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EUROPA ANTE EL ESPEJO DE LA GEOPOLÍTICA

Alberto Hutschenreuter*

La victoria de Donald Trump en las presidenciales de Estados Unidos aceleró la cuestión relativa con la continuidad o no de la asistencia financiera y militar a Ucrania, es decir, la misma suerte de este país en su confrontación con Rusia.

En el estado actual, muy comprometido de Kiev, resulta impensable que el país pueda sostener la guerra sin la ayuda estadounidense, ya sea para aguantar una estrategia defensiva o, ni hablar, para intentar una gran ofensiva el próximo año.

Es posible que por un tiempo Trump continúe con la asistencia, pero no será por mucho tiempo. Entonces la responsabilidad quedará para Europa, donde no hay un compromiso integral sobre la ayuda y donde hace tiempo aumenta la fatiga.

Entonces, si finalmente Europa queda sola frente a la guerra, deberá invertir más dinero para continuar la asistencia. Y no sólo eso, deberá ocuparse de las tareas de inteligencia, las que hasta hoy las realiza mayormente el primus inter pares. Es decir, física y psicológicamente los países de Europa deberán hacer un esfuerzo enorme para mantener a flote a Ucrania.

Europa ya ha fracasado en relación con no haber hecho pesar su activo mayor como «potencia institucional»: la diplomacia. Ahora podría afrontar el fracaso militar, pues hoy Europa no se halla en condiciones de «hacerse cargo» de Ucrania.

Como bien advierte el experto George Friedman, «el tiempo pasa. Europa es ahora próspera, densamente poblada y, en teoría, plenamente capaz de defenderse a sí misma. Sin embargo, los países europeos no han reconstruido sus ejércitos, colectiva o individualmente para llevar a cabo esa tarea y Estados Unidos sigue soportando el peso financiero de la defensa del continente. Este es el quid del argumento de Trump: en pocas palabras, cree que Europa está actuando de mala fe. No es del todo nuevo, los republicanos han hecho tales afirmaciones durante años y el propio Trump lo señaló en su primera presidencia, pero no carece de mérito».

De manera que, si finalmente el escenario es el retiro de la ayuda de Washington, el tiempo se acelerará y posiblemente favorecerá a una Rusia que tampoco cuenta con recursos infinitos ni con una economía que crece a tasas chinas, pero que afrontó las rondas de sanciones y controla firmemente casi el 20 por ciento del territorio ucraniano. El país dispone de efectivos, pero también se requiere de un periodo de preparación.

Sí consideramos que Europa ya ha sufrido una categórica derrota energética en esta guerra, particularmente Alemania (donde hay elecciones en marzo, dato que hay que considerar), un escenario de derrota de Ucrania sería también una derrota de Occidente.

En cualquier caso, Europa tendrá que abandonar definitivamente el «jardín» sereno donde se refugió bajo el sol estadounidense durante las últimas siete décadas y volver su mirada al espejo de la geopolítica, la que seguro no solo le hará ver a sus jóvenes líderes institucionalistas el error de no haber asumido su propia condición estratégica y militar cuando debió haberlo hecho, sino también que las relaciones internacionales son, ante todo, relaciones de poder, intereses e intenciones ocultas.

 

* Miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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MOLDAVIA: ¿DE QUIÉN ES ESA «INTERFERENCIA»?

Roberto Mansilla Blanco*

El pasado 10 de octubre la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, viajó Chisinau, la capital de Moldavia, diez días antes de unas decisivas elecciones presidencias con referéndum incluido de adhesión a la Unión Europea. En 2022, al calor de la guerra ruso-ucraniana, Moldavia recibió súbitamente el estatus de candidato para ingresar en la UE, comenzando oficialmente en junio pasado las negociaciones de admisión con Bruselas.

En su visita, von der Leyen elogió la labor de la presidenta Maia Sandu, ferviente «europeísta» y acérrima crítica de Rusia. Sandu se jugaba la reelección en las elecciones del pasado domingo 20 de octubre. En Chisinau, la «dama de hierro» de la UE prometió un paquete de ayuda de 1.800 millones de euros a Moldavia, apetecible «regalo» si los moldavos aprobaban mayoritariamente el «Sí» a la adhesión a la UE.

Durante meses von der Leyen se prodigó en advertencias y críticas contra Moscú por su presunta política de «interferencia» vía guerra híbrida y desinformación contra las «aspiraciones europeístas» moldavas. Pongamos el tema en contexto histórico: Moldavia, ex república soviética fronteriza con Ucrania con una mayoría de población lingüística, cultural e históricamente ligada a la vecina Rumanía, pero también con presencia de importantes comunidades rusoparlantes, mantiene un litigio soberanista con la República Pridnestroviana de Transnistria, una república «de facto» declarada independiente de Chisinau desde 1991, año de la desintegración de la URSS.

Hasta 1992 Chisinau mantuvo infructuosamente una confrontación militar contra los irredentistas «transnistrios» para intentar recuperar su soberanía en ese territorio. No lo consiguió pero el conflicto sigue latente y ha logrado redimensionarse tras la invasión rusa de Ucrania. Moscú mantiene un consulado en Tiráspol, la capital de Transnistria, así como un destacamento del Ejército asentado en la margen oriental del río Dniéster que, curiosamente, es precisamente la mayor garantía de estabilidad local.

Bruselas, en su pretendida «cruzada civilizatoria» contra el presidente ruso Vladimir Putin, viene advirtiendo insistentemente que el Kremlin utiliza Transnistria como una reproducción de lo que supuso el Donbás como leitmotiv de la invasión a Ucrania en 2022. Visto en perspectiva, la «línea dura» de la UE y de la OTAN, de la que von der Leyen forma parte, interpreta que Moldavia correría el mismo riesgo que su vecina Ucrania: una eventual invasión militar rusa. Esa fue la idea y la perspectiva que atizaron desde los centros de poder y los mass-media. De allí la importancia de las «elecciones-referéndum» del pasado domingo 20 en Moldavia.

El problema para vor der Leyen y Sandu es que el «europeísmo» alcanzó apenas un 50,4% de los votos. Informaciones posteriores aseguran que 150.000 moldavos, un 10% de la población habilitada para votar, reconoció la «compra de votos» a favor del «Sí». Visto lo ajustado del resultado, no es poca cosa. Por cierto, la «europeísta» Sandu tampoco ganó en primera vuelta. Deberá disputar ahora la presidencia en una segunda vuelta contra el ex fiscal Alexander Stoianoglo el próximo 3 de noviembre.

Moscú denunció que las elecciones «no fueron completamente libres» y que el resultado plantea muchas «interrogantes». Algunas fuentes aseguran que la victoria del «Sí» se debió también al importante voto de la diáspora moldava, tradicionalmente «proeuropea». Mientras, Sandu denuncia la presunta campaña desde Moscú por parte de oligarcas como Ilan Shor, exiliado en Rusia, a quién acusa de aparentemente comprar votos contra Sandu y el «europeísmo».

Sólo un dato más para intentar explicar que fue lo que sucedió el pasado 20 de octubre en Moldavia. Durante la campaña electoral, Stoianoglo aseguró que, en caso de llegar al poder, llevará a cabo una política «equilibrada» con vínculos con EEUU, Rusia, la UE y China. Un ejercicio de realpolitik que por lo visto constituye una especie de sacrilegio para Bruselas y von der Leyen.

En Moldavia, el «europeísmo-otanista» de von der Leyen salió contrariado: ni siquiera puede celebrar una «victoria pírrica» ante un resultado que muestra tantas incertidumbres como las que estamos viviendo desde hace tiempo con la guerra ucraniana, donde las recientes tentativas de alto al fuego se ven condicionadas (y a veces entorpecidas) por las expectativas ante el resultado electoral en EEUU en las presidenciales del próximo 5 de noviembre.

El flamante «Plan de la Victoria» recientemente declarado por el presidente ucraniano Volodymir Zelensky se ve contrariado ante la certeza de que Ucrania no tiene efectivos militares para resistir una ofensiva rusa de alto nivel. Y tras incesantes «advertencias» de presunta «interferencia rusa» en las elecciones moldavas, el resultado electoral en ese país define las incongruencias de Bruselas y las aspiraciones de von der Leyen, de la OTAN y de la UE, quienes no dudaron en intentar «atraer votos» con prebendas económicas. Entonces, en Moldavia, al final, ¿de quién viene siendo esa «interferencia» de la que tanto hablan los grandes mass-media?

 

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/moldavia-de-quen-e-esa-interferencia-roberto-mansilla-blanco/

 

ISRAEL Y EL MANTO DE IMPUNIDAD

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: hosnysalah en Pixabay.

Un año después de los ataques de Hamás en territorio israelí, que dieron paso a la desproporcionada e inhumana invasión militar de Gaza, ¿cuál es el panorama en Oriente Próximo? Existe una nueva crisis de refugiados ante el desplazamiento de población palestina hacia el sur de la Franja de Gaza, Israel inicia una nueva guerra invadiendo el sur del Líbano con la finalidad de descabezar al movimiento islamista Hizbulá, al mismo tiempo que ataca posiciones en Yemen de la comunidad hutí, aliado iraní.

Esta nueva ofensiva israelí dio paso a la respuesta iraní y del Hizbulá con el lanzamiento de misiles y drones contra territorio israelí. Israel ha hecho patente su absoluto desprecio por la ONU, incluso atacando algunos de los puntos y convoyes de este organismo en un claro ejercicio de amenaza disuasiva, tal y como ha venido realizando con prácticamente todas las resoluciones de la ONU en lo relativo al tema palestino.

El resultado, un año después, es más guerra en Oriente Próximo y una escalada de tensiones que implica observar con atención la posibilidad de un enfrentamiento directo entre Israel e Irán.

Los acontecimientos interpretan que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu está acelerando el viejo proyecto del «Gran Israel» buscando sellar definitivamente las denominadas «fronteras históricas» y diseñando una nueva geopolítica regional. La posibilidad de difusión de un conflicto a gran escala contra Irán, Irak y Siria no es un escenario para nada descartable.

Por mucho que la retórica oficial israelí se esfuerce en justificar sus acciones bajo la recurrente perspectiva de «victimización», queda claro que Netanyahu no está librando una guerra «por la supervivencia» ni por la «vitalidad del Estado de Israel». Lo hace bajo el argumento de existencia de enemigos frecuentes (Irán, Hizbulá, Hamás) pero no menos convenientes para mantener su poderoso establishment militar-industrial israelí, verdadero factor de poder que nutre la existencia del Estado de Israel como entidad estatal, obviamente con el apoyo de EEUU y Europa.

Por otra parte, el sorprendente ataque de Hamás en octubre de 2023 abrió una brecha dentro de la sociedad israelí, rompiendo el mito de su imbatibilidad militar y de la impenetrabilidad de su territorio. Los dos ataques masivos de misiles por parte de Teherán en lo que va de 2024 (abril y octubre) confirman igualmente esa perspectiva. No obstante, la sociedad israelí no parece mostrar mayores críticas o cuestionamentos contra la «línea dura» consolidada por Netanyahu y sus aliados, amparados bajo un proyecto supremacista que denigra y demoniza al contrincante. Israel desistirá de cualquiera mea culpa así como tampoco atenderá (cómo viene siendo costumbre) la legalidad internacional siempre que los resultados militares sean eficaces para neutralizar a sus enemigos.

No obstante, no queda claro que Israel esté avanzando militarmente en estas dos guerras simultáneas (Gaza y Líbano) que pueden prolongarse con el tiempo. Un año después del ataque de Hamás, Tel Aviv apenas logró liberar una decena de los más de 200 israelíes secuestrados. Si bien golpeados y asesinados sus principales líderes (Ismail Haniya y Yahya Sinwar por parte de Hamás; Hasán Nasralá del Hizbulá) ambos movimientos distan notoriamente de mostrar cualquier atisbo de desaparición; incluso refuerzan su condición de actores de resistencia y han revitalizado, al menos de cara al exterior, una causa palestina que parecía adormecida. Y en el trasfondo también está Irán, el eje vertebrador de esta especie de cinturón contra Israel dentro de un volátil e inestable mapa regional pero que sabe que sus respuestas contra Israel deben ser calculadas tomando en cuenta la posibilidad de manifestar un desequilibrio militar y de apoyos geopolíticos a favor de Tel Aviv.

Por otro lado, también está la doble vara de medir de una comunidad internacional cada vez más incongruente e insignificante. La misma que demonizó al presidente ruso Vladimir Putin con la invasión de Ucrania en 2022, aplicando una oleada de sanciones nunca antes vista contra un país, hoy busca tomar distancia de los crímenes que Israel comete en Palestina y ante sus aspiraciones hegemónicas regionales.

Occidente poco tiene que ofrecer cuando un eje euroasiático China-Rusia-Irán-Turquía (e incluso India) comienza a pisar con fuerza en la arena internacional, creando y fortaleciendo alternativas multilaterales (OCS, BRICS+) y alterando los cimientos de poder de ese interregno denominado «post-postguerra fría», hoy prácticamente sepultada. La cumbre de los BRICS a celebrarse en Kazán (Rusia) entre el 22 y el 24 de octubre plantea la posibilidad de ingreso del Turquía en este organismo multipolar toda vez que otros actores emergentes y potencias energéticas como Indonesia, Malasia, Tailandia, Vietnam y Argelia piden también su ingreso.

Por otra parte, el silencio de los principales países árabes (Egipto, Arabia Saudí, Qatar) sobre lo que sucede en Gaza y Líbano podría confirmar colaterales factores de complicidad con Israel. La eventual desarticulación de dos movimientos islamistas (Hamás y Hizbulá), que tienen demostrada su eficacia en la resistencia y lucha armada contra Israel, y su consecuente efecto neutralizador hacia Irán puede suponer para las élites árabes un beneficio político orientado a neutralizar cualquier síntoma de simpatía popular hacia esos movimientos, especialmente ante la presencia de otros movimientos islamistas como la Hermandad Musulmana, con múltiples redes de apoyo regionales.

Un año después de la guerra desatada por Netanyahu, el conflicto en Oriente Próximo entra en terreno desconocido. La única certeza es que Israel solo conoce el militarismo y la guerra como ethos y razón de ser, incapacitado para impulsar cualquier iniciativa diplomática o de paz que no sea bajo sus condiciones y amparada en los históricos apoyos occidentales.

Un año después también vemos como se derriba definitivamente esa pretendida pax americana en Oriente Próximo, otrora proyecto hegemónico de la «posguerra fría» en el que Washington, igualmente incapacitado para solucionar la actual crisis, parece ahora convencido de la necesidad de derogar esa tarea en su aliado regional, perpetuando así la impunidad israelí.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/a-eterna-impunidade-israeli-roberto-mansilla-blanco/