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EL CARIBE EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE ESTADOS UNIDOS

José E. Muratti Toro*

A las 4:00 de la tarde del sábado 29 de abril de 1780, un cortejo fúnebre salió de la Mansión Ford, al final de la calle Morris en Morristown, Nueva Jersey, donde residía el General George Washington. En el ataúd yacía el diplomático cubano Juan de Miralles Trailhon, vestido con un “espléndido” traje de gala escarlata bordado con encajes de oro, reloj de oro con diamantes del que pendían varios sellos, relucientes anillos de diamantes en los dedos, medias de seda blanca, zapatos con hebillas incrustadas con piedras preciosas, y una peluca terminada en trencilla cubierta con un sombrero tricornio con adornos dorados.

El féretro se balanceaba con la ondulación propia de las procesiones fúnebres, sobre los hombros engalanados con las chaquetas azules de cuatro oficiales de artillería. Martha Dandridge Washington y Catherine Littlefield Greene, indumentadas con tafetanes de seda negra, seguían al cortejo presidido por los generales George Washington, Baron Von Steuben, Henry Knox, y el Dr. James Thatcher, médico militar quien documentó el evento.

Les acompañaban los congresistas John Mathews, Nathaniel Peabody, el Dr. Philip Schuyler, padre de Elizabeth Schuyler quien se convertiría en la esposa de Alexander Hamilton, y Francisco Rendón, secretario de Miralles junto a un desaliñado contingente del ejército continental cuyos uniformes colgaban sobre sus hombros como abrigos dos tallas más grandes tras el hambre sufrida en el peor invierno de toda la Guerra de Independencia de las Trece Colonias.

Un suave viento frío movía las copas de los olmos y los algarrobos a ambos lados del camino polvoriento que conduce hasta el cementerio presbiteriano que más tarde se denominaría Evergreen. Cada sesenta segundos un cañonazo resonaba sobre los campos entre Morristown y Camden haciendo temblar a los dos cientos hombres del séquito, de una milla de largo, que acompañó al comerciante y nunca confirmado “ministro plenipotenciario” del gobierno español. Este principal aliado de las Trece Colonias desde antes de la declaración de guerra de España contra Gran Bretaña, junto al gobernador de Louisiana, Bernardo de Gálvez, hizo posible el triunfo del ejército continental en Yorktown, el 19 de octubre de 1781.

Tres años y cuatro meses después de que el holandés Johannes de Graaf, gobernador de la colonia holandesa de San Eustaquio, al este de Puerto Rico, disparase once salvas a manera de saludo a un buque de la recién formada marina de guerra de las Trece Colonias que se abasteció de armas y municiones para su revolución, un cubano, nacido en Alicante, cuidado en su lecho de muerte por Martha Washington, era honrado en las más solemnes exequias fúnebres dedicadas a un extranjero por el ejército continental bajo el mando de quien se convertiría en el primer presidente de los Estados Unidos de América.

La Guerra de Independencia daría un giro hacia la victoria sobre el hasta entonces invencible ejército británico, luego que el gobernador español del territorio de Luisiana, Bernardo de Gálvez, con una flota armada en La Habana, conquistara Manchac, Mobila y Panzacola, las principales fortificaciones navales de Gran Bretaña en Luisiana, Georgia y Florida, impidiendo que llegaran refuerzos al ejército de Lord Cornwallis estacionado en Yorktown.

El triunfo de los revolucionarios obedeció tanto al valor del ejército continental, como al sitio de las fuerzas navales francesas bajo el General De Grasse en Yorktown, así como a la desarticulación de las fuerzas navales británicas en el Golfo de México y el Atlántico, por las armadas combinadas de Francia y España.

Sin embargo, el rol del Caribe y de España en la mayoría de las narraciones sobre la Guerra de Independencia que se publican en los EEUU, brilla deslumbrantemente por su ausencia. Esta exclusión solo resulta comprensible desde la decisión concertada de historiador tras historiador de clasificarla como lo suficientemente intrascendente como para excluirla de una de las revoluciones más importantes en la historia de la humanidad. Posiblemente esta Guerra de Independencia es uno de los acontecimientos más documentados de la historia. Una búsqueda electrónica en Google, en abril de 2017, generó unas 24.0 millones fuentes de información en inglés y 1,840,000 en castellano. Sin embargo, en las principales 24 historias de los Estados Unidos que se utilizan a nivel escolar y universitario del país, España es mencionada una vez y el Caribe, ninguna.

Lejos de representar un error o un desatino, esta exclusión obedece a la cosmovisión que los Estados Unidos han desarrollado de su pasado convertido en la doctrina de un excepcionalismo que le distancia del resto de las naciones e imperios. La revolución de las Trece Colonias, incontrovertiblemente se convirtió en el vórtice de la sustitución del imperio monárquico-religioso por el imperio de la ley. Pero su triunfo no fue exclusivamente propio sino el esfuerzo colectivo con los dos principales adversarios de Gran Bretaña hasta ese momento y hasta un siglo más tarde.

La Declaración de la Independencia estadounidense fue, sin lugar a dudas, el principal catalítico de las revoluciones que convirtieron a la mayoría de colonias del mundo en repúblicas independientes de los imperios que las conquistaron. Además, sirvió de fundamento para la narrativa de democratización que colocó a los Estados Unidos en un sitial ejemplarizante para las demás naciones que se concibieron como tales a partir del siglo XIX. Toda vez que su narrativa se documentó y diseminó con propósitos de aleccionar y distinguirle de las demás naciones de la modernidad, toda exclusión de acontecimientos y co-protagonistas se desprende de la decisión premeditada de convertir dichas aportaciones en irrelevantes. Hay exclusiones que son accidentes. Esta no es una de ella.

Entre 1775 y 1781,España y Francia aportaron sobre veinte millones de libras tornesas amén de cientos de miles de armas, municiones, uniformes, alimentos y medicinas al ejército continental. El 5 de agosto de 1781, el almirante de Grasse zarpó de Cap François, Haití, y se detuvo en Cuba, donde recibió 1.2 millones de libras tornesas recaudadas por las “damas de La Habana”, mediante donativos y la venta de sus joyas. Con este dinero de Grasse pagó los jornales de sus marineros y las tropas francesas y, el 6 de septiembre en Virginia, Washington pagaría sus tropas que se hallaban al punto de insubordinación toda vez que hacía meses que no habían cobrado.

El dinero suministrado por los “generosos” cubanos además se utilizó para pagar por los carretones y suministros con los cuales alimentar el ejército combinado de 5,700 norteamericanos, 3,200 milicianos, los 7,800 franceses de Rochambeau y las 3,000 tropas traídas por de Grasse desde el Caribe que sumaban unos 19,700 soldados y las mujeres, niños y otro personal de apoyo que acompañaban las tropas.

Las aportaciones de Cuba y de Juan de Miralles, uno de sus más prestigiosos comerciantes, así como la del gobernador de Luisiana, Bernardo de Gálvez, a la causa de la independencia de las Trece Colonias, comparan favorablemente con las del marqués de La Fayette, Jean-Baptiste Donatien, Conde de Rochambeau y el almirante François-Joseph Paul, Marqués de Grasse, de Francia, quienes han sido retenidos como exclusivos colaboradores de las colonias continentales en la mayoría de los relatos sobre la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América.

Toda ideología, sobre todo cuando no se le reconoce como tal, suele normalizar más efectivamente una visión de mundo que, por familiar y cónsona con el conocimiento legitimado por la academia, ser reviste de verosimilitud, resistiendo consistentemente la mirada crítica de sus premisas y sus cánones.

En un presente en el que el presidente de los Estados Unidos ha protagonizado una celebración militar de su independencia, mientras miles de hispanos viven en condiciones infrahumanas en lo que en 1781 era territorio español, resulta doblemente ofensivo que se criminalice a los descendientes de quienes hicieron posible el triunfo de su revolución.

 

* Oriundo de Hormigueros, estudió en la UPR-RP, CUNY, SUNY y actualmente en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Ha trabajado en educación superior, desarrollo organizacional, relaciones públicas y las Asociaciones de Industriales, Industria Farmacéutica y Productos de Puerto Rico. Su cuento «La víbora del desierto de Kavir» ganó el primer premio en el certamen de El Nuevo Día en 2012. Su libro ‘La víbora del desierto de Kavir y otros cuentos’ obtuvo el segundo premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña. En abril creó “Plaza de la Cultura”, un espacio de gestión cultural en Plaza Las Américas. En junio de 2014 fue electo presidente del PEN Club de Puerto Rico.

Tomado de El Nuevo Día (Puerto Rico), https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/elcaribeenlaguerradeindependenciadeestadosunidos-columna-2503670/

Cómo vencer con las 10 reglas de Sun Tzu

Agustín Saavedra Weise*

Sun Tzu —pensador chino fallecido hace más de 2.500 años— plasmó muchas de sus ideas en diversos escritos, entre ellos el ahora popular Arte de la Guerra, publicado en varios idiomas e inclusive promocionado a través de sus numerosas citas, repetidas por conocidos actores de Hollywood en varias películas de enorme popularidad. Si en todo conflicto lo importante al fin y al cabo es aniquilar al enemigo o anular su voluntad de lucha, hay para ello varias estrategias posibles, los medios son claros y estos son necesariamente violentos o, por lo menos, conllevan la amenaza de usar la fuerza. En los combates no caben las complacencias.

Lo realmente inteligente, empero, es intentar derrotar al contrario sin necesidad de acudir al uso de la fuerza, rendirlo sin luchar. Y según Sun Tzu, esa es la máxima habilidad: vencer al enemigo sin tener que pelear con él. Para ello hay que acudir a tretas que hurgan la mente del adversario y lo descolocan o lo desmoralizan. No en vano Sun Tzu proclamó: “Para triunfar en cualquier tipo de lucha hay que usar el engaño”. Lo importante: minar la voluntad de pelear del rival mediante diversos métodos que produzcan confusión.

El objetivo básico de quien utiliza las técnicas señaladas por Sun Tzu radica en la desmoralización y pérdida de la capacidad combativa del oponente, trátese de un enemigo único, de un ejército, o de una comunidad entera. Y para lograrlo hay que ejecutar las diez reglas que señaló el maestro chino. Ellas son: 1) Descomponed en el ámbito de vuestros enemigos todo lo que sea bueno; 2) Poned en ridículo a sus dioses y arrastrad por el lodo sus tradiciones; 3) Socavad por todos los medios el prestigio de sus clases dirigentes; complicadlas, toda vez que sea posible, en negocios turbios y exponedlas en el momento oportuno a la vergüenza; 4) Sembrad discordia y desunión; 5) Obstaculizad por todos los medios la labor de las autoridades; 6) Ubicad por doquier a vuestros soplones; 7) No rehuyáis la colaboración de nadie, ni siquiera la de las criaturas más viles y repugnantes; 8) Perturbad cuanto podáis la educación y el aprovisionamiento de las fuerzas armadas enemigas; debes socavar su disciplina y erosionar su voluntad de luchar; 9) No escatiméis promesas, ni dinero ni regalos, porque todo ello reditúa ricos intereses; 10) Usad siempre el engaño para desconcertar al adversario y confundir su espíritu.

Como aseveró con acierto un experto en estrategia y geopolítica —el ya fallecido general austríaco Jordis Von Lohausen— la ética del filósofo chino Confucio buscaba aclarar conceptos y equilibrar el alma llevándola a esferas superiores de comprensión. En cambio, la cínica estrategia de su compatriota Sun-Tzu buscaba justamente lo opuesto: confundir y desequilibrar, generar dudas, caos, tensiones y temores. La hoy llamada “guerra psicológica” —arreglada en conformidad con las consignas de Sun-Tzu— hace que el contrario abandone valores sustanciales tales como la verdad, la historia y a veces hasta su intrínseca gallardía, derrumbándose así su moral propia y la moral colectiva de quienes lo acompañan, muchas veces sin necesidad de usar las armas ni de acudir a la violencia directa.

“Confundid al pueblo y os aseguro que su destino estará en vuestras manos”, proclamaba el estratega chino. Algo de eso vemos hoy en el manejo sociopolítico de nuestro país y lo observamos también en otras latitudes. Pese a encontrarnos ahora muy lejos de Sun–Tzu en este ya transitado siglo XXI, está visto que sus cínicas enseñanzas han sido asimiladas y siguen siendo practicadas.

* Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG.

** Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://www.eldeber.com.bo/opinion/Como-vencer-con-las-10-reglas-de-Sun-Tzu-20190629-0058.html

LAS TECNOLOGÍAS SE SIGUEN ACELERANDO

Agustín Saavedra Weise

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Ya comenté en su momento ―en otra nota alusiva a estos temas de la modernidad tecnológica― que la ligereza, la velocidad y la aceleración son cada vez más frecuentes en la era que vivimos. Con seguridad el proceso se hará aún más rápido con el inminente advenimiento global del 5G (quinta generación) de comunicación inalámbrica, que ya se está usando en varios lugares de Estados Unidos y otros países industrializados.

Desde su tumba el gran Nikolai Tesla debe estar feliz al ver que su genial visión ya es realidad en todos los órdenes. Se espera una expansión multinacional de la nueva tecnología (tendrá lugar en 2020) que traerá consigo toda una revolución en materia comunicacional. Y desde ya, casi con seguridad habrá cambios de celulares, ya que aquellos que no estén preparados para el 5G pasarán al museo de las cosas viejas, aunque tengan pocos meses de vida. Así es de dramático el proceso de destrucción creativa que genera la innovación, como tantas veces lo he repetido en muchos de mis modestos comentarios.

Lo interesante en todo esto es ver cómo, a lo largo del tiempo, aquellas cosas que hoy son pilares tradicionales de la vida cotidiana han ido acelerando su consolidación como tales. Según la Organización Rand (www.rand.org) las cosas siguen la pauta de aceleración ya mencionada y podemos presumir que dicha pauta se acelerará aún más. Veamos. En conformidad con datos obtenidos, para que el teléfono fijo se establezca como parte cotidiana y fundamental de un hogar pasaron 85 largos años.

Cuando le tocó el turno al automóvil ―luego que los señores Daimler y Benz inventaron el motor a combustión y Henry Ford lo popularizó mediante precios asequibles para la gran mayoría de la población― el tiempo de asimilación del automóvil como parte cotidiana de la vida fue de 71 años.

Una vez aparecida la TV hubo un período de letargo hasta que comenzaron las emisiones en colores que entusiasmaron sobremanera al espectador. La televisión alcanzó, con el color, a demorar solo 21 años en convertirse en asunto rutinario de cada hogar en el mundo. La red informática más conocida como internet inició acciones internacionales en la década de los 80 y se popularizó en los 90. A partir del ingreso del Siglo XXI se extendió y demoró apenas 16 años en convertirse en cosa de todos los días, en algo rutinario.

Y desde que Steve Jobs presentó el llamado Smartphone o teléfono inteligente, el uso del celular se aceleró masivamente; en solo 13 años el artefacto se ha convertido en algo cotidiano y casi obligatorio. He aquí la aceleración del tiempo medida en función de factores tecnológicos usados regularmente por la humanidad. Interesante ¿verdad? Por tanto, podemos predecir -sin necesidad de ser magos- que por simple progresión cronológica el 5G y cualquier otra futura innovación de alcance mundial, pasará cada vez más rápido a formar parte de la vida nuestra de cada día. Así anda el mundo.

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://www.eldeber.com.bo/opinion/Las-tecnologias-se-siguen-acelerando-20190622-9119.html