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AFGANISTÁN, DERIVAS Y SECUELAS. PARTE II.

F. Javier Blasco*

Como continuación a la primera parte de este trabajo y del estudio preliminar que publiqué hace unos días es preciso reafirmar que la inteligencia militar y civil, individual y colectiva de todos los países aliados con intervención en el conflicto ha fallado estrepitosamente y no porque no hayan sido capaces de descubrir las actividades de zapa de los talibanes durante estos veinte años, principalmente desde 2019 para captar voluntades y adeptos entre los mal pagados afganos en las fuerzas armadas y la policía, sin moral y muy decepcionados por sentirse vendidos, fundamentalmente desde el pasado septiembre en Doha, tal y cómo ahora se reconoce que era vox populi; sino porque, no han sabido detectar o denunciar que algunos aliados, al parecer EEUU entre ellos, estaban jugando a un doble papel pactando con unos y otros o con ambos a la vez para diseñar su plan de retirada sin contar con los demás.

La cada vez más frecuente costumbre de no compartir gran parte de la información obtenida por los servicios de inteligencia aliados de forma individual ni de nutrir de verdad y con contenidos de provecho los servicios comunes de las alianzas o mandos operativos, está llevando, con previsión de aumento tras el desastre de Afganistán, a situaciones de desconfianzas insalvables, fracasos operacionales y a una pérdida de credibilidad de las organizaciones y sus mandos formados para cada ocasión como ya ocurrió, en primer paso, con las armas de destrucción masiva de Irak.

El ir cada uno por su lado, no solo queda claramente manifiesto en los temas de inteligencia y en sucios acuerdos a derechas e izquierdas; se está haciendo aún más patente a la hora de afrontar las dificultades para la extracción de los colaboradores y diplomáticos tras una muy mala coordinación. Algunos países han optado por su cuenta a la ampliación de sus contingentes remanentes en el terreno o al despliegue de fuerzas especiales equipadas de helicópteros aptos para las arriesgadas misiones de extracción. De nuevo se vuelve a la acumulación de personal y material en una zona pequeña —potencial objetivo de un atentado— sin orden ni concierto lo que, además podría propiciar más bajas entre dichos contingentes con los derivados problemas posteriores sobre las responsabilidades de cada uno a la hora de la o por falta de coordinación.

Da la sensación que, de nuevo, estamos volviendo a cazar moscas a cañonazos; los países parecen no escatimar esfuerzos económicos y medios para tratar de extraer al mayor número de colaboradores afganos del aeropuerto de Kabul ni para el flete de aviones de compañías civiles para repatriarlos desde Arabia Saudí o Catar hacia Europa u otros continentes. Pero, salvo aquel famoso avión norteamericano que en las primeras horas del caos repatrió a unos 600 refugiados hacinados en su bodega, los aviones, al menos los de bandera española despegan de Kabul con un porcentaje mínimo de su capacidad.

Por otro lado, los refugiados una vez llegados a territorio europeo, no muestran mucho entusiasmo, al menos en Torrejón por permanecer en el país de arribada, lo que sin duda alguna volverá a levantar viejos fantasmas y ocasionará problemas en el reparto final de los refugiados que lleguen por avión a la UE e igualmente, se pueden prever de nuevo conflictos fronterizos cuando aquellos lleguen masivamente y lo hagan por sus propios medios a través de los países vecinos. Hecho que ya se anuncia por las nuevas vallas y alambradas que  se están estableciendo entre Grecia y Turquía.

Fantasmas, que ya los políticos, encabezados por el ínclito Borrell, se apresuran a tratar de distraer con el resurgir de un viejo y muy manido juguete en sus manos: la creación de una fuerza europea que nos independice de la OTAN y de EEUU y nos proporcione la suficiente autonomía en materia de seguridad.

Un tema siempre promocionado y traído a colación por Francia, con Alemania muy reticente y al que yo veo como poco eficiente y casi inalcanzable, porque la entidad de fuerzas de las que se habla, no son suficientes para una misión de importancia, por los problemas para los reemplazos y para su adiestramiento en el tiempo, por el costo de esa unidad colectiva pero independiente de los países que la nutren, la procedencia del armamento con que dotarla, el grado de proporción de fuerzas entre los miembros y mando o autoridad sobre las mismas con el chovinismo que impera en muchos países muy celosos de sus aportaciones.

Por otro lado, es muy posible que muchos países dentro y fuera de Europa puedan caer en un cierto replanteamiento de sus intereses por cuestiones de seguridad, lo que llevaría a mayores controles, e incluso a cierres más o menos parciales o totales de fronteras a nivel mundial tras la evolución y el desarrollo de esta crisis y según sea de grande el éxodo de refugiados en unos pocos meses o incluso semanas. Situación, que también podría convertirse en un cierto replanteamiento de las prioridades nacionales, traducido en una menor predisposición a las alianzas y coaliciones abiertas a todos los que les apetezca y por el contrario, en un aumento de unas relaciones bilaterales más selectivas como forma de convivencia y de relación en la mayoría de los aspectos políticos, sociales, económicos y de índole militar.

En este mismo concepto y como punto y seguido al mismo, se debe considerar que los mencionados problemas, de seguir, son cuestiones de seguridad y defensa para Europa y su posible solución dejan en el aire, o un tanto arrinconadas, las relaciones y ambiciones de UE con el Reino Unido en el futuro. País que se ha quedado huérfano sin Europa tras su Brexit y que se aferra como puede a los apoyos que puedan llegarles desde EEUU y en el seguidismo a ellos a cualquier precio como fue su despliegue en Afganistán en ambas misiones. Por lo que si prosperase esta vieja/nueva iniciativa en materia de defensa, los británicos quedarían al margen de dichos esfuerzos, cosa poco recomendable, aunque también lo es y mucho, ir los tres actores (EEUU, el Reino Unido y la UE) de dos en dos o por separado en el tema. Por lo que el planteamiento de la citada posibilidad debe hacerse de nuevo y teniendo en cuenta este cambio en la situación y en el papel de los actores.

Parece que nadie o muy pocos quieren hablar del ingente armamento sofisticado, individual y colectivo, incluso aviones de combate, helicópteros y vehículos de transporte de tropas o logísticos, así como las infraestructuras militares intactas donados al ya inexistente ejército afgano para su funcionamiento y que todo ello ha pasado en su totalidad a manos de los talibanes. A lo que hay que sumar los equipos y el mucho material pesado y de campamento del que los contingentes suelen desembarazarse o dejan en el territorio a la hora de sus repliegues por el costo que supone su repatriación o por la rapidez en salir de zona y por último, pero no menos importante, el consiguiente acceso a determinadas tecnologías sofisticadas y secretas como drones armados y a excelentes medios de comunicación, vigilancia e inteligencia.

Si unimos lo anterior a la facilidad de los talibanes para el reclutamiento voluntario o forzoso entre la población más joven y los muchos conversos que han estado agazapados durante tiempo así como la integración de todos ellos en sus fuerzas militares y parapoliciales a cambio de un arma, dinero proveniente de la droga (opio y heroína de los que son el segundo país del mundo en producción y exportación) y una aparente sensación de autoridad, convertida fácilmente en tiranía y libertinaje, aunque férreamente controlada su obediencia; así llegamos fácilmente a la conclusión de que en breve su capacidad militar se ha multiplicado por muchos enteros lo que, sin duda, propiciará que haya que tenerles en consideración ante cualquier plan militar futuro con intervención o no de Occidente; al menos mientras sean capaces de mantenerlo operativo.

Por todo lo visto, no es difícil imaginar que los talibanes, una vez derrotado casi por completo el Estado Islámico por aquellos lares y haberle obligado a desplazarse mayoritariamente a África, pueden fácilmente convertirse en el foco o fulcro del yihadismo en Oriente y Oriente Medio, con capacidad para integrar a Al-Qaeda  y sus franquicias regionales y con muchas posibilidades de convertirse en un movimiento líder exportable al mundo entero tras haber sembrado todos los continentes de lobos solitarios que se hayan podido introducir con los esperados millones de refugiados, que se han movido de forma precipitada y sin someterse a rígidos controles.

No todo Afganistán ha caído en manos de los talibanes. Salvo algunos actos esporádicos de protesta en Kabul y otras grandes ciudades “permitidos a medias y de momento” o fácilmente sofocados, de nuevo, es la provincia de Panjshir y su valle, situada a unos cien kilómetros al norte de Kabul, la que se ha convertido en el único bastión contra aquellos tal y como ocurrió entre 1996 y 2001.

Inicialmente, la provincia es bastante segura, con relativa fácil defensa y en ella los residentes están muy concienciados para resistir a cualquier tipo de ataque talibán capitaneados por Ahmad Massoud, hijo de Ahmad Shah Massoud, uno de los principales líderes de la resistencia antisoviética de Afganistán en la década de 1980.

Si bien, tal y como se ha visto, estos talibanes tienen mayores capacidades militares que aquellos, no quieren que se repita la historia vergonzosa para ellos y cuentan con apoyos de Pakistán, Rusia y China, lo que hace prever que si decidieran borrar del mapa dicha resistencia, como parece que ya han decido hacerlo, el valle y sus colinas no durarían mucho sin soporte extranjero, cosa que no se estima muy probable que ocurra en estos momentos, aunque puedan ya haberlo solicitado a EEUU, a algunos países occidentales y a determinados países árabes.

Llegado a este punto de la historia reciente, deberíamos pensar y meditar sobre el principio de que la historia suele repetirse, sobre todo cuando son malos los momentos pasados y los actores son los mismos o similares.

Al igual que Hitler cayó en la misma trampa que Napoleón al no estudiar en detalle lo que le ocurre a quien se enfrenta a un pueblo tan empecinado en resistir como el ruso sobre todo, cuando este cuenta con un poderoso aliado, el cruel invierno en su mayor apogeo, a nadie en el Pentágono, en la OTAN y lo que es peor, en el Reino Unido se le ocurrió repasar la historia sobre Afganistán y ver lo que les ocurrió a los británicos y sus fuerzas indias en el mismo territorio en enero de 1842.

Los ingleses en su tiempo, al igual que recientemente los estadounidenses, pensaron que sería relativamente fácil entrar en el país, cambiar sin mucho esfuerzo el régimen dominante y salir de Afganistán cuanto antes. En ambos casos, han sido absorbidos en el mismo escenario y por los mismos actores por un conflicto mucho más cruel, pero sobre todo, más amplio y generalizado de lo pensado.

Por todo ello, conviene que los estrategas visiten más las bibliotecas para estudiar y analizar las batallas, conquistas y todo tipo de escaramuzas alrededor del mundo. Hoy este se nos ha quedado muy pequeño, por lo que solemos volver, a antaños escenarios y si no estudiamos la historia y los actores que intervinieron en ella, volveremos a caer en los mismos errores que nuestros ancestros más o menos cercanos.

Los aparentemente férreos acuerdos con los talibanes, la expansión de China por África y América del Sur y los grandes intereses e inversiones creados por los chinos en ambas regiones, pueden ser un revulsivo o barrera para que este tipo de movimientos no prospere demasiado en ellos. De ambos, es África el que corre el mayor peligro por lo imparable expansión de las franquicias del Estado Islámico. Si los talibanes se convierten en el hegemón yihadista, sus relaciones e intereses comunes con los chinos, puedan lograr algún tipo de ralentización forzada en la zona. Esfuerzo al que podría concurrir EEUU si, finalmente, incluye a ambos continentes entre sus cuatro o cinco primeras prioridades, a comentar en su momento, una vez que ellos se retiren de Afganistán y Oriente Medio.

Para terminar esta continuación del trabajo de análisis y prospección sobre la crisis en Afganistán y antes de sumirme en la redacción de la tercera y última parte, quisiera resaltar el vergonzoso papel jugado por el feminismo internacional; un feminismo muy valiente en las capitales mundiales donde no corren peligro por manifestar sus ideales, pero totalmente silente de forma individual o colectiva a nivel mundial ante los grandes atropellos y abusos que ya se ven por las calles y locales de Afganistán.

De momento, ninguna de esas organizaciones disfrazadas de rosa, que recorren las calles de las principales ciudades en casi todo el mundo con tambores y flautas, gritando groseros eslóganes de forma ruidosa y reivindicativa para exigir todos sus derechos, que los tienen; sin embargo, ante este trato ignominioso son incapaces de abrir la boca y salir a las calles en forma de enérgica protesta. Horribles silencios, que se deben transformar en pérdidas de credibilidad y capacidad de influencia, si la gente es capaz de mantener fresca la memoria.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

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AFGANISTÁN, PREVISIBLES DERIVAS Y SECUELAS. PARTE I.

F. Javier Blasco*

Hace unos días publiqué en este mismo medio un trabajo titulado “No hay dos sin tres, ni ninguna paz es duradera”; con él pretendí analizar a vuela pluma los prolegómenos, fundamentos y la evolución final de la guerra en Afganistán y la consiguiente crisis tras la puesta en efecto de los planes norteamericanos, pactados con los talibanes, para abandonar el país tras casi veinte años de duros combates, con la implicación de la OTAN. La previsible extensión del tema y las consecuencias de la rápida y nefasta “solución” al conflicto, nos llevan a analizar las primeras consecuencias y la previsión de los efectos a futuro que este convulso movimiento ha propiciado y propiciará. Esta es la primera parte del documento resultante.

Casi en cuestión de horas, tras muchos años de férrea ocupación internacional, Afganistán ante el asombro y la incredibilidad de toda la Comunidad Internacional (CI) cayó de nuevo en manos de los talibanes —muchos de ellos de nueva generación, que han nacido bajo la ocupación y de los que la mayoría nunca han abandonado el país— dando validez a la maldición sobre un hostil e ingobernable territorio al que tras las derrotas británica y rusa en los siglos XIX y XX, se le definió como “el cementerio de imperios”.

Los talibanes, precipitada, falsa o erróneamente calificados de “vencedores” por el representante de la UE para la política exterior, J. Borrell quien cada vez que habla, abre un conflicto, se apresuraron a restablecer su antiguo califato, aunque en esta ocasión y según los poco aireados acuerdos de Doha (septiembre 2020) pretendían aparecer disfrazados con un impostado y fugaz buenísmo, que han prácticamente abandonado en menos de cuarenta y ocho horas. Su postura se irá envileciendo y pronto se traducirá en más graves consecuencias nacionales, regionales e internacionales que las anteriores y, probablemente, marcarán importantes cambios mundiales para los próximos meses, años e incluso lustros, como poco.

Muchos se inclinan a pensar que la situación creada será muy similar a la retirada de EEUU de Vietnam; creo que se equivocan. Tras aquella caída se esperaba el bautizado como “efecto dominó” por el que a Vietnam le seguirían la mayoría de sus entonces inestables vecinos; pero dicho efecto no se produjo por diversas circunstancias y determinados aciertos parciales. En este caso, es muy posible que se produzca, aunque con matices diferenciadores; previsión basada en el grado de arraigo del existente despliegue talibán, de Al-Qaeda y de sus peculiares franquicias en la totalidad o una parte más o menos significativa de sus vecinos del centro y del sur de Asia como Pakistán, China, Irán y los tres tanes pro rusos bajo su paraguas (Turkmenistán, Uzbekistán y Tajikistán).

Es de esperar que los intereses de dichos países y los importantes acuerdos comerciales de los talibanes con China, Rusia e Irán traten de impedir que estas ramas fundamentalistas proliferen hasta hacerse incontrolables, aunque es muy probable que conviertan la zona en un amplio santuario donde campen y se entrenen sin problemas los grupos yihadistas de diverso cuño que actualmente actúan en diversas partes del mundo, principalmente en África y Asia.

La crisis de autoridad regional y mundial provocada por esta precipitada y fallida retirada —que claramente apunta a un fallo de la inteligencia civil y militar norteamericana y de la OTAN o a un desprecio político a los informes al respecto— llega justo en un momento en que China y Rusia están afilando sus cuchillos y multiplicando sus actividades para poner a prueba la determinación estadounidense por mantener su status de liderazgo a nivel mundial.

Por otro lado, en la propia región, Turquía e Irán ya están tratando de llenar el vacío tras el fracaso estadounidense aunque con diferentes perspectivas e intenciones. De ambos países, es Irán el que lo tiene peor debido a la situación de crisis política, económica y sanitaria que padece, lo que le impide aceptar un gran número de refugiados y al hecho de que, aunque ambos son musulmanes, Irán es mayoritariamente chiita y los talibanes son sunníes.

En política, y más en la actual, es muy triste y frecuente ver cómo los dirigentes políticos ante cualquier crisis o problema no suelen asumir las culpas que les corresponden, miran para otro lado y buscan siempre un chivo expiatorio sobre el que verter toda la responsabilidad.

Sólo la canciller Merkel y en menor medida el presidente Macron, han tenido la valentía de asumir su parte de incumbencias en el nacimiento, desarrollo y desenlace del conflicto. Situación que también les ha servido para cuestionarse el seguimiento ciego al Tío Sam en sus corredurías por el mundo. Tema, que pone de manifiesto y en entredicho la capacidad de liderazgo de Europa en el mundo y dentro de ella; liderazgo, que empeorará con vistas a futuro, cuando Merkel abandone la vida política, dejándonos sin una orientación clara ni siquiera para Alemania.

Han sido muy penosas, desagradables y poco afortunadas o sin valor alguno declaraciones iniciales y posteriores de los máximos responsables de EEUU, la OTAN, la UE y la ONU, así como el silencio sepulcral de muchos presidentes de gobierno de países implicados en el conflicto con papeles más o menos discretos, que acostumbran a ponerse medallas cuando todo pinta bien, pero se esconden cuando las soluciones a cualquier crisis son difíciles.

Por lo que respecta a los Organismos Internacionales, a la vista del enorme ridículo actual y mayúsculas ineficacias acumuladas últimamente, deberían replantearse su papel y cometidos en la arena internacional, las misiones asignadas a cada uno de ellos en la CI en función de sus capacidades y posibilidades reales y, de una vez por todas, dedicarse seriamente a repasar con ánimo de cambiarlos sus estatutos, cometidos, misión, mandatos y las zonas de responsabilidad por otros más reales, alcanzables y eficientes.

Todas ellas son unas mastodónticas, muy costosas e irresolutivas organizaciones que fueron creadas en momentos determinados para cubrir unas necesidades precisas y que han mutado “adaptándose y creciendo” a medida que han perdido su capacidad de acción y reacción, con el consiguiente aumento de su costo e ineficacia.

Parece ser que tras veinte años de combates codo con codo, callarse las cosas porque otros pagaban, nadie quiso ser el primero en objetar y en mirar para otro lado, es ahora cuando llega el momento de las lamentaciones y los reproches políticos internos y colectivos por haber aceptado en su día sin más, la invocación y aceptación del artículo 5 de la Alianza para Afganistán y sus planes sucesivos.

Ahora, la casi inesperada —aunque muchas veces anunciada— espantada de EEUU reabre en varios países, sobre todo en Alemania, el debate sobre la excesiva y casi total dependencia europea en política exterior y defensa, aunque posiblemente será difícil encarrilar esta discusión hasta que se sepa quién será el sucesor en su cancillería.

Berlín, consciente de las escasas capacidades y grandes limitaciones europeas, siempre ha sido más reticente que París a la hora de dar pasos hacia una política de defensa europea más independiente de EEUU y ha venido mostrando recelo hacía el concepto de “soberanía estratégica” que viene pregonando reiteradamente Macron. Sin embargo, en pocos días, determinadas autoridades alemanas de mucho peso ya no tienen reparo en hablar claramente de la necesidad de reflexionar sobre el papel en la OTAN de los socios europeos; así como en el reparto de obligaciones y responsabilidades entre todos para dejar de mirar siempre hacia el otro lado del charco.

El incremento de las capacidades y posibilidades de la UE, que era una quimera tras la Segunda Guerra Mundial, hace pensar de nuevo en la posibilidad de aceptar otro tipo de responsabilidades como potencia económica y política, por encima de los intereses nacionales; utópica situación que, como se puede comprobar con bastante frecuencia, no es fácil de superar dentro de la Unión por lo costosa y determinados chovinismos.

El desastre afgano, consecutivo a los de las guerras en Irak y Siria, que depararon sendas matanzas de civiles a gran escala, nos lleva a preguntarnos por el futuro de organizaciones como la OTAN, que nació en un mundo bipolar a consecuencia de la Guerra Fría y de la amenaza de una potente Unión Soviética, situación que ya no existe como tal.

La Alianza deberá definir su papel en un nuevo orden mundial con actores que no se esperaban o no tenían tanto peligro cuando nació, donde el peso estratégico y económico desde hace años se viene orientando mucho más hacia el Pacífico que al Atlántico, con China como la principal potencia en fricción, aunque sin dejar de lado las intenciones de Putin para recuperar su esplendor y los territorios perdidos tras la disolución de la antigua URSS.

Por tanto, parece haber llegado la hora de que sean los aliados europeos los que decidan si quieren que Europa siga actuando como un anexo militar de Washington desfilando a su cola, o por el contrario, se vuelca en una política de defensa comunitaria, independiente y digna de ese nombre. Porque nadie puede garantizar que los norteamericanos con sus cambiantes políticas, sin consensuar casi nunca, nos puedan llevar en cualquier momento a situaciones similares.

No hay ninguna duda de que en este quilombo, el que se lleva la peor parte tanto interna como externamente es, como siempre, la primera bailarina, EEUU; al ya muy maduro Biden le ha tocado apechugar con toda la responsabilidad, de la que él tiene una parte importante, a pesar de que la idea y los planes de repliegue vienen siendo predicados, diseñados y marcados por Obama y Trump.

Se puede afirmar que son casi irreparables tanto la pérdida de imagen, como su prestigio, el liderazgo mundial en la lucha y expansión de la democracia, así como la pérdida de credibilidad en lo referente al cumplimiento de sus compromisos y en la protección de sus aliados a nada que se recuerde lo pasado en Siria, Irak, Libia, Corea del Sur y Ucrania ente otros. Dudo mucho que EEUU pueda retomar el últimamente decreciente papel que, desde la caída del muro de Berlín venía ejerciendo, sin que nadie osara toserles directamente a la cara.

Tras la caída de Kabul por la precipitada retirada de EEUU después de haberse “gastado” en sus fallidos intentos de reconstrucción democrática, social y de las fuerzas armadas (oficialmente 300.000 soldados) más de 1 billón de dólares, la pregunta sobre el futuro del país y su área de influencia se extiende rápidamente a Oriente Medio. La expansión de los previsibles millones de refugiados, posiblemente trufados de yihadistas disfrazados entre ellos, se extiende a una amplia franja desde Marruecos hasta Pakistán y desde Turquía hasta el golfo incluyendo los países del cuerno de África.

Con cierto grado de probabilidad, todos los rincones de Oriente Medio y el norte de África se verán afectados de alguna manera por el fracaso estadounidense en Afganistán, tras haber mantenido junto a ellos a muchos aliados en la guerra más larga de su historia. Ni que decir tiene, que si los refugiados llegan a dichos confines, el intento de su paso a Europa será más que previsible.

Tras tantos vaivenes en la política norteamericana en Oriente Medio durante los últimos años, es bastante difícil prever el futuro papel de EEUU en la zona en el momento en el que Biden parecía querer limar asperezas con Irán tratando de su vuelta al pacto nuclear entre Irán y la CI conocido por JCPOA por las siglas en inglés, al mismo tiempo que toma posesión de la presidencia del gobierno el ultraconservador Ebrahim Raisi mucho más duro que su antecesor, cuando el país está sumido en la quiebra, está fuertemente azotado por la Covid y coincidente con que el OIEA confirma que Irán ya ha enriquecido uranio al 60%.

El papel y compromiso de EEUU con Irak es ya casi papel mojado o ha quedado en nada como su intervención en Siria; sólo mantienen fuertes lazos con Arabia Saudí, Israel y Jordania quienes, por diversos factores o circunstancias necesitan mantener su cercanía a Washington porque gran parte de su seguridad depende de ellos. Las relaciones de Arabia Saudí y los talibanes arrancan desde muy lejos y pronto se verán cómo evolucionan cuando estos dominan un país entero. Israel se verá obligado a incrementar la diversificación de sus fuentes externas y Jordania empezará a temer quedarse colgado de la brocha.

Se puede afirmar que este ejemplo ha hecho saltar las alarmas y el miedo a nuevos abandonos en países mucho más avanzados y muy necesitados, que realmente basan su supervivencia en los lazos y apoyos norteamericanos, como es el caso de Taiwán.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

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DESPUÉS DE DÉCADAS DE GUERRA, ¿LE DARÁ CHINA A AFGANISTÁN UNA OPORTUNIDAD DE ESTABILIDAD?

Giancarlo Elia Valori*

“¡Amigo mío, solo quiero hablar de cosas felices!” Con este sorprendente chiste el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, (no) respondió a la pregunta de un periodista que, a principios de julio, le preguntó sobre la retirada de las fuerzas armadas estadounidenses y las de los aliados de Afganistán, una retirada anunciada para el próximo 11 de septiembre pero que comenzó la noche del primero de julio en la base aérea de Bagram y que prácticamente se completó en pocos días.

No es de extrañar que el presidente estadounidense se muestre reacio a hablar de la guerra afgana: en veinte años los estadounidenses han perdido 2.440 soldados en el conflicto más inútil de la historia reciente, mientras que sus aliados han registrado la pérdida de 1.100 soldados, 53 de los cuales son italianos, en el enfrentamiento armado, que resultó ser el perdedor, con aquellos talibanes que, como el viet cong vietnamita, demostró ser capaz de derrotar y humillar a la mayor potencia económica y militar del planeta.

En 2001, después de la tragedia de las Torres Gemelas, George W. Bush decidió lanzar una ofensiva contra los talibanes que habían dominado Afganistán desde 1996, al final del agotador período de posguerra que siguió a la derrota de los soviéticos después de una década de guerra (1979-1989).

Los estadounidenses, demostrando que no podían “leer” la historia (la de otros, pero también la suya propia, como muestra Vietnam), en apenas dos meses lograron derrocar al gobierno talibán, acusado de haber ofrecido un refugio seguro a Osama Bin Laden y sus guerrilleros de Al Qaeda, e instalar un gobierno “amigo” en Kabul. Durante los próximos veinte años, los talibanes, al igual que los vietnamitas y, después, los iraquíes, han demostrado a Washington no sólo que el simple poder de los medios militares no es suficiente para derrotar a un ejército opositor altamente motivado con un apoyo popular innegable basado en la intolerancia total a la presencia extranjera, sino también que el modelo occidental de democracia no puede exportarse como si fuera un bien de consumo normal.

Sin embargo, antes de embarcarse en un costoso y fracasado conflicto de veinte años en Afganistán, Estados Unidos podría y debería haber estudiado la historia de un país que había humillado al Imperio británico, primero, y al Imperio Soviético, luego, en el curso de tres conflictos (de 1839 a 1919).

En 1842, los británicos, después de intentar durante tres años controlar a las turbulentas tribus afganas, se vieron obligados, después de ver a su plenipotenciario Sir Wiiliam Hay Macnaghten asesinado fríamente durante las negociaciones con los jefes tribales, a una ruinosa fuga de Kabul, que permaneció en los anales como la “marcha de la muerte”.

En 1979, el Ejército Rojo soviético invadió el país para instalar en la capital el gobierno títere del comunista Babrack Karmal, provocando la rebelión de los muyahidines afganos, los “guerreros de la fe”, y se encontraron 10 años después teniendo que abandonar Afganistán, tras sufrir la pérdida de 15.000 soldados, una derrota que aceleró el colapso de la Unión Soviética.

Los muyahidines y sus aliados, los talibanes (los estudiantes de las escuelas coránicas) llegaron, con una miopía que solo puede explicarse por los excesos ideológicos de la “Guerra Fría”, equipados con armas muy modernas precisamente por los estadounidenses ansiosos por ayudar a poner de rodillas a sus oponentes soviéticos, con un movimiento que luego resultó ser completamente contraproducente porque los afganos no solo no mostraron ninguna gratitud hacia los “aliados de ultramar”, sino que en el momento oportuno los convirtieron en el enemigo.

Cuando George W. Bush se embarcó en la aventura afgana, no solo no tuvo en cuenta los precedentes de la historia, sino tampoco la rocosa resiliencia de un adversario que siempre se ha beneficiado del apoyo de la población.

Según Carter Malkasian, asesor (evidentemente poco oído) del gobierno de Washington, la razón obvia de la ineficacia de la intervención estadounidense es atribuible, en primer lugar, a la influencia del Islam y, en segundo lugar, al odio xenófobo de la población hacia la influencia extranjera.

“La mera presencia de los estadounidenses y sus aliados en Afganistán”, escribe Malkasian en su libro “The American War in Afghanistan. Una Historia” instó a hombres y mujeres a defender su honor, su religión y sus hogares. Empujó a los jóvenes a luchar. Animó a los talibanes. Destruyó la voluntad de los soldados afganos y de la policía”.

Las cifras de la derrota estadounidense en la guerra más larga de la historia de los Estados Unidos son dramáticas: además de las pérdidas de soldados estadounidenses y aliados de la OTAN, decenas de miles de soldados y civiles afganos han muerto, mientras que más de dos millones de refugiados han cruzado la frontera, en su mayoría hacia Irán y Pakistán.

Como escribe el analista estadounidense Robert Burns, el conflicto afgano “ha demostrado que es posible ganar batallas y perder guerras… La guerra ha demostrado que se necesita algo más que un ejército poderoso como el estadounidense para convertir el derrocamiento de un gobierno, como el frágil de los talibanes, en un éxito duradero. También demostró que ganar requiere, como mínimo, una comprensión de la política, la historia y la cultura locales, todos factores que, para los estadounidenses, han sido difíciles de adquirir”.

Con la “retirada” de la noche del primero de julio terminó antes de lo esperado (el presidente Biden había fijado para la retirada la fecha simbólica del próximo 11 de septiembre), la guerra en Afganistán y la salida simultánea de ejércitos extranjeros ha dejado definitivamente el campo libre a los talibanes que hoy reclaman el control del 50% del territorio y la mayor parte de sus fronteras.

La guerra continuará como una guerra civil, con las tropas gubernamentales todavía encaramados —no se sabe por cuánto tiempo— en las ciudades y con los talibanes en pleno control del campo y las montañas.

En este escenario, dos nuevos protagonistas geopolíticos se enfrentan en el maltrecho tablero: Pakistán y China.

Pakistán que, bajo la mirada ausente de los estadounidenses, ha apoyado en secreto a los talibanes y a sus aliados durante todo el conflicto —no olvidemos que Bin Laden antes de ser asesinado se había instalado en una casa a unos cientos de metros de una academia militar paquistaní— y probablemente encontrara un modus vivendi con los islamistas que también abundan no sólo en su territorio sino también en sus instituciones militares.

China, que bajo la bandera de la doctrina tradicional y consolidada de “no injerencia en las costumbres y tradiciones” de sus interlocutores políticos ha mantenido contactos con los talibanes y, por lo tanto, espera obtener un dividendo político de la derrota estadounidense.

El 28 de julio, el ministro de Relaciones Exteriores de Beijing, Wang yi, se reunió en Beijing con una delegación talibán de alto nivel, encabezada por el mullah Abdul Ghani Baradar, destacando la disposición de China a reconocer un futuro gobierno talibán si la guerrilla logra ocupar Kabul.

La razón de esta disponibilidad se deriva de la preocupación por el posible apoyo de los extremistas islámicos afganos hacia los islamistas militantes uigures que viven en la vecina Xinjiang y que luchan con el gobierno central chino por el reconocimiento de sus derechos étnicos y religiosos y son apoyados por el “Movimiento Islámico del Turquestán Oriental” cuyos militantes en Pakistán, a principios del pasado mes de junio, mataron en un atentado con bomba a nueve ingenieros chinos.

Durante la reunión con el ministro de Exteriores chino, la delegación talibán aseguró que no se permitirán acciones hostiles contra China desde territorio afgano, subrayando que el problema de los uigures es un “problema interno chino” en el que los afganos no tienen la intención de interferir.

Por su parte, el ministro chino reiteró que China no intervendrá de ninguna manera “en los asuntos internos de Afganistán”.

Pakistán, cuyo Ministro de Relaciones Exteriores, Shah Mehmood Kureshi, organizó la reunión entre los talibanes y los chinos, espera con interés un posible acuerdo futuro entre Beijing y los talibanes porque cree que estabilizaría toda la región y facilitaría el regreso a casa de los cientos de refugiados afganos que acuden a los barrios de chabolas paquistaníes.

El editor del influyente tabloide estatal chino “Global Times”, Hu Xijin, en un artículo del 19 de julio titulado “Hacer enemigos a los talibanes no redunda en interés de China”, subrayó que “tanto el gobierno afgano como los talibanes han expresado su actitud amistosa hacia China y esto es bueno para China”. Además, subrayó Hu Xijin, “no debemos hacer enemigos en un momento crucial: China conoce sus propios intereses y sabe que la buena voluntad de los talibanes nos permitirá influir positivamente en los asuntos afganos y mantener la estabilidad en Xinjiang”.

El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, también habló de un “evento positivo que puede ayudar a estabilizar la situación en toda la región” al comentar la reunión entre los talibanes y los chinos. En resumen, con la adición del inesperado respaldo estadounidense, Beijing puede estar preparándose para desempeñar un papel fundamental en un tablero de ajedrez que ha sido una fuente de inestabilidad y conflicto durante décadas, iniciando un proceso de paz que abrirá nuevas perspectivas a la construcción de la “Franja y Ruta”, una nueva “Ruta de la Seda” destinada a desarrollar las economías de todo el Lejano Oriente desplazando el futuro centro de gravedad de la geopolítica de Occidente al Este.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

Nota aclaratoria: artículo escrito antes de la toma de Kabul por los talibanes.

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