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REBROTE DE INCURABLES ENFERMEDADES DE TRANSMISIÓN TEXTUAL

Abraham Gómez R.*

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Aunque la sociedad se encuentre masculinizada, las mujeres requieren de nosotros —hoy tanto como ayer— una nueva mirada sociohistórica; por cuanto, reconocemos que se ha vuelto indetenible la presencia de la mujer en las más disímiles disciplinas profesionales y áreas de conocimientos. La mujer vive en constante y maravillosa superación.

Las mujeres han venido asumiendo elogiosas responsabilidades, tal vez “lentamente”, pero con fundamentación y sostenibilidad.

Este es el siglo de las mujeres, no caben dudas. Es su tiempo de triunfos.

En bastantes partes del mundo se ha venido adelantando una especie de “excavación en la historia”; un asunto casi de “arqueología social” con el fin de hacer los hallazgos del legado inmarcesible de las mujeres, de extraer sus palabras y sus obras. Para que ellas digan, en la contemporaneidad, lo que intentaron decir y no pudieron; para que sus voces sean escuchadas. Proceso de justa reivindicación para ellas.

Sin embargo, aprovecho de invitarlos para que prestemos atención a lo siguiente: cuando estudiamos el Género Gramatical nos conseguimos que atiende a estructuras complejas morfo-sintácticas concordantes; es decir, propiedad de los sustantivos y de ciertos pronombres, por cuyas especificidades se hace posible clasificarlos en masculinos, femeninos y en neutros; este último, en caso muy concreto en algunas lenguas.

Oportuna advertencia. El Género Gramatical no tiene nada que ver con sexismo, ni con genitalidades o ubicaciones por “diversidad de gustos» de cada quien. Eso es otra cosa.

¿Qué se busca con tal esquema o criterio de ordenación del buen uso del Género Gramatical? Digámoslo directamente, que haya exquisitez, economía y transparencia en el vocablo utilizado, en la frase construida y en el texto o discurso. Elegancia en los actos de habla y en toda la comunicación.

Si admitimos que a través del Género Gramatical nos guiamos para el orden sintagmático que deben seguir las palabras, evitemos caer en la trampa de las dobles consideraciones al momento de mencionar lo masculino y lo femenino. Eso es innecesario y redundante.

Nuestra Real Academia Española ha fijado posición determinante al respecto.

Tenga en cuenta que por muy buenas intenciones que usted abrigue o quiera dársela de “moderno, fino o actual” no hace inclusión de lo femenino en la sociedad, ni reivindica a la mujer con decir: muchachos y muchachas, ellas y ellos, estudiantes y estudiantas, todas y todos o poniendo arrobas (@) en los escritos para abarcar ambos géneros de una sola vez. Esa doble mención del género resulta un insoportable galimatías.

En el castellano-español basta únicamente el sustantivo con el cual usted mencione tanto lo masculino como lo femenino, si tal sustantivo varía sólo en las letras (a) y (o).

Por ejemplo: si dice diputados y niños (allí están contenidas también las diputadas y las niñas); pero si dice hombres debe mencionar mujeres; si expresa caballeros, también debe mencionar damas; porque, en estos últimos casos, las palabras hombres y mujeres, caballero y dama varían mucho más que la letra terminal (a) y (o).

Bastantes veces por pretender enarbolar falsos feminismos se cometen tamañas barrabasadas. Así también, alguna gente —por querer aparentar ser incluyente,  abarcativo o populista con sus palabras— pronuncia la desfachatez siguiente: participantes y participantas, concejales y concejalas, alférez y alfereza, oficinistas y oficinistos, periodista y periodisto, títulos y títulas (como dijo, recientemente, un ministro) camaradas y camarados, asistentes y asistentas;  y por esa ruta distorsionada y ridícula se termina por ofender o poner en entredicho el verdadero valor de las mujeres en nuestra sociedad.

Hay que respetar las normas establecidas en la lengua que poseemos para expresarnos.

Nuestro idioma, no obstante, sus muchas imprecisiones y aspectos mejorables, sostiene elementos que han sido sometidos a reglas; que son aceptados por tácitos convencionalismos o por uso rutinario y tradición.

Si cada quien va a hablar como mejor le plazca, imagínese en qué va a parar el asunto; además, eso parece que se contagia como una “rara enfermedad”.

La lengua es una entidad social, y ha adquirido —de modo implícito— sus propias normas y desenvolvimientos.

Entonces, la persona escoge si quiere escribir o hablar al garete. El hablante decide en su libre albedrío cómo quiere conducirse lingüísticamente.

Su comportamiento debe atenerse, entonces, a las críticas y demás consecuencias.

Es su propia determinación expresiva, para bien o para mal, lo que le proporcionará identificación y personalidad en la sociedad.

Cada vez se hace más protuberante e insoportable escuchar a quienes se suponen deben conducir los destinos de la Nación —con sentido pedagógico— pronunciar vocablos con trasnocho y antojo, como se les ocurre y viene en ganas.

Tal práctica deleznable se ha ido propagando (y contaminando) entre los intersticios de algunos sectores políticos.

Todavía resuena aquella hermosa expresión de Heidegger “La lengua es la morada del ser”; con la cual nos ha querido señalar, desde siempre, que la base sustantiva de lo que eres reside en el uso que hagas de la lengua, hablada o escrita.

Cada ser humano define su esencia de lo que es a partir de la constelación del vocabulario que defina y sea capaz de desarrollar, de comunicar: lenguaje escrito, gestual, oral, de los cuales dependen las dimensiones educativas, artísticas, científicas, económicas, filosóficas, deportivas, entre muchas otras.

La lengua aloja a nuestro Ser, porque todo lo que comunicamos reside en nuestros pensamientos. Si lo hemos pensado y estudiado bien, lo diremos bien.

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.

 

LA EXCLUSIÓN A LA MUJER NO SE CURA CON ARROBAS

Abraham Gómez*

Imagen de Free-Photos en Pixabay 

Se ha vuelto indetenible la presencia de la mujer en las más disímiles disciplinas y áreas de conocimientos.

Las mujeres han venido asumiendo elogiosas responsabilidades, con fundamentación y sostenibilidad. Ellas cultivan la superación con sus propios méritos.

En bastantes partes del mundo se adelanta una especie de “excavación en la historia”, un asunto casi de “arqueología social” con el fin de encontrar mujeres valiosas, de extraer sus palabras y sus obras. Para que ellas digan, en la contemporaneidad, lo que intentaron decir y no pudieron. Para que sus voces sean escuchadas, ahora y para siempre. Para hacer presentables sus obras, para rescatarlas de las olvidadas fosas del tiempo.

Es un trabajo apasionante, que nos propusimos hace muchos años. Lo hemos ejercido desde todos los ámbitos posibles. Es una auténtica y palpitante genealogía solidaria, impregnada de razón y emoción.

¿Qué nos hemos conseguido, a lo largo de todo ese trayecto? Que, ciertamente, todavía hay odiosos resabios de androcentrismo en las sociedades; que   creen y presuponen que en torno a lo masculino deben determinarse todas las cosas.

Digamos también que, al momento de escribir sobre el hermoso e interesante trabajo de las mujeres, muchos intelectuales emplean suficientes estrategias de atenuación discursiva que persiguen minimizar el contenido de sus obras, cuando los temas se refieran al género femenino. Son intelectuales deshonestos, cobardes e hipócritas.

Es verdad que cuando una sociedad se encuentra masculinizada, entonces hace usos excesivos de los diminutivos —como instrumentos lingüísticos—, para darle opacidad a las realidades de las mujeres.

Prestemos mucha atención a lo siguiente: el género gramatical atiende a estructuras complejas morfo-sintácticas concordantes, cuya intención persigue darle exquisitez, economía y transparencia al texto-discurso; así como también, al orden sintagmático que deben seguir las palabras; por lo que debemos evitar caer en la trampa de apelar a las dobles, innecesarias y redundantes consideraciones al momento de mencionar lo masculino y lo femenino.

No hacemos inclusión de lo femenino en la sociedad, ni reivindicamos a la mujer con sólo decir: muchachas y muchachos, ellas y ellos, todas y todos o poniendo arrobas (@) en los escritos para abarcar ambos géneros de una sola vez.

El símbolo arroba no tiene un origen determinado; sin embargo, se cree que este término deriva del árabe ar-rub, que significa cuarta parte; ya que, aproximadamente, durante el siglo XVI se empleaba como medida de peso y volumen de la mercancía tanto sólida como líquida. Cuatro arrobas formaban una unidad mayor conocida como quintal.

La Real Academia Española no aprueba el uso del símbolo arroba para referirse a la forma femenina y masculina de algunas palabras como, por ejemplo, tod@s, hij@s, chic@s, con el fin de evitar un uso sexista del lenguaje o ahorrar tiempo en la escritura de palabras.

En el castellano-español basta que usted señale únicamente un sustantivo con el cual abarcará tanto lo masculino como lo femenino, si tal vocablo varía, en su flexión de género, sólo en las letras (a) (o).

Por ejemplo: si dice diputados y niños (allí están contenidas también las diputadas y las niñas); pero si dice hombres debe mencionar mujeres; si expresa caballeros, también debe mencionar damas.

Muchas veces por pretender izar falsos feminismos del tipo: participantes y participantas, concejales y concejalas, alférez y alfereza, oficinistas y oficinistos, camaradas y camarados, asistentes y asistentas, y por esa ruta distorsionada y ridícula se termina por ofender o poner en entredicho el verdadero valor de las mujeres en nuestra sociedad.

Menos con la grafía de @, cuya   intención busca abarcar ambos géneros. Sepa que la @ carece de fonética distintiva; entonces al pronunciarla surge la obligación de caer en el desdoblamiento de lo femenino y masculino. Por ejemplo, si alguien, por dársela de inclusivo, tuviera el atrevimiento de escribir l@s periodist@s, no tendrá otro imbécil resultado que, al mencionar a tales profesionales, deba decir: las periodistas y los periodistos. Tamaña e inaceptable ridiculez.

Una solución que, por intentar fomentar la economía del lenguaje —decir más con menos palabras— da lugar a todo lo contrario.

La arroba es un símbolo, no un signo lingüístico.

En esta compleja situación, hemos escuchado, en encendidos discursos a los “falsos inclusivistas”, exponer a manera de justificación: “nuestros alegatos van en favor de la igualdad, la visibilidad y el lenguaje inclusivo”.

Lo que debe quedar claro es que no debemos pedirles a las construcciones gramaticales que reivindiquen lo que muchas sociedades, enteramente masculinizadas, excluyen en los actos de habla, en la vida diaria, con las simbologías y en los desenvolvimientos prácticos cotidianos,

¿Acaso se siente la mujer excluida o discriminada al no ver referido su género a través de una arroba, que suponen los proponentes que la visualiza y la reivindica socio históricamente?

Podemos expresar, una y otra vez, las mismas y decididas respuestas a la anterior pregunta: los abusos en los desdoblamientos referidos al género gramatical son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Correo electrónico: abrahamgom@gmail.com