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EL ASESINATO DE CHARLIE KIRK EN TIEMPOS DE «TRUMP II»: ¿SE DESLIZA EEUU HACIA UNA DICTADURA «2.0» O HACIA UNA «GUERRA CIVIL» DE BAJA INTENSIDAD?

Roberto Mansilla Blanco*

El asesinato del activista conservador Charlie Kirk el pasado 10 de septiembre en un campus universitario en Utah ha desatado todo tipo de escenarios prospectivos sobre la posibilidad de que EEUU estaría políticamente entrando en una fase de radicalización sociopolítica y de autoritarismo que eventualmente conlleve un espiral de violencia política.

El crimen ocurre en un momento en que la administración de Donald Trump ha entrado en una fase de «securitización» de la política estadounidense, colocando a la seguridad nacional y el control de los organismos de seguridad estatales como una prioridad de su gestión. El despliegue de la Guardia Nacional (GN) y efectivos militares en Los Ángeles y Washington DC, alegando una supuesta ‘crisis delictiva’, ha sido el primer paso de un plan más amplio de militarización que amenaza con extenderse a Chicago, Baltimore, Nueva York y otras ciudades y estados gobernados por el Partido Demócrata.

Pero no es sólo el contexto interno sino también regional el que podría estar aprovechando Trump para afianzar su agenda «securitista». En este sentido también se puede incluir la operación antinarcóticos que Washington lleva a cabo en aguas caribeñas, que ha propiciado una mayor presión hacia el gobierno venezolano incluso con expectativas de derrocamiento y transición del poder en Caracas.

Tomando en cuenta otros precedentes, este episodio de violencia política contra Kirk no es aislado y acontece igualmente en un contexto determinado por la segunda presidencia de Trump, cuyas expectativas se focalizan en consolidar al «trumpismo» como un eje hegemónico del sistema político estadounidense. En esta coyuntura, el debate político en EEUU se ha trasladado claramente a las redes sociales bajo un clima de intensa polarización y radicalización, condicionando en algunos casos la labor que asumen las instituciones estatales en materia de conciliación y de resolución de conflictos.

Las reacciones al asesinato de Kirk por parte de altos cargos del gobierno estadounidense, especialmente del vicepresidente D.J. Vance, intensifican los temores en cuanto a la radicalización política. Vance no dudó en acusar a sectores de extrema izquierda como los presuntos perpetradores de este atentado.

Poco después, las autoridades detuvieron a Tyler Robinson (22 años) acusado de ser el presunto asesino de Kirk. La Fiscalía estadounidense pidió la «pena de muerte» contra Robinson, en clara concordancia con las expectativas del presidente Trump.

La violencia política como espectáculo: Kirk, un mártir para el «trumpismo»

Kirk, de 31 años y cristiano devoto, fue el fundador en 2012 del movimiento activista Turning Point USA, un foro de militancia política a favor del «trumpismo» y del movimiento MAGA (Make America Great Again) Esta iniciativa tiene especial atención en propiciar la militancia hacia las nuevas generaciones. Tras el asesinato, su viuda Erika Kirk (36 años) asumió este rol como CEO de este movimiento social y político estrechamente ligado al «trumpismo».

El movimiento tiene presencia en aproximadamente 3.500 campus de bachillerato y universidades en EEUU, expandiendo una ideología de liberalismo económico, reducción del papel del gobierno y del sector público y una retórica anti-musulmana y sexista, congeniando plenamente con las ideas conservadores que ha monopolizado el «trumpismo». Una encuesta de la Universidad de Harvard asegura que la franja etaria entre 18 y 24 años ha girado sus preferencias políticas hacia la derecha. Por tanto, Charlie Kirk parecía encaminado a dirigir a una nueva generación de jóvenes «trumpistas». Y sus ideas comenzaban a tener impacto en el exterior.

El funeral de Kirk celebrado en Arizona este 21 de septiembre se convirtió en una puesta en escena estratégica en clave política para movilizar socialmente al «trumpismo» en un momento donde se está registrando descontento con la gestión presidencial. Enardeciendo la emotividad como móvil político, el propio Trump catalogó a Kirk como un «mártir» toda vez clamaba que «sin Dios no hay EEUU». El objetivo era claramente «sacralizar» su lucha política en aras de preservar el patriotismo y los valores tradicionales como ejes fundamentales de la sociedad estadounidense.

Observando con detenimiento estas palabras, esta simbiosis entre religión y política así como las constantes referencias a Dios determinan igualmente la voluntad de la Administración Trump por focalizar en la educación para moldear una nueva cultura política entre la opinión pública que contrarreste la ideología progresista y de la denominada «izquierda woke» en las aulas y movimientos sociales. Con ello pretende movilizar al ascendente nacionalismo cristiano afiliado a su idea de MAGA, vital para su apoyo político y electoral, probablemente marcando la agenda de cara a las elecciones legislativas del «mid-term» previstas para noviembre de 2026.

Con ello, el «trumpismo» da el pistoletazo de salida para iniciar lo que las nuevas fuerzas conservadoras, reaccionarias y liberales han denominado como «la batalla cultural» contra las corrientes progresistas, concordando igualmente con los apoyos de grupos religiosos que apoyan a Trump.

Dos datos para tomar en cuenta que explican el porqué de la movilización de las fuerzas «trumpistas» y sus implicaciones dentro del contexto de polarización y radicalización política en EEUU. El primero, el rechazo a la inmigración ilegal, aspecto que fortalece las políticas antiinmigración que impulsa Trump bajo el argumento de que afectan la seguridad y la identidad nacional estadounidenses.

El segundo, la proliferación de armas entre la población civil. Según la organización independiente Small Arms Survey, actualmente existen en EEUU unas 400 millones de armas en manos civiles. La ratio indica que es un arma por cada habitante, lo cual hace de EEUU el país con más armas de fuego per cápita del mundo, con más de 120 armas por cada 100 habitantes. 

Trump resucita el «macartismo» para el asalto al poder total

Si bien estamos aún lejos de observar en EEUU una situación de crisis y disolución que lleve a la quiebra institucional y a la conformación de bandos armados con control territorial que propicien una eventual guerra civil, esta perspectiva no deja de ser mediáticamente atractiva tomando en cuenta el escenario de constante convulsión a nivel mundial que, súbitamente, estaría llegando precisamente hacia la principal potencia del planeta.

Por tanto, el clima derivado en EEUU del asesinato de Kirk merece una reflexión más profunda sin perder de vista si este horizonte de confrontación política radical y eventual guerra civil es posible o no.

La perspectiva de que EEUU podría estar transitando hacia una guerra civil comienza a tener repercusión en el mundo intelectual y editorial. En 2019 los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt explicaron los peligros del populismo «trumpista» y sus tendencias autoritarias en tiempos de crisis política en su clásico How Democracies Die. What History Reveals about Our Future.

Tras este estudio destaca el libro de la académica Bárbara Walter, How Civil War Starts and How to Stop It (2025) Catedrática de Asuntos Internacionales en la Universidad de California, Walter es una de las principales expertas mundiales en guerras civiles, violencia política y terrorismo. Siendo una voz autorizada conviene por tanto reproducir algunas ideas que Walter expone en su libro y que puede ayudar a comprender la dinámica de polarización y radicalización que vive EEUU desde aproximadamente la década de 1990 pero que se ha exacerbado con la llegada de Trump a la presidencia en 2017.

Apoyándose en un informe de la CIA, Walter identifica «la evolución del extremismo en EEUU» cuya fase previa se encamina a la «insurgencia manifiesta». Según Walter, esos pasos «son el señalamiento, por parte de un grupo, de agravios comunes y la construcción de una identidad colectiva, el reclutamiento de miembros, algunos de los cuales reciben entrenamiento militar, el acopio de armas y provisiones, las acciones violentas de baja intensidad». Actualmente, «el país es una anocracia dividida en facciones que se aproxima rápidamente a la fase de insurgencia manifiesta, lo cual significa que está más cerca de la guerra civil de lo que ninguno de sus ciudadanos creería. El asalto al Capitolio ha impedido al Gobierno restar importancia a la amenaza que las organizaciones de ultraderecha suponen para EEUU y su democracia. […] De hecho, el asalto al Capitolio podría ser perfectamente el primero de una serie de atentados organizados en una fase de insurgencia manifiesta: se dirigió contra infraestructuras, había planes de asesinar a ciertos políticos e intentos de coordinar las acciones, y, además, implicó a un gran número de milicianos, algunos de ellos con experiencia en combate».

Por otro lado, un medio de tendencia progresista, Spanish Revolution, identifica una serie de claves que definen la concreción de un régimen autoritario y dictatorial en los EEUU de Trump. Señala aquí la concentración de poder; la ausencia y separación de poderes; las restricciones a derechos y libertades; manipulación electoral; control de medios de comunicación; uso sistemático de la violencia y del miedo; culto a la personalidad («trumpismo»); ausencia de garantías jurídicas; supresión de la sociedad civil; y narrativa única e imposición ideológica. Según esta publicación, de estos diez parámetros, EEUU ya cumple con siete.

La tendencia a propiciar escenarios de espectacularidad política vía puesta en escena como el funeral de Kirk se ha convertido en una estrategia para Trump y un «trumpismo» que está reconstituyéndose en cuanto a piezas políticas e ideológicas. Más allá de la gravedad de la situación determinada por el asesinato de Kirk, este hecho no deja de implicar una situación de oportunismo político para un Trump cada vez más enfocado en otorgarle prioridad a la seguridad pública, con vestigios de dar curso a un escenario de «securitización» e incluso militarización del debate político. Un aspecto importante que se pudo observar en este funeral fue la escenificación de la eventual «reconciliación» entre Trump y el magnate Elon Musk tras meses de desencuentros.

Ya en julio de 2024, con el atentado en su contra en Pennsylvania durante un mitin político, Trump logró vertebrar a su favor este suceso en momentos previos a las elecciones presidenciales de noviembre pasado. No se debe olvidar el asalto al Capitolio en enero de 2021 por parte de simpatizantes trumpistas atendiendo al llamado de su líder días antes de la toma de posesión de Joseph Biden. Toda vez ha enfrentado casos judiciales en este sentido, Trump sigue argumentando sin pruebas concluyentes que las elecciones de 2020 fueron un robo. Mientras tanto, en Brasil, su aliado político Jair Bolsonaro acaba de ser sentenciado a 27 años de prisión por una situación similar ocurrida en enero de 2023. Fiel a su estilo intimidatorio que revela sus intenciones políticas, Trump ha amenazado con sanciones comerciales a Brasil por este juicio contra Bolsonaro.

En el foco de atención está observar cómo Trump rentabilizará políticamente el crimen de Kirk. Recientemente hemos observado su decisión de imponer un mayor control sobre la policía, la Guardia Nacional y otros mecanismos de seguridad. Se especula con que el asesinato de Kirk sirva de excusa para desatar una sutil represión política y de ideas disidentes.

Para ello precisa reconvertir como eje del debate político la tesis de la lucha entre los «patriotas MAGA» contra los «globalistas» y el supuesto «Estado Profundo» apoyado por la «ideología woke» y los «liberal-globalistas» presentes en el establishment de lo que se ha denominado como «el Estado Profundo». Uno de los blancos preferidos de Trump y sus simpatizantes es apuntar contra el magnate George Soros como supuesto mecenas de estas ideologías «antipatriotas». El propio Kirk llegó a acusar a judíos-estadounidenses de presuntamente financiar la izquierda woke y el denominado «marxismo cultural».

Si bien Kirk defendía públicamente a Israel, días previos a su asesinato comenzó también a criticar el genocidio en Gaza. No obstante, fuentes israelíes se concentraron en enfocar su asesinato argumentando una especie de conspiración por parte de la izquierda woke e incluso de elementos yihadistas. No obstante, el propio gobierno de Netanyahu ha intentado disminuir esos argumentos con la intención de evitar cualquier implicación israelí detrás del suceso, alejando las expectativas conspirativas ante el hecho de que Kirk tomara distancia sobre los planes israelíes en Gaza.

Viendo en perspectiva histórica, los EEUU de Trump podrían retrotraer los mecanismos de la cacería macartista de la década de 1950 contra los comunistas, ahora reconvertidos en los «progresistas, globalistas y woke». Las reacciones de Trump tras el asesinato de Kirk podrían arrojar algunas claves sobre esta posible cacería ideológica, especialmente en los medios de comunicación y en un poder judicial donde el «trumpismo» y los sectores ultraconservadores tienen una fuerte presencia.

Trump ha amenazado con retirar las licencias a medios y grandes cadenas informativas que consideran críticos con su gestión. También ha señalado a periodistas y reporteros de ser eco de voces izquierdistas que influyen en la opinión pública. La suspensión por parte de la cadena ABC del programa del comentarista Jimmy Kimmel por un comentario sobre el asesino de Kirk implica observar cómo la polarización en los medios ya acoge medidas punitivas. Son cada vez mayores las denuncias de las intenciones de Trump de amordazar la libertad de expresión y de información silenciando voces críticas.

En un gesto claramente reaccionario e incluso provisto de teatralidad, Trump ordenó vía redes sociales a su fiscal general Pam Bondi que persiga «ya» a «los enemigos del presidente de EE.UU», lo cual confirma un inédito acto de injerencia en las labores del Departamento de Justicia. El 22 de septiembre, Trump declaró como «organización terrorista» al movimiento Antifa, progresista, antifascista y antirracista que tuvo una presencia importante durante las protestas tras el asesinato de Floyd en 2020 y la creación de la protesta «BlackLiveMatters».

Las redes sociales: el campo de batalla de la «guerra civil 2.0»

Volviendo al caso Kirk, en redes sociales, e incluso algunos miembros de la clase política, hubo reacciones de todo tipo. Un comentarista político influyente como el conservador Tucker Carlson (conocido por su mediática entrevista al presidente ruso Vladimir Putin en febrero de 2024) fustigaba contra el odio y reclamaba por la necesidad de «orden en el país», destacando el «carácter cristiano y moralista de Kirk».

Como un émulo del discurso «trumpista», las palabras de Carlson exponen la perspectiva de «necesidad de regeneración espiritual» de los EEUU instigando a dar curso a una agenda ultraconservadora.

Por otro lado, el analista Daniel Estulín, quien ya advirtió hace años sobre la aparente «inevitabilidad de una guerra civil en EEUU», realizó una comparativa del asesinato de Kirk con el realizado contra Daria Dugina, hija del ideólogo eurasianista ruso Aleksander Dugin, en agosto de 2022. Dugin, considerado quizás de manera exagerada como el «ideólogo de Putin», es un conocido simpatizante de Trump, cuyas ideas de «regeneración espiritual» y de «recuperación del papel civilizatorio de Rusia» coinciden con las visiones patrióticas y antiglobalistas de MAGA, teniendo un notable impacto mediático dentro y fuera del país.

Estulín, de origen lituano nacido en la URSS y a quien se le ha tildado de propiciar «teorías conspiratorias», consideró que Kirk fue víctima del denominado «Estado Profundo» y las «fuerzas invisibles» (un objetivo preferido para el «trumpismo» y MAGA) Indicó que Kirk que criticaba constantemente al presidente ucraniano Volodymir Zelenski mientras defendía una política de distensión por parte de EEUU con Rusia. Esto provocó, según Estulín, que diversos ucranianos en redes sociales festejaran el asesinato de Kirk.

Vistas las reacciones en diversos medios, el asesinato de Kirk podría así estar creando un caldo de cultivo para una radicalización política en EEUU. En este apartado se menciona también el papel de la denominada «Generación Z», los nacidos en la década de 1990 imbuidos en la cultura digital cuya capacidad política se ha visto confirmada con los recientes acontecimientos en Nepal, echando violentamente del poder al establishment.

De este modo, el «trumpismo» y sus detractores han convertido las redes sociales en el campo principal del debate político en EEUU, alterando así los canales tradicionales de discusión mientras marca una tendencia cada vez mayor hacia la radicalización como una especie de solución política.

Un análisis del LISA Analysis Unit augura un clima de «guerra política de baja intensidad» en EEUU argumentando que «si bien la probabilidad de una guerra civil clásica es muy baja, el escenario de una ‘guerra política de baja intensidad’ (con violencia localizada, atentados selectivos, crisis de gobernabilidad y periodos de confrontación social intensa) es cada vez más plausible. Este riesgo no es teórico: los datos recientes sobre asesinatos de figuras públicas, amenazas a jueces y funcionarios, protestas masivas y picos de desinformación confirman que la tensión ya se está manifestando».

En un mensaje póstumo, Erika Kirk, viuda de Kirk, se dirigió a «los malhechores» detrás del asesinato de su esposo que «no saben lo que han hecho ni lo que han desatado en todo este país. Mataron a Charlie porque predicaba un mensaje de patriotismo, fe y amor por un Dios misericordioso». Habló de la familia y del «amor de Kirk por Trump». Con un tono calculadamente emotivo enfatizó en el carácter «heroico» de quienes asistieron a su esposo en sus últimos minutos de vida. Insistió en el mensaje de su esposo por «crear familias y tener fe en Dios. Es lo más importante de todo».

Lo que puede ser considerado como una puesta en escena en clave política sobre el futuro no sólo de EEUU sino de sus intereses a nivel mundial puede tener otros mensajes que no se deben pasar por alto. Erika Kirk podría estar lanzando un llamado a la lucha en un momento de crisis, en clave existencial y espiritual. Y Trump, maestro de la escenografía, del show y del espectáculo, lo ha recogido oportunamente en un momento clave, en un «Turning Point» de una presidencia que parece estar convencida de que éste es el momento propicio para instaurar la visión «trumpista» definida en el «ideario MAGA», con todas sus consecuencias.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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EL EQUILIBRIO MILITAR ENTRE EEUU Y VENEZUELA

Roberto Mansilla Blanco*

Las tensiones en aguas caribeñas entre EEUU y Venezuela ante la operación antinarcóticos impulsada por Washington obliga a realizar un ejercicio comparativo en cuanto al equilibrio militar. En este sentido es claramente perceptible la abrumadora disparidad, favorable a EEUU, en cuanto a la medición de fuerzas militares con Venezuela.

Desde que en 1942 abriera una delegación militar en la sede del Ministerio de Defensa de Venezuela en Fuerte Tiuna (Caracas), EEUU ha sido el principal socio militar y económico venezolano. No obstante, la llegada de Hugo Chávez al poder (1999) ha repercutido en un drástico viraje geopolítico que le ha permitido a Venezuela concretar nuevos socios militares en potencias relevantes como Rusia, China e Irán y aliados regionales como Cuba y Nicaragua.

Como consecuencia de ello, EEUU pasó de ser el principal aliado a convertirse en probablemente el más acérrimo enemigo del «chavismo». En 2000, el presidente Hugo Chávez ordenó cerrar definitivamente la anteriormente mencionada delegación militar estadounidense en Caracas. En 2005 decretó la ruptura de intercambios militares entre ambos países. El gobierno de George W. Bush (2001-2009) aplicó una legislación de embargo para la venta de armas a Venezuela, lo que acrecentó el distanciamiento definitivo entre Washington y Caracas. La Unión Europea (UE) hizo lo mismo en 2017.

La nueva doctrina militar bolivariana adoptada en 2004 contempla conceptos estratégicos como la «guerra asimétrica» y la «guerra popular contra el imperialismo» enfocada ante la previsión de tensiones geopolíticas crecientes con una potencia militar como EEUU.

La Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB)

Estructura: el presidente de la República Bolivariana de Venezuela Nicolás Maduro Moros es el Comandante en Jefe de la FANB. El ministro del Poder Popular para la Defensa es Vladimir Padrino López, en el cargo desde 2014.

De acuerdo con el portal del Ministerio del Poder Popular para la Defensa de Venezuela, el organigrama militar venezolano está dividido en:

    1. Comando Estratégico Operacional de la FANB (CEOFANB)
    2. Ejército Bolivariano
    3. Armada Bolivariana
    4. Aviación Militar Bolivariana
    5. Guardia Nacional Bolivariana (GNB)
    6. Milicia Bolivariana (MB)

El Ejército Bolivariano está constituido por 29 brigadas divididas en siete regiones: Occidental, Los Andes, Capital, Central, Oriental, Los Llanos y Guayana. Existen tres grandes comandos: Cuerpo de Ingenieros, Comando de Aviación y Comando Logístico. Dispone de un personal de 300.000 efectivos activos y otros 430.000 de reserva.

En 2021, la FANB creó las Unidades de Reacción Rápida (URRA) de infantería ligera que, bajo el mando de la CEOFANB), está basada en la doctrina del Sistema Defensivo Territorial y la fusión cívico-militar-policial articulado por las Regiones Estratégicas de Defensa Integral (REDI).

La nueva doctrina militar bolivariana le ha permitido a la FANB fortalecer una industria militar propia, destacando la fabricación del vehículo táctico Tiuna para transporte ligero estándar de tropa, contando con hasta 9 modelos, entre ellos antitanque, antiaéreo y policía militar. El Ejército venezolano también presentó el fusil de precisión «Catatumbo».

En cuanto a la Milicia Bolivariana es un cuerpo creado por ley orgánica en 2008 y elevada a rango constitucional. La MNB está conformada por dos estratos: la Reserva Nacional y la Milicia Territorial. También existen los Cuerpos Especiales de Resistencia, contingentes de trabajadores de empresas e instituciones nacionales.

Si bien no existen fuentes completamente fiables sobre su número de efectivos se estima que desde 2020 cuenta con cuatro millones de combatientes activos, siendo el componente más numeroso de la FANB y erigiéndose como una especie de «cuerpo pretoriano» en defensa de la «revolución bolivariana y socialista».

Debe destacarse que el poder militar efectivo de Venezuela se ha visto severamente afectado por las recurrentes crisis económicas que ha vivido el país en la última década (sanciones internacionales desde EEUU y embargos de armas incluidos), corrupción estructural e infraestructura deteriorada.

Presupuesto: Para 2023, el presupuesto total de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) asciende a US$ 1.929.600.000.

Por su parte, el portal Global Firepower, utilizando fuentes del Banco Mundial y del SIPRI estima que Venezuela gastó aproximadamente US$ 4.093 millones en defensa en 2023. Esta cifra supone que el gasto público en defensa en 2023 alcanzó el 0,5% del PIB, una caída de 0,15 puntos respecto a 2022, cuando el gasto fue el 0,65% del PIB. Según el Military Power Ranking 2025, Venezuela ocupa el puesto 52 a nivel mundial en cuanto a gasto militar mientras que en el ranking 2025 de Global Firepower ocupa el puesto 50.

Socios exteriores: Rusia se ha convertido en el principal proveedor de armamento para el Ejército venezolano. En 2005, Moscú abrió en Venezuela la primera fábrica de fusiles Kalashnikov en el extranjero, dotando de 100.000 fusiles AK-103 al Ejército venezolano. En 2007 Caracas compró otros de 5.000 rifles Dragunov para francotirador.

De acuerdo con el SIPRI, Venezuela es el sexto mayor comprador de armas rusas. Desde 2013, Vladimir Putin y Maduro se han reunido una decena de veces y suscrito más de 350 acuerdos. Entre 2004 y 2018 Moscú concedió US$ 34.000 millones en créditos a Caracas para que le comprara armas, entre ellas cazas Su-30Mk2 y sistemas antimisiles S-300. El fusil reglamentario de las FANB es el AK-47, que va a fabricar con licencia rusa en la ciudad de Maracay, a 100 kilómetros de la capital Caracas.

En 2011 Venezuela recibió 35 carros de combate T-72B1, 16 BMP-3, 32 BTR-80A, 24 lanzacohetes móviles BM-21 Grad, el obús autopropulsado 2S19 MSTA-S, todos ellos de fabricación rusa. Están en servicio 92 tanques T-72B1, 150 BTR-80A, 50 BM-21 Grad y más de 50 2S19 Msta-S en el Ejército.

La Fuerza Aérea venezolana cuenta también con unos 20 cazambombarderos Sujoi Su-30MK2 de origen ruso, que sustituyen a los F-16 estadounidenses. El Comando de Defensa Aeroespacial Integral cuenta con sistemas de misiles antiáereos S-300VM de largo alcance, Buk-M2E de medio alcance y S-1252M Pechora de corto alcance, todos de origen ruso.

De acuerdo con el portal OSINTdefender, utilizando fuentes del canal ruso Rybar, en el marco de la crisis actual entre EEUU y Venezuela, Rusia habría desplegado drones Shaded-131/136 de fabricación iraní para detener cualquier eventual intervención estadounidense en Venezuela.

Por su parte, China ha firmado acuerdos de cooperación militar y de defensa con Caracas, que incluyen venta de armas, entrenamiento y transferencia tecnológica.

En 2024 Irán exportó a la FANB misiles CM-90, una versión del misil anti-crucero iraní Nasir (ASM) Teherán también ha suministrado a Venezuela drones armados Mohajer-6.

Las Fuerzas Armadas de EEUU

A diferencia de la FANB, las Fuerzas Armadas de EEUU (U.S. Armed Forces) tienen ámbito de actuación internacional con más de 700 bases militares en todos los rincones del planeta y 4.800 sedes en 160 países. Esta condición convierte a EEUU en la principal potencia militar a nivel mundial, sólo rivalizada por Rusia y China, precisamente aliados militares y geopolíticos de Venezuela.

Estructura: con sede en el Pentágono (Condado de Arlington, estado de Virginia), las Fuerzas Armadas (FF.AA.) de EEUU están cohesionadas en torno al Departamento de Defensa de EEUU. El presidente Donald Trump es el Comandante en Jefe de las FF.AA. de EEUU. El actual secretario de Defensa es Pete Hegseth, en el cargo desde enero de 2025.

En cuanto a fuerzas están divididas de la siguiente forma:

    1. Ejército de los EEUU (U.S. Army). Entre sus cuerpos destaca el Cuerpo de Marines de los EEUU (U.S. Marines);
    2. Armada de los EEUU (U.S. Navy);
    3. Fuerza Aérea (U.S. Air);
    4. Fuerza Espacial (U.S. Space);
    5. Guardia Costera (U.S. Guard);

Poseen además dos componentes de reserva: la Guardia Nacional del Ejército (The Army National Guard) y la Guardia Nacional del Aire (Air National Guard).

El Departamento de Defensa cuenta con 11 Comandos Combatientes (Combatant Commands, COCOM): Africa Command; Central Command; Cyber Command; European Command; Indo-Pacific Command; Northern Command; Southern Command; Space Command; Special Operation Commands; Strategic Command; Transportation Command.

El Departamento de Defensa coordina igualmente los distintos cuerpos de inteligencia y de seguridad. Destacan aquí agencias civiles como la Agencia Central de Inteligencia (CIA), centrada en inteligencia exterior, y agencias de aplicación de la ley como la Oficina Federal de Investigación (FBI), que aborda el terrorismo y la ciberdelincuencia en el ámbito nacional. Otras entidades importantes son la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), encargada de la inteligencia electrónica y el cifrado y el Servicio Secreto de los Estados Unidos (USSS).

Presupuesto: el portal del Departamento de Defensa calcula en US$ 840 mil millones el presupuesto en defensa de EEUU.

Efectivos: el Departamento de Estado informa que las FF.AA. de EEUU cuentan con 3,4 millones de efectivos entre personal militar y civil activo.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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EL «NUEVO-VIEJO ORDEN» DE TRUMP II

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: gregroose en Pixabay

 

Empieza el nuevo gobierno de Donald Trump en la Casa Blanca con un perfil bastante similar al de su anterior mandato (2017-2021) pero políticamente más reforzado.

Tal y como había advertido, el anuncio de deportación de miles de inmigrantes ilegales realizada por Trump el día de su investidura como el 47º presidente de los EEUU este 20 de enero, calificando este como el «día de la liberación», confirma que las señales de identidad en este retorno del «trumpismo» siguen intactas.

Unas señas mucho más reforzadas políticamente, con una agenda global más uniforme y elaborada, aderezada por el apoyo y los intereses de una elite oligárquica y tecnócrata, principalmente proveniente de Silicon Valley, con pretensiones de carácter «futurista», en la que Elon Musk tendrá, a priori, un protagonismo clave a través de su ministerio de Eficiencia de Gobierno (sin desestimar a Jeff Bezos y Mark Zuckerberg), ampliando incluso su margen de actuación hacia nuevas perspectivas dentro de la industria militar y de defensa estadounidense.

Como hizo en 2017 con Barack Obama, en 2025 Trump ha mantenido inalterable su vocación de «pasar página» del legado de la administración anterior, en este caso de Joseph Biden. Mucho se ha hablado del tono revanchista que presagiaba esta toma de posesión de Trump en su retorno a la Casa Blanca. Sus declaraciones tras jurar la Constitución dejaron clara su visión de no olvidar el pasado. «El camino para volver no ha sido fácil (…) pero el 20 de enero de 2025 es el Liberation Day», dijo Trump antes de firmar unas 200 medidas y decretos de aplicación inmediata, bajo un ritmo frenético orientado mediáticamente a satisfacer las expectativas políticas y electorales previas.

Aupado por sus aliados internacionales, destacando aquí la presidenta de gobierno italiano Giorgia Meloni (cuya pretensión es convertirse en el eco del «trumpismo» en Europa), los presidentes de Argentina, Javier Milei, y El Salvador, Nayib Bukele, Mateusz Morawiecki, ex primer ministro polaco y líder en el Parlamento Europeo del grupo Conservadores y Reformistas, y el líder del VOX español Santiago Abascal (por su parte no pudo asistir el presidente húngaro Viktor Orbán, uno de sus principales aliados), Trump se prodigó en mensajes emocionales de corte subliminal: «La edad de oro de EE.UU comienza ahora» dijo toda vez la «mano dura» se prevé con la declaración de emergencia en la frontera con México, el final del pacto sobre energías limpias y una posición conservadora en materia de identidad sexual: «Habrá solo dos géneros, hombres y mujeres».

China: «en tiempos de paz, por si acaso prepárense para la guerra»

Vale la pena destacar la reacción que el regreso de Trump a la Casa Blanca generó en su principal rival geopolítico, China. Un día antes de la investidura, el vicepresidente chino Han Zheng se reunió con el nuevo vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, a quien las cábalas políticas le otorgan el presunto papel protagonista de ser el sucesor de Trump y quien formaría parte de una supuesta logia “ilustrada y oscurantista”, aparentemente configurada como una importante base de poder del nuevo «trumpismo».

Desde Washington, Zheng aseguró que «China está lista para trabajar con EEUU para adherirse a la orientación estratégica de la diplomacia del jefe de Estado y dar seguimiento al importante consenso alcanzado entre el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente electo Donald Trump, a fin de impulsar el desarrollo estable, sano y sostenible de los lazos bilaterales». Una declaración oficial que refuerza el tradicional tono pragmático y protocolario de Beijing, una apuesta por la conciliación, la distensión y el diálogo sin ocultar las bases inalterables e ineludibles de los intereses geopolíticos chinos.

Mientras Trump asumía su cargo, en Beijing, Xi Jinping, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh), presidió una reunión del Buró Político del Comité Central del PCCh. Quedaba claro que no era una reunión casual: el objetivo era coordinar estrategias y afinar detalles concretos sobre lo que supone para China este nuevo período presidencial de Trump hasta 2029.

Un análisis de la agencia estatal Xinhua también revelaba estas claves sobre la relación entre China y EEUU con el regreso de Trump. Allí se explicaba que «aunque la relación entre China y EEUU está marcada por la cooperación, la competencia y, a veces, la tensión, cada vez más se caracteriza por la interdependencia. La cooperación económica y comercial se ha convertido en la piedra angular de los lazos bilaterales, con un comercio que ha crecido más de 200 veces. Las inversiones bilaterales han superado los 260.000 millones de dólares, con más de 70.000 empresas estadounidenses operando en China y generando ganancias anuales de 50.000 millones de dólares. Además, las exportaciones a China sostienen 930.000 empleos en EEUU». Aviso para navegantes desde Beijing ante las expectativas de aranceles proteccionistas por parte de la nueva administración de Trump.

De forma colateral, las amenazas de Trump hacia Groenlandia y el Canal de Panamá (sin olvidar Canadá) advirtiendo utilizar incluso la intervención militar para recuperar la soberanía estadounidense tienen en mente a China.

En Groenlandia está en juego la carrera geopolítica de poder por el control del Ártico, donde Rusia y China también juegan sus cartas. En el caso del Canal de Panamá, el objetivo es alejar a China del hemisferio occidental, en particular por su condición de socio comercial y de cooperación estratégica con varios países latinoamericanos (Brasil, México, Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Uruguay) y ante las expectativas de Beijing de avanzar en la concreción de otro canal, el de Nicaragua, que una al Atlántico con el Pacífico.

Consciente de que el «enemigo» en esta especie de «neo-guerra fría» es China, Trump deberá contemporizar entre mantener una posición de distensión y neutralidad con Rusia y, al mismo tiempo, intentar romper el eje euroasiático que lidera China, con unos BRICS en ascenso que precisamente observan a China y Rusia como socios económicos alternativos a la hegemonía «atlantista» que Trump quiere reconvertir en plenamente «estadounidense» o en todo caso «anglosajona».

El otro gran retorno: Trump y Putin

Si la reacción china ante Trump II es relevante, igualmente importante lo es la del otro gran actor global, Rusia. Al igual que su aliado chino, el Kremlin ha reflejado una posición de mesura y expectación con el foco en las previsibles negociaciones que lleven a una reunión de Trump con su homólogo ruso Vladimir Putin, con Ucrania en el epicentro de atención.

Como era de esperar, durante una reunión extraordinaria en Moscú del Consejo de Seguridad, Putin felicitó a Trump como 47º presidente de EEUU y se mostró dispuesto a reanudar los «contactos directos» con la Casa Blanca bajo la perspectiva de «evitar una Tercera Guerra Mundial». La alusión a una guerra mundial no es baladí en el imaginario histórico y político ruso. En su página de X, el ministerio de Exteriores ruso dejó claras cuáles son las prioridades de su país ante el contexto actual rememorando un hecho histórico como el 82º aniversario del levantamiento del sitio de Leningrado a manos del Ejército soviético tras 872 días de asedio nazi.

El comunicado del Kremlin ante la toma de posesión de Trump fue lo suficientemente elocuente y sugerente a la hora de emitir su mensaje en perspectiva geopolítica y una velada despedida a Biden: «por supuesto, saludamos ese espíritu y felicitamos al presidente electo de EEUU por su toma de posesión. Escuchamos las declaraciones del presidente electo y su equipo sobre el deseo de reanudar los contactos directos con Rusia, rotos por la Administración saliente no por nuestra culpa».

Por otra parte aumentan los preparativos por parte de la Administración Trump para una posible reunión con Putin con el foco en una eventual tregua en la guerra ucraniana. Con ello se evidencia el reseteo y la nueva era (que no necesariamente se prevé cordial) en las relaciones ruso-estadounidenses, muy diferentes al antagonismo preponderante durante la administración Biden por su irrestricto apoyo a Ucrania y su pretensión de luchar «hasta el último ucraniano» enviando ayuda militar y financiera cuando la guerra parece entrar ahora en una fase de tregua y negociación más favorable a los intereses geopolíticos y militares rusos.

Este contexto deja en una delicada posición a la pieza «atlantista» de Biden en Ucrania, el presidente Volodomir Zelensky, quien también participa en esta carrera de obstáculos y de preparativos para la presidencia de Trump aceptando negociar con Rusia (y sus ganancias territoriales) a cambio de un ingreso en la OTAN que se observa prácticamente imposible y. aparentemente, aún menos con Trump en la Casa Blanca.

Buscando complicidad orientada a ganar espacios ante esta negociación, Zelensky felicitó a Trump argumentando que «es un día de esperanza para la resolución de muchos problemas». Con todo, Zelensky prepara también su terreno político y personal: previo a la investidura de Trump acordó con Gran Bretaña un tratado de asociación de 100 años que establece la cooperación militar y tecnológica contra la «amenaza rusa».

Kiev teme que la previsible sintonía de Trump con Putin implique la degradación de la importancia estratégica del conflicto ucraniano y la expectativa de confirmar la insignificancia de Zelensky como líder político en la Casa Blanca. El impulso de un ultranacionalismo ucraniano legitimado ahora por una narrativa «heroica» de su resistencia contra el «invasor ruso» podría tener el beneplácito de una OTAN que precisa mantener la Kiev en su órbita de influencia.

Por su parte, la certificación de la presencia rusa en el Donbás, Zaporiyie, Mariúpol, territorios ya integrados desde 2022 en la estructura estatal de la Federación rusa (así como lo fue anteriormente Crimea desde 2014) puede intuir un reacomodo de equilibrios políticos dentro del Kremlin en esta nueva etapa presidencial de Putin hasta 2030, con el posible ascenso de una nueva élite de poder constituida por nuevos «oligarcas» y funcionarios actualmente establecidos en esos territorios y ocupados en la tarea de reconstrucción bajo la soberanía rusa.

Groenlandia, Europa y la crisis dentro de la OTAN

A la espera de lo que suceda con Ucrania en esta cumbre Trump-Putin aún en preparación salió inesperadamente a la luz la crisis de Groenlandia, la cual implica a dos miembros de la OTAN como EEUU y Dinamarca, en un momento estratégicamente delicado para la Alianza Atlántica, obsesivamente preocupada por el desafío que comprenden Rusia y China.

Esta crisis entre Washington y Copenhague ante las advertencias de Trump de pretender ocupar militarmente la enorme masa glacial pone en el foco el tantas veces mencionado artículo 5 de defensa común ante una hipotética agresión, que en este caso no sería exterior sino interna, aumentado así los recelos en Europa ante las intenciones de Trump de desarticular la cooperación trasatlántica, obligando a la UE a acelerar las expectativas de autonomía estratégica defensiva.

No sería por tanto descartable que Trump «tense la cuerda» con esta crisis por Groenlandia con la finalidad de advertir sus expectativas por diluir los compromisos de Washington con la OTAN y de que los socios de la Alianza aumenten exponencialmente el gasto militar incluso más allá del 2% del PIB acordado en la cumbre de Madrid de 2022. Trump pretende que ese gasto aumente al 5%.

Como ya se mencionó con anterioridad, el objetivo «trumpista» en Groenlandia también es geoeconómico motivado por los intereses empresariales en torno a los minerales existentes en las «tierras raras» así como ganar espacios en la carrera por el control del Ártico en la que Rusia y China ya tienen terreno abonado. Trump y Musk tienen aquí un interés específico.

Volviendo a Europa está por ver cuál será la óptica definitiva de la nueva administración de Trump, si seguirá siendo un aliado estratégico ante el eje euroasiático sino-ruso, un estorbo derivado de los compromisos estadounidenses en materia de seguridad o una avanzadilla para la consolidación de un «trumpismo» continental ya abonado en figuras como Orbán, Meloni, Abascal, Marine Le Pen, Gert Wilders, el FPÖ austriaco y la nueva estrella emergente de la ultraderecha populista europea, Alternativa por Alemania (AfD), formación a la que el propio Musk ha pedido el voto al electorado alemán en las elecciones generales de febrero próximo.

La internacional «trumpista» transatlántica aterrizaría así con bases firmes en Europa, cuestionando los compromisos militares vía OTAN, erosionando las estructuras institucionales de la Unión Europea y estableciendo un canal de transmisión con Rusia con la pretensión, a priori bastante improbable, de ejercer una brecha entre Moscú y Beijing que desarticule ese eje euroasiático igualmente consolidado tras la guerra en Ucrania.

América Latina, Oriente Medio y Asia Pacífico

La llegada de Trump a la Casa Blanca generó una vertiginosa «carrera contra reloj» por parte de los principales líderes mundiales a la hora de ganar posiciones ante la nueva administración estadounidense. Los efectos de esa «carrera contra reloj» se dejaron sentir con mayor impacto en Oriente Medio y América Latina.

Desde Cuba hasta Gaza observamos treguas, altos al fuego y liberación de presos políticos (en el caso cubano) y de rehenes (Hamás) En este último caso es de prever que Trump mantenga inalterable su apoyo irrestricto al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, cuyos conflictos regionales (Gaza, Líbano, Siria) contra el decaído «eje de la resistencia» (Hamás, Hizbulá, Irán) puede abrir nuevos canales de confrontación.

No deben pasarse por alto las suspicacias de Netanyahu con esta tregua de carácter táctico para ganar tiempo. Las presiones de los sectores ultranacionalistas dentro de la coalición de gobierno y su influencia en el estamento militar pueden alterar las condiciones de esta tregua, toda vez Netanyahu es consciente de que su sintonía personal con Trump puede resultar decisiva en caso de volver al campo de batalla.

Tras la caída de Bashar al Asad en Siria, Moscú y Teherán observaron un visible revés geopolítico. Para asegurar posiciones, el Kremlin viene de completar un acuerdo defensivo de cooperación con Irán por 20 años, una medida muy probablemente diseñada para contrarrestar esa pérdida de peso geopolítico en una Siria cuyo nuevo gobierno comienza a ser cortejado por países europeos y árabes vía relaciones diplomáticas y acuerdos económicos.

Por otro lado, el objetivo de la UE no es únicamente la estabilidad siria como mecanismo de seguridad para estos intereses «atlantistas» en Oriente Próximo (con Israel como pieza estratégica clave para Washington) sino la posibilidad de abrir la veda de un retorno de refugiados sirios en Europa con la perspectiva de aminorar el alza electoral y política de los partidos de ultraderecha en Europa, en especial el ya mencionado AfD, acusado desde Bruselas de ser una presunta pieza estratégica del Kremlin.

Un apunte final: Turquía, miembro estratégico de la OTAN que, al mismo tiempo, tiene conexiones con Rusia y China. Ankara ha ganado peso en la Siria post-Asad a través de la milicia islamista HTS y del Ejército de Liberación Sirio (ELS). Durante su primer mandato, sin menoscabar algunos roces, existió una sintonía personal entre Trump y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.

El nuevo contexto en Siria puede abrir retos ineludibles para una Turquía que busca configurar sus esferas de influencia desde Asia Central hasta el Mediterráneo. La preocupación de Ankara es evitar la materialización de un corredor kurdo en sus amplias fronteras con Siria e Irak. Las fuerzas separatistas kurdas en Siria, con una especie de autonomía de facto en la región de Rojavá, cuentan con el apoyo de Washington.

Se ha especulado con una invasión militar turca al norte de Siria que recuerda la realizada por Turquía en Chipre (1974) configurando la actual República Turca del Norte de Chipre, un Estado de facto sólo reconocido por Ankara. Si la crisis de Groenlandia ocurre en el seno de dos países de la OTAN, en caso de eventual invasión turca al norte de Siria, la Alianza Atlántica se vería igualmente inmiscuida colateralmente en un conflicto que involucra a un aliado estratégico. ¿Mantendrá Trump la distancia ante este eventual escenario o se implicará directamente, quizás con la finalidad de evitar un reforzamiento del poder geopolítico turco que afecte los intereses de su aliado israelí?

En el caso de América Latina, el anuncio de la administración Biden de disminuir las sanciones contra Cuba, de eliminar a la isla caribeña de la lista de países fomentadores del terrorismo y la ampliación de las medidas de Protección de Residencia Temporal, que beneficia a cientos de miles de inmigrantes latinoamericanos en situación irregular (en el caso de los venezolanos, unos 600.000) son medidas que apuntan a dos escenarios clave para la próxima administración Trump: obstaculizar la promesa de aplicar una deportación masiva de inmigrantes; y la óptica que tendrá el nuevo gobierno en la Casa Blanca con respecto a Cuba y Venezuela, ahora con un Maduro reforzado con otro período presidencial hasta 2031.

No debemos pasar por alto que el próximo secretario de Estado en Washington es un «halcón» cubano-estadounidense, Marco Rubio, firme detractor de los regímenes cubano y venezolano. Pero la realpolitik puede también funcionar en este escenario de relaciones hemisféricas para disgusto, por ejemplo, de la oposición venezolana y sus expectativas de derribar el régimen «madurista».

Finalizamos en Asia-Pacífico. Aquí no hay mayores misterios: la estrategia de contención geopolítica y militar contra China alcanzará mayores cotas de materialización en alianzas para Trump (Taiwán, Japón, Corea del Sur, Australia) y de reacomodo de estrategias previas (AUKUS; Pivot to Asia) toda vez está igualmente por ver si se mantendrá el deshielo con una Corea del Norte mucho más reforzada en sus alianzas exteriores (Rusia, Irán, China).

La guerra comercial EEUU-China también dictará sus reglas en este escenario ante las expectativas proteccionistas de Trump que podrían resultar incluso contraproducentes para la economía estadounidense tomando en cuenta esa condición de interdependencia con China.

La era Trump II ya ha empezado en la Casa Blanca, más experimentado y reforzado políticamente pero sin modificar sustancialmente su ideario político. No obstante, el efecto impredecible del tándem Trump-Musk augura eventos vertiginosos para la política global en los próximos años, una especie de «montaña rusa» que acelerará la inevitable confrontación geopolítica con China y sus esferas de influencia globales.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

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