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EFECTO COLATERAL DEL CORONAVIRUS: EL REGRESO DEL ESTADO

Jorge Almeida Fernandes

(Redactor principal de Público.pt)

 

 

Estas semanas trajeron la convicción, cierta o ilusoria, de que la pandemia marca un quiebre más profundo que el 11 de septiembre o la crisis financiera de 2008. Será incluso un cambio de época. 

Estamos en un punto de inflexión. Por el momento, nos ocupamos de la supervivencia y de la contención de la epidemia. Los humanos son curiosos e, incluso en el pico de la crisis, no pueden evitar imaginar qué mundo nacerá de la pandemia. Sería estúpido morir ahora —y aún más si es tu propia culpa—, sin siquiera tener idea de ese “mundo después del coronavirus”. El sentimiento dominante es que estamos asistiendo al final de una era y a la inauguración de otra. Cierto, parece estar fortaleciéndose el papel del Estado.

Explico. En un texto publicado el día 8 de febrero (As duas pestes de 2000), escribí: “La gran duda es saber si la epidemia se mantiene como crisis sanitaria internacional o se transformará en un fenómeno geopolítico susceptible de alterar los equilibrios del sistema internacional”.

La respuesta de los hechos fue rápida: El coronavirus puede remodelar el orden global —es el título de un artículo de la revista Foreign Affairs, semejante a muchos otros. Estas semanas trajeron la convicción, cierta o ilusoria, de que el coronavirus marca una ruptura más profunda que el 11 de Septiembre o que la crisis financiera de 2008. Será incluso un quiebre histórico. El columnista estadounidense Thomas Friedman propuso hace días, en el New York Times, un título que expresa este nuevo sentimiento: La nueva división histórica: A.C y D.C —el mundo Antes del Corona y Después del Corona. (En inglés, B.C e A.C. de Before y After). Friedman no tiene dudas sobre la ruptura, aun si no sabe diseñar los rasgos del futuro.

El orden global

Descontada la retórica, tenemos razones para pensar que cambiará mucho más que el equilibrio entre las potencias. Este es un terreno en el que es inútil especular, pues estamos en plena pandemia y no en su fin. Hace un mes, la imagen de China estaba destrozada. Hoy, Beijing está recuperando apresuradamente su soft power, intentando asumir el liderazgo de la cooperación en el combate al Covid-2, lugar ostensivamente dejado vacío por los Estados Unidos. Tendremos otras sorpresas en las próximas semanas.

Paralelamente, la explosión del coronavirus en América barajó las cartas políticas. Es un campo en el que Trump no se sabe mover y en el que, desde el inicio, perdió toda autoridad. Los economistas prevén una recesión hasta fin de año, lo que recuerda un antiguo y pragmático principio: el Presidente en funciones será reelegido si la economía está creciendo. Trump salió ileso del proceso de impeachment pero el coronavirus subvirtió todos sus planes de campaña.

Por todo esto, es demasiado temprano para imaginar los cambios en las relaciones de fuerza entre las potencias, es decir, en la competencia Beijing-Washington.

La previsible recesión dará a los Estados un motivo para “limitar la globalización”. Es un diagnóstico crecientemente compartido por políticos y economistas. Los Estados europeos son los primeros en señalar la necesidad de frenar la reubicación del trabajo y la autonomía de la esfera financiera. Pero, a pesar de los impulsos proteccionistas, es imposible regresar a un mundo de espacios autárquicos, como en los años 1930.

La emergencia sanitaria y las cuarentenas conducirán inevitablemente a una dramática crisis económica. No es por casualidad que se multiplican las propuestas de un nuevo Plan Marshall para Europa, lo que presupone un cambio en el paradigma económico dominante. Súbitamente, Francia e Italia parecen decididas a salvar sus últimas “joyas”. El ministro de Economía francés admite recurrir a su nacionalización. “A grandes males, grandes remedios”, dicen los economistas. La crisis sanitaria fuerza a repensar el papel del Estado en la sociedad. Y la crisis económica, cuyos efectos aún no se sienten, impondrá un regreso de la intervención estatal en la economía.

Es posible que en el futuro en la Unión Europea se desarrolle  un plan inesperado: ser capaz o no de volver a pensar a largo plazo, con el horizonte de la década y abandonar la “gestión actual”. Este es el momento más bajo de la UE. Queda por saber si, ante la emergencia, y después de ella, los grandes desafíos volverán a enseñar a los europeos a retomar la “gran política”.

Volviendo a la política internacional, cito un comentario del politólogo estadounidense Stephen Walt: “Primero, y muy obviamente, la presente emergencia nos recuerda que los Estados son aún los principales actores de la política global. Hasta hace pocos años, académicos y columnistas sugerían que los Estados se estaban volviendo menos relevantes en los asuntos mundiales reemplazados por otros actores o fuerzas sociales. (…) Sin embargo, cuando crecen los nuevos peligros, los humanos buscan primero, y principalmente, a los gobiernos nacionales buscando protección”. 

El principio de Quarantelli

En Italia, que continúa funcionando como laboratorio europeo, la epidemia no benefició al populismo. Provocó una ola de “orgullo nacional” y reunió al país alrededor del primer ministro, Giuseppe Conte, quien obtiene el apoyo del 71% de los italianos, la tasa más alta de los últimos diez años.

Además de apoyar al gobierno, una encuesta realizada por el Instituto Demos indica una aprobación natural y unánime del sistema de salud. Pero también revela una evaluación positiva de las instituciones, incluidos políticos y periodistas. La antipolítica salió de escena. “Al contrario del pasado, casi todo el país se reunió en torno al primer ministro y al gobierno”, escribe el sociólogo Ilvo Diamanti, responsable de la investigación.

“La emergencia del virus, además de las víctimas, generó miedo. También produjo un resultado, quizás inesperado, que creó un clima de opinión pública imprevisible hasta hace pocas semanas. Esto es, reconstruyó la unidad nacional”.

Antes, el blanco del miedo era el “otro”, o “extranjero” que viene de África o de otros lugares. Los italianos tienen miedo. Pero ahora el “otro”, resume Diamanti, se tornó un “enemigo invisible”, que no se puede detener cerrando las fronteras.

El lunes, La República abrió la semana con un título: La primera cosa hermosa del lunes 16 de marzo de 2020. Fue una evocación de Enrico Quarantelli, un sociólogo estadounidense que dedicó su vida científica al estudio de las reacciones a los desastres. Contrariamente al sentido común, demostró que los eventos catastróficos sacan lo mejor de la humanidad. “La solidaridad prevalece sobre el conflicto. La sociedad se vuelve más democrática”. Siempre es útil leer los clásicos.

tp.ocilbup@sednanrefaj

 

Artículo original “Efeito colateral do coronavírus: o regresso do Estado”, publicado en Público.pt (Portugal) el 21/03/2020, <https://www.publico.pt/2020/03/21/mundo/analise/efeito-colateral-coronavirus-regresso-estado-1908798>.

Traducido del portugués por Marcelo Javier de los Reyes con autorización de Público.pt.

CRISIS EN EL MANEJO DE LA CRISIS: CORONAVIRUS E INCERTIDUMBRE

Adrián Rocha*

En 1973 Claus Offe publicó un artículo en el que analizó los límites del Estado en el manejo político de conflictos, cuyo título recoge esta nota. El texto fue el resultado de una investigación llevada a cabo por Offe en el Instituto Max-Planck de Starnberg. Luego se incorporó en un libro editado por John Keane, el cual reúne varios textos del autor sobre el tema, con el nombre de Contradictions of the Welfare State, cuya traducción al español estuvo a cargo de Antonio Escohotado[1].

El análisis de Offe estuvo centrado en las limitaciones y, como indica el título del libro, en las contradicciones del Estado de Bienestar respecto de su capacidad como agente regulador de conflictos. Los estados de bienestar que analizaba Offe eran los europeos de la posguerra que, como se sabe, se vieron ante serias dificultades hacia el fin de los “años dorados”, esos que van desde 1950 hasta la primera crisis del petróleo, ya que comenzaron a registrar problemas fiscales, políticos y sociales. La habilidad del Estado de Bienestar para gestionar conflictos entre clases, que hasta el momento había mostrado relativo éxito, se vio debilitada por las mismas razones de ese éxito, entonces invertidas: la prosperidad producto de la disponibilidad de recursos que permitían sostener un Estado robusto y reticular, comienza a mermar por limitaciones fiscales y por la multiplicidad de funciones asumidas por la esfera político-administrativa, mientras los derechos ciudadanos y las demandas sociales se expanden y consolidan en el plano jurídico. Ante esta situación, Offe efectúa lúcidos señalamientos a partir de un enfoque integral de los estados europeos de la posguerra, analizando tres subsistemas interdependientes: el económico, el político-administrativo y las estructuras de socialización.

Aquí se recuperan libremente algunos de sus aportes. Los mismos se destacan en contextos como el de hoy, en el que el diseño de estrategias destinadas a paliar incertidumbres parece estar circunscripto al interés de los políticos, en detrimento de la capacidad misma de los Estados.

Policy Sciences y planes de contingencia

La crisis que trajo el COVID-19 interpela a toda la comunidad científica y también a las disciplinas sociales, las cuales son un vector decisivo en el diseño de políticas públicas, al mismo tiempo que una herramienta con la que los gobiernos enfrentan cotidianamente los dilemas y desafíos de la coyuntura. La exigencia del calendario político respecto de temas que influyen en procesos electorales, en la definición de agendas y en la formulación de estrategias de imagen pública orienta las investigaciones sociales hacia cuestiones que en muchas oportunidades sirven más a los intereses políticos que a los estatales. El uso por parte de la política de los conocimientos que proveen las disciplinas sociales es inevitable, aun cuando las investigaciones se diseñen con el más utópico propósito, pues la inocencia es la proteína del realismo. Empero, en crisis de este tipo, ese aprovechamiento por parte de los políticos queda al desnudo.

Así, la distancia necesaria para analizar muchos de esos dilemas pierde relevancia en la medida en que la eficiencia que de ella se desprende no se condice con los tiempos de la política. En efecto, cuando surge una crisis para la cual no se poseen planes de contingencia efectivos, el desfase entre quienes toman distancia y la urgencia de la realidad se torna más evidente, ya que las formulaciones de quienes asumen tal distanciamiento generalmente son poco aplicables o directamente se extravían en críticas poco constructivas, cayendo incluso en posiciones absurdas, tal como se observa en el artículo sobre el coronavirus escrito por Agamben[2].

Quienes profesionalmente se dedican al diagnóstico de un problema público, y por tanto al diseño, implementación y evaluación de políticas públicas, guardan íntima proximidad con los escenarios de la coyuntura. Esa vinculación se debe a que su tarea se enfoca en los estudios de casos —pues el método empírico es ineludible para los policymakers—. Pero por ello mismo los hacedores de políticas tienden a internalizar y a naturalizar los ritmos y procedimientos de la dinámica política, perdiendo acaso la distancia científica necesaria. De esta manera, resulta de interés preguntarse cómo y cuánto la política transforma a los policymakers y viceversa. Quedaría elegante afirmar que se trata de una relación dialéctica. Aun así, se trataría de una dialéctica muy asimétrica.

Offe discute el rol que le toca a las disciplinas sociales en el campo político, invitando a desconfiar de la capacidad de control y planificación de las Public Policies, que por su apego tal vez inevitable a la toma de decisiones se encuentran limitadas precisamente por la inmediatez de los escenarios. No obstante, eso no debería incentivar una renuncia a la intervención epistemológica, pues un caso como el que se vive hoy exige soluciones y propuestas racionales. Acaso sea necesario considerar la posibilidad de crear espacios de investigación académica que, además de estudiar los protocolos usuales para enfrentar las crisis (imaginables), diseñen también proyectos de investigación que partan de escenarios poco probables, y que sobre todo registren tendencias hacia crisis de este tipo.

Según Tedros Adhanom Ghebreyesus y Bill Gates, una pandemia era plausible en el mediano plazo. Así lo indica Daniel Mediavilla en El País[3]. Sin embargo, nadie podía anticipar un probable escenario como el de hoy (sabemos que la probabilidad está vinculada con la frecuencia), por lo demás incierto, debido a que el proceso está en pleno desarrollo y a que se dispone de poca información sobre el ciclo definitivo del COVID-19, lo cual impide trazar comparaciones con virus de los cuales existe información perfecta. En efecto, el contexto de información imperfecta es lo que impide establecer un plan de contingencia adecuado a la capacidad de daño del agente. Desde Asia hasta América toda, pasando por Europa, los mandatarios hoy discuten estrategias de mitigación y contención de las cuales no tienen certeza alguna. Minimizar la situación a partir de comparaciones con otros episodios u otras enfermedades es peligroso e irresponsable, pero de ahí no se sigue que un plan sea mejor que otro (cabe recordar que Taiwán ignoró buena parte de los consejos de la OMS), aunque el aislamiento pareciera ser, de momento, la mejor estrategia defensiva.

Offe estimaba que concebir a las crisis como acontecimientos imprevistos traía problemas mayores (derivados de omitir sus causalidades), por lo que sugirió identificar los fenómenos que van gestando su irrupción. Por ello, insistió en escapar del concepto “esporádico” de crisis, el cual se centra en la plena coyuntura (la gran protagonista de hoy), proponiendo un enfoque alternativo que consiste en atender a los “mecanismos que generan los acontecimientos”, a partir de los cuales las crisis serían “tendencias de desarrollo que son confrontadas por tendencias contrarias”.

Mecanismos dentro de mecanismos

¿Qué “mecanismos” han dado lugar a este acontecimiento? Si se parte de lo dicho por Peter Singer y Paola Cavalieri en una nota publicada en The Project Syndicate[4], es lícito inferir que los denominados “mercados húmedos” han creado las condiciones para la aparición de este virus. Según los autores, “tanto la epidemia de SARS (síndrome respiratorio agudo grave) en 2003 como la actual se originaron en los ‘mercados húmedos’ de China: mercados al aire libre en los que los clientes compran animales vivos a los que acto seguido se mata en el lugar. Hasta fines de diciembre de 2019, todas las personas afectadas por el virus habían tenido algún vínculo con el mercado Huanan de Wuhan”.

En una nota de Los Ángeles Times, Christopher St. Cavish[5] asegura que existe una gran equivocación sobre los mercados húmedos pues, según afirma, serían los mercados silvestres los realmente peligrosos. El problema, señala el autor, “surge cuando se introduce la vida silvestre en este sistema. Apropiadamente, los críticos señalan que traer animales estresados de distintas especies —que transmiten diferentes enfermedades— a una proximidad cercana y sin ninguna supervisión, no es bueno para la higiene. En el peor de los casos, puede proporcionar el caldo de cultivo para el COVID-19, el SARS y la gripe aviar”.

En cualquier caso, estos espacios de comercialización no se encuentran solamente en China. Forman parte de una extensa red de intercambios que, aunque resulte sorprendente, todavía persisten en una era de robótica, inteligencia artificial y tecnologías productivas de punta. Tales mercados son poco higiénicos, lo que se “compensa” argumentativamente con la excusa de la celeridad con que operan: al venderse rápidamente sus productos, los períodos de éstos en condiciones “poco recomendables” serían breves. Esta postura sería fácilmente desestimada por cualquier estudio bromatológico.

El “mecanismo” que yace detrás de este tipo de prácticas de intercambio no es otro que un sistema de comercio mundial muy heterogéneo y dispar. La FAO y las unidades sanitarias de los Estados son conscientes de estos mercados, pero como sus utilidades y coberturas abarcan a un amplio segmento socio-económico, prohibirlos tiene costos que nadie quiere asumir. Detrás de ese “mecanismo” se podría advertir otro, a partir de una lógica que conduce a una concatenación de mecanismos que ilumina una maquinaria productiva que transita en el límite de la formalidad. Maquinaria que llega a recluirse en la informalidad por razones de rentabilidad, en el marco de juegos win-win en donde Estados, comercios y particulares “ganan”: unos se desentienden de determinadas poblaciones y de necesarios controles mientras que otros compensan ese desentendimiento comerciando en los márgenes y abasteciéndose. Sería interesante conocer cuántos mercados de este tipo existen en América Latina.

¿Desmercantilización de la salud?

Offe hizo hincapié también en una tensión inherente a la gestión de los conflictos en el Estado de bienestar, la cual es aplicable a casi todas las unidades estatales de hoy: aquella que se advierte entre los procesos de mercantilización y desmercantilización. El Estado debe necesariamente autolimitarse, pues depende de procesos de producción e intercambio que lo obligan a preservar la perspectiva privada. Sin embargo, para que esa subordinación positiva tenga lugar, debe asimismo desmercantilizar algunas áreas de la vida pública. Esta contradicción echa luz sobre un aspecto que se desprende de aquél, al cual Offe presta especial atención: el déficit fiscal. Las áreas de la vida desmercantilizadas, junto con las demandas por ampliación de derechos, significan inevitablemente una mayor carga fiscal para el Estado. Como señala John Keane en su introducción, “las políticas de los Estados del bienestar necesitan hacer lo imposible: se ven forzadas a reorganizar y restringir los mecanismos de acumulación capitalista para permitir que esos mecanismos cuiden espontáneamente de sí mismos”[6].

No caben dudas de que la crisis del COVID-19 pone sobre el tapete esta tensión. En ese sentido, las políticas sanitarias y los sistemas de salud se encuentran en el centro de la discusión. El financiamiento de todo sistema de salud implica altos costos, de allí que tanto sector público como privados estén en constante tensión en torno de este tema. Una estructura mixta podría ofrecer soluciones. La crisis actual augura un replanteamiento de los marcos económicos con los que se han pensado los sistemas de salud. Su posición estratégica desafía a las prioridades fiscales de los Estados, que al asumir cada vez más funciones se vuelven por ello menos ágiles para gestionar conflictos.

Si la salud debe ser un área desmercantilizada, lo cual es muy probable que se plantee después de esta crisis, forzosamente se deberá mercantilizar otras, sin por eso incentivar actividades informales.

¿Autoritarismo en el horizonte?

La crisis en el manejo de la crisis aparece entonces como una consecuencia de tensiones crecientes en el seno de una transición en torno de la tecnología y las comunicaciones, en donde el poder administrativo del Estado se ve desafiado por sus falencias para detectar y anticipar tendencias hacia las crisis. Esas tensiones arrojan escenarios que se consideraban poco probables, pero que finalmente suceden, como lo ocurrido con el COVID-19.

Las tendencias hacia la crisis parecen estar siempre inscriptas en esos mecanismos que operan en condiciones opacas y que son poco regulados precisamente por limitaciones que el Estado debe ponerse a sí mismo: procesos de desarrollo que contrarían al mismo desarrollo, en el marco de relaciones asimétricas de información y, sobre todo, de comunicación, en las que prima la acción estratégica y no la acción orientada al entendimiento, tal como llamara Habermas[7] a las formas de establecer canales dialógicos que permitan diseñar instituciones que reduzcan los márgenes de incertidumbre, no sólo en el intercambio, sino en la gestión de crisis y conflictos.

En el rediseño de las instituciones formales universales que hasta el día de hoy han dominado las interacciones entre Estados, Corporaciones y actores de interés reside la posibilidad de incentivar el surgimiento de instituciones informales[8] que, por su carácter cultural y dinamizador, orienten las acciones de los agentes hacia una cooperación fundada, cuando menos, en el autointerés comunitario.

¿En qué medida un Estado como el de China está efectivamente interesado en que sus instituciones provean de la mejor información al resto del sistema internacional, para que éste pueda diseñar estrategias de contención y mitigación ante escenarios como el que suscita el avance de este virus? ¿Están las potencias mundiales interesadas en compartir, no toda, sino aquella información que resulta de interés vital para el sistema? ¿Se encuentra el mundo, probablemente, ante una crisis de racionalidad? ¿Está la “la razón de Estado”, tal como la concibió Murizio Virol[9], limando hoy la legitimidad misma del Estado liberal, mientras configura otra, acaso no tan desconocida, forma de lo estatal-comunitario?

Los dilemas acerca de la libertad de circulación y de comercio y de la presencia de un Estado de Derecho que para proteger esa libertad necesite paradójicamente restringirla, cobran mayor fuerza en crisis como la actual. En su potencial fracaso como promotor del intercambio económico global y como agente estabilizador de conflictos se entrevé, brumosamente, la raíz del autoritarismo.

* Licenciado en Ciencia Política, Universidad Abierta Interamericana (UAI). Analista político internacional en Open Democracy <https://www.opendemocracy.net/>.

Referencias

[1] Offe, C. Contradicciones en el Estado de Bienestar. Madrid: Alianza, 1990, 309 p.

[2] Giorgio Agamben. “L’invenzione di un’epidemia”. Quodlibet.it, 26/02/2020, <https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-l-invenzione-di-un-epidemia>, [consulta: 25 de marzo de 2020].

[3] Mediavilla, D. “La pandemia que todos sabían que iba a llegar y nadie supo parar”. El País, 18/03/2020, <https://elpais.com/ciencia/2020-03-17/la-pandemia-que-todos-sabian-que-iba-a-llegar-y-nadie-supo-parar.html>, [consulta: 20 de marzo de 2020].

[4] Singer, P.; Cavalieri, P. “El otro lado oscuro del COVID-19”. The Project Syndicate., 03/02/2020, <https://www.project-syndicate.org/commentary/wet-markets-breeding-ground-for-new-coronavirus-by-peter-singer-and-paola-cavalieri-2020-03/spanish>, [consulta: 20 de marzo de 2020].

[5] Cavish, Christopher St. “No, los mercados frescos de China no causaron el Coronavirus”. Los Ángeles Times, 15/03/2020, <https://www.latimes.com/espanol/internacional/articulo/2020-03-15/comentario-no-los-mercados-de-alimentos-frescos-de-china-no-causaron-el-coronavirus>, (consulta: 20 de marzo de 2020).

[6] Offe, C. Op. cit., p.22.

[7] Habermas, J. Escritos filosóficos. Fundamentos de la sociología según la teoría del lenguaje. Barcelona: Paidós, 2011, 449 p.

[8] North, D. “Institutions. En: The Journal of Economic Perspectives, vol. 5, nº 1. (Winter, 1991), p. 97-112.

[9] Viroli, M. De la política a la razón de Estado. La adquisición y transformación del lenguaje político (1250-1600). Madrid: Akal, 2009, 368 p.

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FRENOS Y ESTÍMULOS PARA CRECER CON LIBERTAD ECONÓMICA

Agustín Saavedra Weise*

Joseph Alois Schumpeter (1883-1950) 

El gran economista austríaco Joseph Alois Schumpeter, creador de la teoría de la innovación y divulgador del proceso de destrucción creativa (1883-1950) repetía una metáfora que —dicha ya en su ancianidad— sigue siendo válida para este agitado tercer milenio: “un auto anda más rápido por la sencilla razón de tener frenos”. Y el capitalismo los debe tener también, si es que quiere marchar ordenadamente. En la empresa privada no todo son ganancias, existe además una importante función comunitaria. El ingrediente social es básico, ahí cabe la intervención estatal como ente regulador y factor de equilibrio, no como propietario o competencia, ya que —por lo general— cuando el Estado administra en forma directa nunca lo hace bien.

El Estado debe actuar imponiendo carriles de funcionamiento y mecanismos reguladores, todo ello en un marco de libertad económica y con respeto al mercado, pero respetando aún más —y vigilando— la obligación imperiosa de las grandes empresas de servir a la comunidad, no servirse de ella. Sin un Estado que regule y arbitre, el capitalismo tiende a ser salvaje, se transforma en un Ferrari sin frenos, en un bólido ultra peligroso al no tener quien lo pare. Ese freno, moderado e inteligente, pero freno al fin, es tarea esencial del Estado.

Ahora bien, una cosa es el freno para controlar excesos de velocidad y otra es forzar el freno de mano para trancar, obstaculizar y parar la máquina. Ese jamás debe ser el propósito del Estado, pues una de sus inherentes obligaciones radica en su capacidad de estimular el desarrollo sobre la base de la confianza, la estabilidad económica y la fundamental seguridad jurídica de la propiedad privada. En la práctica, no es siempre fácil ni sencillo lograr un balance adecuado, pero hay que intentarlo. Una empresa libre de frenos puede llegar a ser incontrolable y frenos excesivos pueden parar el proceso de creación de fuentes de riqueza o de empleo; es más, por una regulación excesiva se puede parar hasta la producción misma. Este tercer milenio —que ya entra en su tercera década— viene arrastrando los excesos del reciente pasado, tanto por el lado de las liberalizaciones como por el lado de las regulaciones. Es tarea de una dirigencia inteligente estudiar la mejor manera de crear nuevas condiciones aptas para los tiempos actuales. Esto es válido aquí en nuestra Bolivia y en el ámbito de las naciones emergentes en general.

Conviene recordar siempre que el capitalismo productivo precisa incentivos al mismo tiempo que requiere frenos para así crecer equilibradamente, seguir produciendo y generar más empleos. Tal como un diminuto átomo debidamente tratado puede provocar una explosión nuclear y así libera una enorme cantidad de energía, de la misma manera se logrará lo propio en la economía nacional, siempre que estímulos y regulaciones se sintonicen con el impulso productivo a la par de contar con buenos frenos para aplicarlos con firmeza cuando hay peligro por exceso de velocidad. Eso debemos lograr en Bolivia: una fina sintonía entre regulación y estímulo que genere impulsos capaces de acelerar el crecimiento. El Estado debe regular y frenar cuando corresponda, pero si únicamente frena y no estimula, poco margen quedará para lograr el cambio cualitativo que el país imperiosamente precisa en este flamante 2020.

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de Diario Nuevo Sur, Bolivia, https://diarionuevosur.com/frenos-y-estimulos-para-crecer-con-libertad-economica/