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NEPOTISMO O LOS PELIGROS DE LA FAMILIA

Agustín Saavedra Weise*

 

Se cuenta que el legendario Julio César, mientras era apuñalado en las escaleras del Capitolio romano, observó que su hijo adoptivo estaba entre los asesinos y al morir exclamó: “¡Tú también, Brutus!”. Desde antes de esa época y hasta nuestros días, el ingreso de los familiares a la vida pública de los políticos siempre tuvo ribetes peligrosos.

El nepotismo ha sido y es parte integral de la administración pública en cualquier país del planeta; no hay quien se salve. Los poderosos de turno siempre nombran en cargos oficiales a algunos de sus parientes. La palabra “nepotismo” deriva del latín “nepote”, sobrino en castellano. El término se popularizó para referirse genéricamente al nombramiento de familiares en cargos estatales. El nepotismo sería menos malo si se nombrara parientes por su capacidad. Lo penoso es cuando el parentesco pasa a ser prioridad y de último va la eficiencia. Por otro lado, debe reconocerse que hay parientes “tranquilos” que —eficaces o no— transitan por cargos de prebenda sin mayores problemas y, por tanto, más allá de la irregularidad de sus designaciones, disfrutan de sus “pegas” sin ocasionarle desventuras al soberano de turno.

El inconveniente surge cuando el miembro de la familia en un cargo público se transforma en algo embarazoso para el mandatario, sea este dictador, monarca, presidente o cacique. La historia —antes y después de la tragedia del César— es pródiga en anécdotas de parientes conspiradores y/o creadores de problemas. Quién no recuerda las vicisitudes de Ricardo Corazón de León que, mientras luchaba en las Cruzadas, debía vérselas en Inglaterra con su pérfido hermano Juan. Una ancestral leyenda británica cuenta que el Rey Arturo cayó destruyendo a Camelot, a sí mismo y a su mítico reinado, por las intrigas de su hermana Morgana en combinación con su hijo Mordred. Son innumerables las historias —en la antigüedad y el presente— de líderes caídos en desgracia por causas familiares. También en la Iglesia católica, el Papado cometió muchos actos de nepotismo en el pasado.

Si escarbamos la memoria hacia atrás y hacia el presente, en el país y en el exterior, tanto usted estimado lector como el que escribe, podríamos citar muchos ejemplos más de políticos que se sometieron a los peligros de la familia y pagaron caro por ello.

El nombramiento de parientes es una especie de mecanismo de protección que se remonta a la primitiva formación de tribus y clanes. La designación en ciertas posiciones de familiares cercanos le aseguraba al jefe permanencia y la seguridad de no ser traicionado. No siempre las cosas han sucedido de esa manera, tal como hemos visto. En realidad, el nepotismo puede traer más inconvenientes que ventajas.

El nepotismo nació con la organización social humana y seguramente permanecerá. Existe hasta un país explícitamente nepotista. Tal el caso de Arabia Saudita, donde el nombre del Estado obedece a la familia reinante: los Saud. En otras naciones se intenta ser menos desvergonzados y los casos de nepotismo se los disimula o no son tan notorios, pero, repetimos, no hay quien se salve: la secular regla de gobernar con familiares sigue vigente.

Conviene tener “in mente” los ejemplos de la historia y dosificar el nepotismo. El príncipe que confía en sus parientes quizá hoy no tenga final trágico, pero aun así los peligros de la familia persisten. Un tendal de gobernantes perjudicados a lo largo del tiempo es prueba demoledora de que poner familiares en cargos públicos casi siempre acarrea lamentables consecuencias.

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://www.eldeber.com.bo/160511_nepotismo-o-los-peligros-de-la-familia

LA ECONOMÍA DE LOS ELEFANTES AZULES

Gonzalo Chavez A.*

Imagen de Clker-Free-Vector-Images en Pixabay

Cuenta una leyenda de Tailandia, que cuando el monarca no estaba satisfecho con los mimos y adulaciones de algún súbdito – hermano y compañero, diríamos en el lenguaje actual – le regalaba un elefante blanco que, en realidad, era un animal con albinismo. El súbdito agraciado con el regalo divino debía cuidar del elefante como si fuese la encarnación del poderoso. Bañarlo con jabones perfumados y especies raras, darle comida especial, manís chapareños, por ejemplo y permitir que el séquito de seguidores del Jefazo de la época lo visite y venere, por supuesto, todo esto tenía un altísimo costo, lo que, muchas veces, arruinaba o inclusive quebraba financieramente al súbdito .

Contemporáneamente y en ámbito económico, los elefantes blancos pueden ser proyectos públicos que no tienen retorno ni económico ni social, son muy costosos de mantener y se convierten en una carga para la sociedad. La variedad y tamaño es inmensa: aeropuertos, museos personales, empresas públicas, presas, puentes, y estadios de fútbol construidos para el campeonato binacional Villazón – La Quiaca y otros.

Siendo consistentes con la nueva religión del cambio, por estos paisajes revolucionarios, debíamos hablar de elefantes azules, ya que así están pintados a diestra y siniestra por el país.

¿Pero cómo se distingue un elefante blanco o azul? ¿Toda obra pública es un paquidermo? ¿Toda inversión en infraestructura lleva desarrollo económico?

Respondamos estas preguntas desde varias perspectivas. La visión económica: La evaluación de un proyecto de inversión en infraestructura o de la construcción de una empresa pública es un proceso complejo que usa varios criterios técnicos. Se deben evaluar los impactos positivos y negativos de la obra pública en términos:

a) ambientales ¿ la obra en cuestión destruye patrimonio natural, lo preserva o mejora?

b) Financieros, ¿el proyecto público es rentable o arroja pérdidas?

c) Económicos, ¿la infraestructura contribuye al desarrollo económico?

d) Sociales, ¿la obra pública tiene un impacto social grande o sólo favorece a unos cuantos?

e) Tecnológicos, ¿el proyecto ayuda que el país tenga avances en innovaciones tecnológicos?

f) Regional, ¿la empresa pública tiene un impacto de desarrollo local significativo? En suma, se trata de ver la rentabilidad económica y la social. Un elefante blanco no cumple ninguna des estos criterios técnicos.

Pero, no todas las obras públicas son un peso para la sociedad y la economía, pueden existir una obra financieramente muy cara y de retorno de muy largo plazo, pero de alto impacto social como generalmente son el transporte público, o el sistema de salud. Entre tanto, tampoco hay una relación directa entre inversión pública y desarrollo económica.

Los criterios técnicos para evaluar la calidad económica, social y productiva de una obra pública son complejos y polémicos. Los elefantes blancos son difíciles de identificar. Además, cabe también recordar, que una obra pública es sobre todo una decisión política, una opción de poder, y una construcción de un imaginario de desarrollo.

El cientista político James A. Robinson de la Universidad de Chicago, elaboró una teoría de la construcción de elefantes blancos y maneja dos hipótesis: 1) Estas obras inútiles son el resultado del clientelismo. Los políticos intercambian obras por votos y soporte político. Poco importa la necesidad o viabilidad de los proyectos. 2) Los elefantes blancos son una fuente de generación de rentas y de corrupción. “Tal político, roba, pero hace”. Obras de infraestructura resultan de la presión de grupos de poder económico. Muchas veces, en torno de carreteras o puentes se congregan empresas constructoras, financiadores, sindicatos y políticos. Esta vía fue llevada al extremo en Brasil (Lava Jato).

También podemos añadir, que los elefantes blancos son una consecuencia negativa de la construcción de un imaginario de desarrollo que sobre valoriza el gigantismo de las obras, el cemento como símbolo de riqueza, que asocia modernidad a edificios y carreteras.

Así mismo, la predisposición social a la construcción de nuevas infraestructuras, se potencializa ante el peligro de una recesión en la economía. En este contexto, las políticas keynesianas consistentes en impulsar la demanda agregada mediante un aumento de la inversión pública, en obras públicas, gozan de popularidad. Es decir, existe una visión sacralizada de la inversión pública ya sea en infraestructura o empresas estatales, pero posteriormente, cuando se descubre que estas obras eran grandes elefantes azules, ya es demasiado tarde. El daño económico está hecho.

Con todos estos criterios, y siguiendo un excelente artículo de Raúl Peñaranda sobre el tema publicado 2 de junio del 2019, “Abecedario de los elefantes blancos de la era de Evo”, le propongo hacer una taxonomía de los elefantes azules de los últimos 14 años y elegir el más vistoso y grande. Publicaremos la lista en las redes sociales. Doy el puntapié inicial: Museo azul de Orinoca, una especie de Dumbo de la revolución.

* Economista con estudios en PUCRJ, Harvard, Columbia y Manchester.

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, <https://www.eldeber.com.bo/opinion/La-economia-de-los-elefantes-azules-20191005-0002.html>.