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SERPIENTES QUE HABLAN EN LOS CUADROS

Francisco Carranza Romero*

Obras del artista peruano Harry Chávez

La exposición pictórica “El mito de serpiente resplandeciente” de Harry Chávez (1° de julio – 30 de agosto de 2021) presenta cuadros hechos con innumerables bolitas (cuentas, perlas, gemas y mostacillas) de varios tamaños, colores y brillos. Es el resultado de la labor paciente y constante durante días y meses en el proceso de la exteriorización del mundo interior, el inconsciente histórico, armonización de la fusión de etnias y culturas porque de autor, como peruano inteligente y honesto, ha asumido la realidad multiétnica y multicultural.

El protagonista de los cuadros expuestos en Ccori Wasi (Quri Wasi: Casa de Oro, Galería de Artes Visuales, Universidad Ricardo Palma), es la serpiente, amaru en quechua. Este animal, presente en todo el mundo, ha impresionado tanto al ser humano que aparece en muchos relatos míticos y fábulas, y hasta es un signo zodiacal. En la realidad natural y fantástica pertenece al mundo de abajo, a este mundo y al mundo de arriba. Así se convierte en el símbolo de la fuerza, vida, muerte, misterio, sagacidad y belleza.

En el mundo andino, dos líderes de la insurrección contra el poder español adoptaron sus nombres relacionados con la serpiente: Túpac Amaru I (1572, durante el período del virrey Francisco Álvarez de Toledo quien instituyó la Santa Inquisición). Túpac Amaru II (José Gabriel Condorcanqui, desde el 4 de noviembre de 1780 hasta el 18 de mayo de 1781). Ambos fueron ejecutados, pero sus muertes no fueron en vano.

De Túpac Amaru II se recuerda el encuentro con el visitador español José Antonio de Areche, enviado del rey de España, quien, entrando al calabozo le pidió con promesas los nombres de otros rebeldes. El rebelde le contestó: “Solamente tú y yo somos culpables; tú, por oprimir a mi pueblo; yo, por tratar de libertarlo de la tiranía”. Murió descuartizado por cuatro bestias, y el lugar ahora se llama Wacaypata (waqay pata: plaza del llanto).

Hay también topónimos: Amarumayu (río de la serpiente), Amartay (amaru ratay: el descenso de la serpiente -el rayo en este caso-. Una laguna en Quitaracsa, Áncash). En la selva la serpiente yacumama (yaku: agua; madre del agua) cuida a los niños cuando se bañan en el río.

¿Tanto le ha impresionado a Harry Chávez el mito de amaru o serpiente? Supongo que su estadía en Corea del Sur por un año como estudiante de intercambio en la Universidad Dankook habría sido también la oportunidad para escuchar relatos y ver las figuras del dragón: serpiente alada con garras de felino que mora en el subsuelo, en el agua y en el mundo de arriba. El dragón es un animal fantástico de mucho poder para el bien y el mal.

Al ingresar a la sala de la exposición uno queda impactado por las miradas humanizadas y amicales de las serpientes de los cuadros, algunas con cabezas de pumas. Después del primer impacto uno reacciona según su imaginación y según sus conocimientos de la cultura peruana y mundial. En mi caso, después de unos minutos inicié el diálogo silencioso con las serpientes. Al salir de la exposición, me despedí del artista visual Harry con quien compartí muchos días en Seúl; pero las serpientes resplandecientes (tilapyaq amarukuna, en el quechua ancashino) me siguen acompañando.

Felicitaciones Harry, sigue reflexionando sobre nuestra rica realidad cultural, resultado de la fusión de etnias y culturas. Ojalá que las serpientes enrolladas de tus cuadros salgan a bailar con otros seres para que todos participemos en la danza del amor y de la fraternidad.

 

* Investigador del Instituto de Estudios de Asia y América (Dankook University, Corea del Sur).

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EL LENGUAJE DELATA EL PROBLEMA SOCIAL. RECHAZO DEL NOMBRE INDÍGENA Y PATRONES

Francisco Carranza Romero*

Imagen de Carlos Chirinos en Pixabay

Para iniciar narro y comento tres experiencias de los que se atrevieron poner nombres quechuas a sus descendientes.

Un campesino, aprovechando la llegada del sacerdote para la fiesta del pueblo cercano, viajó a pie con su esposa cargando al hijito para bautizarlo. El cura, en el momento de hacer la lista de los bautizantes, rechazó el nombre quechua porque no era un nombre cristiano y pronunció el principio: Todo cristiano debe tener su santo patrón. Y, al instante miró la fecha de nacimiento del niño, luego el calendario litúrgico cristiano donde cada día está dedicado a uno o más santos patrones. Con su autoridad de celebrante del rito sagrado impuso el nombre según el calendario. ¿Acaso un campesino podía discutir al ministro de la divinidad? La criatura fue bautizada. Ya podía tener la partida de bautismo, un documento que sirve para cualquier gestión.

Los pueblos, como las gentes, también tienen su santo patrón o santa patrona a quienes no sólo les invocan ayuda, sino que les celebran fiestas para alegrarlos. Los santos protectores y devotos son fiesteros.

Ahora, hablemos sobre la etimología de la palabra “patrón”. Procede de la lengua latina: pater (nominativo), patris (genitivo); quitando la desinencia -is queda la raíz patr-. Agregada a ésta el sufijo -onus, nace la nueva palabra: “patronus”. De allí viene el castellano “patrón” cuyo femenino es “patrona”. El sufijo aumentativo -on no sólo indica más tamaño; también magnifica la cualidad. En este caso, patrón significa: padre superior, padre más importante que el papá sanguíneo.

Aunque continúa el discurso recurrente sobre el santo patrón también son impuestos otros nombres relacionados con el calendario litúrgico como: Adviento, Ascensión, Asunción, Circuncisión, Corpus, Cuaresma, Epifanía, Inmaculada, Purificación, etc. 

Si la palabra patrón se hubiera quedado sólo en el ámbito religioso no merecería el comentario crítico; pero, se ha extendido solapadamente al ámbito social como algo muy normal. Así el hacendado es patrón, y su esposa es patrona. En la ciudad, a donde llegan los de la zona rural buscando trabajo, el empleador y su esposa son “patrón” y “patrona” respectivamente. El uso de los mismos calificativos sacraliza y justifica la estructura social en que vivimos. Así los poderes temporales y religiosos fueron y son cómplices conscientes o inconscientes del tipo de la estructura social.

Los calificativos “patrón, patrona” son usados por la servidumbre, quizás sin cuestionar, porque el colonialismo se ha internalizado en la mente e institucionalizado en la sociedad como algo muy normal. Los pensadores antiguos antes de nuestra era, para justificar la monarquía y la situación de los subalternos, ya decían que unos hombres nacen para servir y otros para ser servidos. Era el destino del ser humano. Muchos cristianos poco recordamos la enseñanza del rebelde crucificado: Todos los seres humanos son hijos de dios.

Otro campesino, después de dos días de viaje, llegó a la capital del distrito para registrar a su hija dentro del plazo establecido. Esperó su turno y, cuando le tocó, se acercó a la secretaria para declarar el nacimiento de su hija.

¿Nombre? —preguntó la secretaria abriendo un cuaderno grande, con la pluma en la mano y dispuesta a abreviar la visita y conversación—.

Ayra, señorita —contestó el campesino recordando que la hija de su tío se llama así, como la mujer de la mitología andina que ayuda a la gente buena, y cuya morada es la laguna, catarata y encañada—.

¿Aira? Ese nombre no existe —negó con toda autoridad la funcionaria—. Maira sí existe. Y voy a poner Maira.

Así será, señorita. —El campesino ya estaba pensando en pagar por el registro y hacer sus compras para iniciar el camino de retorno. No tenía tiempo ni valor para contradecir—.

Ni el sacerdote ni la secretaria explicaron los significados de los nombres que imponían porque en Perú, desde hace casi cinco siglos, ya no se preocupan por los significados de los nombres como en el antiguo mundo andino y en los pueblos asiáticos.

El nombre Maira, impuesto por la secretaria, explicado con criterios lingüísticos: es el resultado de la metátesis de la palabra María o Maria. La vocal i se cambia de lugar de la segunda sílaba a la primera saltando sobre el sonido vibrante simple. Este fenómeno del cambio fonético intralexical se da en muchas palabras y en todas las lenguas.

Ahora es muy común encontrar en la zona rural a gente con nombres procedentes de otros idiomas; muchas veces, nombres mal escritos. También hay nombres de productos y marcas. Es el efecto de los medios de comunicación y del mayor contacto con la ciudad. Y lo más común, no saben de qué lengua proceden esos nombres ni qué hablar de sus significados. Tanto es el peso del prejuicio y la discriminación de la cultura indígena que los campesinos quieren desindigenizarse con los nombres. Es el resultado de que ninguna institución (familia, escuela, sociedad) fomenta el orgullo de la cultura nacional que tiene sus raíces de siglos y milenios.

Ahora relato una experiencia personal: en el consulado peruano registré a mis hijas con nombres quechuas sin ningún problema. Pero, en una reunión organizada por la embajada, un peruano, al oír nombrar a mis hijas, me hizo oír su comentario prejuicioso: ¿Son apodos?

Como conocía a ese técnico le respondí: Son nombres quechuas. Y, ¿cómo se llama su hijo?

Mateo —fue su respuesta inmediata como demostrándome que su hijo sí tenía un buen nombre—.

¿Sabe qué significa el nombre Mateo?

No. No sé. Así se llama mi papá —me contestó sonriente, muy fresco, alzando sus hombros hacia sus orejas y sin ninguna curiosidad—.

Yo sí sé qué significan los nombres de mis hijas y cómo sus nombres se relacionan con sus apellidos —dije con la sonrisa irónica y me retiré porque no era posible un diálogo cómodo; aunque peruanos por el país de nacimiento, no teníamos la misma formación—.

Y mis hijas con nombres quechuas crecieron y se profesionalizaron sabiendo el significado de las palabras que las identifican. Creo que de algo les sirvieron sus nombres en el camino de la vida. Y ellas, ya mayores, dicen que gracias a sus nombres no las confunden en los consulados peruanos. Cito dos proverbios: En quechua: Shutipis naanim (El nombre también es el camino). Y en latín: Nomen est omen (El nombre es destino).

Expreso mis respetos a los valientes padres que, superando el ambiente interno de prejuicios y discriminaciones, pusieron nombres quechuas a sus hijos. Y también mis respetos a los hijos que no sienten vergüenza por sus nombres. Una demostración de la peruanidad multicultural y multiétnica. Esta actitud es la resistencia frente a la tendencia general: parecer en vez de ser.  

Los modernos peruanos del siglo XXI tenemos tantas cosas que mejorar comenzando por el cuestionamiento del uso adecuado del léxico común y propio; y asumir nuestra realidad histórica y cultural sin sentir vergüenza de nuestra cultura nativa.

Sólo la reflexión crítica nos ayuda a ver en qué tipo de sociedad vivimos: sociedad que fomenta el supremacismo y la discriminación.

 

* Licenciado en Lengua y Literatura, Universidad Nacional de Trujillo, Trujillo, Perú. Doctor en Filología Hispánica, Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), Madrid, España. Investigador del Instituto de Estudios de Asia y América, Universidad Dankook, Corea. Ha publicado numerosos libros, entre ellos Diccionario quechua ancashino – castellano.

 

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28 DE JULIO, INDEPENDENCIA DEL PERÚ.

Marcelo Javier de los Reyes*

Somos libres, seámoslo siempre

y antes niegue sus luces el Sol,

que faltemos al voto solemne

que la Patria al Eterno elevó.

Himno Nacional del Perú (Coro)

 

Se conmemoran hoy 199 años de la Independencia de la hermana República del Perú, la que tuvo lugar por determinados hechos fortuitos pero principalmente por la convicción de numerosos ciudadanos que, en aquellos tiempos, no se hallaban separados por fronteras sino que se que consideraban sencillamente americanos.

La guerra en el sur de América tuvo su primer escalón en el triunfo en el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813), en la que el general José de San Martín derrotó a una fuerza realista que duplicaba su cantidad de hombres.

Tras las derrotas sufridas en Vilcapugio (1º de octubre de 1813) y en Ayohuma (13 de noviembre de 1813) el general Manuel Belgrano renunció a la comandancia del Ejército del Norte. San Martín asumió como jefe y reorganizó los restos de esas fuerzas pero con la certeza de que sería improbable alcanzar el éxito intentando atravesar el Alto Perú. Ante esto consideró necesario formar un ejército al pie de los Andes para marchar sobre Chile para enfrentar a los españoles del otro lado de la cordillera y desde allí dirigirse al Perú, ya que estaba convencido de que hasta que las fuerzas americanas no entraran en Lima, la guerra no se acabaría.

El 10 de enero de 1814, San Martín fue nombrado gobernador-intendente de la provincia de Cuyo, donde organizó silenciosamente el Ejército de los Andes con escasez de recursos pero con una gran labor y con la donación de las joyas de las mujeres de Mendoza.

Mientras San Martín preparaba sus tropas, en el este el escenario de la guerra se complicaba por la presión de las fuerzas españolas pero gracias a la intervención del general José Rondeau y del almirante Guillermo Brown, la ciudad y el puerto de Montevideo quedaron liberados de la dominación española. Pero Rondeau fue despojado de esa victoria por los manejos políticos del Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio de Posadas, quien nombró en reemplazo de Rondeau a su sobrino Carlos María de Alvear, cuando la suerte ya estaba echada en favor del substituido.

Los tiempos se acortaban por lo que San Martín llamó a poner fin, definitivamente, con el vínculo colonial, por lo que se dirigió a los diputados reunidos en el Congreso de Tucumán para que declararan la independencia de las Provincias, la cual se proclamó el 9 de julio de 1816.

Luego de la derrota en la batalla de Rancagua (1-2 de octubre de 1814), los líderes emancipadores, al mando de Bernardo O’Higgins, cruzaron los Andes y se establecieron en Mendoza, sumándose al Ejército de los Andes para dar comienzo a la reconquista del territorio.

Proclamada la independencia de las Provincias Unidas, San Martín se sintió en libertad de emprender el cruce de los Andes al frente de su ejército, al que se sumaron los hombres de Bernardo O’Higgins.

El Ejército de los Andes partió el 5 de enero de 1817 desde el campamento de El Plumerillo dividido en dos cuerpos, uno que atravesó los Andes a través del Paso de los Patos —formado por tres columnas al mando respectivo de Miguel Estanislao Soler (vanguardia), San Martín y O’Higgins, ambos con la reserva a una jornada de distancia— y otro a través de Uspallata —al mando de Juan Gregorio de Las Heras, seguido a dos días de distancia por Luis Beltrán con el parque y la artillería—.

Las fuerzas principales se reagruparon al otro lado de los Andes entre el 6 y el 8 de febrero. El 12 de febrero San Martín obtuvo su primer triunfo en la batalla de Chacabuco, pero la suerte no lo acompañó en Cancha Rayada (18 de marzo de 1818), hasta que la victoria en Maipú o Maipo —particularmente sangrienta—, el 5 de abril de 1818, selló la independencia de Chile, que era uno de los eslabones del Plan Continental ideado por San Martín. A esas alturas, los realistas del Perú se persuadieron de que era infructuoso seguir enviando tropas para reconquistar Chile.

Liberado Chile durante la campaña de 1817 y 1818, el objetivo era llegar a Lima.

Con la ayuda de Lord Thomas Cochrane, contratado por el gobierno de Chile la empresa podía llevarse a cabo por mar hasta Perú. Entre 1819 y 1820 incursionó por las costas del Perú y de Quito, las cuales habían sido ya exploradas por el almirante Guillermo Brown como corsario en los años 1815 y 1816.

En febrero de 1820, Cochrane tomó Valdivia, que era un puerto y fortaleza realista en el extremo sur de Chile, pero fracasó en la toma de Chiloé. No obstante, esta campaña le permitió sumar nuevas unidades capturadas al enemigo.

El 5 de febrero se celebró un acuerdo argentino-chileno con el objetivo de llevar la liberación a Perú, en el marco de un escenario complejo en Buenos Aires. San Martín se rehusó a involucrarse en una guerra civil y continuó con sus planes.

Cochrane embarcó a las tropas en Chile y las transportó hasta la costa del Perú, lo que llevó al virrey español, José de la Serna, a abandonar Lima y encontrar refugio en las montañas.

La decisión del general San Martín de reconsiderar la ruta hacia el Perú y de optar por una expedición anfibia para darle el golpe de gracia al núcleo del poder mostró el acierto de su estrategia.

El 28 de julio de 1821, el libertador José de San Martín proclamó la Independencia del Perú, primero, ante una multitud reunida en la Plaza Mayor de Lima, luego en la plazuela de La Merced y después en la plaza Santa Ana, frente al Convento de los Descalzos. Finalmente lo hizo en la plaza de la Inquisición (hoy plaza Bolívar). Según testigos de la época, presenciaron la ceremonia más o menos 16.000 personas. El libertador con una recién creada bandera peruana en la mano, exclamó:

Desde este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria!, ¡Viva la libertad!, ¡Viva la independencia! 

 

Bibliografía

Beyhaut, Gustavo y Hélène. América Latina III. De la independencia a la segunda guerra mundial. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 1999.

Halperin Donghi. Tulio. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980.

Municipalidad de Miraflores, Perú, <https://www.miraflores.gob.pe/>.

Rivaneira Carlés, Raúl. Nuestros próceres I. Buenos Aires: Liding S.A., 1979.

 

* Licenciado en Historia  (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales, (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.

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