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LA «GLAMUROSA» DECADENCIA DE OCCIDENTE

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: Xinhua/Li Xueren.

 

Son muchos los ensayos que en los últimos meses observamos en la producción editorial para analizar el declive de Occidente. Desde Emmanuel Todd hasta Amin Malouf, las estanterías de las librerías muestran una oferta prolífica de estudios que intentan descifrar porqué ese Occidente democrático, capitalista, liberal y plural que hasta ahora conocíamos como aparentemente insuperable está experimentando una cada vez más evidente e inocultable decadencia de poder. Un reflejo que también se ve en la industria del entretenimiento: una serie estadounidense, «Civil War» en la plataforma de pago Netflix adelanta un escenario distópico de ficción sobre la decadencia de EEUU.

Esta perspectiva de declive se aprecia en los esfuerzos que cada quien hace para «arreglar» los conflictos actuales. Mientras el presidente estadounidense Joseph Biden anunciaba una ayuda militar «histórica» para Ucrania previo a la Cumbre de la OTAN de Washington (11-12 de julio) que entronizará al holandés Mark Rutte como el nuevo secretario general de esta organización, el mandatario húngaro Viktor Orbán, en calidad de presidente rotativo de la UE, regresaba de una gira por Kiev, Moscú y Beijing con la finalidad de intentar acercar posturas para concretar un posible cese al fuego y una salida negociada de una guerra, la ucraniana, tan estancada como preocupante debido al riesgo de pulso nuclear. Una guerra que Occidente sabe que Ucrania no tiene posibilidad de ganar, a pesar de los millares de dólares y armamento invertidos para apuntalar en el poder a un Zelensky cada vez más contestado e impopular en su país.

Por otro lado está la imagen de los «grandes» líderes occidentales. Encontramos a un Biden senil, incapaz de articular con garantías un debate presidencial con su rival Donald Trump. Dentro del Partido Demócrata crecen las cábalas de un posible reemplazo electoral aún incierto mientras el entorno de Biden asegura que irá «hasta el final».

Una imagen más contrastada la dan los líderes euroasiáticos, rivales del Occidente «atlantista». Previo a la cumbre de la OTAN en Washington, el presidente chino Xi Jinping y su homólogo ruso Vladímir Putin volvieron a escenificar su sintonía estratégica en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) celebrado la semana pasada en Kazajistán.

Tras el fracaso de la Cumbre de la Paz para Ucrania celebrada en Suiza, Washington y sus aliados europeos apuestan por la continuidad de la guerra «hasta el último ucraniano» (Biden dixit). Por su parte, Beijing, con el beneplácito de su aliado ruso, impulsa iniciativas de negociación que, cuando menos, resultan más coherentes y efectivas, fortaleciendo al mismo tiempo las expectativas chinas de reconducir un sistema internacional cada vez más anárquico.

Visto en perspectiva, Occidente está perdiendo su capacidad de soft power para propiciar la resolución de conflictos mientras China tiene capacidad para alcanzar acuerdos, reforzando así su posición de poder emergente.

Más allá del poder político, el tratamiento de los mass media occidentales a la gira de Orbán raya en lo patético. Critican al controvertido líder húngaro, fortalecido tras las recientes elecciones parlamentarias europeas, como una especie de «títere» de Putin y Xi. Un tratamiento menos benévolo que la posición light que Biden tiene con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, cuya injustificada masacre en Gaza comienza a observar una situación similar a la ucraniana: un frente militar atascado y sin avances mientras la sociedad israelí comienza a registrar malestar y protestas contra la guerra, pero no exactamente a favor de una causa palestina que, cuando menos, también comienza a registrar solidaridad en Occidente.

Pero no es únicamente Biden el protagonista de esta «decadencia» occidental. El presidente francés Emmanuel Macron debió confeccionar a última hora una especie de Frente Popular circunstancial para salvar un envite electoral desastroso por el avance de la ultraderecha de Marine Le Pen en las recientes legislativas francesas. Macron apuesta por una cohabitación donde la izquierda de Jean-Luc Mélenchon puede ganar peso; pero al mismo tiempo abre un compás de incertidumbres sobre el futuro de la política francesa de cara a las presidenciales de 2027, tomando en cuenta que el ascenso de Le Pen no es perceptible únicamente en París sino también en Bruselas.

En la UE tampoco están para experimentos. La cohabitación vía cordón sanitario contra una ultraderecha políticamente dividida también se impone por obra y gracia de la todopoderosa recién reelecta presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen. El establishment europeísta conservador-socialdemócrata precisa frenar también dentro de las instituciones europeas al multiforme «frentismo» de la ultraderecha en la que Orbán, Le Pen y la primera ministra italiana Giorgia Meloni no terminan de coincidir.

Porque VOX ya decidió integrarse en la plataforma «ultra» de Orbán (Patriotas por Europa) en el nuevo Parlamento Europeo que legislará hasta 2029, junto con otros partidos austríacos y checos. La movida de fichas de VOX vía Orbán puede acercarlo indirectamente a Moscú, toda vez Meloni (pro-OTAN y pro-Ucrania) deberá reacomodarse en este nuevo escenario donde Orbán y Le Pen parecen acordar estrategias comunes. Y todos ellos mirando también para Washington pero no a Biden sino a la posibilidad de un retorno de Trump a la Casa Blanca.

En Londres, las elecciones generales de 4 de julio pusieron fin a 14 años de gobiernos conservadores con un contundente retorno de los laboristas al poder, ahora en manos de Keir Starmer. Esto no parece, a priori, influir en algún tipo de cambio sustancial de la política británica con respecto a la OTAN y la ayuda a Ucrania pero sí que puede anunciar un «reseteo» del Brexit, para complacencia de von der Leyen y de las élites de Bruselas.

No olvidamos tampoco Irán, que eligió nuevo presidente en la figura Masoud Pezechkian (69 años) considerado un reformista pero con escasa capacidad de maniobra en un régimen teocrático profundamente conservador. De origen kurdo-azerí, la elección de Pezechkian puede revelar un estratégico cambio político para evitar malestar entre el poder central en Teherán y estas comunidades étnicas. Tras ganar las elecciones, Pezechkian habló inmediatamente con Putin para reforzar una alianza geopolítica que tiene puntos de concreción, desde Ucrania hasta el propio programa nuclear iraní. El giro euroasiático iraní mira más hacia Beijing y Moscú que a Washington y Bruselas.

En definitiva, los bloques «atlantista-europeísta» y el euroasiático sino-ruso conforman hoy la nueva «guerra fría» del siglo XXI. Tras visitar Corea del Norte y Vietnam y poco después de la cumbre de la OCS y de recibir a Orbán en Moscú, Putin visitó también la India afianzando acuerdos militares que refuerzan al complejo militar-industrial ruso. El eje Moscú-Nueva Delhi consolida las bases de este eje euroasiático en ascenso, sin desestimar las rivalidades geopolíticas entre India y China, ambos miembros de los BRICS junto con Rusia y Brasil, y que EEUU intenta fomentar para crear desestabilización en ese eje geopolítico.

A diferencia de la sintonía euroasiática, igualmente determinada por las circunstancias de los complejos equilibrios de poder del actual sistema internacional, las inquietudes y la incertidumbre políticas inundan las plazas de poder occidentales. Todo ello sin percatarse que ese declive está en marcha, con una percepción de final de «belle époque» que retrata un «glamour» cada vez más insostenible. Un siglo después, la predicción de Oswald Spengler sobre la «decadencia de Occidente» comienza a verificarse con mayor nitidez.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/a-glamurosa-decadencia-de-occidente-roberto-mansilla-blanco/.

LA GUERRA, LA PAZ Y EL ORDEN

Alberto Hutschenreuter*

Imagen: geralt en Pixabay, https://pixabay.com/es/illustrations/guerra-paz-circuito-principio-2017444/

 

Promediando la tercera década del siglo XXI, el principal rasgo del mundo es el pronunciado desequilibrio que existe entre las tres situaciones tradicionales en las relaciones internacionales: la guerra, la paz y el orden entre Estados.

Las dos primeras son una regularidad protohistórica, más la primera, pues desde la misma primera confrontación que registra la historia, la mítica batalla de Kadesh, la guerra y la paz no fueron situaciones que se sucedieron o alternaron, pues la guerra no solo fue el hecho predominante a través de los siglos, sino que no pocas veces fue el factor de cambio mayor en el curso de las relaciones entre Estados. No obstante, hubo ciclos de relativo «descanso» entre los actores, pero nunca hubo periodos de «paz total», es decir, inexistencia de choques armados y estado de armonía internacional.

En cambio, guerras totales, es decir, en las que los propósitos por parte de los contendientes consisten en la consagración de los recursos del Estado a la guerra y el aniquilamiento del enemigo, hubo muchas veces, por caso, la tercera guerra entre Roma y Cartago, la Guerra de los Treinta Años (en particular la batalla de Lützen), la Segunda Guerra Mundial, por citar algunas de las principales.

En referencia al orden internacional, se trata, en rigor, de prácticamente la única posibilidad real de paz, pues el orden supone un acuerdo mayor entre los poderes que cuentan, en relación con determinadas pautas de convivencia y de gestión de conflictos interestatales e intraestatales. Además, los órdenes internacionales probaron que no solo son posibles y relativamente durables, sino que proporcionan un sistema de coexistencia y, sobre todo en tiempos de armas nucleares, una “cultura estratégica”.

Durante el último siglo, hubo guerra, paz (relativa) y orden internacional. Se inició con una guerra mundial; durante la primera parte de los años veinte hubo una situación de cooperación importante, como lo destaca la historiadora Margaret MacMillan, y después de 1945 hubo orden o régimen internacional. Terminada la Guerra Fría existió un orden con base en el comercio y en la prolongación de las instituciones internacionales post 1945, modelo este último que, con evidentes síntomas de fatiga y también de reluctancia por parte de determinados actores, se mantiene en parte hasta hoy.

Relativamente, este sistema u orden se extendió hasta la crisis financiera de 2008, hasta prácticamente fenecer tras los sucesos de Ucrania-Crimea en 2013-2014. Desde entonces, las relaciones internacionales se fueron extraviando, creció la tensión entre los actores preeminentes y el alcance del multilateralismo descendió a mínimos casi históricos. Posiblemente, el último momento de colaboración interestatal fue para «gestionar» la crisis financiera.

El descenso de la política internacional fue tal que es muy difícil hallar hipótesis esperanzadoras sobre el curso de la misma, situación que contrasta fuertemente con los primeros años de la década del noventa, cuando predominaban los enfoques altamente promisorios.

En este contexto, la pandemia y la guerra sumaron más frustración e inquietud. La primera porque no impulsó ningún nuevo sistema de valores de cooperación que implicaran un «nuevo comienzo»; la segunda, porque recentró un fenómeno regular en las relaciones internacionales, cuando se consideraba que la violencia en el mundo había disminuido y las grandes guerras ya no eran posibles.

De modo que, en el escenario Internacional actual, la guerra, la paz y el orden se encuentran muy desiguales.

En buena medida es un mundo que tiene algunas semejanzas con el mundo pre 1914, pues entonces, la rivalidad interestatal se había vuelto más tensa, no había ya orden internacional, aumentaban el nacionalismo y el armamentismo, el ascenso de Alemania provocaba inquietud, etc.

A diferencia de entonces, hoy los poderes preeminentes se encuentran enfrentados, es decir, están en una situación que va por delante de la competencia y rivalidad. En el caso de Occidente y Rusia, la situación es de «no guerra», es decir, de enfrentamiento indirecto y en el caso de China y Estados Unidos el estado es de creciente desconfianza.

Se trata de una diferencia inquietante: como ha recordado Henry Kissinger, en 1914 fueron a la guerra los poderes preeminentes que no tenían verdaderamente motivos para hacerlo. Pero hoy sí los hay, al menos de modo altamente discernible entre Rusia y Occidente, pues la guerra en Ucrania se ha tornado casi irreductible y, como hemos dicho en otros trabajos recordando las palabras del general MacArthur, para las partes en liza «no hay sustituto para la victoria». En cuanto a China y Estados Unidos, no hay motivos de modo directo, pero hay situaciones que podrían deteriorar sensiblemente las relaciones, por caso, Taiwán, Mar de China, Hong Kong, Ucrania, la tecnología, etc.

Claro que también la situación relativa con las capacidades es muy diferente, pues hoy las mismas son infinitamente más destructivas y ello sin considerar el poder nuclear, esfera en la que existe cada vez más preocupación como consecuencia del desajuste que podría haberse producido en el «equilibrio del terror». Es cierto que una guerra atómica no está «a la vuelta de la esquina», pero tal poder se funda en la credibilidad de su utilización. Por ello, tales capacidades disuaden y persuaden.

Aunque se presenta complejo, es posible que en Ucrania se alcance un cese. Sin embargo, aún en el mejor de los casos la situación internacional entre Occidente y Rusia, dos «actores estratégicos de orden internacional», quedará afectada por los altos niveles de desconfianza. Es decir, persistirá la falta de configuración internacional, aún de un esbozo, quedando como sucedáneo de un orden el comercio internacional (que no es un orden propiamente dicho) y el bipolarismo tirante entre Estados Unidos y China.

Asimismo, el nivel de los poderes intermedios también se encuentra atravesado por situaciones de guerra, no guerra y tensiones. En este cuadro, Oriente Medio es la placa más peligrosa, pues la guerra que hoy tiene lugar allí se encuentra ad portas de una escalada y extensión de actores.

Por tanto, pensando en Raymond Aron, podríamos considerar que la situación actual es acaso más compleja y riesgosa, pues si hace más de sesenta años el experto francés estimaba y advertía que la situación en tiempos del orden bipolar era de «paz imposible, guerra improbable», hoy es de «guerra real, paz irrealizable, orden distante».

 

* Miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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LOS PACTOS DE ÚRSULA VON DER LEYEN

Roberto Mansilla Blanco*

El líder del Partido Popular (PP) Alberto Núñez Feijóo reconoció públicamente que recibió «presiones de todo tipo» para acordar con el gobierno de Pedro Sánchez la renovación del Poder Judicial, desbloqueando así cinco años de atasco. El «compromiso» y la «lealtad institucional» en aras de preservar la estabilidad en estos tiempos de polarización política parecen ser el leitmotiv de este pacto que, visto en perspectiva, permite igualmente intuir sus conexiones con Bruselas y los nuevos equilibrios políticos europeos.

Y aparece aquí un nombre propio: Úrsula von der Leyen, entronizada este 27 de junio para uno nuevo período como presidente de la Comisión Europea (CE) hasta 2029. Mirando el panorama político europeo tras las recientes elecciones parlamentarias del pasado 9 de junio (9J) existen indicios que apuntan a la posibilidad de que el acuerdo entre el PSOE y el PP para reformar el Poder Judicial (y sus repercusiones más de carácter local como fue la reunión en Vigo este 25 de junio entre el presidente de la Xunta de Galicia, Alfonso Rueda, y el Alcalde Abel Caballero, tras años de distanciamiento y tensión) tienen un hilo común, directa o indirectamente, que llevan claramente a von der Leyen.

La recién reelegida presidente de la CE precisa de nuevos equilibrios políticos entre las familias conservadoras y las socialdemócratas en esta etapa que se asume convulsa para la UE. El avance de la ultraderecha en el próximo Parlamento Europeo (25% de los escaños) refleja el ascenso de figuras como la italiana Giorgia Meloni que, junto con su aliado el presidente húngaro Viktor Orbán, reclaman más peso político en Bruselas. En la recámara está también Marine Le Pen y su partido RN, vencedor en Francia de las elecciones europeas y que puede subir aún más en las elecciones legislativas en ese país previstas para este 30 de junio. Todos ellos, Meloni, Orbán y Le Pen tienen en España un aliado común: VOX.

Úrsula von der Leyen maneja ahora los nuevos equilibrios de poder en Europa con dos figuras clave: la primera ministra estonia Kaja Kallas, en búsqueda y captura por parte de Rusia, que sustituye a Josep Borrell como Alta Representante de la Política Exterior de la UE, lo que augura mayor tensión con Moscú precisamente ante las expectativas europeas de ampliación de la guerra ucraniana hacia los países bálticos.

El otro nombre propio es el socialista António Costa, ex jefe de gobierno de Portugal y que se asoma como nuevo presidente del Consejo de Europa. Con esto, von der Leyen asegura un pacto en Bruselas entre «populares» y socialistas para repartirse los principales puestos políticos en las altas esferas de la UE, manteniendo un «cordón sanitario» contra la ultraderecha.

«Populares» y socialistas encarnan las banderas del europeísmo que von der Leyen y el presidente francés Emmanuel Macron quieren enarbolar en este período convulso con el avance de la ultraderecha, el mantenimiento del apoyo a Ucrania que, junto con Moldavia, ya inició negociaciones de admisión en la UE este 26 de junio, y la guerra encubierta  con Rusia vía OTAN.

La visita de von der Leyen a Galicia previo al 9J concretó estos flecos sueltos: es preciso un pacto de Estado en Madrid en el que Sánchez y Feijóo acuerden compromisos institucionales en «puntos calientes» como la composición y reparto de poder dentro del Poder Judicial y la Ley de Amnistía en Cataluña.

Pero no es sólo Europa sino también Iberoamérica el foco de atención de von der Leyen. La visita de Javier Milei a Madrid, con el «homenaje» de su presidente Isabel Díaz Ayuso, traduce las expectativas de la ultraderecha europea por afianzar vínculos transatlánticos por la vía del excéntrico mandatario argentino. Por otro lado, el fracaso del intento de golpe militar en Bolivia este 26 de junio tendrá igualmente incidencia para la política exterior europea: Borrell denunció este suceso toda vez el propio Pedro Sánchez aspira liderar una »cruzada anti-ultraderecha» que apunta a contener a Milei, Meloni, VOX y otros aliados.

Así es como se impone la urgencia de los pactos tanto en Bruselas como en La Moncloa. Pactando con Sánchez la reforma del Poder Judicial, Feijóo toma distancia tanto de VOX cómo de las fuerzas más «ultra» dentro del PP (Ayuso y Aznar) El bipartidismo PP-PSOE tiene así impacto en las instancias españolas y europeas. Y Úrsula von der Leyen se confirma así como la líder más poderosa de la «nueva Europa».

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego el 27 de junio en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/os-pactos-de-ursula-von-der-leyen-roberto-mansilla-blanco/.