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PUTIN Y GORBACHOV: LÍDERES DIFERENTES, RETOS Y RIESGOS PARECIDOS

Alberto Hutschenreuter*

Imagen Victoria_Regen en Pixabay

 

Los acontecimientos de estos días en Rusia han recentrado una cuestión que desde hace tiempo provoca interrogantes, sobre todo desde que la invasión u operación militar especial rusa a Ucrania se transformó en campaña, y es la relativa con el grado de apoyo que conserva el presidente Putin como así de las perspectivas.

Lo que en principio fue una asonada por parte del líder de la milicia Wagner, Yevgueni Prigozhin, la misma evidenció no solo capacidad de fuerza, demostrada en Ucrania y en otros sitios de su proyección internacional de «servicios múltiples», sino una creciente capacidad para manifestar disconformidad y ejercer presión frente al mismo poder ruso.

Aunque las diferencias de recursos entre la compañía privada y el Estado ruso son enormes (pensemos solo en el poder aéreo), Prigozhin mostró resolución y llegó a inquietar, al punto que debió mediar el presidente de Bielorrusia para superar la situación y Prigozhin volviera a concentrarse en el complejo frente de Ucrania.

Si bien el poder de Putin nunca estuvo en juego, la «movida» de Prigozhin dejó en claro, como sostiene el analista Marcelo Montes, que aquel no es Stalin ni tampoco Xi, en el sentido de ejercer un mandato nacional absoluto; es decir, el denominado «putinismo de guerra» implica una férrea verticalidad de poder, sin duda, y ello se refleja en la prácticamente desaparición de cualquier expresión de oposición (el juicio que se lleva a cabo a Navalny no trascendió en lo más mínimo), pero esa verticalidad no expresa un mandato político y militar ruso totalitario.

Hace décadas que el totalitarismo ha desaparecido en Rusia como sistema político, incluso desde antes de la llegada de Gorbachov al poder en 1985. El experto francés Alain Besançon sostenía que a partir de la muerte de Stalin ya no hubo totalitarismo en la Unión Soviética, y sí hubo una larga «nueva economía política». Así continúa en parte siendo hoy: existe un régimen autocrático con un partido predominante (no único como antes el PCUS y hoy el PCCh en China).

Este sistema o modelo político supone que existan distintas (aunque controladas) manifestaciones, por caso, en la literatura, como sucedió en su momento con obras de Alexandr Solzhenitsyn e incluso en la misma política. Para el historiador Stephen Kotkin, la insurrección de Prigozhin significó el surgimiento de una alternativa en la política de Rusia.

Los hechos recientes dispararon algunos paralelos, por caso, con el intento de golpe que desde los sectores duros de la KGB se intentó en agosto de 1991 para desplazar a Gorbachov.

El mismo terminó fracasando porque los insurrectos no tuvieron mayoría y porque en aquella débil URSS había una dinámica de disgregación como consecuencia (principalmente) de la postura afirmativa del líder de la República Socialista Soviética de Rusia, Boris Yeltsin, quien junto con el presidente de la RSS de Ucrania y el de la RSS de Bielorrusia acabaron con la URSS en diciembre de ese año.

Putin se encuentra lejos de la debilidad y soledad que acompañaron a Gorbachov aquel año estratégico.

En la Rusia de hoy hay cuatro organismos sobre los que se apoya el poder: el Consejo de Seguridad, el Servicio de Inteligencia Militar (más conocido como el GRU), las Fuerzas Armadas y el Servicio Federal de Seguridad (ex KGB). Hasta el momento, y con las limitaciones en relación con la información que se dispone, no hay cuestionamientos (y menos conatos) contra el presidente dentro de estos «tanques» de poder.

Además, la guerra fungió funcional para que el régimen restringiera sensiblemente los movimientos y voces opositoras. En rigor, la ofensiva comenzó antes con el impulso de una legislación anti opositora. La guerra profundizó ese impulso, llevando a la detención y a severas penas a los críticos de la misma, por citar a dos: Vladimir Kara-Muza, a quien le dieron 25 años, e Ilia Yashin, condenado a ocho años.

Por otra parte, Putin posee rasgos de liderazgos más zaristas que soviéticos, es decir, se trata de un líder clásico, nacionalista y conservador (se tiende a relacionarlo con los zares del siglo XIX, particularmente con Nicolás I, 1825-1855, por su férrea defensa de la autocracia, la ortodoxia y la patria), a diferencia de Gorbachov que fue un mandatario soviético, ideológico y transformacional.

Ahora bien, hay retos que afronta Putin que lo aproximan al último mandatario de la URSS. Dejando por un momento la guerra, que es el principal desafío para Rusia hoy, Putin (o quien lo suceda) tiene por delante la enorme tarea de convertir a Rusia en un poder cabal, es decir, un actor estratégico. Grande lo es, rico lo es, pero Rusia es insuficiente o débil en varios de los segmentos de poder nacional e internacional, por ejemplo, en tecnologías avanzadas (de disponerlas, seguramente habría proporcionado semiconductores a China). Obviamente, el escenario de guerra dificulta sobremanera esta urgencia, y continuará dificultando en la posguerra.

Gorbachov fracasó en modernizar su país (que también se encontraba en guerra en Afganistán). Y como bien dijo Jacques Levesque, elegido para salvar la URSS, el «sétimo secretario» acabó siendo el responsable de su final.

Pero son los riesgos los que peligrosamente acercan a Putin a Gorbachov. Y los hechos de estos días hacen pensar en ello, más allá de la posición firme de aquel.

Lo que queremos decir es que, así como los acontecimientos empujaron a Gorbachov a no poder evitar la fractura del país-continente, Putin podría ser, a su modo, el responsable de una situación de desorden y fisión nacional. Tal vez no sea semejante a lo que sucedió con la URSS, pero sí aproximada.

Ello podría ocurrir si Rusia sufriera un revés militar en Ucrania, es decir, si fuera finalmente expulsada del territorio que ocupa. Un escenario así tendría secuelas políticas de escala en Rusia creándose una situación que podría devolver al país a los años noventa, un período de debilidad interna e internacional sin precedente en Rusia. Pero también podrían abrirse problemas con la prolongación de la guerra a partir de situaciones como la de estos días, pero en la que los insurrectos prosigan y el país (en estado de confusión y agitación) quede ad portas de un choque interno.

Por ello, en gran medida, en esta guerra «la victoria no tiene sustitutos» para Rusia, para emplear palabras de un general estadounidense.

Se trata nada más que de escenarios que merecen considerarse a partir de los sucesos de estos días, y porque no comprometen solamente a Rusia, una superpotencia nuclear y regional, sino a la seguridad continental y mundial.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la Saeeg. Su último libro se titula “El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas geopolíticas y estratégicas para sobrellevar la incertidumbre”, Editorial Almaluz, 2023.

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EL SISTEMA NUCLEAR Y DE MISILES DE RUSIA

Giancarlo Elia Valori*

Silo de un misil balístico intercontinental antes de una prueba. Sergué Kazak/TASS

La nueva política de amenaza/disuasión nuclear rusa se define en la Orden Ejecutiva Nº 355, denominada “Principios básicos de la política estatal de la Federación de Rusia sobre disuasión nuclear”, que entró en vigor el 2 de junio de 2020.

En primer lugar, las armas nucleares rusas se definen “sólo como medios de disuasión”, mientras que su uso es siempre y de todos modos una medida “extrema y obligatoria”.

Además, las represalias son “inevitables”, especialmente en el caso de que haya un ataque nuclear directo contra la Federación de Rusia, mientras que Rusia también quiere mantener para sí la posibilidad de infligir “un daño garantizado e inaceptable” a cualquier tipo de oponente, es decir, su cuasi destrucción como sociedad y como sistema productivo.

Los peligros militares en los que podría incurrir la Federación de Rusia en el futuro podrían ser la creación de una amplia fuerza convencional por parte de un oponente ruso —que, sin embargo, también tiene un arsenal nuclear, especialmente en las fronteras de la Federación de Rusia— o el despliegue de sistemas de defensa antimisiles, pero también de armas no nucleares, hipersónicas, UAV y de energía directa, por parte de Estados que consideran a Rusia un enemigo potencial.

O también el desarrollo de un sistema de defensa y ataque de misiles —incluso uno no nuclear— en el espacio por un oponente potencial.

También está la mera posesión —por otros Estados, vistos como “opositores” o como partes de alianzas enemigas— de sistemas de armas nucleares y/u otros tipos de armas de destrucción masiva (WMD) que, sin embargo, también pueden utilizarse hipotéticamente contra la Federación de Rusia. Sin embargo, en la mente de los responsables rusos de la toma de decisiones, también está la proliferación incontrolada de armas nucleares por parte de los opositores, de su lanzamiento o uso de instrumentos, así como la evolución de su tecnología.

Por último, el sistema militar ruso supervisa cuidadosamente el desarrollo de las armas nucleares y su presencia en países que nunca antes habían tenido armas nucleares en su territorio. Lo considera una amenaza grave. ¿Cómo se desencadena la reacción nuclear o militar convencional rusa a un uso adverso de armas nucleares contra su propio territorio y recursos, según los mecanismos oficiales previstos?

En primer lugar, con la recopilación inicial de datos fiables sobre un lanzamiento de misiles balísticos dirigidos contra el territorio y los recursos de la Federación de Rusia.

En segundo lugar, con el uso obvio de armas de destrucción masiva u otras armas avanzadas contra Rusia y sus aliados. En este cálculo estratégico, los aliados no incluyen a China, sino sólo a Bielorrusia y, probablemente, Kazajstán. La activación de una reacción nuclear rusa también puede ser causada por un ataque lanzado por un oponente o una alianza enemiga en los puntos críticos de la organización gubernamental, militar, económica y, en este caso, de petróleo y gas de Rusia.

En este caso, si los dirigentes rusos o sus principales recursos económicos fueran objeto de un ataque nuclear, la respuesta sería un contraataque de la Federación de Rusia contra los centros de toma de decisiones del oponente. Además, debería calcularse una posible respuesta nuclear de Rusia si los opositores lanzaron un ataque convencional capaz de poner en peligro las redes de tamaño, fuerza y control de la Federación de Rusia.

La decisión suprema para el uso del arma nuclear está en manos del Presidente de la Federación de Rusia, quien puede informar a los responsables de la toma de decisiones de los demás Estados o a las organizaciones internacionales —si ve la necesidad de hacerlo— de la voluntad rusa de lanzar un ataque nuclear contra un invasor o atacante, en ese momento y en ese lugar.

Además, también en este último documento, Rusia establece la línea del “lanzamiento del arma nuclear junto con la advertencia estratégica”.

Esto también dificulta la selección de amenazas, considerando el tiempo reducido para evaluarlas. Piensen aquí en las armas hipersónicas, que tienen tiempos de advertencia infinitesimales, o en las redes estadounidenses que actualmente están equipadas con misiles balísticos con ojivas convencionales para el ataque inmediato, lo que hace cada vez más difícil diferenciar inmediatamente entre un ataque nuclear y un ataque convencional.

Aquí es donde la vieja teoría rusa de la amenaza nuclear de la era soviética también se aplica a una fuerza convencional de la OTAN que tiene, sin embargo, tamaño y armas capaces de “poner en peligro” la propia naturaleza y estabilidad del Estado ruso. Si Vladimir Putin considerara también la amenaza de la OTAN a las importantes minorías rusas en el Báltico, en Europa del Este y en Europa sudoriental, el cálculo estratégico sería extremadamente difícil.

Para la Federación de Rusia —como con el zar Pedro I— una base en el Mediterráneo es también de importancia fundamental.

Con este fin, la guerra en Siria se ha materializado, la última fase de una cadena de “guerras de colores” o “primavera árabe” que, en el caso de Siria, ciertamente no tuvieron éxito para Occidente.

Mientras tanto, como ya ha sucedido en la región del Magreb, en América Latina y en otras regiones del mundo, Rusia quiere mantener algunos activos estratégicos esenciales: su control sobre las antiguas áreas “pro-soviéticas”, desde Medio Oriente hasta Venezuela y Cuba; la clara reafirmación de su propio papel como gran potencia y finalmente la creación por parte de Rusia de su propio papel como mediador e intermediario confiable, un Estado estable y creíble, así como una potencia influyente.

Además, todo esto sucede en una fase en la que la modernización de las armas y doctrinas rusas de la guerra nuclear y de lo que podríamos llamar guerra post-convencional (armas hipersónicas, de alta energía, etc.) aún no ha terminado.

En 2019, Vladimir Putin dijo que las herramientas actualizadas y modernas eran más del 82% de la Tríada Nuclear de la Federación de Rusia (tierra, mar y cielo). También dijo: “nuestro armamento debe ser el mejor de los mejores para poder ganar en un choque de este tipo”.

Además de la aceptación de nuevos y posibles acuerdos para reducir las armas estratégicas, Putin también dijo: “Estamos construyendo nuevos sistemas fiables de misiles y armas nucleares” para la disuasión.

Hoy, a mediados de 2020, se supone que la Federación de Rusia tiene 4.310 ojivas nucleares de diversa naturaleza y tamaño, que pueden ser utilizadas por lanzadores de largo y corto alcance, sólo por las Fuerzas Estratégicas de Misiles. 1.570 de estas 4.310 ojivas ya están posicionadas: 810 se colocan en misiles estratégicos terrestres; 560 forman parte del armamento submarino y 200 se colocan en aviones y en sus bases.

Unas 870 ojivas nucleares se almacenan finalmente en un “almacén”, junto con 1.870 ojivas no nucleares.

Además de estos datos, se puede decir que al menos 2.060 ojivas, que ahora están siendo desmanteladas, están a la espera de ser “desguazadas”.

De ahí que el número total real asciende a 6.370 ojivas, teniendo en cuenta las ojivas de misiles, convencionales y nucleares.

En la fecha del 5 de febrero de 2019 —fijada por el Tratado START—, la Federación de Rusia redujo el número de ojivas estratégicas en acción a 1.444 de conformidad con las disposiciones del Tratado.

Más tarde Rusia declaró 1.420 ojivas adicionales en 517 lanzadores y, en marzo de 2019, declaró la existencia de 524 lanzadores para 1.461 ojivas, pero hoy los datos varían muy rápidamente.

En octubre de 2018 Vladimir Putin había declarado: “Nuestra doctrina estratégica de las armas nucleares no permite un ataque preventivo, sino un contraataque mutuo”, es decir, “somos capaces de reaccionar rápidamente a un ataque nuclear o existencial de todos modos, sólo cuando sabemos con certeza que un posible agresor está atacando a Rusia”.

La línea política es la de la doctrina de diciembre de 2014, que decía: “Rusia se reservará el derecho de utilizar armas nucleares en respuesta al uso —contra Rusia o sus aliados— de armas nucleares o de cualquier tipo de destrucción masiva, o incluso en el caso del uso —contra Rusia— de armas convencionales si la propia existencia del Estado está en peligro”. Además, algunos responsables de la toma de decisiones rusos han declarado que las armas nucleares rusas pueden utilizarse si hay amenazas creíbles contra los sitios de misiles balísticos rusos, pero también en escenarios regionales que no implican una amenaza existencial para el Estado ruso o que de todos modos no utilizan armas de destrucción masiva.

También existe el problema de las armas definidas como “anómalas”, como el Poseidón – Kanyon, según la jerga estadounidense o el Status-6 (nombre en clave de la OTAN), que es un torpedo nuclear capaz de crear una vasta área de contaminación marina capaz de bloquear cualquier operación militar o económica durante mucho tiempo.

Se supone que la Federación de Rusia tiene actualmente 302 Misiles Balísticos Intercontinentales (ICBM) en su lugar y operativos, con una posible carga de 1.136 ojivas nucleares o no nucleares.

Rusia, sin embargo, declaró en varias etapas de las negociaciones START que tenía casi 400 ICBM en la “línea de fuego” o que los ICBM ya eran 513 a finales de septiembre de 2019.

Los ICBM rusos están organizados en la Fuerza Estratégica de Misiles para tres sectores diferentes, con un total de 11 divisiones cada uno con unos 39 regimientos de misiles.

Sin embargo, el 40º Regimiento de la 12a División, estacionado en Yurya, no tiene armas nucleares.

Hoy, sin embargo, Rusia todavía tiene misiles SS-18, SS-19 y SS-25 entre sus ICBM.

El SS-18 (RS-20V, o R36M2 Voivoda) es un misil colocado en silos, pero puede llevar un máximo de 10 ojivas. Todavía hay 46 misiles SS-18 con 460 ojivas, mantenidos como casi operativos, en la 13a División de Misiles estacionada en Dombarovsky y en la 62ª División de Misiles en Uzhur.

Los misiles SS-18 deberían ser retirados a finales de 2020, reemplazados por Sarmat, el RS-28.

El SS-19 (RS-18, o UR100NUTTH) pronto será reemplazado por el SS-27, otro misil silo, pero aún hoy dos regimientos de la Fuerza Estratégica de Misiles siguen siendo muy operativos con los misiles SS-19.

Rusia sigue retirando sus SS-25, los misiles autopropulsados Topol, a un ritmo de uno-dos regimientos por año, que serán reemplazados por el SS- 27 Mod. 2.

El misil SS-27, es un misil llamado en Rusia RS-24, o Yars, que puede acomodar hasta cuatro Vehículos de Reentrada Multi-Independientes (MIRVs). Se supone, sin embargo, que actualmente Rusia ya tiene 140 Yars operativos, móviles o en silos, con distribución de estos nuevos misiles a la División de Guardias de Misiles en Teykovo, pero también a la 39ª Guardia de Misiles en Novosibirsk, a la 42ª en Niznhny Tagil, a la 29ª en Irkutsk, y finalmente a la 14ª División de Misiles en Yoshkar-Ola.

Rusia también está desarrollando una nueva versión del misil SS-29, el Sarmat RS-28 que, como ya se ha señalado, se supone que ya ha reemplazado en gran medida al SS-18.

Con referencia específica a los misiles lanzados por submarinos, Rusia cuenta actualmente con 10 submarinos nucleares de tres clases: seis Delta IV, un Delta I y tres Borei. Cada submarino puede transportar 16 Misiles Balísticos Lanzados Submarinos (SLBM) y cada SLBM puede transportar varios MIRV, para un total de más de 720 ojivas.

Hasta 2020, el eje de la guerra de submarinos y misiles será el Delta IV, cada uno equipado con 16 SLBM.

Todos los submarinos Delta IV forman parte de la Flota del Norte, con base en Gazhyevo, en la península de Kola.

Los misiles Delta serán reemplazados por completo por el Borei, cada uno con 16 misiles SS-N-32 con seis ojivas cada uno.

Con referencia específica a las ojivas nucleares aéreas, Rusia utiliza dos tipos de bombarderos: el Tu-160 Blackjack y el Tu-95 M5 Bear. El número total de estos aviones es de 70 y ambos pueden transportar el A-15 Kent y los misiles AS-23B.

Cada TU-160 puede transportar 40.000 kilos de armamento, incluidos los 12 misiles AS-15B, con un total de 700 bombas nucleares transportadas que pueden ser lanzadas desde el avión.

Por lo tanto, Rusia prevé —y los responsables de la toma de decisiones rusas siempre conceden gran importancia también a las armas no nucleares— una fuerza nuclear que pueda ocasionar rápidamente el mayor daño posible a cualquier atacante, incluso a las superpotencias actuales, con una combinación de fuerzas terrestres, marítimas y aéreas.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Nota: traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. 

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