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UNA NACIÓN POSIBLE

Santiago González*

Facundo Manes propone un plan de amplio consenso para no desperdiciar nuevamente una coyuntura internacional favorable.

En el curso de una entrevista que concedió la semana pasada, el aspirante presidencial por el radicalismo Facundo Manes dijo varias cosas interesantes, por lo menos más interesantes que las que suelen ofrecer otros personajes con sus mismas pretensiones. Dijo en primer lugar que a la Argentina le espera una década excepcionalmente favorable en términos de contexto económico internacional; que la Argentina ya atravesó en el pasado por esas coyunturas —a fines del siglo XIX, en la posguerra, y a comienzos del siglo XXI— y por distintas razones las desaprovechó todas; y que si esta vez se prepara de manera inteligente para sacarle partido, la oportunidad que se anuncia podría lanzarla definitivamente por el camino de crecimiento y desarrollo que su condiciones naturales y humanas le auguran desde hace mucho.

Manes dijo en segundo lugar que la confección y conducción de un plan capaz de aprovechar esa coyuntura mundial favorable es tarea que excede a cualquier parcialidad política, y dio a entender que excede incluso a la política en su conjunto para extenderse también a otros ámbitos económica, social y culturalmente relevantes. Advirtió por último que ninguna facción política triunfante que haya centrado su campaña en su capacidad potencial para cerrarle el acceso al poder a la otra estará en condiciones de promover entendimientos de esa envergadura porque de inmediato e inevitablemente tendría a medio país en contra.

Pensemos un poco sobre lo que dice Manes. Su percepción de la coyuntura internacional que se nos presenta es en general compartida por otros observadores, y su propuesta tiene la virtud de mirar hacia adelante, de hablar del futuro en unas vísperas electorales en las que sólo se escuchan las letanías del “ah, pero Macri / ah, pero Cristina”, versión contemporánea del clásico “ah, pero el peronismo / ah, pero la oligarquía”, que nos acompaña monocorde desde mediados del siglo pasado mientras todo se desmorona a nuestro alrededor.

Cada una de las dos facciones mayoritarias que nos dividen trata de convencer a la ciudadanía de que con sólo hacer lo opuesto de lo que hace o propone la otra, o, mejor aún, eliminando a la otra, los problemas de la Argentina se disiparían como por encanto. Exactamente lo contrario de lo que sugiere Manes sobre la necesidad de aunar voluntades más allá de los límites partidarios, e incluso, diría yo, más allá de los límites de la política. Preferentemente fuera de los límites de la política, agregaría, aunque nuestro ordenamiento jurídico nos obliga a pasar por las horcas caudinas de la política para dirimir la cuestión del poder.

Respecto de la intermediación de la política no parece haber alternativa. Un plan como el que imagina Manes sólo se puede poner en marcha desde el poder. Dado que no hay en el país ningún poder lo suficientemente poderoso como para imponerse y lograr acatamiento, aun a disgusto, ese poder debe surgir desde la política: encontrar en el diálogo su instrumento, plasmar en un plan sus acuerdos, y, para obtener un máximo de compromiso respecto de sus requisitos y obligaciones, someter ese programa a un referendo popular. Esto lo digo yo, no lo dice Manes. O a este país lo damos vuelta entre todos, y nos comprometemos a hacerlo, o no lo hace nadie, y entonces mejor apagar la luz, cerrar la puerta e irse.

Desde el restablecimiento del sistema democrático, las facciones mayoritarias, las que han dado al país sus gobiernos, se ha limitado a aprovechar su circunstancial acceso al poder para el enriquecimiento personal de sus miembros a todo nivel (desde el legislador o el intendente que no puede explicar su evolución patrimonial hasta el muchacho que pega carteles y consigue ubicación en algún rincón del Estado) y a emplear su manejo del poder coercitivo del Estado en favor de quienes financiaron sus campañas o de amigos en condiciones de retribuir esas atenciones con discreta generosidad (desde la licitación amañada hasta la reglamentación que invoca el bien común para inclinar la balanza en favor de Pedro y en perjuicio de Juan). Un ejercicio del patrimonialismo tal como lo describió en La Prensa este fin de semana el profesor Carlos Hoevel.

En ningún caso la política se ha ocupado hasta ahora de diseñar un proyecto estratégico para el desarrollo y el crecimiento material y humano del país, y de someterlo al escrutinio de propios y ajenos. A lo sumo acomodó el destino nacional a programas diseñados por otros, deseosos de configurar el mundo en función de sus propios intereses. Fue lo que hizo Raúl Alfonsín respecto de la socialdemocracia europea; fue lo que hizo Carlos Menem respecto del llamado consenso de Washington. Fernando de la Rúa trató de armonizar los desastres recibidos de sus predecesores, y sólo logró multiplicarlos. Desde la crisis del 2001, ningún gobierno hizo más que agudizar el ingenio para seguir succionando a un país exhausto, y plegarse dócilmente a la agenda globalista, enemiga de cualquier proyecto nacional.

La oferta electoral disponible no indica que eso vaya a cambiar. Los principales candidatos de Cambiemos apenas representan caminos diferentes en la dirección de la Agenda 2030, el nombre y la fecha que los globalistas dieron a su programa dirigido a borrar las soberanías nacionales y las libertades personales. El kirchnerismo siempre impulsó esa agenda como propia y nada dice que esté dispuesto a resignar esas convicciones. El disruptivo candidato libertario, por su parte, promete sujetar la Argentina a un corset ideológico contrario a la idea de nación, ejercicio que si fuera practicable dejaría al país a punto de caramelo para ser devorado por los globalistas. En suma, la oferta electoral no ofrece escapatoria para la consigna globalista “no tendrás nada y serás feliz”, de la cual sólo la primera parte es segura.

Si quienes aspiran a dirigir la nación no la sienten como propia, ni conectan en modo alguno con sus votantes, no sorprende que ninguno haya dado hasta ahora mayores precisiones sobre dos cuestiones clave e íntimamente relacionadas: primero, cómo ven el mundo que se avecina y cómo piensan insertar a la Argentina en ese mundo, y segundo, cómo piensan sacar al país de sus aprietos económicos. Sobre ambas cosas no se han escuchado más que vaguedades y simplezas, como si ésas no fueran cosas para ventilar en público. En consecuencia, tampoco sorprende que la oferta electoral no haya enamorado, no haya suscitado adhesiones, ni siquiera con el recurso elemental de azuzar el encono contra “los otros”. El pueblo de la nación no reconoce a los candidatos como propios. El desaliento y la desesperanza que registran invariablemente los encuestadores reflejan esa frustración, y alienta las peores suspicacias. El electorado tiene aún viva la herida de la burla menemista: “si les decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie.”

En este contexto, como dije al comienzo, lo que Manes sugiere constituye toda una novedad. Su punto de partida es puramente pragmático, libre de ideologías y apuntado hacia el futuro: se nos presenta una coyuntura internacional desusadamente favorable, y sólo necesitamos ponernos de acuerdo sobre cómo aprovecharla no para despilfarrarla de inmediato, según nuestra tradición, sino para solventar un programa de largo plazo. Para Manes, aprovechar la coyuntura es aplicar el previsible excedente de ingresos para modernizar integralmente la estructura productiva argentina y hacerla menos dependiente de la exportación de materias primas. Si empeñamos nuestro esfuerzo tras ese acuerdo, cree Manes, podríamos revertir el largo proceso de decadencia que arrastramos desde hace décadas.

La discusión de esos entendimientos, creo yo, debería ser amplia y pública, de manera que los involucrados en cada caso puedan saber cómo se verán afectados sus intereses, y los que no lo están puedan comprender claramente qué es lo que se propones y a qué se comprometen los diversos actores. Como todos tendrán que resignar algo a cambio de un rédito futuro, como todos tendrán que ceder algo para no perjudicar a otro, los compromisos deberían ser lo bastante diáfanos como para que cada uno sepa a ciencia cierta que no se está sacrificando en vano ni se lo somete a engaño.

La idea de un plan de crecimiento y desarrollo con amplio consenso político y social resulta atractiva también por su efecto de cascada sobre las responsabilidades del Estado: se convierte de inmediato y sin demasiado esfuerzo en ordenador de la educación, la salud, la defensa, las políticas demográficas, la seguridad interna, la planificación y ejecución de la infraestructura, la justicia y el resto. Todo podría acomodarse en función de un propósito común, en términos prácticos, objetivos y mensurables, y quedar a resguardo al menos por un tiempo tanto de los aventureros ideológicos como de los corruptos codiciosos que vienen atrofiando, saqueando y vaciando el Estado desde el último cuarto del siglo pasado.

No sé cómo Manes piensa llevar adelante lo que sugiere, ni qué grado de receptividad puede haber para su propuesta, no sólo en Cambiemos sino en la clase política y la dirigencia social, y entre la ciudadanía rasa. No es raro que, a diferencia de sus colegas, Manes haya hablado de nación. Un proyecto semejante necesita del affectio societatis del que hablaban los romanos, de la amistad social a la que se refería Jean Lacroix citando a Malebranche, de la conciencia nacional en la que siempre insistieron nuestros mejores pensadores.

Si no comprendemos que antes que radicales, peronistas, liberales, empresarios, gremialistas, docentes, zapateros, pianistas, cuyanos, patagónicos, ranqueles o jubilados somos argentinos, si no nos reconocemos como tales, y estamos dispuestos a echarnos una mano, de buena fe, con el simple y sencillo propósito de vivir mejor, ser felices y desarrollar nuestras capacidades, un plan como el que imagina Manes no es viable, una nación como la que soñaron nuestros patricios no es posible.

 

* Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se inició en la actividad periodística en el diario La Prensa de la capital argentina. Fue redactor de la agencia noticiosa italiana ANSA y de la agencia internacional Reuters, para la que sirvió como corresponsal-editor en México y América central, y posteriormente como director de todos sus servicios en castellano. También dirigió la agencia de noticias argentina DyN, y la sección de información internacional del diario Perfil en su primera época. Contribuyó a la creación y fue secretario de redacción en Atlanta del sitio de noticias CNNenEspañol.com, editorialmente independiente de la señal de televisión del mismo nombre.

 

Artículo publicado el 12/04/2023 en Gaucho Malo, El sitio de Santiago González, https://gauchomalo.com.ar/

 

 

LAS GRANDES ENCRUCIJADAS BRASILERAS (2)

Jonuel Gonçalves*

El presidente Jair Bolsonaro, a lo largo de su carrera política, ya ha cambiado de partido en ocho ocasiones, sin que ello implique inconsistencia, aunque sea una simple veleta o un caso único. De hecho, estos partidos son prácticamente todos iguales, e incluso se puede plantear la cuestión de si son partidos o meras leyendas. Hay una diferencia que no aparece en la legislación pero que se nota en la práctica. Existen varias definiciones de “partido político”, ninguna de ellas se aplica a las fachadas electorales de personas cuyas afinidades se limitan a garantizar un requisito de candidatura y, sobre todo, minutos en televisión.

La mayoría de los aproximadamente tres decenas de “partidos” brasileros se encuentran en esta situación, provocando un constante nomadismo de personalidades y fomentando alianzas que nada tienen que ver con principios o programas. Es solo para agregar votos.

Haber llamado ayer a alguien explotador del pueblo, mal carácter o ladrón no nos impide hoy hacer una alianza con él. Este es un comportamiento generalizado en Brasil y en casi en todo el mundo, que genera una profunda desconfianza social y genera una abstención desenfrenada o, en casos de votación obligatoria, como en Brasil, “votación al azar” o excusas para no votar.

La dimensión del fenómeno “leyenda” da mucha visibilidad a este tipo de políticas aquí.

Los partidos políticos en Brasil son pocos. A la izquierda, PT y PSOL son parte de estas rarezas, que también existen a la derecha con el proyecto União Brasil (fusión casi lista de demócratas y PSL) o como los evangélicos Republicanos.

En la centroizquierda, el PSB y el PDT tienen dirigentes preocupados por mantener un perfil de partido, no siempre seguidos por figuras egocéntricas, además de ser dos formaciones políticas tan cercanas en sus discursos que cuesta encontrar razones para que sean dos. Parece derivar únicamente de haber sido fundada por dos líderes políticos históricos ya fallecidos: Miguel Arraes y Leonel Brizola.

El PSDB (https://www.publico.pt/2021/11/28/mundo/noticia/joao-doria-escerto-candidato-presidencial-psdb-1986710) ha sido un partido político, inicialmente centrista, más recientemente centro-derecha y, más recientemente aún, escenario de enfrentamientos entre proyectos individuales y frecuentes zigzags, crea un look cercano de las simples leyendas. Es una trayectoria ya consolidada por el MDB, donde cada ala interna (o grupo de intereses) puede seguir fuertes caminos antagónicos o candidaturas decididas en términos de caciquismo.

Como el MDB, el Partido Progressista (PP) tiene sus orígenes en la dictadura posterior a 1964, con la diferencia de que el MDB estaba en la oposición y el PP actual es, en gran medida, heredero de Arena, entonces el partido de gobierno. Tiene un menor abanico de estrategias internas, entre derecha y centro derecha pero, como su ex adversario, prioriza la búsqueda de participación en todos los gobiernos. Exitoso, estuvo presente en todos desde la fundación y fue acusado —el partido y algunos de sus responsables— de escándalos vinculados a Petrobras.

Es un contexto cercano al Partido Liberal (PL), que acaba de recibir al presidente Jair Bolsonaro (https://www.publico.pt/2021/11/30/mundo/noticia/bolsonaro-filiouse-partido-liberal-fracassar-lancamento-partido-proprio-1986972). También participó en diferentes gobiernos y su actual líder fue encarcelado por involucrarse en el “mensalão” (https://www.publico.pt/2005/07/31/jornal/o-que-eo-caso-mensalao-32762), convirtiéndose en un ejemplo importante de las relaciones dentro de la élite política brasileña: no es incompatible haber tenido funciones importantes en los gobiernos del PT, haber sufrido condena por corrupción y ser el actual partido del presidente.

Las migraciones o vaivenes político-partidistas son otro rasgo que no impide una carrera política destacada y con niveles de popularidad relevantes. Este es el caso de Ciro Gomes, candidato presidencial por el PDT, con siete cambios de partido, Eduardo Paes, actual alcalde de Río de Janeiro, con ocho y los evangélicos agrupados en Republicanos que dieron apoyo decisivo a Lula, Dilma, Temer y Bolsonaro. Muchos de estos cambios ni siquiera fueron notados por la opinión pública, cuya mayoría vota mucho más por la personalidad que por el partido.

Así es como Lula y Bolsonaro son más populares que el PT y el PL, que el PSDB nunca volvió a encontrar un líder de la dimensión de Fernando Henrique Cardoso y que el peso histórico de Brizola y Arraes todavía se siente hoy. Por otro lado, existen importantes proyecciones políticas de personalidades provenientes de otras áreas. Así, el ex juez Sérgio Moro pasó rápidamente de la Operación Lava Jato a ministro y candidato presidencial (https://www.publico.pt/2021/12/03/mundo/noticia/moro-devera-passar-bolsonaro-intencoes-voto-hasta-fevereiro-lideres-partidos-folha-spaulo-1987367), mientras que el alcalde de Belo Horizonte (MG), Alexandre Kalil, debe su fácil victoria electoral a haber sido presidente del Atlético Mineiro.

Pero aún quedan otros dos detalles capitales: primero, los grandes líderes de los partidos o leyendas son hombres blancos, con una excepción, Marina da Silva, cuyo impacto actual es una incógnita. Ni siquiera el aumento de alcaldes de otros grupos raciales se debió a iniciativas partidistas. Fue consecuencia de nuevas reglas de la justicia electoral. En segundo lugar, Lula y Bolsonaro poseen máquinas de guerra de narrativas de las más poderosas del mundo.

En 2022, el año 200 de la independencia, Brasil completará una década marcada por cuatro traumas y muchos enojos: una secuencia de escándalos de corrupción, mala gestión pública, más pobreza y amenazas a la democracia. Las elecciones del próximo año y las maniobras preparatorias señalan hoy dos escenarios. La probable persistencia de lo emocional como criterio fundamental para las elecciones políticas, incita a partidos, leyendas y candidatos a optar por meras técnicas de mero marketing en lugar de proyectos de recuperación nacional. Por otro lado, los efectos políticos de esta década perdida pueden servir de advertencia, incluso a los provocadores del trauma, reduciendo en gran medida la corrupción, los intentos autoritarios y la mala gestión pública.

* Investigador asociado del NEA/UFF (Rio de Janeiro) e Investigador del ISCTE/IUL. Reside en Niterói (Rio de Janeiro). 

Artículo publicado el 11/12/2021 en Público PT (Portugal), https://www.publico.pt/2021/12/11/mundo/analise/encruzilhadas-brasileiras-2-1987774. Traducido con autorización del autor por el Equipo de la SAEEG.

LAS GRANDES ENCRUCIJADAS BRASILERAS

Jonuel Gonçalves*

Imagen de JoeBamz en Pixabay 

En un país donde la superficie y la población tienen dimensiones continentales, las encrucijadas son inevitables, especialmente si trazaron una ruta histórica modelada por mentiras, al menos desde 1500.

Decir que Brasil fue “descubierto” ese año no se corresponde con la realidad, pues incluso en la zona de Porto Seguro ya había muchas personas, descendientes de los verdaderos descubridores, en condiciones adversas que implican siglos, con travesías por Siberia, el estrecho de Bering y la actual América de norte sur. Pero eso no significa que el año deje de ser crucial. Es el punto de partida de las encrucijadas.

Por ejemplo, las encrucijadas de las sabanas, grandes matorrales, bosques, blancos de la deforestación criminal, dispuestos a devastar el patrimonio ambiental brasilero para enriquecerse de cualquier forma. Y este crimen viene de lejos. ¿Dónde está el Palo Brasil que dio nombre al país? Desapareció antes de que Brasil fuera brasilero.

Otro ejemplo está en las encrucijadas de las colinas suburbanas donde viven al menos doce millones de personas, sin contar un número quizás mayor de habitantes de barrios marginales, un componente demográfico constante e inseparable del propio perfil del país durante más de un siglo. Han pasado gobiernos de todo tipo —monarquía, repúblicas conservadoras o liberales, populistas, dictaduras, socialdemócratas, socialistas verdaderos o falsos, falsos o verdaderos desarrollistas— pero la favela se ha convertido en una institución hasta el punto de que todavía hay quienes la consideran como un mero elemento del paisaje.

Naturalmente, aparecen encrucijadas sociales, es decir, las monumentales desigualdades provocadas por quienes quisieron (y muchas veces lograron) enriquecerse de todos modos. Esto produjo aberraciones como la existencia de racismo a gran escala en el país mestizo más grande del mundo. En este punto, ningún tipo de gobierno produjo cambios a la altura del problema. Pasaron y miraron.

Otro dato social clave es el desempleo, que ha aumentado desde 2012 y persiste hasta el día de hoy. Unos catorce millones de desempleados, un número equivalente de empleados precarios o salarios muy bajos, la gran plaga que impide a Brasil construir un mercado interno a la altura de su dimensión.

La suma de tantas encrucijadas aquí se llama política y sus grandes exponentes —sin excepción— forman una élite en la que, una vez más, es frecuente la búsqueda del enriquecimiento de cualquier forma.

¿Sorprende a alguien que, por momentos o ciclos, a la sociedad le resulte difícil distinguir entre los grandes exponentes de la política?

Después de la elección de Jair Bolsonaro en 2018, la tradición autoritaria brasileña cobró énfasis nuevamente. Es cierto en Brasil y en todos los países del mundo. Todos tienen la mayoría de sus historias marcadas por el absolutismo, el despotismo, el totalitarismo. Varios incluso llevaron a cabo estas brutalidades a través de las fronteras, a grandes o cortas distancias.

El problema que surge ahora es cómo convertir los logros democráticos de los últimos años en una norma de convivencia política, en una época de auge de propuestas populistas marcadas por caudillos de distintas tonalidades.

En Brasil, las instituciones legislativas y judiciales federales, algunos gobiernos estatales y muchos municipios han mostrado buenos signos de resistencia a las intenciones autoritarias, gracias a lo cual el país no es menos democrático que hace cinco o diez años.

La pandemia, a su vez, reveló un hecho que quizás sea único en el mundo. Autoridades locales, medios de comunicación, movimientos sociales y millones de sentimientos individuales impusieron la política de combate al COVID, a pesar de actitudes y comportamientos muy adversos por parte del gobierno federal.

Los resultados de esta acción provenientes de los escalones intermedios, o incluso inferiores, son notables hasta ahora.

Estos son algunos de los factores involucrados en la campaña preelectoral brasileña.

A finales de mes, el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) eligió al gobernador de São Paulo, João Dória (https://www.publico.pt/2021/11/28/mundo/noticia/joao-doria-escolhido-candidato-presidencial-psdb-1986710), como candidato presidencial. Dos exministros de Bolsonaro son candidatos en su contra en esta etapa de la contienda: Sérgio Moro y Henrique Mandetta, los tres ubicados en el carril derecho de la “tercera vía”, cuyo carril izquierdo lo ocupa Ciro Gomes, del Partido Laborista Democrático. (Partido Democrático Trabalhista, PDT).

Las precandidaturas del siempre presente y superdividido MDB, además del PSD y de Ciudadanía, son piezas en algún punto del tablero y es aquí donde surge la cuestión del Partido Socialista Brasilero (Partido Socialista Brasileiro, PSB). Tras atraer a dos estrellas de la izquierda —el gobernador de Maranhão, Flávio Dino, del PC do B, y el diputado Marcelo FreiXo, del PSOL— pudo recibir de centro derecha al exgobernador de São Paulo (PSDB), Geraldo. Alckmin, a quien el PSB propondría como vicepresidente de Lula contra el apoyo del PT a las candidaturas socialistas en ciertos estados (incluidos los estados de Río de Janeiro y São Paulo). La eventual transferencia de Alckmin del PSDB al PSB podría arrastrar a más personas tras él y transformar al PSDB en un pequeño partido o formación tan fragmentada como el MDB.

Durante este mismo período, Lula realizó un exitoso viaje a Europa, donde obtuvo el apoyo de Emmanuel Macron, con obvias repercusiones en el centrismo brasileño. Al final del viaje, sin embargo, hizo declaraciones al menos ambiguas sobre dos dictaduras centroamericanas, una posición muy peligrosa, especialmente cuando la campaña tiene como objetivo la defensa de la democracia.

El Presidente Jair Bolsonaro adhiere al Partido Liberal (https://www.publico.pt/2021/11/30/mundo/noticia/bolsonaro-filiouse-partido-liberalfracassar-lancamento-partido-proprio-1986972) (PL) con el proyecto de reunir lo más posible el bolsonarismo y ampliar las alianzas con sectores del Centro. Por ahora, él y Lula son los únicos dos candidatos confirmados en la práctica, los demás parecen servir como instrumentos de negociación.

La entrada en el último mes del año se realiza a través de todas estas (y algunas más) encrucijadas. Brasil está acostumbrado, hasta ahora nunca lo ha hecho bien, pero no deja de intentarlo. “¿Y ahora José?”, Preguntó el poeta. En el plazo inmediato, parece que va a continuar con el juego de ping-pong Lula-Bolsonaro, a menos que aparezca un fuerte outsider con un juego creativo y amplíe la competencia.

* Investigador asociado del NEA/UFF (Rio de Janeiro) e Investigador del ISCTE/IUL. Reside en Niterói (Rio de Janeiro). 

Artículo publicado el 02/12/2021 en Público PT (Portugal), https://www.publico.pt/2021/12/02/mundo/analise/encruzilhadas-brasileiras-1987220. Traducido con autorización del autor por el Equipo de la SAEEG.