EL DESORDEN INTERNACIONAL CONFRONTATIVO

Alberto Hutschenreuter*

El actual estado de las relaciones internacionales es sumamente inquietante, pues no sólo no existe una configuración que proporcione una relativa estabilidad, sino que el grado de discordia entre los centros preeminentes nos deja ante escenarios que no excluyen un deterior mayor, frente al que prácticamente nada podrá hacer el multilateralismo, que atraviesa su más profunda irrelevancia desde la década de los noventa, o si se quiere, para no irnos tan lejos, abril de 2009, cuando, tras la crisis financiera de 2008, los líderes de los poderes económicos preeminentes adoptaron en la cumbre del G-20 en Londres medidas para evitar una depresión mayor (según el ex diplomático indio Shivshankar Menon, fue “la última respuesta coherente del sistema internacional a un desafío transnacional”).

Hoy existe un estado de “no guerra” entre Occidente y Rusia, es decir, hay una confrontación abierta entre Rusia y Ucrania, pero también existe, en el nivel superior o estratégico de esa guerra, una confrontación indirecta entre Rusia y la OTAN. Y quizá estamos siendo cautelosos en decir indirecta, pues cuando se lee la reciente concepción estratégica de la Alianza aprobada en Madrid y la más reciente concepción naval rusa, ambas muestran a esos actores en situación de «gladiadores» a punto de enfrentarse (como concebía Thomas Hobbes a la predisposición natural de los estados entre sí).

Guerra, estados y discordia componen los principales elementos de la ecuación de las relaciones internacionales. Y es pertinente recordarlo, porque hasta antes de la pandemia predominaban, a pesar del ya enrarecido clima internacional que existía como consecuencia de la guerra interna e internacional en Siria desde 2011 y de los acontecimientos de Ucrania-Crimea en 2013-2014, enfoques que marcaban la disminución de la violencia humana e incluso la depreciación de la guerra entre centros preeminentes.

Algunos reputados informes son categóricos en relación con la impugnación de estos enfoques. Por un lado, el gasto militar: según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2021 el gasto militar mundial superó por primera vez los dos billones de dólares, alcanzando la impresionante suma de 2.113.000 millones de dólares, un 0,7 por ciento superior al de 2020 y un 12 por ciento superior al de hace una década.

Por otro lado, de acuerdo al Índice Global de la Paz 2022, un informe preparado anualmente publicado por el Instituto para la Economía y la Paz, el escenario internacional e intranacional es sombrío e inquietante debido a los múltiples conflictos abiertos: el mundo hoy es mucho más inestable y violento que hace tres lustros. El IPG utiliza 23 indicadores y tres ejes para medir el nivel de paz de los estados: el nivel de seguridad de la sociedad, el alcance de los conflictos nacionales e internacionales en curso y la militarización de los estados. De acuerdo con este estudio, en 2021 los mayores deterioros se produjeron en las relaciones entre países vecinos, la intensidad de los conflictos internos, la cantidad de población desplazada, la escala de terror político y la inestabilidad política

Asimismo, durante las últimas décadas se fue extendiendo la visión que «relativizaba» la anarquía como principal rasgo de las relaciones interestatales. Desde lugares que afirmaban el curso casi invariable del mundo hacia una gobernanza centrada en la galaxia de movimientos sociales y el despertar de una nueva conciencia global impulsada por temáticas que desbarataban la acción individual y afianzaban el esfuerzo mancomunado, la anarquía no sólo era algo perimido, sino que reflejaba un situación “patológica”  (y por tanto “eternizante” del sentido “trágico” que ello supone para la reflexión teórica y el desempeño de la política internacional) recalcar la ausencia de una autoridad central entre los estados.

Pues bien, los casos de Ucrania y Taiwán-China (más los muchos otros que han tenido lugar durante 2020 y 2021, los “años pandémicos”) nos dicen que la anarquía, la guerra (su más riesgosa consecuencia y la rivalidad se mantienen vigentes, y que, además, no se aprecian razones para sostener que la situación, más allá de la relevancia que suponen temáticas como el medio ambiente o las tecnologías avanzadas, vaya a sufrir un cambio de escala. A ello debemos agregar que la pandemia, que no implicó ninguna amenaza de una nación a otra, no impulsó, más allá de las declamaciones, ningún nuevo sistema de valores de cooperación o nueva gobernanza basados en «la humanidad primero».

Prevalece, por tanto, un desorden internacional, una situación que, aunque resulta desfavorable para la seguridad y la estabilidad entre los estados, no deja de ser una “regularidad” en las relaciones internacionales. Pero lo inquietante es el nivel de confrontación y rivalidad entre los actores. Hace mucho tiempo que no se daba tal situación, pues tras la “larga paz” que supuso el régimen de Guerra Fría (1945-1991), luego el “régimen de la globalización” (1992-1998) y más tarde la hegemonía estadounidense (2001-2008), las relaciones internacionales, particularmente tras los sucesos de Ucrania-Crimea (2013-2014), fueron cayendo en un estado cada vez más hostil, sin que ninguno de sus poderes preeminentes se esforzara por plantear esquemas o técnicas que proporcionaran nuevos bienes públicos para el funcionamiento menos inseguro de dichas relaciones.

El punto es que la hostilidad y discordia no suponen ningún equilibrio o moderación incluso en el desorden. Aquí, volvemos al citado Shivshankar Menon, quien acaba de advertir que todos los actores preeminentes, incluso aquellos ubicados en las capas medias y también aquellos institucionalistas (como Alemania), exhiben lo que podría denominarse un “comportamiento revisionista”; es decir, cada uno persigue sus propios fines en detrimento del “orden” internacional e intentan cambiar la situación. En sus propias palabras: “Muchos países no están contentos con el mundo tal como lo ven y buscan cambiarlo para su propio beneficio. Esta tendencia podría conducir a una geopolítica más mezquina y polémica y a unas perspectivas económicas mundiales más pobres. Hacer frente a un mundo de poderes revisionistas podría ser el desafío definitivo de los próximos años”.

Además, ya la falta de un orden supone la falta de lo que se denominan “amortiguadores de conflictos”, es decir, lógicas de influencia por parte de los poderes que pueden llegar a impedir que se disparen confrontaciones entre poderes menores; una situación de desorden confrontativo no solo implica esa falta estratégica, sino que podría disparar peligrosos conflictos inactivos o latentes que existen en varias partes del mundo, más allá de los que existen en las sensibles “placas geopolíticas”.

En breve, las relaciones internacionales se han ido deteriorando durante los últimos casi 10 años. La pandemia no creó ninguna forma de cooperación mayor entre los estados (por el contrario, fungió como un hecho que elevó desconfianzas). China ingresó con Xi en un ciclo de mayor autoafirmación nacional, al tiempo que fijó propósitos para ser un poder completo entre 2035 y 2050. Estados Unidos se muestra dispuesto a jugar un papel basado en una nueva primacía o patrón exterior ofensivo. Rusia fue a la guerra para evitar que Occidente, a través de la OTAN, consumara ante ella una victoria final o “paz cartaginesa”. La Unión Europea posiblemente haya caído en la cuenta de que ser una potencia institucional no es suficiente (Alemania ha modificado la línea clásica de su política de defensa orientada hacia el exterior). En la zona del Índico-Pacífico parece tomar forma una nueva dinámica de bloques geoestratégicos y geoeconómicos. Japón ha incrementado sensiblemente sus gastos militares, al tiempo que ha retomado los arrestos de reafirmación nacional impulsados en su momento por el recientemente asesinado Shinzó Abe.

Por si ello no fuera preocupante, los actores con armas nucleares no realizan esfuerzos relativos con avanzar hacia acuerdos que regulen ese segmento; por el contrario, casi no quedan ámbitos que extiendan (o, mejor dicho, restituyan) el equilibrio, al tiempo que prácticamente todos se hallan mejorando capacidades.

En este marco, será muy difícil que, salvo casos muy específicos, la lógica multilateral tenga oportunidades. Por tanto, si antes los dos poderes mayores, China y Estados Unidos, no llegan a una confrontación o querella mayor como consecuencia de un incidente o por una provocación estadounidense (potencia que se decida por una orientación exterior basada en “la tentación de la primacía”, como la denomina y promueve Robert Kagan), quizá el curso del mundo hacia un bipolarismo chino-estadounidense pueda dar forma a un esbozo de orden internacional, precario, pero orden al fin. Un “G-2” competitivo y confrontativo, sin duda, pero también con mínimos de cooperación. La experiencia dice que los sistemas bipolares tienden a ser más estables que los multipolares.

Una aceleración de la desglobalización económica y la deslocalización tecnológica-industrial también podría tentar, particularmente a Estados Unidos, a la provocación. Pero tampoco la interdependencia económica garantiza la inhibición del conflicto.

Por ello, ese eventual régimen con base en dos es una posibilidad solo como conjetura, nada más. Lo inquietante es que más allá de esta conjetura no se vislumbra otra cosa, al menos por ahora.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

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TRIBUTO A QUIENES OFRENDARON SU VIDA A LA PATRIA*

Marcelo Javier de los Reyes**

Homenaje ante los Monumentos del Libertador General San Martín en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en Mar del Plata. Agradecemos a Victoria Villamayor y a José D`Angelo, autor de los libros «Mentirás tus muertos» y “La estafa con los desaparecidos. Mentiras y millones”, por su acompañamiento en este acto y su participación activa. Asimismo agradecemos a los VGM que coordinaron el homenaje en la ciudad de Mar del Plata y a todos los que nos acompañaron en ambas ciudades.

No cabe duda que para quienes decidimos voluntariamente reunirnos aquí en esta plaza, en esta noche de agosto, es un enorme sacrificio para hombres citadinos y acostumbrados a las comodidades del siglo XXI. Pero si estamos aquí y en este suelo al que llamamos República Argentina es gracias a los inconmensurables sacrificios que hicieron nuestros Padres Fundadores de la Patria.

Dos, son para mí, los que merecen el honor de ser llamados así. Uno, un intelectual, hijo de un comerciante genovés radicado en Buenos Aires, obligado por las circunstancias a asumir las misiones militares que se le impusieron en su época y que, a la llegada del otro a Buenos Aires, en 1812, ya había combatido para expulsar a los invasores británicos que ocuparon esta ciudad y en ese momento se encontraba luchando por la emancipación del país, obteniendo victorias en las batallas de Tucumán y de Salta. Como he sido Patricio —en realidad me sigo sintiendo Patricio— y este Padre de la Patria fue sargento mayor y luego jefe del Regimiento de Infantería I «Patricios», mi aprecio por él se multiplica.

El otro, un militar profesional nacido en Corrientes, de sangre española, que vino a coronar el proceso emancipador. Me refiero a Manuel Belgrano y a José de San Martín.

Ambos estuvieron en España, uno estudiando, obteniendo el primero el título de bachiller (1789) y luego de abogado (1792) y el otro, un militar de gran formación intelectual que luchó al servicio de la corona española en África, en Orán (1791) y en Melilla, con tan solo 13 años. ¡Y hoy nos hablan de los «chicos de la guerra»!

Participó también en las guerras del Rosellón (1793) contra la Francia revolucionaria y la guerra de las Naranjas (1801), que enfrentó a Portugal contra Francia y España, pero su mayor reconocimiento lo obtuvo en la Guerra de Independencia española (1808-1814), durante la invasión de las tropas francesas de Napoleón, y cuyo mayor protagonismo lo obtuvo en la batalla de Bailén, en 1808, la que lo llevó a ser ascendido a teniente coronel de Caballería.

La invasión de Napoleón a España también influyó en la vida de Belgrano, ya que este hecho llevó a la Revolución de Mayo.

Ambos, Belgrano y San Martín, son modelos de honestidad y de renunciamiento, ejemplos que lamentablemente no encontramos en nuestra actual dirigencia.

Ambos, descansan en predios que pertenecen a la Iglesia: Belgrano en la iglesia de Santo Domingo, a escasos metros de la que fue su casa, y San Martín en la Catedral Metropolitana.

Como los argentinos tenemos esa «propensión» por la muerte, conmemoramos las fechas de los fallecimientos de nuestros próceres en lugar del día en que sus madres dieron a luz. Y lo del «dar a luz» proviene del vocablo latino parĕre, cuyo significado es precisamente ese, pero también tiene otra gran importancia en la vida de esta República que, si por ellos hubiera sido, sería un «Reino». Ese otro significado, esa relevancia para nosotros está en que ellos dieron a luz nuestra Patria, iluminaron no solo el camino que debía tomar sino también que iluminaron con sus ideas y su ejemplo a quienes los rodearon y los siguieron.

¡Cuánta de esa luz necesita hoy nuestra Bendita Argentina!

Sí, la Argentina precisa una dirigencia que sea como nuestra Santa Madre: bendita y sin máculas.

Estamos aquí hoy rindiendo homenaje  al General José de San Martín, Libertador de Argentina, Chile y Perú, al que proclamó libre el 28 de julio de 1821.

Su monumento fue establecido en esta plaza que lleva su nombre pero en la que también, a pocos metros, se asienta el monumento que recuerda los sacrificios de 649 argentinos que, al igual que Belgrano, tuvieron que enfrentar al invasor británico.

Estamos aquí también rindiendo homenaje a nuestros caídos en el Conflicto del Atlántico Sur y a nuestros Veteranos de Guerra, quienes son los que verdaderamente mantienen encendida la Llama de la Argentinidad, en momentos en que enfrentamos una vergonzosa campaña de «desmalvinización» llevada a cabo por numerosos Traidores a la Patria, en la que el Jefe del Ejército Argentino, cumpliendo con las imposiciones de los políticos que siguen la “Agenda 2030” con sus cuestiones de género, expresa en un discurso “soldados y soldadas”.

¡HONOR Y GLORIA PARA NUESTROS VETERANOS DE LA GUERRA DE MALVINAS!

Como en la época de nuestros Padres Fundadores, la Patria se encuentra en un proceso de gran incertidumbre y de anarquía, en buena medida por las ambiciones desmedidas de «aprendices de caudillos», incapaces jamás de erigirse como «líderes», porque el liderazgo es la capacidad que tiene una persona de influir, motivar, organizar y llevar a cabo acciones para lograr fines y objetivos pero eso requiere que tenga valores, algo de lo que esta dirigencia carece.

Por el contrario, son los responsables de haber sumido al pueblo y a la Patria, rica en recursos naturales y en ciudadanos capaces y creativos, en una inmerecida pobreza.

Tenemos que torcer este rumbo. Cabe aquí recordar al general Manuel Savio —a quien le debemos la creación de la Escuela Superior Técnica, hoy Facultad de Ingeniería del Ejército, y fundador de la industria siderúrgica nacional—, con una frase que debería llevarnos a la reflexión:

Tengamos todos presente que los grandes hechos, así como la grandeza de los pueblos, no fueron nunca consecuencia de milagros; fueron siempre, obras de perseverancia, de moral, de seriedad, de estudio, de trabajo, también de sacrificio.

Las circunstancias a que nos han llevado nos han postrado como sociedad; el desasosiego nos invade y nos paraliza pero debemos romper con esta parálisis y recordar al gran Ortega y Gasset cuando vino a nuestro país y nos dijo: «¡Argentinos a las cosas, a las cosas!».

Una buena parte de la ciudadanía desconoce o no asume los graves peligros que acechan a nuestra Nación. Y como dijo el general Savio, no hay milagros, sino perseverar en la moral, obrar con seriedad, estudiar y trabajar; «trabajar», un verbo que también implica «dignidad». Pero Savio también aludió al sacrificio. Los argentinos tenemos que dejar de lado las diferencias y comenzar a trabajar sobre las coincidencias, tenemos que emprender el peregrinaje, emprender el camino hacia la Tierra Prometida, que no es otra que la Patria misma. Peregrinar es alejarse —tomar distancia del punto en el que estamos—, es caminar, ponerse en marcha, en silencio —es decir, dejando de lado la confrontación sin sentido para pasar al intercambio de ideas— y de esa peregrinación participan hombres y mujeres de diferentes estratos sociales, de diferentes culturas, de diferentes confesiones pero que tienen un objetivo en común: llegar a la Patria que tanto amamos.

Este encuentro es una convocatoria para iniciar este peregrinar hacia la Patria, iluminados por nuestros Padres Fundadores y por nuestros Veteranos de Guerra.

Para finalizar este homenaje al General José de San Martín, recordemos su célebre frase:

Cuando la Patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla.

¡VIVA LA PATRIA!!!

 

* Palabras pronunciadas en el Homenaje al Libertador General José de San Martín en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la noche del 16 de agosto de 2022, organizado por Encuentro de Patriotas.

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

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SEPTUAGÉSIMA Y TRADICIÓN

He oído en la televisión española a una comentarista evocar un aniversario con el número cardinal correspondiente.

Da lástima la pérdida de los ordinales —tan importantes como nos son y tan presentes que los tenemos al hablar de primeros o segundos puestos, sobre todo en los televisivamente ubicuos deportes—, que parecen desaparecer allende la decena o poco más allá. Aún más que los deportes, la que es ubicuamente insistente y persistente es la ignorancia.

Y la ubicuidad que los medios de comunicación brindan nos sumerge en un pegajoso océano provocando la sensación que tan bien describe el decir tradicional rioplatense, de estar «más perdido que turco en la neblina» —i.e., sin ver ni entender el idioma. Con afecto hacia cualesquier etnia involucrada.

El poder descriptivo del adagio arraiga en esa capacidad expresiva que su condición tradicional le otorga.

Tradición es, precisamente, lo que se transmite de generación en generación, aunque, tal cual sucede con la transmisión genética y las mutaciones perduren o no, y como señala acertadamente Hobsbawm, hay una «invención de la tradición» que, al igual que una mutación exitosa en genética, modifica lo transmitido y, por su capacidad expansiva en la imaginación y la visión del mundo de las culturas adquiere una dimensión significativa y por su índole transmisible, una resonancia temporal efectiva.

La comentarista de los aniversarios cardinales se refería al septuagésimo de la muerte de María Eva Duarte de Perón, fecha que hasta bien avanzado 1955 todas las emisoras radiales argentinas nos recordaron —a quienes tienen mis años más o menos— a diario a las 20.25, porque esa fue la hora del deceso. Y a continuación la televisión daba algo así como una apología del personaje, cuyo contorno configura un ejemplo vivo —valga la paradoja— de esa invención de que habla Hobsbawm y he sido testigo desde los 7 años —edad de la razón, se decía en mi infancia—, que contaba cuando murió.

Esas invenciones no se atienen a estrictas si creativas reglas como las que sigue Juan Sebastián Bach en el teclado y, al igual que ellas, tampoco a criterios de veracidad o justicia, que les son absolutamente ajenos.

Pero la parvedad ordinal de la presentadora me evocó esa «septuagésima» que es en la iglesia católica el noveno domingo antes de Pascua, como preparación al Carnaval que introduce la Cuaresma. Tradición tan soslayada como las añejas cifras ordinales y cuyo tema de meditación es el pecado de Adán y Eva.

Miren así cuán lejos lleva la tradición y cuánto va cambiando.

Y sin embargo, es el chivo expiatorio de cualquier intento de cambio, que la acusa por su inevitable condición de permanencia.

En Argentina, en rara excepción ya que casi todos nuestros prohombres son conmemorados en la data de su muerte, el Día de la Tradición coincide con el nacimiento de José Hernández, autor del que hemos elevado a poema nacional, el Martín Fierro. Y esa elección no está exenta de invención.

Recordemos que la fecha litúrgica católica de la Santa Cruz el 3 de mayo, se llamaba la «invención de la Santa Cruz» recordando el hallazgo por Santa Elena, madre del emperador Constantino, en Jerusalén, y más allá de ángulos sarcásticos que imagino, de astillas de la madera en que Jesús fue crucificado; es decir, invención como hallazgo. Que también puede considerarse en el panorama que nos ocupa.

El problema es que, como reflexiona Jung en el Libro Rojo, aunque desmontemos y desguacemos hechos, sucesos o personajes según criterios de veracidad comprobable, tal como la ciencia pretende, en nuestro interior persisten esas creencias en cuyo entorno fuimos criados, y la contradicción entre aquellas conclusiones, por muy plausibles que nos resulten, y estas permanencias, es grave. Y fuente de conflicto para cada persona y lo mismo en el conjunto social.

En estos tiempos de postverdad y noticias falsas —que la simultaneidad de comunicaciones amplifica e intensifica críticamente— no es de extrañar el surgimiento, afianzamiento y proliferación de posiciones políticas y conductas sociales que buscan refugio en una tradición que consideran propia y sienten que fortalece o aspiran a que fortalezca, su identidad. Como turco en la neblina.

En esta fecha, lejos tanto de la Septuagésima como del Día de la Tradición pero que evoca la muerte de José de San Martín, que no necesita que inventemos nada sobre él, quiero reafirmar mi respeto por todas las tradiciones que no opriman al hombre, que es también la mujer, y le permitan, al volverse sobre ellas, conocerse mejor, y serlo.

 

Juan José Santander*

Madrid, 17 de agosto de 2022

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID y de la SAEEG. 

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