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RECURRENTE CRUELDAD DE LOS CONFLICTOS ARMADOS

Agustín Saavedra Weise*

Durante la guerra de Vietnam, las militares de Estados Unidos hicieron uso de agentes químicos, como el Napalm incendiario y el defoliante Agente Naranja, contra la población civil en su guerra contra el Ejército de Vietnam del Norte y el Vietcong.

La gentileza en las guerras ha tenido su escaso tiempo, ya que arrolladoramente primó la violencia. Paradigmas de destrucción en el pasado fueron los hunos de Atila, los mongoles de Gengis Khan y los vándalos, temible tribu germánica cuyos pillajes generaron términos idiomáticos hoy usados por todos.

Tuvimos algunas épocas en que las guerras se libraban en lugares alejados y los pueblos vivían en relativa paz. Esos pueblos no guerreaban entre sí: para eso estaba la milicia levantada al efecto. Hubo un tiempo en Europa en que se hizo alarde de tal “caballerosidad”. No duró mucho; está en el hombre su capacidad intrínseca de crueldad y de violencia. Antes de la paz de Westphalia (1648) murieron ocho millones de personas y muchos millones más en los últimos grandes enfrentamientos de los siglos XIX y XX, con el concepto de guerra total. Junto con las terribles batallas de la Primera Guerra Mundial, bloqueos navales hambrearon a ciudades. Años antes, los ingleses encerraron a familias enteras en campos de concentración (1902) durante su lucha contra los bóers en Sudáfrica. Previamente, en la guerra de secesión norteamericana (1861-1865) la Unión liderada por Abraham Lincoln destruyó casi por completo a los estados separatistas del sur e impuso la “rendición incondicional”. Asimismo, se practicó la política de tierra arrasada durante las campañas militares de Sherman y Sheridan, quienes ejercieron múltiples tropelías contra la inocente gente de los lugares confederados que atravesaban.

La guerra se hace para quebrar la voluntad del enemigo e imponerle a éste la voluntad del triunfante. Muchos alegan que cualquier método es válido para alcanzar ese objetivo político. ¿Y qué mejor manera de destruir al oponente que ganarle la moral mediante la crueldad? Suena horrible, pero la experiencia señala que eso ha venido sucediendo en casi todos los conflictos, menos en Vietnam, donde el más poderoso (EEUU) terminó derrotado por el oponente local, inferior en tecnología, pero que usó con supremacía el elemento sorpresa y la psicología.

El gran estratega vietnamita, Vo Nguyen Giap, derrotó rotundamente a los generales del Pentágono. En el sudeste asiático, la falta de piedad vino de la mano norteamericana con sus lanzamientos indiscriminados de “napalm”, sofisticadas bombas incendiarias de fósforo que ya se usaron en el innecesario bombardeo de la indefensa ciudad alemana de Dresden a fines de la Segunda Guerra Mundial. Más adelante, las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki (1945) provocaron otra enorme crueldad y el fin de la contienda. Al poco tiempo se inició la era del equilibrio del terror nuclear mutuamente disuasivo.

Las guerras son crueles intrínsecamente. Con el tiempo se fueron haciendo cada vez peores por el atropello de civiles inocentes que morían para así aniquilar la moral del rival. “Nada debería quedarle a la población enemiga, más que sus ojos para llorar”, exclamó una vez un general unionista, reflejando así —durante la guerra de secesión en los Estados Unidos— la manifiesta crueldad de una pelea de todos contra todos, ya no solamente de ejércitos chocando hidalgamente y con la población al margen.

La cosa sigue en este tercer milenio con guerras aisladas, pero igualmente horripilantes. Conflictos en Medio Oriente, África, Afganistán, Siria, Irak y el terrorismo global, reflejan múltiples formas de violencia y crueldad masivas. Así marcha hasta hoy nuestra “civilizada” comunidad humana. Lamentable.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Nota original publicada en El Debe, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/recurrente-crueldad-de-los-conflictos-armados_209595

 

 

HASTA EL MÁS VALIENTE SOLDADO ES DÉBIL ANTE EL TERRORISMO

Agustín Saavedra Weise*

14 de julio de 2016. Un atentado utilizando un camión dejó 86 muertos y unos 120 heridos en la ciudad francesa de Niza.

El terror es el ataque a indefensos, el terror esquiva la fuerza directa del adversario y lo golpea traidoramente en sus partes más sensibles. Un ejército no se deja aterrorizar, una población sí. Para evitar esto último en tiempos pasados los soldados bastaban; hoy en día ello ya no es posible. Llamados a proteger, los soldados no pueden dar más la protección requerida: el terrorismo ataca en cualquier parte, en cualquier momento, con frialdad, crueldad y sin ética.

Para el ser humano en general y para el combatiente en particular, la guerra tiene sentido solamente si protege a su patria del enemigo. Y en ese contexto, la familia es fundamental. Mientras el soldado sepa que al pelear protege a los suyos, se batirá con bravura. Si las vidas de sus seres queridos pueden ser alcanzadas en la retaguardia sin previo aviso y sin auxilio inmediato, la voluntad tiende a flaquear. La guerra es razonable mientras asegure protección, preponderantemente a la de mujeres y niños. Si pierde esta condición, pierde su sentido. Y este es el caso ocasionado por el terrorismo, que implacablemente golpea por detrás y dónde menos se lo espera, desmoralizando así al luchador en el frente.

El cómo lidiar con el terror al mismo tiempo que se libra una guerra abierta contra ese mal es uno de los aspectos que más preocupa hoy a los estados mayores y estrategas. Hay que estimular la moral se dice, pero ésta tiene pocos estímulos concretos si el soldado sabe que su lucha puede ser estéril, si sabe que mientras está lejos su familia corre peligro.

Esta arma del terror y del ataque sorpresivo en la retaguardia, con todo lo terrible que resulta no es novedosa. Se la ha empleado a lo largo del tiempo y —lamentablemente— siempre con eficacia. Luego de la toma de Atlanta y con la arrasadora marcha sobre Georgia que dispuso el general Sherman en 1864 durante la guerra de secesión norteamericana, el espíritu de lucha del rebelde soldado confederado quedó seriamente minado, pues percibió que los ejércitos de la Unión amenazaban directamente a sus pueblos y familias en la retaguardia. Si no se protege a los propios, no hay por qué luchar. El terrorismo de “tierra arrasada” de Sherman les quebró la moral.

Así ganaron también los ingleses (1899-1902) su cruel guerra en Sudáfrica contra los valientes colonizadores de origen holandés —más conocidos como “bóers”— que se habían asentado en esas tierras. Incapaces de terminar con sus tenaces rivales de una manera más tradicional, los enviados de la pérfida Albión asaltaron por sorpresa las casas de los bóers y secuestraron a sus familias en infectos campos de concentración, que para ancianos y niños resultaron en la mayoría mortales; murieron por millares. Rechinando los dientes en su impotencia y desgracia, los bóers se vieron obligados a rendirse y Londres obtuvo su sucia victoria. Esa misma trágica impotencia de los bóers en 1902 pasó a ser la crisis del soldado en todos los conflictos futuros: el combatiente ya no puede cubrir más a la patria y a la familia con su cuerpo. Sabe que los suyos pueden ser matados o torturados a sus espaldas y ese peso psicológico doblega a cualquiera.

El terrorismo de nuestros días sigue esa tenebrosa tendencia iniciada por Gran Bretaña ante los bóers, con la maligna creación a principios del siglo XX de tétricos campos de concentración. Ahora el terrorismo se hace sentir en el bajo vientre del enemigo, en la parte sensible que más duele, en aquellos sitios donde no siempre está la sombrilla protectora del soldado. Las luchas francas de otrora, las luchas con caballerosidad, hace rato que son cosa pretérita. La propia globalización de estos tiempos hizo aún más terrible al terrorismo, a ese enemigo invisible que está y no está en todas partes, pero al que se lo debe combatir con el máximo de rigor. El soldado actual, al margen de la alta tecnología disponible, sigue teniendo pensamientos y sentimientos. De ahí el retorno de la vieja guerra psicológica que ya mencioné en un anterior trabajo. El terror procura vencer voluntades y quebrar espíritus, muchas veces lo ha logrado pero hoy ya no podemos permitirlo.

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

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