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CUMBRES EN TIEMPOS DE FISIÓN INTERNACIONAL

Alberto Hutschenreuter*

Imagen: El País.

Sí hace treinta años se hubiera realizado un ejercicio de prognosis sobre cómo se encontraría el mundo dentro de veinte o treinta años, muy posiblemente habrían predominado consideraciones optimistas.

Aunque el futuro no existe y solo podemos arriesgar tendencias, entonces había enfoques esperanzadores sobre el curso de las relaciones internacionales. De las muchas «imágenes» o conjeturas que surgieron tras los años estratégicos de 1989 y 1991, caída del Muro de Berlín y desplome de la Unión Soviética, respectivamente, la mayoría no llegaban a decretar el advenimiento de «un mundo feliz», aunque había enfoques sobre una próxima «aldea global», pero eran esperanzadoras, por caso, aquellas que desde hacía tiempo anunciaban un mundo con base en los bloques geocomerciales.

Había pocas que sostenían un mundo «como de costumbre» y, salvo la de John Mearsheimer sobre un futuro muy sombrío para Europa, prácticamente no había hipótesis inquietantes.

Los años discurrieron y aquellas imágenes casi de ensoñación fueron disipándose ante la rotundidad de hechos en los que predominaban los vicios de siempre: la desconfianza entre Estados, el incremento de la autoayuda, los temores, las ambiciones, el interés nacional primero, la confrontación, etc.

Posiblemente, los esfuerzos para superar la crisis financiera mundial de 2008 fueron los últimos relativos con la cooperación internacional, pues en los años siguientes, y sobre todo tras los hechos de Ucrania/Crimea en 2013-2014, la política internacional volvió a tensarse, llegando a su fin la era de la globalización 1990-2015.

En los últimos años, ni siquiera la primera pandemia global, en la que un virus, no un Estado, produjo la muerte de aproximadamente 16 millones de personas, sirvió para que surgiera un nuevo sistema de valores que llevara al mundo hacia un orden internacional genuinamente anclado en la cooperación.

Luego, la guerra vino a desmoronar cualquier posibilidad mínima para mantener la cultura estratégica entre los que «hacen lo que pueden», como consideraba Tucídides a los poderosos de la antigüedad; y hoy en el mundo predomina un desorden internacional confrontativo, un modelo de cuño relacional, es decir, de poder y de capacidades.

Según una reciente publicación del Instituto para la Economía y la Paz, hay 56 conflictos («menores» y «graves») en el mundo, el mayor número desde 1945. Las muertes producidas por dichos conflictos en 2023 fueron superiores a 160.000, la mayoría en la guerra en Ucrania.

En otros términos, se vuelve a confirmar que las hipótesis que cuando comenzó el siglo aseguraban que la violencia en el mundo había disminuido, eran desacertadas.

Por su parte, el Índice de Riesgos Globales 2024 considera múltiples amenazas: desde el medioambiente hasta la interrupción de la cadena de suministro, pasando por ciberataques, desinformación generada por IA, desaceleración económica, polarización social, etc., la «galaxia» de riesgos plantea a los Estados situaciones sin precedentes.

Estas cuestiones, a las que hay que sumar el gasto militar mundial 2023, el más elevado de la historia, y el sensible descenso del multilateralismo, completan el alarmante estado de la política internacional y mundial que literalmente atraviesa la cumbre del foro político e intergubernamental del G-7, integrado por las potencias occidentales más Japón.

Pero además del complejo contexto, la situación de la guerra en Ucrania concentrará la atención y las medidas que se adopten, pues la guerra podría afirmar un curso que termine por desplomar a una Ucrania casi exánime y una situación semejante dejaría al oeste como derrotado. En estos términos, resulta casi impensable la aceptación por parte de Occidente de semejante posibilidad.

La guerra en Oriente Medio también implica un seísmo inquietante para el G-7, pues allí el enfoque de Israel parece orientado no sólo a proseguir la ofensiva, sino ajustar geopolíticamente la situación, es decir, terminar con el ya acotado alcance que les queda a los palestinos, escenario que inflamará más todavía la pesada «canasta» de tensiones y cuestiones regionales.

Además, que el G-7 sea un bloque estratégico exclusivo, dejando fuera a otros sin los cuales es impensable siquiera un esbozo de «sub orden internacional», contribuye más a reafirmar la fractura que la colaboración internacional.

En cuanto a la Conferencia Internacional para la Paz a llevarse a cabo en Suiza, la misma no estará centrada en un plan de paz basado en lo imposible, es decir, que Rusia (que no fue invitada) se retire del este y sur del país, un escenario que nadie contempla, sino en la demanda de quien organizó el evento, Volodimir Zelenski, de apresurar y ampliar la asistencia financiera y militar.

¿Será posible escuchar en Lucerna una voz que plantee un plan realista de cese de fuego entre Rusia y Ucrania? Muy difícil, por no decir directamente no. La razón ha sido expuesta más arriba.

 

* Miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

 

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TURQUÍA Y LOS BRICS

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: News.Az (Azerbaiyán)

El ministro turco de Exteriores, Hakan Fidan, anunció este 4 de junio la intención de Turquía de ingresar en los BRICS. La declaración fue bien recibida en Moscú. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, felicitó a Ankara por su decisión asegurando que esta petición se estudiará con atención en la próxima cumbre del organismo a celebrase en la ciudad rusa de Kazán en octubre. Antes, a mediados de junio, se celebrará en Nizhny Nóvgorod una reunión ministerial de los BRICS, donde muy probablemente la petición turca tendrá una aceptación de carácter más formal.

Fidan indicó que los BRICS podrían constituir para Turquía una «buena alternativa» a la Unión Europea, organismo al cual Ankara lleva décadas pidiendo su admisión ante el notorio retraso de Bruselas y el rechazo de varios países europeos. Visto entre líneas, esta declaración de Fidan podría constituir un definitivo portazo turco a sus históricas aspiraciones de ingreso en la UE, cuyas relaciones con Ankara se han visto mermadas desde la llegada al poder en 2003 del actual presidente turco Recep Tayyip Erdogan.

De este modo, un Erdogan que aparentemente observa cierto declive político decidiría instalar a Turquía, miembro de la OTAN, en un nuevo mecanismo de integración, en este caso los BRICS, que le permita equilibrar los altibajos en sus relaciones con Occidente. Este eventual ingreso turco mide así el pulso dentro de los BRICS en un momento clave para la reconfiguración de los equilibrios de poder a nivel global. El pasado 1º de enero ingresaron en ese organismo Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, siendo todos ellos aceptados como miembros en la cumbre realizada en Johannesburgo en julio de 2023. Tailandia, Indonesia, Kazajstán y Venezuela, entre otros, también presentaron solicitudes de membresía.

Antes de la llegada de Javier Milei a la presidencia, Argentina también estaba en la lista de ingreso tras esa cumbre en Sudáfrica. Pero el propio Milei ya declaró durante la campaña electoral que, en caso de ganar, no aceptaría el ingreso argentino a los BRICS, como finalmente ocurrió. La razón principalmente argumentada desde Buenos Aires es que los BRICS alberga «regímenes autoritarios» como los de Rusia, China e Irán. Por tanto, la posibilidad del ingreso de Turquía en los BRICS serviría para este organismo para suplir esa negativa de Milei.

Durante este año también se especuló con el presunto interés mexicano por ingresar en los BRICS, finalmente negado por las actuales autoridades de ese país. No obstante, está por ver si con la nueva presidencia de Claudia Sheinbaum termine apostando por acercarse a este organismo multipolar y multilateral. México es uno de los principales socios comerciales de China además de mantener una relación de normalidad con Rusia, a pesar de la guerra en Ucrania.

Por tanto, el momento de los BRICS luce relevante aunque no menos condicionado por las actuales crisis internacionales. La cumbre de 2023 aceleró los mecanismos de «desdolarización» de  la economía mundial, reforzando con ello los imperativos geopolíticos del eje euroasiático sino-ruso, muy cohesionado desde el comienzo de la guerra en Ucrania. Un eje geopolítico y geoeconómico al que también están asociados, con diversos grados de intensidad, países emergentes como Turquía, Irán e India. La cumbre de Johannesburgo también aceleró las bases de una nueva arquitectura del poder global de perfil multipolar, que permita establecer equilibrios para estas potencias emergentes ante la preponderancia de organismos globales como el G7, el G20 y la ONU.

El 2024 también ha sido estratégicamente electoral para los miembros de los BRICS, confirmando con ello la continuidad en el poder de algunos de sus líderes. Han sido los casos del ruso Vladimir Putin, reelecto en marzo pasado para un nuevo período hasta 2030; y recientemente el indio Narendra Modi, quien acaba de ganar las elecciones en su país aunque con un margen más ajustado de lo previsto.

Mientras el presidente chino Xi Jinping y su homólogo brasileño Lula da Silva siguen en el poder sin aparentes atisbos de afrontar crisis políticas internas, la muerte en mayo pasado por accidente aéreo del presidente iraní Ibrahim Raïsi empaña ese momento clave para el relanzamiento de los BRICS. Por otro lado, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa perdió a comienzos de junio las elecciones legislativas, poniendo fin a tres décadas de poder del Congreso Nacional Africano, partido fundado por Nelson Mandela. Irán y Sudáfrica deberán ahora definir nuevos liderazgos que, a priori, no afectarían sus respectivas membresías ni tampoco su peso geopolítico dentro del BRICS.

Es indudable que la geopolítica es un activo clave para los BRICS. En este sentido comienzan a evidenciarse los movimientos tectónicos de las nuevas alianzas globales al calor de las transformaciones suscitadas por las guerras en Ucrania y Gaza. El presidente ucraniano Volodymir Zelensky realizó una sorprendente visita a Filipinas, un país con frecuentes tensiones con China por reclamaciones marítimas, para «agradecer» su apoyo a Kiev. Para mediados de junio está prevista en Suiza una conferencia de paz sobre Ucrania organizada por el gobierno suizo.

Esta visita ha generado suspicacias en un momento en que el eje «atlantista» EEUU-OTAN-UE refuerza su apoyo a Zelensky ante la ofensiva militar rusa toda vez se observa un dinamismo cada vez mayor dentro del sureste asiático en torno al AUKUS, alianza impulsada en 2021 por EEUU, Gran Bretaña y Australia y que comienza a ampliar sus esferas de influencia hacia Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y precisamente Filipinas.

Volviendo a la aspiración turca de ingresar en los BRICS, todo dependerá de la agilización de los mecanismos de admisión de cara a la cumbre de Kazán. La economía turca atraviesa un período de crisis y estancamiento, con elevada inflación y depreciación de su moneda, la lira turca. Con este panorama, y más allá de los intereses geopolíticos y geoeconómicos, ingresar en la arquitectura financiera de los BRICS podría suponer para Ankara una especie de salvavidas económico ante la posibilidad de acceder a una cartera de créditos y fondos que le permitan garantizar la estabilidad económica en estos tiempos convulsos.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. 

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LA GUERRA ESTÁ INGRESANDO EN SU ZONA MÁS PERTURBADORA

Alberto Hutschenreuter*

danzig_hamburg en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/municiones-otan-bandera-7063574/

El avance ruso en territorio ucraniano no supone tanto la posibilidad de victoria de Rusia, sino de una sensible escalada de la guerra. Es decir, la confrontación está dejando de ser entre Ucrania y Rusia para pasar a ser entre la OTAN y Rusia, un choque que hasta hoy ha sido de modo indirecto o latente.

El reciente pedido del secretario general de la Alianza Atlántica, relativo con la necesidad de que los países aliados permitan a Kiev atacar territorio de la Federación Rusa, deja la guerra «ad portas» de lo que hasta hoy fue el nivel estratégico de la misma: Rusia-Occidente.

La guerra ruso-ucraniana ha sido la consecuencia mayor de ese nivel de conflicto superior, el que viene teniendo lugar desde mucho antes del 22 de febrero de 2022 y de los hechos que tuvieron lugar en Ucrania-Crimea en 2013/2014: es preciso remontarse hasta los años noventa, cuando tras el final de la contienda bipolar, Estados Unidos, el único ganador de dicha contienda, se propuso impedir que una Rusia eventualmente poderosa y revisionista, desafiara la supremacía de Occidente.

Ante la posibilidad cada vez mayor de que Ucrania se desmorone y Rusia obtenga ganancias geopolíticas mayores de las que logró hasta hoy, la OTAN se vería obligada a elevar el grado de violencia, pues es inadmisible una victoria o ventaja militar irreversible rusa.

Hasta hoy, Estados Unidos, el «primus inter pares» de la OTAN, se ha opuesto a suministrar a Ucrania capacidades misilísticas mayores, es decir, sistemas de largo rango (300-500 kilómetros) que permitan ataques en profundidad. Pero, a menos que Washington considere que es imperioso evitar una escalada letal, un escenario de derrota ante Rusia no podría ser aceptado por Occidente.

En breve, la guerra se encontrará en su hora más inquietante. Esperemos, aunque será difícil, que próximamente en Suiza las luces estratégicas sean más fuertes que las sombras antigeopolíticas que (desde hace mucho) predominan en el nivel superior de las relaciones interestatales.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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