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DILEMAS ETICOS EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Salam Al Rabadi*

Las complejidades y preguntas sobre el dialecto filosófico asociado con el patrón de valor normativo que debe adoptarse en la política global están aumentando. Esto se basa en el impulso de las repercusiones del reconocimiento de los principios éticos en el nivel de tendencias que giran en torno a:

    1. El desarrollo sostenible y la brecha entre ricos y pobres.
    2. El fenómeno del terrorismo y el choque de civilizaciones.
    3. Los dilemas de la Inteligencia Artificial.
    4. Amenazas a la ciberseguridad.
    5. Desarrollos de la ingeniería genética y la revolución biotécnica.
    6. Tendencia creciente del proteccionismo comercial y el nacionalismo económico.
    7. Los desafíos del tema ambiental y el cambio climático.
    8. Interrogantes relacionados con la pandemia de «Covid-19» a todos los niveles.

Lógicamente, estas tendencias se ensaran en el marco de enfatizar la necesidad de que las relaciones internacionales tengan un elemento normativo. Desafortunadamente, sin embargo, el intento de estudiar los estándares éticos de comportamiento que los países deberían adoptar sigue siendo un tema sin valor en la actualidad. Como los estudios académicos en relaciones internacionales especializados en filosofía y ética son actualmente (hasta cierto punto) raros y decepcionantes o sujetos a patrones intelectuales tradicionales derivados de la teocrática (religiosa) o derivadas de la filosofía literaria.

Además, los estándares de comportamiento político a la luz de las transformaciones económicas y culturales modernas ya no se basan en marcos y principios legales y filosóficos, sino más bien en el principio de que “todo está permitido, a menos que esté clara y directamente prohibido”. El lenguaje del mercado se ha infiltrado en todos los conceptos y estándares de pensamiento. Por lo tanto, queda claro hasta qué punto el sistema de valores actual está lejos de los estándares éticos básicos. Esta realidad plantea el dilema de hasta qué punto es posible establecer una ciencia ética capaz de derivar en un nuevo sistema de valores (político, económico y tecnológico), así como si ese sistema seguirá dependiendo de las siguientes cuestiones:

    • ¿Qué estándares producen valores y si son éticos o no? ¿Cuáles son los organismos encargados de decidir esto: la costumbre social, el derecho, la política, la ciencia o la realidad cultural?
    • ¿En qué patrones racionales se puede confiar para determinar un principio ético al que todos puedan adherirse? ¿Cuáles son los criterios racionales que rigen la relación entre la realidad política y el pensamiento moral?
    • ¿Cuáles son las implicaciones del conocimiento científico en las que se puede confiar para determinar los principios éticos?
    • ¿Son suficientes los códigos de conducta actuales, o debería establecerse un nuevo código ético o constitución global?

Todavía es demasiado pronto para proporcionar respuestas claras a estas preguntas a la luz de la realidad intelectual actual. También, esas preguntas relacionadas con lo que se puede llamar “una ciencia de la metaética”, que pueden dejarnos caer en la trampa del vórtice de la lógica (Epistemología), ya que responder a estas preguntas es mucho más difícil de lo que uno podría imaginar. Ya que nos moverá hasta el punto más lejano que se pueda alcanzar a nivel de determinar la naturaleza del conocimiento y comprender qué es, sin mencionar cómo se utilizan la mente y los sentidos en la investigación crítica sobre ideas políticas, sus temas e hipótesis, para resaltar su lógica y valor objetivo.

Por lo tanto, estas preguntas son específicas del pensamiento político del mundo post-humanidad y lo que contiene de una nueva filosofía científica crítica, no del pensamiento clásico que todavía es rehén de la teología.

En este contexto, si las normas éticas se caracterizan por ser vagas problemáticas de naturaleza filosófica y representan cuestiones complejas, sin embargo, deben reconocerse como de su importancia esencial. Donde, las normas éticas siguen siendo un elemento esencial para comprender y evaluar las políticas y las relaciones entre los estados, las sociedades y los individuos. En consecuencia, existe una necesidad urgente de un sistema político y cultural crítico basado en el estudio del pensamiento ético (que es indispensable en la política global) para encontrar enfoques lógicos a muchos desafíos y dificultades políticas, económicas, culturales, tecnológicas y ambientales (actuales y futuras), incluyendo:

    1. Establecimiento de normas éticas para la evaluación de los avances científicos.
    2. Frente a las repercusiones políticas y culturales altamente complejas asociadas con la revolución de la inteligencia artificial.
    3. Descubrir la relación dialéctica entre el hombre y el medio ambiente.
    4. Determinar los criterios que rigen la relación entre ciencia, política y conocimiento.

En general, independientemente de la metodología de las preguntas críticas que tienen una raíz filosófica, que no se puede responder fácilmente, debe enfatizarse que sigue siendo una necesidad urgente para comprender y enmarcar los problemas modernos en el turbulento mundo de las relaciones internacionales. Donde las cuestiones contemporáneas expresan un nuevo patrón intelectual y lo que se requiere es encontrar una filosofía ética desde una perspectiva puramente humana distinta a la perspectiva tradicional basada en la racionalidad en las relaciones internacionales. No es necesario, por ejemplo, que la literatura racional basada en las dimensiones de seguridad, políticas y económicas conduzca a la paz y la estabilidad mundiales, sino que puede conducir a un aumento de la propagación de las armas nucleares, la contaminación ambiental y el terrorismo. etc.

Lógicamente, la cuestión ética seguirá siendo una fuente de debate filosófico, político, jurídico, económico y cultural a nivel de conceptos, métodos, herramientas e implementación. Así, la metodología del enfoque filosófico ético puede ser capaz de cerrar la brecha entre las diversas ciencias, además de crear visiones multidimensionales que nos permitan formar teorías y definir conceptos y términos, que hoy se han convertido en una riqueza en sí mismas en una era que se basa en el conocimiento. En este contexto, y para comprender, interpretar y abordar el patrón de cambios y desafíos globales, es necesario:

    1. No confiar en las herramientas de la teorización clásica para comprender y enmarcar las variables globales aceleradas.
    2. Tratar el conocimiento como un proceso dinámico sin fin, límites ni tabúes.
    3. Prestar más atención a lo que es cultural en lugar de lo que es puramente económico y político.
    4. Formular un nuevo patrón en el análisis e interpretación de las relaciones internacionales, incluyendo sus complejidades éticas.

A la luz de lo anterior, y a partir del reconocimiento de la realidad de la ausencia de valores normativos y la difusión de corrientes intelectuales basadas en proposiciones del fin o muerte de la moral, se puede decir que el pensamiento político (en la era de la posverdad o la era de la poshumanidad) ya no es capaz de explicarse ni determinar su dirección. Por lo tanto, esto inevitablemente requiere hacer muchas preguntas políticas sobre las prioridades asociadas conmigo:

    • El problema de la contradicción o la inminente colisión entre la tecnología y la humanidad, que inevitablemente está llegando, especialmente a nivel de todos los desarrollos relacionados con la inteligencia artificial y la revolución biotécnica.
    • La dialéctica de los estándares éticos a través de los cuales se pueden establecer prioridades, especialmente a la luz del conflicto entre la ideología de la inevitabilidad del desarrollo tecnológico y las teorías de humanización de las relaciones internacionales.

Ciertamente, la definición de estas prioridades requiere, en primer lugar, una discusión de las razones de las diferencias en los estándares de acuerdo con la naturaleza de la sociedad, la cultura y los actores, sin mencionar las razones por las cuales la ética sigue siendo un campo de conflicto entre la ciencia y la filosofía. Tal vez la primera de estas prioridades radica en la importancia del compromiso de los estudiosos (es decir, la ciencia) con los límites de los hechos materiales, dejando la tarea de establecer y analizar los valores morales a los filósofos y pensadores (es decir, la filosofía y el pensamiento).

 

* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. Prohibida su reproducción. 

©2021-saeeg

 

EL TEMIBLE ÓMICRON YA ESTÁ ENTRE NOSOTROS

Agustín Saavedra Weise*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

La aparición de una nueva variante del Coronavirus en el sur de África ha provocado alarma mundial debido a su insólita capacidad de generar múltiples mutaciones genéticas. Varios países ya han cerrado fronteras y otros se disponen a hacerlo. Justo cuando la gente —a nivel global— comenzaba a respirar con un poco más de calma por haberse vacunado gran parte de la población urbana y todo parecía encaminarse hacia una nueva etapa menos tensa, reaparece el demonio viral en una cepa nueva, más mortífera y contagiosa. Por su lado y desde el primer día del anuncio de esta nueva subespecie del Covid-19, los fabricantes de vacunas se apresuraron a ponerle las manos encima para probar si sus productos recientemente lanzados al mercado seguirán siendo útiles ante esta macabra y flamante andanada de un virus que tiene al mundo en ascuas desde marzo de 2020.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) dio la alarma formalmente la semana pasada y nos alertó sobre la variante B.1.1.529, ahora conocida como “ómicron”, que tiene una preocupante variedad de mutaciones. El drama es saber si las vacunas ya lanzadas al mercado servirán para la última variante o si tendrá que recomenzarse de cero. Todo esto significará el gasto de enormes cantidades de dinero, mayor incertidumbre internacional en las esferas de la salud pública e inclusive en los campos social, político y económico, incertidumbre que se vive desde hace casi dos años como consecuencia de un terrible virus que -está visto- nos brinda desagradables sorpresas cada tanto.

Cuando ya estábamos satisfechos con la vacuna (quienes hemos podido ser vacunados) y había cierto optimismo con respecto al futuro inmediato, ahora surgen nuevas sombras que seguirán dificultando el poder remontar a todos los perjudicados por la pandemia y así rehabilitar a la economía global.

De venir con fuerza la ola Omicron, surgirán nuevos enormes perjuicios a escala universal. Hay temor por que las mutaciones de la flamante variante podrían hacer que sea más transmisible que la variante Delta (dominante hasta ahora) y también es más probable que eluda la protección inmunológica conferida previamente por las vacunas.

Tendremos que esperar resignadamente que el Omicron pueda ser debidamente tratado y que su capacidad epidemiológica, es decir, su velocidad de traslado de un lugar a otro, no sea tan veloz y permita a los hombres de ciencia que trabajan en el tema descubrir una cura definitiva o bien reforzar exitosamente las vacunas existentes. La salud de la comunidad mundial queda en manos de estos científicos y de las empresas del ramo. Cabe esperar que, como humanidad, podamos salir airosos de tan preocupante situación.

 

* Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Nota original publicada en El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/el-temible-omicron-ya-esta-entre-nosotros_257551

LA BATALLA ENTRE EL CEREBRO Y EL CORAZÓN

Agustín Saavedra Weise*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

Algunos pensadores griegos de la antigüedad —entre ellos el creador de la teoría de los átomos Demócrito y el padre de la medicina Hipócrates— supusieron acertadamente que el cerebro era la sede del pensamiento, la inteligencia y la emoción. En cambio y en claro contraste, para el célebre estagirita Aristóteles el órgano central era el corazón. Y su concepción se convirtió en sabiduría aceptada, dado el elevado prestigio universal que tenía en su época ese gran filósofo.

Es paradójico que siendo Aristóteles la expresión del realismo, haya sido a su vez el promotor del falaz concepto del corazón como fuente de sentimientos. Bien sabemos hoy que el corazón es un órgano del tamaño aproximado de un puño, compuesto de tejido muscular y bombea sangre a todo el cuerpo. La sangre se transporta mediante vasos sanguíneos llamados arterias y venas.

El corazón es una válvula esencial para la vida, un órgano de extrema importancia, pero ciertamente muy por encima está el cerebro, elemento central que dirige el funcionamiento integral del ser humano y el de los animales más primitivos que poseen ese órgano vital. Como se ha comprobado con creces, el cerebro es el principal órgano que controla los movimientos de todo el cuerpo. En los humanos, la ciencia también ha comprobado que el cerebro es responsable del pensamiento, la memoria, las emociones, el habla y el lenguaje.

El punto de vista aristotélico del corazón alcanzó a imponerse hasta bien avanzado el siglo XVI. A partir de entonces el dominio incontrastable del cerebro como órgano número uno pasó a ser indiscutible a nivel científico. Pero está visto que las cosas no son como son, sino como la gente cree que son. A lo largo de siglos el corazón ha sido expresión simbólica máxima del amor, de los sentimientos y hasta de la intuición. Y sigue siéndolo.

“Escucha a tu corazón y no a tu fría mente” se dice inclusive en nuestros días. Y bien sabemos hoy que el corazón es solo una máquina de bombear pero como símbolo sigue imponiéndose; ha logrado su victoria final sobre el cerebro, órgano máximo pero que ha quedado relegado en la mente popular, en la literatura, en la vida en general, como algo frío y abstracto mientras el corazón aglutina amores y sentimientos múltiples. Sabemos que científicamente esto último no es cierto, pero así lo creen los pueblos de todas las latitudes y así se mantiene hasta hoy. En ese sentido, podemos decir que el corazón ganó la batalla de los órganos. El cerebro hace todo pero simulamos —o creemos saber— que el corazón manda en los sentimientos y en la inspiración. Así están las cosas, pese a estos tiempos cibernéticos de inteligencia artificial…

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Nota original publicada en El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/la-batalla-entre-el-cerebro-y-el-corazon_245960