Archivo de la categoría: ANÁLISIS ESTRATÉGICO

LA RELEVANCIA DEL GRAN CARIBE EN LAS RELACIONES DE CHINA CON AMÉRICA LATINA

Ruvislei González Saez*

Introducción

El avance de la relaciones de China en la región de América Latina y el Caribe se ha potenciado de manera desigual. Si bien puede destacarse un crecimiento de las relaciones político-diplomáticas, económico-financieras e incluso la participación de la región a la iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), lo cierto es que aún quedan muchos espacios por seguir profundizando los lazos.

Dentro de la región, es importante mencionar los vínculos de China con el Gran Caribe. Entiéndase Gran Caribe como la subregión que agrupa al Caribe insular, Centroamérica, Panamá, Venezuela y por lo menos a partes de Colombia y de México (Gaztambide, 2003). La importancia de China y sus relaciones deviene a partir de la necesidad del estudio de la incidencia de la gran nación asiática en el mundo por su peso creciente como potencia global y su dinámica en el contexto de las relaciones internacionales.

Las relaciones de China con esta parte del mundo son históricas, devenidas desde siglos pasados con la llegada de los primeros chinos a las costas de la región. Sin embargo, debe entenderse las relaciones formales con la Nueva China posterior a 1949. Luego del establecimiento de la República Popular, no fue hasta 1960 que se concretaron las primeras relaciones diplomáticas con el hemisferio occidental. El primer país fue Cuba, que de una manera única, mediante una propuesta pública del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro en la Plaza de la Revolución al pueblo habanero solicitó formalizar los vínculos diplomáticos con Beijing.

En 1971, la Organización de Naciones Unidas (ONU) reconoció a la República Popular China de manera oficial. En ese momento, la mayoría de los países caribeños decidió mantener su reconocimiento a Taipéi, con el cual mantenían importantes relaciones desde 1949. De ahí que uno de los principales conductores que ha marcado la política exterior de China hacia el Gran Caribe ha sido precisamente la cuestión de la provincia china de Taiwán por el reconocimiento diplomático de los países caribeños.

Posteriormente, el segundo país con el que China estableció relaciones diplomáticas en la subregión del Gran Caribe fue con México en 1972. En el propio año, también se formalizaron con Guyana y Jamaica. Posteriormente en 1974 con Trinidad y Tobago, en 1976 con Suriname, 1977 Barbados, 1980 Colombia y 1983 Antigua y Barbuda (Qin, 1997, p. 64). En el siglo XXI otros países continuaron estableciendo relaciones hasta el 2018 cuando República Dominicana y El Salvador rompieron relaciones con la provincia china de Taiwán para establecerla con Beijing.

Actualmente, de un total de 15 países en el mundo con los que China no tiene vínculos diplomáticos, ocho se encuentran en esta subregión. Particularmente Belice, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Haití, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas (imagen uno). Ello evidencia la necesidad de elevar la proyección de Beijing hacia el área, la que deviene en estratégica, no solo por la variable Taiwán, sino también por ser la subregión de mayor cantidad de países interesados en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) y por la proximidad a los Estados Unidos.

Imagen 1: Países del Gran Caribe con relaciones diplomáticas con la provincia china de Taiwán.
Fuente: Elaboración de autor.

En relación con algunos países se ha especulado que podrían continuar rompiendo relaciones con Taipéi para establecerlas con Beijing. Luego de las últimas rupturas de 2018, se especulaba que Belice iba a ser el próximo a partir de la revisión de la política exterior por parte de la administración de Dean Barrow, pero con la visita de la presidenta de la provincia china de Taiwán, Tsai Ing-wen en ese mismo año, los dos actores se comprometieron a profundizar vínculos. Otros dos han sido Nicaragua y Haití. Este último se encuentra en un complejo escenario interno en el que no ha podido atender debidamente su proyección externa en el tiempo reciente.

Santa Lucía luego de establecer relaciones con China en 1997 y desconocer a Taipéi, retornó la decisión en 2007. San Vicente y las Granadinas y San Cristóbal y Nieves establecieron relaciones con Taiwán en 1981 y 1983 respectivamente.

Luego de la última ruptura en 2018, la situación ha sido más impredecible. Ante los temores de la provincia china, no fue casual que la presidenta, Tsai Ing-wen, realizara una gira del 11 de julio hasta el 22 de julio de 2019 con la necesidad de reforzar en esta área los acuerdos con los países que hoy aún tienen relaciones con su país. Ing-wen visitó Haití, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas y Santa Lucía.

Las relaciones diplomáticas de estos cuatro[1] países con Taipéi constituyen uno de los ejes del debate en la región, en tanto afectan la profundización de los vínculos regionales a través de mecanismos puntuales del área como el Mercado Común Centroamericano (MCCA) y la Comunidad del Caribe (CARICOM). La naturaleza predominantemente bilateral, de estas relaciones podría generar competencia entre los Estados caribeños por el acceso a la asistencia (Montoute, 2013) y el mercado chinos.

Para la mejora de la presencia de China particularmente en el Caribe Insular es importante tener en cuenta los elementos que atentan contra la subregión en su relacionamiento con actores como Estados Unidos o la Unión Europea (UE). En el entorno hay críticas hacia algunos de los mecanismos como los Acuerdos de Asociación Económicas (EPA). Muchos son los factores como la escasez de infraestructuras, el retraso en las diversas formas de producción o la imposibilidad de cumplir con requisitos de calidad establecidos por la UE, lo que demuestra que la capacidad de competencia es muy desigual. El impacto sobre el sector de producción agrícola podría ser muy importante con el consecuente riesgo de disminución de la Seguridad Alimentaria.

En este escenario, China no debería repetir las tradicionales formas de relacionamiento de las grandes naciones occidentales, sino que con su fortaleza de capacidades de desarrollo de infraestructura en el marco de BRI, se pueden potenciar redes articuladoras de conexión intrarregional y aumentar la infraestructura y las capacidades de ambas partes sobre la base del mutuo-beneficio. Es ahí donde se abren espacios para repensar la forma de relacionamiento de China con el Gran Caribe en general y ello puede ser una razón para poder acercarse a mecanismos que agrupen a todos los Estados del área como la Asociación de Estados del Caribe (AEC) o incluso la creación de un mecanismo que puede ser 14+1 (los 14 miembros de BRI en la subregión más China). En ese sentido, promover una forma de cooperación desde el enfoque de la cooperación del Sur Global y no desde una perspectiva de relaciones asimétricas. 

Relaciones político-diplomáticos de China con el Gran Caribe

En el actual contexto de relacionamiento político-diplomático bilateral, China tiene relaciones con la mayoría de los Estados excepto con los ocho países mencionados anteriormente. Sin embargo, Beijing ha buscado diferentes mecanismos para el diálogo regional como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), aunque particularmente con una parte del Caribe creó el Foro China y Caribe de Cooperación Económica y Comercio en 2005, pero no así un mecanismo de diálogo político que agrupe a todos los Estados del Gran Caribe.

Una de las formas de relacionamiento establecidas por China con otros países ha sido el establecimiento de diferentes tipos de Asociaciones Estratégicas, aun cuando en la práctica no denote la connotación formal del nombre. Particularmente en la subregión del Gran Caribe en las relaciones bilaterales, son pocos los países que tienen este tipo de vínculos en relación a otras partes del mundo, e incluso en comparación con Sudamérica (imagen dos).

Imagen 2: Mapa de países con Asociación Estratégica con China.
Fuente: (Quang & Minh, 2019, p.67)

El primer país del Gran Caribe que estableció algún tipo de Asociación Estratégica con China fue México en 1997. Esta nación y Venezuela en 2014 establecieron una Asociación Estratégica Integral. Por otro lado, Costa Rica en 2005 formalizó con Beijing una Asociación Estratégica, mientras con Jamaica una Asociación Amistosa para el Desarrollo Común (Quang & Minh, 2019, p.69). En el caso particular de Cuba no existe este tipo de vínculo y se manifiesta bajo el relacionamiento de “Buenos amigos, buenos camaradas y buenos hermanos” (Bentang, 2020).

Es importante exponer que si bien existe un interés de China hacia la región, también a partir de los cambios en la economía global y la actual situación geopolítica, en la cual China sin pretenderlo desafía el predominio de los Estados Unidos y propone junto a otras naciones el fomento del multilateralismo y la formación de una comunidad de destino común para toda la humanidad. Ello ha conducido a los miembros del Gran Caribe a replantearse sus vínculos con China. El acercamiento del Caribe a la nación asiática ha estado marcado por un interés geoestratégico favorecido por el pragmatismo que caracteriza la actuación política de los gobiernos caribeños.

La importancia del Gran Caribe dentro de América Latina en la proyección externa de la actual China pudo percibirse en la primera gira de Xi Jinping a la región como secretario del Partido Comunista de China (PCCh) y presidente. Los primeros destinos en el 2013 fueron Trinidad y Tobago, Costa Rica y México. Ello fue parte de la proyección de mejorar las relaciones diplomáticas con los países de esta parte del mundo, muchos de los cuales aún tienen lazos oficiales con Taiwán, y en el interés de tener mayor contacto con el área.

Posteriormente en 2014, a tan solo un año de la primera gira, el mandatario chino Xi Jinping realizó una segunda visita a esta región. De los cuatro países visitados, dos fueron naciones del Gran Caribe, Venezuela y Cuba. Esta vez, tuvo con una carga política mucho más intensa que la primera, al poner en práctica una mayor voluntad de comprometerse con la transformación estratégica de la región.

No fue casual, que tras la visita se actualizara en el 2016 el Documento de Política Exterior de China hacia América Latina y el Caribe (conocido también como “Libro Blanco”), presentado por primera vez en 2008. En este se establece la orientación de la política china hacia la región en las principales áreas de interés común que abarcan los ámbitos político, económico, cultural y social y militar y de seguridad. Ambas partes expresaron su disposición a promover la cooperación dentro del marco “1+3+6”, presentado en julio de 2014, por el presidente chino, Xi Jinping. El “1” se refiere al Plan de Cooperación 2015-2019 entre ambas partes. El “3” identifica el comercio, la inversión y las finanzas como fuerzas motrices de la cooperación. El “6”, por último, prioriza como sectores de la colaboración la energía y los recursos, la construcción de infraestructuras, la agricultura, la manufactura, la innovación tecnológica y científica y la tecnología de la información (González, 2018, p.3).

Las relaciones diplomáticas sino-caribeñas se han caracterizado por el intercambio del PCCh con organizaciones y partidos caribeños, a través de su Departamento de Enlace Internacional. Ha sido clave el vínculo a través de la creación del Foro de Partidos Políticos China-CELAC el cual se inauguró el primer encuentro en Beijing en diciembre de 2015. La primera reunión efectuada se desarrolló bajo el lema “Innovación, Desarrollo, Cooperación y Futuro – Desafíos para Partidos Políticos Chino-Latinoamericanos y sus Medidas Correspondientes”, con enfoque en cinco subtemas como la cooperación entre China y América Latina y el Caribe, el camino de desarrollo, partidos políticos en el siglo XXI, el desarrollo económico y la reducción de la pobreza. Luego del foro en el 2015, en 2018 se realizó un segundo foro China-CELAC en Shenzhen, con la participación de más de 60 partidos y organizaciones de todo el continente en el que estuvieron una representación del Gran Caribe.

Por otra parte, China ha establecido importantes relaciones a nivel regional con el Caribe a través de organismos e instituciones como el Banco para el Desarrollo del Caribe (BDC), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). China entró al CDB en 1998 y al BID en 2008 y, a través de ambas instituciones financieras, ha canalizado recursos crediticios y fondos de ayuda.

Particular relevancia desempeñan los Institutos Confucio de China que promueve no solo el conocimiento del idioma chino, sino también de la cultura china. Este tipo de institutos devienen en embajadores culturales de la nación asiática y que permiten interactuar con las sociedades de la Subregión. Pueden ubicarse en Bahamas, Barbados, Colombia (tres), Costa Rica (dos), Cuba, El Salvador, Granada, Guyana, Haití, Jamaica, México (cinco), Panamá, Surinam, Trinidad y Tobago, Venezuela (CRICAL, 2021). 

Relaciones económico-comerciales y financieras China-Gran Caribe

La historia de los países del Caribe ha estado vinculada con Francia, Reino Unido, Estados Unidos, España y Países Bajos. Con el transcurso de los años, este pasado se ha convertido en preferencias comerciales que son decisivas en el destino de las exportaciones. En la mayor parte de las economías los servicios turísticos y financieros son las principales categorías de actividad económica, además de las relacionadas con petróleo en Trinidad y Tobago. La principal característica de los países en el Caribe es la diversidad. En ello inciden diferentes niveles de relacionamiento económico-financiero e incluso de cooperación. China ha establecido importantes relaciones institucionales en América Latina a través del BID y la CEPAL.

En cuanto al comercio, el interés por potenciarlo particularmente con la CARICOM, podría estar relacionado con una estrategia geopolítica por acceder a los mercados de Estados Unidos, Europa y Canadá. El Caribe constituye un punto de entrada hacia estos mercados, favorecido por la existencia de acuerdos económicos con estos actores. La balanza comercial de China con respecto a la CARICOM es superavitaria. Los productos que este país exporta hacia el Caribe son productos manufacturados de alto valor agregado, como productos de hierro y aluminio, equipamiento electrónico, chalecos y otras estructuras flotantes. Por su parte, las exportaciones de la CARICOM hacia China se concentran en materias primas (Legrá, 2020).

A pesar del avance en las relaciones comerciales entre ambos actores, el intercambio comercial de China con el Caribe representa menos del 1% de su intercambio con el resto del mundo: los productos que exporta el Caribe no representan un volumen significativo para la economía de ese país, ni la región ofrece los amplios mercados que necesitan los productos del gigante asiático. Por su parte, la subregión no ha sido eficaz en aprovechar las oportunidades que ofrece el mercado chino (Legrá, 2020).

China no figura aún entre los principales mercados de exportación para los productos caribeños en general, cuyos principales destinos siguen siendo Estados Unidos y Europa, salvo casos puntuales de países como Cuba. No se puede afirmar que China haya desplazado a estos actores. Esto no contradice que determinados bienes chinos podrían desplazar a sus competidores europeos y estadounidenses. Particularmente los dos principales bloques del Gran Caribe, es decir el MCCA y CARICOM tienen a China como tercer socio de sus ventas al exterior (imagen tres). Sin embargo, para las importaciones, en el caso del MCCA, China desplazó a la UE como segundo socio (CEPAL, 2021, p.97).

Imagen 3: Estructura de las exportaciones de los diversos mecanismos con los principales socios.
Fuente: (CEPAL, 2020, p.97).

Al analizar las relaciones económicas bilaterales entre los países del Gran Caribe y China, se destaca que en relación a las exportaciones China no ha logrado convertirse en un socio relevante. La mayoría de las ventas de mercancías de la subregión se dirigen en primer lugar a Estados Unidos o a la UE, con la excepción de Cuba que es el único país del área que tiene como principal destino de sus ventas China. Al evaluar las importaciones, la nación asiática constituye el segundo principal mercado de los países de la zona. Estados Unidos es el principal suministrador de la mayoría salvo Cuba y el caso de San Vicente y las Granadinas. En tanto, Nicaragua es el único país que no tiene compras de China y sí con la provincia china de Taiwán (imagen cuatro).

Imagen 4: Estructura de las exportaciones e importaciones de los países del Gran Caribe con China en el período 2018-2019 en %.
Fuente: Elaboración del autor con datos de (CEPAL, 2021, p.130-131).

En julio de 2014, el presidente Xi Jinping en la Cumbre de Líderes entre China y los Estados Latinoamericanos y Caribeños anunció un paquete de arreglos de financiación de China para el Caribe que suma 35 mil millones de dólares y estuvo compuesto por tres partes a saber: Créditos Preferenciales de 10 mil millones de dólares; el Crédito Especial China y América Latina para la Infraestructura de 20 mil millones de dólares; y el Fondo de Cooperación China-América Latina y el Caribe de cinco mil millones de dólares. Los créditos administrados por el Ministerio de Comercio y ejecutados por el Banco de Exportación e Importación (Eximbank) y el Banco de Desarrollo de China (BDCh), están dirigidos a los países en desarrollo. En ese sentido, la membresía de China en el BDC y el BID, facilitan la profundización de las relaciones de cooperación financiera con el Caribe (Legrá, 2020).

Los principales prestamistas de chinos, respaldados por el Estado, emitieron en2017 la menor cantidad de préstamos a América Latina de la última década, sugiriendo un enfoque más cauteloso para invertir en la región. Según una nueva investigación realizada por Diálogo Interamericano y la Universidad de Boston, los cinco préstamos emitidos en el 2018 por un valor de 7.7 mil millones de dólares superaron a los 6.2 mil millones de dólares emitidos en 2017 (imagen cinco). Sin embargo, todavía representan una de las cifras más bajas para los préstamos de Estado a Estado a Estado por parte del BDCh y el Eximbank a América Latina desde 2005, año en el cual comenzaron a otorgar préstamos a la región (Soutar, 2019). No obstante, el menor volumen de préstamos concedidos a la región fue en el año 2020 ante el impacto de la pandemia Covid-19 en el que no hubo ningún crédito otorgado.

Imagen 5: Préstamos total de China a América Latina y el Caribe 2008-2018 en mil millones de dólares.
Fuente: (Soutar, 2019)

Las inversiones chinas en la subregión han estado determinadas hacia ciertos sectores específicos. Tradicionalmente la presencia china ha estado enfocada en los temas de recursos naturales, sin embargo, desde 2015 se ha modificado el patrón de comportamientos de las IED chinas. En ese sentido, se destacan los sectores de componentes automotriz (México), Construcción e infraestructura (Panamá y Cuba), energía (Cuba, Honduras y México), viajes (Santa Lucía), industria química (México), telecomunicaciones (México, Panamá y Colombia), electricidad (Costa Rica), textil (Haití), entre otros. No obstante, mantiene IED en los sectores de minería (Jamaica) y gas (Venezuela) (Red Académica de América Latina y el Caribe sobre China, 2020).

La IED china se concentra en algunos países de mayor nivel de desarrollo de la región del Gran Caribe: México, Trinidad y Tobago, Guyana, Surinam, Bahamas. No así en otros grandes y medianos como Venezuela, Colombia, República Dominicana o Cuba. Sumado a la alta concentración por país de destino, la IED china se centra, además, en un grupo de actividades económicas seleccionadas: construcción de infraestructura, energía, minería, agricultura y turismo. Pero los mayores volúmenes están muy concentrados especialmente en el sector financiero.

Particularmente en México, en cuanto a los flujos de capital, para el 2020 se registraron 173 millones de dólares de inversiones chinas en México, de las cuales 57% correspondieron al primer trimestre del año, 20% al segundo, 6% al tercero y 15% al cuarto. 70.7 millones de dólares de fueron nuevas inversiones, lo que representó el 40% del total registrado. Cabe señalar que la mayoría de estas inversiones se fueron al sector construcción y a la adquisición de empresas mexicanas (Tzili-Apango, 2021, p.14).

La concentración de la IED china por país de destino, actividad y empresa emisora constituye la principal limitación para la profundización real de los vínculos económicos China – Gran Caribe. El relacionamiento bilateral de los países caribeños con China y su limitada capacidad negociadora, resultan elementos que impiden una mejor distribución de los paquetes de financiamiento que ofrece China a la región. Incluso los proyectos de IED en el marco de BRI son muy escasos. Hasta el momento el 62,5% del volumen total de IED china ocurre en Islas Caimán, centradas en el sector financiero y luego le siguen las islas Vírgenes Británicas. Exceptuando estos dos países y Bermudas, el resto del Gran Caribe recibió en el 2018 menos del 2% de la IED en América Latina y el Caribe (imagen seis). 

Imagen 6: Porcentaje de la inversión china total por subregiones y territorios específicos en América Latina y el Caribe.
Fuente: Elaboración del autor con datos de Dussel, (2020).

Contrario a lo esperado y a la importante presencia de China con Venezuela en el comercio y el financiamiento (Piña 2019), China apenas ha realizado siete proyectos de infraestructura en Venezuela y dos durante 2015-2019, en este último período por apenas 384 millones de dólares (0.70 % de ALC) y 600 empleos (0.45 % de ALC). Sexto, Centroamérica y el Caribe también han sido receptores importantes de proyectos de infraestructura de China, no obstante haberse convertido en una de las principales regiones que reconocen a Taiwán como estado independiente, con 16 proyectos por 9,732 millones de dólares y alrededor de 33,000 empleos generados durante 2005-2019 y particularmente en el período más reciente 2015-2019 (Dussel, 2020)

La participación del Gran Caribe en la Iniciativa de la Franja y la Ruta

Hasta febrero de 2021, 140 países eran miembros de BRI a nivel mundial. Del total solo 19 países están ubicados en América Latina y el Caribe, de los cuales 14 pertenecen a la zona del Gran Caribe. Cuatro después de haberse anunciado la iniciativa china, en el 2017 se incorporó Panamá, condicionando la extensión de BRI hacia esta parte del mundo. Posteriormente se incorporaron en el 2018 Trinidad y Tobago, Suriname (mayo), Antigua y Barbuda, Bolivia (junio), Dominica, Guyana (julio), Uruguay (agosto), Costa Rica, Venezuela, Granada (septiembre), El Salvador, Chile, República Dominicana, Cuba (noviembre), Ecuador (diciembre), mientras en el 2019, Barbados (febrero), Jamaica (abril) y Perú (abril). Argentina podría ser el miembro número 20 (imagen siete).

Imagen 7: Países miembros de BRI en América Latina y el Caribe.
Fuente: Elaboración del autor.

Además de CELAC, el otro mecanismo regional que involucra más a estos países del Gran Caribe es la AEC. De 25 miembros, 14 participan en BRI, a decir; Antigua y Barbuda, Barbados, Costa Rica, Cuba, Dominica, El Salvador, Jamaica, Granada, Guyana, Panamá, República Dominicana, Suriname, Trinidad y Tobago y Venezuela. Además en AEC se encuentran los ocho países del área que no tienen relaciones con Beijing. Lo que constituye un espacio para el relacionamiento y cooperación en temas como conexión de transporte, enfrentamiento al cambio climático, etc.

El avance de la iniciativa de BRI hacia el Gran Caribe puede propiciar la inserción de China en la AEC como se ha expresado anteriormente, ya sea mediante su solicitud como observador, pero también pudiera fomentar tal como sucede en Europa Oriental un mecanismo similar a 17+1. En este caso particular sería el de 14+1, en el que permite concertar acciones directas de los miembros de BRI con China. Actualmente se carece de una plataforma real, como también los diversos Estados caribeños desconocen los mecanismos institucionales o las vías para presentar proyectos a China como parte de la iniciativa. Tampoco se conocen los pasos precisos para el desarrollo de proyectos e incluso la búsqueda de financiamiento.

Existen potencialidades con la región para promover el desarrollo de zonas económicas especiales e intervincularlas mediante infraestructuras en las que condicionarán un mutuo beneficio propuesto por Beijing. En la misma medida que se eleve la conectividad y el desarrollo de infraestructura contribuirá a aumentar el vínculo marítimo con China e incluso aéreo teniendo en cuenta que algunos países como Panamá y Cuba tienen vuelos directos.

Aún con el bloqueo económico y financiero de Estados Unidos contra Cuba pueden desarrollarse proyectos conjuntos en el marco de AEC o Cuba-CARICOM en relación con proyectos de fuentes de energía renovable, contra desastres (experiencia cubana) incluso con países que tienen relaciones con la provincia china de Taiwán. Los países miembros de BRI en el Gran Caribe pueden emprender con China un proceso de desarrollo multidestino. Es un espacio para mostrar a Cuba como complemento y no como competencia. A la vez, se pueden expandir los propios mecanismos chinos como es el caso de avanzar de cara a Union Pay que pueda favorecer el tráfico aéreo y la recarga de combustible, sin hablar de las operaciones financieras que puedan realizarse en yuanes. 

Experiencia del caso de Granada en la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

Granada y China establecieron relaciones diplomáticas en 1985. Pero luego fueron interrumpidas en 1989 y vuelven a ser restablecidas en 2005 cuando el gobierno del primer ministro Keith Mitchell renovó los lazos con Beijing. En 2015 firmaron un acuerdo de libre visado para viajar por 30 días en todas las categorías de pasaporte entre ambos países. Ello ha permitido aumentar el número de turistas chinos en la nación caribeña. El país trata de mantener un equilibrio en sus relaciones con Washington y con Beijing.

Entre 2005 y 2018, 190 estudiantes granadinos estudiaron en China sobre Programas de Becas Gubernamentales chinas. Muchos estuvieron involucrados en diferentes y prestigiosas universidad chinas en diversas especialidades como Macroeconomía, Relaciones Internacionales, Medicina, Agricultura, Finanzas, Planificación Urbana, Ingeniería Ambiental entre otros. Durante el mismo período 1691 granadinos han pasado seminarios o cursos cortos en China. Recursos humanos ha sido uno de los sectores de mayor cooperación entre ambas partes[2].

Granada fue el onceno país en integrarse a BRI en septiembre de 2018. La pequeña isla caribeña ha mantenido una fuerte intención de proyectarse como puente de China hacia el Caribe. Este fue uno de los primeros países que presentó un Plan de Acción ante Beijing en relación a BRI. A su vez, los días 28 y 29 de octubre de ese mismo año celebró una conferencia junto al gobierno chino bajo el tema: “Conferencia China-Caribe sobre la Implementación de la Iniciativa de la Franja y la Ruta” celebrada en St. George.

La conferencia fue  enfocada sobre los principios, trayectoria, rol a desempeñar por las partes en la implementación de BRI. Dentro de los países de CARICOM miembros de BRI están Trinidad y Tobago, Antigua y Barbuda, Dominica, Guyana, Jamaica, Barbados y Suriname. Además de los mencionados como miembros, asistieron delegaciones de Bahamas y San Vicente y las Granadinas (Grenada Now, 2019). Para China trabajar con Granada es relevante porque al realizar acciones en el marco de CARICOM le permitirá acercarse a San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves y Santa Lucía que mantienen aún relaciones con Taiwán y no con Beijing.

Particularmente Granada ha enfocado BRI con el Plan Estratégico Nacional 2030. En el memorándum de entendimiento (MOU) entre ambas naciones para la inserción de la isla caribeña a la iniciativa el modelo ha sido similar con el del resto de los países del Gran Caribe, al incorporar elementos de coordinación de políticas, facilidades de conectividad, comercio e inversión, integración financiera e interacción pueblo a pueblo. El interés granadino de elevar su relacionamiento con Beijing y su proactividad le condiciona un aumento de su posición, pese al tamaño geográfico del país.

Entre los proyectos más importantes están:

    1. Proyecto de la Ruta del Corredor Oeste
    2. Mejoramiento del aeropuerto
    3. Renovación del Estadio de Cricket y el Estadio Atlético
    4. Cooperación Técnica en Agricultura

Los dos últimos, junto a otros proyectos recibieron una asistencia china valorada en 38,4 millones de dólares.

La cooperación china frente a la estadounidense en el combate a la Covid-19 en la subregión.

En los momentos de avance de la pandemia Covid-19 en la región latinoamericana y caribeña en el año 2020 se destacó una disparidad en cuanto a la asistencia china en relación a la estadounidense. Este hecho constituyó un elemento de un mayor interés del Gran Caribe en los vínculos con la nación asiática. Sobresalió un incremento del apoyo de Beijing hacia la subregión, completamente diferente al gesto de Washington. Según los datos publicados por el Departamento de Estado, Estados Unidos donó 900 millones de dólares en el mundo (menos del 9% del PIB) y de ese total 83 millones de dólares solo fueron destinados a América Latina y el Caribe. Incluso, solo lo recibido por el Congo y Nigeria en África superó toda la ayuda estadounidense a la región latinoamericana hasta noviembre de 2020. China en cambio había desembolsado hasta ese momento 665 millones de dólares en esta parte del mundo (Malacalza, 2020).

Las tres cuartas partes de la asistencia estadounidense estuvieron dirigidas a Centroamérica y el Caribe. Las mayores donaciones de Washington fueron hacia Haití y Colombia, luego Guatemala, El Salvador y Honduras y por último Venezuela. El cual este último más vinculado a cuestiones de desestabilización bajo el concepto de narcotráfico aunque los datos de Departamento de Estado de Estados Unidos manifestaron que fue contra Covid-19. Por lo que la ayuda a Venezuela, fue directamente al ilegal Juan Guaidó y a organizaciones opositoras, aun cuando hay una parte que es al gobierno por la vía de organismos internacionales.

La asistencia china se ofreció través de diversos actores:

    • Partido Comunista de China,
    • Gobierno central,
    • Gobiernos locales,
    • Embajadas (en representación de gobiernos, empresas, otros e incluso donaciones propias),
    • Empresas chinas radicadas en China y/o sucursales en el exterior (Huawei, Tencent Holding, Alibaba, etc,),
    • Organizaciones no gubernamentales y Fundaciones (Alibaba, Jack Ma.)
    • Asociaciones de exbecarios en Iberoamérica,
    • Otras asociaciones,
    • Ciudadanos chinos y familias.

Particularmente, Jack Ma, fundador de la Compañía Alibaba y uno de los ciudadanos más ricos de China realizó donaciones de suministros médicos a 24 países de toda la región, incluidas dos millones de máscaras, 400 000 kits de prueba y 104 ventiladores, cubrió costos de transporte (Koop et al, 2020). Particularmente en el Gran Caribe puede percibirse una proyección activa de China, pero también de otros actores geopolíticos como Estados Unidos y la provincia china de Taiwán (cuadro uno).

Cuadro 1: Asistencia ofrecida por China, Estados Unidos y la provincia china de Taiwán al Gran Caribe (febrero-noviembre de 2020).

 

ESTADOS UNIDOS

CHINA

TAIWÁN

COLOMBIA

Aproximadamente 13,2 millones de dólares en asistencia humanitaria en la lucha contra Covid-19. Incluyó 8,5 millones de dólares previamente anunciado para provisión de aguas, suministros sanitarios, gestión de casos por Covid-19.

Envío de suministros médicos donados por el gobierno en el marco del 40 aniversario de las relaciones. Estos fueron entregados por la Embajada china en Colombia: 30.000 kits de prueba, 980.000 máscaras de protección quirúrgicas, 500 termómetros infrarrojos, 500 vestidos de protección, 1.000 guantes, 10.000 máscaras N-95. Por otro lado la Compañía Alibaba donó 100.000 tapabocas, 20 000 kits de reactivos para pruebas y cinco respiradores.

 

VENEZUELA

Más de 12,3 millones de dólares previamente anunciados dirigidos para ser administrados y ejecutados no por el gobierno constitucional, sino por el dirigente opositor Juan Guaidó y partidos opositores. En concreto el financiamiento es más para actividades de subversión que para el enfrentamiento a la pandemia Covid-19. El Instituto Wilson planteó que 500.000 dólares fueron en cooperación con la Agencia para los Refugiados de la ONU, 320.000 dólares de UNICEF, 40000 del Fondo de la Población (UNFPA) y un millón de la Organización Mundial de la Salud.

Venezuela fue uno de los primeros en recibir suministros médicos chinos con un envío de 4.015 kits de prueba, reactivos químicos, purificadores y guantes el 19 de marzo. El segundo cargamento fue de 500 000 kits de pruebas rápidas, 70.000 termómetros infrarrojos y un equipo de 8 especialistas chinos (condecorados con la Orden Francisco de Miranda). También envió en abril cuatro ventiladores, trajes de protección, lentes, mascarillas y guantes para un total de 22 toneladas. En marzo envió 55 toneladas de material médico. El 13 de mayo, China entregó su quinta ayuda técnica.  Posteriormente a mitad de año envió más.

 

COSTA RICA

Aproximadamente 900 mil dólares in fondos para asistencia humanitaria en la lucha contra Covid-19. 20.700 máscaras quirúrgicas, 57 000 guantes, 2250 gafas protectoras, 4.150 máscaras N-95.

Donación el tres de abril del gobierno de 100 mil mascarillas, 10.080 pruebas de PCR, cinco máquinas de presión continúa de las vías respiratorias, cinco ventiladores. La Embajada china realizó donaciones de pruebas para detectar Covid-19 y gestionó con las fundaciones Jack Ma y Alibaba otras donaciones. El 26 de abril llegó el primer vuelo chárter pagado por Costa Rica con 40 toneladas de donación de batas descartables, respiradores N-95, mascarillas de uso médico, lentes de seguridad y guantes. La donación total fue de 55 toneladas.

 

CUBA

 

Entrega 6 de abril de 2.000 mascarillas, 10.000 máscaras quirúrgicas, 2.000 trajes protectores desechables, 500 termómetros infrarrojos, 2.000 gafas protectoras e igual número de pares de guantes protectores y pares de zapatos de aislamiento. Además de la donación del gobierno, la empresa Yutong entregó 10.000 trajes protectores y 100 mil mascarillas. El 20 de mayo se realizó otra donación de suministros sanitarios. Ciudadanos chinos que estudiaron en Cuba organizaron donaciones y la compra de insumos para respaldar a Cuba. Hasta el 28 de marzo habían recaudado 18 193 dólares. Se produjeron otras, a la vez que no se concretó un envió de la Fundación Jack Ma por el bloqueo económico y financiero de Estados Unidos al país. Otras donaciones contabilizadas por el Instituto Wilson sumaron 14.000 kits de prueba, 3.272.000 máscaras de cirugía, 38 ventiladores pulmonares, termómetros infrarrojos 500, 22 000 vestidos protectores, 102.000 guantes, 12.000 gafas, 2.000 zapatos de aislamiento, 6.000 máscaras N-95 y 300.000 dólares de donación.

 

EL SALVADOR

6,6 millones de dólares de financiamiento para respuesta a Covid-19. Además 250 ventiladores.

China donó insumos médicos el 22 de abril. La Embajada china entregó una donación del gobierno consistente en 10.080 kits de pruebas, 120 000 máscaras quirúrgicas, cinco ventiladores, 300 termómetros digitales, 2.000 vestidos de protección, 10.000 máscaras N-95. En marzo había entregado una donación de 250 mil dólares.

 

GUATEMALA

8,4 millones de dólares en asistencia, incluye 6 millones en nueva asistencia internacional para riesgo de problemas de agua, sanidad e higiene.

 

Donación de 5.000 kits de pruebas, 12.000 prendas de aislamiento, 6.000 trajes de protección de bioseguridad y 30.000 mascarillas N-95. Además, dos millones de mascarillas quirúrgicas, 12 cámaras térmicas, 1 500 termómetros infrarrojos, cuatro sistemas de detector automáticos, dos analizadores PCR con kits de pruebas, 81 600 sopas instantáneas, equipo médico y un millón de dólares.

HAITÍ

13,2 millones de dólares en asistencia humanitaria para apoyar riesgo de comunicaciones, esfuerzos para mejorar sistema de agua y sanidad, prevenir infecciones y enfrentamiento a Covid-19.

7 de mayo China envió 50 mil máscaras para el personal de atención médica, 200 máscaras quirúrgicas, 100 respiradores artificiales y accesorios, 500 camas completas y más de 700 mil gafas protectoras.

 

HONDURAS

5,4 millones de dólares en asistencia, incluyó tres millones de dólares en nueva asistencia humanitaria para riesgo de comunicaciones e intervención en agua, sanidad e higiene y 2,4 millones en asistencia sanitaria contra la Covid-19 anunciada para apoyar al gobierno.

 

El 10 de abril entregó 180 mil mascarillas. El segundo lote posterior llegó con 100 mil mascarillas más.

MÉXICO

No para Covid-19, pero si 1,8 millones de dólares en asistencia humanitaria para apoyar a los refugiados. 1.000 ventiladores y 1.000 máscaras N-95.

Dos fundaciones chinas (Jack Ma y Alibaba) donaron al gobierno de México, 100.000 mascarillas, 50.000 nuevos kits de prueba y cinco respiradores. 100 mil kits de pruebas, 686 500 máscaras de cirugía, 1.280 ventiladores, 20.000 termómetros infrarrojos, 10.000 gafas protectoras, 20.000 vestidos protectores, 300 máscaras N-95.

 

NICARAGUA

750.000 dólares para proveer entrenamiento sobre prevención de infección y control, gestión de pandemias y otros por Covid-19

 

El 4 de junio donó 1.500.000 mascarillas, posteriormente el 22 de junio donó 30.000 mascarillas N-95, 4 500 batas descartables impermeables y 9 mil vestidos de aislamiento. El 16 de julio la empresa taiwanesa Roo Hsing Garment operadora en la zona franca de Nicaragua donó 20.000 mascarillas

PANAMÁ

825 mil dólares, de los cuales 750 mil dólares habían sido previamente anunciados para asistencia sanitaria para optimizar las capacidades de salud. 33.750 máscaras quirúrgicas y 25 termómetros infrarrojos

En marzo el gobierno rechazó donación de la compañía China Construction America para convertir temporalmente el Centro de Convenciones de Amador en un hospital modular. 207 500 máscaras quirúrgicas, 10 ventiladores, 200 termómetros digitales, una cámara térmica, 100 vestidos de protección, 2.000 guantes, 1.500 máscaras N-95.

 

REPÚBLICA DOMINICANA

Aproximadamente 3,7 millones de dólares en los esfuerzos a la respuesta a la Covid-19 de los que incluyen 275 mil dólares previamente anunciados. Además envió 2.000 kits de pruebas.

El 27 y 28 de marzo, la empresa Huawei Technologies Dominicana proporcionó solución por la Inteligencia Artificial para asistir la tomografía computadorizada a fin de detectar el coronavirus de forma más rápida a un hospital regional y la empresa Microport donó 100.000 mascarillas al servicio nacional de Salud.  La Universidad de Tsinghua donó 1.000 pruebas PCR. El 3 de abril las fundaciones Jack Ma y Alibaba donaron 50.000 mascarillas, 15.000 reactivos de detección de PCR y cuatro ventiladores. Donación el 13 de abril de materiales anti epidémicos por un valor de 100.000 dólares, entre ellos 1.000 piezas de ropa de protección médica, 100 termómetros infrarrojos de mano para medir la temperatura de la frente, 1.000 máscaras para uso médico, 500 pares de guantes quirúrgicos de caucho esterilizados desechables y 500 pares de cubiertas de zapatos de aislamiento médico. El 11 de mayo, la Embajada china entregó donación a la alcaldía del distrito Nacional.  El día 15 el Embajador chino realizó donación de 500 mil dólares a la alcaldía de Santiago. El dos de junio la Embajada donó a la Universidad Autónoma de Santo Domingo 10.000 mascarillas.

 

ANTIGUA Y BARBUDA

Se apoyó mediante un esfuerzo regional con un financiamiento conjunto de 2,2 millones de dólares que incluyó a Antigua y Barbuda, Barbados, Dominica, Granada, Guyana, Suriname, San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves y Trinidad y Tobago.

15.000 kits de prueba y 30.000 máscaras faciales (distribuida entre otros miembros de CARICOM)

 

BAHAMAS

750 mil dólares como asistencia humanitaria en la lucha contra Covid-19.

La Embajada china presentó un Plan de Diagnóstico y Tratamiento preparado por médicos chinos al gobierno de Bahamas el 6 de marzo. Al 30 de abril se había donado tres equipos sanitarios, entre los cuales estuvo uno de la embajada china con 1000 test para detectar Covid-19. El gobierno chino donó máscaras N-95, gafas, zapatos protectores, termómetros infrarrojos, entre otros.

 

BARBADOS

El apoyo ofrecido es parte de la que se explicó en la asistencia a Antigua y Barbuda.

La Embajada china en Barbados realizó una donación de 7000 máscaras de protección quirúrgicas, 5000 respiradores KN-95, 8450 guantes de protección, 4530 gafas de protección médica, 250 termómetros infrarrojos y un ventilador (dos donaciones).

 

BELICE

300 mil dólares en asistencia humanitaria en la lucha contra Covid-19.

15.000 kits de prueba y 30.000 máscaras faciales (distribuida entre otros miembros de CARICOM)

Donó dos millones de dólares. Además entregó 200.000 máscaras quirúrgicas, 10.000 máscaras N-95, 500 termómetros infrarrojos, 2.000 vestidos de protección, 4.000 trajes de aislamientos, dos analizadores de PCR, 720 kits de prueba PCR y 10.000 tapones nasales.

DOMINICA

El apoyo ofrecido es parte de la que se explicó en la asistencia a Antigua y Barbuda.

15.000 kits de prueba y 30.000 máscaras faciales (distribuida entre otros miembros de CARICOM)

 

GRANADA

El apoyo ofrecido es parte de la que se explicó en la asistencia a Antigua y Barbuda.

15.000 kits de prueba y 30.000 máscaras faciales (distribuida entre otros miembros de CARICOM)

 

GUYANA

350 mil dólares en asistencia humanitaria anunciada previamente en la lucha contra Covid-19.

15.000 kits de prueba y 30.000 máscaras faciales (distribuida entre otros miembros de CARICOM).

 

JAMAICA

1 millón de dólares en asistencia anunciada en la lucha contra la Covid-19

3.000 kits de prueba, 30.000 máscaras quirúrgicas y 4 ventiladores. Además 15.000 kits de prueba y 30.000 máscaras faciales (distribuida entre otros miembros de CARICOM)

 

SAN CRISTÓBAL Y NIEVES

El apoyo ofrecido es parte de la que se explicó en la asistencia a Antigua y Barbuda.

15.000 kits de prueba y 30.000 máscaras faciales (distribuida entre otros miembros de CARICOM)

La empresa TaiDoc Technology Corp. donó 35.000 termómetros y 250 sistemas de medición automática (se compartió con otras naciones del Caribe que tienen lazos con Taiwán).

SANTA LUCÍA

Ídem

Ídem

 

SURINAM

Ídem

Ídem

 

TRINIDAD Y TOBAGO

250 mil dólares en asistencia anunciada en respuesta a la Covid-19.

Donó 4.000 kits de prueba el 18 de marzo y 1.000 kits de prueba el 29 de abril.

 

Por otro lado, el PCCh realizó varias reuniones virtuales con partidos de la región para intercambiar experiencias y sobre todo evaluar la situación en la que participaron representantes de Cuba, México, Venezuela por la parte del Gran Caribe. A la vez, el gobierno chino desarrolló una reunión especial con los países del Caribe que tienen relaciones diplomáticas con Beijing. El encuentro se dio a nivel de viceministros de Relaciones Exteriores en respuesta a la epidemia de la Covid-19. En este encuentro participaron Granada, Surinam, Guyana, Trinidad y Tobago y Jamaica. Particularmente por Dominica el propio primer ministro, quien presidió la reunión por la parte caribeña.

Por otro lado, debe hacerse referencia a la donación por parte de China de vacunas a países de la subregión. El grupo Sinopharm donó vacunas a Guyana, mientras el gobierno chino envió a República Dominicana, Venezuela. Mientras países como Colombia y El Salvador (Sinovac), República Dominicana, Panamá y Costa Rica han adquirido vacunas chinas. En tanto, México administra las vacunas chinas CanSino y Sinovac. Además luego de reunión entre la cancillería china y un grupo de países de la región de los cuales del Gran Caribe estuvieron Colombia, Costa Rica, Cuba, México, Panamá, Barbados y República Dominicana, el Consejero de Estado y ministro de Relaciones Exteriores chino Wang Yi, ofreció un préstamo de un billón de dólares para asistir a la región en su acceso a la vacuna china (Horwitz & Zissis, 2021).

Consideraciones finales

La presencia de China en el Gran Caribe tiene una connotación geoestratégica, a partir del interés en avanzar en sus relaciones internacionales, la participación de esta parte del mundo en BRI, así como por ser una de las zonas donde más países aún no le han reconocido oficialmente. Por otro lado, es un espacio cercano a Estados Unidos y en el que este ha tenido fuerte presencia junto a otros actores europeos, lo que genera preocupaciones, especialmente a Washington. En este sentido, constituye una de las áreas de confrontación estratégica por lo que hoy no se puede analizar los lazos en el Gran Caribe sin analizar la triangulación con China y Estados Unidos.

El primer gran éxito de China en el Gran Caribe ha sido el de lograr un acercamiento político, diplomático, cultural, económico y financiero más allá de las presiones de Estados occidentales.

El segundo éxito ha sido la extensión de BRI hacia la región. A petición de países del área se extendió el corredor de la Franja Marítima de la Ruta de la Seda hacia esta parte del mundo. Lo más llamativo es que de 19 países que se incorporaron en toda América Latina y el Caribe, 14 se ubican en la zona del Gran Caribe.

El tercero ha sido el haberse convertido en el principal financista de todos estos países incluso por encima de Estados Unidos, del BM, FMI y el BID, aunque no el principal socio comercial. No obstante, se percibe una reducción del financiamiento chino en el área, a la vez que, los propios bancos de la nación asiática han identificado como riesgosos los préstamos a esta parte del mundo.

En el aspecto económico-comercial es muy baja la presencia china en la zona en comparación con Sudamérica. China asume una mayor importancia para las importaciones de esta parte del mundo, pero el elevado déficit comercial genera preocupaciones a las naciones del Gran Caribe. En el ámbito inversionista, las IED chinas aún son muy bajas, especialmente en el marco de BRI. Además estas se concentran (más del 80%) en las finanzas en países entendidos como paraísos fiscales como Islas Caimán e Islas Vírgenes Británicas. El resto, en un porcentaje muy reducido ha comenzado a mostrar una diversificación en sectores no tradicionales como energía, automotriz, telecomunicaciones, etc.

El cuarto éxito radica en que la pandemia de la Covid-19 constituyó una oportunidad para extender la diplomacia sanitaria mediante la asistencia a diversos países del Gran Caribe, dentro de los cuales sobresalieron dos: Cuba y Venezuela. A destacar con el primero el trabajo para el desarrollo de una vacuna conjunta conocida como Pan-Corona. Ello abre potencialidades de cooperación sanitaria en el marco de BRI dentro de la subregión.

Entre las dificultades más importantes encontradas para el avance del proyecto chino ha estado en primero lugar la presión de Estados Unidos para que países centroamericanos no rompan relaciones con Taiwán para establecer con China. Ello sin mencionar, acciones directas de proyectos ejecutados por Washington que no fueron abordados en el artículo, pero que merecen ser mencionados como América Crece.

Uno de los desafíos para China en el área es que, a pesar del alto nivel de relacionamiento político con los 14 países integrantes de BRI del Gran Caribe, no se han concretado importantes proyectos específicos que puedan mostrarse como un gran éxito de la iniciativa en esta parte del mundo. Mientras por otro lado, en el actual contexto, el complejo problema de la pandemia también ha ocasionado un mayor nivel de endeudamiento de la región e impide promover grandes proyectos con grandes financiamientos.

A modo de resumen, esta es una gran oportunidad para que China pueda institucionalizar un mecanismo de diálogo político-diplomático con una agenda económico-financiera y hasta tecnológica bajo un esquema concreto a través de la creación del Grupo 14+1. En ese sentido, se pueden desplegar iniciativas concretas como la de la Ruta de la Seda Sanitaria o la Ruta de la Seda Digital en el Gran Caribe.

 

* Doctor en Ciencias Económicas. Coordinador del Grupo de Asia y Oceanía y miembro del Consejo Científico del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI) de Cuba. Miembro de SAEEG. 

 

Referencias bibliográficas

Bentang Zhao. China y Cuba: amigos y hermanos en los buenos y los malos momentos. Entrevista realizada por Yao Bei y Michael Zárate. China Hoy. 2020. <http://spanish.chinatoday.com.cn/2018/ft/202009/t20200924_800221803.html>. [Consulta:  mayo, 2020].

CEPAL. Perspectivas del Comercio Internacional de América Latina y el Caribe. ISBN: 978-92-1-004751-7. 2021. <https://www.cepal.org>. [Consulta: mayo, 2021].

Correa López, Gabriela. China en el Caribe: estrategia diplomática y de negocios México y la Cuenca del Pacífico, núm. 43, enero-abril, 2012, pp. 15-41. Universidad de Guadalajara, Guadalajara, México. 2012. <http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=433747374002>. [Consulta: mayo, 2020].

CRICAL. Institutos en América Latina. Directorio de Institutos Confucios de América Latina y el Caribe. 2021. <http://www.crical.org>. [Consulta: febrero, 2021].

Departamento de Estado. Update: the United States continues to lead the global response to Covid-19. 2020. <https://www.state.gov/update-the-united-states-continues-to-lead-the-global-response-to-covid-19-2/>. [Consulta: diciembre, 2020].

Dussel Peters, Enrique (2020). Monitor de la OFDI china en América Latina y el Caribe 2020. Red ALC-China. 2020. <http://www.redalc-china.org/monitor/>. [Consulta: diciembre, 2020].

Gaztambide, Antonio. La invención del Caribe a partir de 1898 (las definiciones del Caribe revisitadas). Universidad de Puerto Rico. TIERRA FIRME, Caracas, Año 21 – Volumen XXI, Nº 82. Abril-Junio, 2003. P.11. [Consulta: enero, 2021].

González Saez, Ruvislei. Informe comparativo sobre la asistencia china y estadounidense en América latina y el Caribe ante la Covid y países con presencia de Huawei. Centro de Investigaciones de Política Internacional. La Habana, Cuba. P. 1-23. 2020. [Consulta: enero, 2021].

González Saez, Ruvislei. II Foro China-Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Centro de Investigaciones de Política Internacional. La Habana, Cuba. P.3. 2018. [Consulta: enero, 2021].

Grenada Now. Some CARICOM members get a better understanding of China Belt and Road Initiative. 2019. <https://www.nowgrenada.com/2019/10/some-caricom-members-get-a-better-understanding-of-china-belt-and-road-initiative/>. [Consulta: enero, 2021].

Horwitz Luisa & Zissis Carin. Cronología: rastreando el camino hacia la vacunación en América Latina. 2021. <https://www.as-coa.org/articles/cronologia-rastreando-el-camino-hacia-la-vacunacion-en-america-latina>. [Consulta: enero, 2021].

Koop et al. América Latina pide ayuda médica a China para combatir el coronavirus. Diálogo chino. 2020. <https://dialogochino.net>. [Consulta: enero, 2021].

Legrá, Diana. Un análisis de las relaciones China-Caribe. Revista Economía Internacional. <http://www.rcei.uh.cu>. RNPS: 2395 ISSN: 2408-9893, Vol.7 No. 1 2020. Noviembre 2019-Abril 2020. [Consulta: enero, 2021].

Malacalza, Bernabé. La rivalidad Estados unidos-China en América Latina ¿hacia dónde fue la ayuda en la región durante la pandemia? CENITAL. Buenos Aires. 2020. <https://www.cenital.com/la-rivalidad-estados-unidos-china-en-america-latina/>. [Consulta: diciembre, 2020].

Montoute, Annita. Caribbean-China Economic Relations: what are the Implications? Caribbean Journal of International Relations & Diplomacy Vol. 1, No. 1, February 2013: pp.110-126. [Consulta: febrero, 2021].

Qin, Shi. China 1997. Editorial Nueva Estrella. Primera Edición. [Consulta: enero, 2021].

Quan Li & Min Ye. China’s emerging partnership network: what, who, where, when and why. International Trade, Politics and Development Vol. 3 No. 2, 2019 pp. 66-81, Emerald Publishing Limited 2586-3932, DOI 10.1108/ITPD-05-2019-0004. [Consulta: enero, 2021].

Soutar, Robert. ¿China está reduciendo sus préstamos en América Latina? 2019. <https://dialogochino.net/es/comercio-y-inversiones-es/24019-china-esta-reduciendo-sus-prestamos-en-america-latina/>. [Consulta: enero, 2021].

Tzili-Apango, Eduardo. México y China: Desarrollo de sus relaciones en el contexto COVID-19. REDCAEM. Working Paper Series (WPS) de REDCAEM, Revista N°21, marzo. 2021. <http://chinayamericalatina.com>.  [Consulta: marzo, 2021].

Wilson Center. AID from China and the US to Latin America amid the Covid-19. 2020. <https://www.wilsoncenter.org/aid-china-and-us-latin-america-amid-covid-19-crisis>. [Consulta: 23 enero, 2021].

Notas

[1] Haití es observador de CARICOM no miembro pleno.

[2] Información obtenida de https://www.nowgrenada.com del 25 de septiembre de 2019.

[3] La información de dicho trabajo fue a partir de la recopilación de las publicaciones de las Embajadas de China en la región, Embajadas de la provincia china de Taiwán, Gobiernos de la región, medios de prensa, el Departamento de Estado de Estados Unidos, universidades, etc.

©2021-saeeg®

EL DESORDEN INTERNACIONAL: SEIS ESCENARIOS INQUIETANTES

Alberto Hutschenreuter*

Posiblemente, el estado de desorden que existe en el mundo actual suponga uno de los desafíos más complejos al momento de pensar tendencias y desenlaces. Existen más cautelas, sí, en relación con apreciaciones que impliquen ascensos significativos en materia de cooperación internacional, particularmente entre los poderes preeminentes, como así en cuanto a “certificar” que temas como el comercio conllevan un automatismo en relación con el descenso de conflictos entre Estados.

A lo más, como concluye un interesante estudio sobre escenarios, se aprecia que podría mantenerse una convivencia relativamente pacífica entre aquellos poderes mayores que mantienen una profusa interdependencia competitiva en el segmento comercio-económico, es decir, Estados Unidos y China, pero destacando que la misma no acarrearía mejoras. Incluso aquellos expertos que reflexionan desde la esperanza que siempre supone el credo religioso, como por ejemplo el estadounidense César Vidal, se han vuelto cada vez más escépticos en relación con superar por medios políticos y económicos la crisis espiritual que sufren las sociedades.

El planteo o problema central es cómo será la trayectoria de las relaciones internacionales hasta alcanzar algún modo de configuración que implique “anclar” dichas relaciones a un patrón que aleje la discordia entre los Estados y afiance la gestión o concurrencia entre ellos. La experiencia enseña que un mundo desarreglado, es decir, no solo sin consenso entre “los que cuentan”, sino en situación de creciente desavenencia entre éstos, al punto que en algunos el estado es de “no guerra”, difícilmente pueda extenderse por demasiado tiempo. Si los propios órdenes internacionales suelen agotarse cuando se modifica el contexto o desaparecen las bases que lo gestaron y sustentaron, más precaria resultan las situaciones de desorden o desarreglo internacional.

El planteo resulta pertinente, pues, desde la situación en la que nos encontramos, dicha trayectoria difícilmente podría evitar turbulencias mayores o desenlaces altamente disruptivos entre los Estados, a menos que suceda algún acontecimiento internacional de escala, por caso, una gran conferencia o convención que suponga la antesala de acuerdos que trabajosamente, e incluso con dimisiones estratégicas, conduzcan a una configuración, aunque se trata de un acontecimiento que por ahora muy difícilmente ocurra.

Existen muchas realidades que dificultan tal rumbo favorable, algunas de las cuales la pandemia las galvanizó, por ejemplo, el nacionalismo de viejo y nuevo cuño, es decir, aquel reluctante ante el extranjero (cercano y distante), y este que se forja y vigoriza ante la inseguridad que implica lo desconocido, enfermedades contagiosas y globalismo, por citar dos muy presentes. Por otra parte, aunque se trata de una “regularidad” en las relaciones entre Estados, existe una creciente acumulación militar por parte de los países. No obstante, el hecho relativo con que en plena pandemia se haya invertido en el segmento de las armas más que en años anteriores (casi dos billones de dólares, según el informe 2021 del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, SIPRI) es un dato inquietante.

Pero hay otras semejantes o más complejas que aquellas. Consideremos básicamente seis de ellas: lo que podemos denominar “pluralismo geopolítico”; el creciente carácter intransigente de conflictos mayores; el multilateralismo descendente; la creciente configuración internacional “de facto”; la re-jerarquización internacional en contexto de la Covid 19 o de pos-primera ola; y, por último, el (posible) declive de civilizaciones.

En relación con la multiplicidad geopolítica, con ello queremos decir que a las clásicas dimensiones de la disciplina, tierra, mar, aire y espacio ulterior, se suman hoy el ciberespacio (en sus diferentes orientaciones, esto es, geopolítica de la conectividad pacífica, y geopolítica de la disrupción); los “territorios” funcionales a las denominadas “guerra híbrida” y “guerra gris”; la lógica territorial de los actores no estatales; y aquellos socio-espacios que fungen útiles para los actores no estatales, aunque también algunas veces para los mismos gobiernos.

Esta realidad es inquietante, pues la geopolítica tradicional siempre ha implicado (y no hay ninguna razón para que no continúe implicando) intereses aplicados sobre espacios geográficos con fines corrientemente asociados al incremento o a las ganancias de poder; es decir, supone conflictos. Pero los “nuevos temas” de la “geopolítica ampliada” no agregan algo diferente orientado hacia la cooperación (si bien es cierto que la conectividad pacífica supone adelantos en múltiples dimensiones), sino que, en buena medida, expanden las posibilidades de conflictos de nuevo cuño.

En efecto, la ciberguerra y los “espacios” utilizados en la guerras híbridas y grises, por caso, campañas de propaganda y utilización de recursos no militares ni cinéticos, suponen pugnas de poder o rivalidades a través de medios crecientemente sofisticados, pues el factor tecnológico-digital es clave para lograr ventajas internacionales. Pero se trata de una “nueva geopolítica” (más difusa en relación con las formas de guerras) que, a diferencia de la clásica geopolítica aplicada por los Estados en relación con la captura de territorios o proyección de intereses sobre zonas de recursos, puede ser ejercida por Estados “tercerizando” sus acciones por medio de “hackers patrióticos” y fuerzas irregulares, estrategias que implican “técnicas de poder” que “des-responsabilizan” de dichas acciones a un eventual Estado, o bien puede ser llevada a cabo por actores domésticos contra su propio Estado.

En cuanto a la lógica territorial de los actores no estatales como el terrorismo transnacional, la misma continúa siendo aquella que implicó un alcance global contra blancos situados en territorios nacionales altamente seguros, si bien actualmente dicho actor se encuentra en una etapa de (relativo) repliegue estratégico.

Finalmente, la profunda crisis socioeconómica que ha implicado la pandemia está fungiendo como “funcional” para el crimen organizado, que no solamente podría verse favorecido debido a la extenuación de capacidades de los Estados, algo que agudizaría aquello que hace décadas el estadounidense James Rosenau denominó “relocalización hacia abajo de la autoridad del Estado”, sino de lo que podemos denominar “consecuencias delictuales no deseadas de la pandemia”; un fenómeno que hace unos años lo observó muy bien la socióloga mexicana Rossana Reguillo Cruz en relación con el auge de las maras: “Cuando las instituciones se repliegan, otras ‘instituciones’ tienden a ocupar su lugar y los vínculos con el crimen organizado les han dado a estos jóvenes un lugar de pertenencia que no encuentran en la sociedad”. Es decir, la Covid 19 termina creando territorios deletéreos de inclusión social.

Pero, también, determinados gobiernos de cuño populista pueden favorecerse rentabilizando secuelas de la pandemia. Aunque resulte un fenómeno inicuo, el capital político que supone el “pobrismo funcional” representa el territorio de una geopolítica no clásica sino “evanescente” e inficionada, tanto en las ideas como en los hechos, por el fenómeno del relato. En otros términos, se trata de una “geopolítica de la decadencia”.

La geopolítica es acaso el segmento que registra las mayores extensiones. Sin embargo, es importante tener presente que la disciplina no puede desnaturalizarse, es decir, hay fenómenos nuevos que implican otros territorios, pero el fin siempre nos lleva a una relación intrínseca entre intereses políticos y geografía. Hay situaciones más vitales y reales, por ejemplo, los propósitos que tienen los poderes mayores en relación con el espacio ulterior, donde las concepciones nacionales prácticamente no ocultan fines asociados a la seguridad y la militarización; y hay otras en las que dicha relación es más difusa (e incluso posiblemente hasta cuestionable desde la disciplina). Pero en todas hay una situación en la que se suceden política, intereses y territorio.

Existe otra situación relativa con lo que podemos denominar irreductibilidad de los conflictos, un estado riesgoso pues prácticamente se acotan sensiblemente las posibilidades de lograr moderación por medio de negociaciones.

La región de Oriente Medio ha sido siempre la plaza de los conflictos irreductibles, por ejemplo; sin embargo, hay otros conflictos en los que la intransigencia de las partes en liza lo están tornando irreductibles. Concretamente, la situación de tensión que existe entre Occidente y Rusia, una rivalidad que, dado el estado en el que se halla, difícilmente se logren concesiones.

Por caso, ¿es posible suponer que la OTAN se comprometa a reducir significativamente la acumulación militar y renunciar a ampliar la membresía a países del este, como por ejemplo a Ucrania? Por su parte, ¿se puede esperar que Rusia abrace el “pluralismo geopolítico” y sea impasible a lo que suceda en su “vecindad inmediata”, como, por ejemplo, en Bielorrusia?

Es casi imposible responder afirmativamente a estos interrogantes estratégicos. Pero hay que agregar que la situación en Europa del este es una de las cuestiones. Sin duda, la principal; pero existe una canasta de conflictos entre Occidente y Rusia que plantean una nueva rivalidad que dificultan sobremanera hallar salidas, situación que, a su vez, dificulta posibilidades de considerar escenarios de pactos que prefiguren un esbozo de orden internacional.

En este contexto, la Unión Europea sostiene una geopolítica extraña o “blanda” fundada en la creencia de que sus normas e instituciones pueden (y deben) ser exportadas, y así “neutralizar” la geopolítica en clave clásica (que es la que predomina en el mundo allende las fronteras de la UE).

En tercer término, el multilateralismo sufre un descenso prácticamente sin precedentes, inquietante porque el mismo se inició bastante antes de la pandemia, aunque la enfermedad sin duda la precipitó. Será complejo re-construir un multilateralismo activo, no solo por las secuelas de desconfianza derivadas de la pandemia, sino porque la denominada “política como de costumbre” en las relaciones internacionales, es decir, las cuestiones relacionadas con la seguridad, la autoayuda, las percepciones, el poder, los intereses, el nacionalismo, etc., seguirá constituyendo el fondo de tales relaciones. Es verdad que “nada será igual” cuando finalmente pase la pandemia, pero ello no implica que nos encontraremos ante temas o situaciones superadoras de lo que viene sucediendo protohistóricamente en las relaciones entre Estados.

Existen múltiples conjeturas, algunas de ellas demasiados sobrevaluadas en relación con las esperanzas centradas en un futuro con “seguridades aseguradas”, por ejemplo, en materia de inteligencia artificial (IA, un entorno pos-humano), o en cuanto a una economía digitalizada. Pero se trata de conjeturas; más todavía, se podría pensar que los resultados terminen siendo totalmente contrarios a los aguardados y, por ejemplo, los Estados, sintiéndose amenazados ante cambios que “relocalicen su autoridad en todas las direcciones”, desplieguen medidas que los vigoricen hacia dentro y hacia fuera, hecho que afectaría más todavía el devaluado multilateralismo.

Quizá resulte pertinente recordar la conjetura estrella de principios de los años noventa: un mundo centrado en el comercio profuso, los bloques geoeconómicos y los regímenes ordenadores del mismo. Treinta años después, no solo nada de ello ha ocurrido, sino que el comercio entre actores mayores, Estados Unidos y China, es una fuente de desavenencias que, de complicarse más, podría provocar trastornos económicos mayores a escala global.

En cuarto lugar, el dinamismo económico de Estados Unidos y China se encuentra, por lejos, adelante de los demás, incluso de la UE, cuyo “desentendimiento” de la geopolítica no solo la priva de estar presente en uno de los segmentos clave de poder internacional, sino que la mantiene en un lugar de dependencia estratégica crónica.

Hay estudios que consideran que, a menos que ocurra una guerra entre estos dos poderes mayores, el mundo ingresará (“de facto”) a un modo u orden bipolar flexible, es decir, Estados Unidos y China proveerán (cada uno) los denominados bienes públicos internacionales, por caso, en materia de bancos, sin que ello suponga, como otrora, la existencia de cerradas esferas de influencia (en todo caso, dicho modelo se basará en una “geopolítica descentralizada”).

En este contexto, podría suceder que el gran emprendimiento geoconómico y geopolítico de Pekín que atraviesa el Asia central, “One Belt One Road” (“OBOR”), provoque tal concentración de participantes e interesados, entre ellos, la UE, que dicho bipolarismo experimente cada vez más crecientes rigideces, como consecuencia de la percepción estadounidense relativa con que su rival podría lograr considerables ganancias de poder.

En quinto lugar, la pandemia apresuró procesos de declinación de países e incluso grandes zonas continentales. Declinación interna e irrelevancia externa son realidades casi contundentes que echaron por tierra algunas conjeturas relativas con países o bloques en ascenso.

Para tomar un caso central, no todos, pero un importante número de países de América Latina se encuentra en un estado de declinación política, social, económica, tecnológica, etc., del que será complejo salir en el mediano plazo. De acuerdo con el Informe sobre el Panorama Social de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), el incremento de la pobreza, que fue sensible durante 2014-2019, supondrá tras la crisis de la pandemia un retroceso de más de 10 años y de dos décadas en términos de pobreza extrema. Sin duda ninguna, esta caída de indicadores, prácticamente un seísmo sin precedente, tiene un decisivo correlato en relación con la pérdida de posición de la región en el mundo.

En un trabajo publicado en “Nueva Sociedad” en febrero de 2021, Luis Schenoni y Andrés Malamud nos aportan datos clave en relación con la creciente irrelevancia de América Latina. Los autores demuestran que la región, comparada con otras regiones del globo, se halla en una trayectoria declinante desde hace décadas y que actualmente mantiene esa trayectoria: “La región perdió posiciones en todos los indicadores de relevancia disponibles, proporción de la población mundial, peso estratégico, volumen del comercio exterior, capacidad militar y proyección diplomática”.

Si a esta situación sumamos que desde antes de la pandemia se advertía desde la CEPAL que la región no podía quedar al margen de la “cuarta revolución industrial” y terminar arrastrada por el “tsunami tecnológico”, con la caída de las inversiones y la crisis económica casi integral en 2020 y en lo que va de 2021, será muy complejo incorporar la región a los procesos tecnológicos emergentes más sofisticados, la Internet de las cosas, la robótica, la inteligencia artificial, la genética, los activos satelitales, los drones, las cadenas de valor, etc., y marchar hacia una evolución social elevada, no ya como sucede en Japón, donde se considera que existe una “sociedad 5.0”, pero sí una comunidad más saneada de lastres como la corrupción, el crimen organizado y los “estilos políticos” orientados al pobrismo y la concentración de poder por el poder mismo.

Finalmente, una situación que tiende a ser eludida, postergada o ignorada. La relativa con las civilizaciones y la posible declinación de las mismas, una cuestión que pareciera de otro tiempo y hasta incluso perimida. Pero se trata de una cuestión que debe ser considerada en clave de procesos prolongados. Por ello, para autores como el sociólogo Krishan Kumar, existen indicios relativos con el regreso, como concepto y como modo de análisis, de la civilización.

Es preciso tener presente que se trata de una cuestión de orden superior a la erosión de poder de un actor o de una civilización. Se trata de pérdida de poder, sin duda, pero acompañada de la declinación de aquellos componentes o activos no necesariamente materiales que resultan clave para ser un centro de gravitación identitaria, política, económica, cultural, militar, etc., y de proyección de influencia y poder más allá de sus fronteras.

No nos referimos aquí a declinación desde una perspectiva de confrontaciones entre civilizaciones, conflictos que tienen lugar en las denominadas “líneas de fallas” intercivizacionales, una conjetura interesante y atractiva para el debate; sino a una situación más compleja y de extensión como es el ocaso de una determinada civilización, una regularidad en la historia, de modo que ello no implica ninguna novedad.

Habitualmente se hace referencia a la civilización occidental como la que se encuentra en un ciclo de declinación; sin embargo, es preciso distinguir la civilización occidental estadounidense y la civilización occidental europea; y es esta última la que podría encontrarse en tal ciclo. De hecho, desde 1945 (o quizá desde 1918) el poder dejó de habitar en Europa, desplazándose desde entonces hacia otros continentes. Nadie comprendió mejor dicha situación que el general Charles de Gaulle cuando en 1945 advirtió que en Europa hubo dos países que perdieron la guerra, mientras que los demás fueron derrotados.

Más de 75 años después, el poder no solamente permanece fuera de Europa, sino que la UE se empeña en desplegar una geopolítica (o más apropiadamente “anti-geopolítica”) de cuño híbrido centrada en intentar proyectar un modelo jurídico-institucional, ambición que ya ha demostrado sus (peligrosos) límites en relación con lo que sucede en la “placa geopolítica” de Europa del este. Pero a esta carencia geopolítica se suman los riesgos que supone el posible declive de su propia civilización, posibilidad por demás inquietante, pues ello podría a su vez implicar el declive y hasta desaparición de la mayor construcción de complementación e integración entre naciones.

Por tanto, si existe un sitio donde está regresando el tema relativo con la civilización, ese sitio es Europa. Si bien las fuerzas que levantan las banderas que vituperan aquello que es “políticamente incorrecto”, desde algunos segmentos políticos la cuestión es advertida, incluso desde lugares como la literatura. Por ello, de la misma manera que tímidamente se han comenzado a abordar cuestiones de geopolítica real y no tanto de “geopolítica blanda”, los europeos no harían mal en volver a tomar los “perimidos” textos de Spengler, Braudel, Toynbee…

En breve, presentamos aquí algunas situaciones que tienen lugar en el confuso mundo del siglo XXI. Las mismas discurren en un contexto de pandemia, pero preceden a la enfermedad; y, en algunos casos, se produjeron aceleraciones a partir de la misma. Además, tienen lugar en un cuadro de ausencia de configuración internacional, de creciente rivalidad entre Estados preeminentes, sin suficientes liderazgos y elites y con el retorno de temas que parecían anclados en el pasado. Un mundo cada vez más complejo para el gran reto que significa pensar tendencias y desenlaces.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) y en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia, entre los que se destacan “El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy”, “La gran perturbación. Política entre Estados en el siglo XXI” y “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”. Miembro de la SAEEG.

 

©2021-saeeg®

 

TRES SITUACIONES INTERNACIONALES. APRECIACIONES ESTRATÉGICAS

Alberto Hutschenreuter*

Imagen de PIRO4D en Pixabay

El escenario internacional se encuentra atravesado por una pluralidad de conflictos. Prácticamente no existe ninguna dimensión de la seguridad entre los Estados y, en un sentido más abarcador, a nivel internacional o mundial, que no se halle en situación crítica; incluso en la principal de ellas, la relativa con las armas de exterminio masivo, los “desajustes” producidos entre los poderes mayores (a partir del retiro de marcos de regulación cruciales) han incrementado el nivel de dudas en relación con la vigencia del propio equilibrio nuclear.

En clave esperanzadora, algunos expertos destacan que desde 1945 no ha sucedido ninguna nueva guerra generalizada, dando acaso por hecho que el mundo se ha alejado de ese fenómeno. Incluso algunos textos de escala del siglo XX, por caso, “Paz y guerra entre las naciones”, del francés Raymond Aron, por citar apenas uno de ellos, pareciera que se han vuelto perimidos frente a la emergencia de “nuevos temas”. Aunque casi no hay sitio para conjeturas confiadas, como ocurrió tras el final de la Guerra Fría cuando lo promisorio y lo habitual sobre el porvenir contaban con “perfiles” balanceados, existen “capillas” que tienden a considerar que “lo nuevo” podría implicar un horizonte que conduzca a los Estados a una era diferente, acaso alejada de las cuestiones que empujan a los actores a la rivalidad.

En esta perspectiva, el mundo cibernético, la “gestión climática” y, particularmente, la denominada inteligencia artificial (IA) serían los “aceleradores de la historia”.

Pero tal vez existe un exceso de confianza en ello.

En relación con el hecho relativo con más de siete décadas sin guerras entre poderes preeminentes, es necesario recordar que no ha sido del todo así, pues hubo choques entre actores de escala durante la denominada “paz larga”, por caso, la Unión Soviética y China, India y China, India y Pakistán, y también existieron situaciones de tensión extrema entre los dos centros geopolíticos sobre los que se apoyó el régimen interestatal post-1945. Pertinentemente, hace poco un prestigioso experto se refirió al “regreso de las tormentas”[1].

Las armas nucleares implicaron una nueva situación en el contexto estratégico-militar y en el cuadro del régimen internacional bipolar bajo todos sus estados, un tema muy bien estudiado por Morton Kaplan, otro “olvidado”. Ambos, armas letales y régimen, fueron realidades decisivas para que el mundo no marchara hacia un nuevo “estado de guerra”; dicho régimen también resultó capital para que los conflictos periféricos contaran con cierto nivel de “amortiguamiento”.

Pero el mundo continúa sin contar con una “vacuna contra la guerra”, pues las características principales de la política internacional siguen siendo las mismas de siempre: anarquía entre Estados, inseguridad, capacidades, intereses, incertidumbre ante las intenciones del otro, etc. De modo que mientras estos rasgos protohistóricos se mantengan, y no hay mayores razones como para considerar que se encuentran en retroceso, la política internacional no sufrirá cambios de escala.

Las cuestiones relativas con lo que podríamos denominar “nueva política internacional”, ciertamente permiten conjeturar en términos promisorios; pero es necesaria la cautela, pues en algunos de esos temas las necesidades de los Estados relativas con lograr ganancias de poder frente a otros, pues en la materia el poder es una realidad siempre relacional: importa en tanto se posee más que otro, podrían implicar un descenso (más) de la cooperación internacional, mientras que en otros el grado de incerteza es muy alto.

Por caso, en materia del “nuevo territorio” que supone la cibernética, un reciente estudio estima que las amenazas a la seguridad cibernética continuarán aumentando en 2021 por una razón central: un ciberataque es “una opción atractiva para los Estados porque es imposible probar las responsabilidades. Hay una guerra fría digital entre Estados Unidos, Rusia y China”[2].

Desde estos términos, si la “vieja geopolítica” implicaba siempre una cuestión de rivalidad entre los Estados por la pugna de intereses sobre territorios, la “nueva geopolítica” suma más conflicto entre Estados pues implica lo mismo que aquella, solo que en un territorio no mensurable.

En cuanto a la cuestión climática, las regulaciones impulsadas para detener el deterioro medioambiental no siempre serán neutrales, puesto que podrían encerrar lógicas relativas con la esencia de las relaciones entre los Estados: relaciones de poder antes que relaciones de derecho. Por ejemplo, tales regulaciones podrían implicar restricciones o bloqueos a países cuyas necesidades de modernización económica afectarían el medio ambiente.

Finalmente, en relación con la mentada IA, las posibilidades de que la misma produzca cambios que supongan un mejoramiento en la conducta humana son, por ahora, muy conjeturales. Más aún, en la propia comunidad científica hay sectores que consideran que nunca se llegará a un desarrollo total de la IA.

Pero más allá de las apreciaciones que puedan existir en relación con los nuevos tópicos y sus consecuencias en la política internacional, son las cuestiones habituales las que nos sumen en una situación no solo de rumbo incierto, sino riesgoso; pues a la ausencia de un régimen internacional (el último fue el de la “globalización I” en los lejanos años noventa), aquellos que deberían encontrarse pensando formas de convivencia, los poderes preeminentes, se hallan en una situación de rivalidad que, en algunos casos, como ocurre entre Occidente y Rusia, parecería haber tomado un curso prácticamente irreductible, situación que suma inquietud estratégica, pues el rasgo de conflictos irreductibles parecía ser propio de los conflictos que tienen lugar entre los poderes de Oriente Medio, por ejemplo, entre Irán e Israel, pero no entre Occidente y Rusia una vez finalizada la pugna global este-oeste.

Si bien es cierto que las rivalidades entre Rusia y Occidente, por un lado, y entre China y Occidente, por otro, son las mayores y las que más preocupan, los disensos que desde hace tiempo se registran entre “Occidente y Occidente”, es decir, entre Estados Unidos y Europa, merecen una particular atención. Claro que no se trata de una situación que no es ni de guerra ni de paz, como sucede en los otros dos contextos de rivalidad; pero en función de determinadas realidades, de la dispersión del poder, de la posible reconfiguración internacional y de las propias necesidades de Europa, es una cuestión estratégica seguir la relación, sobre todo desde el regreso de los demócratas al poder en los Estados Unidos.

Por tanto, realicemos a continuación algunas apreciaciones sobre estas tres cuestiones internacionales de escala.

Occidente-Rusia: más allá de la Guerra Fría

Habitualmente se tiende a considerar que las relaciones entre Occidente y Rusia se deterioraron a partir de la cuestión de Ucrania, cuyo desenlace implicó la amputación territorial de Crimea por parte de Rusia en 2014. Es verdad que la situación se deterioró sensiblemente desde entonces, siendo el grado de acumulación militar regional de ambos (que incluye posibles escenarios de choques o querellas militares), las sanciones, los cruces de acusaciones, etc., los principales indicadores de ello.

Pero si se pretende disponer de una apreciación más abarcadora de este conflicto central y de cuya evolución dependerá en buena medida el orden interestatal del siglo XXI, es preciso dirigirnos a los años noventa, más específicamente desde el mismo final de la contienda bipolar; pues para la “superpotencia solitaria”, como bien la denominó Samuel Huntington por entonces, era un propósito estratégico mayor evitar que, tras el derrumbe de la URSS, surgiera un nuevo poder que volviera a desafiar a Estados Unidos.

La “Rusia inicial”, la de 1992-1994, confió casi enteramente en la complementación estratégica con Occidente. Fue hacia mediados de la década cuando Moscú concluyó que la concepción estadounidense se basaba en una suerte de “Yalta de uno”: no había nada que compartir desde la victoria, y sí rentabilizar la misma a través de procedimientos que maximizaran la categórica posición estratégica occidental y debilitaran la de Rusia. De todos esos procedimientos, la ampliación de la OTAN, sobre todo la siguiente a la inclusión de Polonia, República Checa y Hungría en ella, fue el que más dañó y tensó las relaciones con Rusia, un actor de poder eminentemente terrestre, y cuya sensibilidad geopolítica protohistórica ante la aproximación de poderes mayormente marítimos significaba que la seguridad nacional se encontraba en riesgo mayor.

Si de práctica de pluralismo geopolítico se trataba, es decir, de deferencia y respeto territorial, hay que decir que ha sido la OTAN la que transgredió tal concepto, exigido hoy a Rusia en relación con sus cercanos, es decir, las ex repúblicas soviéticas, particularmente Bielorrusia y Ucrania. Georgia, en 2008, y Ucrania, en 2014, dejaron en claro esas zonas geopolíticas rojas de Rusia.

De manera que la rivalidad actual entre Occidente y Rusia ha proseguido después de la Guerra Fría; pero se trata de una nueva rivalidad o compulsa, no de una nueva Guerra Fría. El conflicto actual no implica ninguna pugna global con base en ideologías universales. Básicamente, se trata de una rivalidad de cuño geopolítico. Desde Occidente se considera que Rusia, en cualquier caso, será siempre una potencia políticamente conservadora y geopolíticamente revisionista que amenazará a Europa, particularmente a Europa central.

Por ello, cuando consideramos la actual situación de Rusia a partir de los sucesos derivados del caso o “factor Navalny”, necesariamente hay que tener presente esta perspectiva. Pues sin duda que los hechos relativos con el líder opositor implican cuestiones de orden interno, pero también fungen desde los intereses relativos con la rivalidad entre Occidente y Rusia o, más apropiadamente, desde los propósitos estratégicos de Occidente frente a Rusia.

La situación socioeconómica de Rusia es pertinente en relación con el intento de lograr ganancias de poder por parte de Occidente. En efecto, desde Occidente el discurso pro-Navalny es prácticamente granítico: se coloca al político opositor como el “bueno” y al régimen encabezado por Putin como el mal, un discurso que recuerda al presidente Reagan cuando se refirió a la URSS como el “imperio del mal”.

Más allá de las observaciones que se puedan llegar a hacer al régimen ruso, en términos de política de poder, pues de ello se tratan las relaciones entre Estados, el ascenso de Navalny u otro opositor serían funcionales para Occidente, pues se trata de políticos que si llegaran a estar al frente de Rusia podrían repetir lo que durante el primer lustro de los años noventa implicó el presidente Yeltsin para Occidente: un mandatario funcional para sus intereses.

En otros términos, un cambio de hombres al frente de Rusia podría implicar el debilitamiento del “modelo patriota”, al tiempo que se fortalecería el “modelo globalista occidental”, que no es un “modelo global-idealista”: es un modelo de poder con centro en Occidente (es decir, en Estados Unidos, pues Europa hasta hoy continúa siendo un “seguidor” de éste), una suerte de “neo-wilsonismo” activo cuyo propósito es hacer de Rusia una potencia frágil, exportadora de materias primas y con una menguada influencia en los grandes temas internacionales.

De este modo, como en los noventa, toda “gran estrategia de Rusia”, enfoque que implica centralmente mantener influencia en el cinturón de Estados que constituyen el “extranjero próximo” y tender a construir un orden internacional más multipolar, tendría un alcance más formal que real[3].

En este contexto, resulta difícil apreciar una posible salida a la situación entre Occidente y Rusia, de allí la condición geopolítica casi irreductible a la que ha llegado la misma. La llegada de Biden no es favorable a la negociación, salvo que la primacía de la política interna termine por “congelar” el conflicto con Rusia. No debemos olvidar que tres momentos estratégicos de Estados Unidos ante Rusia en los últimos 40 años ocurrieron con gobiernos demócratas: el involucramiento de la URSS en Afganistán (en 1979), la ampliación de la OTAN (fines de los noventa) y los sucesos en Ucrania (2013-2014).

Occidente-China: una nueva contienda, no una nueva “Guerra Fría”[4]

La creciente rivalidad entre Estados Unidos y China ha instalado a los dos actores preeminentes como los principales “gladiadores” (para utilizar el término de Hobbes) de las relaciones entre Estados en el siglo XXI. Ningún otro conflicto, incluso el de Estados Unidos-Rusia, que considerando las capacidades convencionales y sobre todo nucleares de ambos puede parecer central, tiene la magnitud del conflicto chino-estadounidense.

Acaso lo más extraño de esta nueva rivalidad es que, después del comercio UE-China, se trata de la mayor interdependencia del mundo: nunca en la historia de las relaciones entre Estados hubo dos países cuyas economías estuvieran tan entrelazadas; vaya como dato relativo con ello que, en 2019, el año que se deterioran más sus relaciones, el comercio bilateral alcanzó la sideral suma de 540.000 millones de dólares, aunque no se trata de una cifra simétrica, claro, pues las ventas de la potencia asiática a Estados Unidos estuvieron cerca de los 400.000 millones de dólares, desequilibrio que, en gran medida, explica la ofensiva de Washington por lograr  reparación comercial, propósito que difícilmente vaya a modificarse con el presidente Biden.

Es precisamente ese notable vínculo el que, como bien señalan dos autores argentinos en una reciente obra, hace que cualquier gestión del mundo dependa muy fuertemente de la coevolución de las relaciones entre ambos poderes, para lo cual imperiosamente deberán salir de la “interdependencia negativa” en la que se hallan[5].

Ahora, no solo el segmento mercantil los mantiene enfrentados. El creciente poderío de Pekín y su notable expansión geopolítica, geoeconómica y geotecnológica ha inquietado a Estados Unidos, que incluso ha sido desalojado por el actor asiático en algunas de las “plazas” latinoamericanas donde tradicionalmente había mantenido ascendente comercial y coto geopolítico, por caso, Venezuela y, considerando algunas declaraciones gubernamentales, Argentina, dos de los actores con mayor viabilidad económica estratégica.

Pero es en la gran región del Mar de la China Meridional, e incluso más allá, donde la proyección de los intereses de China ha preocupado a Estados Unidos, al punto que su concepción geopolítica preferente ha mudado desde la región del Golfo Pérsico hacia la enorme masa líquida que se extiende desde el Mar de Japón hasta Australia.

Conforme el entorno estratégico selectivo se ha ido trasladando desde el núcleo occidental hacia el este del globo, y el orden internacional gestado en 1945 se encuentra en estado de fragmentación y disolución, Estados Unidos, el único país grande, rico y estratégico-militar del mundo, y este último segmento es el que aún lo desmarca de los demás, no solo velará por la defensa de sus aliados asiáticos, sino que buscará evitar que en ese escenario, atravesado por múltiples dinámicas, se erija un “hegemón”.

En buena medida, Estados Unidos retorna a uno de sus grandes geopolíticos, Alfred Thayer Mahan, quien preconizaba que el dominio de los mares, especialmente de las rutas o “carreteras” marítimas, aseguraba el control mundial. Entonces, últimas décadas del siglo XIX, Estados Unidos se encontraba recorriendo el camino que lo llevaría “desde la riqueza al poder”, y uno de sus propósitos geopolíticos fue afirmar su predominancia en la región del Mar de la China, para lo cual su victoria militar sobre España fue clave para anclar su poder en Filipinas, entonces y hoy, un área selectiva estratégica.

También en aquel momento, la potencia americana en ascenso prácticamente no tenía rival allí: China había sido derrotada por otro poder en ascenso, Japón, que se consolidaría en el norte tras su categórica victoria ante Rusia en 1905.

Pero poco más de un siglo después la situación se presenta diferente, porque China no es la China de 1895, ni la de fines de los años setenta, en el siglo XX, cuando tuvo su última guerra, con Vietnam, país que aquel había invadido en su zona fronteriza, para luego retirarse tras enfrentar una fuerte reacción vietnamita. Posteriormente, en 1988, y más recientemente en 2014, hubo otras querellas militares entre ambos por cuestiones geopolíticas en el mar, pero estuvieron lejos de la contienda de 1979.

Es decir, si el verdadero poderío de una nación se mide en función de la técnica de poder más riesgosa, la guerra, la última confrontación militar de China fue hace más de 40 años y, aunque para la opinión pública internacional fue presentada como un triunfo de China, en el terreno la realidad fue otra.

Cumpliendo con su concepción estratégica, Estados Unidos se encuentra trasladando parte de su flota a la región; no solo lo hace para “contener” los propósitos expansivos y post-patrióticos de China, es decir, proyectarse más allá de sus derechos territoriales. De alguna manera, China lo ha hecho, pues ha conformado una serie de instalaciones o “almacenes militares” a lo largo de la costa del sur asiático, que llegan incluso hasta África, continente en el que la potencia asiática se ha convertido en “el nuevo colonizador pacífico”.

Aunque la expansión china suele ser considerada en términos centralmente económicos, la misma resulta indisociable del factor militar, pues, las compañías chinas de escala, como ha sostenido recientemente un ex director de la inteligencia británica, mantienen una estrecha relación con el Ejército chino.

Sin duda, se trata de un poder ascendente, incluso más allá de su condición geopolítica clásica: el poder terrestre. En la segunda década del siglo actual, China parece decidida a sumar, a su condición de poder terrestre, el factor marítimo, Si juzgamos los esfuerzos que ha hecho hasta el momento y los proyectos navales, particularmente, nuevos submarinos, portaaviones y armas electromagnéticas en destructores, Pekín se afirma como uno de los poderes más preeminentes del mundo, es decir, aquellos con “condición geopolítica integral” (esto es, predominancia independiente en tierra, mar, aire y espacio exterior).

De acuerdo con los propósitos fijados por el mandatario chino en 2017, hay dos “años estratégicos”: 2035, cuando el Ejército se encontrará totalmente modernizado, y 2050, cuando “las Fuerzas Armadas chinas deberán constituir una de las más grandes y poderosas fuerzas mundiales, para convertir a su país en “un líder global en cuanto a fortaleza nacional e influencia internacional”, para expresarlo en las propias palabras del presidente Xi.

Sin embargo, más allá de estos hechos y proyecciones, es posible que lo que parece ser un hecho inevitable, una confrontación entre China y Estados Unidos, no suceda en los términos clásicos, y China, el más débil de los dos, opte por una estrategia predominante y generalmente exitosa entre los países de la región: la destreza por acción indirecta.

En rigor, con algunos resultados, es la estrategia que ha estado practicando desde hace años China, a través de medios propios de la confrontación asimétrica: sin hacer frente a Estados Unidos directamente, Pekín ha buscado “rebajar” la presencia o influencia norteamericana en el área del Pacífico por medios no militares, por caso, impulsando bancos regionales con monedas regionales que, en cierta forma, configuren un orden internacional regional, como supone Henry Kissinger se irá configurando el mundo, que afiance a los actores asiático-orientales, particularmente a China, y aminore la presencia estadounidense.

Pero, con el fin de evitarlo de modo directo, Pekín podría intentar algo más en su rivalidad frente a Estados Unidos: modificar el tablero, dejando a Estados Unidos prácticamente sin el argumento estratégico que lo acerque a una posible colisión con su rival en algún lugar del Mar de la China.

En este sentido, como bien sostiene Hervé Juvin, el gran proyecto OBOR (“One Belt One Road”) tendría fines políticos, es decir, el colosal diseño para atravesar geoeconómicamente Asia desde China hasta Europa, implicaría una reacción a la política exterior de Estados Unidos basada en el “pivot asiático”. Es decir, para este autor francés, OBOR se propone dividir Occidente aprovechando la falta de estrategia de éste[6].

Ahora bien, ¿supone este conflicto chino-estadounidense una “nueva Guerra Fría” como la denominan cada vez más?

No es apropiado emplear ese concepto para designar la rivalidad entre los dos poderes. Se trata de una “nueva contienda” pero no de una “nueva Guerra Fría”. La contienda entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética fue una singularidad irrepetible; un conflicto de nuevo cuño en las relaciones entre Estados que se extendió, prácticamente, durante todo el siglo XX. Porque si bien es habitual fechar su inicio tras 1945, la rivalidad se inició el mismo año 1917, cuando los hombres que tomaron el poder en Rusia pusieron en marcha una política exterior inusual y casi desconocida que no estaba dirigida a los gobiernos de los otros Estados sino a sus clases trabajadoras, en principio a las de la Europa industrial. Por ello, muy pertinentemente, el historiador Ernst Nolte se ha referido a “la guerra civil europea 1917-1945”.

Este dato es clave en relación con la singularidad de la Guerra Fría. La misma se fundó en cosmovisiones universales diferentes, que a partir de los años estratégicos 1917-1919 la simbolizaron y aplicaron Woodrow Wilson y Vladimir Lenin. A ello habría que sumar el alcance de la ecuación estratégica-ideológica en la que se basó la rivalidad: una pugna entre “ellos y nosotros” a escala global en la que casi no hubo sitio para terceras posiciones. Las denominadas “esferas de influencia”, un concepto geopolítico aparentemente perimido, signaron la contienda.

Asimismo, del poder nuclear de ambos dependió la seguridad de la misma humanidad; por ello, la “cultura estratégica” de los dos fue determinante para corregir desequilibrios que podían haber llevado la contienda hacia una peligrosa orilla del terror.

En ese mundo, la demanda de China, en los años setenta, para ingresar al mismo fue aceptada porque resultó funcional a Estados Unidos en su rivalidad ante su igual, la URSS. Es verdad que era su igual en términos estratégicos militares, no en otros segmentos de poder, pero la Guerra Fría se trató del segmento de “la seguridad, la geopolítica y el factor estratégico militar primero”. Fue precisamente no ser una superpotencia completa la carencia que determinó su derrota y, finalmente, su desaparición.

Ese mundo desapareció hace treinta años, si bien Estados Unidos no ha dejado de considerar a Rusia un rival, como hemos visto poco antes. Pero no se trata de una continuación de la Guerra Fría. Es otra nueva rivalidad centrada más en la incongruencia geopolítica de Occidente y la dificultad que le significa no tener un enemigo, que en un eventual revisionismo geopolítico ruso.

Nada de esto hay en la contienda chino-estadounidense. China nunca ha abandonado su idea de Imperio del Centro, pero ello no supone una ideología universal. No hay una ruptura de la diplomacia, como supuso la emergencia de la “nueva Rusia” en 1917[7].

Asimismo, si hay que definir el modelo chino en el siglo XXI, se trata de un autoritarismo de mercado que se ha beneficiado, en gran medida, de los bienes públicos internacionales que Estados Unidos proporcionó al mundo pos-1945 y que hoy se están agotando.

En el mundo de hoy, China despliega “poder agregado”, algo que no sucedió con la URSS en el mundo de la Guerra Fría, es decir, China se despliega en casi todos los segmentos de poder internacional, algo que también implica una vulnerabilidad, particularmente en el circuito comercio-económico, hecho que explica los cambios que se propone Pekín.

Pero la pugna autoritarismo-democracia entre China y Estados Unidos no representa un combate ideológico de alcance universal. Ello no supone una vía de la política exterior china tendiente a modificar regímenes políticos por todo el mundo. La expansión comercial no implica necesariamente alternativa ideológica.

Finalmente, incluso en el segmento estratégico-militar, es muy cuestionable que exista paridad entre los dos actores. La propia inteligencia china considera que el país se encuentra por detrás de los Estados Unidos. Con la URSS esta situación solamente se dio entre 1945 y 1949, cuando Estados Unidos dispuso de la supremacía por ser único actor con el arma nuclear.

En breve, no hay una “nueva Guerra Fría; existe una “nueva contienda” en el mundo y ella parece destinada a quedarse en el tiempo, e incluso hasta de la misma se podría llegar configurar un nuevo orden entre Estados, aunque no podemos saber a partir de qué tipo de desenlace podría llegar a gestarse el mismo.

Occidente-Occidente: el precio de la subordinación de Europa

No vamos a extendernos demasiado en esta situación internacional, pues la relación Estados Unidos-Europa no implica un caso de conflicto a un nivel de “ni guerra ni paz” como en los casos anteriores. Ambos mantienen una alianza estratégica y la llegada de Biden podría significar restablecer firmemente el vínculo atlántico que Trump ha llegado a erosionar, aunque no quebrar.

Sin embargo, acaso con Trump se ha ido una oportunidad para que la Unión Europea comenzara a salir de su zona de confort estratégico, es decir, la condición anti-geopolítica que supone que el “primus inter pares” de la seguridad atlántico-occidental sea Estados Unidos, quedando Europa relegada a un papel de subordinación y dependencia que no siempre resulta favorable para sus intereses.

En este sentido, así como en 1945 Truman ha sido el “facilitador socioeconómico” de una Europa enteramente derrotada (por los que perdieron militarmente la guerra y por los que “ganaron, pero perdieron” en función de que el poder se concentró en actores no europeos), Trump, al defender ante todo el “interés nacional primero”, ha sido, sin proponérselo, el “facilitador geopolítico” para esta Europa del siglo XXI que parece convencida de que es posible construir un mundo con base (únicamente) en patrones jurídicos-institucionales, lo cual es, de acuerdo con la experiencia, una anomalía internacional.

Ha sido precisamente esa visión la que llevó en su momento a Europa a pensar y documentar que las posibilidades de tensiones entre Estados en el continente prácticamente eran imposibles. Pero los sucesos que tuvieron lugar en Europa Oriental, que culminaron con la anexión o reincorporación del territorio de Crimea a Rusia, fueron categóricos en relación con esa prematura visión europea.

A partir de entonces, la UE se encuentra en conflicto con Rusia, situación que ha empeorado desde el envenenamiento que sufrió Alekséi Navalny en Rusia en agosto de 2020. Dicho acontecimiento impulsó no solo nuevas sanciones, sino una postura más firme por parte de la UE ante Moscú, particularmente desde la cancillería alemana.

Ahora bien, en función de los intereses propiamente europeos, ¿es congruente que la UE sostenga (por no decir siga) el enfoque estadounidense en relación con Rusia?

Sin duda que los hechos son importantes como para que Europa adopte posiciones, pero en alguna medida las mismas terminan por afectar los intereses geoeconómicos de Europa; por caso, Alemania, el país motor de la UE, mantenía con Rusia un intercambio comercial superior a los 100.000 millones de dólares antes que se produjera la amputación de Crimea. Desde entonces, la relación cayó a 60.000 millones de dólares, quedando afectados sectores como el de los automotores alemanes. Otros países de la UE, por ejemplo, Italia, también han visto afectado el vínculo comercial con Rusia.

Actualmente, el sector relativo con el suministro de energía (la UE recibe de Rusia más del 40% de sus requerimientos energéticos) atraviesa una situación crítica, pues las sanciones de Occidente han comenzado a extenderse a compañías de dicho sector. De nuevo, Alemania podría encontrase en una encrucijada geo-energética si finalmente avanzan las sanciones. Hay que recordar que el gas ruso llega a Alemania “de territorio a territorio”, evitando el paso por terceros que eventualmente podrían provocar inconvenientes en tal suministro.

Aquí es necesario regresar al propósito estratégico de Occidente, es decir, de Estados Unidos, en relación con debilitar a Rusia. Si finalmente se logra reducir significativamente el suministro de energía rusa a Europa, convirtiéndose Estados Unidos en uno de los nuevos suministradores, ello afectaría significativamente la economía (que desde hace tiempo se encuentra en problemas) de Rusia, país que se vería privado de ingresos no solamente críticos para buena parte de su economía, sino para las necesarias modernizaciones que necesita el país: tanto en el sector de energía como en la configuración de una nueva economía que le permita a Rusia desempeñar un papel más cabal en el escenario internacional. ¿Es de interés europeo que suceda esta situación?

Finalmente, si la situación de “no guerra” que existe hoy entre la OTAN y Rusia se dirigiera hacia un horizonte de tensiones mayores acompañadas de querellas militares, ¿se arriesgará la UE a una confrontación directa con Rusia?

El punto central es que la UE está participando de una situación geopolítica; y en la geopolítica los valores institucionales y jurídicos, los principales activos de la UE, pueden volverse relevantes y hasta adversos frente a los intereses de actores que nunca mezclan valores con intereses políticos aplicados sobre territorios, particularmente, Rusia, una potencia terrestre y de geopolítica real y vital.

Por tanto, la UE difícilmente será una potencia cabal en el siglo XXI si solamente basa su poder en la seducción que puedan ejercer sus instituciones y sus normas. Aunque le resulte refractaria, deberá incorporar, tanto en las ideas como en los hechos, la geopolítica. Porque fuera de la UE, el mundo continúa siendo el de siempre: “hobbesiano”, salpicado por ciertos “órdenes gestionados”.

Reflexiones finales

Nunca las relaciones internacionales se encontraron frente a tantas temáticas. Lo viejo y lo nuevo se cruzan alimentando diferentes conjeturas, aunque cada vez resulta más difícil contar con conjeturas auspiciosas sobre el rumbo del mundo.

Más allá del protagonismo de actores y cuestiones no estatales, en las principales placas geopolíticas del mundo los protagonistas son Estados. En este breve escrito intentamos describir tres situaciones relativas con Estados. Hay otras, claro, pero en las abordadas, particularmente en las que involucran a Estados Unidos, Rusia y China, se encuentran en liza y enfrentados intereses de actores mayores. Actores sobre los que recae la responsabilidad mayor de pensar una configuración internacional pactada y respetada que aleje a las relaciones internacionales de situaciones conocidas, incluso también de aquellas que ni siquiera podemos llegar hoy a imaginar.

 

* Alberto Hutschenreuter es Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación y en la Universidad Abierta Interamericana. Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia.

 

Referencias

[1] Christopher Layne. “Coming Storms. The Return of Great-Power War”, Foreign Affairs, November/December 2020, <https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-10-13/coming-storms>.

[2] “The Top Geopolitical Risks of 2021”. Luminae Group, January 12, 2021, <https://www.luminaegroup.com/top-geopolitical-risks-2021>.

[3] Sobre la denominada gran estrategia rusa, ver: Francisco Javier Ayuela Azcárate, “Apuntes sobre la gran estrategia de la Federación Rusa”. Global Strategy, 13/01/2021.

[4] Adaptación del desarrollo que aparece en el libro de Alberto Hutschenreuter, Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2021, p. 153.

[5] Esteban Actis, Nicolás Creus. La disputa por el poder global. China contra Estados Unidos en la crisis de la pandemia. Buenos Aires: Capital Intelectual,, 2020, p. 276-278.

[6] Hervé Juvín. “The New Silk Road and the Return of Geopolitics”. American Affairs, Spring 2019, p. 76-88.

[7] Carlos Fernández Pardo, Alberto Hutschenreuter, Versalles, 1919. Esperanza y frustración, Buenos Aires: Editorial Almaluz 2019, p. 66.

 

Artículo publicado en el Anuario del CEID 2020, el cual puede ser descargado gratuitamente desde la página https://saeeg.org/wp-content/uploads/2021/05/ceid_anuario_2020.pdf

©2021-saeeg®