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ARGENTINA. CONSIDERACIONES POLÍTICAS DE CARA A LAS ELECCIONES

Marcelo Javier de los Reyes*

Diario del 28 de julio de 1923. En el titular dice que al cambio, un dólar estadounidense equivale a un millón de marcos. Imagen: Berliner Tageszeitung zur Geldentwertung. Bundesarchiv, Bild 102-00134 / CC-BY-SA 3.0.

 

El domingo 13 de agosto se llevaron a cabo las elecciones denominadas PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), una instancia previa a los comicios generales. Originalmente los partidos políticos celebraban internas para definir a sus candidatos. Al imponerse este sistema de «espacios» ―por el cual la Nación les paga a los políticos su interna― se pone en manos de la población la responsabilidad de elegir el «candidato» dentro del espacio (si hubiera más de uno por espacio), el o los cuales fueron designados a dedo previamente por quien tiene el poder dentro del mencionado espacio, ya sea un político o un grupo económico. Es decir, el o los candidatos no surgen de ninguna «voluntad popular» sino de un acuerdo de cúpulas o del que funge de líder.

De esas PASO quedaron cinco candidatos: Sergio Massa por el oficialismo, «Unión por la Patria», actual ministro de Economía y responsable de la actual debacle; Patricia Bullrich por «Juntos por el Cambio» (ex «Cambiemos»), quien goza en algunos sectores de la población de un prestigio que es más producto de la propaganda que de la realidad; Javier Milei por «La Libertad Avanza», un economista que todo lo pasa por el tamiz de las teorías económicas, incapaz de poder abordar otras temáticas y a quien, a pesar de pregonar acerca de la «libertad», no le gusta que lo contradigan y en ocasiones se pone violento; Juan Schiaretti, actual gobernador de Córdoba, peronista, candidato por «Hacemos por Nuestro País»; y Myriam Bregman (Frente de Izquierda-Unidad), la que no canta el Himno Nacional pero no le molesta que el Estado Nacional le pague la dieta como diputada. En este último caso, lo peor es que el resto de los diputados demuestran ser tan poco patriotas al no sacarla del Congreso Nacional.

Aunque los medios sigan agitando que en las PASO se dio un escenario de tres tercios ―coincidiendo con la premonición de la actual vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner―, la realidad es que casi un 40% no votó, impugnó el voto o votó en blanco, mostrando un rechazo a este sistema partidocrático que no resuelve los problemas de los argentinos sino que los agudiza. De tal manera que el escenario real sería de unos tres quintos para los principales candidatos.

Con respecto a esta supuesta democracia, durante estos años los argentinos hemos intentado, sin éxito, superar dos postguerras. La corporación política no lo ha permitido y ha levantado las banderas de la «desmalvinización» y de los derechos humanos desde 1983, siguiendo las pautas que se impusieron desde el exterior a través de fundaciones, centros de estudios e instituciones internacionales. Es así como nuestro país enfrenta una «guerra híbrida» en la que los políticos ocupan el escenario en el teatro de títeres.

En este contexto podría afirmar que la historia, maestra de la vida, no se repite pero muestra similitudes. Es así como la actual situación de la Argentina, salvando las distancias, guarda similitudes con la República de Weimar, hace un siglo. Nuestro país ha ganado militarmente la guerra contra la subversión, aunque la ha perdido a partir de 1983 de la mano de nuestros políticos. Perdió la guerra del Atlántico Sur en 1982, aunque los británicos obtuvieron una victoria pírrica. Desde 1983 se ha dado una situación como la que entonces expresó el mariscal Paul von Hindenburg (1847-1934), presidente de la mencionada república entre 1925 y 1934, quien habría afirmado que, según un general británico, el ejército alemán había sido apuñalado por la espalda por el pueblo alemán y por sus partidos políticos. Una situación similar se ha dado en la Argentina con respecto a sus Fuerzas Armadas, lo que no significa respaldar los errores que pudieron haber cometido sus integrantes. Las instituciones no deben ser desmanteladas por los errores de sus miembros.

Nuestro Versalles fue el Tratado de Madrid, promovido por el entonces Canciller y luego ministro de Economía, Domingo Cavallo, con el respaldo de los políticos que desde entonces no han revertido esta situación de ignominia.

Al igual que en la República de Weimar, los argentinos han visto y vuelven a ver que su moneda es llevada a la insignificancia pero de ninguna manera debe considerarse que su principal problema es económico. El gobierno militar también tuvo allí su talón de Aquiles al poner la economía bajo el control de los economistas liberales que iniciaron el proceso de desindustrialización y de desinversión de la Argentina, agudizado luego durante el gobierno de Carlos Menem ―a quien pondera el candidato Milei, al igual que al entonces ministro de Economía Cavallo―, y continuado por sus sucesores en la presidencia de la Nación.

Como los ciudadanos de la República de Weimar, los argentinos viven en una amarga desilusión y algunos sectores de la población comienzan a dar un giro hacia una falsa derecha, en búsqueda de un liderazgo mesiánico.

En días pasados hemos presenciado dos debates entre los cinco candidatos a la presidencia, quienes pusieron en evidencia su mediocridad y su falta de comprensión de las dificultades por las que atraviesan la población y la Nación argentinas. En líneas generales, más allá de agredirse mutuamente, no ofrecieron ideas creativas ni propuestas creíbles para cambiar el rumbo de colisión al que nos enfrentamos, lo que no solo pone en evidencia sus propias carencias sino también las de sus equipos de asesores.

Efectivamente, el 22 de octubre la población argentina deberá elegir a uno de entre esos cinco candidatos que se equivocan en el diagnóstico y, por consiguiente, no pueden hallar una respuesta adecuada. O no quieren. Por supuesto que la Argentina tiene problemas económicos pero el principal problema es de índole filosófico, ya que se trata de cuestiones vinculadas a la ética y a la moral. En ese marco, se destacan la corrupción y la hipocresía.

Si se arriba a un mal diagnóstico, la solución será forzosamente incorrecta. La estrategia es la herramienta a la que se debe recurrir para superar una crisis o un conflicto. Sin pensamiento estratégico, sin una respuesta de carácter holístico, no se podrá salir del actual atolladero.

La Argentina enfrenta una grave situación que la puede llevar a su disolución tal como la conocemos hoy y nuestros candidatos solo se miran el ombligo. La carencia de pensamiento estratégico, tanto de ellos como de sus equipos, es nuestro mayor problema. El 22 de octubre se elegirá al presidente o nos encaminaremos hacia una definición entre dos candidatos en una eventual elección a celebrase el 19 de noviembre.

Sería mi deseo equivocarme pero estimo que nos dirigimos hacia un colapso del sistema político después del 10 de diciembre cuando asuma el nuevo presidente. Nuestro país debe salir de la discordia actual, que divide más a la sociedad que a la corporación política, y aunar esfuerzos en pro de recuperar los valores que oportunamente hicieron grande a la Argentina y volver a la senda que llevó a nuestro país a encontrarse entre las primeras naciones del planeta. Hemos perdido décadas y hemos puesto al país en las manos equivocadas. Una vez más recuerdo a José Ortega y Gasset, cuando vino a nuestro país y nos dijo: «¡Argentinos a las cosas, a las cosas!».

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata. 

Autor del libro «Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones», Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

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LA PROPUESTA DE PATRICIA BULLRICH QUE ES NECESARIO PROFUNDIZAR

Ariel Corbat

Hay clima de fin de época. Algo como lo que latía cada vez más fuerte en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y sus países satélites tras la caída del infame Muro de Berlín. Una percepción generalizada respecto a que lo que fue ya no será y lo que será se intuye distinto.

El régimen kirchnerista, proyecto totalitario de corrupción estructural, se impuso en Argentina aprovechando el pánico que dejó la crisis del 2001, cuando la sociedad convalidó autoritarismo a cambio de la ilusión de un nuevo orden económico que resultó ser “soja y suerte”, desperdiciando otra oportunidad de contexto internacional. El giro a la izquierda fue notorio desde el abrazo de Néstor Kirchner con el dictador Fidel Castro al asumir la presidencia.

Y ese abrazo con el comandante de las organizaciones terroristas que Cuba dirigió contra la Nación Argentina, para exportar su “revolución” (tiranía) por la vía de la violencia armada, no tuvo nada de casual.

Kirchner, con la prédica de atribuir todos los males de la Argentina al “neoliberalismo” de los 90’s, asociado a su antaño admirado Carlos Menem, se sirvió del odio para construir poder. Y fogoneando el odio para su propio provecho desandó el camino de la pacificación nacional que había iniciado el riojano. Muchos cosas negativas pueden atribuirse a Ménem, pero si hay algo que nunca hizo fue fomentar el odio entre los argentinos. En ese afán dictó indultos a militares y terroristas buscando superar el pasado. Y al margen de minorías hiperactivas, que quedaron a contramano del mundo y del interés de los argentinos, lo estaba logrando.

Y en aquel entonces, 1989, los jefes montoneros como Fernando Vaca Narvaja celebraban los indultos que beneficiaban a ellos y a los militares por considerar que “el indulto es una medida que resuelve 15 años de enfrentamiento en la Argentina y el presidente Ménem ha tomado la responsabilidad de terminar con un siglo y medio de guerras civiles intermitentes”. En esos días los jefe montoneros declaraban abiertamente su adhesión, “sin ambigüedades” a la reconciliación nacional que impulsaba el Presidente Menem.

Un Presidente que tenía autoridad moral para reclamar el fin de los rencores porque habiendo estado preso ―no unas horas como Kirchner y en calidad de invitado― sino durante años en Las Lomitas por disposición del gobierno militar, jamás demostró conservar rencores.

A Menem se lo podía criticar sin que diera trato de enemigos a sus críticos, con Kirchner todo el que lo cuestionara pasó a ser enemigo, antidemocrático, genocida, golpista, facho, y un largo etcétera de lindeces por el estilo. Y Kirchner en sus afanes de poder, y lo de “afanes” dicho en toda la dimensión de la palabra, retomó la mentira de los 30.000 desaparecidos con el relato infantil de militares malos masacrando “jóvenes idealistas”, se negó la existencia de la guerra que como tal reconocían los “partes de guerra” de las organizaciones armadas y promovió la anulación de leyes e indultos; para volver a juzgar solamente militares. No tuvo aquello ni una pizca de pureza ideológica sino para dedicarse al éxtasis de asaltar cajas fuertes, pues como bien supo sintetizar Jorge Asís, adquirió así la franquicia de los derechos humanos para que la izquierda se contentara con el “roban pero encarcelan”.

Nunca se trató de hacer justicia, sino de terminar con la República y el imperio de la Constitución Nacional, el resultado fue una cobardía intelectual pavorosa que se plasmó en el prevaricato más escandaloso de la historia judicial argentina, con políticos que temerosos de no ser tildados de “procesistas” dejaron que el Congreso Nacional se convierta en una escribanía del Poder Ejecutivo.

Y mientras el kirchnerismo robaba tanto como para terminar revoleando bolsos cargados de dólares por no saber dónde guardarlos, los militares fueron apresados, procesados, condenados, expuestos en condiciones de escarnio y dejados morir en nombre de los “derechos humanos” y sin ninguna constitucionalidad. Los jueces dejaron de ser jueces de la República, para ser agentes revolucionarios de la revancha terrorista, cuando eligieron el prevaricato dócil al régimen kirchnerista ignorando cuestiones tan elementales como la irretroactividad de la ley penal. Con los militares presos en esas condiciones, los jueces hirieron de muerte a la República.

Mientras escribo esto leo la noticia de hoy que indica el hallazgo casual, durante la irrupción de bomberos a un departamento que se incendiaba, de un arsenal con armas que pertenecieron a Montoneros, incluyendo granadas de la propia fábrica de la organización. Como para subrayar que la guerra existió y no puede negarse.

Sobre este contexto, Javier Milei cometió el tremendo error de decir previo a las PASO que los militares deben cumplir sus condenas, y esa fue la razón por la que decidí votar nulo en esa grande y cara encuesta.

No hay sustento legal para que nadie siga privado de su libertad por delitos cometidos durante los años de plomo. Lo están por un prevaricato del que son partícipes la Corte Suprema de Justicia de la Nación y los jueces federales. Y esa es la dificultad para ponerle fin al prevaricato, que no es un caso aislado sino una complicidad corporativa.

Tal como he señalado en otros artículos, en las presidenciales sí voy a votar por la fórmula de La Libertad Avanza, que integran Javier Milei y Victoria Villarruel, porque no me es indistinto quién sea el próximo presidente más allá de muchos reparos. Lo ideal no está disponible y eso hay que entenderlo.

Ahora bien, hay una creciente conciencia respecto a la existencia de un prevaricato descomunal para mantener presos a los vencedores del terrorismo castrista. Se conocen ya demasiados absurdos que ocurren en esos juicios para que cualquiera medianamente informado pueda argumentar que tienen alguna validez. Poner presos por causa de una guerra anterior a veteranos de la Guerra de Malvinas es una de las cosas que más indignan, porque un país que condena implacablemente y sin perdón a sus defensores le entrega su futuro al enemigo. Entonces vuelvo a recordar la presencia de Fidel Castro en la asunción de Kirchner para que se comprenda cabalmente toda la decadencia que vino después.

Así como critiqué y critico a Milei siendo el candidato al que votaré, debo elogiar en este punto a Patricia Bullrich aunque no le confiera mi voto.

A través de una “Carta Compromiso” dirigida a los integrantes de las Fuerzas Armadas, Patricia Bullrich afirma lo siguiente:

“Conozco, sin embargo, el trato inequitativo y en ocasiones inhumano que han recibido muchos oficiales y suboficiales retirados, a consecuencia de una herida histórica que no termina de cicatrizar, pero que debemos curar de una vez, mediante una salida justa, si queremos comenzar un camino hacia la construcción de un futuro de paz y concordia”.

 

Ciertamente no propone una solución concreta, pero plantea el tema y la necesidad de encontrarle solución. Que la candidata presidencial de una alianza política con mucho, demasiado a mi gusto, componente progre, escriba ese párrafo en una carta de campaña como compromiso político, es claramente otra señal de fin de época.

Un fin de época que se respira hoy pero viene evolucionando desde hace años. Cuando Cambiemos estaba en el poder con la presidencia de Mauricio Macri, esta cuestión estaba presente. Elisa Carrió, quien impulsando la ley de anulación de las leyes de obediencia debida y punto final facilitó tanto la instalación del relato kirchnerista como el inicio del prevaricato, advirtió en el 2017 que había militares condenados sin pruebas y reclamó revisar los juicios. Luego, en 2019, Carrió volvió a referirse a la cuestión: “Me gustaría una ley que pueda habilitar la revisión de muchos juicios injustos, sin debido proceso legal, contra militares que no tuvieron nada que ver”.

Carrió proponía entonces una solución parcial, Bullrich propone hoy algo que va en la misma dirección.

Espero y brego porque La Libertad Avanza profundice la cuestión, tomando esas iniciativas de Carrió y Bullrich como un punto de referencia para buscar el definitivo cierre de toda esa injusticia con una propuesta propia: volver a ponerle la venda de la imparcialidad a esa “Justicia” que hoy lleva parche. Es imprescindible avanzar en esa dirección porque es un combate clave en la batalla cultural que, inexorablemente, hay que dar para liberar al país del régimen kirchnerista.

 

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,

un liberal que no habla de economía. 

 

Artículo publicado el 14/09/2023 en La Pluma de Derecha.

 

UN PRESIDENTE QUE EJERZA EL COMANDO DE LAS FUERZAS ARMADAS

Ariel Corbat

Argentina necesita con urgencia muchas cosas y en distintos órdenes para detener su acelerado declive y salir del rumbo miserable al que se ha precipitado.

Una de esas tantas cosas es la de contar con Presidente que se asuma Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, tal como ordena la Constitución Nacional que debe ser. En lo que va del Siglo XXI ningún presidente argentino supo comandar nuestras fuerzas militares.

No lo hizo Néstor Kirchner con sus bravatas ridículas y la decisión de estigmatizar a los militares como «genocidas» sirviéndose de un generalito, sin los atributos que se esperan de un General del Ejército Argentino, que con vocación de ordenanza subió a un banquito para descolgar el cuadro de un dictador que había dejado de serlo y ostentar cualquier poder hacía más de veinte años. «No les tengo miedo» vociferaba sin ton ni son Kirchner ante militares ensuciando actos oficiales como si le estuviera hablando a la Junta Militar el mismísimo 24 de Marzo de 1976 (cuando se quedó bien guardado y calladito).  No había ninguna razón para clamar que no les tenía miedo cuando esos militares a los que hablaba habían dado ya sobradas muestras de obediencia al poder civil. Y mucho menos decirlo en el Colegio Militar, cuyos cadetes eran nacidos en democracia.

No fue Kirchner Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas como no lo fue Cristina Fernández, quien con Milani de por medio intentó desviar las FFAA, y al Ejército en particular, para ponerlo al servicio de su proyecto político de facción al modo chavista; algo que no prosperó porque más allá de generales blandos (por decirlo suavemente), a pesar de todo, el militar argentino conserva su idiosincrasia.

Tampoco supo ser un pleno Comandante en Jefe Mauricio Macri, quien si bien mostró un perfil mucho más amigable que sus antecesores, con gestos tendientes a recomponer la estima del personal castrense, sus vacilaciones en Defensa comenzaron ya electo antes de asumir la presidencia, cuando claudicó de implementar lo que tenía proyectado para no confrontar con sectores de la progresía política. Cierto es que Macri obró con mayor civismo, educación y humanidad que sus dos antecesores, pero si bien enseña Sun Tzu lo que siempre aplicó San Martín, que un comandante debe obrar con humanidad lo esencial es que comande. Y eso Macri tampoco lo hizo.

No voy a perder tiempo explicando las razones por las que Alberto de la Fernández, el peor presidente de la historia argentina que en verdad nunca fue presidente, tampoco fue Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Sobran las palabras ante la bruta evidencia.

Para quebrar la continuidad denigrante del kirchnerismo, el próximo Presidente de la Nación Argentina, sea Patricia Bullrich o Javier Milei, debe asumirse desde el primer día de su mandato Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Por honrar la Constitución Nacional y porque es preciso un cambio cultural para que el país deje de estar empantanado de pasado.

En tal sentido es claro que habrá dificultades económicas para, como es necesario, reequipar a las Fuerzas recuperando capacidades perdidas, y ello no es posible hacerlo de un día para el otro. Pero sí es posible que el primer día de su mandato demuestre el Presidente su determinación de ser el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas tomando dos medidas concretas para elevar la moral de la tropa. La moral, autoestima y motivación de la tropa, es en definitiva lo que le da sentido a la disposición de los elementos materiales. Las Fuerzas Armadas no son tales por tener tales o cuales armas, sino por lo que representan para una Nación. y entonces la pregunta es ¿qué se quiere que representen nuestras Fuerzas Armadas?

Esa pregunta debería resultarnos innecesaria, sin embargo y por lo que veremos a continuación es la pregunta a responder.

Recientemente, como en tantas otras dependencias militares, se instaló en el histórico Regimiento de Infantería 1 Patricios un cartel de grandes dimensiones que dice: «Aquí funcionó un centro clandestino de detención y se planificaron crímenes de lesa humanidad durante el terrorismo de Estado».

La proliferación de estos carteles es resultado de la Ley 26.691, del año 2011, por la cual se declaran «sitios de memoria del terrorismo de Estado, a los lugares que funcionaron como centros clandestinos de represión ilegal».

Dicha ley designa autoridad de aplicación a la Secretaría de Derechos Humanos, dependiente del Ministerio de Justicia, otorgándole facultades sobre la disposición de distintos inmuebles del Estado, incluyendo instalaciones militares.

Tras una década de vigencia de esa ley, a todas luces es la Secretaría de Derechos Humanos un ente ideologizado, que tanto mira al pasado con la visión sesgada de la izquierda como ignoró durante la pandemia las flagrantes violaciones a los derechos humanos cometidas desde el Estado por el gobierno nacional y gobiernos provinciales.

Esa Secretaría, hoy a cargo del fanático kirchnerista Horacio Pietragalla Corti, inequívocamente alineada con la reivindicación de organizaciones terroristas como Montoneros y ERP, con su desempeño servil al poder ha profundizado el hartazgo de la sociedad por la sobreactuación parcializada de los derechos humanos.

Resulta notorio que esta ya no es aquella sociedad a la que el kirchnerismo pudo imponerle su relato y que callaba ante la mentira de los 30.000 desaparecidos. Hoy se cuestiona esa mentira tanto como el olvido de los crímenes cometidos por el terrorismo.

Cabe preguntarse si la finalidad que cumplen esos muy grandes y vistosos carteles emplazados en unidades militares es preservar la memoria para librar al futuro de repetir los hechos trágicos del pasado o simplemente afirmar un relato parcial y falseado de la historia estigmatizando a las Fuerzas Armadas como si fueran poco menos que fuerzas de ocupación nazi.

No resulta razonable que con más de 200 años de historia militar lo primero que se vea en el ingreso a cualquier cuartel es que allí se cometieron delitos de lesa humanidad. Hay demasiada gloria en nuestra historia militar para que lo más destacable sean los desaciertos de una guerra no convencional contra organizaciones terroristas dirigidas desde la dictadura cubana. Una guerra que además se ganó.

No resulta razonable que se hable de mantener la memoria al mismo tiempo que se prohíbe a las Fuerzas Armadas recordar a sus muertos en el combate contra la subversión.

No resulta razonable, al respecto, que se haya ordenado al Ejército Argentino borrar un tuit que recordaba a dos de nuestros caídos en Tucumán, durante el Operativo Independencia, cuando se combatió al ERP y Montoneros en defensa de la integridad territorial de la Nación y del gobierno constitucional.

No resulta razonable olvidar que un ejército que no honra a sus caídos en combate deja de ser un Ejército.

No resulta razonable que un país condene con saña a sus defensores para entregar su futuro al enemigo impune.  

No resulta razonable dar continuidad al reproche y estigmatización de las Fuerzas Armadas por lo obrado en la lucha antisubversiva cuando ya no hay en sus filas quien haya participado de las acciones.

No resulta razonable seguir dando satisfacción al deseo de venganza de las minorías hiperactivas que demonizan a los uniformados cuando, según se percibe en la sociedad y reflejan encuestas, a 40 años del retorno de la democracia, las Fuerzas Armadas son las instituciones que más alta imagen positiva tienen en la sociedad argentina.

No resulta razonable seguir cargando sobre los hombros de los jóvenes que cumplen con su vocación militar el peso crímenes cometidos en una lucha fratricida que no fue responsabilidad exclusiva de los militares.

Está claro que más allá de la intención demonizante de los activistas de la izquierda camuflados de derechos humanos, la sociedad argentina tiene claro qué es lo que quiere que representen sus Fuerzas Armadas: El brazo armado de la Nación Argentina, con una historia de más de 200 años tan compleja como la propia historia argentina, garante de la soberanía, respaldo de la diplomacia y presencia solidaria cada vez que la defensa civil se vea superada. Ni más ni menos que lo que debe ser.

Es razonable señalar como tarea del próximo Presidente ser Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas poniendo fin al trato humillante y estigmatizante de dos décadas infames.

Y la determinación de ser Comandante en Jefe se debe materializar haciendo prevalecer por sobre la Ley 26.691 las atribuciones que la Constitución Nacional confiere al Poder Ejecutivo en los siguientes, claros y contundentes incisos del Art. 99:

  1. Es el jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país.
  2. Es comandante en jefe de todas las Fuerzas Armadas de la Nación.
  3. Provee los empleos militares de la Nación: con acuerdo del Senado, en la concesión de los empleos o grados de oficiales superiores de las Fuerzas Armadas; y por sí solo en el campo de batalla.
  4. Dispone de las Fuerzas Armadas, y corre con su organización y distribución según las necesidades de la Nación.

Con esas atribuciones y en la urgente necesidad de elevar la moral de las Fuerzas Armadas, fortalecer su orgullo y motivarlas hacia los sacrificios que el futuro inmediato demanda, el Presidente de la Nación como Comandante en Jefe de las FFAA está en condiciones de decretar y ordenar el retiro de toda cartelería estigmatizante emplazada en el marco de la Ley 26.691 so pretexto de preservar la memoria del terrorismo de Estado en dependencias militares.

Asimismo, con la misma finalidad, ordenar que en la agenda de homenajes a sus caídos en combate que toda fuerza militar debe cumplir para afirmar su identidad y tradición, se incluya y rinda honores a los caídos en la lucha contra la subversión.

Nadie se supera sumergiéndose en la humillación, ni personas, ni naciones, siempre para superarse hay que apelar al orgullo fundado. Y desde aquella enumeración gloriosa de batallas y combates que Don Vicente López y Planes, el Bardo de la Libertad, escribió en el Oíd Mortales, como letreros eternos que dicen “Aquí el brazo argentino triunfó” el orgullo por las armas argentinas está plenamente justificado.

 

Para servir a la Patria.

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,

un liberal que no habla de economía

Artículo publicado el 07/09/2023 en La Pluma de la Derecha, https://plumaderecha.blogspot.com/