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LA EXCLUSIÓN A LA MUJER NO SE CURA CON ARROBAS

Abraham Gómez*

Imagen de Free-Photos en Pixabay 

Se ha vuelto indetenible la presencia de la mujer en las más disímiles disciplinas y áreas de conocimientos.

Las mujeres han venido asumiendo elogiosas responsabilidades, con fundamentación y sostenibilidad. Ellas cultivan la superación con sus propios méritos.

En bastantes partes del mundo se adelanta una especie de “excavación en la historia”, un asunto casi de “arqueología social” con el fin de encontrar mujeres valiosas, de extraer sus palabras y sus obras. Para que ellas digan, en la contemporaneidad, lo que intentaron decir y no pudieron. Para que sus voces sean escuchadas, ahora y para siempre. Para hacer presentables sus obras, para rescatarlas de las olvidadas fosas del tiempo.

Es un trabajo apasionante, que nos propusimos hace muchos años. Lo hemos ejercido desde todos los ámbitos posibles. Es una auténtica y palpitante genealogía solidaria, impregnada de razón y emoción.

¿Qué nos hemos conseguido, a lo largo de todo ese trayecto? Que, ciertamente, todavía hay odiosos resabios de androcentrismo en las sociedades; que   creen y presuponen que en torno a lo masculino deben determinarse todas las cosas.

Digamos también que, al momento de escribir sobre el hermoso e interesante trabajo de las mujeres, muchos intelectuales emplean suficientes estrategias de atenuación discursiva que persiguen minimizar el contenido de sus obras, cuando los temas se refieran al género femenino. Son intelectuales deshonestos, cobardes e hipócritas.

Es verdad que cuando una sociedad se encuentra masculinizada, entonces hace usos excesivos de los diminutivos —como instrumentos lingüísticos—, para darle opacidad a las realidades de las mujeres.

Prestemos mucha atención a lo siguiente: el género gramatical atiende a estructuras complejas morfo-sintácticas concordantes, cuya intención persigue darle exquisitez, economía y transparencia al texto-discurso; así como también, al orden sintagmático que deben seguir las palabras; por lo que debemos evitar caer en la trampa de apelar a las dobles, innecesarias y redundantes consideraciones al momento de mencionar lo masculino y lo femenino.

No hacemos inclusión de lo femenino en la sociedad, ni reivindicamos a la mujer con sólo decir: muchachas y muchachos, ellas y ellos, todas y todos o poniendo arrobas (@) en los escritos para abarcar ambos géneros de una sola vez.

El símbolo arroba no tiene un origen determinado; sin embargo, se cree que este término deriva del árabe ar-rub, que significa cuarta parte; ya que, aproximadamente, durante el siglo XVI se empleaba como medida de peso y volumen de la mercancía tanto sólida como líquida. Cuatro arrobas formaban una unidad mayor conocida como quintal.

La Real Academia Española no aprueba el uso del símbolo arroba para referirse a la forma femenina y masculina de algunas palabras como, por ejemplo, tod@s, hij@s, chic@s, con el fin de evitar un uso sexista del lenguaje o ahorrar tiempo en la escritura de palabras.

En el castellano-español basta que usted señale únicamente un sustantivo con el cual abarcará tanto lo masculino como lo femenino, si tal vocablo varía, en su flexión de género, sólo en las letras (a) (o).

Por ejemplo: si dice diputados y niños (allí están contenidas también las diputadas y las niñas); pero si dice hombres debe mencionar mujeres; si expresa caballeros, también debe mencionar damas.

Muchas veces por pretender izar falsos feminismos del tipo: participantes y participantas, concejales y concejalas, alférez y alfereza, oficinistas y oficinistos, camaradas y camarados, asistentes y asistentas, y por esa ruta distorsionada y ridícula se termina por ofender o poner en entredicho el verdadero valor de las mujeres en nuestra sociedad.

Menos con la grafía de @, cuya   intención busca abarcar ambos géneros. Sepa que la @ carece de fonética distintiva; entonces al pronunciarla surge la obligación de caer en el desdoblamiento de lo femenino y masculino. Por ejemplo, si alguien, por dársela de inclusivo, tuviera el atrevimiento de escribir l@s periodist@s, no tendrá otro imbécil resultado que, al mencionar a tales profesionales, deba decir: las periodistas y los periodistos. Tamaña e inaceptable ridiculez.

Una solución que, por intentar fomentar la economía del lenguaje —decir más con menos palabras— da lugar a todo lo contrario.

La arroba es un símbolo, no un signo lingüístico.

En esta compleja situación, hemos escuchado, en encendidos discursos a los “falsos inclusivistas”, exponer a manera de justificación: “nuestros alegatos van en favor de la igualdad, la visibilidad y el lenguaje inclusivo”.

Lo que debe quedar claro es que no debemos pedirles a las construcciones gramaticales que reivindiquen lo que muchas sociedades, enteramente masculinizadas, excluyen en los actos de habla, en la vida diaria, con las simbologías y en los desenvolvimientos prácticos cotidianos,

¿Acaso se siente la mujer excluida o discriminada al no ver referido su género a través de una arroba, que suponen los proponentes que la visualiza y la reivindica socio históricamente?

Podemos expresar, una y otra vez, las mismas y decididas respuestas a la anterior pregunta: los abusos en los desdoblamientos referidos al género gramatical son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Correo electrónico: abrahamgom@gmail.com

RECURRENTE CRUELDAD DE LOS CONFLICTOS ARMADOS

Agustín Saavedra Weise*

Durante la guerra de Vietnam, las militares de Estados Unidos hicieron uso de agentes químicos, como el Napalm incendiario y el defoliante Agente Naranja, contra la población civil en su guerra contra el Ejército de Vietnam del Norte y el Vietcong.

La gentileza en las guerras ha tenido su escaso tiempo, ya que arrolladoramente primó la violencia. Paradigmas de destrucción en el pasado fueron los hunos de Atila, los mongoles de Gengis Khan y los vándalos, temible tribu germánica cuyos pillajes generaron términos idiomáticos hoy usados por todos.

Tuvimos algunas épocas en que las guerras se libraban en lugares alejados y los pueblos vivían en relativa paz. Esos pueblos no guerreaban entre sí: para eso estaba la milicia levantada al efecto. Hubo un tiempo en Europa en que se hizo alarde de tal “caballerosidad”. No duró mucho; está en el hombre su capacidad intrínseca de crueldad y de violencia. Antes de la paz de Westphalia (1648) murieron ocho millones de personas y muchos millones más en los últimos grandes enfrentamientos de los siglos XIX y XX, con el concepto de guerra total. Junto con las terribles batallas de la Primera Guerra Mundial, bloqueos navales hambrearon a ciudades. Años antes, los ingleses encerraron a familias enteras en campos de concentración (1902) durante su lucha contra los bóers en Sudáfrica. Previamente, en la guerra de secesión norteamericana (1861-1865) la Unión liderada por Abraham Lincoln destruyó casi por completo a los estados separatistas del sur e impuso la “rendición incondicional”. Asimismo, se practicó la política de tierra arrasada durante las campañas militares de Sherman y Sheridan, quienes ejercieron múltiples tropelías contra la inocente gente de los lugares confederados que atravesaban.

La guerra se hace para quebrar la voluntad del enemigo e imponerle a éste la voluntad del triunfante. Muchos alegan que cualquier método es válido para alcanzar ese objetivo político. ¿Y qué mejor manera de destruir al oponente que ganarle la moral mediante la crueldad? Suena horrible, pero la experiencia señala que eso ha venido sucediendo en casi todos los conflictos, menos en Vietnam, donde el más poderoso (EEUU) terminó derrotado por el oponente local, inferior en tecnología, pero que usó con supremacía el elemento sorpresa y la psicología.

El gran estratega vietnamita, Vo Nguyen Giap, derrotó rotundamente a los generales del Pentágono. En el sudeste asiático, la falta de piedad vino de la mano norteamericana con sus lanzamientos indiscriminados de “napalm”, sofisticadas bombas incendiarias de fósforo que ya se usaron en el innecesario bombardeo de la indefensa ciudad alemana de Dresden a fines de la Segunda Guerra Mundial. Más adelante, las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki (1945) provocaron otra enorme crueldad y el fin de la contienda. Al poco tiempo se inició la era del equilibrio del terror nuclear mutuamente disuasivo.

Las guerras son crueles intrínsecamente. Con el tiempo se fueron haciendo cada vez peores por el atropello de civiles inocentes que morían para así aniquilar la moral del rival. “Nada debería quedarle a la población enemiga, más que sus ojos para llorar”, exclamó una vez un general unionista, reflejando así —durante la guerra de secesión en los Estados Unidos— la manifiesta crueldad de una pelea de todos contra todos, ya no solamente de ejércitos chocando hidalgamente y con la población al margen.

La cosa sigue en este tercer milenio con guerras aisladas, pero igualmente horripilantes. Conflictos en Medio Oriente, África, Afganistán, Siria, Irak y el terrorismo global, reflejan múltiples formas de violencia y crueldad masivas. Así marcha hasta hoy nuestra “civilizada” comunidad humana. Lamentable.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Nota original publicada en El Debe, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/recurrente-crueldad-de-los-conflictos-armados_209595

 

 

RECORDEMOS: PERSISTE EL RIESGO DE UN GRAN TERREMOTO

Agustín Saavedra Weise*

Un reputado geólogo nacional —Daniel Centeno Sánchez— anunció en 2018 que existen fallas longitudinales y transversales inactivas en el territorio nacional.

Esto ocurre sobre todo en la región de Mandeyapecua, que presenta una preocupante grieta y con ello se corre el riesgo de un sismo de 9 grados en la escala de Richter, algo verdaderamente catastrófico. Asimismo, el geólogo ha señalado en su momento que las regiones más afectadas serían el Chaco cruceño, chuquisaqueño y tarijeño, en el cual destacan poblaciones como Camiri, Yacuiba y Villa Montes, entre otras localidades que se verían afectadas con este sismo.

Centeno cree que de darse un movimiento telúrico de magnitud 9 en Mandeyapecua, a la ciudad de Tarija llegará una réplica mucho menor (de 5 o 6 grados en la escala de Richter) por contar con suelos rocosos, lo que reduciría el impacto de las ondas sísmicas. En su momento, Centeno también afirmó que ese terremoto afectaría sobre todo a Camiri, Santa Cruz de la Sierra, Yacuiba y Bermejo, ya que sus territorios están sobre arena y por tanto las consecuencias podrían ser devastadoras.

Varios sitios Web han divulgado en el reciente pasado el peligro latente que existe para el oriente y sudeste boliviano de sufrir un terremoto de terrible magnitud.

Las noticias expresaron que “dos millones de bolivianos están expuestos a un peligro de terremoto de una magnitud de hasta 8,9, un sismo que sería 125 veces más potente de lo que auguraban estimaciones anteriores”. El preocupante descubrimiento constituyó una sorpresa hasta para los propios investigadores. “Nadie sospechaba que las estimaciones precedentes habían sido subestimadas”, destacó Benjamín Brooks, investigador asociado del Instituto de Geofísica y Planetología de Hawai. “Esperemos que estas informaciones serán ampliamente difundidas en Bolivia y tomadas en cuenta por la gente que podría resultar más afectada”, manifestó luego el experto.

Por mi parte, me preocupé en la antigua columna “Dominicus” de divulgar esto desde el mismo momento en que conocí las malas nuevas. En su momento, el potencial desastre en cierne generó en nuestro país algunos comentarios y opiniones. Ahí paró la cosa. Hoy ya no se habla más del asunto. Grave error, debemos seguir estando alertas y vigilantes.

Nunca podremos saber cuándo exactamente se producirá un fenómeno como el potencialmente descripto y tampoco sabemos si se producirá tal cómo se lo pronostica. Lo real y tangible, es que sí se hizo un estudio internacional serio y se lo hizo conocer al público. Lastimosamente, hasta ahora las autoridades bolivianas, creo que no han hecho nada al respecto.

Todos tenemos aún presente el desastre de Aiquile en el departamento de Cochabamba y las improvisaciones posteriores producidas en la zona afectada. Por tanto, urge con la debida anticipación tomar cuánto recaudo sea necesario para prevenir pérdidas de vidas y daños materiales, ante el hipotético caso de un sismo cuya alta probabilidad ha sido pronosticada científicamente.

Aunque nadie puede garantizar ni día ni hora, ni ocurrencia exacta y Dios quiera que el fenómeno jamás ocurra, el hecho de tener a la mano datos serios de nivel mundial debería bastar y sobrar para ejecutar prudentes tareas de prevención ante una posible tragedia, en particular con regulaciones antisísmicas en materia de construcción de casas y edificios. El riesgo está ahí, hay que minimizarlo y tenerlo presente. Es lo que hago ahora con este modesto recordatorio.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

 

Nota original publicada en El Debe, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/recordemos-persiste-el-riesgo-de-un-gran-terremoto_208720