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EL CLIVAJE EN LAS TENDENCIAS DE LOS VOTANTES

Héctor Melitón Martínez*

Imagen de Augusto Ordonez en Pixabay

Primero aclaremos que clivaje proviene del inglés “cleavaje” y es un concepto utilizado en ciencia política para analizar las tendencias del voto, es decir que se refiere a las preferencias y a las divisiones de los votantes.

Los votantes no se dividen en forma predefinida en grupos a favor o en contra de un determinado tema. Los votantes toman posición en relación con una o a varias cuestiones que lo afectan, eligiendo la opción que más se acerca a su postura.

En síntesis, si imaginamos las diferentes posiciones políticas ante una cuestión como una línea horizontal, el clivaje sería la línea vertical que divide a los diferentes partidos políticos, entre defensores y opositores de esa cuestión.

Bien, esto desde la óptica de un sistema político tradicional —basado en partidos políticos, valores rectores partidarios, plataformas, candidatos surgidos como los más aptos para concretar una plataforma y seleccionados democráticamente dentro del partido— sería algo predecible y hasta mensurable. Pero asistimos a una debilidad del sistema político, donde los partidos políticos no existen como tales, a pesar de que la Constitución los incluye como instituciones fundamentales para la democracia (Art.38.), pues solo tenemos frentes, alianzas, espacios políticos, etc., totalmente heterogéneos en su composición, desde lo ideológico, en su racionalidad instrumental y valores. Tampoco existen plataformas, solo transmiten deseos de alcanzar objetivos, pero no desarrollan el cómo; los candidatos no surgen de la preparación de cuadros que los partidos formaron, sino que son personajes que tienen ya creada una popularidad en muchos casos en actividades no relacionadas con la política partidaria y, en muchos otros casos, promovidos por intereses poco claros tanto internos como internacionales.

Se estila no hablar ni definir posiciones; estas hay que deducirlas de las expresiones de terceros que suponemos que son aliados o seguidores de tal o cual candidato. La idea del candidato es impuesta a la ciudadanía por medio de redes sociales y otros medios de difusión mostrando imágenes aceptables y dos o tres eslóganes que no podrían ser rechazados.

Ante este panorama recuerdo algo que decía un gran estadista del siglo pasado, “la visera más sensible para el hombre es el bolsillo”, por lo tanto existiría un segmento importante que solo inclina sus preferencias por como lo afectan temas como el retroceso económico, ya sea por falta de trabajo, por no alcanzarle el salario, porque no puede sostener cierto nivel de vida o porque su PYME quiebra, por falta de ventas o por ser intolerable la presión fiscal.

Otros quizás se inclinan por la idea de que es necesario hacer cambios estructurales para poder encarar esa modernización que nos permita un desarrollo sostenido y alcanzar instituciones republicanas sólidas y transparentes.

El oficialismo es el menos beneficiado por el desgaste de su gestión, por la crisis que debe enfrentar, muchos dirán por su ineptitud, otros dirán que es por culpa de lo heredado. Siempre en estos casos la más beneficiada es la oposición y más si en su debido momento el oficialismo no alertó sobre lo que había recibido.

La cultura de los políticos populistas es de alta aceptación en un sector importante de la sociedad y en los distintos estamentos sociales. Un cuarto de la población está por debajo de la línea de pobreza y no es una situación transitoria, es algo que padecemos desde hace años, donde son varias generaciones que han visto a sus abuelos, sus padres y ahora ellos vivir del subsidio del Estado, con todos los males que esto acarrea desde lo cultural e identitario, y con la utilización política de este déficit social, que ya no es una red de contención ante una emergencia, y se ha convertido en un estilo de vida para muchos y una forma de hacer política para otros.

Es probable que esta sea una de las aristas más notorias de ese clivaje, que se ve potenciada por la falta de educación tanto ética como cívica e histórica y por la nula capacidad de análisis crítico que ejercita un alto grado de la ciudadanía.

Pero existen otras aristas que también tienen incidencia a veces aisladas y otras formando parte de lo hablado anteriormente, me refiero a lo ideológico. En este sentido existe una parte importante de los votantes que practican un viejo reduccionismo político que es culpar de todo los males a los peronistas. En este sentido, me gustaría saber ¿qué es ahora el peronismo? ¿Son los únicos culpables de todo lo que pasa en Argentina? ¿Acaso los que reivindican esta postura no están en todos los espacios, tanto oficialistas como opositores? ¿No creen que hay muchos que son anti peronistas pero se cubren con ese ropaje para poder utilizar lo simbólico que representa esa vieja y desarticulada tradición? Bueno, para adoptar esta arista o faceta en la selección del clivaje tendríamos que analizar los interrogantes mencionados, de lo contrario sería un reduccionismo poco eficaz, casi un maniqueísmo que nos haría equivocar en visualizar al oponente. En esta postura se observa un amplio sector del oficialismo que, inclusive, cuestiona hasta decisiones de selección de precandidatos por provenir de esa tendencia.

Otro sector es el de los que sueñan con la revolución, el socialismo del siglo XXI, que no es igual a la del siglo anterior, la tecnología y la globalización y la ausencia de una bipolaridad mundial le han dado otras características. Estos sectores, ante la bipolaridad en lo electoral, es probable que adopten un apoyo crítico hacia la oposición.

Por último trataré un sector, que es el más ignorado, que son los integrantes de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas de Seguridad. Si bien es un sector chico, tenemos que sumarle sus amigos, familiares, etc., los cuales sumados son un número importante que ningún candidato se atreve a despreciar. Estos desde hace más de 30 años han sido olvidados, eliminados de la esfera del Estado, bastardeados y denigrados, rescatando y ennobleciendo a quienes fueron en los 70 los que a sangre y fuego intentaban tomar el poder.

Comparto la carta que el Foro de Generales, difundiera recientemente (septiembre 2019) bajo el título “Ante el presente proceso electoral en desarrollo”, donde se exige que los partidos políticos habilitados para participar den a conocer sus plataformas y en especial para este sector:

– Políticas de defensa y seguridad.

– Políticas con respecto a las víctimas del terrorismo.

– Políticas sobre los presos políticos, los cuales superan en promedio los 70 años y de los cuales ya han fallecido más de 500.

Estos temas son las aristas del clivaje de un sector considerable de los votantes que hasta el presente no han sido abordados por ninguno de los postulantes a la elección. Son además temas que hacen a la tan mentada unidad nacional, siempre tan proclamada y nunca efectivizada. Estos sectores se ven como en un “col de sac” (un camino sin salida) y ya ven como muy evidente la discriminación y falta de equidad hacia ellos de ambas partes.

Estos serían a mí entender algunas de las facetas que incidirían en la toma de decisiones ante la futura elección. Seguramente habrá muchas más pero, como dije al principio, el clivaje se dará en base a las distintas necesidades del votante que pueden ser una o varias.

* Licenciado en Ciencia Política, egresado de la Universidad Nacional de Rosario. Miembro de la SAEEG.

La profecía de Tocqueville sobre EE.UU. y Rusia

Por Agustín Saavedra Weise (*)

Introducción

El pensador francés Alexis de Tocqueville (1805-59) no se equivocó cuando predijo que algún día Rusia y América (Estados Unidos), tendrían objetivos comunes y compartirían el mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial fueron aliados; su objetivo común era derrotar a las potencias fascistas del Eje. A partir de mediados de 1945 la entonces poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se expandió hacia el oeste hasta límites no soñados otrora por los monarcas del Ducado de Moscowa. Estuvo muy cerca de llegar a puertos de aguas cálidas, el máximo objetivo histórico del Zar de todas las Rusias: Kievan Rus (hoy Ucrania), Rusia y Bielorrusia. En los lugares ocupados por la totalitaria URSS cayó finalmente la cortina de hierro, pronosticada por Joseph Goebbels y popularizada por Winston Churchill, personaje que se copió el término y lo divulgó urbi et orbe.

La URSS se pertrechó en sus extensas fronteras y cubrió su periferia con países satélites teóricamente independientes, pero que seguían las órdenes de Moscú al pie de la letra. Al trazarse la línea Oder-Neisse como límite de una Alemania vencida y dividida (se la despojó de Prusia oriental más todos sus extensos territorios del este), si bien las potencias occidentales aceptaron tal cosa y el inevitable posterior penoso flujo de millones de refugiados, desde ese momento —al ver la cruda realidad geopolítica— se pusieron en guardia. Aunque los acuerdos de Yalta entre los principales vencedores (Estados Unidos, Reino Unido y URSS) preveían estas acciones, una cosa fue el papel y otra lo tangible. El avance soviético hacia el oeste había llegado demasiado lejos; finalmente las potencias anglosajonas percibieron que el comunismo quería tener dimensión universal y expandirse por doquier. Allí comenzó en forma efectiva la Guerra Fría que ya se insinuaba desde principios de 1945.

La Guerra Fría

Así, pues, tras superar el objetivo común de destruir al fascismo se pasó luego a una etapa de mutuo recelo entre la URSS y EE.UU. que estuvo plagada de amenazas mutuas y con la gestación de alianzas desde ambas partes. Por el llamado “Mundo Libre” surgió la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y por parte de Moscú el Pacto de Varsovia. Se inició así el largo período de la denominada “Guerra Fría”, etapa durante la cual hubo muchas tensiones pero felizmente nunca se llegó a una confrontación nuclear, aunque se estuvo muy cerca en la crisis de los misiles con Cuba de octubre 1962. Los arsenales de EE.UU. y de la URSS siguieron creciendo y aunque se firmaron acuerdos limitativos en materia de ojivas nucleares, se vivieron años de inquietud permanente y plagados de intervenciones aisladas de las superpotencias en los marcos de sus respectivas zonas de influencia. Al colapsar la URSS en 1991 por el fracaso del largo experimento comunista, surgieron 15 naciones independientes. La más extensa y dominante de ellas —la Federación de Rusia— retomó su nombre tradicional y ocupó el sitio de la URSS en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La debacle comunista estuvo precedida de un fenómeno similar en Alemania oriental al desplomarse el muro de Berlín en octubre de 1989, prueba palpable del enorme descontento de millones de personas que se sintieron engañadas por un comunismo que les prometió mucho y cumplió poco. Se iniciaba una nueva era y se habló hasta del “fin de la historia”. En realidad, más bien se gestaba una nueva historia que recién comenzaba… Varios historiadores han marcado —desde el punto de vista socio-político— el derrumbe del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética como la conclusión efectiva del siglo XX y el inicio del siglo XXI, período que —en términos meramente numéricos— ya hace 18 años que transitamos.

Etapa confusa

Hasta aquí se habían cumplido dos de las profecías de Tocqueville: Rusia y Estados Unidos estuvieron juntos para derrotar al totalitarismo que representaba la Alemania de Hitler y luego se dividieron el mundo en la defensa por cada potencia de su ideología: el comunismo por Moscú y la democracia liberal por Washington. Pero lo más interesante fue lo que expresó el francés en 1835: «Hoy en día hay dos grandes pueblos en la tierra que, comenzando desde diferentes puntos, parecen avanzar hacia el mismo objetivo: estos son los rusos y los angloamericanos»;. Y agregó: «todos los demás pueblos parecen haber llegado casi a los límites trazados por la naturaleza, y no tienen nada más que hacer que mantenerse; pero estos dos seguirán creciendo». Por otro lado, lo manifestado en el testamento político de Adolf Hitler es también sorprendente: “Con la derrota del Reich y la espera del surgimiento de los nacionalismos asiático, africano y tal vez sudamericano, solo quedarán en el mundo dos grandes potencias capaces de enfrentarse entre sí: los Estados Unidos y la Rusia soviética. Las leyes de la historia y la geografía obligarán a estos dos poderes a una prueba de fuerza, ya sea militar o en los campos de la economía y la ideología. Estas mismas leyes hacen inevitable que ambas potencias se conviertan en enemigas de Europa. Y es igualmente cierto que estas dos potencias, tarde o temprano, encontrarán deseable buscar el apoyo de la única gran nación sobreviviente en Europa: el pueblo alemán”. No en vano hoy en día EE.UU. y Rusia coquetean con Alemania o la presionan, según propia conveniencia de cada uno…

Y finalmente llegamos al punto de los “propósitos comunes” que anunció Tocqueville. Esta etapa pareció plasmarse luego del fin de la Guerra Fría, cuando un exuberante George Busch padre afirmó que con la caída del comunismo se abrían nuevos horizontes entre Rusia y EE.UU. Poco duró el idilio. Guiados por los ventajistas líderes de Europa occidental, por liberales yanquis anti rusos y por el complejo industrial-militar (en su momento denunciado con alarma por Eisenhower en 1960) los políticos norteamericanos y los medios —en lugar de proseguir su aproximación hacia el otrora rival— los unos lo arrinconaron con el ingreso en la OTAN de todos los ex satélites soviéticos, mientras los medios por su lado arreciaban con la “rivalidad” y “hostilidad” de Rusia, creando imágenes muy negativas o alarmantes en la opinión pública. Esos grupos de presión acosaban al ex enemigo para mostrarlo como un enemigo real, algo que nunca lo fue desde 1991 hasta hoy en día. Tras unos pocos años de confusión, una vez munido de un liderazgo firme, Moscú reaccionó al sentir el peso del cerco gratuitamente erigido a su alrededor. De ahí las incursiones rusas en Ucrania y en otros lugares, siempre en procura de un espacio para que respire el oso ruso, que ha sentido nuevamente el ahogo de un ”corralito” similar al impuesto durante la Guerra Fría. Y en ese estado hemos permanecido hasta hace pocos días en la escala planetaria, con el beneplácito y la alegría de muchos hipócritas e ilusos que no se percataron del mal que estaban ocasionándose a sí mismos y al mundo con ese proceder.

Una nueva era

El encuentro en Helsinki de Donald Trump y Vladimir Putin del pasado 16 de julio —más allá de las personalidades de ambos líderes o de las críticas que se les puedan hacer por otras cuestiones— ha sido de importancia fundamental. Tiende a cambiar un absurdo estado de cosas. Como es sabido, una psicosis francamente alarmante por parte de medios y políticos norteamericanos acerca de las presuntas interferencias de Rusia en las últimas elecciones presidenciales viene siendo objeto de titulares e innumerables comentarios desde hace meses. Seamos francos: EE.UU. es una súperpotencia y una gran democracia; ese tipo de cuestiones no deberían preocuparle a su élite gobernante de la forma inusitada que ha venido sucediendo. Por otro lado, he aquí que mientras la mayoría de los políticos estadounidenses reconocidos como “liberales” y “demócratas” parlotean acerca de la paz, al mismo tiempo paradójicamente se rasgan las vestiduras ante una prueba palpable de paz entre las dos principales potencias nucleares del mundo. Y bien sabemos que la economía de Rusia es actualmente del tamaño de la de Italia o la de Texas, no hace falta que todos repitan lo mismo, pero también sabemos que con 11 husos horarios (desde Kaliningrado hasta Kamchatka) por su enorme extensión geográfica, inmensos recursos naturales y su probada capacidad de expansión socio-cultural en una vasta zona de Eurasia, Rusia no es poca cosa, es un país que obligadamente debe ser tomado en cuenta a nivel planetario. No se trata de un pez chico. El instinto de Trump no le falló.

En el momento presente, la histeria de medios y de políticos estadounidenses la considero verdaderamente lamentable e injustificada frente a la posibilidad concreta de una alianza ruso-americana capaz de generarnos un mundo mejor. El proceso está apenas en sus comienzos, tal vez pueda seguir adelante pese a las presiones o tal vez (ojalá no) fracase como consecuencia de esas injustas presiones e infundados temores. Pero el paso está dado y fue positivo. Aquí se anotó un poroto Donald Trump. En este campo, al menos, ha probado tener mayor visión estratégica que muchos de sus antecesores y opositores.

Conclusiones

Es común el señalar que cuando dos grandes potencias llegan a un acuerdo, casi siempre lo hacen a costillas de otro menos afortunado. Los europeos occidentales temen que sean ellos, pero esos temores carecen de fundamento. Todo lo que Putin quiere son relaciones normales con Occidente, lo cual no es mucho pedir. El candidato número uno para pagar el precio del acercamiento podría ser Palestina y tal vez Irán, de manera marginal. En la conferencia de prensa, sobre las posibles áreas de cooperación entre las dos potencias nucleares, Trump sugirió que los dos podrían acordar ayudar a Israel y Putin no se opuso a la idea. En otro tema, Trump dijo que «nuestros militares» se llevan bien con los rusos y «mejor que con nuestros políticos». La expresión esconde un golpe directo al complejo industrial-militar. Los globalistas neoliberales siguen con su
histeria anti rusa y sin medir consecuencias ni atar cabos en forma racional. El diálogo constructivo entre Estados Unidos y Rusia ofrece la oportunidad de abrir nuevos caminos hacia la paz y la estabilidad en nuestro mundo y eso es bueno. Trump declaró: «Preferiría tomar un riesgo político en pos de la paz que arriesgar la paz en pos de la política». Eso es mucho más de lo que sus enemigos políticos pueden decir, aunque ya llegó el aluvión de acosos de la prensa liberal por la “traición”, agregando una serie de falacias amplificadas que están calando hondo en la mente del ciudadano común. Pero no hay que aflojar, la paz y el futuro del mundo dependen de una durable alianza ruso-americana. Es la real realidad.

Una unión de esfuerzos y propósitos de la dupla Rusia-EE.UU aminorará las ambiciones de una China hambrienta de poder; será un contra peso geopolítico formidable frente al dragón del oriente y en la propia escala mundial. Asimismo, esa unión será exitosa en la lucha contra el terrorismo internacional. Por su lado, los europeos verán si les conviene seguir con su actitud agresiva hacia Rusia o asumir con aguda visión realista los retos del momento y permitir que Rusia mantenga su tradicional área de influencia en el espacio post soviético.

Deseo sinceramente que la aproximación entre Moscú y Washington se profundice, pero aún dudo que ella se concrete en plenitud, por lo brevemente expresado en estas líneas. Los intereses en contra son muchos, sobre todo en un país como EE.UU. donde el cabildeo de intereses sectarios, las presiones económico-financieras, la creación gratuita de escándalos, la exageración mediática (linda con la histeria) y el complejo industrial-militar, manejan en conjunto vitales hilos de poder e influencia… En fin, debemos confiar en que la predicción del genio de Tocqueville se cumplirá, para el bien de dos grandes naciones y del mundo en general.

(*) Agustín Saavedra Weise: Ex Canciller de Bolivia, economista y politólogo.

©2018-SAEEG

Bolivia y Chile: Realidades post La Haya

Agustín Saavedra Weise*

Ahora que han concluido los alegatos orales de Bolivia y Chile en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) con sede en La Haya y mientras se espera la sentencia de ese alto Tribunal, ha llegado la hora de imaginar escenarios realistas sobre la base del camino que eventualmente abra para Bolivia el tan esperado fallo, culminación del proceso legal iniciado por nuestro país en abril de 2013.

Si la CIJ interpreta los compromisos asumidos por Chile ante Bolivia como parte de conversaciones o negociaciones bilaterales que terminaron fallidas y no tienen carácter obligatorio, triunfaría la posición chilena. Ningún boliviano o boliviana desea que esto suceda, pero más allá de gustos o disgustos y por encima del excelente trabajo de nuestra delegación, es una posibilidad que merece consideración. Por el contrario, de considerar la CIJ las ofertas chilenas para superar la mediterraneidad de Bolivia como promesas formales, obviamente nuestro país ganaría el pleito. Recordemos que la base sustancial de la demanda nacional pide a la Corte que ratifique la obligación que tiene Chile de negociar el acceso soberano de Bolivia al mar sobre la base de sus compromisos del pasado. No podemos descartar —finalmente— la posibilidad de un dictamen con matiz político o “salomónico”; cursan varios antecedentes en el Palacio de la Justicia sobre la materia. De todas maneras y sea cual sea la posición final de la CIJ, los fallos de ese alto Tribunal que forma parte de la Organizaciòn de las Naciones Unidas (ONU) están para cumplirse. Bolivia así se ha comprometido. Chile, por su lado, ha dado a entender que podría “no cumplir” lo que determine la CIJ en caso de “verse afectada” su soberanía. Al respecto, vale la pena recordar que, si una de las partes no acata el fallo, la otra parte puede elevar su reclamo ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Estamos seguros que el gobierno de Santiago no querrá verse en esa incómoda situación en el caso de ser la sentencia favorable para Bolivia. Lo más probable es que Chile la cumpla, aunque sea a regañadientes. Y aquí es donde vienen los posibles escenarios de negociaciones concretas.

Ab initio, vale el reiterar que Chile y Bolivia deberán continuar juntos —lado a lado y para siempre— por el poderoso imperio de la geografía. Más allá del fallo, consecuentemente, Chile y Bolivia tendrán que retomar la serena senda del diálogo en procura de lograr entendimientos constructivos. No les queda otra alternativa.

Si bien nadie discute que lo mejor que Chile le ofreció a Bolivia hasta ahora está contenido en el Oficio 686 del 19 de diciembre de 1975 de su Ministerio de Relaciones Exteriores, debe admitirse que las realidades geopolíticas han cambiado en forma sustancial. En aquella oportunidad Chile ofreció un corredor al norte de Arica y hasta la Línea de la Concordia, su límite con el Perú. En la propuesta se establecían las coordenadas precisas de latitud y longitud. La cesión territorial incluía el mar territorial, zona económica y el espacio de plataforma submarina comprendido entre los paralelos de los puntos extremos de la costa ofrecida. Chile descartaba cualquier otro tipo de cesión que pudiera afectar su continuidad territorial. Por otro lado, la cesión ofrecida estaba sujeta a un canje simultáneo de territorios por una superficie equivalente como mínimo al área de tierra y mar que se le ofrecía a Bolivia. Asimismo, Bolivia autorizaría que Chile utilice al 100% las aguas del río Lauca y la zona cedida sería totalmente desmilitarizada. A partir de allí surgieron las famosas “aristas”. Éstas pasaron a ser tema de negociación con Bolivia mientras Chile consultaba con el Perú el acuerdo previo entre ellos, estipulado por el Protocolo Complementario al Tratado de Lima del 3 de junio de 1929.

El entonces presidente de Chile, general Augusto Pinochet Ugarte, era un estudioso de la geopolítica e inclusive escribió un libro sobre la materia. En función de las circunstancias del momento en que se negociaba con Bolivia, es razonable pensar que —en ese entonces— ni él ni el alto mando chileno deseaban tener frontera común con el Perú. Temían al revanchismo latente en ese país y que crecía al acercarse el centenario del inicio de la Guerra del Pacífico. Los militares chilenos deseaban minimizar —o reducir— sus potenciales zonas de conflicto, máxime porque en esa época (1976) Su Majestad Británica no había emitido aún el laudo arbitral sobre el Canal del Beagle e islas adyacentes (Picton, Lennox y Nueva). Como es sabido, al conocerse dicho laudo la Argentina lo rechazó y al poco tiempo ambos países estuvieron a punto de ir a la guerra. El conflicto se evitó a fines de 1978 con la aceptación de la mediación papal por las partes. Al final, lo determinado por el Pontífice Juan Pablo II prácticamente ratificó el laudo emitido en Londres. Por el peso moral de la Iglesia y el compromiso asumido, el gobierno militar argentino tuvo que aceptar la decisión papal, exigiendo sólo la limitación de los alcances marítimos: Chile hacia el Pacífico y Argentina hacia el Atlántico. Pocos años después, ya en democracia y durante la administración de Carlos Menem, se solucionaron casi totalmente las cuestiones limítrofes chileno-argentinas; sólo quedó pendiente el asunto relativo a los hielos continentales y que permanece en carpeta hasta nuestros días.

Cuarenta y dos años después, en este 2018, la situación geopolítica en la región es radicalmente distinta a la de 1976. Entre Argentina y Chile no existe hoy ninguna posibilidad de conflicto y con Perú las relaciones de Santiago han mejorado muchísimo en los últimos años. Por tanto, ambas naciones desean actualmente mantener sus contactos territoriales y sus fronteras. Esto es algo que Bolivia deberá considerar con absoluta objetividad. No siempre las oportunidades del pasado son validas en el presente.

La negociación de Charaña se vino al suelo cuando Chile declinó considerar la propuesta peruana del 19 de noviembre de 1976. Por su lado, el mandatario boliviano Hugo Banzer Suárez abogó en su mensaje público de fines de año en contra de la soberanía compartida que propuso Torre Tagle en la parte final del corredor ofrecido por Chile a Bolivia y solicitó que esa propuesta quede sin efecto. Al mismo tiempo, pidió a La Moneda que abandone su exigencia de canje territorial. No hubo respuesta de ninguna de las partes aludidas a este ejercicio de diplomacia pública del general Banzer y a partir de ese momento las negociaciones prácticamente se paralizaron. Durante 1977 surgieron varios encuentros y conversaciones, pero no se pudo avanzar más. Finalmente, Bolivia rompió relaciones diplomáticas con Chile el 17 de marzo de 1978, situación vigente hasta estos momentos.

Como lo escribí en su época (1978), Chile estaba obligado a negociar con Perú hasta lograr el «acuerdo entre ellos” prescrito por el Protocolo Complementario. Ese documento no reza «sí» o «no», expresa claramente «acuerdo”; eso implica lanzar propuestas y contrapropuestas hasta llegar (o no) a un punto de entendimiento. La tal «declinación» por La Moneda de considerar la propuesta peruana de noviembre de 1976 fue una forma cómoda de Chile para zafar de todo y como Bolivia no insistió ni propuso mayores alternativas viables, poco a poco el proceso decayó hasta concluir en fracaso. Esa fue la real realidad. Por lo hasta aquí expresado, la salida por el norte de Arica ya no es viable. Reitero: los tiempos geopolíticos ya no son los mismos de cuatro décadas atrás; Chile quiere ahora retener su frontera con Perú, en 1976 no deseaba tenerla más.

En definitiva y en lo que hace a la potencial negociación marítima entre Bolivia y Chile, en mi modesta opinión creo que a esta altura mientras menos actores participen, mejor. El proceso debe quedar confinado entre las dos partes directamente involucradas, máxime por que una salida al mar en el extremo norte (territorio ex peruano) como la ofrecida en 1975 hoy en día prácticamente no es posible debido a que tanto Lima como Santiago desean preservar su actual frontera común. Es por estas circunstancias del presente que favorezco una negociación bilateral con Chile. Lo trilateral, implicando a Perú, sólo traerá complicaciones y retardos, máxime si la salida por las cercanías de Arica ya no es viable. La única posible solución a futuro que percibo en la presente coyuntura es un enclave sobre el Pacífico con un complejo ferrovial de plena servidumbre de paso —similar a lo que se comenta fue ofrecido años atrás y en privado por el presidente chileno Ricardo Lagos— sólo que ahora ese enclave sería soberano, sería boliviano, claro que sujeto a los aportes que Bolivia ofrezca y que La Moneda acepte. Esos aportes pueden ser en recursos naturales, en territorio, o entregados de otras imaginativas maneras, En fin, eso será parte de una negociación inteligente capaz de alcanzar convergencias positivas para ambos estados. No hay nada de malo en un enclave si éste es soberano. La falta de continuidad territorial no representa óbice. Rusia tiene Kaliningrado y Estados Unidos, Hawai, Alaska, Puerto Rico e islas Guam. Además, ese enclave deberá transformarse en un complejo industrial y zona turística, ya que bien podemos continuar usando los puertos chilenos, claro que acordando mejores condiciones. Un complejo portuario moderno tiene costos prohibitivos. Hay que pensar con racionalidad en todos estos factores y dejar emocionalidades a un costado. Pero eso, como se dice usualmente, será parte de otra historia.

* Diplomático de carrera (R) y ex Canciller del Estado – Economista y politólogo. www.agustinsaavedraweise.com

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