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28 DE JULIO, INDEPENDENCIA DEL PERÚ.

Marcelo Javier de los Reyes*

Somos libres, seámoslo siempre

y antes niegue sus luces el Sol,

que faltemos al voto solemne

que la Patria al Eterno elevó.

Himno Nacional del Perú (Coro)

 

Se conmemoran hoy 199 años de la Independencia de la hermana República del Perú, la que tuvo lugar por determinados hechos fortuitos pero principalmente por la convicción de numerosos ciudadanos que, en aquellos tiempos, no se hallaban separados por fronteras sino que se que consideraban sencillamente americanos.

La guerra en el sur de América tuvo su primer escalón en el triunfo en el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813), en la que el general José de San Martín derrotó a una fuerza realista que duplicaba su cantidad de hombres.

Tras las derrotas sufridas en Vilcapugio (1º de octubre de 1813) y en Ayohuma (13 de noviembre de 1813) el general Manuel Belgrano renunció a la comandancia del Ejército del Norte. San Martín asumió como jefe y reorganizó los restos de esas fuerzas pero con la certeza de que sería improbable alcanzar el éxito intentando atravesar el Alto Perú. Ante esto consideró necesario formar un ejército al pie de los Andes para marchar sobre Chile para enfrentar a los españoles del otro lado de la cordillera y desde allí dirigirse al Perú, ya que estaba convencido de que hasta que las fuerzas americanas no entraran en Lima, la guerra no se acabaría.

El 10 de enero de 1814, San Martín fue nombrado gobernador-intendente de la provincia de Cuyo, donde organizó silenciosamente el Ejército de los Andes con escasez de recursos pero con una gran labor y con la donación de las joyas de las mujeres de Mendoza.

Mientras San Martín preparaba sus tropas, en el este el escenario de la guerra se complicaba por la presión de las fuerzas españolas pero gracias a la intervención del general José Rondeau y del almirante Guillermo Brown, la ciudad y el puerto de Montevideo quedaron liberados de la dominación española. Pero Rondeau fue despojado de esa victoria por los manejos políticos del Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio de Posadas, quien nombró en reemplazo de Rondeau a su sobrino Carlos María de Alvear, cuando la suerte ya estaba echada en favor del substituido.

Los tiempos se acortaban por lo que San Martín llamó a poner fin, definitivamente, con el vínculo colonial, por lo que se dirigió a los diputados reunidos en el Congreso de Tucumán para que declararan la independencia de las Provincias, la cual se proclamó el 9 de julio de 1816.

Luego de la derrota en la batalla de Rancagua (1-2 de octubre de 1814), los líderes emancipadores, al mando de Bernardo O’Higgins, cruzaron los Andes y se establecieron en Mendoza, sumándose al Ejército de los Andes para dar comienzo a la reconquista del territorio.

Proclamada la independencia de las Provincias Unidas, San Martín se sintió en libertad de emprender el cruce de los Andes al frente de su ejército, al que se sumaron los hombres de Bernardo O’Higgins.

El Ejército de los Andes partió el 5 de enero de 1817 desde el campamento de El Plumerillo dividido en dos cuerpos, uno que atravesó los Andes a través del Paso de los Patos —formado por tres columnas al mando respectivo de Miguel Estanislao Soler (vanguardia), San Martín y O’Higgins, ambos con la reserva a una jornada de distancia— y otro a través de Uspallata —al mando de Juan Gregorio de Las Heras, seguido a dos días de distancia por Luis Beltrán con el parque y la artillería—.

Las fuerzas principales se reagruparon al otro lado de los Andes entre el 6 y el 8 de febrero. El 12 de febrero San Martín obtuvo su primer triunfo en la batalla de Chacabuco, pero la suerte no lo acompañó en Cancha Rayada (18 de marzo de 1818), hasta que la victoria en Maipú o Maipo —particularmente sangrienta—, el 5 de abril de 1818, selló la independencia de Chile, que era uno de los eslabones del Plan Continental ideado por San Martín. A esas alturas, los realistas del Perú se persuadieron de que era infructuoso seguir enviando tropas para reconquistar Chile.

Liberado Chile durante la campaña de 1817 y 1818, el objetivo era llegar a Lima.

Con la ayuda de Lord Thomas Cochrane, contratado por el gobierno de Chile la empresa podía llevarse a cabo por mar hasta Perú. Entre 1819 y 1820 incursionó por las costas del Perú y de Quito, las cuales habían sido ya exploradas por el almirante Guillermo Brown como corsario en los años 1815 y 1816.

En febrero de 1820, Cochrane tomó Valdivia, que era un puerto y fortaleza realista en el extremo sur de Chile, pero fracasó en la toma de Chiloé. No obstante, esta campaña le permitió sumar nuevas unidades capturadas al enemigo.

El 5 de febrero se celebró un acuerdo argentino-chileno con el objetivo de llevar la liberación a Perú, en el marco de un escenario complejo en Buenos Aires. San Martín se rehusó a involucrarse en una guerra civil y continuó con sus planes.

Cochrane embarcó a las tropas en Chile y las transportó hasta la costa del Perú, lo que llevó al virrey español, José de la Serna, a abandonar Lima y encontrar refugio en las montañas.

La decisión del general San Martín de reconsiderar la ruta hacia el Perú y de optar por una expedición anfibia para darle el golpe de gracia al núcleo del poder mostró el acierto de su estrategia.

El 28 de julio de 1821, el libertador José de San Martín proclamó la Independencia del Perú, primero, ante una multitud reunida en la Plaza Mayor de Lima, luego en la plazuela de La Merced y después en la plaza Santa Ana, frente al Convento de los Descalzos. Finalmente lo hizo en la plaza de la Inquisición (hoy plaza Bolívar). Según testigos de la época, presenciaron la ceremonia más o menos 16.000 personas. El libertador con una recién creada bandera peruana en la mano, exclamó:

Desde este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria!, ¡Viva la libertad!, ¡Viva la independencia! 

 

Bibliografía

Beyhaut, Gustavo y Hélène. América Latina III. De la independencia a la segunda guerra mundial. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 1999.

Halperin Donghi. Tulio. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980.

Municipalidad de Miraflores, Perú, <https://www.miraflores.gob.pe/>.

Rivaneira Carlés, Raúl. Nuestros próceres I. Buenos Aires: Liding S.A., 1979.

 

* Licenciado en Historia  (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales, (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.

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RECORDANDO EL 9 DE JULIO DE 1816

Agustín Saavedra Weise*

Exclusivo para la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, SAEEG.

 

Este 9 de julio se celebró el 204º aniversario de la declaración de independencia de las Provincias Unidas del Río de La Plata, es decir, de la hermana República Argentina de nuestros días. Nos permitiremos un breve comentario al respecto de ese acontecimiento de trascendental alcance continental en su época.

La mayoría de los historiadores argentinos coincide en que el haber repelido exitosamente las invasiones inglesas de 1806 fue un primer hito fundamental de lo que 10 años después sería la proclamación de la independencia. Durante la fallida invasión británica se comprobó la debilidad de España en la región austral y al mismo tiempo la fortaleza criolla interna, factor que permitió unificar fuerzas propias en torno a Liniers y así rechazar a los invasores en dos oportunidades. De allí, al 25 de mayo de 1810, mediaron cuatro breves años.

La Junta del 25 de mayo de 1810 —presidida por el potosino Cornelio de Saavedra- aún mantuvo la ficción de representar y mantener la lealtad a Fernando VII, el rey de España erradicado del poder en Madrid por las tropas de Napoleón Bonaparte. En realidad, todo el contexto independentista —no solo argentino sino hispanoamericano en general— no puede entenderse bien sin la sincronización con lo que ocurría en Europa en ámbitos políticos e intelectuales. La Revolución Francesa de 1789 había estremecido al viejo continente. Además, ya se tenía el precedente de la liberación de las 13 colonias inglesas de América del Norte, que desde 1776 formaron un nuevo país llamado Estados Unidos de América.

En 1816 las condiciones europeas habían cambiado. Tras la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo (1815) se volvió al viejo orden dinástico mediante el célebre Congreso de Viena. La restaurada monarquía hispana se endureció con respecto a los brotes independentistas de sus colonias americanas. Como contrapartida, ya no era necesario usar la ficción de representar al rey español desplazado por los franceses; fue así como el Congreso de Tucumán optó por la proclamación de la independencia el 9 de julio de 1816. Las provincias de la llamada “Liga Federal” y lo que hoy es el Uruguay no participaron por estar en conflicto con las Provincias Unidas, pero sí lo hicieron delegados del Alto Perú y de la región autónoma de Santa Cruz de la Sierra, es decir, lo que hoy forma Bolivia, nombre derivado del libertador venezolano Simón Bolívar, quien permitió la creación del nuevo estado en 1825 ante la indiferencia de los gobiernos porteños de la época que no le dieron mayor importancia geopolítica a este hecho ni al desprendimiento de esos importantes territorios legalmente pertenecientes al Virreinato.

La Junta de Buenos Aires dispuso de diputados para las llamadas “provincias altas” desde su primer congreso constituyente en 1813. Fue así como se tuvieron delegados de Santa Cruz de la Sierra, Cochabamba, Chuquisaca, Potosí, La Paz y Mizque. Hubo ocho representantes del Alto Perú en 1813 y seis en el Congreso de Tucumán.

Entre los delegados altoperuanos a Tucumán destacó la presencia de José Mariano Serrano, quien posteriormente (1825) también estuvo presente en la asamblea que declaró la creación de Bolivia. Tuvo así este prócer el raro privilegio de participar en la declaración de la independencia de dos países: Argentina y Bolivia. Tras una honorable trayectoria, Serrano falleció (1851) en su Charcas natal.

Acta de Independencia de la República de Bolivia

En las discusiones sobre la futura forma de gobierno Serrano se pronunció por la monarquía atemperada y rechazó la idea de un inca monarca. Asimismo, Serrano redactó el manifiesto de la Independencia, publicado con el nombre de “Manifiesto de las Naciones” y que fue aprobado por el Congreso el 25 de octubre de 1817.

Las provincias que participaron en Tucumán fueron: Buenos Aires, Tucumán, San Juan, Mendoza, Jujuy, Santiago del Estero, San Luis, Catamarca, Salta, La Rioja, Córdoba, Santa Fe y los pueblos del Alto Perú. Las provincias del litoral (Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, como así también la Banda Oriental de José Gervasio Artigas) reiteramos que no participaron del Congreso; desde 1813 estaban enfrentadas con el poder central instituido en Buenos Aires.

El Libertador José de San Martín fue una figura relevante que merece citarse por su vital influencia indirecta sobre el Congreso de Tucumán para que se proclame la independencia. Él estaba preparando en Mendoza su expedición a Chile y presionaba a los congresales para que emitan la proclama, dado que no quería iniciar el cruce de los Andes como si fuera un sublevado; deseaba hacerlo como jefe de la expedición militar y libertaria de un Estado soberano

A partir del 9 de julio de 1816 se inicia el proceso de consolidación de la Nación Argentina, al mismo tiempo que los otros flamantes estados —que se iban independizando progresivamente— buscaban también su propio lugar bajo el sol. Todos desecharon la monarquía y decidieron seguir pautas republicanas. Hubo muchos momentos tristes, guerras y hasta enfrentamientos fratricidas, pero en general y al final, cada estado siguió su propio derrotero. En el campo rioplatense, aparte del grueso del conglomerado que terminó consolidándose como República Argentina, marcharon —cada cual por su lado— Bolivia, Paraguay y Uruguay, territorios con todo el derecho y legalidad para haber sido un solo país con la Nación del Plata, optaron por la auto determinación y forjaron con el tiempo sus propias nacionalidades.

Hasta el lindo nombre de “Argentina” es sugestivo y tiene su razón de ser en el Alto Perú. Como había que llegar a Potosí, dónde realmente estaba la plata (“Argentum” en latín), los aspirantes a nuevos conquistadores o nuevos ricos ingresaban por Buenos Aires y desde allí partían hacia las “tierras de argento”, hacia Potosí, la tierra de la plata. Con el tiempo el nombre se asentó definitivamente en la región y de ahí derivó el patronímico “Argentina” (tierra de la plata) aunque no había tal pero sí otras riquezas, sobre todo su enorme potencial agropecuario, de reconocido nivel mundial hasta nuestros días.

Otro elemento para rescatar es el de las nacionalidades. Hoy se dice “Cornelio Saavedra era boliviano” y por Serrano, “fue un boliviano el que redactó el Acta de independencia” y así en otros contextos, con los que al presente son tanto bolivianos como uruguayos y paraguayos. La verdad es que en esa época las mezquinas fronteras del presente no existían, muchos menos había cabida para los nacionalismos estrechos. El pensamiento era continental y continentales eran las presencias de los personajes que han forjado nuestra historia común. No importaba de dónde sean ni nadie se preocupaba por su origen natal, simplemente eran americanos o específicamente rioplatenses, parte de las Provincias Unidas; el resto carecía de valor. A ese continentalismo, a ese pensamiento en grande, deberemos volver algún día. Y mientras, recordemos con afecto sincero un aniversario más de la independencia argentina, factor geopolítico y libertario que gravitó decisivamente sobre el Cono Sur en múltiples aspectos. El suscrito aprendió a querer a la Argentina desde su niñez y juventud, la quiere como a una segunda Patria. Allí también tuve el honor de representar como diplomático a mi país natal, Bolivia. Gloria por siempre a la Nación Argentina, gloria por siempre a las Provincias Unidas del Sud y a quienes las hicieron libres, un ya lejano 9 de julio de 1816.

 

* Diplomático de carrera (jubilado) del Servicio Exterior de su país y ex Canciller. Ex embajador de Bolivia en la Argentina. Fue condecorado con la Gran Cruz del Libertador San Martín y la Gran Cruz de la Orden de Mayo. Socio vitalicio del Jockey Club. Miembro del CEID y de la SAEEG. Ha escrito 15 libros, es politólogo, economista, catedrático universitario y columnista de prensa en medios bolivianos e internacionales.

www.agustinsaavedraweise.com

 

 

 

9 DE JULIO: UN RECORDATORIO DE UNA ASPIRACIÓN QUE NO FUE

Marcelo Javier de los Reyes*

 

Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán

para remediar sus desgracias. ¡Ay Patria mía!

Manuel Belgrano

Una impensada independencia

El proceso que desencadenó en nuestra independencia respecto del Reino de España tuvo su origen en factores externos a los que se vivían en el Virreinato del Río de la Plata. Entre ellos la Revolución Francesa que con sus ideales contagió a amplios sectores de la dirigencia de América. Sin embargo no se percibía por entonces la emergencia de un movimiento independentista.

Otros factores a mencionar fueron las confrontaciones de las potencias en Europa; en esas idas y venidas de la corona de España, en 1805 la encontró como aliada de Francia. Los británicos, por entonces enemigos, destrozaron las flotas francesa y española en Trafalgar, lo que redujo las comunicaciones de la metrópoli con sus territorios americanos, que quedaron librados a su suerte.

Las invasiones de las fuerzas británicas a Buenos Aires, en 1806 y 1807, forzaron a los habitantes de la ciudad a organizar la defensa que no podía proporcionarle la metrópoli. Los británicos debieron rendirse ante las improvisadas fuerzas criollas. Como bien expresa el historiador, nacido en Canadá en 1913, H. S. Ferns, el comandante británico Sir Home Popham incurrió en un error de apreciación:

La idea de independencia respecto de España ni se hallaba difundida ni era popular. Popham y sus admiradores en Londres se habían inclinado a creer que los criollos anhelaban ser libres, y nada los sorprendió más que el descubrimiento de que la idea —a diferencia de la práctica— de la independencia no tenía importancia para la población rioplatense. La independencia como objetivo político surgió de la reacción a las invasiones inglesas, y no las precedió. Esa reacción fijó también la pauta y la modalidad de la política argentina, pauta y modalidad que pueden discernirse aún en la Argentina moderna.[1]

Ferns afirma que el día que nació la independencia fue cuando el virrey español, el marqués de Sobremonte, huyó de la ciudad de Buenos Aires. Aunque los hombres leales a España, como el comandante francés Jacques Antoine Marie de Liniers et Bremond —Santiago de Liniers para la historia argentina— o el comerciante y alcalde Martín de Álzaga, fueron urgidos por la situación para asumir grandes responsabilidades, en adelante la actividad política pasó a manos de los criollos. Las denominadas “invasiones inglesas” dieron paso a la creación de unidades militares que recuperaron la ciudad.

Un segundo desafío se presentó cuando el emperador Napoléon Bonaparte, en junio de 1807, instaló en el trono de España a su hermano José. Esto influyó profundamente en la política de las provincias americanas pero en Buenos Aires el “hombre fuerte” era francés, el virrey interino Santiago de Liniers. A pesar de haber sido cuidadoso al momento de recibir al enviado del nuevo monarca español —en realidad enviado por el propio Napoleón—, el marqués de Sassenay, las suspicacias por su origen francés pesaron más que su heroísmo ante los británicos. La situación se tensó entre las fuerzas formadas por los peninsulares, al mando de Álzaga y del gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, y las fuerzas criollas —los húsares al mando de Juan Martín de Pueyrredón y los patricios al mando de Cornelio Saavedra— quienes rodeaban a Liniers. Mientras tanto, en España se formó la Junta Central, con sede en Sevilla, para gobernar en nombre de Fernando VII, y Buenos Aires acató a la nueva autoridad y el almirante Baltasar Hidalgo de Cisneros reemplazó al virrey interino Liniers, quien rechazó lo ordenado por la Real Orden del 13 de abril de trasladarse a la metrópoli y se retiró a Alta Gracia, Córdoba.

Los hechos se precipitaron en la península y el virrey Cisneros llamó a un Cabildo Abierto para el 22 de mayo 1810 —en la que nuevamente terciaron peninsulares y criollos—, que llevó a que el 25 de mayo el virrey cesara en su gobierno y se creara una Junta autorizada por el Cabildo de Buenos Aires para gobernar en nombre de Fernando VII y cuyo presidente elegido fue el coronel Cornelio Saavedra —nacido en Potosí, actual Bolivia—, comandante del Regimiento de Patricios. Estos son los hechos que llevaron a la denominada “Revolución de Mayo”, que le juró fidelidad al rey depuesto. Por su parte Liniers, desde Córdoba, “no creía que el pueblo de estos territorios hubiera alcanzado la madurez para gobernarse”[2]:

Su condición de militar español afortunado, sus principios monárquicos y de fidelidad a lo constituido, el cumplimiento ético de su concepción ya casi arcaica del honor en nuestro país, sus sentimientos contrarios al desorden, a la disgregación y a la anarquía, que Liniers sintetizó siempre en la creación de cualquier Junta de Gobierno local, lo impulsaron irremediablemente a adoptar su decisión romántica lindante, una vez más, con los mayores riesgos que algunas veces estimula la aventura.[3]

Con esa convicción, Liniers comenzó a formar en Córdoba, con otras autoridades españolas, una milicia con el fin de abortar la revolución que se gestaba en la Junta de Buenos Aires. Por su parte, ésta despachó una expedición militar a Córdoba que lo capturó y lo ejecutó, convirtiendo al “conde de Buenos Aires”, en lo que el embajador Mario Corcuera Ibánez considera la “primera víctima de la violencia política argentina”.

El proceso estaba lanzado y el vacío de poder generado en España había depositado el poder en las juntas que se organizaron en América, las que habían formado sus ejércitos e intentaban llevar adelante gestiones diplomáticas ante Francia, el Reino Unido, los Estados Unidos y la propia España. En esa faena se encontraban Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano en 1815, cuando tentaban a Carlos IV —desterrado por Fernando VII— para sus planes de una monarquía austral[4].

La “revolución” pronta a definirse

Mientras los diferentes enviados seguían con sus gestiones, el 24 de marzo de 1816 se reunió el Congreso de Tucumán enmarcado por el renacimiento del conflicto en el litoral y por una fuerte hostilidad hacia la influencia que ejercía la ciudad de Buenos Aires. A pesar de estas tensiones, el porteño Juan Martín de Pueyrredón fue elegido como Director Supremo el 3 de mayo.

La restauración de Fernando VII implicaba una gran presión tanto para el norte como para Buenos Aires, habida cuenta de la expedición española que acechaba al poder central del Río de la Plata. La “revolución casi autonegada” asumió en ese momento la necesidad de proclamar la independencia para dar lugar al nacimiento de una nueva Nación.

Ante la presión del general José de San Martín, se logró que la independencia fuera votada el 9 de julio, pero ya antes había disidencias en cuanto a la forma de gobierno. El 6 de julio Manuel Belgrano defendía la restauración de la monarquía incaica, lo que traía aparejada una reconciliación con el ámbito americano y una aspiración a lograr un movimiento continental[5]. La propuesta de Belgrano encontró resistencia en el diputado fray Justo Santa María de Oro de San Juan, quien pidió que se consultara a los pueblos. ¿Estaban los pueblos en situación de ser consultados ante la urgencia? Quizás, visto desde hoy, una monarquía hubiera sido más acertada para nuestro país, pero eso es un debate para otra ocasión.

Fuera como fuere, el 9 de julio se proclamó la independencia.

Aquí es el punto en el que se debe evaluar ese camino que arrancó con una “revolución casi autonegada” que le juró fidelidad al rey —lo que se ha dado en llamar la “máscara de Fernando VII”—, una fidelidad de la que Liniers dudó y por dudar pagó con su vida. La “revolución”, como toda revolución, implicaba cambios sociales fundamentales y cambios en la estructura de poder. Entre sus bondades pueden destacarse lo establecido en la Asamblea del año XIII al declarar la “libertad de vientres”, es decir, la libertad de los hijos de esclavos nacidos a partir del 31 de enero de 1813, aunque la abolición de la esclavitud fue definitivamente proclamada en la Constitución Nacional de 1853. No obstante, lo dispuesto por la Asamblea del año XIII fue todo un mensaje respecto a la esclavitud y un marcado contraste con referencia a lo que sucedió en los Estados Unidos que, habiendo proclamado su independencia del Reino Unido en 1776, debió enfrentar una cruenta guerra de Secesión (1861-1865), motivada en la difícil coexistencia de dos modelos de producción, uno de ellos basado en la esclavitud. Es importante destacar que el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln (1808-1865), no tuvo como objetivo luchar contra la esclavitud. Howard Temperley, académico de la Universidad de East Anglia, Norwich, cita que Lincoln le escribió a Horace Greeley, director del New York Tribune, dejando en claro cuál era su objetivo:

Mi objetivo principal en esta lucha es salvar la Unión, y no salvar la esclavitud ni destruirla; si pudiera salvar la Unión al precio de no libertar a un solo esclavo, lo haría; si pudiera salvarla libertando a todos los esclavos, lo haría; y si pudiera salvarla libertando a unos y abandonando a otros, también lo haría.[6]

Contrariamente a lo que en general se considera, por sobre todas las cosas Lincoln sólo pensaba en la integridad de la Unión. Podrá ser esto debatible pero su decisión también marca una diferencia respecto a lo que consideraba una clase dirigente basada en el caudillaje, como ocurría en las Provincias Unidas del Sur.

La Asamblea del año XIII también sancionó la igualdad ante la ley, suprimió los títulos de nobleza, puso fin a los tributos pagados por los indígenas (encomiendas, mitas y yanaconazgos), eliminó la inquisición y la tortura, adoptó los símbolos patrios y ordenó la acuñación de moneda.

En lo que respecta al aspecto militar, la guerra devastó la economía de lo que fuera el virreinato y en lo político la autoridad central se vio resquebrajada. Los intereses y los personalismos impidieron el avance del proceso iniciado en 1810 y la unidad territorial del ex virreinato se quebrantó en varios territorios dominados por caudillos.

En su famoso libro Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, el historiador Tulio Halperín Donghi nos dice:

En 1820, el espacio sobre el cual la guerra había asegurado el predominio político de los herederos del poder creado por la revolución porteña de 1810 no hacía figura de estado ni apenas de nación; los distintos poderes regionales que se repartían su dominio estaban casi todos ellos marcados de una confesada provisionalidad; el marco institucional, estaba desigualmente —pero en todos los casos incompletamente— esbozado en las distintas provincias[7].

El año 1820 fue el inicio de la anarquía. El 20 de junio de ese año pasó a la historia como el día de los tres gobernadores de Buenos Aires, pero aún más por el fallecimiento de Manuel Belgrano, quien intentó dar unidad a la nueva Nación en torno de un monarca.

¿Qué celebramos el 9 de Julio de 2020?

El 9 de Julio debió ser el punto de partida para un crecimiento ilimitado de la Nación en todos los órdenes. Es cierto que recién en la segunda mitad del siglo XIX, luego de décadas de conflictos internos, la dirigencia logró darle una dirección que pareció muy promisoria pero que bien pronto se mostró inconclusa. Ya avanzado el siglo XX, en la dirigencia argentina nuevamente afloró el caudillismo con un alto costo para la República que constantemente pierde poder, a escala internacional, regional y nacional. ¿Cómo se pierde poder a escala nacional? Descuidando dos áreas que deben ser vertebrales para la Nación, que deben ser consideradas una inversión y no un gasto: la educación y la salud. Más recientemente quedó en evidencia que no son las áreas prioritarias ya que —en la década de 1990— el Ministerio de Educación de la Nación pasó a ser prácticamente un ministerio sin escuelas y el Ministerio de Salud de la Nación prácticamente un ministerio sin hospitales. Para más inri, en 2018 el Ministerio de Salud fue convertido en Secretaría.

En verdad, todo el esfuerzo que haga el Estado para alcanzar la felicidad de su población —que incluye imperiosamente los esfuerzos en materia de Seguridad y Defensa— debería ser considerado una inversión … o una obligación. Frente a ello nos encontramos con alarmantes niveles de deterioro económico y de incremento de la pobreza.

Que un país rico en recursos naturales y en alimentos muestre estos niveles escandalosos de pobreza, resulta preocupante y vergonzoso.

Deberíamos hoy conmemorar con orgullo un nuevo aniversario de nuestra independencia. Sin embargo, la Argentina pareciera festejar un cumpleaños propio de un adolescente, quien aún no ha tomado conciencia del paso del tiempo y que no tiene en claro que quiere hacer con su vida.

Sin definir un destino de gloria, como lo soñaron algunos próceres como Manuel Belgrano y otros visionarios del siglo XX, como Enrique Mosconi o Manuel Savio, los argentinos estamos sometidos a vivir esa “revolución autonegada”, la revolución por un verdadero cambio político, social y económico capaz de poner nuevamente a nuestra bendita Argentina entre los primeros países dentro de la comunidad de naciones.

Vale aquí recordar la frase de José Ingenieros en El hombre mediocre:

Nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece algún ideal.

 

* Licenciado en Historia egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1991). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, Atlantic International University (AIU), Honolulu, Hawaii, Estados Unidos. Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.

Referencias

[1] H. S. Ferns. La Argentina. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1973, p. 54-55.

[2] Mario Corcuera Ibánez. Santiago de Liniers. Primera víctima de la violencia política argentina. Buenos Aires: Librería Histórica, 2006, p. 315.

[3] Ibídem, p. 313.

[4] Tulio Halperin Donghi. Historia Argentina. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980, p. 108.

[5] Ibíd., p, 112-113.

[6] Howard Temperley. “Regionalismo, esclavitud, guerra civil y reincorporación del Sur, 1815-1877”. En: Adams, Willi Paul (comp.). Los Estados Unidos de América. (Historia Universal Siglo XXI, vol. 30). Madrid: Siglo XXI, 1980, p. 99-100.

[7] Tulio Halperín Donghi. Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Argentina Editores, p. 395.

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