «los alumnos de esta clase», estoy involucrando a alumnos tanto del sexo masculino y como del femenino. Sin embargo, el género gramatical femenino si es la forma marcada y por tanto resulta exclusiva o excluyente. Si digo «las alumnas de esta clase», no están incorporados además los de sexo masculino, sino solamente las mujeres.

Por ejemplo: si dice diputados y niños (allí están contenidas también las diputadas y las niñas); pero si dice hombres debe mencionar mujeres; si refiere en su acto de habla a los caballeros, también debe nombrar a las damas.

Muchas veces por dárnosla de falsos feministas citamos: participantes y participantas, concejales y concejalas, alférez y alfereza, oficinistas y oficinistos, camaradas y camarados, asistentes y asistentas; y por esa ruta distorsionada y ridícula se termina por ofender o poner en entredicho el verdadero valor de las mujeres en nuestra sociedad.

Las mujeres requieren de nosotros ―hoy tanto como ayer― una nueva mirada sociohistórica.

Se ha vuelto indetenible la presencia de la mujer en las más disímiles disciplinas y áreas de conocimientos.

Las mujeres han venido asumiendo elogiosas responsabilidades, tal vez lentamente, pero con fundamentación y sostenibilidad.

En bastantes partes del mundo se ha venido adelantando una especie de «excavación en la historia. Un asunto casi de arqueología social» con el fin de encontrar mujeres, de extraer sus palabras y sus obras. Para que ellas digan, en la contemporaneidad, lo que intentaron decir y no pudieron. Para que sus voces sean escuchadas.

Para hacer presentables sus obras, para rescatarlas de las olvidadas fosas del tiempo.

Es un trabajo apasionante que nos hemos propuesto.

Lo hemos ejercido desde todos los ámbitos posibles. Es una auténtica y palpitante genealogía solidaria, impregnada de razón y emoción.

Ciertamente, todavía hay odiosos resabios de androcentrismo en algunas sociedades; enarboladas en culturas que creen aún que en torno a lo masculino deben determinarse todas las cosas. Tamaño error e injusticia.

Digamos también que ―al momento de escribir sobre las mujeres― muchos intelectuales emplean suficientes estrategias de mitigación discursiva que persiguen minimizar el contenido de los enunciados cuando los temas se centran en el género femenino. No realzan lo que deben resaltar cuando hablan de los logros de las mujeres.

Es verdad que cuando una sociedad se encuentra masculinizada, entonces hace usos excesivos de atenuantes con las palabras y se excede en el empleo de los diminutivos o modificadores, como instrumentos lingüísticos, que busca darle opacidad a las realidades de las mujeres.

No sentenciemos como perversa a una construcción gramatical porque no use el falso desdoblamiento sexista, por cuanto el desdoblamiento sexista es un ardid timador.

Tampoco le pidamos a las construcciones gramaticales que reivindiquen lo que algunas sociedades, enteramente masculinizadas, excluyen en los actos de habla, en la vida diaria y en los desenvolvimientos práxicos. Sociedades que marginan a las mujeres y luego quieren reivindicarlas con hipócritas desdoblamientos gramaticales.

Preguntémonos. ¿Acaso se siente la mujer excluida, discriminada al no verse visualizada (tomada en cuenta) en cada expresión lingüística relativa a ella?

Podemos aligerar, una y otra vez, las mismas y decididas respuestas a la anterior pregunta. Los abusos en los desdoblamientos referidos al género gramatical son artificiosos e innecesarios.

La exclusión que se les hace a las mujeres en algunas sociedades enteramente masculinizadas no se cura con arrobas.

La Real Academia Española no aprueba el uso del símbolo arroba para referirse a la forma femenina y masculina de algunas palabras como, por ejemplo, tod@s, hij@s, chic@s, con el fin de evitar un uso sexista del lenguaje o ahorrar tiempo en la escritura de palabras.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, abrahamgom@gmail.com