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SE JODIÓ EL INVENTO

F. Javier Blasco*

En el mundo y más en el conocido como el mundo occidental, llevamos 80 años viviendo del cuento o embebidos en un sueño al que nos agarrábamos cada vez que el planeta empezaba a temblar.

Las dos guerras mundiales del pasado siglo nos enseñaron varias cosas como que el mundo no era de fiar porque en sus desaforadas ansias de ampliar confines a base de guerrear, siempre había algún listo, un lunático o incluso un nostálgico dispuesto a liarla y por aquello de allá quítame unas pajas, declaraba la guerra a parte de o a todo su entorno cercano o aún hasta más allá; que la disuasión originada por la posesión o la amenaza del empleo del arma nuclear era vital para mantener un, sin embargo creciente, equilibrio de fuerzas y una paz, que aunque forzada, servía para seguir tirando; que hacía falta crear organismos supranacionales, quienes dotados de poderes, dinero, prestigio internacional o incluso de fuerzas propias o prestadas pudiera ―con su presencia o con la amenaza del empleo de éstas― aplacar, a modo de árbitro de contiendas, los impulsos desaforados de aquellos que estuvieran dispuestos a la greña, embebidos o cercanos a ella; que el verdadero equilibrio del mundo se basaba en la ley de los contrapesos entre dos países muy potentes económica y militarmente, que aglutinaban entorno a ellos a una serie importante de afines con los que comerciaban y mantenían en cierto estado de calma y sosiego y, por último, que si alguno de estos últimos fallara, siempre había cierto número de aspirantes, de más o menos peso o en vías de lograrlo, que pronto se mostrarían dispuestos a ocupar el puesto vacante e incluso a borrar del mapa la presencia o influencia del coloso caído.

Pues, bien y en base a los enumerados principios de subsistencia o incluso de supervivencia, montamos el chiringuito de varias pistas, para lo que fue preciso crear la ONU, la OTAN, el Pacto de Varsovia y la UE; nació y creció exponencialmente el arsenal de armas nucleares y dejamos que EE.UU. y Rusia ejercieran de árbitros, pastores, carceleros o padres ―según se mire― quienes mantenían a sus familias o rebaños a buen recaudo, ciertamente conjuntados y en más o menos calma. Nadie osaba a sacar sus pies del tiesto o a alzar la voz y aunque nos veíamos obligados a gastar enormes cantidades de dinero en armamento, dicho cuantioso gasto era justificado por ser necesario para nuestra seguridad y, sin darnos mucha cuenta de ello, la mayor parte del mismo retornaba a las arcas de los mencionados próceres, quienes lo reinvertían para sacar nuevos modelos, más precisos, mortíferos, avanzados o sofisticados y, a la vez, más caros con los que engordar sus grandes industrias de armamento y enjugar sus propios gastos nacionales al respecto.

En este mundo de yupi y sus cambalaches nos encontrábamos, aunque con ligeros cambios en el ambiente que, de haber estado más atentos, se hubieran descubierto ciertas pistas de lo que podía ocurrir. Pistas como que la otrora poderosa Rusia, está aparentemente más débil pero cada vez más enzarzada en una guerra de desgaste en Ucrania contra «el resto del mundo» durante ya tres años de enconados combates más propios de una guerra total; que Putin anda hurgando y manoseando bastantes procesos electorales e influyendo grandemente en muchos de ellos; que la UE se ha venido deteriorando económica y burocráticamente hasta convirtiese en un masa ingobernable e inútil de países ahítos de normas, prohibiciones y pérdidas de tiempo en un claro ejemplo del famoso dedo que nos impide ver la luna; que la OTAN se ha convertido en otro grupo de burócratas llenos de limitaciones de los propios aliados, quienes no invierten apenas en defensa y que basan su capacidad de reacción y disuasión en la voluntad del «primo» americano, cuyo actual presidente, desde la misma campaña electoral para conseguir su segundo mandato, viene avisando seriamente que América es lo primero y que quiere volver a recuperar su esplendor, para lo cual, como es lógico, deberá despojarse de mucho gasto y lastre tanto dentro como fuera de casa.

Han bastado unos pocos, muy pocos días para que los gritos, los malos modos y los famosos e histriónicos desplantes, poco respetuosos con las formas y la mínima cortesía diplomática de una cabra loca, llamada Trump, se hayan hecho realidad. Muchos, casi todos, pensaban que no lo iba a hacer en realidad, se creían que sería la segunda edición de un presidente norteamericano que amagaba y gritaba mucho, pero nunca daba fuerte ni de verdad.

Estábamos confundidos, ha sido precisamente esa amarga experiencia anterior y el haber podido constatar, durante ocho años, que nadie le hacía caso, los que le han llevado a no ceder en su línea de actuación y decisión, le pesara a quién le pesase. Le apoyan incondicionalmente muchos millones de votos de hombres y mujeres que han nacido, crecido, e incluso algunos ya han fallecido, cansados de ver que año tras año se dilapidan fuera la mayor parte de sus impuestos mientras ellos se empobrecen, que a su país nadie respeta a pesar de sus esfuerzos y que no solo pone mucho dinero sobre la mesa, sino la inmensa mayoría de fallecidos para solventar todos los conflictos del mundo; mientras el resto de países, se ríen de los yanquis, viven en otro mundo y parece que no le afectan las cosas.

Nadie pensaba ni mucho menos que iba a ser como se mostró el pasado viernes y nos pilló a todos con el calzón bajado. El pobre Zelenski, persona acostumbrada a ir mendigando trozos de pan duro por todas las esquinas y la mayor parte de los parlamentos de las naciones, ha tenido que soportar una gran humillación; humillación que Trump más bien nos mandaba a todos los demás. Nuestros poco resolutivos y pésimamente preparados dirigentes se han quedado noqueados; sus tibias y, como de costumbre, inútiles reacciones de este fin de semana no han servido para nada. Unas vanas promesas sin fecha ni entidad, muchos abrazos ―algunos fingidos― y un camino por delante incierto y oscuro para todos, pero más aún si cabe, para Ucrania. El país indefenso, que ha tenido la desgracia de tener al frente a un humorista, que por urgencia y necesidad se ha convertido en un obstinado personaje que defiende seriamente a su país y por ello, es perseguido y con poco futuro real.

El mencionado mundo occidental tiene los días contados como tal. Mucho me temo que demasiadas cosas de todo nivel y entidad deben modificarse drásticamente e incluso desaparecer o cambiar de rol parcialmente o de forma total.

Hay que redefinir todo tipo de nuevos y efectivos conceptos e importantes estrategias, arrimar todos el hombro, de forma seria y directamente, sin subterfugios ni vacilar; formar internas y externas alianzas políticas de verdad y generar ingentes cantidades de fondos para proporcionarnos nuestra propia seguridad. Al respecto, espero y deseo que nadie caiga en el chovinismo como muy fácilmente, me presumo, pueda pasar.

Es altamente posible y probable que muchos países europeos no puedan seguir el ritmo que nos tengamos que marcar y debo resaltar que, inicialmente resulta algo curioso que, al parecer, vayamos cogidos de la mano o siguiendo la estela del Reino Unido quien, puede que oliendo la tostada, en su día, se alejó de la UE y empezó a caminar por separado para volver como líder de un rebaño falto de tal.

Trump conseguirá lo que lleva cuatro años mascullando y trazando, ya empieza a dedicarse a lo que realmente le interesa, Israel y Arabia Saudita en Oriente Medio, el Ártico, sus fronteras terrestres y el Pacífico cercano. Es posible que termine su mandato aclamado o que hasta, siguiendo una costumbre muy norteamericana, alguien le descerraje un par de tiros y acabe su historia con tal final.

Ahora Putin se queda un tanto aislado en el tapete internacional; deberá jugar bien sus bazas, no excederse en sus pretensiones en Ucrania y estar muy atento al papel de China y de la India que están muy ansiosos de llegar a ser alguien de mayor peso en el mundo actual y a este personaje le quedan pocas cartas con las que jugar que no conozcamos ya.

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

¿CUÁNDO SE DESARREGLÓ LA POLÍTICA INTERNACIONAL ACTUAL?

Alberto Hutschenreuter*

Imagen: HUNGQUACH679PNG en Pixabay.

Casi promediando la tercera década del siglo XXI, el panorama de la política internacional dista de mostrar un equilibrio entre el modelo de poder y el modelo multilateral.

Desde hace ya tiempo predomina el primero, es decir, el de los «intereses nacionales ante todo», el de la acumulación de capacidades, el del fortalecimiento de la autoayuda, el de la incertidumbre de las intenciones entre Estados… Es decir, el modelo relacional o de poder.

El otro modelo, el de las instituciones intergubernamentales, el de regímenes internacionales, el de los grandes principios del derecho entre países, no sólo se halla bastante devaluado y lateralizado, sino que, en algunos casos relativos directamente con la seguridad de la misma vida en el planeta, nos referimos al segmento nuclear, la situación se encuentra en estado casi de pánico estratégico, pues solo queda en pie un tratado, el New Start, y una de las partes (Rusia) ha suspendido su participación. Por tanto, no se descarta que podría haberse «desajustado» el equilibrio del terror, es decir, se habría alterado la cultura estratégica bipolar que por décadas proporcionó relativa estabilidad al mundo.

Ahora bien, ¿por qué predomina un clima internacional tan cargado de discordia, suspicacia y armamentos?

Una primera respuesta sería que, con el fin de obtener ganancias o ventajas de poder, siempre los Estados compiten entre sí. Aun cuando pueda existir un aceptable estado de ánimo internacional, «los Estados se miran como gladiadores», para utilizar términos de Thomas Hobbes.

Pero la política internacional en clave de regularidad no es suficiente para explicar la descomposición actual de la misma. Es necesario plantearnos otras hipótesis.

Se considera que la anexión rusa de Crimea en 2014 fue el acontecimiento que empujó las relaciones internacionales a un descenso casi vertical. Desde entonces, algunos autorizados expertos advirtieron que la geopolítica estaba de regreso, lo cual era un desacierto porque la geopolítica nunca se había marchado, ni siquiera en tiempos de la esperanzadora globalización.

También se señala que la pandemia y luego la guerra ensombrecieron la política internacional. La primera porque no estimuló el surgimiento de un nuevo sistema de valores por encima de las rivalidades y los intereses nacionales; la segunda porque mostraba que tampoco la guerra se había marchado y que los Estados, como sostenía Raymond Aron hace más de medio siglo, «se reservan el derecho de hacer la guerra o no».

La crisis financiera de 2008 suele ser considerada como fuente de problemas, pero se fue saliendo de ella por medio de la cooperación internacional.

Finalmente, los casi diez años de hegemonía estadounidense tras el 11-S es otro planteamiento. En su lucha contra el terrorismo transnacional, Washington relativizó soberanías e intervino militarmente en zonas de refugio de ese actor no estatal. Pero en su lucha, Estados Unidos recibió la cooperación de Rusia y China, no por buena voluntad, claro, sino porque ambos también sufrían al mismo enemigo.

De modo que nos queda la década del noventa en nuestro intento por hallar el momento que marcó el inicio del desarreglo internacional que alcanza hoy un nivel inquietante.

Posiblemente, la concentración de poder por parte de Occidente entonces, que no sólo había logrado la victoria en la Guerra Fría, sino también la victoria en la guerra en el golfo y la primacía del modelo económico en el que se fundó la globalización, alejó toda posibilidad de una cogestión internacional basada en el consumo estratégico entre los poderes mayores.

Es cierto que la victoria proporciona «derechos» al ganador. Pero no olvidemos uno de los conceptos sobre los que pivotea la concepción de Carl von Clausewitz: la prudencia ante la tentación de sobrepasar los términos de la victoria.

En los noventa el poder estadounidense era «inigualado e inigualable». China se encontraba en etapa de ascenso (por ello John Mearsheimer dice hoy que entonces Estados Unidos pudo ralentizar su crecimiento siendo menos complaciente con ella) y Rusia se hallaba en un estado de desorden y debilidad sin precedentes, al punto que el presidente Clinton llegó a decir que las posibilidades que tenía ese país para influir en la política internacional eran las mismas que tenía el hombre para vencer la Ley de Gravedad.

Por tanto, en lugar de favorecer un sistema de relativo equilibrio en el que el poderoso país fuera el «corrector», como lo fue Inglaterra en otros órdenes pasados, o bien como sugirió el ministro de Exteriores de Alemania Hans Genscher alcanzar algún patrón de seguridad posalianzas, Occidente buscó los mayores «dividendos de la victoria», particularmente en cuanto a impedir que Rusia se restaurara en clave geopolítica habitual, es decir, en términos revisionista-expansionista, y volviera a ser un actor que, una vez más, desafiara la supremacía de Occidente.

La extensión de la OTAN a los países de Europa central inquietó a Moscú, pero el hecho que acabó por convencer a Rusia sobre las intenciones estratégicas ofensivas para con ella fue la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, al punto que, al enterarse de ello, el primer ministro Yevgeny Primakov (considerado entonces un posible sucesor del presidente Yeltsin), casi por aterrizar en Estados Unidos, dio la orden de regresar a Rusia.

A partir de entonces, salvo en el segmento de lucha contra el terrorismo, las relaciones entre Rusia y Occidente se volvieron cada vez más ásperas.

En 2008 ocurrieron dos hechos que afianzaron las suspicacias rusas: en la reunión de la OTAN en Rumania se aprobó una iniciativa relativa con el futuro ingreso de Georgia y Ucrania a la Alianza. Poco tiempo después, cuando ocurrieron movimientos en el Cáucaso y existía rumor de una nueva ampliación de la OTAN, Rusia invadió Georgia.

En los últimos años, la historiadora estadounidense de posguerra fría Mary Sarotte ha analizado la situación entre Estados Unidos y Rusia en los años noventa, concluyendo que Estados Unidos incrementó las cargas sobre la frágil Rusia de entonces cuando amplió la OTAN: «Lo que no fue prudente fue expandir la OTAN de una manera que tuviera poco en cuenta la realidad geopolítica».

¿Tenía Rusia posibilidades de presionar? Posiblemente, pues Moscú conservaba la carta nuclear, es decir, un arsenal colosal, y este tema preocupaba sobremanera a Occidente. Hasta entonces, se mantenía la «cultura estratégica» entre Estados Unidos y Rusia, lo que explica la cooperación en ese segmento.

Sin embargo, Occidente no quiso ningún tipo de negociación ni limitaciones. La victoria en la Guerra Fría había sido contundente; por tanto, no solo consideraba Occidente que podía, sino que debía fijar y ejecutar sus propósitos.

Por tanto, volviendo a la experta, se realizaron dos preguntas: «¿Debería la ampliación de la membresía plena evitar ir más allá de lo que Moscú consideraba una línea sensible, a saber, la antigua frontera de la Unión Soviética? ¿Y deberían los nuevos miembros tener restricciones vinculantes sobre lo que podría suceder en sus territorios, haciéndose eco de las adaptaciones escandinavas y la prohibición nuclear en Alemania Oriental? A las dos preguntas, la respuesta del equipo del presidente Clinton fue un no rotundo».

En breve, es posible que el inquietante desorden internacional actual tenga su origen en una situación de «inmoderación» geopolítica y estratégica ocurrida hace más de un cuarto de siglo.

 

* Miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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LA GUERRA, LA PAZ Y EL ORDEN

Alberto Hutschenreuter*

Imagen: geralt en Pixabay, https://pixabay.com/es/illustrations/guerra-paz-circuito-principio-2017444/

 

Promediando la tercera década del siglo XXI, el principal rasgo del mundo es el pronunciado desequilibrio que existe entre las tres situaciones tradicionales en las relaciones internacionales: la guerra, la paz y el orden entre Estados.

Las dos primeras son una regularidad protohistórica, más la primera, pues desde la misma primera confrontación que registra la historia, la mítica batalla de Kadesh, la guerra y la paz no fueron situaciones que se sucedieron o alternaron, pues la guerra no solo fue el hecho predominante a través de los siglos, sino que no pocas veces fue el factor de cambio mayor en el curso de las relaciones entre Estados. No obstante, hubo ciclos de relativo «descanso» entre los actores, pero nunca hubo periodos de «paz total», es decir, inexistencia de choques armados y estado de armonía internacional.

En cambio, guerras totales, es decir, en las que los propósitos por parte de los contendientes consisten en la consagración de los recursos del Estado a la guerra y el aniquilamiento del enemigo, hubo muchas veces, por caso, la tercera guerra entre Roma y Cartago, la Guerra de los Treinta Años (en particular la batalla de Lützen), la Segunda Guerra Mundial, por citar algunas de las principales.

En referencia al orden internacional, se trata, en rigor, de prácticamente la única posibilidad real de paz, pues el orden supone un acuerdo mayor entre los poderes que cuentan, en relación con determinadas pautas de convivencia y de gestión de conflictos interestatales e intraestatales. Además, los órdenes internacionales probaron que no solo son posibles y relativamente durables, sino que proporcionan un sistema de coexistencia y, sobre todo en tiempos de armas nucleares, una “cultura estratégica”.

Durante el último siglo, hubo guerra, paz (relativa) y orden internacional. Se inició con una guerra mundial; durante la primera parte de los años veinte hubo una situación de cooperación importante, como lo destaca la historiadora Margaret MacMillan, y después de 1945 hubo orden o régimen internacional. Terminada la Guerra Fría existió un orden con base en el comercio y en la prolongación de las instituciones internacionales post 1945, modelo este último que, con evidentes síntomas de fatiga y también de reluctancia por parte de determinados actores, se mantiene en parte hasta hoy.

Relativamente, este sistema u orden se extendió hasta la crisis financiera de 2008, hasta prácticamente fenecer tras los sucesos de Ucrania-Crimea en 2013-2014. Desde entonces, las relaciones internacionales se fueron extraviando, creció la tensión entre los actores preeminentes y el alcance del multilateralismo descendió a mínimos casi históricos. Posiblemente, el último momento de colaboración interestatal fue para «gestionar» la crisis financiera.

El descenso de la política internacional fue tal que es muy difícil hallar hipótesis esperanzadoras sobre el curso de la misma, situación que contrasta fuertemente con los primeros años de la década del noventa, cuando predominaban los enfoques altamente promisorios.

En este contexto, la pandemia y la guerra sumaron más frustración e inquietud. La primera porque no impulsó ningún nuevo sistema de valores de cooperación que implicaran un «nuevo comienzo»; la segunda, porque recentró un fenómeno regular en las relaciones internacionales, cuando se consideraba que la violencia en el mundo había disminuido y las grandes guerras ya no eran posibles.

De modo que, en el escenario Internacional actual, la guerra, la paz y el orden se encuentran muy desiguales.

En buena medida es un mundo que tiene algunas semejanzas con el mundo pre 1914, pues entonces, la rivalidad interestatal se había vuelto más tensa, no había ya orden internacional, aumentaban el nacionalismo y el armamentismo, el ascenso de Alemania provocaba inquietud, etc.

A diferencia de entonces, hoy los poderes preeminentes se encuentran enfrentados, es decir, están en una situación que va por delante de la competencia y rivalidad. En el caso de Occidente y Rusia, la situación es de «no guerra», es decir, de enfrentamiento indirecto y en el caso de China y Estados Unidos el estado es de creciente desconfianza.

Se trata de una diferencia inquietante: como ha recordado Henry Kissinger, en 1914 fueron a la guerra los poderes preeminentes que no tenían verdaderamente motivos para hacerlo. Pero hoy sí los hay, al menos de modo altamente discernible entre Rusia y Occidente, pues la guerra en Ucrania se ha tornado casi irreductible y, como hemos dicho en otros trabajos recordando las palabras del general MacArthur, para las partes en liza «no hay sustituto para la victoria». En cuanto a China y Estados Unidos, no hay motivos de modo directo, pero hay situaciones que podrían deteriorar sensiblemente las relaciones, por caso, Taiwán, Mar de China, Hong Kong, Ucrania, la tecnología, etc.

Claro que también la situación relativa con las capacidades es muy diferente, pues hoy las mismas son infinitamente más destructivas y ello sin considerar el poder nuclear, esfera en la que existe cada vez más preocupación como consecuencia del desajuste que podría haberse producido en el «equilibrio del terror». Es cierto que una guerra atómica no está «a la vuelta de la esquina», pero tal poder se funda en la credibilidad de su utilización. Por ello, tales capacidades disuaden y persuaden.

Aunque se presenta complejo, es posible que en Ucrania se alcance un cese. Sin embargo, aún en el mejor de los casos la situación internacional entre Occidente y Rusia, dos «actores estratégicos de orden internacional», quedará afectada por los altos niveles de desconfianza. Es decir, persistirá la falta de configuración internacional, aún de un esbozo, quedando como sucedáneo de un orden el comercio internacional (que no es un orden propiamente dicho) y el bipolarismo tirante entre Estados Unidos y China.

Asimismo, el nivel de los poderes intermedios también se encuentra atravesado por situaciones de guerra, no guerra y tensiones. En este cuadro, Oriente Medio es la placa más peligrosa, pues la guerra que hoy tiene lugar allí se encuentra ad portas de una escalada y extensión de actores.

Por tanto, pensando en Raymond Aron, podríamos considerar que la situación actual es acaso más compleja y riesgosa, pues si hace más de sesenta años el experto francés estimaba y advertía que la situación en tiempos del orden bipolar era de «paz imposible, guerra improbable», hoy es de «guerra real, paz irrealizable, orden distante».

 

* Miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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