Marcelo Javier de los Reyes*
Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán
para remediar sus desgracias. ¡Ay Patria mía!
Manuel Belgrano
Una impensada independencia
El proceso que desencadenó en nuestra independencia respecto del Reino de España tuvo su origen en factores externos a los que se vivían en el Virreinato del Río de la Plata. Entre ellos la Revolución Francesa que con sus ideales contagió a amplios sectores de la dirigencia de América. Sin embargo no se percibía por entonces la emergencia de un movimiento independentista.
Otros factores a mencionar fueron las confrontaciones de las potencias en Europa; en esas idas y venidas de la corona de España, en 1805 la encontró como aliada de Francia. Los británicos, por entonces enemigos, destrozaron las flotas francesa y española en Trafalgar, lo que redujo las comunicaciones de la metrópoli con sus territorios americanos, que quedaron librados a su suerte.
Las invasiones de las fuerzas británicas a Buenos Aires, en 1806 y 1807, forzaron a los habitantes de la ciudad a organizar la defensa que no podía proporcionarle la metrópoli. Los británicos debieron rendirse ante las improvisadas fuerzas criollas. Como bien expresa el historiador, nacido en Canadá en 1913, H. S. Ferns, el comandante británico Sir Home Popham incurrió en un error de apreciación:
La idea de independencia respecto de España ni se hallaba difundida ni era popular. Popham y sus admiradores en Londres se habían inclinado a creer que los criollos anhelaban ser libres, y nada los sorprendió más que el descubrimiento de que la idea —a diferencia de la práctica— de la independencia no tenía importancia para la población rioplatense. La independencia como objetivo político surgió de la reacción a las invasiones inglesas, y no las precedió. Esa reacción fijó también la pauta y la modalidad de la política argentina, pauta y modalidad que pueden discernirse aún en la Argentina moderna.[1]
Ferns afirma que el día que nació la independencia fue cuando el virrey español, el marqués de Sobremonte, huyó de la ciudad de Buenos Aires. Aunque los hombres leales a España, como el comandante francés Jacques Antoine Marie de Liniers et Bremond —Santiago de Liniers para la historia argentina— o el comerciante y alcalde Martín de Álzaga, fueron urgidos por la situación para asumir grandes responsabilidades, en adelante la actividad política pasó a manos de los criollos. Las denominadas “invasiones inglesas” dieron paso a la creación de unidades militares que recuperaron la ciudad.
Un segundo desafío se presentó cuando el emperador Napoléon Bonaparte, en junio de 1807, instaló en el trono de España a su hermano José. Esto influyó profundamente en la política de las provincias americanas pero en Buenos Aires el “hombre fuerte” era francés, el virrey interino Santiago de Liniers. A pesar de haber sido cuidadoso al momento de recibir al enviado del nuevo monarca español —en realidad enviado por el propio Napoleón—, el marqués de Sassenay, las suspicacias por su origen francés pesaron más que su heroísmo ante los británicos. La situación se tensó entre las fuerzas formadas por los peninsulares, al mando de Álzaga y del gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, y las fuerzas criollas —los húsares al mando de Juan Martín de Pueyrredón y los patricios al mando de Cornelio Saavedra— quienes rodeaban a Liniers. Mientras tanto, en España se formó la Junta Central, con sede en Sevilla, para gobernar en nombre de Fernando VII, y Buenos Aires acató a la nueva autoridad y el almirante Baltasar Hidalgo de Cisneros reemplazó al virrey interino Liniers, quien rechazó lo ordenado por la Real Orden del 13 de abril de trasladarse a la metrópoli y se retiró a Alta Gracia, Córdoba.
Los hechos se precipitaron en la península y el virrey Cisneros llamó a un Cabildo Abierto para el 22 de mayo 1810 —en la que nuevamente terciaron peninsulares y criollos—, que llevó a que el 25 de mayo el virrey cesara en su gobierno y se creara una Junta autorizada por el Cabildo de Buenos Aires para gobernar en nombre de Fernando VII y cuyo presidente elegido fue el coronel Cornelio Saavedra —nacido en Potosí, actual Bolivia—, comandante del Regimiento de Patricios. Estos son los hechos que llevaron a la denominada “Revolución de Mayo”, que le juró fidelidad al rey depuesto. Por su parte Liniers, desde Córdoba, “no creía que el pueblo de estos territorios hubiera alcanzado la madurez para gobernarse”[2]:
Su condición de militar español afortunado, sus principios monárquicos y de fidelidad a lo constituido, el cumplimiento ético de su concepción ya casi arcaica del honor en nuestro país, sus sentimientos contrarios al desorden, a la disgregación y a la anarquía, que Liniers sintetizó siempre en la creación de cualquier Junta de Gobierno local, lo impulsaron irremediablemente a adoptar su decisión romántica lindante, una vez más, con los mayores riesgos que algunas veces estimula la aventura.[3]
Con esa convicción, Liniers comenzó a formar en Córdoba, con otras autoridades españolas, una milicia con el fin de abortar la revolución que se gestaba en la Junta de Buenos Aires. Por su parte, ésta despachó una expedición militar a Córdoba que lo capturó y lo ejecutó, convirtiendo al “conde de Buenos Aires”, en lo que el embajador Mario Corcuera Ibánez considera la “primera víctima de la violencia política argentina”.
El proceso estaba lanzado y el vacío de poder generado en España había depositado el poder en las juntas que se organizaron en América, las que habían formado sus ejércitos e intentaban llevar adelante gestiones diplomáticas ante Francia, el Reino Unido, los Estados Unidos y la propia España. En esa faena se encontraban Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano en 1815, cuando tentaban a Carlos IV —desterrado por Fernando VII— para sus planes de una monarquía austral[4].
La “revolución” pronta a definirse
Mientras los diferentes enviados seguían con sus gestiones, el 24 de marzo de 1816 se reunió el Congreso de Tucumán enmarcado por el renacimiento del conflicto en el litoral y por una fuerte hostilidad hacia la influencia que ejercía la ciudad de Buenos Aires. A pesar de estas tensiones, el porteño Juan Martín de Pueyrredón fue elegido como Director Supremo el 3 de mayo.
La restauración de Fernando VII implicaba una gran presión tanto para el norte como para Buenos Aires, habida cuenta de la expedición española que acechaba al poder central del Río de la Plata. La “revolución casi autonegada” asumió en ese momento la necesidad de proclamar la independencia para dar lugar al nacimiento de una nueva Nación.
Ante la presión del general José de San Martín, se logró que la independencia fuera votada el 9 de julio, pero ya antes había disidencias en cuanto a la forma de gobierno. El 6 de julio Manuel Belgrano defendía la restauración de la monarquía incaica, lo que traía aparejada una reconciliación con el ámbito americano y una aspiración a lograr un movimiento continental[5]. La propuesta de Belgrano encontró resistencia en el diputado fray Justo Santa María de Oro de San Juan, quien pidió que se consultara a los pueblos. ¿Estaban los pueblos en situación de ser consultados ante la urgencia? Quizás, visto desde hoy, una monarquía hubiera sido más acertada para nuestro país, pero eso es un debate para otra ocasión.
Fuera como fuere, el 9 de julio se proclamó la independencia.
Aquí es el punto en el que se debe evaluar ese camino que arrancó con una “revolución casi autonegada” que le juró fidelidad al rey —lo que se ha dado en llamar la “máscara de Fernando VII”—, una fidelidad de la que Liniers dudó y por dudar pagó con su vida. La “revolución”, como toda revolución, implicaba cambios sociales fundamentales y cambios en la estructura de poder. Entre sus bondades pueden destacarse lo establecido en la Asamblea del año XIII al declarar la “libertad de vientres”, es decir, la libertad de los hijos de esclavos nacidos a partir del 31 de enero de 1813, aunque la abolición de la esclavitud fue definitivamente proclamada en la Constitución Nacional de 1853. No obstante, lo dispuesto por la Asamblea del año XIII fue todo un mensaje respecto a la esclavitud y un marcado contraste con referencia a lo que sucedió en los Estados Unidos que, habiendo proclamado su independencia del Reino Unido en 1776, debió enfrentar una cruenta guerra de Secesión (1861-1865), motivada en la difícil coexistencia de dos modelos de producción, uno de ellos basado en la esclavitud. Es importante destacar que el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln (1808-1865), no tuvo como objetivo luchar contra la esclavitud. Howard Temperley, académico de la Universidad de East Anglia, Norwich, cita que Lincoln le escribió a Horace Greeley, director del New York Tribune, dejando en claro cuál era su objetivo:
Mi objetivo principal en esta lucha es salvar la Unión, y no salvar la esclavitud ni destruirla; si pudiera salvar la Unión al precio de no libertar a un solo esclavo, lo haría; si pudiera salvarla libertando a todos los esclavos, lo haría; y si pudiera salvarla libertando a unos y abandonando a otros, también lo haría.[6]
Contrariamente a lo que en general se considera, por sobre todas las cosas Lincoln sólo pensaba en la integridad de la Unión. Podrá ser esto debatible pero su decisión también marca una diferencia respecto a lo que consideraba una clase dirigente basada en el caudillaje, como ocurría en las Provincias Unidas del Sur.
La Asamblea del año XIII también sancionó la igualdad ante la ley, suprimió los títulos de nobleza, puso fin a los tributos pagados por los indígenas (encomiendas, mitas y yanaconazgos), eliminó la inquisición y la tortura, adoptó los símbolos patrios y ordenó la acuñación de moneda.
En lo que respecta al aspecto militar, la guerra devastó la economía de lo que fuera el virreinato y en lo político la autoridad central se vio resquebrajada. Los intereses y los personalismos impidieron el avance del proceso iniciado en 1810 y la unidad territorial del ex virreinato se quebrantó en varios territorios dominados por caudillos.
En su famoso libro Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, el historiador Tulio Halperín Donghi nos dice:
En 1820, el espacio sobre el cual la guerra había asegurado el predominio político de los herederos del poder creado por la revolución porteña de 1810 no hacía figura de estado ni apenas de nación; los distintos poderes regionales que se repartían su dominio estaban casi todos ellos marcados de una confesada provisionalidad; el marco institucional, estaba desigualmente —pero en todos los casos incompletamente— esbozado en las distintas provincias[7].
El año 1820 fue el inicio de la anarquía. El 20 de junio de ese año pasó a la historia como el día de los tres gobernadores de Buenos Aires, pero aún más por el fallecimiento de Manuel Belgrano, quien intentó dar unidad a la nueva Nación en torno de un monarca.
¿Qué celebramos el 9 de Julio de 2020?
El 9 de Julio debió ser el punto de partida para un crecimiento ilimitado de la Nación en todos los órdenes. Es cierto que recién en la segunda mitad del siglo XIX, luego de décadas de conflictos internos, la dirigencia logró darle una dirección que pareció muy promisoria pero que bien pronto se mostró inconclusa. Ya avanzado el siglo XX, en la dirigencia argentina nuevamente afloró el caudillismo con un alto costo para la República que constantemente pierde poder, a escala internacional, regional y nacional. ¿Cómo se pierde poder a escala nacional? Descuidando dos áreas que deben ser vertebrales para la Nación, que deben ser consideradas una inversión y no un gasto: la educación y la salud. Más recientemente quedó en evidencia que no son las áreas prioritarias ya que —en la década de 1990— el Ministerio de Educación de la Nación pasó a ser prácticamente un ministerio sin escuelas y el Ministerio de Salud de la Nación prácticamente un ministerio sin hospitales. Para más inri, en 2018 el Ministerio de Salud fue convertido en Secretaría.
En verdad, todo el esfuerzo que haga el Estado para alcanzar la felicidad de su población —que incluye imperiosamente los esfuerzos en materia de Seguridad y Defensa— debería ser considerado una inversión … o una obligación. Frente a ello nos encontramos con alarmantes niveles de deterioro económico y de incremento de la pobreza.
Que un país rico en recursos naturales y en alimentos muestre estos niveles escandalosos de pobreza, resulta preocupante y vergonzoso.
Deberíamos hoy conmemorar con orgullo un nuevo aniversario de nuestra independencia. Sin embargo, la Argentina pareciera festejar un cumpleaños propio de un adolescente, quien aún no ha tomado conciencia del paso del tiempo y que no tiene en claro que quiere hacer con su vida.
Sin definir un destino de gloria, como lo soñaron algunos próceres como Manuel Belgrano y otros visionarios del siglo XX, como Enrique Mosconi o Manuel Savio, los argentinos estamos sometidos a vivir esa “revolución autonegada”, la revolución por un verdadero cambio político, social y económico capaz de poner nuevamente a nuestra bendita Argentina entre los primeros países dentro de la comunidad de naciones.
Vale aquí recordar la frase de José Ingenieros en El hombre mediocre:
Nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece algún ideal.
* Licenciado en Historia egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1991). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, Atlantic International University (AIU), Honolulu, Hawaii, Estados Unidos. Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.
Referencias
[1] H. S. Ferns. La Argentina. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1973, p. 54-55.
[2] Mario Corcuera Ibánez. Santiago de Liniers. Primera víctima de la violencia política argentina. Buenos Aires: Librería Histórica, 2006, p. 315.
[3] Ibídem, p. 313.
[4] Tulio Halperin Donghi. Historia Argentina. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980, p. 108.
[5] Ibíd., p, 112-113.
[6] Howard Temperley. “Regionalismo, esclavitud, guerra civil y reincorporación del Sur, 1815-1877”. En: Adams, Willi Paul (comp.). Los Estados Unidos de América. (Historia Universal Siglo XXI, vol. 30). Madrid: Siglo XXI, 1980, p. 99-100.
[7] Tulio Halperín Donghi. Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Argentina Editores, p. 395.
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