LA DERROTA DE ISRAEL

Roberto Mansilla Blanco*

¿Qué lecciones nos deja el segundo aniversario del comienzo de la tragedia de Gaza iniciada el 7 de octubre (7-O) de 2023? Varias, a juzgar por lo acontecido en estos dos años. La mayor parte de ellas, inquietantes. Asistimos a un genocidio en vivo y directo ante las pantallas de la televisión y las redes sociales contra una población (Palestina) cometido por un Estado (Israel) cuyos ancestros precisamente sufrieron lo que se ha denominado como «holocausto». Aquí observamos una clave relevante: la desmemoria de la sociedad israelí, indiferente ante el sufrimiento de sus vecinos.

Esta tragedia de Gaza ocurre igualmente ante la indiferencia, la inoperancia y el cinismo de los gobiernos, organismos y de la opinión pública mundial. A diferencia de los genocidios anteriores (armenio, judío, camboyano, ruandés, etc.) nadie puede decir ahora que «no lo sabía». El de Gaza es un genocidio público y notorio. Pero mirar para otro lado, como han venido realizando muchos gobiernos y personas, demuestra el manto de complicidad con los verdugos.

Dos años después del 7-O son ya 67.000 los muertos en Gaza, entre ellos más de 20.000 niños y niñas. La destrucción del territorio gazatí en aras del proyecto supremacista del Gran Israel hace recordar tiempos que pensábamos superados. La retórica criminal por parte de las más altas autoridades israelíes justificando este genocidio contra los palestinos retrata la naturaleza de una sociedad enferma, indolente y retaliativa que no parece querer aprender de la historia.

Pero Gaza 2025 también demuestra otra realidad que tardará en ser asumida: el mito de Israel como democracia, como sociedad moderna y civilizada, como potencia militar. Un mito que en los 77 años desde su creación llegó a asentarse cómo irrefutable pero que hoy demuestra, cuando menos, su inmoralidad. Hoy observamos que Israel no es una víctima sino un verdugo y un agresor. En 2025, Israel atacó hasta seis países de Oriente Medio (Palestina, Siria, Líbano, Irán, Qatar y Yemen) sin lograr ninguna victoria significativa.

En medio de las ruinas y de la destrucción de Gaza, Israel no ha alcanzado ninguno de los objetivos que justificaron esta criminal invasión del 7-O. No solo Hamás sigue en pie y con secuestrados israelíes en su poder, sino que ahora incluso un gobierno tan proisraelí como el de Donald Trump en EEUU se ve incómodo ante la deriva genocida de Netanyahu.

Hamás no está derrotado militar y políticamente. Trump de alguna forma los ha reconocido como un interlocutor al enviarles su propuesta de paz y esperar una respuesta, hasta ahora condicionada por el movimiento islamista. Esto ha obligado a Israel negociar con emisarios de Hamás en Egipto para intentar alcanzar un alto al fuego que una hipócrita comunidad internacional ahora clama a los cuatro vientos como necesaria cuando hasta hace poco seguía sosteniendo el «legítimo derecho de Israel su defensa», mirando para otro lado mientras miles de gazatíes pagaban con su vida este descaro. Ver niños morir de hambre o masacrados por los soldados israelíes es un espectáculo dantesco que «hay que parar», como indicaba un comunicado de la Unión Europea, en una clara actitud expiatoria que no oculta su complicidad con los hechos.

A esto hay que añadirle otro factor que explica por qué Israel está moralmente derrotado: el desprecio y oprobio de los ciudadanos de a pie a nivel mundial. Son cada vez menos los que creen en la retórica de Netanyahu y de sus cómplices sobre el antisemitismo, el holocausto, la culpa de Hamás del 7-O, los terroristas, la mano de Irán, etc. En decenas de ciudades y capitales a nivel mundial, cientos de miles de personas salen a manifestar por Palestina. Inesperadamente, Gaza resucitó aquella semilla del «No a la Guerra» del 2003 en Irak. Hoy Palestina está en todos lados como un clamor de humanidad ante la barbarie israelí.

Esta renovación de la movilización ciudadana a nivel mundial clama por sanciones contra un Israel que se oculta en el manto de impunidad que le brinda EEUU. Incluso una flotilla humanitaria y solidaria rumbo a Gaza fue reprimida por soldados israelíes bajo torturas y amenazas. Ya ni siquiera los israelíes pueden ir tranquilamente a otros países de vacaciones, de negocios, etc. El legítimo bullying contra su presencia está garantizado. La Vuelta Ciclista a España fue el primer gran evento de boicot a nivel internacional contra Israel. Como se hizo con Rusia en 2022 a causa de la invasión a Ucrania, ya se habla de expulsar a Israel de las competiciones deportivas y artísticas (Eurovisión)

Lejos de sepultar Palestina argumentando ante una ONU vacía que «no habrá Estado palestino», Netanyahu y sus cómplices ejercieron un efecto contraproducente: multiplicaron las simpatías por Palestina y las antipatías por Israel. Unos 157 de los 193 países miembros de la ONU reconocen oficialmente al Estado de Palestina, entre ellos cuatro miembros del Consejo de Seguridad de la ONU (Francia, Gran Bretaña, Rusia y China). Pero Palestina sigue sin tener el reconocimiento oficial de la ONU porque el eje EEUU-Israel se encarga de dinamitar ese reconocimiento. El gobierno israelí manipula pagando US$ 42 millones a Facebook para «cambiar la narrativa a su favor».

El boicot a Israel comienza a ser una realidad tangible. Dentro de Israel vuelven las manifestaciones contra esta masacre, responsabilizando a sus líderes de esta atrocidad que atenta contra la dañada imagen de un país cada vez más aislado. Queda por ver si habrá algún mea culpa que no solo atañe a sus dirigentes.

A pesar de que el plan de Trump supone reforzar los intereses israelíes mientras busca hacer una paz para Palestina sin palestinos, dos años después Israel se encuentra ante su peor crisis existencial. La mayor parte de la sociedad no parece enterarse de la gravedad del momento. Pero Netanyahu y sus cómplices de este genocidio ya comienzan a observar que no son tan invencibles. Su megalómana y obsesiva visión supremacista del «Gran Israel» está dando paso a su mayor derrota ante el mundo.

Más allá de los intereses geopolíticos, de los negocios, etc., que seguirán existiendo, Israel comienza a ser observado como un paria, visto con incomodidad, con oprobio. Mientras la visión supremacista del «Gran Israel» sigue calando en una sociedad israelí cada vez más obnubilada, podríamos quizás especular con la posibilidad de que estemos asistiendo al prefacio de un inesperado «Estado fracasado» en el corazón del inflamado y volátil Oriente Medio, dependiente del apoyo de su principal interlocutor (EEUU) y de lobbies poderosos instalados en los principales centros de poder.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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USHUAIA EN LA MIRA: LA DISPUTA GEOPOLÍTICA POR EL «PUERTO DEL FIN DEL MUNDO»

Gabriel Francisco Urquidi Roldán*

Foto: https://www.argentina.gob.ar/noticias/el-presidente-milei-se-reunio-en-ushuaia-con-laura-richardson-jefa-del-comando-sur-de-los

 

«Quien controla los océanos, controla las rutas comerciales; quien controla las rutas comerciales, controla el comercio internacional; y quien controla el comercio internacional, controla el mundo».

Alfred Thayer Mahan (1890)

 

 Marco constitucional y soberanía

La Constitución Nacional Argentina fija como objetivos supremos constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común y resguardar la integridad territorial. En este marco, la reivindicación de la soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur constituye un principio imprescriptible e irrenunciable para el Estado argentino. Esta premisa cobra especial relevancia al analizar la situación estratégica de la provincia más austral: Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.

Antecedentes históricos

El proceso de consolidación territorial en el Atlántico Sur se remonta a los primeros viajes de exploración. Las bulas alejandrinas de 1493 y el Tratado de Tordesillas 1494 establecieron los primeros marcos de reparto colonial entre España y Portugal, otorgando a la Corona de Castilla la posesión de las tierras occidentales. Con el tiempo, las expediciones de Magallanes de 1520 y de exploradores europeos como Fitz Roy y Darwin consolidaron el reconocimiento geográfico de la región.

La presencia argentina comenzó a materializarse en el siglo XIX con la Comandancia Político Militar de las Islas Malvinas (1829) y la instalación de apostaderos por Luis Piedrabuena en la isla de los Estados. Posteriormente, la fundación de Ushuaia en 1884 sentó las bases del control político argentino en el extremo sur.

No obstante, la disputa limítrofe con Chile en torno a las islas Picton, Nueva y Lennox se resolvió recién con el Tratado de Paz y Amistad de 1984, mediado por el Vaticano (Ley Nº 23.172). En tanto, la Guerra de Malvinas de 1982 dejó al descubierto la fragilidad diplomática argentina frente a la alianza entre el Reino Unido y Chile durante el conflicto.

Derechos jurídicos y geográficos

La legitimidad argentina sobre Tierra del Fuego y el Atlántico Sur se sustenta en principios del derecho internacional. La teoría de la continuidad y la contigüidad reconocen que la ocupación efectiva de un territorio extiende derechos sobre las áreas circundantes. Asimismo, la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar refuerza el derecho de los Estados ribereños a explotar su plataforma continental, la cual, en el caso argentino, alcanza hasta 3 millones de km².

Henry Kissinger alertó sobre la importancia estratégica del extremo sur latinoamericano al describir a la región como «una daga apuntando hacia la Antártida», subrayando que quien controle el Atlántico Sur tendrá influencia sobre la proyección hacia el continente blanco, escenario de interés para recursos energéticos y minerales. Esta metáfora ilustra la presión que las potencias globales ejercen sobre Ushuaia y Tierra del Fuego en términos geopolíticos.

Apetencia de una superpotencia

La visita de la jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, general Laura Richardson, a Ushuaia en 2024 volvió a colocar al sur argentino en el centro de la agenda internacional. Aunque la funcionaria evitó referirse a los recursos naturales de la región —como sí lo había hecho con el litio meses atrás—, su paso por Tierra del Fuego tuvo una impronta simbólica: reunirse con el presidente Javier Milei en uno de los enclaves estratégicos más codiciados del planeta[1].

La tensión se incrementó semanas más tarde, con la llegada del nuevo jefe del Comando Sur, almirante Alvin Hosley, quien también visitó Tierra del Fuego. Su presencia reactivó la polémica sobre la injerencia de Estados Unidos en la zona, generando un fuerte rechazo del gobernador Gustavo Melella. El mandatario provincial cuestionó la política del gobierno nacional, al considerar que la apertura irrestricta a la agenda de Washington en Ushuaia pone en riesgo la soberanía argentina en el Atlántico Sur y la Antártida[2].

El valor geopolítico del «fin del mundo»

Para entender la importancia de Tierra del Fuego, es necesario recurrir a los clásicos de la geopolítica. Alfred Thayer Mahan (1890) planteaba que el poder marítimo es el principal instrumento de dominio global, y que quienes controlen los puntos estratégicos de paso en los océanos dominarán el comercio mundial. Ushuaia, ubicada a pocos kilómetros del estrecho de Magallanes y el pasaje de Drake, constituye precisamente uno de esos corredores esenciales.

Halford Mackinder (1904) advertía que el dominio de regiones clave —los «pivotes geográficos»— podía otorgar poder global. Aunque su enfoque se centraba en Eurasia, su premisa se aplica a Tierra del Fuego: quien controle el acceso al Atlántico Sur y la proyección antártica dispondrá de un bastión estratégico en la nueva competencia entre potencias.

Karl Haushofer (1928), teórico de la geopolítica alemana, sostenía que los Estados sin acceso y control sobre zonas estratégicas quedaban reducidos a la dependencia[3]. En este sentido, Argentina enfrenta una disyuntiva: consolidar Ushuaia como plataforma de soberanía, o permitir que actores externos la transformen en enclave de influencia ajena.

Más recientemente, Zbigniew Brzezinski (1997) destacó que en la era contemporánea los «espacios vacíos» —aquellos con baja densidad poblacional pero alta relevancia estratégica, como el Ártico y la Antártida— se convierten en escenarios de competencia entre las grandes potencias[4]. Tierra del Fuego, con su proyección hacia el continente blanco, se ajusta plenamente a esta lógica.

La apetencia de las grandes potencias

Ushuaia y el Atlántico Sur no son un vacío en el mapa, sino un tablero de alta sensibilidad. Estados Unidos refuerza su presencia a través del Comando Sur, el Reino Unido consolida su poder militar en Malvinas. Estados Unidos persigue intereses que exceden lo comercial: asegurar corredores marítimos, proyectar poder en el hemisferio sur y garantizar acceso a los recursos antárticos.

En geopolítica, dos condiciones determinan la seriedad de un Estado a la hora de establecer alianzas estratégicas: la estabilidad de su moneda y la existencia de un aparato militar robusto y tecnológicamente avanzado. Argentina carece de ambos atributos, lo que incrementa su vulnerabilidad. Atada al endeudamiento externo y con Fuerzas Armadas debilitadas, enfrenta el riesgo de ceder espacios clave a cambio de apoyos coyunturales.

No es casualidad que Tierra del Fuego aparezca en las agendas de las grandes potencias. La Antártida, regulada parcialmente por el Tratado Antártico, es considerada la última frontera de recursos estratégicos del planeta. Como señalan Dodds y Hemmings en el 2013, la presión sobre este continente crecerá a medida que aumente la demanda global de agua, energía y minerales. Ushuaia, en este marco, se convierte en la puerta de entrada inevitable[5].

Una soberanía en disputa

La Constitución Nacional argentina reconoce a la Antártida, a las islas del Atlántico Sur y a la plataforma continental como intereses soberanos irrenunciables. Además, la Ley 27.557 extendió formalmente los límites de la plataforma continental, reafirmando derechos sobre casi 3 millones de km² de espacio marítimo. Sin embargo, tales avances legales contrastan con la debilidad material para defenderlos.

En conclusión, Ushuaia simboliza mucho más que un destino turístico o un puerto antártico: es el epicentro de la nueva competencia global por el Atlántico Sur y la Antártida. En palabras de Mahan, los mares son el escenario donde se define la hegemonía; en palabras de Brzezinski, los espacios vacíos son el nuevo terreno de disputa. La pregunta que se abre es si Argentina podrá gestionar su posición desde la soberanía efectiva, o si quedará atrapada en la voracidad de los intereses externos, pagando el precio de sus debilidades estructurales.

 

* Licenciado en Seguridad. Especialista en Análisis de Inteligencia y Maestrando en Inteligencia Estratégica Nacional, con experiencia en estrategia, geopolítica, tasalopolítica, producción de información, así como en Seguridad y Protección de Infraestructuras Críticas.

 

Referencias

[1] «El Presidente Milei se reunió en Ushuaia con Laura Richardson, Jefa del Comando Sur de los Estados Unidos». Sitio web oficial de la Argentina, 04/04/2024, https://www.argentina.gob.ar/noticias/el-presidente-milei-se-reunio-en-ushuaia-con-laura-richardson-jefa-del-comando-sur-de-los.

[2] Benaim Verónica. «El jefe del Comando Sur visitó Tierra del Fuego y reactivó la polémica con la provincia por la injerencia de Estados Unidos». Tiempo Argentino. 30/04/2025, https://www.tiempoar.com.ar/ta_article/el-jefe-del-comando-sur-visito-tierra-del-fuego-y-reactivo-la-polemica-con-la-provincia-por-la-injerencia-de-estados-unidos/.

[3] Haushofer, Karl. Geopolitik. Berlin: Carl Heymanns Verlag, 1928.

[4] Brzezinski, Zbigniew. The grand chessboard: American primacy and its geostrategic imperatives. New York: Basic Books, 1997, 201 p.

[5] Dodds, K., & Hemmings, A. D. The Antarctic: A very short introduction. Oxford University Press, 2013.

 

Bibliografía

Balza, Martín. «Malvinas: cómo funcionó el pacto entre Chile y el Reino Unido durante la guerra». Infobae, 05/05/2020, https://www.infobae.com/opinion/2020/05/05/malvinas-como-funciono-el-pacto-entre-chile-y-el-reino-unido-durante-la-guerra/.

Benaim Verónica. «El jefe del Comando Sur visitó Tierra del Fuego y reactivó la polémica con la provincia por la injerencia de Estados Unidos». Tiempo Argentino. 30/04/2025, https://www.tiempoar.com.ar/ta_article/el-jefe-del-comando-sur-visito-tierra-del-fuego-y-reactivo-la-polemica-con-la-provincia-por-la-injerencia-de-estados-unidos/.

Brzezinski, Zbigniew. The grand chessboard: American primacy and its geostrategic imperatives. New York: Basic Books, 1997, 201 p.

Constitución de la Nación Argentina [Texto actualizado con reformas de 1994].

Dodds, K., & Hemmings, A. D. The Antarctic: A very short introduction. Oxford University Press, 2013.

García Moritán, Roberto. «China y la sobrepesca en el Mar Argentino: un peligroso y real juego del calamar». Clarín, 10/01/2022, https://www.clarin.com/opinion/china-sobrepesca-mar-argentino-peligroso-real-juego-calamar_0_QGtzmaa33.html.

Haushofer, Karl. Geopolitik. Berlin: Carl Heymanns Verlag, 1928.

«Historia de Tierra del Fuego». Gobierno de Tierra del Fuego, (s.f.), https://www.tierradelfuego.gob.ar/historia/.

«Informe económico de la provincia de Tierra del Fuego». Ministerio de Economía de la Nación. (s.f.), http://www2.mecon.gov.ar/hacienda/dinrep/Informes/archivos/tierra_del_fuego.pdf.

«La expansión ultramarina de España y Portugal». Universidad Católica de Chile, (s.f.-a), http://www7.uc.cl/sw_educ/historia/expansion/HTML/p2503.html.

 

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TRUMP QUIERE HACER LAS «PACES»

Roberto Mansilla Blanco*

«Trump ha llegado incluso a asegurar que no obtener ese galardón sería un insulto para EEUU».

 

La «carrera contra reloj», con tintes cada vez más obsesivos, de Donald Trump por alcanzar el Premio Nobel de la Paz tiene ahora un nuevo reto: Gaza. Tras haberlo intentado en Alaska en la cumbre con su homólogo ruso Vladimir Putin sin alcanzar cuando menos una tregua o la posibilidad de una «paz armada» en Ucrania, la impaciencia de Trump por convertirse en el «hombre de la paz» comienza a convertirse en un síntoma patológico.

Caso contrario al de Trump, a quien le sobra paciencia y cálculo estratégico es precisamente al presidente ruso, quien no aspira al Nobel de la Paz pero sí a trazar sus imperativos geopolíticos con Occidente, que no pasan precisamente por alcanzar una paz a cualquier precio en Ucrania. Putin ha entrado igualmente en una fase de escalada militar contra objetivos estratégicos en Ucrania toda vez ha estado probando vía aérea la solidez unitaria y defensiva de la OTAN a través del envío de drones y aviones de reconocimiento ingresando en los espacios aéreos de Polonia, Rumanía y países bálticos.

Poco deseoso de apoyar a la OTAN en su escalada de tensiones con Rusia, Trump ha optado en Ucrania por un giro disuasivo hacia el Kremlin: alentar al otrora despreciado presidente ucraniano Volodymir Zelenski a recuperar el territorio perdido a manos de los rusos e «incluso ir más allá», lo cual ha dejado entrever posibles apoyos a incursiones en territorio ruso.

Por otro lado, el reciente asesinato del influencer «trumpista» Charlie Kirk ha reforzado la agenda «securitista» de Trump a límites hasta ahora desconocidos en la política estadounidense. Para concentrarse en los cada vez más inquietos asuntos domésticos, Trump parece persuadido a solucionar, cuando menos temporalmente, los frentes abiertos en el exterior.

Gaza como salvavidas para Netanyahu

Atascada la situación en Ucrania, la impaciencia de Trump por ser el «hombre de la paz» ha motivado a enfocar en otro escenario: Gaza. Así, vía propuesta de paz, el mandatario estadounidense ha lanzado un súbito «salvavidas» de última hora al cada vez más contestado y aislado primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

Este plan «trumpista» ocurre en un contexto delicado que pone a prueba la alianza entre EEUU e Israel. La crisis humanitaria y el genocidio de Gaza iniciado por Israel con su invasión a la Franja a finales de 2023 han desacreditado no sólo al primer ministro israelí sino también a su país. Indiferente ante esta situación, en su reciente alocución en la Asamblea General de la ONU, Netanyahu dejó a las claras su verdadero objetivo: «no habrá Estado palestino», sin ofrecer ningún gesto de mea culpa por los más de 80.000 palestinos asesinados en Gaza, aunado ahora a las razzias en Cisjordania que impliquen avanzar en la colonización de esos territorios y hacer así definitivamente inviable cualquier tipo de Estado palestino.

Unos 157 de los 193 países de la ONU, entre ellos potencias como Gran Bretaña y Francia, han reconocido la legitimidad del Estado de Palestina, la mayor parte de la comunidad internacional aprovechó oportunamente la reciente cumbre de la ONU para mostrar su oprobio por lo que sucede en Gaza, responsabilizando con ello a Israel. Esto llevó al humillante desaire realizado a Netanyahu por parte de la mayoría de los representantes nacionales en la reciente Asamblea General de la ONU en Nueva York.

Si bien el plan de paz de Trump para Gaza beneficia claramente a Israel, la «huida hacia adelante» de Netanyahu comienza a resultar incómoda para un Trump que, en su ansiada pretensión por el Premio Nobel, ha llegado incluso a asegurar que no obtener ese galardón sería un «insulto para EEUU».

Al ego de Trump se le une la obstinación de un Netanyahu que comienza a sentir presión interna, incluso dentro del establishment militar, y un malestar social en vísperas del segundo aniversario de la invasión a Gaza. Hamás, si bien desarticulado en su cúpula dirigente, está lejos de ser doblegado política y militarmente. Tiene en sus manos todavía a decenas de rehenes israelíes, millares de militantes armados y muy probablemente una nueva dirigencia política.

El descrédito y la maltrecha imagen internacional de Israel también pasan factura a los «halcones» instalados en las altas esferas del poder en Tel Aviv y Jerusalén. El propio Trump ya ha advertido ante sus socios árabes que no consentirá una invasión y anexión de Cisjordania. Con ello busca ralentizar, o bien contemporizar, el objetivo supremacista del «Gran Israel» de Netanyahu y los «halcones».

En lo concerniente a los 20 puntos de la propuesta de paz, el texto abunda en aspectos más técnicos que estructurales. Trump maneja una versión maltrecha de los Acuerdos de Oslo (1994) en la que la solución de los «dos Estados» pasa a estar supeditada a una especie de transición tecnocrática y apolítica con un Hamás al que se le exige la desmilitarización, apenas exigiendo a Israel una contraprestación, lo cual mantiene el desequilibrio de fuerzas. Por otro lado, Gaza se convertirá en un carrusel de negocios dominado por los intereses conjuntos entre EEUU e Israel, aunque Trump intente llevar la iniciativa.

Esta caída en desgracia de Netanyahu ante los ojos del mundo ofreció un inusual gesto durante la cumbre en Washington con Trump: el premier israelí pidió perdón por los ataques en Qatar en las que buscó, infructuosamente, asesinar a líderes de Hamas. El contexto actual, con un atasco militar en Gaza y crisis humanitaria al que no se debe olvidar la breve confrontación directa entre Israel e Irán en julio pasado, han dejado entrever que Israel no es tan invencible militarmente y es mucho más vulnerable y dependiente de la ayuda estadounidense de lo que se creía.

Un actor clave: Arabia Saudita

A buena cuenta, Trump ha tomado cálculo de esta ecuación. Trump maneja nuevos equilibrios en Oriente Próximo que no le aten necesariamente a esa alianza estratégica con Israel. Necesita tener a su favor a Arabia Saudita y los emiratos petroleros toda vez el mundo árabe e islámico, visiblemente liderado por Arabia Saudita, ha comenzado a mover fichas contra Israel, trazando un revival de unidad incluso en el plano militar contra un enemigo común, el Estado israelí.

Un aspecto que inquieta a Trump tomando en cuenta que su aliado israelí ya ha atacado militarmente en lo que va de año no solamente a Palestina sino también al Líbano, Siria, Qatar, Irán y Yemen.

En este contexto debe interpretarse el «lavado de imagen» vía discurso en la ONU por parte del ex terrorista yihadista (Washington llegó a ofrecer una recompensa de US$ 10 millones por su captura o eliminación que ahora ha sido convenientemente retirada) ahora reconvertido en presidente interino sirio, Ahmed al Shar’a. La apertura de Trump hacia la «nueva Siria post-Asad» podría interpretarse como una condición expresada por el cada vez más poderoso príncipe saudita Mohammed Bin Salmán; una petición que Trump no ha dudado en atender.

Precisamente, Riad ha sido el principal interlocutor del mundo árabe a la hora de recibir con beneplácito la propuesta de paz de Trump para Gaza. Tradicionalmente desunidos en el plano político, la crisis de Gaza ha reactivado ciertos vínculos de unidad en el mundo árabe, muy probablemente determinados por evitar que el drama palestino active el malestar social contra el estatus quo de poder.

De este modo, sin abandonar la alianza estratégica con Israel, Trump comienza a jugar otras cartas buscando atraer a otros actores de peso como Arabia Saudita, cuyas esferas de influencia regionales incluyen ahora la Siria de al-Shar’a, visiblemente ya fuera del alcance de la histórica influencia iraní, el principal aliado del extinto régimen de los Asad. De este modo, Riad parece haber sustituido a Teherán como el principal actor de influencia en la «nueva Siria» y sus implicaciones tienen peso decisivo a la hora de negociar con Washington esferas de influencia geopolítica a nivel regional.

No debemos olvidar que en octubre ser realizarán elecciones legislativas en Siria, los primeros comicios tras la caída del régimen de Bashar al Asad en diciembre pasado. Estas elecciones son vitales para calibrar el incierto futuro sirio y cuál será su orientación geopolítica en este contexto de tensiones y conflictos permanentes in crescendo.

El panorama así se observa inquietante, donde un nuevo Parlamento deberá legislar un país fragmentado, con un proceso electoral que genera críticas por la exclusión de ciertas áreas y la falta de participación política plena, con partidos políticos prohibidos y desafíos a la seguridad. La eventualidad de una «balcanización» de Siria, que podría reproducir un contexto similar al observado en la vecina Líbano durante su prolongada guerra civil (1975-1990), es una posibilidad real ante el inflamado contexto regional.

Contando con un inmediato pero expectante apoyo internacional básicamente focalizado en intentar evitar que se amplíe el horror que se vive en Gaza con otra ofensiva militar israelí, es posible que la propuesta de paz de Trump tenga algún margen de efectividad, cuando menos temporal, toda vez las horripilantes imágenes que en los últimos meses se ha observado con el genocidio en Gaza, a la que la ONU oficialmente también ha catalogado de «hambruna», indicarían otros derroteros que propicien su inviabilidad.

Pero la pax de Trump navega igualmente por aguas inciertas. A falta de lo que responda Hamas, cuyo ultimátum enviado por Trump fue de tres a cuatro días, algunos movimientos políticos palestinos ya han oficializado su desacuerdo con la propuesta de Trump.

Por mucho que el propio Netanyahu lo haya propuesto meses atrás durante una de sus visitas a Washington, el primer ministro israelí sería un aval incómodo para un Trump obsesionado con el Nobel de la Paz. No obstante, incluso en la masacrada Gaza, destruida por la agresividad del Estado de Israel, cualquier paz se impone ahora como urgente.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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